James Hilton

Citas de libros de James Hilton:



"–¡Ah, Chips! Me alegro mucho de que seas lo que eres. Cuando te conocí, temía que fueras abogado, o corredor de bolsa, o dentista, o que tuvieras una empresa de algodón en Mánchester. Ser profesor es completamente distinto, es importante, ¿no te parece? Influir en los que van a crecer, en los que van a ser tan decisivos en el mundo…"

James Hilton
Adiós, Mr. Chips


"El año 1900, el viejo Meldrum, que había sucedido a Wetherby como rector y había desempeñado el cargo por tres décadas, murió repentinamente de neumonía, y mientras se designaba al propietario, Chips desempeñó interinamente el cargo. No había probabilidad de que el Consejo designara en propiedad a Mr. Chips. Éste tampoco ambicionaba el puesto. Se nombró rector a un joven de treinta y siete años, adornado con los más brillantes diplomas y grados. Adusto y severo, le bastaba alzar las cejas para reducir al silencio a todo el colegio reunido en el Gran Hall. Chips no se entendía bien con esta clase de gente, y comprendió desde luego que sus relaciones no serían muy cordiales. Él era de una especie mucho más benigna. No guardaba en su alma ningún residuo de ferocidad primitiva disimulada bajo la apariencia engañosa del rigor y la severidad.
Los años inmediatos fueron jalonados por episodios que se grabaron vivamente en su memoria.
Una mañana de mayo, la campana sonó a hora desusada y todos se reunieron en el Gran Hall. Ralston, el nuevo rector, penetrado de su importancia y lleno de gravedad pontifical, recorriendo el concurso con una mirada fría y severa, dejó caer lentamente estas solemnes palabras:
—Tengo el dolor de comunicarles que su Graciosa Majestad, el Rey Eduardo Séptimo, ha fallecido hoy en la mañana… No habrá clases esta tarde, pero se celebrará un oficio religioso en la capilla, a las cuatro.
Una mañana de verano, en la línea férrea cerca de Brookfield, los ferroviarios estaban en huelga, los soldados manejaban los trenes, los huelguistas habían roto los vidrios de algunos carros. Los alumnos de Brookfield patrullaban la línea, muy contentos de esta variante en sus actividades. Chips, que andaba a cargo de algunos, conversaba animadamente con un hombre junto a una verja. Se acercó un alumno.
—Tenga la bondad de decirme, señor, ¿qué debemos hacer si encontramos a un huelguista?
—¿Le gustaría a usted toparse con uno?
—No sabría decirle, señor…
El niño se había asustado con la pregunta, como si se tratara de fieras escapadas del zoológico.
—Bueno, aquí tiene usted a un huelguista. Mr. Jones es uno de ellos. Cuando trabaja, tiene a su cargo las señales en la estación. Usted ha puesto su vida en sus manos muchas veces.
La historia circuló por todo el colegio. Ahí estuvo Mr. Chips conversando con uno de los temibles huelguistas, como si hubieran sido viejos amigos.
Cuando Chips recordaba este pasaje, pensaba que Catalina habría aprobado su actitud.
Chips tenía fe en Inglaterra, en la sangre y los nervios ingleses, cualesquiera fuesen los tortuosos caminos que siguieran la política y los conflictos del mundo. La misión del colegio de Brookfield consistía en proyectarse en la vida inglesa con dignidad y proporción. Tenía la impresión de que los días fáciles habían pasado para Inglaterra y que se entraba en una época en que el más ligero error podía ser catastrófico. Recordaba el Jubileo de la reina Victoria. Hubo feriado en Brookfield y había ido a Londres en compañía de Catalina a presenciar el desfile.
Esa reina anciana y legendaria, sentada en su carruaje como una muñeca gorda y algo destartalada, simbolizaba tantas cosas que, como ella, tocaban a su fin. ¿Era solo el fin del siglo o de una época?
Y luego la frenética década de Eduardo, como una lámpara que brilla más cuando está próxima a extinguirse.
Huelgas, lockouts, grandes banquetes y trabajadores cesantes, el conflicto chino, reformas aduaneras, dreadnoughts, Marconi, Home Rule para Irlanda, Doctor Crippen, sufragistas…
Una tarde de abril, azotada por el viento y la lluvia. El cuarto año traducía a Virgilio, no muy bien, pues había noticias inquietantes en los diarios. El joven Grayson estaba distraído, con el pensamiento ausente. Era un muchacho sensitivo y sereno."

James Hilton
Adiós, Mr. Chips



"No hay ningún libro mío cuyo éxito haya deseado más porque Horizontes Perdidos ha sido, en parte, la manifestación de un estado de ánimo para el que siempre había esperado encontrar afines."

James Hilton



"No juzgue la importancia de las cosas por el ruido que hacen."

James Hilton
Adiós, Mr. Chips




"[…] sobre todo recuerdo las caras. Nunca las he olvidado. Tengo miles de caras en la memoria […]. Si vienen a verme dentro de unos años, como espero que hagan todos, intentaré recordar la cara que tenían años atrás, pero es posible que no pueda y que un día, si me ven en algún sitio y no los reconozco, se digan: “El viejo profesor no se acuerda de mí.” […] Pero me acuerdo de ustedes… tal como son ahora. Esa es la cuestión. En mi cabeza, ustedes no crecen. Nunca."

James Hilton
Adiós, Mr. Chips



"Y se hizo el silencio, porque el argumento había alcanzado indudablemente un punto muerto. A Conway, la historia de Le-Tsen le tenía sin cuidado; la pequeña manchú se hallaba tan quietecita en los pliegues de su cerebro, que ni siguiera se daba cuenta de que estaba allí.
Pero al mencionarla, la señorita Brinklo levantó los ojos de la gramática tibetana que estudiaba sobre la mesa del comedor (como si no dispusiera de toda una vida para hacerlo, pensó Conway).
Las conversaciones sobre muchachas y monjes le recordaban aquellas historias de los templos hindúes, que los misioneros varones referían a sus esposas y que las esposas transmitan a sus colegas solteras.
-Desde luego -dijo ella con los labios apretados-, la moral de este establecimiento deja mucho que desear, aunque ya lo debíamos haber previsto.
Y se volvió al americano, como invitándole a adherirse a su opinión, pero Barnard hizo una mueca irónica. Dijo:
-No creo que ustedes estimen mucho mi parecer sobre moralidades.
Luego añadió secamente:
-Pero me atrevo a decir que las rencillas son mucho peores. Puesto que hemos de estar tanto tiempo juntos, me parece que debemos refrenar nuestros nervios y no amargarnos la vida.
A Conway le pareció acertadísimo, pero Mallison exclamó implacablemente:
-Tengo la seguridad de que usted encontrará todo esto mucho más confortable que Dartmoor,
Barnard levantó las cejas.
-¿Dartmoor? ¡Ah, sí! ¿Allí es donde tienen ustedes instalado el presidio? Lo comprendo. Pues bien, tiene usted razón, no he envidiado jamás a los huéspedes obligados de esos establecimientos. Además, voy a decirle otra cosa. No me molesta lo más mínimo que hable así. Piel de elefante y corazón de niño. Ésa es mi naturaleza.
Conway le lanzó una mirada de simpatía y a Mallinson le hizo un gesto de amonestación. Luego se dio cuenta de que todos ellos eran los personajes de un larguísimo drama, cuyo argumento solo conocía él; y este conocimiento tan incomunicable le hizo desear con todas sus fuerzas quedarse solo.
Hízoles un saludo con la cabeza a todos y salió silenciosamente al patio. A la vista del Karákal se desvanecieron todas sus preocupaciones, y los escrúpulos de conciencia que sentía a causa de sus compañeros se esfumaron ante la misteriosa acogida de un mundo nuevo, que se hallaba tan lejos de la imaginación de todos ellos. Había veces, díjose a sí mismo, en que la extrañeza de todo hacía extremadamente difícil darse cuenta de la extrañeza de algo; entonces, había que aceptar las cosas porque sí, pues el asombro habría sido tan tedioso para él como para los otros."

James Hilton
Horizontes perdidos










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