James Hilton Horizontes perdidos


Los puros ya eran poco más que colillas y empezábamos a sentirnos decepcionados, como suele pasarles a los viejos amigos del colegio cuando, al reencontrarse de adultos, descubren que tienen menos en común de lo que creían.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 4
 

 
Los designios de Dios o la locura del hombre: le parecía que, si uno buscaba una buena razón para la mayoría de las cosas, podía elegir entre ambos; o bien —y pensó aquello mientras contemplaba el orden de la reducida cabina contra el telón de fondo de la ventana y su tremendo paisaje natural— entre los designios del hombre y la locura de Dios.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 38
 
 

—Tienes toda la razón, Barnard —declaró—: este asunto se está volviendo cada vez más extraordinario.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 38
 


 
Mientras contemplaba aquel magnífico macizo montañoso, lo invadió además una oleada de satisfacción ante el hecho de que todavía quedaran lugares como ese sobre la faz de la tierra: distantes, inaccesibles, sin huella humana todavía. La muralla helada del Karakórum se veía ahora más asombrosa incluso contra un cielo septentrional que se había vuelto de un tono parduzco y siniestro; las cimas despedían un brillo gélido; majestuosas y remotas, la propia ausencia de nombre de aquellas cumbres les confería dignidad.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 39
 
 
—Lamento comunicar que me ha dicho muy poco, por lo menos en comparación con lo que nos gustaría saber. Tan solo que estamos en el Tíbet, lo cual es obvio. No ha dado ninguna explicación coherente del motivo para traernos aquí, pero parecía conocer la zona. Hablaba un dialecto chino que no entiendo muy bien, pero creo que ha dicho que cerca de aquí, en algún punto del valle, me ha parecido, hay un monasterio de lamas donde podríamos conseguir comida y refugio. Lo ha llamado Shangri-La. En tibetano, La quiere decir «paso de montaña». Ha insistido mucho en que vayamos allí.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 50
 
 
—Si hubieras pasado por todas las experiencias que he vivido yo, sabrías que hay momentos en la vida en que lo más cómodo es no hacer nada en absoluto. Las cosas te ocurren y tan solo dejas que sucedan. La guerra era así. Tenías suerte si, como en esta ocasión, un toque de novedad venía a sazonar lo desagradable.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 60
 
 
Pero aquella impresión fue solo momentánea, y no tardó en fundirse en la sensación más profunda, mitad mística, mitad visual, de haber llegado a un lugar que era un fin en sí mismo, un objetivo.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 62
 
 
—Por expresarlo con pocas palabras, estimado señor, diría que nuestra creencia predominante es la moderación. Inculcamos la virtud de evitar el exceso de todo tipo, incluyendo, si me perdonan la paradoja, el exceso de virtud mismo. En el valle que han visto, donde viven varios miles de habitantes bajo el control de nuestra orden, hemos comprobado que ese principio produce un grado considerable de felicidad. Gobernamos con moderado rigor, y a cambio nos sentimos satisfechos con una obediencia moderada. Y creo poder afirmar que nuestra gente es moderadamente sobria, moderadamente casta y moderadamente honrada.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 68
 
 
—Aquí tienes algo para tu vida de estudioso, Conway. Es un mapa de la región.
—Tenemos una colección de varios centenares —reveló Chang—. Están todos a su disposición, si bien tal vez pueda ahorrarles problemas en un aspecto: no encontrarán Shangri-La en ninguno de ellos.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 87
 
 
—Ah, pero mire, nosotros creemos que para gobernar a la perfección es necesario evitar gobernar demasiado.
—¿Y sin embargo no cuentan con maquinaria democrática alguna, como elecciones y todo eso?
—Oh, no… A nuestra gente le horrorizaría tener que declarar que una política es completamente correcta y otra del todo errónea.
Conway sonrió. Le parecía una actitud bastante agradable.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 104
 
 
»Querrá saber cómo pasaba su tiempo durante esos años sin precedentes. Su actitud puede resumirse diciendo que, como no había muerto a una edad normal, empezaba a tener la impresión de que no había razón lógica alguna por la que debería hacerlo, o no, en un momento definido del futuro. Tras haber demostrado que era anómalo, era tan fácil creer que la anomalía podía continuar, como esperar a que llegara a su fin en cualquier momento. Y siendo así, comenzó a comportarse sin la preocupación por la inminencia que lo había aquejado durante tanto tiempo; empezó a llevar la clase de vida que siempre había deseado, pero que rara vez le había resultado posible; porque había mantenido en el fondo y a través de todas las vicisitudes los gustos tranquilos de un erudito. Tenía una memoria asombrosa; parecía haberse liberado de las trabas físicas para huir a alguna región superior de inmensa claridad; daba la sensación de que ahora pudiera aprenderlo todo con mayor facilidad con la que en sus tiempos de estudiante había sido capaz de aprender algo en concreto.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 126
 
 
Ahora, permíteme empezar esbozando para ti un panorama muy agradable. Debo decir que eres todavía un hombre joven según los estándares del mundo. Como dice la gente, tienes la vida por delante; en el curso normal de la misma, podrían esperarte veinte o treinta años de una actividad que solo disminuirá gradualmente. No se trata de ninguna manera de una perspectiva poco alentadora, y no puedo esperar que lo veas como yo: como un interludio escaso, asfixiante y demasiado frenético. El primer cuarto de siglo lo has vivido sin duda bajo un nubarrón: el de ser demasiado joven para acometer cosas; mientras que el último cuarto de siglo lo normal es que se vea ensombrecido por una nube más negra incluso: la de ser demasiado viejo para acometerlas; y entre esas dos nubes, ¡qué exiguo el rayo de sol que ilumina una vida humana! Pero es posible que te aguarde un destino más afortunado, pues según los estándares de Shangri-La, tus años iluminados por el sol apenas han comenzado. Sucederá, tal vez, que dentro de varias décadas no te sentirás más viejo de lo que lo eres hoy; quizás conservarás, como le ocurrió a Henschell, una juventud larga y maravillosa. Pero eso, créeme, es solo una fase temprana y superficial. Llegará un momento en el que envejecerás como los demás, aunque mucho más despacio, y en condiciones infinitamente más nobles; a los ochenta años quizás serás capaz de ascender hasta el desfiladero con el paso de un hombre joven, pero cuando tengas el doble de esa edad no debes esperar que toda la maravilla haya persistido. No obramos milagros; no hemos vencido en absoluto a la muerte, ni siquiera al deterioro. Cuanto hemos hecho y a veces podemos hacer es aminorar el ritmo de este breve intervalo al que llaman vida. Lo hacemos mediante unos métodos que son tan simples aquí como imposibles en otros lugares; pero no te equivoques: el final nos aguarda a todos.
» Sin embargo, la que estoy desplegando para ti es una perspectiva deliciosa: largas horas de sosiego durante las cuales contemplarás una puesta de sol cuando los hombres del mundo exterior estarán oyendo las campanadas de un reloj, y con mucha menor inquietud que ellos. Los años irán pasando, y tú irás de los placeres carnales a reinos más austeros, pero no menos satisfactorios; podrás quedarte sin tono muscular y apetito, pero habrá ganancias para compensar su pérdida; alcanzarás la calma y la profundidad, la madurez y la sabiduría, y el prístino hechizo de la memoria. Y, lo más precioso de todo, tendrás tiempo, ese raro y hermoso don que tus países occidentales más han perdido cuanto más lo han perseguido.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 137
 
 
Es cierto que lamentaría tener que abandonar Shangri-La mañana, o la próxima semana, o tal vez incluso el año que viene; pero cómo me sentiré al respecto, si llego a vivir cien años, no es una cuestión que pueda profetizar. Puedo enfrentarme a ese futuro, como a cualquier otro, pero para que me entusiasme debe tener un sentido. A veces he llegado a dudar de si la vida misma tiene alguno; y si no lo tiene, una vida muy larga debe tener menos sentido incluso.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 140
 
 
 Créeme, esa visión del viejo Perrault se hará realidad. Y por eso, hijo mío, yo estoy aquí, y por eso tú estás aquí: para que podamos rogar por nuestra supervivencia a ese fatídico destino que se cierne sobre nosotros.
—¿Por nuestra supervivencia?
—Hay una posibilidad. Todo eso sucederá antes de que seas tan viejo como yo.
—¿Y cree que Shangri-La escapará a ese destino?
—Tal vez. Es posible que no podamos esperar misericordia, pero quizás sí podemos confiar débilmente en la negligencia. Aquí permaneceremos con nuestros libros, nuestra música y nuestras meditaciones, conservando la frágil prestancia de una época moribunda, y buscando la sabiduría que los hombres necesitarán cuando hayan dado rienda suelta a sus pasiones. Tenemos un legado que apreciar y transmitir. Aprovechemos el placer cuanto podamos hasta que llegue ese momento.
—¿Y entonces?
—Entonces, hijo mío, cuando los más fuertes se hayan devorado unos a otros, la ética cristiana podrá triunfar al fin y los mansos heredarán la tierra.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 142
 
 
Comprendió que llegaba un momento en el que lo extraño que era todo hacía que cada vez fuera más difícil fijarse en lo extraño que era algo concreto; en el que uno daba las cosas por sentado simplemente porque el asombro habría sido tan tedioso para uno mismo como para los demás. Hasta ese punto había llegado en Shangri-La, y recordó que había alcanzado una ecuanimidad similar, si bien mucho menos agradable, durante sus años en la guerra.
Necesitaba esa ecuanimidad, aunque solo fuera para acomodarse a la doble vida que se veía obligado a llevar. A partir de ese punto, con sus compañeros de exilio, vivía en un mundo condicionado por la llegada de porteadores y el regreso a la India; en todas las demás ocasiones el horizonte se levantaba como un telón; el tiempo se expandía y el espacio se contraía, y el nombre Luna Azul adquiría un significado simbólico, como si el futuro, tan delicadamente plausible, fuera algo que solo pudiera suceder muy rara vez. A veces se preguntaba cuál de sus dos vidas era más real, pero el problema no era acuciante; y de nuevo se acordaba de la guerra, porque durante los bombardeos intensivos había abrigado la misma sensación reconfortante de que tenía muchas vidas, de las cuales solo una podía hacer suya la muerte.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 147
 
 
—¿Debo suponer entonces que tienen la certeza de que ningún afecto humano puede perdurar más allá de una ausencia de cinco años? —preguntó Conway con una sonrisa.
—Sí, puede hacerlo, sin duda —respondió el chino—, pero solo como una fragancia con cuya melancolía podemos deleitarnos.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 147
 
 
—Solo hay un valle de la Luna Azul, y quienes esperen encontrar otro le están pidiendo demasiado a la naturaleza.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 149
 
 
—Es posible, si te gusta estar en una cárcel —espetó Mallinson.
—Bueno, incluso hay dos maneras de ver eso. ¡Madre mía, si piensan en la cantidad de gente en este mundo que lo daría todo por estar lejos del mundanal ruido en un lugar como este y sin poder salir! ¿Somos nosotros los presos o lo son ellos?
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 162
 
 
Es extraordinario lo que la gente está dispuesta a creer.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 171
 
 
Somos un solo bote salvavidas que surca los mares en un temporal; podemos rescatar a algunos supervivientes fortuitos, aunque si todos los náufragos nos alcanzaran y subieran a bordo, nosotros mismos nos hundiríamos…
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 174
 
 
—Te he esperado durante mucho tiempo, hijo mío. Me he sentado en esta habitación y he contemplado los rostros de los recién llegados, los he mirado a los ojos y he escuchado sus voces, siempre con la esperanza de llegar a encontrarte algún día. Mis colegas han envejecido y adquirido sabiduría, pero tú, que todavía eres joven en años, ya eres igual de sabio. Amigo mío, la que te estoy legando no es una tarea ardua, porque nuestra orden solo conoce ataduras de seda. Ser amable y paciente, velar por los tesoros de la mente, presidir con sabiduría y discreción mientras la tormenta ruge sin ellas: todo te resultará muy placentero y simple, y sin duda te hará muy feliz.
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 175
 
 
—La tormenta… esa tormenta de la que habla…
—Será distinta, hijo mío, a cualquier otra que el mundo haya visto antes. No habrá salvación mediante las armas, ni ayuda posible por parte de la autoridad, ni respuesta en la ciencia. Arremeterá hasta que cada florecilla de la cultura quede pisoteada y el mundo de los humanos se transforme en un enorme caos. Tuve esa misma visión cuando el de Napoleón era todavía un nombre desconocido; y ahora la veo con mayor claridad a medida que transcurren las horas. ¿Crees que estoy equivocado?
—No, creo que puede tener razón —respondió Conway—. Ya se produjo una vez un conflicto similar, y los tiempos oscuros que siguieron duraron quinientos años.
—El paralelismo no es del todo exacto. Porque esa edad oscura no lo era tanto en realidad, sino que estaba llena de faroles que parpadeaban, e incluso si la luz se había extinguido por completo en Europa, hubo otros rayos desde China a Perú que podían haberla reavivado. Pero los tiempos oscuros que se avecinan ahora cubrirán el mundo entero con un único manto; no habrá escapatoria ni santuarios, excepto aquellos demasiado secretos para encontrarlos o demasiado humildes para fijarse en ellos. Y Shangri-La puede esperar ser ambas cosas. El aviador que lleve su mortífera carga a las grandes ciudades no cruzará por aquí, y si por azar lo hiciera, es posible que no nos considere dignos de una bomba.
—¿Y cree que todo eso pasará en mi tiempo?
—Creo que vivirás para ver esa tormenta. Y es posible que después, durante la larga era de la desolación, aún continúes vivo y envejeciendo, volviéndote más sabio y paciente. Conservarás la fragancia de nuestra historia y le añadirás el toque de tu propio espíritu. Darás la bienvenida al forastero y lo instruirás en la norma de la edad y la sabiduría; y uno de esos extraños, tal vez, te suceda cuando seas muy viejo. Más allá de eso, mi visión se debilita, pero distingo en la distancia un nuevo mundo agitándose entre las ruinas, con torpeza, pero con esperanza, buscando sus tesoros perdidos y legendarios. Y todos seguirán aquí, hijo mío, ocultos tras las montañas en el valle de la Luna Azul, preservados como un milagro para un nuevo Renacimiento…
 
James Hilton
Horizontes perdidos, página 176
 









 
 

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