Jorge Icaza Coronel

"Desde la capital, con la presteza con la cual las autoridades del Gobierno atienden estos casos, fueron enviados doscientos hombres de infantería a sofocar la rebelión. En los círculos sociales y gubernamentales la noticia circuló entre alarde de comentarios indignados y ordenes heroicas:
-Que se les mate sin piedad a semejantes bandidos.
-Que se les acabe con ellos como hicieron otros pueblos más civilizados.
-Que se elimine para tranquilidad de nuestros hogares cristianos
-Hay que defender las glorias nacionales... A don Alfonso Pereira que hizo solo un carretero.
-Hay que defender a las desinteresadas y civilizadoras empresas extranjeras."

Jorge Icaza
Huasipungo


"El estupor petrificó al mozo en tímida posición uterina. Con vuelo alocado, brujo, una mancha redonda de luz rubricó en la página enlutada del patio, recorrió inquieta las paredes, hurgó por los rincones, saltó al tejado para caer con mano de arpista sobre las cuerdas mudas de la baranda del otro lado del corredor -hacia la derecha, hacia la izquierda- se metió cautelosamente... inmóvil, con la luz a los talones, Romero y Flores se sintió perdido... Tenía que hacer algo. ¿Qué? No era un sueño. Con violencia impuesta por la desesperación se estiró como pudo y lanzó hacia el punto luminoso su única arma, la piedra. De nuevo se hizo la oscuridad. El orgullo con el cual se infló momentáneamente por haber dado en el blanco le retuvo por breves segundos. Segundos fatales a la posible fuga. Entre maldiciones y palabrotas, sonó un disparo."

Jorge Icaza Coronel
El chulla Romero y Flores



"En la misma forma perezosa y triste que se estiró el amanecer sobre los cerros se movilizaron los mingueros, se arrastró un vaho blancuzco de voluptuosa formas a ras de la tierra empapada, se inició el parloteo de los muchachos, los chismes quejosos de las cholas, las maldiciones y los carajos del machismo impotente de los hombres, el tiritar de los palúdicos, la tos de los tuberculosos, el llanto de los niños tiernos por la teta madre."

Jorge Icaza
Huasipungo



"No hay que pisar donde la chamba (raíces enrededas) está suelta, donde el agua es clara... No hay que levantar el pie sino cuando el otro está firme... La punta primero para que los dedos avisen... Despacito no más... Despacito..."

Jorge Icaza
Huasipungo


"-Nu han de robar así nu más a taita Andrés Chiliquinga- concluyó el indio, rascándose la cabeza, lleno de un despertar de oscuras e indefinidas venganzas. Ya le era imposible dudar de la verdad del atropello que invadía el cerro. Llegaban... Llegaban más pronto de lo que él pudo imaginarse. Echarían abajo su techo, le quitarían la tierra. Sin encontrar una defensa posible, acorralado como siempre, se puso pálido, con la boca semiabierta, con los ojos fijos, con la garganta anudada. ¡No! Le parecía absurdo que a él... Tendrían que tumbarle con hacha como a un árbol viejo del monte. Tendrían que arrastrarle con yunta de bueyes para arrancarle de la choza donde se amañó, donde vio nacer al guagua y morir a su Cunshi. ¡Imposible! ¡Mentira! No obstante, a lo largo de todos los chaquiñanes del cerro la trágica noticia levantaba un revuelo como de protestas taimadas, como de odio reprimido. Bajo un cielo inclemente y un vagar sin destino, los longos despojados se arremangaban el poncho en actitud de pelea, como si estuvieran borrachos, algo les hervía en la sangre, les ardía en los ojos, se les crispaba en los dedos y les crujía en los dientes como tostado de carajos. Las indias murmuraban cosas raras, se sonaban la nariz estrepitosamente y de cuando en cuando lanzaban un alarido en recuerdo de la realidad que vivían. Los pequeños lloraban. Quizás era más angustiosa y sorda la inquietud de los que esperaban la trágica visita. Los hombres entraban y salían de la choza, buscaban algo en los chiqueros, en los gallineros, en los pequeños sembrados, olfateaban por los rincones, se golpeaban el pecho con los puños --extraña aberración masoquista--, amenazaban a la impavidez del cielo con el coraje de un gruñido inconsciente. Las mujeres, junto al padre o al marido que podía defenderlas, planeaban y exigían cosas de un heroísmo absurdo. Los muchachos se armaban de palos y piedras que al final resultaban inútiles. Y todo en la ladera, con sus locos chaquiñanes, con sus colores vivos unos y desvaídos otros, parecía jadear como una mole enferma en el medio del valle."

Jorge Icaza
Huasipungo


"Para los demás -cholos, caballeros y patrones-, los dolores de los indios son dolores de mofa, de desprecio y asco. ¿Qué podía significar su angustia por la enfermedad de la india ante las complejas y delicadas tragedias de los blancos? ¡Nada!
-Caraju -exclamó en tono de maldición Andrés al llegar al trabajo.

Por sus penas y por las penas de los suyos no había más remedio que sudar en el eterno contacto y en la eterna lucha con la tierra. Quizás por eso esa mañana el cojo Chilinquinga hundió el arado más fuerte que de costumbre y azotó a los bueyes de la yunta con más crueldad."

Jorge Icaza
Huasipungo











No hay comentarios: