Hermann Melville

"Ah, la felicidad busca la luz, por eso juzgamos que el mundo es alegre;
pero el dolor se esconde en la soledad, por eso juzgamos que el dolor no existe."

Hermann Melville



"Ah, la felicidad busca la luz, por eso juzgamos que el mundo es alegre;
pero el dolor se esconde en la soledad, por eso juzgamos que el dolor no existe."

Hermann Melville



"Ah tú, claro espíritu, de tu fuego me hiciste, y, como auténtico hijo del fuego, te lo devuelvo en mi aliento."

Hermann Melville


“Amistad a primera vista, como amor a primera vista, se dice que es la única verdad.”

Hermann Melville


"Aunque en muchos de sus aspectos
este mundo visible parece formado en amor,
las esferas invisibles se formaron en terror."

Hermann Melville


"Aunque veloz vuele la gloriosa fábula de la juventud,
no mires al mundo con ojos mundanos,
ni cambies con el clima de los tiempos.
Evita la llegada de la sorpresa:
quédate donde la Posteridad se quedará;
quédate donde los Antiguos antes se quedaron,
y sumergiendo tu mano en solitarias fuentes
bebe del saber que nunca cambia:
sabio una vez, y sabio para siempre."

Hermann Melville


"Como no se encontraron con el mismo obstáculo que su compañera, las otras dos tortugas chocaron con pequeños escollos -cubos, poleas, jarcias- y a veces en el acto de pasarlos arrastrándose resbalaban produciendo un pasmoso traqueteo sobre la cubierta. Escuchando estos arrastres y esas caídas, me imaginé la misma madriguera de donde salían: una isla llena de cañadas metálicas y quebradas, hundida insondablemente en el corazón de montañas resquebrajadas y cubiertas a lo largo de muchas millas por intrincados matorrales. Después imaginé aquellos tres monstruos enderezándose, tan lenta y pesadamente que no sólo crecían hongos bajo sus patas sino que también brotaba sobre sus lomos un musgo fuliginoso. Con ellos me extravié en volcánicas maravillas, desbrocé innúmeras ramas de maleza podrida; hasta que como en sueños, me encontré sentado, con las piernas cruzadas sobre el delantero, con un brahmán montado del mismo modo a cada lado, formando un trípode de frentes que sostenía la cúpula universal."

Herman Melville
Las encantadas



"Cuando se declara la guerra
¿se nos consulta previamente a nosotros, los combatientes encargados
de ella? Luchamos cumpliendo órdenes.
Si nuestro juicio aprueba la guerra, es mera coincidencia."

Hermann Melville


"Cuarenta años después de una batalla,
es muy fácil para un no combatiente razonar
acerca de cómo debería haberse peleado.
Es muy distinto dirigir personalmente la acción bajo el fuego,
mientras se está envuelto en su oscuro humo."

Hermann Melville



"Debo decir que, según la costumbre de muchos hombres de ley
con oficinas en edificios densamente habitados,
la puerta tenía varias llaves."

Hermann Melville



"¡Denme el cráter del Vesuvio como tintero! ¡Sostengan mis brazos, amigos! Porque en el simple acto de escribir mis pensamientos sobre este leviatán, esos pensamientos me agotan, me consumen con la extensión de su envergadura, como si quisieran incluir todo el ámbito de las ciencia y todas las generaciones presentes, pasadas y futuras de ballenas, hombres, mastodontes, con todos los mudables panoramas de los imperios terrestres y del universo entero... ¡Tal es la virtud magnificadora de un tema inmenso y libre! Crecemos con su volumen. Para producir un gran libro hay que elegir un gran tema."

Hermann Melville
Tomada del libro de Richard Tarnas Cosmos y Psique



"... el divino William. ¡Ah! Está lleno de Sermones de la Montaña, y es, sí, casi tan dulce como Jesús. Hombres así escojo para inspirarme. Fantaseo que en este momento está Shakespeare en el cielo junto a Gabriel, Rafael y Miguel. Si otro Mesías viene algún día, lo hará en la persona de Shakespeare..."

Hermann Melville
Tomada del libro de Richard Tarnas Cosmos y Psique
Es lo que le escribió a su editor




"En aquel mar del Japón, los días de verano son maravillosos.
El cielo parece de laca, no hay nubes y el sol brilla de tal manera
que el sextante de Acab tenía vidrios de colores para poder mirarlo."

Hermann Melville


"En la etapa primitiva de la sociedad, los disfrutes de la vida, aunque pocos y sencillos, están difundidos y son ilimitados; pero la civilización, con todos los beneficios que reporta, mantiene en reserva miles de males: la gastritis, los celos, las rivalidades socia­les, el abandono de la familia y las miles de incomodidades autoinfligidas de la vida sofisticada, que totalizan la creciente mise­ria de la humanidad, todos estos males son desconocidos en estos pueblos incivilizados.
Pero se argumentará que estos chocantes seres sin principios, son caníbales. Es muy cierto; y resulta un rasgo en contra en su carácter. Pero lo son sólo cuando intentan satisfacer sus deseos de venganza hacia sus enemigos; y me pregunto si el mero hecho de comer carne humana en raras ocasiones supera el barbarismo de esa costumbre practicada hasta hace pocos años en la ilustrada Inglaterra, en la que un traidor condenado, quizás un hombre culpable de honradez, patriotismo y otros delitos atroces pareci­dos, perdía su cabeza cercenada por una enorme hacha, le sacaban las entrañas y la echaban al fuego; mientras su cuerpo descuartizado, con la cabeza sobre un palo, se dejaba pudrir en la plaza pública.
La habilidad desalmada que desplegamos en la invención de todo tipo de máquinas de muerte, la justificación con que libramos nuestras guerras y la miseria y la desolación que les siguen, son suficientes para distinguir al hombre blanco civilizado como el animal más feroz que existe sobre la faz de la tierra."

Herman Melville
Typee


"En medio de lo impersonal personificado, aquí hay una personalidad.
Aunque sólo un punto, como máximo: de donde quiera que haya venido;
a donde quiera que vaya; pero mientras vivo terrenalmente,
esa personalidad, como una reina, vive en mí, y siente sus reales derechos."

Hermann Melville


"En realidad, él era uno de esos lobos de mar a quienes las penalidades
y peligros de la vida naval, en esa época de prolongadas guerras,
nunca le habían estropeado el instinto natural para el goce de los sentidos."

Hermann Melville



"En todas las cosas está siempre oculto un significado."

Hermann Melville
Moby Dick




"(...) Era un barco de antigua escuela, más bien pequeño si acaso,
todo él con un anticuado aire de patas de garra.
Curtido y atezado por el clima,
entre los ciclones y las calmas de los cuatro océanos..."

Hermann Melville



“Es preferible dormir con un caníbal sobrio que con un cristiano ebrio.”

Hermann Melville

"Este capitán era uno de esos valiosos mortales que se encuentran en todo tipo de profesiones, aun en las más humildes; esa clase de persona a la cual todo el mundo está de acuerdo en llamar "un hombre respetable"."

Hermann Melville

"Este hombre es un ser humano lo mismo que yo: tiene tantos motivos para tener miedo de mí, como yo para tener miedo de él."

Hermann Melville

“Existe algunos momentos y ocasiones extrañas en este complejo y difícil asunto que llamamos vida, en que el hombre toma el universo entero por una broma pesada, aunque no pueda ver en ella gracia alguna y esté totalmente persuadido de que la broma corre a expensas suya.” 

Hermann Melville


“Existen empresas en las cuales el verdadero método lo constituyen un cierto y cuidadoso desorden.” 

Hermann Melville



"¿Habéis visto a la ballena blanca? - ¿Qué ballena? -La ballena blanca...Un cachalote...Moby Dick, ¿Le habéis visto? -Nunca he oído hablar de tal ballena. ¡Cachalot Blanche! ¡Ballena blanca! ..No. -Muy bien, entonces; adiós por ahora, y volveré a veros dentro de un momento."

Hermann Melville



"(...) Había sido trasbordado en los Canales Ingleses e Irlandeses de un buque mercante inglés con destino a la patria a un buque de guerra de setenta y cuatro cañones, el Bellipotent, barco de Su Majestad, rumbo a alta mar."

Hermann Melville


"Hablan de la dignidad del trabajo. Bah. La dignidad está en el ocio." 

Hermann Melville


"¿Hemos de seguir persiguiendo a ese pez asesino hasta que hunda al último hombre? ¿Nos ha de arrastrar al fondo del mar?"

Hermann Melville


"In primis, soy un hombre a quien desde su juventud le ha invadido una profunda convicción, la de que la mejor forma de vida es la más sencilla. Por eso, aunque pertenezco a una profesión que ha sido de siempre muy activa y excitante, llegando incluso a cundir el pánico en ocasiones, no obstante, yo no había vivido nunca nada parecido; nada que pudiera invadir mi tranquilidad. Yo soy uno de esos abogados en absoluto ambiciosos, de esos que nunca se dirigen a un jurado o que, en modo alguno, provocan un elogio público, sino que en la serena tranquilidad de una cómoda guarida, saco adelante un cómodo negocio entre préstamos, hipotecas y títulos de propiedad de gente rica. Todos los que me conocen, me consideran un hombre excepcionalmente sensato. El difunto John Jacob Astor, un personaje poco dado al entusiasmo poético, no dudó en decir que mi primera y gran cualidad era la prudencia, y la segunda el método. No lo digo por vanidad; tan solo quiero dejar constancia de que si no me quedé sin empleo en el ámbito de mi profesión fue gracias al difunto John Jacob Astor, nombre, lo admito, que me encanta repetir, pues tiene una musicalidad redondeada y orbicular que suena a lingotes de oro y plata. Me tomaré la libertad de añadir que la buena opinión del difunto John Jacob Astor no me resultaba indiferente. En la etapa anterior al momento en que comienza esta breve historia, mi trabajo se había visto incrementado notablemente. Me habían asignado la antigua oficina, inexistente ahora en el estado de Nueva York, del Secretario del Tribunal de la Equidad. No era una oficina muy difícil de llevar, pero sí muy bien y gratamente remunerada. Yo me sulfuro en contadas ocasiones y en menos, incluso, me permito cóleras violentas ante injusticias o escándalos; pero ahora me van a permitir que muestre cierta impetuosidad y que proclame que la repentina y violenta supresión de la Oficina del Secretario del Tribunal de la Equidad, con la adopción de la nueva Constitución, fue en mi opinión un... decreto prematuro, en tanto en cuanto yo había contado con el usufructo de las ganancias para toda la vida y tan sólo me pude beneficiar durante unos pocos años —muy pocos—. Pero ése es otro asunto."

Herman Melville
Bartleby el escribiente


"La locura humana es a menudo una cosa astuta y felina. Cuando se piensa que ha huido, quizá no ha hecho sino transfigurarse en alguna forma silenciosa y más sutil."

Hermann Melville



"La superstición prueba que, por ignorante que sea, el hombre siente en él un alma inmortal que aspira a lo desconocido de la vida futura." 

Hermann Melville


"La verdad contada de modo inflexible tendrá siempre sus lados escabrosos."

Hermann Melville



"La verdad no tiene confines."

Hermann Melville



"La vida en la cofa del trinquete concordaba con Billy Budd. Allí cuando efectivamente no estaban atareados en las vergas o aun más arriba, en la arboladura, los encargados de las cofas que habían sido elegidos por su juventud y dinamismo constituían una especie de club aéreo, repantigados contra las espléndidas velas enrolladas cual cojines, contando cuentos, como dioses haraganes, muchas veces divirtiéndose con lo que transcurría en el febril mundo de las cubiertas. No es de extrañarse entonces que un sujeto joven de la disposición de Billy estuviera tan a gusto con tamaña compañía. Sin ofender jamás a nadie, estaba siempre alerta a cualquier orden, del mismo modo que se había comportado siempre en los buques mercantes. Pero tal puntillosidad en el deber dio motivo para que sus camaradas de altura se burlaran sanamente de él. Esta exacerbada presteza tenía su causa, principalmente, en la impresión que le había hecho el primer castigo formal que presenció en la plancha del día que siguió al de su leva. Había incurrido en falta un jovencito centinela de popa, un novicio, que se había ausentado de su puesto cuando el navío estaba cambiando de rumbo, abandono que significó un contratiempo bastante grave en la maniobra que requiere una rapidez instantánea en soltar y amarrar. Cuando Billy vio la espalda desnuda del reo bajo el azote, entrecruzada con costurones rojos; y lo que es peor, cuando él advirtió la horrenda expresión en la cara del hombre liberado junto con la camiseta de lana echada encima de sí por el verdugo, se precipitó desde el lugar donde estaba para esconderse entre la turba: Billy estaba horrorizado. Se prometió a sí mismo que nunca, por desidia, se haría acreedor a tamaña gracia o haría u omitiría nada que mereciera siquiera una simple reprobación verbal. Cuál no fue su sorpresa y preocupación cuando finalmente y de manera ocasional, se vio enredado en pequeñas dificultades por tonterías tales como el arreglo de su bolso o algo fuera de lugar en su hamaca, cuestiones que caían bajo la jurisdicción de los corporales de las cubiertas inferiores y que le valieron una vaga amenaza por parte de uno de ellos.
Tan cuidadoso en todo como era, ¿cómo podía sucederle esto? No podía entenderlo y ello lo angustiaba de sobremanera. Cuando habló sobre el tema con sus jóvenes compañeros de las alturas, éstos se mostraron ligeramente incrédulos o encontraron algo cómico en su inocultable ansiedad.
-¿Se trata de tu bolsa, Billy? -le dijo uno de ellos-. Pues bien, cósete ahí dentro, muchacho, y entonces sabrás de seguro que nadie se meterá con ella.
Ahora bien, había a bordo un veterano quien, debido a que sus años empezaban a descalificarlo para un trabajo más activo, había sido recientemente destinado al palo mayor durante su turno de guardia, velando por- los aparejos amarrados a la barandilla que rodeaba la gran verga cerca de cubierta. En los ratos libres el encargado de la cofa había trabado cierta amistad con él y ahora, en medio de su problema, se le ocurrió que podría ser el tipo de persona adecuada para acudir por un sabio consejo. Era un viejo danés naturalizado inglés en el servicio, de pocas palabras, muchas arrugas y algunas cicatrices honorables. Su cara marchita, transformada por el tiempo y las tormentas en una especie de pergamino, tenía aquí y allá unas manchitas azules causadas en batalla por una explosión casual de una carga.
Era un hombre del Agamenón; unos dos años antes de la época de esta historia había servido bajo Nelson, a la sazón todavía capitán de ese barco inmortal en la memoria naval, el que desmantelado y en parte desguazado hasta sus costillas desnudas aparece como un gran esqueleto en el aguafuerte de Haden. Había formado parte del grupo de abordaje del Agamenón y en él había recibido un tajo que partía oblicuo de la sien hasta llegar a la mejilla, el que le había dejado una cicatriz pálida y larga como una faja de luz alboreal que cayera sobre el rostro oscuro. Era debido a esa cicatriz y a la acción en que la había recibido, así como por su cutis salpicado de pecas azules que el danés era conocido entre la tripulación del Bellipotent por el nombre de "Abórdalo en el humo".
Ahora bien, la primera vez que sus pequeños ojos de comadreja se posaron en Billy Budd, una cierta alegría torva puso todas sus vetustas arrugas en bufonesca función. ¿Fue acaso porque aquella excéntrica y no sentimental vieja sapiencia suya, primitiva a su manera, vio o creyó ver algo que en contraste con el ambiente del navío resultaba extrañamente incongruente en el Marinero Apuesto? Pero después de estudiarlo ocultamente a intervalos, la vieja alegría equívoca de Merlin fue modificada, porque ahora, cuando el dueto se encontraba, en su cara se ponía en marcha una especie de mirada socarrona, pero era sin embargo sólo por un momento, y a veces reemplazada por una expresión de esa especulativa duda en que puede caer una naturaleza como ésa, inmersa en un mundo no exento de trampas y contra cuyas sutilezas el simple coraje, carente de experiencia y dirección -y sin ningún toque de defensiva fealdad- es de poca utilidad, y donde esa inocencia que el hombre es capaz de tener, en una emergencia moral, no siempre agudiza las facultades o ilumina la voluntad."

Herman Melville
Billy Budd



"Las montañas y el interior presentan a la vista sólo parajes aislados y silenciosos, desprovistos de rugidos de animales de presa y animados por escasas muestras de pequeños seres."

Hermann Melville


"Los buitres del mar, en la piadosa mañana, y los tiburones, todos de riguroso negro. En vida, pocos de ellos habrían ayudado a la ballena si por ventura ésta los hubiera necesitado, pero al banquete de su funeral acuden todos."

Hermann Melville



"No es raro que el hombre a quien contradicen de una manera insólita e irrazonable bruscamente descrea de su convicción más elemental. Empieza a vislumbrar vagamente que, por extraordinario que parezca, toda la justicia y toda la razón están del otro lado; si hay testigos imparciales, se vuelve a ellos para que de algún modo lo refuercen."

Hermann Melville


"No está marcada en ningún mapa: los sitios de verdad no lo están nunca."

Hermann Melville



"No hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres."

Hermann Melville


"No se lo que puede llegar, pero sea lo que sea, iré hacia ello riéndome."

Hermann Melville
Moby Dik


"No tengo objeciones contra la religión de nadie, sea cual sea, mientras esa persona no mate ni insulte a ninguna otra persona porque ésta no cree también lo mismo."

Hermann Melville



"No ve el cielo negro y el mar encolerizado, no nota las tablas agitadas, y bien poco escucha ni atiende al lejano rumor de la poderosa ballena, que ya, con la boca abierta, surca el mar persiguiéndole."

Hermann Melville



"Nuestras almas son como esos huérfanos cuyas madres solteras murieron al parirles: el secreto de nuestra paternidad yace en su tumba, y tenemos que ir a ella para saberlo."

Hermann Melville


"Nuestro barco se había rendido a toda especie de juergas y perversiones. No se interpuso la más tenue barrera entre las profanas pasiones de la tripulación y el ilimitado placer de ellas."

Hermann Melville


“Permítanos hablar, aunque mostremos todos nuestros defectos y debilidades: porque ser consciente de ello y no esconderlo es una señal de fortaleza.” 

Hermann Melville


"(...) Pero la guerra es dolor, y el odio es sufrimiento."

Hermann Melville



"(...) Pero parecía solo, absolutamente solo en el universo. Algo como un despojo en mitad del océano Atlántico."

Hermann Melville



"... pero si domináis al tiburón que hay en vosotros, entonces seréis ángeles. Porque los ángeles no son otra cosa que tiburones dominados."

Hermann Melville
Tomada del libro de Richard Tarnas Cosmos y Psique


"Pero un verdadero oficial militar es, en cierto sentido, como un monje. Este no cumplirá sus votos de obediencia monástica con más abnegación que aquél sus votos de lealtad al deber militar."

Hermann Melville




"¡Pobre barco! Su propia apariencia refleja sus deseos; ¡En qué deplorables condiciones se encuentra!"

Hermann Melville



"Por alguna curiosa fatalidad, así como se nota a menudo de los filibusteros de ciudad que siempre acampan en torno a los palacios de justicia, igualmente, caballeros, los pecadores suelen abundar en las cercanías más sagradas."

Hermann Melville




"Por qué los antiguos persas consideraban sagrado el mar? ¿Por qué los griegos le concedieron una divinidad aparte, un hermano del propio Júpiter? Cierto es que todo ello no carece de significado. Y aún más profundo es el significado de aquella historia de Narciso, que, por no poder aferrar la dulce imagen atormentadora que veía en la fuente, se sumergió en ella y se ahogó. pero esa misma imagen la podemos ver en todos los ríos y océanos. Es la imagen del inaferrable fantasma de la vida, y esa es la clave de todo."

Hermann Melville
Moby Dik


"Puesto que la envidia anida en el corazón, no en el cerebro, ningún grado de inteligencia ofrece garantía contra ella."

Hermann Melville
Moby Dik




"¿Quién en el arco iris puede trazar la línea donde termina el violeta y comienza el anaranjado? Vemos claramente la diferencia de colores, pero ¿Dónde, exactamente, se confunde el primero con el segundo? Lo mismo sucede con la salud mental y la locura."

Hermann Melville


“Se tiembla al pensar lo misteriosa que es el alma que no reconoce ninguna jurisdicción humana y que, a pesar del inocente y del individuo, continúa teniendo horrendos sueños y continúa murmurando irrepetibles pensamientos.” 

Hermann Melville


"Sea de día o de noche, dormido o despierto, tengo costumbre de mantener siempre cerrados los ojos, para concentrar más el deleite de estar en la cama. Porque ningún hombre puede sentir bien su propia identidad si no es con los ojos cerrados."

Hermann Melville




"Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano."

Hermann Melville


"Si, como todo el mundo sabe, la meditación y el agua están casados para siempre."

Hermann Melville
Moby Dik





"Siéntate como un sultán entre las lunas de Saturno."

Hermann Melville
Moby Dik





"Sólo cuando un hombre ha sido vencido puede descubrirse su verdadera grandeza." 

Hermann Melville


"Tanto por cambiar de escenario como para complacerse en observar la aproximación de la lancha ballenera, salvó las mesas de guarnición y subió hasta la galería de estribor. Esos balcones de aspecto veneciano, ya antes mencionados, constituían retiros aislados de la cubierta. Cuando pisó su pie los musgos marinos, medio húmedos, medio secos, que tapizaban el sitio, y recibió en su mejilla un soplo de brisa solitaria, fantasmal airecillo sin heraldo ni escolta, advirtiendo con la vista la fila de pequeñas portas redondas, todas cerradas con rodelas de cobre como los ojos de los difuntos en sus féretros, la puerta de la cámara antes comunicada con la galería (adonde iban a abrirse las portas antaño) y ahora calafateada y tan sólidamente sujeta como la tapa de un sarcófago, con el panel, el umbral y las jambas barnizadas con un alquitrán negro purpúreo; cuando evocó los tiempos en que en esa cámara y encima de su balcón habrían resonado las voces de los oficiales del rey de España, mientras las hijas de los virreyes de Lima permanecían como asomadas tal vez en aquel mismo lugar donde ahora se encontraba; cuando esas y otras imágenes flotaban en su mente, igual que la ráfaga en el aire tranquilo, sintió crecer en él esa inquietud ensoñada que un hombre solo en la pradera comienza a experimentar frente a la inmovilidad del mediodía.
Se apoyó en la balaustrada esculpida, volviendo de nuevo la vista hacia la ballenera, pero sus ojos advirtieron entonces la cinta de yerbas marinas que se movía a lo largo de la línea de flotación del navío, tan rígida como el reborde de un arriate, y sobre los parterres de algas, cuyos grandes óvalos o medias lunas flotaban acá y allá, separados por largas avenidas solemnes que traspasaban las terrazas de las olas y se encorvaban como para conducir hasta grutas ocultas. Dominando todo aquel panorama, la balaustrada en que se apoyaba su brazo, a intervalos manchada de pez y otras veces realzada por el musgo, parecía como el vestigio carbonizado de un cenador emplazado en un espléndido parque abandonado desde mucho antes a su propia ruina.
A fuerza de intentar romper un encantamiento, otra vez se encontraba como hechizado. Por más que viajara por el ancho mar, tenía la impresión de hallarse en algún lugar muy distante, tierra adentro, como prisionero en un castillo abandonado desde el que su mirada avizorara regiones desiertas y rutas indeterminadas que ningún vehículo, ningún transeúnte animaba con su sola presencia.
Sin embargo, estos encantamientos se disiparon en una mínima parte cuando su mirada tropezó en las oxidadas mesas de guarnición. De estilo arcaico, con sus eslabones, argollas y pernos macizos y enmohecidos, parecían todavía más conformes con la actual función que el barco desempeñaba, que con la que en un principio les había sido señalada.
En aquel instante creyó ver que alguna cosa se movía cerca de las cadenas. Se restregó los ojos y miró con fijeza. En la jungla de aparejos que las rodeaban, observó, oculto detrás de un gran obenque como un indio al acecho tras un nogal de América, a un marinero español con un pasador en la mano. El hombre hizo un amago de querer dirigirse hacia el balcón aquel, pero seguidamente, igual que si lo hubiera alarmado un rumor de pasos sobre la cubierta, se esfumó en las profundidades de la selva de cáñamo, cual un cazador furtivo.
¿Qué quería significar aquello? El hombre había intentado comunicarle alguna cosa sin que nadie pudiera advertirlo, ni siquiera su propio capitán. ¿Sería tal vez desfavorable para don Benito aquel secreto? ¿Iban a confirmarse sus primeras sospechas? ¿O bien, en su inquietud actual, interpretaba como un gesto significativo lo que quizá no había sido más que un movimiento del todo involuntario exigido por la tarea que aquel individuo estaba realizando?
No sin desconcierto, volvió a buscar con la mirada la ballenera, pero la descubrió momentáneamente oculta por un saliente rocoso de la isla. Al inclinarse hacia delante con cierto ímpetu, acechando el instante en que otra vez apareciera su proa, la balaustrada cedió bajo su peso lo mismo que carbón de leña. De no haberse cogido a una jarcia puesta a su alcance, hubiera caído al mar. El crujido, aunque débil, y la caída, más bien sorda, de los trozos podridos, debían de haberse oído. Alzó la vista. Uno de los viejos de la estopa, que se había deslizado desde su lugar hasta un botalón de popa, lo contemplaba desde su altura con una moderada curiosidad, mientras que por debajo del viejo negro, e invisible a sus ojos, aparecía de nuevo el marinero español, el cual, situado en una porta, echaba una mirada inquisitiva igual que un zorro desde el orificio de su madriguera. Cierto matiz en la expresión del hombre suscitó de pronto en el capitán Delano la idea insensata de que la indisposición alegada por don Benito, al retirarse de la cubierta, sólo era un pretexto, que este último estaba proyectando algún complot del que había tenido noticia el marinero y contra el cual trataba éste de poner en guardia al forastero, tal vez en señal de gratitud por alguna benévola expresión del americano pronunciada al subir a bordo. ¿Era para prevenir una intervención de tal suerte, por lo que don Benito había dado antes tan malos informes sobre sus marineros, a la vez que enaltecía a los negros, siendo así que los primeros parecían en verdad tan dóciles como éstos, los negros, se mostraban tan turbulentos? Además, los blancos eran por naturaleza los más agudos. Cualquier hombre que tramara algún proyecto maligno, ¿no se sentiría naturalmente inducido a elogiar una estupidez incapaz de intuir su propia depravación y a denigrar una inteligencia demasiado perspicaz para no advertirla? Tal vez no fuera improbable esto. Pero, si los blancos tenían conocimiento de las fechorías secretas que corrían a cuenta de don Benito, ¿podría estar éste entonces en convivencia con los negros? No, pues parecían éstos demasiado estúpidos. Aparte de esto, ¿quién ha oído hablar en alguna ocasión de un blanco tan renegado que se aliara con los negros para combatir su propia raza? Estos enigmas le recordaron las dudas que había tenido antes. Perdido en medio de su laberinto, el capitán Delano, que otra vez había ganado la cubierta, avanzaba sobre las planchas con paso intranquilo, cuando observó un nuevo rostro, el de un viejo marinero sentado, con los piernas entrecruzadas, junto a la escotilla mayor. Tenía la piel surcada de arrugas como la bolsa vacía de un pelícano, ensortijado el pelo, grave y serio el continente. Sus manos estaban llenas de jarcias, con las que formaba un gran nudo, y varios negros lo rodeaban, sumergiendo aquí y allá, dócilmente, los cordones según lo exigiera aquella labor."

Herman Melville
Benito Cereno


“Todo lo referente  la guerra es una bofetada al buen sentido.” 

Hermann Melville



"Todos los objetos visibles, hombre, son solamente máscaras de cartón piedra. Pero en cada acontecimiento (en el acto vivo, en lo que se hace sin dudar) alguna cosa desconocida, pero que sigue razonando, hace salir las formas de sus rasgos por detrás de la máscara que no razona."

Hermann Melville


“... un sereno en los muelles que contemplaba los fardos hasta el amanecer. Pasara lo que pasara, nunca sonreía; le llamabas y venía, no de mala gana, sino con modestia y actitud conciliadora: Paciente era, a nadie se negaba; y a menudo, secretos le inquietaban.”

Hermann Melville
Clarel



"Ya es tarde para hacer mejoras ahora. El universo está concluido; la clave está en su sitio, y se han llevado en carro los escombros hace un millón de años."

Hermann Melville
Moby Dik




"Yo no sé todo lo que podrá pasar, pero, sea lo que quiera, iré a ello riendo."

Hermann Melville



"Yo podía dar una limosna a su cuerpo; pero su cuerpo no le dolía; tenía el alma enferma, y yo no podía llegar a su alma."

Hermann Melville






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