Guía del autoestopista galáctico, Douglas Adams

 
En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la Espiral de la Galaxia, brilla un pequeño y despreciable sol amarillento. En su órbita, a una distancia aproximada de ciento cincuenta millones de kilómetros gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso, cuyos pobladores, descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los relojes digitales son de muy buen gusto. Ese planeta tiene o, mejor dicho, tenía el problema siguiente: la mayoría de sus habitantes eran desdichados durante casi todo el tiempo.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 2
 
 
A veces se apoderaban de él extraños estados de ánimo; se quedaba distraído, mirando al cielo como si estuviera hipnotizado, hasta que alguien le preguntaba qué estaba haciendo. Entonces parecía sentirse culpable durante un momento; luego se tranquilizaba y sonreía. —Pues buscaba algún platillo volante —solía contestar en broma, y todo el mundo se echaba a reír y le preguntaba qué clase de platillos volantes andaba buscando. —¡Verdes! —contestaba con una mueca perversa; lanzaba una carcajada estrepitosa y luego arrancaba de pronto hacia el bar más próximo, donde invitaba a una ronda a todo el mundo. Esas noches solían acabar mal. Ford se ponía ciego de whisky, se acurrucaba en un rincón con alguna chica y le explicaba con frases inconexas que en realidad no importaba tanto el color de los platillos volantes.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 11
 
 
La Guía del autoestopista galáctico también menciona el alcohol. Dice que la mejor bebida que existe es el detonador gargárico pangaláctico. Dice que el efecto producido por una copa de detonador gargárico pangaláctico es como que le aplasten a uno los sesos con una raja de limón doblada alrededor de un gran lingote de oro.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 18
 
 
Aquel jueves en particular, una cosa se movía silenciosamente por la ionosfera a muchos kilómetros por encima de la superficie del planeta; varias cosas, en realidad, unas cuantas docenas de enormes cosas en forma de gruesas rebanadas amarillas, tan grandes como edificios de oficinas y silenciosas como pájaros. Planeaban con desenvoltura, calentándose con los rayos electromagnéticos de la estrella Sol, esperando su oportunidad, agrupándose, preparándose.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 22
 
 
Prostetnic Vogon Jeltz no era agradable a la vista, ni siquiera para otros vogones. Su nariz respingada se alzaba muy por encima de su pequeña frente de cochinillo. Su elástica piel de color verde oscuro era lo bastante gruesa como para permitirle jugar a la Política de administración pública de los vogones y hacerlo bien; y era lo suficientemente impermeable como para que pudiera sobrevivir indefinidamente en el mar hasta una profundidad de trescientos metros sin que ello le produjera efectos nocivos.
 
No es que fuese alguna vez a nadar, por supuesto. Sus múltiples ocupaciones no se lo permitían. Era así porque hacía billones de años, cuando los vogones salieron de los primitivos mares estancados de Vogosfera y se tumbaron jadeantes y sin aliento en las costas vírgenes del planeta…, cuando los primeros rayos del brillante y joven vogosol los iluminaron aquella mañana, fue como si las fuerzas de la evolución los hubieran abandonado allí mismo, volviéndoles la espalda disgustadas y olvidándolos como a un error repugnante y lamentable. No volvieron a evolucionar: no debieron haber sobrevivido.
 
El hecho de que sobrevivieran es una especie de tributo a la obstinación, a la fuerte voluntad, a la deformación cerebral de tales criaturas. ¿Evolución?, se dijeron a sí mismos. ¿Quién la necesita? Y lo que la naturaleza se negó a hacer por ellos lo hicieron por sí mismos hasta el momento en que pudieron rectificar las groseras inconveniencias anatómicas por medio de la cirugía.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 39
 
 
Trataron de adquirir conocimientos, intentaron alcanzar estilo y elegancia social, pero en muchos aspectos los vogones modernos se diferenciaban poco de sus ancestros primitivos.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 41
 
 
Los dentrassis son una tribu indisciplinable de gourmands, un grupo revoltoso pero simpático que los vogones habían contratado recientemente como cocineros y camareros en sus largas flotas de carga, con la estricta condición de que se ocuparan de sus propios asuntos.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 41
 
 
Una de las cosas que a Ford Prefect le había costado más trabajo entender de los humanos era su costumbre de repetir y manifestar continuamente lo que era a todas luces muy evidente; como: Hace buen día, Es usted muy alto o ¡Válgame Dios!, parece que te has caído a un pozo de treinta pies de profundidad, ¿estás bien? Al principio, Ford elaboró una teoría para explicarse esa conducta extraña. Si los seres humanos no dejan de hacer ejercicio con los labios, pensó, es probable que la boca se les quede agarrotada. Tras unos meses de meditación y de observación, rechazó aquella teoría en favor de una nueva. Si no continúan haciendo ejercicio con los labios, pensó, su cerebro empieza a funcionar. Al cabo de un tiempo la abandonó, considerando que era embarazosamente cínica, y decidió que después de todo le gustaban mucho los seres humanos, pero siempre le preocupó extremadamente la tremenda cantidad de cosas que desconocían.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 42
 
 
—Bueno, es una nave de trabajo, ¿comprendes? —explicó Ford—. Aquí es donde duermen los dentrassis.
—Creí que habías dicho que se llamaban vogones o algo así.
—Sí —dijo Ford—, los vogones manejan la nave y los dentrassis son los cocineros; ellos fueron quienes nos dejaron subir a bordo.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 45
 
 
Ford tendió el libro a Arthur. —¿Qué es esto? —preguntó Arthur.
—La Guía del autoestopista galáctico. Es una especie de libro electrónico. Te dice todo lo que necesitas saber sobre cualquier cosa. Es su cometido.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 45
 
 
En la pantalla destellaron en letras verdes las palabras Flotas Constructoras Vogonas. Ford apretó un ancho botón rojo en la parte inferior de la pantalla y las palabras empezaron a serpentear por su superficie. Al mismo tiempo, el libro comenzó a recitar el artículo con voz tranquila y medida. Esto es lo que dijo el libro: «Flotas Constructoras Vogonas. Esto es lo que tiene que hacer si quiere que le lleve un vogón: olvidarlo. Son una de las razas más desagradables de la Galaxia; no son realmente crueles, pero tienen mal carácter, son burocráticos, entrometidos e insensibles. Ni siquiera moverían un dedo para salvar a su abuela de la Voraz Bestia Bugblatter de Traal, a menos que recibieran órdenes firmadas por triplicado, acusaran recibo, volvieran a enviarlas, hicieran averiguaciones, las perdieran, las encontraran, las sometieran a investigación pública, las perdieran de nuevo y finalmente las enterraran bajo suave turba para luego aprovecharlas como papel para encender la chimenea. »El mejor medio para que un vogón invite a una copa es meterle un dedo en la garganta, y la mejor manera de hacerle enfadar es entregar a su abuela a la Voraz Bestia Bugblatter de Traal para que se la coma. »De ninguna manera deje que un vogón le lea poesía».
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 46
 
 
—Es maravilloso —dijo, frunciendo el ceño y mirando a otro colchón. —
—Lamentablemente, me he quedado en la Tierra mucho más tiempo del que pretendía —dijo Ford—. Fui por una semana y me quedé quince años.
—Pero ¿cómo fuiste a parar allí?
—Fácil, me llevó un pesado.
—¿Un pesado?
—Sí.
—¿Y qué es…?
—¿Un pesado? Los pesados suelen ser niños ricos sin nada que hacer. Van por ahí, buscando planetas que aún no hayan hecho contacto interestelar y les anuncian su llegada.
—¿Les anuncian su llegada? —Arthur empezó a sospechar que Ford disfrutaba haciéndole la vida imposible.
—Sí —contestó Ford—, les anuncian su llegada. Buscan un lugar aislado donde no haya mucha gente, aterrizan junto a algún pobrecillo inocente a quien nadie va a creer jamás, y luego se pavonean delante de él llevando unas estúpidas antenas en la cabeza y haciendo ¡bip!, ¡bip!, ¡bip! Realmente es algo muy infantil.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 47
 
 
 
El vogón empezó a leer un hediondo pasaje de su propia invención.
—¡Oh!, irrinquieta gruflebugle… —comenzó a relatar. Los espasmos empezaron a atormentar el cuerpo de Ford: era peor de lo que había imaginado.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 56
 
 
 
—¡No quiero morir todavía! —gritó—. ¡Aún me duele la cabeza, estaré de mal humor y no lo disfrutaré!
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 59
 
 
—¿Sabes una cosa? —le dijo Arthur—; en ocasiones como ésta, cuando estoy atrapado en una escotilla neumática vogona con un habitante de Betelgeuse y a punto de morir asfixiado en el espacio profundo, realmente desearía haber escuchado lo que me decía mi madre cuando era joven.
—¡Vaya! ¿Y qué te decía? —No lo sé; no la escuchaba.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 65
 
 
La verdad pura y simple es que las distancias interestelares no caben en la imaginación humana.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 67
 
 
—¡Arthur! —exclamó—. ¡Esto es fantástico! ¡Nos ha recogido una nave propulsada por la Energía de la Improbabilidad infinita! ¡Es increíble! ¡Ya había oído rumores sobre eso! ¡Todos fueron desmentidos oficialmente, pero deben haberlo conseguido! ¡Han logrado la Energía de la Improbabilidad! Arthur, esto es… ¿Arthur? ¿Qué ocurre?
Arthur se había echado contra la puerta del cubículo tratando de mantenerla cerrada, pero no ajustaba bien. Pequeñas manitas peludas con los dedos manchados de tinta se colaban por las grietas; débiles vocecitas parloteaban locamente.
Arthur alzó la vista.
—¡Ford! —Exclamó—. Afuera hay un número infinito de monos que quieren hablarnos de un guion de Hamlet que han elaborado ellos mismos.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 73
 
 
—De todos modos —concluyó Trillian, volviendo a los mandos—, yo no los he recogido.
—¿Qué quieres decir? ¿Quién lo ha hecho, entonces?
—La nave.
—¿Qué?
—Los ha recogido la nave. Ella sola.
—¿Cómo?
—Mientras estábamos con la Energía de la Improbabilidad.
—Pero eso es increíble.
—No, Zaphod; sólo muy, muy improbable.
—Ah, claro
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 77
 
 
Una de las mayores dificultades que Trillian experimentaba en sus relaciones con Zaphod consistía en saber cuándo fingía ser estúpido para pillar desprevenida a la gente, cuándo pretendía serlo porque no quería molestarse en pensar y deseaba que otro lo hiciera por él, cuándo simulaba ser atrozmente estúpido para ocultar el hecho de que en realidad no entendía lo que pasaba, y cuándo era verdadera y auténticamente estúpido. Tenía fama de ser asombrosamente inteligente, y estaba claro que lo era; pero no siempre, lo que evidentemente le preocupaba, y por eso fingía. Prefería confundir a la gente a que le despreciaran. Para Trillian eso era lo más estúpido, pero ya no se molestaba en discutirlo.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 85
 
 
Hace mucho, entre la niebla de los tiempos pasados, durante los grandes y gloriosos días del antiguo Imperio Galáctico, la vida era turbulenta, rica y ampliamente libre de impuestos.
Naves poderosas trenzaban su camino entre soles exóticos, buscando aventuras y recompensas por las partes más recónditas del espacio galáctico. En aquella época, los espíritus eran valientes, los premios eran altos, los hombres eran hombres de verdad, las mujeres eran mujeres de verdad, y las pequeñas criaturas peludas de Alfa Centauro eran verdaderas pequeñas criaturas peludas de Alfa Centauro. Y todos se atrevían a enfrentarse con terrores desconocidos, a realizar hazañas importantes, a dividir audazmente infinitivos que nadie había dividido antes; y así fue como se forjó el Imperio.
Desde luego, muchos hombres se hicieron sumamente ricos, pero eso era algo natural de lo que no había que avergonzarse, porque nadie era verdaderamente pobre, al menos nadie que valiera la pena mencionar. Y para todos los mercaderes más ricos y prósperos, la vida se hizo bastante aburrida y mezquina y empezaron a imaginar que, en consecuencia, la culpa era de los mundos en que se habían establecido; ninguno de ellos era plenamente satisfactorio: o el clima no era lo bastante adecuado en la última parte de la tarde, o el día duraba media hora de más, o el mar tenía precisamente el matiz rosa incorrecto.
Y así se crearon las condiciones para una nueva y asombrosa industria especializada: la construcción por encargo de planetas de lujo. La sede de tal industria era el planeta Magrathea, donde ingenieros hiperespaciales aspiraban materia por agujeros blancos del espacio para convertirla en planetas soñados: planetas de oro, planetas de platino, planetas de goma blanda con muchos terremotos; todos encantadoramente construidos para que cumplieran con las normas exactas de los hombres más ricos de la Galaxia.
Pero tanto éxito tuvo esa aventura, que Magrathea pronto llegó a ser el planeta más rico de todos los tiempos y el resto de la Galaxia quedó reducido a la pobreza más abyecta. Y así se quebró la organización social, se derrumbó el Imperio y un largo y lóbrego silencio cayó sobre mil millones de mundos hambrientos, únicamente turbado por el garabateo de las plumas de los eruditos mientras trabajaban hasta entrada la noche en pulcros tratados sobre el valor de la planificación en la política económica.
Magrathea desapareció, y su recuerdo pronto pasó a la oscuridad de la leyenda.
En estos tiempos ilustrados, por supuesto que nadie cree una palabra de ello.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 97
 
 
Todo eso de Magrathea eran camelos para niños. ¿Es que no bastaba ver la belleza de un jardín, sin tener que creer por ello que estaba habitado por las hadas?
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 101
 
 
El planeta en cuestión es efectivamente el legendario Magrathea.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 103
 
 
» No importa porque, oye, es tan emocionante tener tanto que descubrir, tanto que esperar, que casi me aturde la impaciencia.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 114
 
 
 
Mucha gente ha imaginado que, si supiéramos exactamente lo que pensó el tiesto de petunias, conoceríamos mucho más de la naturaleza del universo de lo que sabemos ahora.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 114
 
 
—Lo robé para buscar un montón de cosas.
—¿Un montón de cosas? —repitió Ford, sorprendido—. ¿Como cuáles?
—No lo sé.
—¿Cómo?
—No sé lo que estoy buscando.
—¿Por qué no?
—Porque… porque…, porque si lo supiera, creo que no sería capaz de buscarlas
—Pero ¡qué dices! ¿Estás loco?
—Es una posibilidad que no he desechado —dijo Zaphod en voz baja—. De mí mismo sólo sé lo que mi inteligencia puede averiguar bajo condiciones normales. Y las condiciones normales no son buenas.
 
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 121
 
 
Sabes que construíamos planetas, ¿verdad? —Pues sí —contestó Arthur—, en cierto modo me lo había figurado… —Un oficio fascinante —dijo el anciano con una expresión de nostalgia en los ojos—; hacer la línea de la costa siempre era mi parte favorita. Solía divertirme enormemente dibujando los pequeños detalles de los fiordos…
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 128
 
 
Magrathea despierta.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 130
 
 
Es un hecho importante y conocido que las cosas no siempre son lo que parecen. Por ejemplo, en el planeta Tierra el hombre siempre supuso que era más inteligente que los delfines porque había producido muchas cosas —la rueda, Nueva York, las guerras, etcétera—, mientras que los delfines lo único que habían hecho consistía en juguetear en el agua y divertirse. Pero a la inversa, los delfines siempre creyeron que eran mucho más inteligentes que el hombre, precisamente por las mismas razones.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 131
 
 
El infinito tiene un aspecto plano y sin interés. Si se mira al cielo nocturno, se atisba el infinito: la distancia es incomprensible y, por tanto, carece de sentido.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 134
 
 
—La Tierra… —musitó Arthur.
—Bueno, en realidad es la Tierra número Dos —dijo alegremente Slartibartfast—. Estamos haciendo una reproducción de nuestra cianocopia original.
Hubo una pausa.
—¿Está tratando de decirme —inquirió Arthur con voz lenta y controlada— que ustedes… hicieron originalmente la Tierra?
—Claro que sí —dijo Slartibartfast—. ¿Has ido alguna vez a un sitio que… me parece que se llamaba Noruega?
—No —contestó Arthur—, no he ido nunca.
—Qué lástima —comentó Slartibartfast—, eso fue obra mía. Ganó un premio, ¿sabes? ¡Qué costas tan encantadoras y arrugadas! Lo sentí mucho al enterarme de su destrucción.
—¡Que lo sintió!
—Sí. Cinco minutos después no me habría importado tanto. Fue un error espantoso.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 135
 
 
—¡Yo no gasto ni una sola unidad de pensamiento en esos papanatas cibernéticos! —tronó—. ¡Yo sólo hablo del ordenador que me sucederá!
Fook estaba perdiendo la paciencia. Apartó a un lado la libreta de notas y murmuró:
—Me parece que la cosa se está poniendo innecesariamente mesiánica.
—Tú no sabes nada del tiempo futuro —sentenció Pensamiento Profundo—, pero con mi prolífico sistema de circuitos yo puedo navegar por las infinitas corrientes de las probabilidades futuras y ver que un día llegará un ordenador cuyos parámetros de funcionamiento no soy digno de calcular, pero que en definitiva será mi destino proyectar.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 141
 
 
—¡Oh, ordenador Pensamiento Profundo! La tarea para la que te hemos proyectado es la siguiente: Queremos que nos digas… —hizo una pausa— ¡la Respuesta!
—¿La Respuesta? —repitió Pensamiento Profundo—. ¿La Respuesta a qué?
—¡A la Vida! —le apremió Fook.
—¡Al Universo! —exclamó Lunkwill.
—¡A Todo! —dijeron ambos a coro.
Pensamiento Profundo hizo una breve pausa para reflexionar.
—Difícil —dijo al fin.
—Pero ¿puedes darla?
—Sí —dijo Pensamiento Profundo—, puedo darla.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 141
 
 
Según la ley, la Búsqueda de la Verdad Última es, con toda claridad, la prerrogativa inalienable de los obreros pensadores.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 144
 
 
—Lo único que quería decir —bramó el ordenador— es que en estos momentos mis circuitos están irrevocablemente ocupados en calcular la respuesta a la Pregunta Última de la Vida, del Universo y de Todo —hizo una pausa y se cercioró de que todos le atendían antes de proseguir en voz más baja—: Pero tardaré un poco en desarrollar el programa.
Fook miró impaciente su reloj.
—¿Cuánto? —preguntó.
—Siete millones y medio de años —contestó Pensamiento Profundo.
Lunkwill y Fook se miraron y parpadearon.
—¡Siete millones y medio de años…! —gritaron a coro.
—Sí —exclamó Pensamiento Profundo—, he dicho que tenía que pensarlo, ¿no es así? Y me parece que desarrollar un programa semejante puede crear una enorme cantidad de publicidad popular para toda el área de la filosofía en general. Todo el mundo elaborará sus propias teorías acerca de cuál será la respuesta que al fin daré, ¿y quién mejor que vosotros para capitalizar el mercado de los medios de comunicación? Mientras sigáis en desacuerdo violento entre vosotros y os destrocéis mutuamente en periódicos sensacionalistas, y en la medida en que dispongáis de agentes inteligentes, podréis continuar viviendo del cuento hasta que os muráis. ¿Qué os parece?
Los dos filósofos lo miraron boquiabiertos.
—¡Caray! —exclamó Majikthise—. ¡Eso es lo que yo llamo pensar! Oye, Vroomfondel, ¿por qué no hemos pensado nunca en eso?
—No lo sé —respondió Vroomfondel con un susurro reverente—, creo que nuestros cerebros deben estar sobreenterados, Majikthise.
Y diciendo esto, dieron media vuelta, salieron de la habitación y adoptaron un tren de vida que superó sus sueños más ambiciosos.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 144
 
 
En cuanto sepáis cuál es realmente la pregunta, sabréis cuál es la respuesta.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 151
 
 
—No hablo sino del ordenador que me sucederá —entonó Pensamiento Profundo, mientras su voz recobraba sus acostumbrados tonos declamatorios—. Un ordenador cuyos parámetros funcionales no soy digno de calcular; y sin embargo yo lo proyectaré para vosotros. Un ordenador que podrá calcular la Pregunta de la Respuesta Última, un ordenador de tan infinita y sutil complejidad, que la misma vida orgánica formará parte de su matriz funcional. ¡Y hasta vosotros adoptaréis formas nuevas para introduciros en el ordenador y conducir su programa de diez millones de años! ¡Sí! Os proyectaré ese ordenador. Y también le daré un nombre. Se llamará… la Tierra.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 152
 
 
… y los megaviones tenían que dotarse de los escudos defensivos más fantásticos conocidos por la ciencia galáctica. Eran naves enormes, realmente descomunales. Cuando entraban en la órbita de un planeta eclipsaban al sol.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 156
 
 
Pensamiento Profundo proyectó la Tierra, nosotros la construimos y vosotros la habitasteis.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 158
 
 
—Bueno, yo digo que  al idealismo,  a la dignidad de la investigación pura,  a la búsqueda de la verdad en todas sus formas, pero me temo que se llega a un punto en que se empieza a sospechar que si existe una verdad auténtica, es que toda la infinitud multidimensional del Universo está regida, casi sin lugar a dudas, por un hatajo de locos. Y si hay que elegir entre pasarse otros diez millones de años averiguándolo, y coger el dinero y salir corriendo, a mí me vendría bien hacer ejercicio —dijo Frankie.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 165
 
 
 
—¡Pero eso es una locura! —gritó Trillian—. ¡No haríais una cosa así!
—¡Claro que lo haríamos! —gritó el policía, y le preguntó a su compañero—: ¿Verdad?
—¡Pues claro que lo haríamos, sin duda! —respondió el otro.
—Pero ¿por qué? —preguntó Trillian.
—¡Porque hay cosas que deben hacerse, aunque se sea un policía liberal e ilustrado que lo sepa todo acerca de la sensibilidad y esas cosas!
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 172
 
 
En la nota había trazada una flecha que apuntaba a uno de los mandos. Decía: Probablemente, éste es el mejor botón para apretar.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 175
 
 
«La historia de todas las civilizaciones importantes de la galaxia tiende a pasar por tres etapas diferentes y reconocibles, las de Supervivencia, Indagación y Refinamiento, también conocidas por las fases del Cómo, del Por qué y del Dónde.
 
Douglas Adams
Guía del autoestopista galáctico, página 178
 
 
Al principio se creó el Universo. Eso hizo que se enfadara mucha gente, y la mayoría lo consideró un error. Muchas razas mantienen la creencia de que lo creó alguna especie de dios, aunque los jatravártidos de Viltvodle VI creen que todo el Universo surgió de un estornudo de la nariz de un ser llamado Gran Arklopoplético Verde.
 
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Guía del autoestopista galáctico, página 188
 
 

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