Joaquín Márquez

Breve viaje al sueño

Se muestra nebuloso —torpe niño de arena
concebido en la playa—.
Descubre otro dogal en otra dimensión.
Dejadle. Que otros abran las puertas de las calles.
Que nadie tome un trago de cerveza
hasta saber si nacerá varón
o tristeza de agua o vaso de alfarero.
Ya no encuentra los ojos que tenía.
¿Qué perro le ha comido la mirada?

¿Es seguro que el sueño
va a devolver un hombre?
Se marchó confiado.
No extrañó ese camino de cristales oscuros.
La idea, blandamente, la carne, despaciosa,
poco a poco alimentan
claridad de otro espacio. Podría derrumbarse
por una arquitectura vegetal,
por un plinto de garras sucesivas.
¿Un objeto es un sueño que no pudo volver?

Abierta la ventana de lo imposible,
una inquietud araña las hormigas
de la mente.
¿Podrá resistir otra noche
esa fría oleada,
lluvia de sensaciones insidiosas?
Hay que esperar paciente,
como cada mañana, que los ojos
vuelvan de nuevo a casa.

Oscuro entró. Ahora gris,
vuelve de un tiempo muerto
—el corazón o pez viscoso, irremediable,
se lo anuncia en el peso y en el fallo cardíaco—.
Ya le tallan las manos. Ya le pintan los ojos.
Ya preparan sus gestos para dejarlo al borde
de aquel naufragio antiguo.
Se despidió de la ciudad dormida
donde reposa el traje —sin condecoraciones—
que lo vistió de célula incolora.
El asombro señala en los relojes
su paso por la magia. Y vuelve.
Pudo llegar por la línea del ángel,
o por la más directa del gusano,
o quedar en el tren gastado de la nada.
Pero vuelve en el hombre.
A toda prisa
se arranca las ortigas de la noche
para que, todavía, no le crezcan. 

Joaquín Márquez



Quien inventó el amor

Quien inventó el amor,
creó desnudo el cuerpo
y dio al tacto semillas precursoras.
Imán
para los ojos. Eva lo supo a tiempo;
sólo puede ascender hasta los dioses
lo que perece. Nuca hubiera
servido a la pasión un cuerpo eterno.

Joaquín Márquez



Regreso

Abre los ojos.
Ya está de nuevo en casa
Una hilera de besos
hace guardia a la sombra del manzano
y una sonrisa grande
le ladra conociéndolo.
En la tierra
del jardín, donde antes florecían
los ojos de los niños,
aún le espera la última comunión del pequeño.
Y el jarrón más azul que la desgracia
está entero en el centro de la mesa,
ofreciendo su vientre de payaso
al aire.
Todo sigue en su sitio.
Pero el viajero no comprende.
Trata de entrar. Abre la puerta.
Y está saliendo siempre de su casa.










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