Minae Mizumura

"Afortunados los que creen que pueden volver a sus madres como última fuente de consuelo."

Minae Mizumura



"Creo que Japón fue afortunado por dos razones. Primero, su ubicación geográfica. Suficientemente cerca de China como para que en el pueblo se aprendiera a escribir relativamente temprano en la historia. Y suficientemente lejos como para no quedar engullido por su civilización. A esto debemos la existencia de una lengua vernácula. Algo parecido sucedió en relación con Occidente... Si Japón no hubiera puesto cierta barrera a la colonización de sus potencias, nuestra lengua no se habría desarrollado, no se habría enseñado en las universidades y probablemente estaría en un mero rango de jerga.... Lo notable es que desde 1887 hasta mediados de la década de 1910, Japón produjo quizá las más fascinantes obras desde la era Heian (cuando se escribió La historia de Genji), porque la lengua estaba en plena transformación. Novelas, diarios, ensayo, historias épicas, narraciones populares, diferentes formas de poesía y teatro. ¡No solo haikus, quiero decir! Pero es verdad, y me apena decirlo, hacia mediados de los setenta, cuando Japón se convirtió en uno de los países más ricos del mundo, su literatura ya estaba en plena declinación. La gente habla de la muerte de la literatura en todos lados, pero quizá sea más dramáticamente cierto en Japón que en otros lugares. La literatura se transformó en un producto más, predeterminado y consumido por las masas."

Minae Mizumura



"Creo que los que escribimos ficción hemos nacido para escribirla. Como usted señala, mi mundo interior y mis experiencias vitales están muy presentes en mi obra, pero para darles una expresión completa, ya que la creación de personajes y situaciones imaginarias son de suma importancia para mí. Me siento liberada de mí misma cuando escribo ficción. De hecho, la novela en la que estoy trabajando tiene un narrador en primera persona que es un estadounidense que vive en Japón y al que le hago hacer todo lo que yo no puedo hacer, incluso cosas como cortar leña."

Minae Mizumura



"En el Japón, antes de la llegada de la literatura europea, el romance entre un hombre y una mujer era apenas un tema más. El tema predominante era, sin duda, el de las cuatro estaciones. Llegó a ser tan ubicuo, no solo en la literatura sino en toda la cultura, que usualmente degeneró en un cliché. ¡El eterno cerezo deshojándose y floreciendo! ¡Puf! (Risas.) Sin embargo, en las raras ocasiones en que está bien ejecutado, creo que este leitmotiv, ofrece un campo extraordinariamente fecundo para la literatura. En el fondo, no habla más que de la muerte; no la muerte de los hombres, digo, sino de todos los seres vivos, incluso de los gusanos y las algas sin nombre... Solo una vez que el hombre ha descendido a ese estadio puede celebrar verdaderamente la vida. De hecho, en mi novela, la historia de amor esta entretejida con este motivo."

Minae Mizumura



"Escribir una novela por entregas es una tradición que importamos de Occidente a finales del siglo XIX y, curiosamente, la tradición ha sobrevivido. No sé por qué, pero a los escritores nos gusta porque nos proporciona unos ingresos constantes. Además, la presión para cumplir los plazos es constante, y se sabe que algunos escritores han muerto prematuramente a causa del estrés. Y si se escribe en un periódico, la historia debe llegar a un público masivo. No sólo tenía que tener unos cientos de páginas escritas de antemano, sino que también tenía que tener cuidado de no ofender a mis lectores -al menos, no demasiado-. No obstante, toda la emoción que conllevaba la tradición ha desaparecido, ahora que tenemos tantas otras formas de arte y entretenimiento."

Minae Mizumura



"Habían pasado cuatro o cinco años desde que mi familia dejara Japón porque mi padre había sido nombrado para ocupar un puesto en el extranjero. No obstante, y a pesar de que me avergonzaba, todavía no lograba armonizar con los Estados Unidos y con su idioma, el inglés. Aun cuando mi cuerpo acusaba la intensidad con que se sucedían las estaciones en New York —en verano el sol quemaba el césped y en invierno la nieve helaba mis pestañas—, los días pasaban sin que tuviera verdadera conciencia de estar viviendo en América.
Ahora, al recordar el pasado, comprendo que durante esos años viví simultáneamente en tres mundos diferentes.
El primero era el que compartía con mis compañeros norteamericanos del high-school. Solo mi cuerpo entraba y salía de ese mundo. Con un vestido sin mangas y sandalias o con un abrigo con capucha y botas de cuero de foca, dependiendo de la estación. Alrededor de las ocho de la mañana mi pequeña figura atravesaba la entrada de un edificio de ladrillos donde flameaba una bandera con bandas y estrellas. La misma silueta salía de ese edificio pasadas las tres de la tarde. Es todo lo que puedo contar de ese mundo. Había sido arrojada a un ambiente que no habría podido siquiera imaginar cuando vivía en Japón. En lugar de tratar de aceptarlo, cerré mi corazón con la obstinación propia de los adolescentes y simplemente dejé que los años pasaran.
El segundo mundo, por el contrario, existía solo en mi mente. Y así como mi sentido de la realidad —mi vida en los Estados Unidos— era pobre, mi mundo imaginario era rico, y lo fue cada vez más desde que mi madre comenzó a trabajar y mi hermana se fue a estudiar a otra ciudad. Cuando volvía del colegio tenía toda la casa para mí, desde el ático hasta el sótano. Me sentaba en uno de los extremos del sofá, flanqueado por un par de lámparas hechas con sendos jarrones de fina porcelana Satsuma, esmaltada con suaves colores de textura satinada. Al convertirme en japonófila había insistido para que mi madre las comprara en la tienda Takashimaya de Manhattan. Encendía una de esas lámparas y me sumergía en la lectura de antiguas novelas japonesas que mis padres habían incluido en el equipaje para sus hijas. Con Della —una obesa perra collie que habíamos traído de Japón— echada a mis pies, pasaba las páginas hasta que anochecía. Mi mente rebosaba de palabras japonesas impresas en sepia y en todo el cuerpo sentía la añoranza por un Japón en el que jamás había vivido. Día y noche soñaba con el momento en que finalmente regresaría a ese país, a un Japón que ya no existía. Por supuesto, en mi mente también había lugar para otras cosas, además de antiguas novelas japonesas. Por ejemplo, traducciones de novelas europeas —nunca supe quién las había traído y cuándo— en ediciones de bolsillo con páginas amarillentas.
Frente a la estación de tren había dos cines, con muy poco público, donde veía películas en Technicolor que nunca comprendía del todo, debido a mi dudoso dominio del inglés. En ocasiones, nos vestíamos con nuestras mejores galas y mi madre nos llevaba en auto al Metropolitan Opera House para ver ópera y ballet. También solía escuchar algún long play con nostálgicas melodías que mi padre traía de Japón cuando viajaba por asuntos de trabajo, y grabaciones en cuarenta y cinco revoluciones de canciones populares japonesas que otros viajeros nos traían de regalo. Los fines de semana, cuando mis padres estaban en casa, me encerraba en mi pequeño dormitorio y dejaba que mi mente vagara durante horas por ese mundo."

Minae Mizumura
Una novela real


"La situación de la mujer ha cambiado muchísimo. Cualquier viajero occidental se sorprendería al descubrir lo liberales que son las mujeres japonesas. Muchas mujeres trabajan y tienen una amplia gama de opciones que involucran grandes cambios en la vida privada. Una mujer puede casarse con quien quiere. Es más, puede no casarse, no tener hijos, divorciarse incluso si tiene hijos: son alternativas socialmente aceptables. Tener hijos fuera del matrimonio es todavía bastante raro en comparación con lo que sucede en países occidentales, a pesar de que el sexo premarital es más norma que excepción. Por supuesto, todavía las mujeres encuentran barreras de género si tienen ambiciones y buscan posiciones de mando. Pero para mí el punto central es otro. Antes había un conflicto entre lo que una quería hacer con su vida y lo que la sociedad ordenaba. Ahora cualquier joven puede seguir libremente su deseo; sin embargo, el modo en que ha de seguir ese deseo está bajo el mandato de una cultura de masas cada vez más poderosa, a tal punto que termina haciendo cosas sumamente ridículas, que son las que el mercado quiere..."

Minae Mizumura



"Quizá les interese saber que, en el Japón premoderno, cualquier tipo de narración era considerado femenino. No porque fueran mujeres quienes escribían las historias, sino porque estaban escritas en la lengua vernácula, en la lengua japonesa. Todos los textos de prestigio -los documentos oficiales, los estudios religiosos, los tratados escolásticos- se escribían en chino. Y se consideraban masculinos. Ninguna mujer escribía en chino, salvo un número extremadamente pequeño de oscuras mujeres poetas. Esta estructura bipolar desapareció en el Japón moderno. Escribir en la lengua vernácula se volvió la norma y escribir novelas en japonés, una actividad prestigiosa. Pero como sucede con toda actividad prestigiosa, las mujeres no fueron bienvenidas ni apreciadas. Muy pocas persistieron y a ninguna se le dio demasiado crédito... Hoy, ese prejuicio patriarcal ya casi no existe, pero tampoco en este sentido hay mucho que festejar. Es el mismo acto de escribir novelas lo que ya no se valora."

Minae Mizumura






















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