Teru Miyamoto

"Después de pasar casi dos horas sentados en la roca, decidimos volver al hostal. Cogimos el ascensor que bajaba al estanque de Dokko y de nuevo llegamos al embarcadero de las góndolas. Esta vez solo íbamos los dos a bordo, de modo que me quedé contemplando de nuevo las hojas de los árboles, cuyo colorido otoñal había alcanzado todo su esplendor. la montaña no estaba enteramente cubierta de follaje carmesí; a los lados de la góndola se veían manchas de un rojo subido salpicadas del verde de los árboles de hoja perenne, otros de color pardo y unos parecidos a ginkgos de hojas doradas. Estos otros colores hacían que las hojas resaltaran aún más, como si estuvieran ardiendo...
[...]
Mientras daba sorbitos al café, con la palabra muerte oculta en algún lugar de mi mente, por primera vez escuché a Mozart en serio. Era la primera vez en mi vida que escuchaba una pieza musical con tanta seriedad y ensimismamiento. Lo que hasta entonces había sido una sinfonía como otra cualquiera, empezó a parecerme una melodía exquisita e incomparable y, al mismo tiempo, un misterioso estribillo, que aludía a un mundo desesperadamente evanescente. ¿Cómo pudo haber creado una melodía tan hermosa un joven de unos treinta años hacía doscientos años? ¿Cómo fue capaz de transmitir de un modo tan convincente, sin usar palabras, la coexistencia de la tristeza y la alegría? Sumida en tales pensamientos, me quedé mirando por la ventana los nuevos brotes de los cerezos que ocupaban las aceras. Evocando fantasiosamente el aspecto y la expresión de Yukako me rendí a los envolventes acordes de la sinfonía de Mozart.
[...]
Meditando sobre su similitud con grandes llamaradas que brotaran de pequeñas grietas, en medio del inagotable surtido de matices, me quedé mirando atentamente y en silencio la coloración de esos frondosos árboles. De repente, me pareció como si mirara algo temible. En mi cabeza se agolpó una multitud de pensamientos diferentes. Puede parecer exagerado, pero lo que sin duda me llevaría horas expresar con palabras me venía como un fogonazo a la mente cada vez que una mancha de hojas atravesaba mi campo visual. Probablemente te rías de mis habituales ensoñaciones, pero me sentí intoxicada por el intenso resplandor de las hojas otoñales, hasta el punto de que percibí en ellas algo amenazante, como si de la fría hoja de un cuchillo se tratara."

Teru Miyamoto
Kinshu



"¿Para qué trabajo? ¿Para qué cómo? ¿Para qué habré estado escribiendo cientos de poemas desmañados? Solo con bondad no se consigue nada. No hay más que ver esta modesta habitación que tengo alquilada en el primer piso de la tienda Wakana, que es como si fuera una casa abandonada. La forma de ordenar los libros, el método de colocar los cacharros de la cocina, la disposición de la vajilla en la alacena... todo eso está muy bien. Es el vivo ejemplo de la miseria bien ordenada. Precisamente es un símbolo de mí mismo, que carezco del más mínimo espíritu de aventura, y que vivo para cumplir las normas sociales sin destacar en nada. Me refugio en un pequeño nido, observo a los demás por una mirilla y solo abro ligeramente la puerta por temor a que sean intrusos. Y mientras eso sea así, no seré capaz de avanzar ni un solo paso. Tengo que avanzar. Soy un ser humano, de modo que tengo que avanzar."

Teru Miyamoto
Gente de la calle de los sueños












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