Pedro Montengón

Aquella feliz vida,
Que llevaron los hombres en el suelo,
Quando no pervertida
Del ambicioso anhelo,
Reynaba sólo entre la inocencia,
Sin guerrera pendencia,
Sin oro, o distinción, que la excitase.
Dicen que sólo ha sido
Dulce ilusión, con que consolase
El ánimo afligido:
Parto de fantasía enamorada,
En que sólo existió la Edad Dorada.

Pedro Montengón



No es como antes el oro
De la codicia objeto. Desentierra
El honesto trabajo otro tesoro
Mas precioso en la tierra.
[…]
Ya riegan sus sudores
Los campos cultivados
Por las artes e industrias adotrinados.

Pedro Montengón



"Os oyó la diosa, milord, dijo sonriéndose Eusebio, van a quedar otorgados vuestros deseos. ¡Ah!, me lo pagará la esquiva. Tantos asaltos la daré que habrá de rendir la plaza. Resuelto estoy a no partir hasta que no la consiga, ninguna resiste a largo sitio. ¿Sabéis la receta de Ovidio? Ella caerá. No me parece digna, milord, esa vuestra protesta del generoso y noble carácter que en vos reconocí. ¿Por qué no? ¿Qué tiene que ver eso con esto otro? ¿Creéis que tenga ella derecho de defender su honor? Que lo tenga, ¿qué sacáis de ahí? Que lo tiene también para desechar vuestras declaraciones.
Eso es cabalmente lo que debe combatir mi amor. ¿Vuestro amor, milord, o vuestra concupiscencia? Lo mismo es lo uno que lo otro; ¿qué diferencia le ponéis? Yo tenía más alto concepto del amor, sentimiento que precede a la concupiscencia y tanto superior a ella, cuanto lo es la razón al instinto. ¡No está malo eso! ¿Pues qué creéis, milord, que el deleite físico sea comparable con la dulce y suave ternura con que se regala el alma que amando se reconoce amada? ¿Pero debo privarme del placer, que a vuestro modo de pensar no vale tanto, porque no puedo obtener el que vale más?
No tuviera que oponer a eso, si estuviera en vuestra mano el conseguirlo; pero dependiendo de ajena voluntad, os exponéis a una vergonzosa repulsa, después de una vana y humillante porfía. ¿Humillante? ¿De qué diccionario sacáis esos epítetos? Marte puede llevar esas humillaciones en sus asaltos rechazados, pero el amor se gloría de esos desdenes; esas son las espinas de sus rosas y las cáscaras de sus frutos, las cuales los hacen mucho más sabrosos; se ve que sois bisoño en el amor. A la verdad, milord, no me glorío de esa milicia, aunque pudiera tal vez tener motivo bastante para ello.
Mas decid, don Eusebio, ¿habláis de veras? Creo milord, que habréis tenido tiempo para conocer el entrañable afecto que os profeso y que me tenéis justamente merecido. Ni podéis dudar que os hablo con toda la efusión de mi sincera amistad, que mi misma franqueza os manifiesta. El lord Hams que extrañaba desde el principio el lenguaje y tono de Eusebio, quedó algo sorprendido al verle confirmar tales sentimientos y tan ajenos de su edad; y aunque quiso echarlo a bulla, se conoció que interiormente le hacía alguna fuerza, moderando poco a poco sus expresiones.
Nancy atraviesa entonces el zaguán con los manteles y servilletas para ir a poner la mesa por orden de su tía. El lord no se puede contener y va tras ella para decirle algunas palabras cariñosas. Nancy, al verse sola y perseguida, deja los manteles medio desplegados sobre la mesa y escapa con prisa bastante para que el lord pudiese conocer que lo evitaba. Esto mismo comenzó a empeñar más su amor, cebado ya con la primera vista de Nancy, cuya hermosura, gracia y modestia eran extraordinarias."

Pedro Montengón
Eusebio


Quando la primavera
Coronada de flores
Vuelve el pie a nuestra esfera,
Vístese de verdores
El animado suelo;
Y las gozosas fuentes
Desatadas de hielo,
Derrúmbanse impacientes.

Pedro Montengón



Tambien yo penetrára
Los bosques de sus faldas sacro adorno,
Y á las sombras holgára
De sus valles entorno
Admirar de natura
Los brutescos prodigios; dulce encanto
De la vista mortal, cuya hermosura
Provocará mi pecho, y voz al canto.

Pedro Montengón


Vaya allá el codicioso
Del Potosí a saciarse; ó Condonoma,
En el seno espantoso;
No vale el Aponoma,
No el Arauco, y tampoco el Ucuntaya
La mirada parlera
De hermosa peruana; no el Tampaya
Su rica y despeynada cabellera.

Pedro Montengón























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