"Creo que, además de la capacidad de escucha hay algo másque sostiene al narrador: la tradición. Los grandes narradoresorales de mi infancia decían: “Así se contaba en tiempos deMaricastaña” o “Esto ocurría cuando los animales hablaban”...Siento una relación con la tradición como si fuera un movi-miento a dos tiempos. En el primero cada narrador elige yconforma su propia tradición de referencia; lo que le crearáciertos vínculos que debe respetar. Doy un ejemplo: conocíescritores que afirman admirar a éste o a este otro pero que noreflexionan jamás en su obra sobre tal admiración; en cambio,según mi opinión, admirar supone ciertas obligaciones dadoque para considerar a un escritor como un maestro es necesa-rio merecérselo; en otras palabras, no se puede decir que seadmira Shakespeare y escribir estupideces.En un segundo momento, cada uno inicia una lucha con la tradición de refe-rencia; es un estímulo para competir con los propios maestros, para ser dignos deser admitidos en su círculo. De hecho sucede como con los padres: en un primermomento uno recibe protección y goza de su afecto pero después uno tiene tam-bién que empezar a dar.Cada uno debe elegir y formarse su propia tradición referencial. La mía estáformada por los grandes trágicos griegos, por Shakespeare, Giovanni Verga y lallamada “scapigliatura lombarda”, por Gadda y Guimaraes Rosa..."
Laura Pariani
"Cuando el fuego ha comenzado a crepitar, se encogió de hombros, tratando de aferrarse a su vigorizante calor y lloró durante mucho tiempo, probablemente a causa de una pena retenida sin consuelo. Quizás deseara que alguien tratara de aliviarla, pero Batista no dijo nada, ni siquiera intentó una leve caricia. Hasta una hora antes, se había esforzado por acumular leña y atizar el fuego. A pesar del olor a muerte que flotaba en el aire, ni siquiera había vertido una sola lágrima. Era un buen hijo, obediente. Le habían enseñado a no decir nunca: "Estoy triste" o "Necesito..." Las tareas requeridas eran comer, beber, tallar la madera y dormir. Las lágrimas sólo visten la túnica del corazón femenino. Quizás por ello se sentía a gusto al poseer un corazón endurecido."
Laura Pariani
El peine
"¿Ese cuadro colgado en un marco? Es Mema el día de la boda, dice el viejo Venturina, tratando de salir del apuro y hacer los honores a esa chica extranjera y su bebé.
-¿Cuándo se casó?
-Debe haber sido en el 91, porque mi primera hija nació un año después...
Claro que hablo de 1892... Mema se llamaba Adalgisa Roveda y él Antonio Majna. Se fue a América cuando yo sólo tenía seis años, aunque ya había estado fuera un par de veces en la época de las cosechas estacionales. Un buen día se fue de nuevo a un lugar llamado Misiones. Todos los perros menean la cola.
Dicen que es una locura, pero no sé explicar por qué.
-Fue en 1898. Una época sesgada por el hambre.
Es muy tarde. El día ha terminado. Una costra roja se desmorona sobre los aturdidos campos. Hace sólo dos meses ellas estaban todavía en el otro extremo del mundo, pero ahora su horizonte estaba aquí, en esta cocina carcomida, velada por oscuras fotografías de personas que una vez crecieron bajo la mirada de los muertos."
Laura Pariani
Cuando Dios bailaba el tango
"Quien narra, oralmente o por escrito, actúa siempre a tientas.Y esto es lo más bello de esta actividad. Nada me aburriría másy me disuaría de ponerme ante la computadora, que el saberanticipadamente adónde me llevará la historia. Lo que ocurremientras escribo pertenece al reino de la invención, es decir,del descubrimiento o del reencuentro. Hay tantos momentosen que el escritor ve abrirse varias posibilidades para continuarla historia, a veces de hecho opuestas entre sí, son momentosinolvidables... Luego, cuando el libro ya está concluido –esdecir, cuando no hay ya nada por descubrir porque las tantashistorias posibles se transformaron en una única historia quela publicación transformará en inmutable– parece imposibleque el libro pueda ser diferente a como es. Y entonces hayquien cree que se pueda hablar de él, como los críticos que seponen a explicarlo, como que las palabras de la historia nodeberían bastar en cada caso.Hay en cambio otra forma de escritura, la periodística, que no me provocaninguna felicidad: la practico para sobrevivir (pagar el alquiler y los impuestos)
pero la vivo con la impresión de estar atada a la computadora, como un galeoteencadenado al remo. Cuando escribo comentarios periodísticos, se trata para mísólo de trabajo, no hay ningún daimon que me espera agazapado atrás de la esqui-na: es la aridez de la escritura no narrativa. Y pienso en Melville, en su oscurotrabajo (su mejor obra fue un fiasco total), encerrado en una oficina igual a la de suBartleby, el escribano; como también pienso en Kafka, en Svevo, en Walser... Untiempo amargo el de la escritura no narrativa; horas de Purgatorio, y que se debeatravesar lo más rápido posible. Esperando apasionadamente, como Achab, poderver nuevamente retozar sobre la superficie del mar la cola de la ballena, el relámpa-go del flanco lustroso de la inaferrable Moby Dick.Es verdad, también la escritura narrativa provoca fatiga. Una novela la sientescrecer en torno y adentro tuyo y a medida que te sumerges en ella los personajes tereclaman cada vez más energía y las paredes que separan tus dos mundos (el exter-no y el interno) se van haciendo cada vez más sutiles; como si cada capítulo queuno escribe fuese un río en creciente que invade todo el territorio de tu vida coti-diana. Escribir narrativa es una actividad increíblemente íntima que te hace llegarhasta el fondo de uno mismo y arrastra a la superficie los fantasmas más ocultos.Hace sentirse frágil. Publicar es como desnudarse. Se necesita fuerza y testadurezpara continuar; espaldas anchas, y tanto más que el mundo de la palabra todavía esen gran medida masculino. Es necesario desearlo fuertemente y de manera febril.Si no se tiene la ambición de escribir un capolavoro, no se llega jamás a escribir nisiquiera una novela mediocre. Es necesario arder. En mi último libro La straduzione,durante una discusión sobre la literatura, el protagonista sostiene: “Si un escritorno sufre por nadie, si ninguna herida auténtica lo hace sangrar, no puede habervida en lo que escribirá”."
Laura Pariani
"Siempre pensé que el saber contar, el crear un mundo con laspalabras es un talento natural –me viene el deseo de usar lapalabra “don”– y de que muchos lo pierden en el camino.Creo que quien cuenta es sobre todo un ser receptivo más queactivo y que las historias –muchas historias, infinitas histo-rias– palpitan a nuestro alrededor, en espera de que alguien lascuente. Por eso ahora ya no considero erróneas las palabras“musa” o “inspiración”, palabras que antes, cuando todavíano escribía, me hacían sonreír y que ahora me parecen las másaptas para expresar esta particular “capacidad de escucha” que
139138es necesario poseer y afinar si se quiere narrar. Una musaque no viene a poner en movimiento una lapicera sino queaparece cuando ya se está moviendo. Una musa que com-promete deliberadamente todos los niveles compositivos yque empuja al narrador lejos de los caminos que había pen-sado elegir, a seguir el placer por las bellas digresiones quelos grandes narradores orales nos enseñan.
Por eso, lo que realmente cuenta, es la capacidad de hacer callar los propiospensamientos durante todo el tiempo de la escritura y dejarse poseer por los perso-najes con los que poco a poco debemos confrontarnos. Capacidad de convertirseen otros: como el trabajo que realiza un actor encarnando personajes distantes delpropio ser, ya sea por edad, cultura, carácter o hasta por sexo. Como una serpienteque cambia de piel. La misma habilidad, y aún más, se espera del escritor que no selimita sólo a vivir otras vidas como hace el actor, sino a inventarlas. La realidadinterior de un escritor se multiplica continuamente en forma desenfrenada a causade la cantidad de historias que siente pulsar en torno a sí. Por ejemplo, me sueleocurrir cuando viajo en tren que para cada una de las personas que están sentadasjunto a mí, me invento seis o siete películas posibles, o, cuando leo las confesionesde los militares argentinos arrepentidos en relación a los “desaparecidos”, en mimente se recrea instantáneamente la escena con sus detalles más horribles: los gri-tos, las quemaduras, el estupro, el ruido de los huesos que se quiebran, la mirada delos torturadores sobre sus víctimas. Me convierto en el verdugo e inmediatamenteen la víctima vejada, como la historia de las “Monjas voladoras” que integra milibro: L ́uovo di Gertrudina. Rudyard Kipling llamaba a este tipo de imaginacióndaimon: demonio, y aconsejaba a los escritores jóvenes: “Cuando su daimon toma eltimón no traten de pensar concientemente. Déjense llevar a la deriva y obedezcan”.En fin, el trabajo de la escritura es algo que se parece a eso que se denomina“una posesión”. Y es por eso que a cada escritor, releyéndose años después, le ocu-rre preguntarse con sorpresa: “¿Pero soy yo quien escribió estas cosas? ¿Cómo pudesaberlas?”."
Laura Pariani
"Tilcara se halla en el final de la meseta, en la carretera que va desde Argentina a Bolivia: un pueblo con casas pintadas con tonos muy claros, azules y verdes. El cielo brilla como el cristal y sientes que puedes acariciarlo con los dedos. Un cielo extranjero. ¿Por qué estás aquí, Carlen?-parece inquirir- No se halla en su lugar, tan lejos de Italia. Pero... ¿dónde está la casa de cada hombre? El aire es tan liviano que penetra en los pulmones sin siquiera haber tenido tiempo de inspirarlo.
A ambos lados de la carretera principal, que se extiende por todo el país, los vendedores ofrecen tortas de maíz fritas y galletas recién horneadas con forma de cráneo y tibias cruzadas porque mañana es 2 de noviembre. Carlen ha venido con el propósito de disfrutar del espectáculo de la feria, escuchando la música de la muerte y añadiendo con una media sonrisa y en inequívoco tono de broma: "He de pagar, porque mi tiempo llegará". El viaje hasta Tilcara fue un viaje muy largo, con las mulas en fila india, acompañados por perros que parecen ovejas lanudas. Los hombres se envuelven en un poncho amarillo con rayas verdes y se anudan un pañuelo azul al cuello. Carlen se sentía cada vez más y más cansado, quizás debido a la altitud. Sentía que había perdido el rumbo. Afligido por la soledad, sin el consuelo del amor o la familia. Uno más en la vasta tierra de los pobres y los desesperanzados."
Laura Pariani
El cuerno y el oro
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