La infancia de Jesús


¿Es cierto lo que acaba de decir? ¿De verdad no es demasiado viejo para un trabajo tan cansado? No se siente viejo, igual que no se siente joven. No se siente de ninguna edad en concreto. Se siente eterno, si es que eso es posible.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 13
 
 
—Estás aquí para encontrar a tu madre. Y yo estoy aquí para ayudarte.
—Pero, cuando la hayamos encontrado, ¿qué haremos aquí?
—No sé qué decir. Estamos aquí por la misma razón que todo el mundo. Nos han dado la oportunidad de vivir y la hemos aceptado. Vivir es una gran cosa. Es lo más grande.
—Pero ¿tenemos que vivir aquí?
—¿Aquí en vez de dónde? No hay más sitio que éste. Cierra los ojos. Es hora de dormir.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 19
 
 
El niño le da un codazo y señala el paquete de galletas casi vacío. Él unta de pasta una galleta y se la da.
—Tiene mucho apetito —dice la chica sin abrir los ojos.
—Siempre tiene hambre.
—No se preocupe, se adaptará. Los niños se adaptan deprisa.
—¿Adaptarse a tener hambre? ¿Por qué iba a adaptarse a tener hambre si no escasea la comida?
—Me refiero a que se adaptará a una dieta moderada. El hambre es como tener un perro en la barriga: cuanto más le das de comer, más pide.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 28
 
 
 
 
 
Nunca es demasiado pronto para aprender cosas sobre la vida.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 33
 
 
—Éste no es un mundo posible —dice. Es el único. Si eso lo convierte en el mejor o no, no debemos decidirlo ni usted ni yo. Se le ocurren varias respuestas, pero se contiene. Tal vez, en este mundo que es el único mundo sea más prudente dejarse de ironías.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 43
 
 
—¿Qué es la naturaleza humana?
—Es la forma en que estamos hechas las personas, tú, yo, Alvaro, el señor Daga y todo el mundo. Es cómo somos cuando nacemos. Es lo que todos tenemos en común. A todos nos gusta creer que somos especiales. Pero, hablando estrictamente, eso es imposible. Si todos fuésemos especiales, no habría nadie especial. Y aun así continuamos creyendo en nosotros mismos. Bajamos a la bodega del barco, entre el polvo y el calor, nos echamos sacos a la espalda y los sacamos a la luz, vemos a nuestros amigos esforzarse como nosotros, hacer exactamente el mismo trabajo, no tiene nada de especial, y nos sentimos orgullosos de ellos y de nosotros, compañeros trabajando por un objetivo común; sin embargo, en un pequeño rincón de nuestro corazón, que no dejamos ver a nadie, cada cual susurra para sus adentros: «Aun así, aun así, eres especial, ¡ya lo verás!
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 49
 
 
Nuestra amistad ha sido buena para los niños, en eso estamos de acuerdo. Se han hecho amigos. Nos ven como presencias protectoras, e incluso como una sola presencia protectora. Así que no sería bueno que nuestra amistad llegara a su fin. Y no veo motivos para que eso ocurra, sólo porque estés viendo a otra mujer hipotética.
» No obstante, sospecho que querrías poner en práctica con esa mujer el mismo experimento que conmigo, y que durante dicho experimento acabarías distanciándote de Fidel y de mí.
» Así que voy a poner en palabras algo que tenía la esperanza de que comprendieras por ti mismo. Quieres ver a otra mujer porque no te doy lo que necesitas, en concreto una pasión tormentosa. La amistad en sí misma no te basta. Sin ir acompañada de una pasión tormentosa te parece un poco deficiente.
» A mi entender es una manera de pensar anticuada. La gente antes siempre pensaba que le faltaba algo. El nombre que has escogido darle a eso que te falta es “pasión”. Sin embargo, apostaría a que, si mañana te ofreciese toda la pasión que necesitas, pasión a carretadas, no tardarías en echar en falta alguna otra cosa. Esta insatisfacción constante, ese anhelo de algo que echas en falta, es una forma de pensar de la que, en mi opinión, nos hemos librado. No nos falta nada. Lo que tú crees echar en falta es una ilusión. Vives por una ilusión.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 61
 
 
¿Y qué tiene de malo un poco de caos de vez en cuando, si de ahí sale algo bueno?
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 82
 
 
El pasado está tan envuelto en nubes de olvido que no puede estar seguro de que sus recuerdos sean verdaderos o historias inventadas…
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 83
 
 
El niño ha sido entregado a su madre. Como uno de esos grises insectos macho cuya única función es transmitir su semilla a la hembra, podría marchitarse y morir. No le queda nada en lo que basar su vida.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 88
 
 
—Creedme, no es mi intención despreciar nuestro trabajo. Para demostraros mi sinceridad, mañana vendré a trabajar una hora antes y me saltaré la hora del almuerzo. Cargaré con tantos sacos como cualquiera de los presentes. Pero aun así continuaré preguntando: «¿Por qué lo hacemos y para qué?».
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 105
 
 
No, no somos nosotros los estúpidos, sino sus agudos razonamientos, que sólo le proporcionan respuestas equivocadas.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 109
 
 
Álvaro le dedica una mirada entre benévola y exasperada.
—Allí donde hay barcos hay ratas. Allí donde hay almacenes hay ratas. Donde prospera nuestra especie, también prosperan las ratas. Las ratas son inteligentes. Podría decirse que son nuestra sombra. Es cierto que consumen parte del grano que descargamos. Y sí, en el almacén se desperdicia comida. Pero ocurre lo mismo a lo largo de todo el proceso: en los campos, en los trenes, en los barcos, en los almacenes, en las panaderías. No tiene sentido disgustarse. Es parte de la vida.
—¿Y que sea parte de la vida significa que no podamos combatirlo? ¿Y que sigamos almacenando toneladas, miles de toneladas, de grano en cobertizos infestados de ratas? ¿Por qué no importar cada mes sólo lo necesario para cubrir nuestras necesidades? ¿Y por qué no puede organizarse con más eficacia el transporte y el envío? ¿Por qué debemos utilizar carretas y caballos cuando podríamos utilizar camiones? ¿Por qué tiene que llegar el grano en sacos que hay que descargar a pulso? ¿Por qué no cargarlo en la bodega y descargarlo bombeándolo por un tubo?
Alvaro reflexiona un buen rato antes de responder.
—¿Qué sería de nosotros, Simón, si el grano se cargara y descargara como propone? ¿Qué sería de los caballos? ¿Qué sería de El Rey?
—No tendríamos trabajo en los muelles —replica. Lo admito. Pero podríamos encontrar empleo montando las tuberías o conduciendo camiones. Todos tendríamos trabajo, exactamente igual que ahora, pero sería un trabajo distinto, que requeriría inteligencia y no sólo fuerza bruta.
—Así que lo que usted querría es librarnos de trabajar como bestias. Que dejáramos los muelles y encontrásemos otro trabajo en el que no pudiéramos echarnos una carga a la espalda, ni notar cómo cambia de forma el grano para adaptarse a nuestro cuerpo, ni oír su crujido, y en el que perdiéramos el contacto con la cosa misma: con la comida que nos alimenta y nos da vida.
»¿Por qué está tan seguro de que queremos que nos salven, Simón? ¿Acaso cree que somos estibadores porque somos demasiado estúpidos para hacer otra cosa, que somos demasiado estúpidos para montar una tubería o conducir un camión? Pues claro que no. A estas alturas ya nos conoce. Es nuestro amigo, nuestro compañero. No somos estúpidos. Si necesitásemos que nos salvaran, ya nos habríamos salvado a nosotros mismos. No, no somos nosotros los estúpidos, sino sus agudos razonamientos, que sólo le proporcionan respuestas equivocadas. Éste es nuestro puerto, nuestro muelle, ¿no? —Mira a izquierda y derecha; los hombres murmuran con aprobación. Aquí no hay sitio para la inteligencia, sólo para la cosa misma.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 107
 
 
—No intento salvaros —dice. No soy especial, no me considero el salvador de nadie. Crucé el océano como vosotros. Como vosotros, no tengo historia. La que tenía la dejé atrás. Pero no he dejado atrás el concepto de la historia, la idea del cambio sin principio ni fin. Las ideas no pueden borrarse, ni siquiera con el paso del tiempo. Las ideas están en todas partes. El universo está imbuido de ellas. Sin ellas no habría universo, porque no habría existencia.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 109
 
 
Todo el mundo se esfuerza en ser un ciudadano y una persona mejor. Todo el mundo menos él.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 105
 
 
La filosofía no hace más que impacientarle.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 117
 
 
¿Qué pensarán de él esos jóvenes educados, trabajadores, idealistas e inocentes? ¿Qué podrían aprender de las amargas miasmas que propaga?
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 118
 
 
—Cierto. El agua cae del cielo. Pero —dice y levanta un dedo con un gesto aleccionador— ¿cómo llega el agua hasta el cielo? «Filosofía natural —piensa— veamos cuánta filosofía natural hay en este niño». —Porque el cielo toma aliento —dice el niño. Toma aire —inspira profundamente y contiene el aliento con una sonrisa de pura satisfacción intelectual pintada en el semblante, luego expulsa el aire con gesto teatral— y después lo echa.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 124
 
 
—Olvidar lleva su tiempo —dice Elena. Una vez hayas olvidado de verdad, desaparecerá tu sensación de inseguridad y todo será mucho más fácil.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 136
 
 
—Por favor, Elena, no me malinterpretes. No valoro tanto mis viejos recuerdos. Estoy de acuerdo contigo: no son más que una carga. No, lo que me resisto a dejar atrás es otra cosa, no son los recuerdos en sí mismos, sino la sensación de habitar un cuerpo con un pasado, un cuerpo empapado en su pasado. ¿Lo entiendes?
—Una vida nueva es una vida nueva —dice Elena—, no volver a vivir la antigua en un sitio distinto. Mira a Fidel…
—Pero ¿de qué sirve una vida nueva —le interrumpe él—, si no nos transforma ni nos transfigura? A mí no me ha transfigurado.
Ella le da tiempo para añadir alguna otra cosa, pero ha terminado.
—Mira a Fidel —dice. Mira a David. No necesitan recuerdos. Los niños viven en el presente, no en el pasado. ¿Por qué no te fijas en ellos? En lugar de esperar una transfiguración, ¿por qué no intentas volver a ser como un niño?
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 136
 
 
—¿Que por qué? La respuesta a todos tus porqués, pasados, presentes y futuros es: «Porque el mundo es así». El mundo no se hizo para nuestra comodidad, mi joven amigo. Somos nosotros quienes debemos adaptarnos a él.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 161
 
 
—Estará usted orgulloso —dice Inés, volviéndose hacia él.
—Es una cuestión de higiene. De higiene ética. Si uno come cerdo se convierte en un cerdo. En parte. No totalmente, pero sí en parte. Uno es parte del cerdo.
—Está usted loco —dice Inés. Luego se vuelve hacia el niño—: No le hagas caso, ha perdido el juicio.
—No estoy loco. Se llama consustanciación. ¿Por qué crees que hay caníbales? Un caníbal es alguien que se toma muy en serio la consustanciación. Si nos comemos a otra persona nos encarnamos en ella. Eso creen los caníbales.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 164
 
 
 
—Nada brilla si se mira de cerca. Sin embargo, desde lejos, todo brilla. Tú brillas. Yo brillo. Y desde luego las estrellas también.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 169
 
 
Sujeta al niño, que sigue debatiéndose, y lo abraza con fuerza. —Mi niño, mi niño, a veces perdemos a quienes amamos y no podemos hacer otra cosa que esperar a que llegue el día en que podamos reunimos con ellos.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 190
 
 
—Lo siento, esa filosofía no me interesa.
—¿Qué tipo de filosofía te gustaría? —pregunta Eugenio.
—La que te conmueve. La que te cambia la vida.
Eugenio le echa una mirada perpleja.
—¿Es que le ocurre algo a tu vida? —pregunta. Aparte de las heridas.
—Me falta algo, Eugenio. Sé que no debería ser así, pero lo es. La vida que tengo no me basta. Ojalá alguien, algún salvador, descendiera de los cielos con una varita mágica y dijese: «Mirad, leed este libro y todas vuestras preguntas encontrarán respuesta». O «Mirad, he aquí una vida nueva para vosotros». No sabes de qué te hablo, ¿verdad?
—No. La verdad es que no.
—Da igual. Ya se me pasará. Mañana volveré a ser el mismo de siempre.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 227
 
 
—¡A Punta Arenas! ¿Por qué?
—Porque han construido una escuela especial en Punta Arenas para los niños que se aburren con las historias de Juan y María y lo que hicieron en la playa. Que se aburren y expresan su aburrimiento. Niños que no obedecen las reglas de sumar y restar que les explica el maestro. Las reglas hechas por el hombre. Que dos y dos son cuatro y demás.
—Vaya, hombre. Pero ¿por qué el chico no quiere sumar como le dice el maestro?
—¿Por qué iba a hacerlo, cuando una voz interior le dice que el camino que le indica el maestro no es el verdadero?
—No lo entiendo. Si las reglas son ciertas para ti, para mí y para todo el mundo, ¿por qué no van a serlo para él? ¿Y por qué dices que son reglas hechas por el hombre?
—Porque dos y dos podrían ser tres, cinco o noventa y nueve, si quisiéramos.
—Pero dos y dos suman cuatro. A no ser que atribuyas un significado extraño y especial a la palabra «sumar». Tú mismo puedes contarlo: uno, dos, tres, cuatro. Si dos y dos fuesen tres todo se hundiría en el caos. Nos hallaríamos en otro universo, con otras leyes físicas. En el universo existente, dos y dos son cuatro. Es una regla universal, independiente de nosotros, no hecha por el hombre. Aunque tú y yo dejásemos de existir, dos y dos seguirían siendo cuatro.
—Sí, pero ¿qué dos y qué dos suman cuatro? La mayor parte del tiempo, Eugenio, tengo la sensación de que el niño sencillamente no entiende los números, igual que no los entiende un perro o un gato. Pero de vez en cuando tengo que preguntarme: ¿hay alguien en la Tierra para quien los números sean más reales?
» Cuando estaba en el hospital sin nada que hacer, me esforcé, a modo de ejercicio mental, por ver el mundo a través de los ojos de David. Ponle delante una manzana y ¿qué ve? Una manzana, sólo una manzana. Ponle dos y ¿qué ve? Una manzana y una manzana: no dos manzanas. No la misma manzana dos veces, sólo una manzana y una manzana. Entonces llega el señor León (el señor León es el maestro) y pregunta: «¿Cuántas manzanas hay, niño?». Y ¿cuál es su respuesta? ¿Qué son «manzanas»? ¿Cuál es el singular del plural «manzanas»? Tres hombres van en coche a los Bloques Este: ¿cuál es el singular del plural «hombres»? ¿Eugenio, Simón o nuestro amigo el chófer, cuyo nombre desconozco? ¿Somos tres o somos uno y uno y uno?
» Levantas los brazos exasperado, y lo entiendo. Dices que uno y uno y uno suman tres, y estoy de acuerdo. Tres hombres en un coche: así de sencillo. Pero David no piensa igual. No da los mismos pasos que damos nosotros al contar: paso uno, paso dos, paso tres. Es como si los números fuesen islas que flotaran en el vasto y negro mar de la nada, y cada vez le pidiesen que cerrara los ojos y se lanzara al vacío. «¿Y si me caigo? —pregunta siempre. ¿Y si caigo y no paro de caer jamás?». Tumbado en la cama en plena noche, yo mismo podía jurar que estaba cayendo en el mismo hechizo que tiene encandilado al niño. «Y si pasar de uno a dos es tan difícil —me preguntaba—, ¿cómo podré pasar del cero al uno?». De ninguna parte a algún sitio: parecía requerir un milagro cada vez.
—Sin duda el niño tiene mucha imaginación —reflexiona Eugenio. Islas flotantes. Pero lo superará. Debe de sentirse inseguro. Es evidente que está tenso y que se pone nervioso casi sin motivo. ¿Sabes si hay algún motivo? ¿Se peleaban mucho sus padres?
—¿Sus padres?
—Sus verdaderos padres. ¿Tiene alguna cicatriz, algún trauma del pasado? ¿No? Da igual. Cuando empiece a sentirse más seguro, en cuanto empiece a comprender que el universo, no sólo en la esfera de los números, sino en todo, está gobernado por leyes, y que nada ocurre por azar, se calmará y entrará en razón.
—Eso fue lo que dijo la señora Otxoa, la psicóloga de la escuela. Que en cuanto ponga los pies en el suelo y acepte quién es, desaparecerán sus dificultades de aprendizaje.
—Estoy seguro de que tiene razón. Sólo hace falta tiempo.
—Tal vez, tal vez. Pero ¿y si somos nosotros quienes nos equivocamos y él tiene razón? ¿Y si entre el uno y el dos no hay ningún puente, sino sólo un espacio vacío? ¿Y si nosotros, que damos el paso con tanta confianza, en realidad estamos cayendo por el espacio, pero no lo sabemos porque nos negamos a quitarnos la venda de los ojos?
—Eso es como decir: «¿Y si los locos están cuerdos y los cuerdos están locos?». Espero que no te moleste, Simón, pero es filosofía de colegial. Hay cosas que son verdad sin más. Una manzana es una manzana es una manzana. Una manzana y otra manzana suman dos manzanas. Un Simón y un Eugenio suman dos pasajeros en un coche. A un niño no le cuesta aceptar frases así… al menos a un niño normal. Y no le cuesta porque son ciertas, porque, por así decirlo, nos adaptamos a su verdad desde que nacemos. En cuanto a tener miedo del espacio vacío entre los números, ¿alguna vez le has dicho a David que el número de los números es infinito?
—Más de una. Le he explicado que no hay ningún último número. Los números continúan eternamente. Pero ¿a qué viene eso ahora?
—Hay infinitos buenos y malos, Simón. Ya hemos hablado de los infinitos malos, ¿te acuerdas? Un infinito malo es encontrarte en un sueño dentro de un sueño dentro de otro sueño y así eternamente. O descubrir que la vida es sólo el preámbulo a otra vida que es sólo el preámbulo etcétera. Pero los números no son así. Los números son un infinito bueno. Y ¿por qué? Pues porque, al ser infinitos en número, llenan todos los espacios del universo, y se apilan unos contra otros como ladrillos. Y así estamos seguros. No hay dónde caer. Explícaselo al chico. Le tranquilizará.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 236
 
 
Siempre hay una razón detrás de cualquier número.
 
J. M. Coetzee
La infancia de Jesús, página 264
 
 
 

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