Leyenda vietnamita

En tiempos remotos vivieron dos hermanos, Tan y Lang, hermosos y asombrosamente parecidos, que al perder a sus padres fueron acogidos por un maestro taoista. 
La hija del maestro se casó con el mayor de los hermanos, Tan, pero Lang también estaba enamorado de ella.

Un día Lang llegó a la casa de su hermano y, en la oscuridad de la noche, su cuñada le tomó por su esposo, abrazándolo como tal. En ese momento Tan llegó a la casa, provocando el injusto enfado del marido, que se creyó ultrajado.

Lang decidió abandonar la aldea, sin rumbo ni destino. Finalmente, agotado y sin alimento murió de frío. 

Los espíritus decidieron transformarlo en roca. Mientras, Tan, agobiado por el remordimiento y la responsabilidad salió a buscar a su hermano, sin poder hallar una sola huella. Por fin, agotado, llegó a los pies de una roca. 
Decidió, en un último esfuerzo, escalarla en busca de una pista que le llevara junto a su hermano. Y, allí mismo, murió.

Los genios lo transformaron en un árbol con una gran copa de hojas. Entretanto, la esposa de Tan, segura de que algo malo había ocurrido, salió en busca de su esposo. Recorrió sin descanso bosques, atravesó ríos... sin resultado. Un tarde, al borde del agotamiento, descubrió una roca, coronada por un esbelto árbol, la areca. Allí, abrazada al tronco la sorprendió la muerte, y los espíritus la transformaron en una planta trepadora, el betel.

Un venerable, enterado de la historia, hizo construir en honor de los hermanos y la esposa un templo. En ese mismo tiempo una sequía asoló Vietnam, marchitando toda la vegetación, excepto la areca, y el betel. 

El rey, asombrado por el prodigio, hizo recoger una fruta de la areca, y hojas del betel, que masticó, apreciando su sabor y el color que impregnaron su boca.

De ese tiempo viene la tradición de ofrecerlo en las bodas, como símbolo de unión perpetua.

Leyenda vietnamita












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