Así que interrumpió al ministro con un bufido de disgusto.
—¡Ja! «Ese hombre, Smith…». ¡Ese hombre! ¿Acaso no se da cuenta de que no lo es?
—¿Eh?
—Smith… no… es… un… hombre.
—¿Cómo? Explíquese, capitán.
—Smith no es un hombre. Es una criatura inteligente, con los genes y los antepasados de un hombre, pero no es un hombre. Es más un marciano que un hombre. Hasta que llegamos nosotros, nunca había posado los ojos en un ser humano. Piensa como un marciano, siente como un marciano. Ha sido criado y educado por una raza que no tiene nada en común con nosotros. Una raza que ni siquiera tiene sexo. Smith nunca ha puesto los ojos en una mujer… ni siquiera ahora, si mis órdenes han sido cumplidas. Es un hombre por ascendencia, pero un marciano por medio ambiente. Ahora, si quieren ustedes volverle loco y estropear ese «hallazgo de un tesoro de información científica», llamen a sus profesores de cabeza cuadrada y déjenles que lo sacudan de un lado para otro. No le concedan ni la más remota posibilidad de recuperarse y fortalecer su cuerpo y acostumbrarse al manicomio que es este planeta. Simplemente sigan adelante y estrújenlo como una naranja. La responsabilidad no será mía: ¡yo ya he cumplido con mi trabajo!
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 12
—¿Qué ocurrió con los otros? —Me gustaría saberlo. Si no
conseguimos que los burócratas y los peces gordos suelten ese diario de a
bordo, jamás lo averiguaremos… y yo soy un chico de la prensa aún con
estrellitas en los ojos que piensa que todos deberíamos enterarnos de todo.
Guardar secretos conduce a la tiranía.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 46
Un Gobierno es un organismo vivo. Y, como toda cosa viva, su
principal característica es un ciego e irrazonado instinto de conservación. Si
le golpeas, contraataca.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 62
—¿Por qué puede desear una persona ese tipo de poder, Ben?
—¿Por qué vuela la polilla hacia la luz? El impulso hacia el poder es menos lógico aún que el impulso sexual… y más fuerte.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 64
—¡Científicos! —Pero pueden hacerlo, tú lo sabes. —No sé
nada de eso. ¡Los científicos, precisamente! La mitad de su trabajo se basa en
suposiciones y la otra mitad en pura superstición. Deberían estar encerrados
bajo llave; la ley debería prohibir su existencia. Joseph, te lo he dicho
infinidad de veces; la única ciencia verdadera es la astrología. —Bueno, no sé,
querida. Entiéndelo, no estoy en contra de la astrología… —¡Mejor que no lo
estés! Después de todo lo que ha hecho por ti.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 126
La señora Douglas tamborileó sobre el escritorio. —¿Le
resulta imprescindible conocerla? —Por supuesto que no. Cualquiera que posea el
riguroso entrenamiento necesario, la capacidad matemática y el conocimiento de
las estrellas puede calcular un horóscopo con sólo saber la hora y el lugar de
nacimiento exactos del sujeto. Usted podría aprender… si no estuviese tan
terriblemente atareada. Pero recuerde: las estrellas inclinan, pero no obligan.
Usted goza de su libre albedrío. Si tengo que preparar un análisis
extremadamente detallado para aconsejarla en una crisis, necesito saber en qué
sector debo mirar. ¿Estamos muy preocupadas por la influencia de Venus? ¿O es
posiblemente la de Marte? ¿O…?
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 130
Alexandra Vesant difería de algunos otros astrólogos
practicantes en que realmente intentaba calcular las «influencias» de los
cuerpos celestes utilizando un maltratado libro en rústica titulado La Ciencia
Arcana de la Astrología Judicial y Clave para la Piedra Salomónica, que había
pertenecido a su difunto esposo, el Profesor Simón Magus, un reputado
mentalista, hipnotizador e ilusionista teatral y estudioso de las artes
ocultas.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 131
«¡Confianza, muchacha, confianza! Ten confianza en ti misma,
y los patanes tendrán confianza en ti. Te debes a ellos».
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 133
—Allie, ¿aún no ha terminado?
—Justo en este momento —repuso Madame Vesant con enérgica confianza—. Supongo que se dará cuenta de que el horóscopo de ese joven Smith presentaba un problema inusual y muy difícil para la Ciencia. El hecho de haber nacido en otro planeta me ha obligado a recalcular todos los aspectos y actitudes. La influencia del Sol resulta disminuida; la influencia de Diana desaparece casi por completo. Júpiter irrumpe en un aspecto nuevo, quizá me atrevería a decir único, como estoy segura que comprenderá perfectamente. Esto ha requerido una serie de cálculos que…
—¡Allie! No importa eso. ¿Conoce las respuestas?
—Naturalmente.
—¡Oh, gracias a Dios! Temí que quizá estaba intentando decirme que la tarea era demasiado para usted.
Madame Vesant se mostró sinceramente ofendida en su dignidad.
—Querida mía, la Ciencia es inalterable; sólo se alteran las configuraciones. Los medios que predijeron el instante y el lugar exactos del nacimiento de Cristo, que le dijeron a Julio César el momento y la forma de su muerte… ¿cómo podrían fallar ahora? La verdad es la verdad, inmutable.
—Sí, por supuesto.
—¿Está usted preparada para la lectura?
—Déjeme poner en marcha la grabadora… Adelante.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 134
Siguió hablando, desgranando sus buenos consejos. Becky
Vesey tenía siempre buenos consejos que dar, y lo hacía con gran convicción
porque era la primera en creer en ellos. Había aprendido de Simón que, incluso
cuando las estrellas parecían más siniestras, siempre existía algún modo de
suavizar el golpe, algún aspecto que el cliente podía utilizar en su camino
hacia una mayor felicidad… si ella podía hallarlo y señalárselo.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 1
» Querida, hubo un tiempo en el que acostumbraba a pensar
que estaba sirviendo a la humanidad… y me complacía en ese pensamiento. Luego
descubrí que la humanidad no desea que la sirvan; al contrario, le molesta
cualquier intento de que se la sirva.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 149
—Jubal… ¡No sé qué hacer!
—Inhíbase —recomendó él, ceñudo—. No se eche a llorar por Ben. Al menos, no en mi presencia. Lo peor que puede haberle sucedido es que haya muerto… y todos estamos destinados a ello, si no esta mañana en cuestión de días, de semanas, de años como máximo. Hable con Mike, su protegido, al respecto. Él considera la «descorporización» como algo que debe temerse menos que a una reprimenda… y puede que tenga razón. Bueno, si le dijese a Mike que íbamos a asarle a él para la cena, me daría las gracias por el honor, con la voz sofocada por el agradecimiento.
—Sé que lo haría —admitió Jill en voz muy baja—, pero yo no tengo su misma actitud filosófica acerca de tales cosas.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 169
Esa cosa de la «descorporización» en particular… no es el
cliché del «deseo de morir» freudiano, estoy seguro de ello. No tiene nada que
ver con la idea de que la vida es insoportable. Nada de eso acerca de «incluso
el más tedioso de los ríos…». Se parece más a la idea de Stevenson: «Alegre
viví y alegre muero, y yaceré tendido inmóvil con mi última voluntad». Sólo que
siempre he sospechado que Stevenson silbaba en la oscuridad o, más
probablemente, disfrutaba con la euforia compensadora de la consunción. Pero
Mike me ha convencido a medias de que sabe realmente de lo que habla.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 170
Mike, ¿qué otras cosas puede hacer que nosotros no? Además
de hacer desaparecer las cosas cuando representan algo «malo», y alzar objetos
sin tocarlos…
Smith se mostró confuso.
—Lo ignoro.
—¿Cómo puede saberlo —protestó Jill—, cuando en realidad no sabe lo que nosotros podemos y no podemos hacer?
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 200
Mira, si deseas mostrarte realmente amistoso con él,
ofrécele un vaso de agua. Compártelo con él. ¿Me comprendes? Conviértete en su
«hermano de agua».
—Eh… lo pensaré.
—Pero si lo haces, Duque, no finjas. Si Mike acepta tu ofrecimiento de la hermandad del agua, lo hará de una forma muy seria. Confiará absolutamente en ti, no importa sobre qué… así que no lo hagas a menos que estés igualmente dispuesto a confiar en él y a respaldarlo en todo, por muy difíciles que se pongan las cosas. Tienes que ir hasta el fin… o no empezar.
—Lo entiendo. Por eso dije que lo pensaré.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 219
En el país volante de Laputa, según el diario de Lemuel Gulliver
que cuenta sus Viajes a varias remotas naciones del mundo, ninguna persona de
importancia escuchaba o hablaba nunca sin la ayuda de un sirviente, conocido
como «climenole» en laputiano… o «palmeador» según su traducción aproximada al
inglés, puesto que la única misión de este criado consistía en palmear con una
vejiga seca la boca y las orejas de su amo siempre que, en opinión del
sirviente, no fuera deseable que su amo hablase o escuchase.
Sin el consentimiento de su palmeador era imposible
conseguir la atención de ningún laputiano de la clase dirigente.
El diario de Gulliver es considerado normalmente por los
terrestres como una sarta de mentiras compuestas por un eclesiástico agriado.
Sin embargo, no puede haber ninguna duda de que, en su tiempo, el sistema de
«palmeadores» fue ampliamente usado en el planeta Tierra, y se vio extendido,
refinado y multiplicado hasta que un laputiano no lo hubiera reconocido más que
en espíritu.
En tiempos anteriores y más sencillos, uno de los
principales deberes de cualquier soberano terrestre era el de hacerse públicamente
disponibles en frecuentes ocasiones, de tal modo que incluso los más bajos
entre los bajos pudieran acudir ante él sin ningún intermediario de ninguna
clase y solicitar juicio. Huellas de este aspecto de la primitiva soberanía
persistían aún en la Tierra mucho tiempo después de que los reyes se hubieran
vuelto raros e impotentes. Seguía siendo derecho de un inglés el lanzar su Cry
Harold!, aunque pocos lo sabían y nadie lo hacía. Los dirigentes políticos
listos de las ciudades mantuvieron sus audiencias públicas a lo largo de todo
el siglo XX, dejando abiertas las puertas de sus despachos y escuchando a todo
bracero o ferroviario que las cruzase.
El principio en sí nunca fue abolido, puesto que estaba
reflejado en los artículos I y IX de las Enmiendas a la Constitución de los
Estados Unidos de América —y en consecuencia se había convertido en una ley
nominal para muchos seres humanos—, pese a que el documento básico se había
visto casi invalidado en la práctica real por los artículos de la Federación Mundial.
Pero para la época en que la nave de la Federación Champion
regresó a la Tierra desde Marte, el «sistema de palmeadores» había estado
extendiéndose desde hacía más de un siglo y había alcanzado un estado de gran
complejidad, con muchas personas empleadas únicamente en llevar a cabo sus
rituales. La importancia de un personaje público podía estimarse por el número
de capas de intermediarios que lo aislaban del contacto directo con la multitud
plebeya. No eran llamados «palmeadores», sino ayudantes ejecutivos, secretarios
particulares, secretarios de los secretarios particulares, secretarios de
prensa, recepcionistas, funcionarios, etc. De hecho, los títulos podían ser
cualesquiera… o —con algunos de los más poderosos— no tener ningún título en
absoluto, pero todos podían ser identificados como «palmeadores» por su
función: cada uno detentaba un veto arbitrario y concatenado sobre cualquier
intento de comunicación del mundo exterior con el Gran Hombre que era el
superior nominal del palmeador.
Esta red de intermediarios oficiales que rodeaban de forma
natural a toda gran personalidad hacía que creciera también una clase de
intermediarios no oficiales cuya función era sacudir las orejas del Gran Hombre
sin permiso de los palmeadores oficiales, cosa que hacían (normalmente) en
ocasiones sociales o pseudosociales o (con el mayor de los éxitos) vía acceso
privilegiado por la puerta de atrás o por un número de teléfono no relacionado
en los directorios. Normalmente esos no oficiales carecían de títulos formales,
pero eran llamados con una gran variedad de nombres: «compañeros de golf»,
«camarilla», «cabilderos», «viejos estadistas», «comisionistas» y muchos otros.
Existían en una simbiosis benigna con la barricada de los palmeadores
oficiales, puesto que estaba reconocido casi universalmente que, cuanto más
apretado era el sistema, más necesitaba una válvula de seguridad.
Los entresijos no oficiales de mayor éxito desarrollaban a
menudo redes propias de palmeadores, hasta el punto de que era casi tan difícil
llegar a ellos como al Gran Hombre de quien eran los contactos no oficiales… en
cuyo caso surgían no oficiales secundarios para eludir a los palmeadores de los
no oficiales primarios. Con un personaje de la máxima importancia, como el
secretario general de la Federación Mundial de Estados Libres, el laberinto de
serpenteos a través de los no oficiales podía ser tan formidable como el cruzar
las falanges de oficiales que rodeaban a una persona simplemente muy
importante.
Algunos estudiosos terrestres han sugerido que los
laputianos debieron de visitar realmente Marte, citando para ello no sólo su
muy ultraterrena obsesión por la vida contemplativa, sino también dos materias
concretas: se admitía que los laputianos sabían de las dos lunas de Marte al
menos siglo y medio antes de que fueran observadas por los astrónomos
terrestres, y segundo, la propia Laputa era descrita en tamaño y forma y
propulsión de tal modo que el único término que encaja con ella es el de
«platillo volante». Pero esa teoría no se sostiene, puesto que el sistema de
palmeadores, básico en la sociedad laputiana, era desconocido en Marte. Para
los Ancianos de Marte, no atados a cuerpos sometidos al espaciotiempo, los
palmeadores les hubieran hecho tanto servicio como los zapatos a una serpiente.
Los marcianos aún corpóreos podían utilizar concebiblemente palmeadores, pero
no lo hacían; el concepto en sí era contrario a su forma de vida.
Un marciano que necesitara dedicar unos minutos o varios
años a la contemplación simplemente se los tomaba; si otro marciano deseaba
hablar con él, ese amigo se limitaría a esperar tanto tiempo como fuera
necesario. Con toda la eternidad por delante, no había razón alguna para
apresurarse. De hecho, la «prisa» no era un concepto que pudiera simbolizarse
en el idioma marciano, y en consecuencia cabía presumir que se trataba de algo
impensable. Rapidez, velocidad, simultaneidad, aceleración y otras
abstracciones matemáticas que tenían algo que ver con el esquema de eternidad
formaban parte de las matemáticas marcianas, pero no de las emociones
marcianas. Por el contrario, el incesante e impetuoso torrente de la existencia
humana no procedía de las necesidades matemáticas del tiempo sino de la
frenética urgencia implícita en la bipolaridad sexual humana.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 219
El doctor Jubal Harshaw, payaso profesional, agente
subversivo aficionado y parásito por elección propia, había intentado desde
hacía mucho tiempo eliminar la «prisa» y todas las emociones relacionadas con
ella de sus esquemas.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 222
Como agnóstico devoto, Jubal evaluaba conscientemente todas
las religiones, desde el animismo de los bosquimanos de Kalahari hasta la más
sobria e intelectualizada de las principales fes occidentales, como iguales.
Pero, emocionalmente, unas le desagradaban más que otras, y la Iglesia de la
Nueva Revelación le producía dentera. La llana creencia de los fosteritas —de
un gnosticismo absoluto— en la existencia de un oleoducto directo al Cielo, su
arrogante intolerancia instrumentada a través de una persecución abierta de
todas las demás religiones siempre que fueran lo suficientemente débiles como
para poder con ellas, el sudoroso aroma a partidos de fútbol y convenciones de
ventas de sus servicios… todos aquellos aspectos simplemente le deprimían. Si
la gente debía acudir a la Iglesia, ¿por qué demonios no podían hacerlo de un
modo digno, como los católicos, los de la ciencia cristiana o los cuáqueros? Si
Dios existía (una cuestión respecto a la cual Jubal mantenía una meticulosa
neutralidad intelectual), y si deseaba que le adorasen (una proposición que
Jubal consideraba inherentemente improbable pero concebiblemente posible a la
débil luz de su propia ignorancia), entonces (estipulando afirmativamente las
dos proposiciones anteriores) resultaba muy inverosímil para Jubal, hasta el
punto de la reductio ad absurdum, que un Dios con el suficiente poder como para
crear galaxias pudiera dejarse influir e inclinarse hacia las idioteces a grito
pelado que los fosteritas le ofrecían en calidad de «adoración». Pero, con
desolada honestidad, Jubal tenía que admitirse que el universo (corrección: ese
trozo del universo que él podía ver) podía muy bien ser in toto un claro
ejemplo de la reducción al absurdo. En cuyo caso los fosteritas tal vez
poseyeran la Verdad, toda la Verdad y nada más que la Verdad. El universo era
un lugar maldito y estúpido en el mejor de los casos… pero su explicación menos
probable era la no explicación del azar, la hipótesis de que algunas cosas
abstractas son tales «porque sí», átomos que se unen «porque sí» y, también
«porque sí», forman leyes consistentes y algunas configuraciones que, en
ciertos casos y «porque sí», toman conciencia de sí mismas, y que dos de esos
«porque sí» resultaban ser uno el Hombre de Marte y el otro la envoltura vieja
y calva que contenía a Jubal dentro. No, Jubal no podía aceptar la teoría del
«porque sí», por muy popular que fuese entre los hombres que se llamaban a sí
mismos científicos. El azar no era suficiente para explicar el universo… de
hecho el azar no era suficiente para explicar el propio azar; la olla no podía
contenerse a sí misma. Entonces, ¿qué? La «hipótesis del mínimo» no tenía
ningún lugar de preferencia; la navaja de Occam no podía cortar a rodajas el
problema principal, la Naturaleza de la Mente de Dios (también podrías llamarte
eso tú mismo, viejo truhán; es una simple y corta palabra monosílaba, tan buena
como cualquier otra para colocar un rótulo sobre algo que no entiendes en
absoluto). ¿Había allí alguna base para preferir una hipótesis suficiente por
encima de otra? ¿Cuando simplemente no comprendes algo? ¡No! Jubal no tuvo
ningún problema en admitirse que una larga vida le había dejado una
incomprensión total y completa de los problemas fundamentales del universo. Así
que era posible que los fosteritas tuvieran razón. Jubal ni siquiera podía
demostrar que estuvieran probablemente equivocados.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 239
Pero las palabras salen… no salen correctas. No «poniendo».
No «creando». Sino un ahorando. El mundo es. El mundo era. El mundo será.
Ahora.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 242
El muchacho nunca formulaba una pregunta simplemente para
fastidiar; siempre preguntaba con ánimo de informarse…
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 245
Si convive con nosotros el tiempo suficiente, un día se dará
cuenta de lo ridículos que somos… y se echará a reír. —¿De veras? —Seguro. No
se preocupe por ello y no intente asimilarlo, tan sólo deje que llegue. Porque,
hijo, incluso un marciano se partiría de risa una vez nos hubiera asimilado.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 247
El hombre es el animal que se ríe de sí mismo.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 247
Las palabras humanas cortas eran como tratar de cortar el
agua con un cuchillo.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 255
Veamos, Jubal… ¿qué te parece la astrología? —Nunca he
tocado eso. Prefiero el coñac.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 273
—No recuerdo ningún astrólogo en mi lista de felicitaciones
de Navidad —murmuró Jubal, dubitativo—. ¿Cómo se llama el tipo?
—Es una mujer. Y puedes intentar cruzar su palma con plata, siempre que la denominación sea convincente. Se llama Madame Alexandra Vesant.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 273
Así que soy «Mercurio». Pero el problema reside en Marte.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 275
Las estrellas nos dicen la naturaleza de cada crisis, pero
nunca nos dan detalles.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 278
El deseo de no meterse en los asuntos de los demás
constituye el ochenta por ciento de toda la sabiduría humana… y el otro veinte
por ciento no es muy importante.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 305
La democracia es en el mejor de los casos un pobre sistema
de gobierno; lo único que puede decirse honestamente en su favor es que es
aproximadamente ocho veces mejor que cualquier otro método que la raza humana
haya intentado nunca. El peor fallo de la democracia es que sus líderes son
propensos a reflejar los defectos y las virtudes de los votantes que los
eligen, y ésos tienen un nivel bastante bajo; pero, ¿qué otra cosa se puede
esperar?
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 320
Esbozó una cálida sonrisa y estrechó con firmeza sus manos.
—Sí. Valentine Michael me ha explicado, con mucho orgullo, que todos ustedes
son para él… —y Mahmoud utilizó una palabra marciana. —¿Eh? —Hermanos de agua.
¿Entiende?
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 335
Caxton miró a Mahmoud y dijo muy sobriamente:
—Hace crecer el acercamiento. Con el agua de vida nos acercamos —se humedeció los labios y lo pasó a Dorcas.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 337
Miriam susurró «Anímate, chica», y se volvió a Mike:
—Con agua damos la bienvenida a nuestro hermano… —luego, mirando a Mahmoud, añadió—. Nido, agua, vida —bebió—. Por nuestro hermano —le ofreció de vuelta el vaso.
Mahmoud apuró lo que quedaba y dijo, no en marciano ni en inglés, sino en árabe:
—«Y si mezclas tus asuntos con los suyos, entonces son tus hermanos».
—Amén —asintió Jubal.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 337
—Señor secretario general de la Federación de Naciones
Libres del Planeta Tierra…
Tras lo cual siguió en marciano.
Luego, de nuevo en inglés:
—… agradecemos la favorable acogida que nos ha sido dispensada hoy. Traemos saludos para los pueblos de la Tierra de parte de los Ancianos de Marte…
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 352
También esta época pasará y no dejará detrás más que un
esqueleto.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 364
El propio lenguaje configura las ideas básicas de un hombre.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 368
«Audacia, siempre audacia» … el más firme principio de la
estrategia. Practicando la medicina aprendí que, cuando más perdido estás, es
cuando mayor confianza debes fingir. En leyes aprendí que, cuando tu caso
parece irremediablemente perdido, es cuando debes impresionar al jurado con tu
relajada seguridad.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 385
Jill hizo una mueca. —¡Por favor, Jubal! ¡Acabamos de
desayunar! —Hablo en serio. Un hombre seguro de sí mismo sabe que está
mintiendo; eso limita su alcance. Pero un auténtico chamán se envuelve primero
en sus propias vendas; cree en lo que dice… y esa creencia es contagiosa; por
lo tanto, no hay límite a su alcance. Sin embargo, yo carecía de la necesaria
confianza en mi propia infalibilidad. Nunca llegaría a ser un profeta; sólo un
crítico, lo cual es una triste cosa en el mejor de los casos, una especie de
profeta de cuarta categoría con ilusiones de engendrador —frunció el
entrecejo—. Eso es lo que me preocupa de los fosteritas, Jill. Creo que son
absolutamente sinceros, y usted y yo sabemos que Mike se deja atrapar
fácilmente por la sinceridad. —¿Qué cree que intentarán hacerle? —Convertirle,
por supuesto. Después echarán mano a su fortuna.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 417
»Y, ahora, regocijémonos con las sagradas palabras de ese
viejo himno favorito: «¡Adelante, hijos de Foster!». Todos a la vez…
—¡Adelante, hijos de Fos…ter! ¡Destrozad a vuestros enemigos…! ¡La fe es nuestro escudo y arma…dura! ¡Fila tras fila hay que abatirlos…!
—¡Segundo verso!
—¡Que no haya paz para el peca…dor! ¡Dios está de nuestro lado!
Mike se sentía tan jubiloso que ni siquiera se detuvo a traducir y sopesar e intentar asimilar las palabras. Asimilaba que las palabras en sí no eran la esencia; se trataba del acercamiento. La danza de la serpiente empezó a avanzar de nuevo, los bailarines entonaron su poderoso canto, al que se unieron las voces del coro y de los que estaban demasiado débiles para acompañarles.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 436
Nosotros no discutimos nunca con nadie; aguardamos hasta que
ven la luz y entonces les damos la bienvenida.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 440
—No, Jill, está equivocada. Es una Iglesia… y un ejemplo del
eclecticismo lógico de nuestra época.
—¿Eh?
—La Nueva Revelación, y todas las doctrinas y prácticas bajo su nombre son materia antigua, muy antigua. Todo lo que se puede decir acerca de ellas es que ni Foster ni Digby tuvieron nunca una idea original en sus vidas, pero sabían lo que debían vender en este día y época. Fueron reuniendo un centenar de viejos trucos gastados por el tiempo, les dieron una nueva capa de pintura y se lanzaron al negocio. Un negocio de éxito fulminante, además. Lo que más me preocupa es que puedo llegar a vivir lo suficiente como para comprobar que se vende demasiado bien… hasta que todo el mundo se sienta obligado a comprarlo.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 444
Mire, Jill: de todas las estupideces que contorsionan el
mundo, el concepto de «altruismo» es la peor. La gente hace lo que quiere
hacer, siempre. Si a veces les produce dolor elegir… si la elección parece un
«noble sacrificio», entonces puede estar segura de que, pese a todo, no es más
noble que la aflicción causada por la codicia, la desagradable necesidad de
elegir entre dos cosas cuando las dos te gustan y no puedes obtenerlas ambas.
El individuo corriente sufre esa aflicción cada día, cada vez que tiene que
elegir entre gastarse un dólar en cerveza o guardarlo para sus hijos, entre
levantarse cuando está cansado o pasar el día en su caliente cama y perder el
empleo. No importa lo que haga, siempre escoge lo que le lastima menos o le
complace más. » El individuo medio pasa toda su vida atormentado por esas
pequeñas decisiones. Pero el auténtico truhán y el perfecto santo efectúan las
mismas elecciones a gran escala.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 445
¿Conoce la historia de Sodoma y Gomorra? ¿Y de cómo Lot fue
salvado de esas ciudades abominables poco antes de que Yahvé las arrasara con
un par de bombas atómicas celestiales?
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 448
Smitty, tus trucos son buenos. Demonios, algunos de ellos me
han dejado desconcertado incluso a mí. Pero los trucos buenos no bastan para
convertirle a uno en mago. El problema es que no lo vives; no estás en ello. Te
comportas como un auténtico hombre de circo: sólo te ocupas de tus cosas y no
te metes en la actuación de nadie y eres útil si alguien te necesita. Pero no
eres un hombre de circo. Te falta esa intuición que hace comprender a uno qué
es lo que convierte a un primo en primo. Un auténtico mago puede hacer que los
primos se queden con la boca abierta por el simple hecho de que algo permanezca
suspendido en el aire. Ese acto de levitación que haces… nunca he visto una
ejecución mejor, pero los primos no se impresionan. Falla la psicología.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 478
Conozco a los primos. Sé dónde hay que golpearles. Sé
exactamente con cuánta fuerza. Sé lo que desean con más avidez, incluso mejor
que ellos. Ése es el arte de director de espectáculos, hijo, ya seas un
político ocupando tu cargo o un predicador aporreando un púlpito… o un mago.
Descubre qué es lo que quieren los primos, y podrás dejar en el baúl la mitad
de tus trastos.
» ¿Qué otra cosa más quiere un primo? ¡Misterio! Quiere
creer que el mundo es un sitio romántico, cuando sabe condenadamente bien que
no lo es. Ése es tu trabajo… sólo tienes que aprender a
desempeñarlo. Demonios, hijo, todos los espectadores saben que tu acto es mero
truco… pero les gusta creer que se trata de algo real, y a ti te corresponde
convencerles de eso, mientras sigan metidos en el show. Ahí es
donde fallas.
—¿Qué debo hacer para conseguirlo, Tim? ¿Cómo puedo aprender qué es lo que hace picar a un primo?
—Demonios, eso es algo que no puedo decirte; tienes que aprenderlo por ti mismo. Ve ahí fuera y camina un poco y sé tú mismo un primo por un tiempo, quizá. Pero… Bueno, toma esa idea tuya de presentarte con el mismo aspecto que el «Hombre de Marte». No debes ofrecer al primo una cosa que sabes que no va a tragarse. Todos han visto al Hombre de Marte, en fotografías y en la estereovisión. Demonios… incluso yo lo he visto. De acuerdo, te pareces mucho a él, tienes el mismo aspecto, un parecido casual… pero, aunque fueses su hermano gemelo, los primos saben que no van a encontrar al Hombre de Marte en un espectáculo diez-en-uno en una feria. Es tan estúpido como anunciar a un tragasables como «el presidente de Estados Unidos». ¿Me sigues? Un primo desea creer… pero no consiente que se insulte su inteligencia. Hasta un primo tiene algún tipo de cerebro. Tienes que recordar eso.
—Lo recordaré.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 479
Lo principal del negocio del espectáculo, Smitty, es que
primero tienes que saber lo que desean los primos… y tienes que saber que eres
tú quien se lo proporcionas y cómo hacer que les guste.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 491
—Creo que podrías llamarnos adecuadamente «buscadores» —le
dijo Mike.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 497
—Mike… necesitamos agua —le dijo Jill.
—(¿Lo crees?).
—(Sí) —respondió la mente de ella.
—(Y…).
—(Es una elegante necesidad. ¿Por qué crees que vino?).
—(Lo sabía. Pero no estaba seguro de que tú también lo supieses, o lo aprobases. Mi hermano. Mi yo).
—(Mi hermano).
Mike no fue a buscar un vaso de agua. Envió un vaso de la bandeja de las bebidas al cuarto de baño, hizo que se llenara de agua en el grifo del lavabo, lo devolvió a manos de Jill. La señora Paiwonski observó todo aquello con un interés casi ausente; estaba más allá de la frontera del asombro. Jill cogió el vaso y dijo:
—Tía Patty, esto es como ser bautizado, o casarse. Se trata de algo marciano. Significa que tú confías en nosotros y nosotros confiamos en ti; que podemos decírtelo todo y que tú puedes decírnoslo todo… y que desde este momento somos socios, ahora y para siempre. Es algo muy serio, y una vez sellado no puede romperse. Si lo rompieras, tendrías que morir al momento. Salvada o no. Si nosotros lo rompiésemos… Pero no lo haremos. De todas formas, no tienes que compartir el agua con nosotros si no quieres; seguiremos siendo amigos.
» Si esto se interpone entre tú y la fe que sostienes, no lo hagas. No pertenecemos a tu Iglesia; aunque supusieras que sí, no pertenecemos a ella. Es posible que no pertenezcamos nunca. «Buscadores» es lo máximo que puedes llamarnos ahora. ¿Mike?
—Asimilamos —asintió él—. Pat, Jill habla correctamente. Desearía poder decírtelo en marciano, resultaría más claro. Pero esto es todo lo que se adquiere con el matrimonio, y mucho más. Te ofrecemos libremente el agua; pero si por algún motivo es un obstáculo en tu credo religioso o en tu corazón, no la aceptes, ¡no la bebas!
Patricia Paiwonski inspiró profundamente. Había tomado esa misma decisión una vez antes, con su esposo observando… y no se había acobardado. ¿Y quién era ella para rechazar a un hombre santo? ¿Y a su bendita esposa?
—Deseo beberla —dijo con tono firme.
Jill tomó un sorbo.
—Nos acercamos siempre, cada vez más.
Pasó el vaso a Mike. Éste miró a Jill, luego a Patricia.
—Gracias por el agua, hermano mío —bebió un poco—. Pat, te doy el agua de vida. Que siempre puedas beber profundamente —le pasó el vaso.
Patricia lo cogió.
—Gracias. ¡Oh, gracias, queridos! El «agua de vida» … ¡Oh, os adoro a ambos! —bebió ávidamente. Jill tomó el vaso de ella, apuró el líquido que quedaba.
—Ahora nos acercamos más, hermanos.
—(¿Jill?).
—(Ahora).
Michael alzó a su nuevo hermano de agua, lo llevó flotando por el aire y lo depositó cuidadosamente encima de la cama.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 497
Valentine Michael Smith había asimilado, cuando lo había
conocido en profundidad por primera vez, que el amor físico humano —muy humano
y muy físico— no era simplemente una aceleración necesaria del proceso ovíparo,
ni un mero ritual por el que uno alentaba el acercamiento; el acto en sí mismo
era acercamiento, algo de una gran corrección… y —por todo lo que sabía—
completamente desconocido incluso para los Ancianos de su antiguo pueblo.
Todavía estaba asimilándolo, probando cada vez que se le presentaba una ocasión
de asimilarlo en toda su plenitud. Pero desde hacía mucho tiempo había
eliminado todo temor de que hubiera herejía tras sus sospechas de que ni
siquiera los Ancianos conocían aquel éxtasis. Había asimilado ya que éste su
nuevo pueblo contaba con unas profundidades espirituales únicas. Trataba de
sondearlas, feliz, sin ninguna de las inhibiciones de su infancia susceptibles
de causar en él culpabilidad o reluctancia de ninguna clase.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 499
» Dios no es remilgado. Creó el Gran Cañón y los cometas que
surcan el cielo y los ciclones y los sementales y los terremotos… ¿Puede un
Dios capaz de crear todo esto volver la cabeza y prácticamente mojarse los
pantalones sólo porque alguna pequeña hembra se incline sobre un macho y un
hombre capte el atisbo de una teta? Tú sabes que no, cariño… ¡y yo también!
Cuando Dios nos dice que nos amemos, no suspende sobre nosotros ningún cartel
de advertencia; habla en serio. Hay que amar a los niños pequeños, que siempre
necesitan que se les cambien los pañales, y hay que amar a los hombres fuertes
y sudorosos para que nazcan más niños pequeños a los que querer… y entretanto
seguir amando, porque, ¡es tan bueno amar!
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 506
El reverendo Foster, autoordenado —u ordenado por Dios,
según la autoridad citada—, poseía un instinto intuitivo para pulsar su cultura
y su época al menos tan fuerte como el de un hábil truhan trabajándose a un
primo. El país y la cultura conocidos comúnmente como Norteamérica poseían una
personalidad enormemente escindida a lo largo de su historia. Sus leyes eran
casi siempre puritanas para un pueblo cuyo comportamiento encubierto tendía a
ser rabelesiano; sus principales religiones eran todas apolíneas en distinto
grado; sus conatos de renacimiento religioso eran a menudo histéricos de una
forma casi dionisíaca. En el siglo XX (Era Cristiana de la Tierra),
no había ningún otro lugar en el planeta donde el sexo fuera más vigorosamente
reprimido que en Estados Unidos… y en ninguna otra parte del planeta existía un
interés más profundo en él.
El reverendo Foster tenía dos características en común con casi todos los grandes líderes religiosos de ese planeta: poseía una personalidad extremadamente magnética —«hipnótica», era la palabra más ampliamente usada por sus detractores, junto con otras menos suaves— y, desde el punto de vista sexual, distaba mucho de la norma humana. Los grandes líderes religiosos de la Tierra fueron siempre célibes o la antítesis del celibato. Los grandes líderes, los innovadores… no necesariamente los administradores y consolidadores más importantes.
Foster no era célibe, como tampoco lo eran ninguna de sus esposas y sumas sacerdotisas: la ceremonia clave para la completa conversión y el renacimiento bajo la Nueva Revelación incluía un ritual que Valentine Michael Smith asimilaría más tarde como especialmente indicado para el acercamiento.
Esto, por supuesto, no era nada nuevo; a lo largo de la historia terrestre, sectas, cultos y religiones importantes demasiado numerosas para relacionarlas aquí habían empleado la misma técnica… pero no a una escala masiva en Norteamérica antes de la época de Foster. Foster fue expulsado de ciudades más de una vez antes de «perfeccionar» un método y una organización que le permitiesen extender su culto caprino. Para la organización tomó prestadas liberalmente ideas de la francmasonería, del catolicismo, del partido comunista y de la avenida Madison, así como había tomado prestadas ideas de todas las antiguas escrituras para componer su Nueva Revelación… todo ello envuelto con una recia capa azucarada, para crear la impresión de que volvía al primitivo cristianismo que tanto gustaba a sus clientes. Estableció una iglesia externa a la que podía asistir todo el mundo, y una persona podía permanecer como «buscador» con muchos beneficios por parte de la Iglesia durante años. Luego estaba una iglesia media, cuyo aspecto exterior era el de «La Iglesia de la Nueva Revelación», los felices salvados, que pagaban sus diezmos, gozaban de todos los beneficios económicos de los cada vez más amplios negocios adheridos a la Iglesia y gozaban jubilosamente en la interminable atmósfera de carnaval y evocación de ¡Felicidad, Felicidad, Felicidad! Se les perdonaban sus pecados… y poco era pecaminoso para ellos en tanto siguieran sosteniendo a su Iglesia, alternasen honestamente con sus correligionarios fosteritas, condenasen a los pecadores y se mantuviesen Felices. La Nueva Revelación no animaba específicamente el adulterio; tan sólo conservaba una actitud absolutamente mística a la hora de debatir la conducta sexual.
Los salvados de la iglesia media proporcionaban las tropas de choque cuando se necesitaba alguna acción directa. Foster tomó prestado un truco de los agitadores laborales de principios del siglo XX: si una comunidad trataba de suprimir un movimiento fosterita en germen, fosteritas de todas partes convergían sobre aquella población hasta que no había cárceles ni policías suficientes para ocuparse de ellos… y normalmente los polis terminaban con las costillas pateadas y las cárceles derruidas.
Si algún fiscal era lo bastante valiente como para presentar después una denuncia, le resultaba casi imposible sostenerla. Foster —tras aprender la lección por el fuego— se ocupaba de demostrar que, según la letra de la ley, aquellas actuaciones no eran más que pura persecución; ninguna prueba de culpabilidad de un fosterita por ser fosterita fue mantenida nunca ante el Tribunal Supremo… ni, posteriormente, ante el Tribunal Constitucional.
Pero, además de las iglesias públicas, externa y media, estaba la iglesia interna, aunque nunca denominada así: un núcleo compacto de militantes dedicados, formados por el sacerdocio, los líderes laicos de la Iglesia, todos los mantenedores de las llaves y los registros y los creadores de la política. Eran los «renacidos»; estaban por encima del pecado, tenían asegurado su lugar en el cielo, y eran los únicos participantes de los misterios interiores… y los únicos candidatos a la admisión directa al Cielo.
Foster seleccionaba a esos elementos con gran cuidado, y lo hizo personalmente hasta que la operación se volvió demasiado grande. Buscaba hombres lo más parecidos a él, y mujeres capaces de transformarse en esposas-sacerdotisas: dinámicas, profundamente convencidas (como él mismo estaba convencido), tenaces y libres (o capaces de liberarse una vez purgada su culpabilidad y su inseguridad) de envidias, en el más amplio sentido humano de la palabra. Y todos ellos debían ser sátiros y ninfas potenciales, ya que la iglesia secreta era aquel culto absolutamente dionisíaco del que Norteamérica había carecido, y para el cual existía un mercado enorme por explotar.
Pero era terriblemente cauteloso: si los candidatos estaban casados, tenían que ingresar ambos esposos. Los candidatos solteros debían ser sexualmente atractivos además de sexualmente agresivos… e impresionó a sus sacerdotes el hecho de que el número de hombres debía ser igual o superior que el de mujeres. En ninguna parte se ha admitido que Foster hubiese estudiado las historias de cultos anteriores en cierto modo paralelos de Norteamérica… pero sabía —o adivinaba— que la mayor parte de esas religiones se derrumbaron por culpa de la posesiva concupiscencia de sus sacerdotes, que desembocaba siempre en envidia masculina y violencia. Foster jamás cometió ese error; ni una sola vez retuvo enteramente para sí a una mujer, ni siquiera aquellas con las que se había casado legalmente.
Tampoco se sentía demasiado ansioso por expandir el grupo que formaba su núcleo; la iglesia media, la conocida por el público, ofrecía lo suficiente para calmar las tranquilas necesidades de las grandes masas de los culpables e infelices. Si un renacimiento local producía, aunque sólo fuera dos parejas capaces de celebrar un «Matrimonio Celestial», Foster se sentía contento; si no se producía ninguno, dejaba que las otras semillas prendiesen y enviaba un sacerdote y una sacerdotisa bregados para que las fueran alimentando.
Pero, en lo posible, siempre probaba personalmente a las parejas candidatas, en compañía de alguna devota sacerdotisa. Puesto que la pareja sometida a prueba ya estaba «salvada» en lo que a la iglesia media se refería, el riesgo que corría era mínimo. Ninguno, en realidad, con la mujer candidata y él siempre evaluando al hombre antes de dejar que su sacerdotisa siguiera adelante.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 507
Patty, querida, ninguno de nosotros quiere que hagas o digas
nunca nada que pueda resultarte violento. «Compartir el agua» tiene que ser
algo fácil y natural… y aguardar a que se convierta en algo fácil para ti
resulta fácil para nosotros.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 512
—Ya he oído hablar de esas reuniones de Felicidad —comentó Jill—,
pero nunca he sabido cómo son.
—Bueno —dijo la señora Paiwonski con aire crítico—, hay reuniones y reuniones. Las destinadas a los miembros corrientes, que están salvados, pero pueden recaer, son tremendamente divertidas: grandes fiestas en las que sólo se reza de una forma natural y feliz, llenas del júbilo y la alegría propios de una buena fiesta. Quizá incluso un poco de auténtico amor… pero no está muy bien visto y resulta conveniente andarse con cuidado respecto de cómo y con quién, porque uno no debe esparcir la semilla de la disensión entre la hermandad. La Iglesia es muy estricta en lo que se refiere a mantener las cosas en su debido lugar.
» Pero una reunión de Felicidad para los eternamente salvados… bueno, no tienes por qué preocuparte, ya que a ella no asiste nadie que pueda pecar… todo eso está pasado y olvidado. Si quieres beber hasta caerte redondo, adelante; es la voluntad de Dios, o no desearías hacerlo. Puede que desees arrodillarte y rezar, o alzar la voz en una canción… o despojarte de tus ropas y ponerte a bailar; es la voluntad de Dios. Incluso —añadió— puedes asistir a ella sin llevar ningún tipo de ropa en absoluto, porque no es posible que algún otro asistente vea nada equivocado en ello.
—Suena como una auténtica fiesta —admitió Jill.
—¡Oh, lo es, lo es… siempre! Y uno se siente inundado todo el tiempo de bendición celestial. Si te despiertas por la mañana en una cama con uno de los eternamente salvados de la cofradía, sabes que es así porque Dios quiso que fueras benditamente Feliz. Y lo eres. Todos tienen el beso de Foster en ellos… son suyos. —Frunció ligeramente el entrecejo—. Es un poco como «compartir el agua». ¿Me entendéis?
—Asimilo —asintió Mike.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 513
»Hum. Un pastor debería hallar satisfacción en su trabajo,
pero cuando es ascendido también debería experimentar alegría por ello. Resulta
que ha surgido una plaza libre para un guardián en período de entrenamiento en
un nuevo sector que va a abrirse. Es un trabajo por debajo de tu jerarquía
nominal, lo reconozco, pero se trata de una buena experiencia angélica. Ese
planeta… bueno, puedes pensar en él como un planeta, ya verás… está ocupado por
una raza de tripolaridad en vez de bipolaridad, y estoy absolutamente
convencido de que ni el mismísimo don Juan sería incapaz de descubrir ningún
interés terrestre en ninguna de sus tres polaridades… y eso no
es una opinión; fue enviado como prueba. Chilló y rezó pidiendo que se le
devolviera al infierno solitario que se ha creado para sí mismo.
—Así que se me envía a Mataplana, ¿eh? ¡Para que no interfiera!
—¡Oh, vamos, vamos! No puedes interferir. Es la única Imposibilidad que permite que todo lo demás sea posible; traté de decírtelo cuando llegaste. Pero no dejes que eso te preocupe; dispones de toda la eternidad para seguir intentándolo. Tus órdenes incluirán un bucle para que puedas comprobar el presente y el pasado sin ninguna pérdida de temporalidad. Y ahora, sal volando a escape; tengo trabajo que hacer.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 524
—Mike, ¿qué ocurrió?
—Jill… ¡asimilo a la gente!
—¿Eh? (¿?).
—(Hablo correctamente, hermanito. Asimilo). Ahora asimilo a las personas, Jill… hermanito… encanto… precioso duendecillo de piernas vivaces y adorables hechizos lascivos con libido licenciosa… hermosas prominencias pectorales y retaguardia sensual… con voz dulce y manos suaves. Mi queridísima muchachita.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 548
Todas esas
religiones se contradicen unas a otras en todos los demás puntos, pero cada una
está repleta de formas de ayudar a la gente a ser lo bastante valiente como
para reírse aunque sepan que están agonizando… —dejó de hablar, y Jill pudo
sentir que casi había entrado en estado de trance—. Jill… ¿es posible que
estuviera buscándolas por el camino equivocado? ¿No podría ser que todas
y cada una de esas religiones fuesen verdaderas?
—¿Eh? ¿Cómo podría ser eso posible? Mike, si una de ellas es verdadera, las demás tienen que ser falsas. Es pura lógica.
—¿De veras? Apunta hacia la dirección más corta en torno del universo. No importa hacia qué lado apuntes, siempre es la dirección más corta… y en realidad estás apuntando a tu propia espalda.
—Bueno, ¿y qué demuestra eso? Tú me enseñaste la verdadera respuesta, Mike: «tú eres Dios».
—Y tú eres Dios, mi amor. No estaba discutiendo eso. Pero ese detalle fundamental, que no depende en absoluto de la fe, puede significar que todas las religiones son verdaderas.
—Bueno… si todas son verdaderas, entonces en este preciso momento deseo adorar a Siva —cambió de tema Jill, con una enérgica acción directa.
—Pequeña pagana —dijo Mike en voz baja—. Te expulsarán de San Francisco.
—Entonces iremos a Los Ángeles… donde nadie reparará en nosotros. ¡Oh! ¡Tú eres Siva!
—¡Danza, Kali, danza!
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 551
En algún momento durante la noche, Jill se despertó y vio a
Mike de pie ante la ventana, mirando la ciudad. —(¿Te ocurre algo, hermano
mío?). Mike dio media vuelta. —No hay ninguna necesidad de que se sientan
desdichados. —¡Querido, querido! Creo que hubiera sido mejor que te llevara a
casa. La ciudad no te sienta bien. —Pero de todas formas lo hubiera sabido. El
dolor, la enfermedad, el hambre, la lucha… no hay ninguna necesidad de nada de
ello.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 552
Pero el final del informe era todo lo que a Jubal le
interesaba leer meticulosamente para recordar: «Conclusión: El sujeto es un
hipnotista natural de extremado talento y, como tal, podría ser concebiblemente
útil en los Servicios de Información, aunque es por completo incompetente para
cualquier cuerpo de combate. De todos modos, su bajo cociente intelectual
(rozando la imbecilidad), su extremadamente baja clasificación general, y sus
tendencias paranoicas (ilusiones de grandeza) hacen poco aconsejable explotar
su talento de idiot-savant. Recomendación: Licencia inmediata por ineptitud,
sin pensión ni beneficio alguno».
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 556
—Por favor, Ben. Estatua es lo que se erige a los políticos
fallecidos en las esquinas de los bulevares. Esto que ve son «esculturas».
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 559
—Ben contempló la escultura—. Pero no acabo de captarlo.
—Está bien. Atiéndame. Cualquiera puede mirar a una chica guapa y ver una chica guapa. Pero un artista es capaz de mirar a una chica preciosa y ver en ella a la anciana en que llegará a convertirse. Y un artista mejor puede mirar a una vieja y ver la chica preciosa que fue en su juventud. Pero un gran artista, un maestro, y eso es lo que fue Auguste Rodin, puede mirar a una vieja, retratarla exactamente tal como es en aquel momento… y obligar al que contemple su obra a ver en ella la jovencita preciosa que fue la anciana. Y más que eso: puede conseguir que cualquier persona con la sensibilidad de un armadillo, o incluso usted, vea que esa chica encantadora aún está viva, en absoluto vieja y fea, sino simplemente aprisionada dentro de ese cuerpo arruinado. El gran artista es capaz de hacerle sentir a uno la tranquila e infinita tragedia de una muchacha que nació para no envejecer en su corazón más allá de los dieciocho años… al margen de lo que las despiadadas horas le hicieron a su cuerpo. Mírela, Ben. Envejecer no nos importa a usted o a mí; nunca nacimos para ser admirados… pero a ella sí. ¡Contémplela!
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 561
Ben, ¿qué extrae la gente del hecho de mirar un crucifijo?
—Ya sabe usted lo mucho que voy a la iglesia.
—«Lo poco», querrá decir. Sin embargo, tiene que saber que, como artesanía, las pinturas y esculturas de la Crucifixión son normalmente atroces… y las pinturas, las más realistas utilizadas a menudo en las iglesias, suelen ser las peores: la sangre chorrea como ketchup, y ese ex carpintero es reflejado como si fuese un afeminado… lo cual no era así, si hay que creer lo que dicen los Evangelios. Jesús fue un hombre robusto, probablemente musculoso y con una buena salud. Pero, pese a las casi siempre lamentablemente torpes representaciones de la Crucifixión, para la mayoría de las personas una imagen deficiente es tan efectiva como otra buena. No ven los defectos; todo lo que ven es un símbolo que les inspira las más profundas emociones: les recuerda la Agonía y el Sacrificio de Dios.
—Jubal, creí que no era usted cristiano.
—¿Y qué tiene que ver con esto? ¿Acaso eso me deja ciego y sordo a la más fundamental emoción humana? Estoy diciendo que el crucifijo de yeso más torpemente pintado o la más barata postal del Nacimiento pueden ser un símbolo suficiente poderoso para evocar en el corazón del hombre emociones tan fuertes, que muchos han muerto por ellas y muchos más viven para ellas. Así que la habilidad artesanal y el juicio artístico con el que se juzga ese símbolo es irrelevante.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 562
Jubal miró la copia de la Cariátide caída bajo el peso de su
piedra y sonrió. —Llámelo un tour de force en empatía, Ben. No espero que sea
capaz de apreciar las formas y masas que hacen que esa figura sea mucho más que
un «ocho» … pero puede apreciar lo que Rodin está diciendo en ella.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 562
» Ben, durante casi tres mil años, los arquitectos diseñaron
edificios con columnas en forma de figuras femeninas. Se convirtió en una
costumbre tan generalizada, que lo hacían de una forma tan indiferente como un
niño pequeño pisa una hormiga. Después de todos esos siglos, fue necesario un
Rodin para hacer ver que ése era un trabajo excesivamente pesado para una
chica. Pero no se limitó a decir: «Mirad, estúpidos, si debéis diseñarlo así,
al menos poned recias figuras de hombres». No, lo mostró… y
generalizó el símbolo. He aquí a esa pobre cariátide que lo ha intentado, y ha
fracasado, derrumbada bajo el peso de su carga. Es una buena chica. Observe su
cara. Seria, infeliz a causa de su fracaso, pero sin echarle la culpa a nadie,
ni siquiera a los dioses… y aún sigue esforzándose en sostener el peso, después
de haberse derrumbado bajo él.
»Pero constituye algo más que buen arte denunciando un arte muy malo: es un símbolo para toda mujer que haya intentado alguna vez llevar sobre sus hombros una carga demasiado pesada, más de la mitad de la población femenina de este planeta, viva y muerta, calculo. Y no sólo mujeres: el símbolo es asexual. Se refiere a cada hombre y a cada mujer que haya vivido y se haya pasado la vida haciendo gala de fortaleza de ánimo, sin emitir queja alguna, y cuyo valor no ha sido jamás detectado hasta que se han derrumbado, vencidos por el peso de su carga. Es el valor, Ben, y la victoria.
—¿Victoria?
—Victoria en la derrota; no hay triunfo mayor. Ella no se da por vencida, Ben; sigue intentando alzar esa piedra, después de que la ha aplastado. Ella es un padre de familia yendo a su aburrido trabajo mientras el cáncer devora dolorosamente sus entrañas, a fin de poder llevar a casa un nuevo cheque de la paga para sus chicos. Es una niña de doce años tratando de cuidar a sus hermanitos pequeños porque mamá se ha ido al Cielo. Es la telefonista de una central que se mantiene en su puesto mientras el humo la asfixia y las llamas avanzan y le cortan la retirada. Es todos esos héroes desconocidos que no pueden hacer otra cosa, excepto no abandonar nunca.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 562
—Los dibujos abstractos están bien como linóleo, o papel
decorativo para las habitaciones. Pero el arte es el proceso de evocación de la
misericordia y el terror, y eso no es abstracto en absoluto, sino muy humano.
Lo que hacen los supuestos artistas modernos es una especie de masturbación
pseudointelectual no emotiva, mientras que el arte creativo es más parecido a
las relaciones sexuales, puesto que a través de él el artista debe seducir,
provocar las emociones de su audiencia, cada vez. Esos muchachos que no se
dignan hacerlo así, o quizá no sepan, pierden por supuesto el favor del
público. De no ser gratificados con interminables subvenciones, se morirían de
hambre o haría mucho tiempo que habrían debido ponerse a trabajar. Porque una
persona corriente no compra un «arte» que le deja insensible: si lo hace y paga
por él, es para desgravarlo en sus impuestos o algo por el estilo.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 565
La oscuridad es normalmente el refugio de la incompetencia.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 566
» El único elogio que me interesa es el sonido del dinero
que paga el cliente al comprar mis relatos, un dinero que me llega a mí porque
yo he llegado a él. O eso, o nada. Apoyo para las artes… ¡merde! ¡Un artista
subvencionado por el Gobierno es una puta incompetente!
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 567
—Créame, es mejor sentir la tentación y resistir, que no
resistirse y verse decepcionado. Volvamos ahora a Duque y Larry: no sé nada, ni
me importa. Siempre que alguien viene aquí, para vivir y trabajar como un
miembro más de la familia, dejo bien claro que esto no es una fábrica donde se
explota a los obreros ni un prostíbulo, sino un hogar. Como tal, combina la
anarquía y la tiranía sin el menor asomo de democracia, lo mismo que en
cualquier familia bien gobernada; es decir, que todo el mundo puede hacer lo
que le plazca excepto cuando yo doy órdenes, las cuales nadie tiene derecho a
discutir. »Pero mi tiranía nunca se ha extendido a la vida amorosa. Todos los
muchachos que viven aquí han elegido siempre mantener sus asuntos privados
razonablemente privados. Por lo menos —Jubal sonrió tristemente— hasta que la
influencia marciana hizo que las cosas se escaparan un poco de las manos… lo
cual le incluye también a usted, mi querido hermano de agua.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 573
Recuerde, yo ya conocí a una dama tatuada. Los tatuajes
hacen que se sientan completamente vestidas… y casi se resienten de tener que
ponerse ropa encima. O al menos, así era por lo que se refiere a mi amiga
Sedako. Era japonesa. Claro que los japoneses no tienen la misma conciencia del
cuerpo que tenemos nosotros.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 581
» Esto hace, hum, diecinueve adultos. Estoy casi segura de
que ésa es la cifra correcta, aunque resulta difícil de decir, puesto que rara
vez se encuentran todos en el Nido al mismo tiempo, excepto para nuestros
propios servicios en el Templo Íntimo. El Nido se ha construido para albergar a
ochenta y uno… es decir un «tres lleno», o tres veces tres multiplicado por sí
mismo… pero Michael dice que habrá mucha espera antes de que se necesite un
nido mayor, y que para entonces ya habremos construido otros más. Ben, ¿te
gustaría presenciar un servicio externo y ver cómo lo lleva Mike, en vez de
escucharme a mí decir tonterías? Michael estará predicando ahora.
—Oh, sí, me encantaría, si no es demasiado trastorno.
—Podrías ir por ti mismo. Pero me gustará ir contigo… y no tengo ninguna otra cosa que hacer en estos momentos. Espera un segundo, querido, mientras me pongo decente.
—Jubal, volvió al cabo de un par de minutos cubierta por una
túnica, no muy distinta de la toga de testigo de Anne pero con un corte
diferente, con mangas en alas de ángel, cuello alto y la marca registrada que
utiliza Mike para la Iglesia de Todos los Mundos: nueve círculos concéntricos y
un sol convencionalizado, bordados encima del corazón. Ese atuendo era una
túnica de sacerdotisa, su vestimenta; Jill y las otras sacerdotisas vestían del
mismo modo, excepto que la de Pat era opaca, de densa seda sintética, y el
cuello era lo suficientemente alto como para cubrir sus dibujos. También se
había puesto medias de malla densa, o quizá calcetines, y llevaba unas
sandalias en la mano.
» Aquellas prendas la cambiaban por completo, Jubal. La investían de una gran dignidad. Su rostro es muy agradable, y pude darme cuenta de que era considerablemente mayor de lo que había supuesto en un principio, aunque no la diferencia de veinte años que ella asegura. Posee una piel exquisita, y pensé que era una vergüenza haberla estropeado con todos aquellos tatuajes.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 588
No parecía un sermón, y no llevaba ropas místicas… sólo un
traje de lino sintético blanco, elegante y bien cortado. Sonaba como un maldito
vendedor de coches usados, de los buenos. Soltaba chistes y explicaba
parábolas… nada de ello puritano precisamente, pero nada tampoco realmente
obsceno. Su esencia era una especie de panteísmo. Una de las parábolas era
aquel viejo cuento de la lombriz que, mientras está cavando, tropieza con otra
y exclama: «¡Oh, qué hermosa eres! ¡Qué encantadora! ¿Quieres casarte
conmigo?». Y la otra responde: «No seas tonta, ¿no ves que soy tu otra punta?».
¿No lo había oído antes? —¿Oírlo? ¡Yo lo escribí! —No me había dado cuenta de
que fuera tan viejo. Mike le saca mucho partido. Su idea es que, cuando alguien
se encuentra con otro ser asimilante… Bien, él no dice «asimilante» en este
punto… cualquier otro ser vivo, hombre, mujer o gato extraviado, lo que hace
uno es encontrarse con su «otra punta», y el universo es sólo algo pequeño que
zurramos entre todos la otra noche para entretenernos y luego acordamos olvidar
la broma. Todo ello planteado de una forma muy recubierta de azúcar, y con un
extremo cuidado de no pisarles los pies a los competidores.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 591
Mike tiene la cosa organizada en nueve círculos, como los
grados de iniciación de una logia… y a nadie se le dice que hay otro círculo
más interior hasta que ha madurado lo suficiente como para ingresar en él.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 592
Soy incapaz de decir en qué consistía exactamente el
servicio. Mike les cantaba en marciano, ellos le respondían en marciano…
excepto el estribillo: «¡Tú eres Dios! ¡Tú eres Dios!», que despertaba siempre
el eco de alguna palabra marciana que me provocaría dolor de garganta si
tratase de pronunciarla.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 594
—¡Vaya! —dijo Jill, interrumpiendo por fin el beso—. Te he
echado de menos, viejo bruto. Tú eres Dios.
—Tú eres Dios —concedió él—. Jill, estás más hermosa que nunca.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 604
—Nunca te apresures, Patty cariño. —Debo darme prisa, y así
no tendré que apresurarme.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 605
—La espera es, hasta llenarla. ¿Sabes que esto no es una
Iglesia?
—Bueno, Patty me dijo algo por el estilo.
—Digamos más bien que no es una religión. Es una Iglesia, en todos los sentidos legales y morales… y supongo que nuestro Nido es un monasterio. Pero no tratamos de acercar a la gente a Dios; eso es una contradicción en sí misma, ni siquiera puedes expresarla en marciano. No intentamos salvar almas, porque las almas no pueden perderse. No pretendemos convencer a la gente de que tengan fe. Lo que ofrecemos no es fe sino verdad… una verdad que todos pueden verificar; no les animamos a que crean en ella. Una verdad para propósitos prácticos, para el aquí-y-ahora, una verdad tan prosaica como una tabla de planchar y tan útil como una hogaza de pan… tan práctica que puede hacer que la guerra y el hambre, la violencia y el odio sean tan innecesarios como… bueno, como las ropas aquí en el Nido.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 606
—¿Quiere decir que no lo encuentra ofensivo?
—Oh, acaba de plantear usted un tema completamente distinto. La exhibición pública de la lujuria es algo que considero muy desagradable, ya sea como participante o como espectador; pero asimilo que esto refleja mi educación primaria, nada más. Una minoría muy grande de la humanidad, posiblemente una mayoría, no comparte mis gustos sobre esta materia. Decididamente no… porque la orgía posee una historia larga y amplísima, aunque no sea de mi agrado. Pero, ¿ofensiva?… Mi querido señor, sólo puedo considerar ofensivo lo que me ofende éticamente. Las cuestiones éticas están sujetas a la lógica; pero éste es un asunto de gusto y cabe aplicarle el viejo dicho: de gustibus non est disputandum.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 631
—Jubal, ¿cree que lo que están haciendo es moral?
¿Todo eso, propio de monos en el zoo, y lo demás? Todo lo que quiero decir, es
que Jill ignora realmente que lo que hace está mal. Mike ha
conseguido hechizarla… y hasta el propio Mike, tampoco sabe que está actuando
mal. Él es el Hombre de Marte, no tuvo un punto de partida honesto. Todo lo
nuestro resulta extraño para él… probablemente nunca ha llegado a asimilarlo.
Jubal pareció turbado.
—Acaba de suscitar una cuestión difícil, Ben. Pero le daré una respuesta directa. Sí, creo que lo que hace esa gente… todo el Nido, no sólo nuestros chicos… es moral. Tal como usted me lo describió. No he tenido oportunidad de examinar los detalles, pero sí lo creo. Orgías en grupo, abiertos y desvergonzados cambios de parejas… su forma comunal de vivir y su código anarquista… todo. Y muy especialmente, su desinteresada dedicación a ofrecer su perfecta moralidad a los demás.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 635
—¿Usted preocupado? ¿Cómo cree que me siento yo?
Jubal, no puedo aceptar su teoría de la dulzura y la luz. ¡Lo que están
haciendo es erróneo!
—¿De veras? Ben, es ese último incidente lo que no ha conseguido digerir usted.
—Hum… quizá. No del todo.
—En su mayor parte. Ben, la ética del sexo es un problema espinoso, porque cada uno de nosotros ha de hallar una solución pragmática compatible con un ridículo, completamente impracticable y nocivo código público: la llamada «moralidad». La mayoría de nosotros sabemos, o sospechamos, que ese código público está equivocado, y lo violamos. Pero pagamos nuestro tributo aparentando estar de acuerdo en público y sintiéndonos culpables por quebrantarlo en privado. Queramos o no, ese código nos gobierna, nos pone alrededor del cuello un albatros muerto y pestilente. Usted piensa en sí mismo como un alma libre, lo sé, y también rompe ese código nocivo. Pero enfrentado a un problema de ética sexual nuevo para usted, lo sitúa inconscientemente delante del mismo código judeo-cristiano que usted conscientemente rechaza obedecer. Todo ello de una forma tan automática que empieza a sentir arcadas, y pese a todo llega a la conclusión, y sigue creyéndolo, de que sus reflejos demuestran que usted está «en lo cierto» y los demás «se equivocan». ¡Uf! El utilizar su estómago para probar la culpabilidad no es más que otra variante del juicio de Dios. Todo lo que su estómago puede reflejar son los prejuicios que le inculcaron antes de que tuviese uso de razón.
—¿Y qué me dice de su estómago?
—El mío es tan estúpido como el suyo… pero no le permito que gobierne mi cerebro. Al menos, puedo ver la hermosura del intento de Mike de proyectar una ética humana ideal, y aplaudo su reconocimiento de que un código así debe estar fundado en un comportamiento sexual ideal, aunque exija cambios tan radicales en las costumbres sexuales como para asustar a la mayoría de la gente, incluido usted. Por eso le admiro… Debería proponerlo como miembro de la Sociedad Filosófica. La mayor parte de los filósofos morales suponen, consciente o inconscientemente, que nuestro código sexual cultural es esencialmente correcto: familia, monogamia, continencia, el postulado de intimidad que tanto le trastornó a usted, restricción de las relaciones sexuales al lecho matrimonial, etcétera. Una vez estipulado nuestro código cultural como un conjunto, juguetearon con los detalles… ¡hasta insignificancias tales como discutir si el pecho femenino era o no una visión «obscena»! Pero sus debates principales se refirieron a cómo el animal humano podía ser inducido o forzado a obedecer este código, ignorando imperturbablemente las altas posibilidades de que los corazones rotos y las tragedias que presenciaban a su alrededor tuvieran su origen en el propio código antes que en el fracaso en respetarlo.
»Y ahora llega el Hombre de Marte, examina ese código sacrosanto… y lo rechaza in toto. No capto exactamente cuál es el código sexual de Mike, pero resulta claro, por lo poco que me ha dicho usted, que viola las leyes de todas las naciones importantes de la Tierra y ultrajará la «honesta forma de pensar» de los que observan las normas de todas las principales religiones… y de muchos agnósticos y ateos también. Y, sin embargo, ese pobre muchacho…
—Jubal, se lo repito… no es ningún muchacho, es un hombre.
—¿Es un hombre? Me lo pregunto. Ese pobre sucedáneo marciano está diciendo, según su informe, que el sexo es una forma de ser felices juntos. Hasta aquí estoy de acuerdo con Mike: el sexo debería ser un medio hacia la felicidad. Lo peor acerca del sexo es que lo utilizamos para hacernos daño los unos a los otros. Jamás debería hacer daño; sólo debería traer felicidad o, por lo menos, placer. No hay ninguna buena razón por la cual debería ser menos que eso.
»El código dice: No desearás la mujer de tu prójimo. ¿Y el resultado? Castidad reluctante, adulterio, celos, amargas peleas familiares, golpes y a veces asesinatos, hogares deshechos y niños traumatizados… pequeñas insinuaciones furtivas en los bailes de los clubes de campo y lugares así, que degradan tanto a la mujer como al hombre, se consumen o no. ¿Se obedeció alguna vez esa prohibición? Me refiero al mandamiento de «no desear». Me lo pregunto. Si un hombre me jurara sobre un montón de sus propias Biblias que se había abstenido de desear la mujer de su prójimo porque el código se lo prohibía, me atrevería a suponer que es un tipo que se engaña a sí mismo, o un subnormal sexual. Cualquier hombre lo bastante viril como para procrear ha codiciado muchas, muchas mujeres, tanto si ha hecho algún avance al respecto como si no lo ha hecho.
»Y ahora llega Mike y dice: No es necesario que desees a mi mujer. ¡Ámala! Su amor no conoce límites, todos lo tenemos todo por ganar, y nada que perder excepto el miedo y el pecado, el odio y los celos. Esta proposición es tan ingenua que resulta increíble. Por todo lo que yo recuerdo, sólo la precivilización de los esquimales fue alguna vez tan ingenua… y sus miembros estaban tan aislados del resto de nosotros que casi podrían ser calificados como «hombres de Marte». Sin embargo, pronto les transmitimos nuestras virtudes y ahora, en vez de su alegre compartir, tienen la misma castidad y el mismo adulterio que el resto de nosotros. Me pregunto qué salieron ganando.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 637
El hombre consciente de sí mismo ha sido creado de tal forma
que no puede imaginar su propia extinción, y esto conduce automáticamente a una
infinita invención de religiones. Mientras esta involuntaria convicción de
inmortalidad no demuestre por algún medio que la inmortalidad es un hecho, las
preguntas generadas por esta convicción son abrumadoramente importantes,
podamos responderlas o no, o demostrar las respuestas que sospechamos. La
naturaleza de la vida, cómo se introduce el ego en el cuerpo físico, el
problema del ego en sí mismo y por qué cada ego parece ser el centro del
universo, la finalidad de la vida, la finalidad del universo… Ésas son
cuestiones importantes, Ben; nunca pueden ser triviales. La ciencia no puede, o
no lo ha conseguido todavía, resolver ninguna de ellas… ¿y quién soy yo para
burlarme de las religiones por intentar resolverlas, aunque sus explicaciones
no me parezcan convincentes?
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 642
La única opinión religiosa de la que me siento seguro es
ésta: ¡la autoconsciencia no es sólo un puñado de aminoácidos chocando unos
contra otros!
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 642
» Y, desde el punto de vista teológico, la conducta sexual
de Mike es tan kosher como un pescado en viernes, tan ortodoxa como Santa
Claus. Predica que todas las criaturas vivas son colectivamente Dios; eso hace
de él y sus discípulos los únicos dioses conscientes de sí mismos en este
panteón… lo cual les adjudica una tarjeta de afiliación al sindicato, según las
reglas para la divinidad en este planeta. Estas reglas siempre permiten a los
dioses disponer de una libertad sexual limitada sólo por su propio juicio; las
reglas mortales nunca se aplican. ¿Leda y el Cisne? ¿Europa y el Toro? ¿Osiris,
Isis y Horus? ¿Los increíbles juegos incestuosos de los dioses escandinavos?
Eche una buena mirada a las relaciones familiares del Uno y Trino de la más
ampliamente respetada religión occidental… Y no citaré las religiones
orientales; ¡sus dioses hacen cosas que no toleraría un criador de visones! »
La única forma en que las extrañas interrelaciones de los distintos aspectos de
lo que significa ser un monoteísta pueden reconciliarse con los preceptos de la
religión, es aceptando que las reglas para la deidad en esos asuntos no son las
mismas reglas que para los vulgares mortales. Por supuesto, la mayoría de la
gente no piensa en ello; lo compartimentan en su mente y lo etiquetan: Sagrado
- No molestar. » Pero es preciso concederle a Mike la misma dispensa concedida
a todos los demás dioses. Hay reglas para este juego: un dios único se divide
al menos en dos partes: masculina y femenina, y procrea. No únicamente Jehová;
todos lo hacen. Por el contrario, un grupo de dioses procrearán como conejos,
sin que les importen mucho las formalidades humanas. Una vez ingresado Mike en
el negocio de la divinidad, esas orgías de su grupo eran algo tan lógico y
seguro como que el domingo sigue al sábado. Así que deje de utilizar los
estándares de Podunk y júzguelos solamente por la moral olímpica; creo que
entonces descubrirá que han estado mostrando una sorprendente moderación.
Además, Ben, este «acercamiento» a través de la unión sexual, esta unidad en la
pluralidad y pluralidad de vuelta a la unidad, no puede tolerar la monogamia
dentro del grupo divino. Cualquier emparejamiento que excluyera a los demás
sería inmoral y obsceno, bajo el credo postulado. Y si ese congreso sexual
compartido por todos es esencial para su credo, como asimilo que tiene que
serlo, entonces, ¿por qué espera que escondan esta sagrada unión detrás de una
puerta? Su insistencia de que deberían esconderse convertiría un rito sagrado,
cosa que era, en algo obsceno, cosa que no era. Usted simplemente no comprendió
lo que estaba sucediendo.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 643
Contra sus propias reglas había sucumbido a la más insidiosa
de las drogas: las noticias.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 649
Canción fúnebre de un
muchacho de los bosques
Las profundidades del añorado invierno son hielo en mi
corazón;
los jirones de los acuerdos rotos yacen pesados sobre mi alma.
Los fantasmas de los perdidos éxtasis aún nos mantienen separados;
los sordos vientos de amargura flotan sobre nosotros.
Las cicatrices y los tendones rotos, las ramas arrancadas de cuajo,
el doliente pozo del hambre y el pulsar del hueso dislocado,
mis ardientes ojos llenos de arena mientras la luz disminuye dentro,
no añaden nada al tormento de yacer aquí solo…
Las rielantes llamas de la fiebre resaltan tu bendito rostro;
mis rotos tímpanos envían el eco de tu voz a mi cabeza.
No temo la oscuridad que avanza a buen paso;
sólo temo perderte cuando ya esté muerto.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 650
Despedida
Hay amnesia en un nudo corredizo y alivio en el hacha,
Pero el sencillo veneno relajará tus nervios.
Hay rapidez en un pistoletazo y sopor en el potro,
Pero una buena dosis de veneno te ahorrará lo más duro.
Hallarás descanso en la silla eléctrica, o el gas te traerá la paz;
Pero el farmacéutico de la esquina puede darte esa paz en un sobrecito.
Hay refugio en el cementerio de la iglesia, si estás cansado de enfrentarte a los hechos…
Y el camino más suave es el veneno recetado por un médico amable.
Coro:
Tras un ¡hugh! y un gemido, y un estertor,
La Muerte llega en silencio, o tal vez aullando…
Pero lo más agradable para acabar con tus días
es el brindis de una copa, de mano de un amigo.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 651
Sé que la manera más astuta de mentir es contar la cantidad
exacta de verdad en el momento adecuado… y luego callarse.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 657
—¿Becky? ¿También ella se encuentra en esta
casa de locos? Hubiera debido adivinarlo. ¿Dónde está?
—Sí, Becky. Aunque la llamamos «Allie» porque ya tenemos otra Becky. Pero tendrá que esperar. Y no se tome a broma sus horóscopos, Jubal: tiene la Visión.
—Oh… tonterías, Stinky. La astrología no pasa de ser una estupidez, y usted lo sabe.
—Desde luego que sí. Incluso Allie lo sabe. Y un gran porcentaje de los astrólogos son burdos fraudes. No obstante, Allie la practica de una forma más diligente de lo que solía hacer cuando trabajaba para el público, ya que ahora emplea la aritmética y la astronomía marcianas, mucho más completas que las nuestras.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 685
Mahmoud agitó la cabeza.
—Sólo en la superficie. Puede usted decir, supongo, que Maryam adoptó mi religión y yo adopté la suya; nos consolidamos. Pero Jubal, mi querido hermano, sigo siendo esclavo de Dios, sometido a Su voluntad… y, no obstante, puedo decir: «Tú eres Dios, yo soy Dios, todo lo que asimila es Dios». El profeta no afirmó nunca que fuera el último de los profetas, ni proclamó que había dicho todo lo que se tenía que decir… sólo los fanáticos después de él insistieron en esas dos engañosas falacias.
»El sometimiento a la voluntad de Dios no es convertirse en un robot ciego, incapaz de elegir libremente y así de pecar; el Corán no dice eso. La sumisión puede incluir, incluye, de hecho, profundas responsabilidades respecto a la forma en la cual yo, y cada uno de nosotros, configura el universo. Nos corresponde a nosotros convertirlo en un jardín celestial… o arrancar todo y destruirlo —sonrió—. «Con la ayuda de Dios todas las cosas son posibles», si puedo tomar esa frase prestada por un momento… excepto lo único imposible: Dios no puede escapar de Sí mismo. No puede abdicar de Su propia responsabilidad absoluta; debe mantenerse sometido a Su propia voluntad, eternamente. El islam permanece; Él no puede cargarle la responsabilidad a nadie. Es Suya… mía… de usted… de Mike.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 686
¿Cómo va a dar lecciones una maestra a unos chiquillos que
saben más que ella y no se callarán cuando cometa algún error en sus
enseñanzas? ¿Qué será de los médicos y dentistas cuando todo el mundo esté
siempre sano? ¿Qué pasará con las industrias textiles y del vestido y los
grandes imperios de la moda cuando la ropa ya no sea realmente necesaria y las
mujeres pierdan gran parte de su interés en los nuevos modelos (aunque nunca lo
perderán del todo), y a nadie le importe en absoluto que le vean con el culo al
aire? ¿Qué forma adoptará «el problema agrícola» cuando pueda decírseles a las
malas hierbas que no crezcan y las cosechas se recojan sin beneficios para la
Cosechera Internacional o la John Deere? Diga simplemente un nombre: cambiará
hasta el punto de hacerlo irreconocible cuando sea aplicada la disciplina. Tome
por ejemplo el cambio que sacudirá tanto la santidad del matrimonio, en su
forma actual, como la santidad de la propiedad.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 693
Jubal, ¿tiene usted alguna idea de cuánto dinero gasta
anualmente este país en drogas anticonceptivas y dispositivos semejantes?
—Tengo cierta idea, Sam. Casi mil millones de dólares sólo en anticonceptivos orales este último año fiscal… y aproximadamente la mitad más en remedios patentados, curalotodos y panaceas tan útiles como el almidón de maíz.
—Oh, sí, es usted médico.
—Sólo de pasada. Pero soy una mente curiosa.
—De cualquier forma, ¿qué será de esa gran industria… y de las discordantes protestas de los moralistas… cuando una mujer pueda concebir solamente cuando decida hacerlo con un acto de volición, cuando además sea inmune a las enfermedades, le importe únicamente la aprobación de los de su misma clase… y su orientación esté tan cambiada que desee las relaciones sexuales con una vehemencia que Cleopatra jamás pudo soñar, pero que cualquier hombre que pretenda violarla caiga fulminado instantáneamente si ella así lo asimila, sin que llegue a saber nunca qué es lo que le ha golpeado? ¿Cuándo las mujeres se vean libres de culpa y temor, pero invulnerables excepto por decisión propia? Demonios, la industria farmacéutica será una baja sin importancia; ¿qué otras industrias, leyes, instituciones, actitudes, prejuicios y demás estupideces tendrán que abandonarse?
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 693
La felicidad es funcionar de la forma en que un ser humano
está organizado para funcionar…
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 698
Mike empezó aquí hace apenas dos años, inseguro de sí mismo
y con sólo la cortés ayuda de tres sacerdotisas poco entrenadas. Ahora poseemos
un Nido sólido… más un lote de peregrinos bastante adelantados con los que
entraremos en contacto más tarde y dejaremos que se reúnan con nosotros. Y
algún día… algún día seremos demasiado fuertes para que puedan perseguirnos.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 700
Jubal, soy físicamente incapaz de intentar el amor con una
mujer que no haya compartido el agua conmigo. Y esto reza para todo el Nido. Es
una impotencia psíquica, a menos que el espíritu se fusione como se fusiona la
carne.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 725
—¿No teme atribuirse el papel de Dios, muchacho?
Mike sonrió con desvergonzada jovialidad.
—Soy Dios. Usted es Dios… y cualquier necio al que extirpo, es Dios también. Jubal, se dice que Dios observa a cada gorrión que cae. Y así es. Pero la forma más aproximada en que puede expresarse esta idea en nuestro idioma, es decir que Dios no puede evitar darse cuenta de la caída del gorrión porque el gorrión es Dios. Y cuando un gato atrapa a un gorrión, ambos son Dios, y realizan los pensamientos de Dios.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 726
Si uno posee la verdad, puede demostrarla. Muéstresela a la
gente. Si sólo habla, no probará nada.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 731
La multitud se abrió un poco ante aquella advertencia, y la
cámara hizo un zoom para tomar un plano de su cara y hombros. El Hombre de
Marte sonrió a sus hermanos y dijo una vez más, en voz baja y clara:
—Os amo.
Un saltamontes incauto aterrizó zumbando sobre la hierba, a pocos centímetros de su rostro; Mike volvió la cabeza y contempló al insecto, que se le había quedado mirando.
—Tú eres Dios —dijo alegremente, y se descorporizó.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 739
Si Mike les hubiese dado algo grande, como la estereovisión
o el bingo… Pero sólo les había ofrecido la Verdad. O una parte de la Verdad.
¿Y a quién le interesa la Verdad? Se echó a reír entre sollozos.
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 741
«Miradme. Soy un hijo del hombre».
Robert A. Heinlein
Forastero en tierra extraña, página 747
—Oh, nos llevaremos bien —aseguró el Arcángel Michael, y
preguntó a Digby—. ¿No nos hemos visto antes en alguna parte?
—No que yo recuerde —respondió Digby—. Por supuesto, uno ha estado en tantos sitios en tantas ocasiones… —se encogió de hombros.
—No importa. Tú eres Dios.
—Tú eres Dios —respondió Digby.
—Ahorraos las formalidades, por favor —dijo Foster—. Os he dejado un montón de trabajo, y no disponéis de toda la eternidad para ocuparos de él. Cierto, «Tú eres Dios», pero… ¿quién no lo es?
Robert A. Heinlein
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—¡Ja! «Ese hombre, Smith…». ¡Ese hombre! ¿Acaso no se da cuenta de que no lo es?
—¿Eh?
—Smith… no… es… un… hombre.
—¿Cómo? Explíquese, capitán.
—Smith no es un hombre. Es una criatura inteligente, con los genes y los antepasados de un hombre, pero no es un hombre. Es más un marciano que un hombre. Hasta que llegamos nosotros, nunca había posado los ojos en un ser humano. Piensa como un marciano, siente como un marciano. Ha sido criado y educado por una raza que no tiene nada en común con nosotros. Una raza que ni siquiera tiene sexo. Smith nunca ha puesto los ojos en una mujer… ni siquiera ahora, si mis órdenes han sido cumplidas. Es un hombre por ascendencia, pero un marciano por medio ambiente. Ahora, si quieren ustedes volverle loco y estropear ese «hallazgo de un tesoro de información científica», llamen a sus profesores de cabeza cuadrada y déjenles que lo sacudan de un lado para otro. No le concedan ni la más remota posibilidad de recuperarse y fortalecer su cuerpo y acostumbrarse al manicomio que es este planeta. Simplemente sigan adelante y estrújenlo como una naranja. La responsabilidad no será mía: ¡yo ya he cumplido con mi trabajo!
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—¿Por qué vuela la polilla hacia la luz? El impulso hacia el poder es menos lógico aún que el impulso sexual… y más fuerte.
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—Justo en este momento —repuso Madame Vesant con enérgica confianza—. Supongo que se dará cuenta de que el horóscopo de ese joven Smith presentaba un problema inusual y muy difícil para la Ciencia. El hecho de haber nacido en otro planeta me ha obligado a recalcular todos los aspectos y actitudes. La influencia del Sol resulta disminuida; la influencia de Diana desaparece casi por completo. Júpiter irrumpe en un aspecto nuevo, quizá me atrevería a decir único, como estoy segura que comprenderá perfectamente. Esto ha requerido una serie de cálculos que…
—¡Allie! No importa eso. ¿Conoce las respuestas?
—Naturalmente.
—¡Oh, gracias a Dios! Temí que quizá estaba intentando decirme que la tarea era demasiado para usted.
Madame Vesant se mostró sinceramente ofendida en su dignidad.
—Querida mía, la Ciencia es inalterable; sólo se alteran las configuraciones. Los medios que predijeron el instante y el lugar exactos del nacimiento de Cristo, que le dijeron a Julio César el momento y la forma de su muerte… ¿cómo podrían fallar ahora? La verdad es la verdad, inmutable.
—Sí, por supuesto.
—¿Está usted preparada para la lectura?
—Déjeme poner en marcha la grabadora… Adelante.
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—Inhíbase —recomendó él, ceñudo—. No se eche a llorar por Ben. Al menos, no en mi presencia. Lo peor que puede haberle sucedido es que haya muerto… y todos estamos destinados a ello, si no esta mañana en cuestión de días, de semanas, de años como máximo. Hable con Mike, su protegido, al respecto. Él considera la «descorporización» como algo que debe temerse menos que a una reprimenda… y puede que tenga razón. Bueno, si le dijese a Mike que íbamos a asarle a él para la cena, me daría las gracias por el honor, con la voz sofocada por el agradecimiento.
—Sé que lo haría —admitió Jill en voz muy baja—, pero yo no tengo su misma actitud filosófica acerca de tales cosas.
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Smith se mostró confuso.
—Lo ignoro.
—¿Cómo puede saberlo —protestó Jill—, cuando en realidad no sabe lo que nosotros podemos y no podemos hacer?
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—Eh… lo pensaré.
—Pero si lo haces, Duque, no finjas. Si Mike acepta tu ofrecimiento de la hermandad del agua, lo hará de una forma muy seria. Confiará absolutamente en ti, no importa sobre qué… así que no lo hagas a menos que estés igualmente dispuesto a confiar en él y a respaldarlo en todo, por muy difíciles que se pongan las cosas. Tienes que ir hasta el fin… o no empezar.
—Lo entiendo. Por eso dije que lo pensaré.
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—Es una mujer. Y puedes intentar cruzar su palma con plata, siempre que la denominación sea convincente. Se llama Madame Alexandra Vesant.
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—Hace crecer el acercamiento. Con el agua de vida nos acercamos —se humedeció los labios y lo pasó a Dorcas.
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—Con agua damos la bienvenida a nuestro hermano… —luego, mirando a Mahmoud, añadió—. Nido, agua, vida —bebió—. Por nuestro hermano —le ofreció de vuelta el vaso.
Mahmoud apuró lo que quedaba y dijo, no en marciano ni en inglés, sino en árabe:
—«Y si mezclas tus asuntos con los suyos, entonces son tus hermanos».
—Amén —asintió Jubal.
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Tras lo cual siguió en marciano.
Luego, de nuevo en inglés:
—… agradecemos la favorable acogida que nos ha sido dispensada hoy. Traemos saludos para los pueblos de la Tierra de parte de los Ancianos de Marte…
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—¡Adelante, hijos de Fos…ter! ¡Destrozad a vuestros enemigos…! ¡La fe es nuestro escudo y arma…dura! ¡Fila tras fila hay que abatirlos…!
—¡Segundo verso!
—¡Que no haya paz para el peca…dor! ¡Dios está de nuestro lado!
Mike se sentía tan jubiloso que ni siquiera se detuvo a traducir y sopesar e intentar asimilar las palabras. Asimilaba que las palabras en sí no eran la esencia; se trataba del acercamiento. La danza de la serpiente empezó a avanzar de nuevo, los bailarines entonaron su poderoso canto, al que se unieron las voces del coro y de los que estaban demasiado débiles para acompañarles.
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—¿Eh?
—La Nueva Revelación, y todas las doctrinas y prácticas bajo su nombre son materia antigua, muy antigua. Todo lo que se puede decir acerca de ellas es que ni Foster ni Digby tuvieron nunca una idea original en sus vidas, pero sabían lo que debían vender en este día y época. Fueron reuniendo un centenar de viejos trucos gastados por el tiempo, les dieron una nueva capa de pintura y se lanzaron al negocio. Un negocio de éxito fulminante, además. Lo que más me preocupa es que puedo llegar a vivir lo suficiente como para comprobar que se vende demasiado bien… hasta que todo el mundo se sienta obligado a comprarlo.
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—¿Qué debo hacer para conseguirlo, Tim? ¿Cómo puedo aprender qué es lo que hace picar a un primo?
—Demonios, eso es algo que no puedo decirte; tienes que aprenderlo por ti mismo. Ve ahí fuera y camina un poco y sé tú mismo un primo por un tiempo, quizá. Pero… Bueno, toma esa idea tuya de presentarte con el mismo aspecto que el «Hombre de Marte». No debes ofrecer al primo una cosa que sabes que no va a tragarse. Todos han visto al Hombre de Marte, en fotografías y en la estereovisión. Demonios… incluso yo lo he visto. De acuerdo, te pareces mucho a él, tienes el mismo aspecto, un parecido casual… pero, aunque fueses su hermano gemelo, los primos saben que no van a encontrar al Hombre de Marte en un espectáculo diez-en-uno en una feria. Es tan estúpido como anunciar a un tragasables como «el presidente de Estados Unidos». ¿Me sigues? Un primo desea creer… pero no consiente que se insulte su inteligencia. Hasta un primo tiene algún tipo de cerebro. Tienes que recordar eso.
—Lo recordaré.
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—(¿Lo crees?).
—(Sí) —respondió la mente de ella.
—(Y…).
—(Es una elegante necesidad. ¿Por qué crees que vino?).
—(Lo sabía. Pero no estaba seguro de que tú también lo supieses, o lo aprobases. Mi hermano. Mi yo).
—(Mi hermano).
Mike no fue a buscar un vaso de agua. Envió un vaso de la bandeja de las bebidas al cuarto de baño, hizo que se llenara de agua en el grifo del lavabo, lo devolvió a manos de Jill. La señora Paiwonski observó todo aquello con un interés casi ausente; estaba más allá de la frontera del asombro. Jill cogió el vaso y dijo:
—Tía Patty, esto es como ser bautizado, o casarse. Se trata de algo marciano. Significa que tú confías en nosotros y nosotros confiamos en ti; que podemos decírtelo todo y que tú puedes decírnoslo todo… y que desde este momento somos socios, ahora y para siempre. Es algo muy serio, y una vez sellado no puede romperse. Si lo rompieras, tendrías que morir al momento. Salvada o no. Si nosotros lo rompiésemos… Pero no lo haremos. De todas formas, no tienes que compartir el agua con nosotros si no quieres; seguiremos siendo amigos.
» Si esto se interpone entre tú y la fe que sostienes, no lo hagas. No pertenecemos a tu Iglesia; aunque supusieras que sí, no pertenecemos a ella. Es posible que no pertenezcamos nunca. «Buscadores» es lo máximo que puedes llamarnos ahora. ¿Mike?
—Asimilamos —asintió él—. Pat, Jill habla correctamente. Desearía poder decírtelo en marciano, resultaría más claro. Pero esto es todo lo que se adquiere con el matrimonio, y mucho más. Te ofrecemos libremente el agua; pero si por algún motivo es un obstáculo en tu credo religioso o en tu corazón, no la aceptes, ¡no la bebas!
Patricia Paiwonski inspiró profundamente. Había tomado esa misma decisión una vez antes, con su esposo observando… y no se había acobardado. ¿Y quién era ella para rechazar a un hombre santo? ¿Y a su bendita esposa?
—Deseo beberla —dijo con tono firme.
Jill tomó un sorbo.
—Nos acercamos siempre, cada vez más.
Pasó el vaso a Mike. Éste miró a Jill, luego a Patricia.
—Gracias por el agua, hermano mío —bebió un poco—. Pat, te doy el agua de vida. Que siempre puedas beber profundamente —le pasó el vaso.
Patricia lo cogió.
—Gracias. ¡Oh, gracias, queridos! El «agua de vida» … ¡Oh, os adoro a ambos! —bebió ávidamente. Jill tomó el vaso de ella, apuró el líquido que quedaba.
—Ahora nos acercamos más, hermanos.
—(¿Jill?).
—(Ahora).
Michael alzó a su nuevo hermano de agua, lo llevó flotando por el aire y lo depositó cuidadosamente encima de la cama.
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Forastero en tierra extraña, página 499
Forastero en tierra extraña, página 506
El reverendo Foster tenía dos características en común con casi todos los grandes líderes religiosos de ese planeta: poseía una personalidad extremadamente magnética —«hipnótica», era la palabra más ampliamente usada por sus detractores, junto con otras menos suaves— y, desde el punto de vista sexual, distaba mucho de la norma humana. Los grandes líderes religiosos de la Tierra fueron siempre célibes o la antítesis del celibato. Los grandes líderes, los innovadores… no necesariamente los administradores y consolidadores más importantes.
Foster no era célibe, como tampoco lo eran ninguna de sus esposas y sumas sacerdotisas: la ceremonia clave para la completa conversión y el renacimiento bajo la Nueva Revelación incluía un ritual que Valentine Michael Smith asimilaría más tarde como especialmente indicado para el acercamiento.
Esto, por supuesto, no era nada nuevo; a lo largo de la historia terrestre, sectas, cultos y religiones importantes demasiado numerosas para relacionarlas aquí habían empleado la misma técnica… pero no a una escala masiva en Norteamérica antes de la época de Foster. Foster fue expulsado de ciudades más de una vez antes de «perfeccionar» un método y una organización que le permitiesen extender su culto caprino. Para la organización tomó prestadas liberalmente ideas de la francmasonería, del catolicismo, del partido comunista y de la avenida Madison, así como había tomado prestadas ideas de todas las antiguas escrituras para componer su Nueva Revelación… todo ello envuelto con una recia capa azucarada, para crear la impresión de que volvía al primitivo cristianismo que tanto gustaba a sus clientes. Estableció una iglesia externa a la que podía asistir todo el mundo, y una persona podía permanecer como «buscador» con muchos beneficios por parte de la Iglesia durante años. Luego estaba una iglesia media, cuyo aspecto exterior era el de «La Iglesia de la Nueva Revelación», los felices salvados, que pagaban sus diezmos, gozaban de todos los beneficios económicos de los cada vez más amplios negocios adheridos a la Iglesia y gozaban jubilosamente en la interminable atmósfera de carnaval y evocación de ¡Felicidad, Felicidad, Felicidad! Se les perdonaban sus pecados… y poco era pecaminoso para ellos en tanto siguieran sosteniendo a su Iglesia, alternasen honestamente con sus correligionarios fosteritas, condenasen a los pecadores y se mantuviesen Felices. La Nueva Revelación no animaba específicamente el adulterio; tan sólo conservaba una actitud absolutamente mística a la hora de debatir la conducta sexual.
Los salvados de la iglesia media proporcionaban las tropas de choque cuando se necesitaba alguna acción directa. Foster tomó prestado un truco de los agitadores laborales de principios del siglo XX: si una comunidad trataba de suprimir un movimiento fosterita en germen, fosteritas de todas partes convergían sobre aquella población hasta que no había cárceles ni policías suficientes para ocuparse de ellos… y normalmente los polis terminaban con las costillas pateadas y las cárceles derruidas.
Si algún fiscal era lo bastante valiente como para presentar después una denuncia, le resultaba casi imposible sostenerla. Foster —tras aprender la lección por el fuego— se ocupaba de demostrar que, según la letra de la ley, aquellas actuaciones no eran más que pura persecución; ninguna prueba de culpabilidad de un fosterita por ser fosterita fue mantenida nunca ante el Tribunal Supremo… ni, posteriormente, ante el Tribunal Constitucional.
Pero, además de las iglesias públicas, externa y media, estaba la iglesia interna, aunque nunca denominada así: un núcleo compacto de militantes dedicados, formados por el sacerdocio, los líderes laicos de la Iglesia, todos los mantenedores de las llaves y los registros y los creadores de la política. Eran los «renacidos»; estaban por encima del pecado, tenían asegurado su lugar en el cielo, y eran los únicos participantes de los misterios interiores… y los únicos candidatos a la admisión directa al Cielo.
Foster seleccionaba a esos elementos con gran cuidado, y lo hizo personalmente hasta que la operación se volvió demasiado grande. Buscaba hombres lo más parecidos a él, y mujeres capaces de transformarse en esposas-sacerdotisas: dinámicas, profundamente convencidas (como él mismo estaba convencido), tenaces y libres (o capaces de liberarse una vez purgada su culpabilidad y su inseguridad) de envidias, en el más amplio sentido humano de la palabra. Y todos ellos debían ser sátiros y ninfas potenciales, ya que la iglesia secreta era aquel culto absolutamente dionisíaco del que Norteamérica había carecido, y para el cual existía un mercado enorme por explotar.
Pero era terriblemente cauteloso: si los candidatos estaban casados, tenían que ingresar ambos esposos. Los candidatos solteros debían ser sexualmente atractivos además de sexualmente agresivos… e impresionó a sus sacerdotes el hecho de que el número de hombres debía ser igual o superior que el de mujeres. En ninguna parte se ha admitido que Foster hubiese estudiado las historias de cultos anteriores en cierto modo paralelos de Norteamérica… pero sabía —o adivinaba— que la mayor parte de esas religiones se derrumbaron por culpa de la posesiva concupiscencia de sus sacerdotes, que desembocaba siempre en envidia masculina y violencia. Foster jamás cometió ese error; ni una sola vez retuvo enteramente para sí a una mujer, ni siquiera aquellas con las que se había casado legalmente.
Tampoco se sentía demasiado ansioso por expandir el grupo que formaba su núcleo; la iglesia media, la conocida por el público, ofrecía lo suficiente para calmar las tranquilas necesidades de las grandes masas de los culpables e infelices. Si un renacimiento local producía, aunque sólo fuera dos parejas capaces de celebrar un «Matrimonio Celestial», Foster se sentía contento; si no se producía ninguno, dejaba que las otras semillas prendiesen y enviaba un sacerdote y una sacerdotisa bregados para que las fueran alimentando.
Pero, en lo posible, siempre probaba personalmente a las parejas candidatas, en compañía de alguna devota sacerdotisa. Puesto que la pareja sometida a prueba ya estaba «salvada» en lo que a la iglesia media se refería, el riesgo que corría era mínimo. Ninguno, en realidad, con la mujer candidata y él siempre evaluando al hombre antes de dejar que su sacerdotisa siguiera adelante.
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—Bueno —dijo la señora Paiwonski con aire crítico—, hay reuniones y reuniones. Las destinadas a los miembros corrientes, que están salvados, pero pueden recaer, son tremendamente divertidas: grandes fiestas en las que sólo se reza de una forma natural y feliz, llenas del júbilo y la alegría propios de una buena fiesta. Quizá incluso un poco de auténtico amor… pero no está muy bien visto y resulta conveniente andarse con cuidado respecto de cómo y con quién, porque uno no debe esparcir la semilla de la disensión entre la hermandad. La Iglesia es muy estricta en lo que se refiere a mantener las cosas en su debido lugar.
» Pero una reunión de Felicidad para los eternamente salvados… bueno, no tienes por qué preocuparte, ya que a ella no asiste nadie que pueda pecar… todo eso está pasado y olvidado. Si quieres beber hasta caerte redondo, adelante; es la voluntad de Dios, o no desearías hacerlo. Puede que desees arrodillarte y rezar, o alzar la voz en una canción… o despojarte de tus ropas y ponerte a bailar; es la voluntad de Dios. Incluso —añadió— puedes asistir a ella sin llevar ningún tipo de ropa en absoluto, porque no es posible que algún otro asistente vea nada equivocado en ello.
—Suena como una auténtica fiesta —admitió Jill.
—¡Oh, lo es, lo es… siempre! Y uno se siente inundado todo el tiempo de bendición celestial. Si te despiertas por la mañana en una cama con uno de los eternamente salvados de la cofradía, sabes que es así porque Dios quiso que fueras benditamente Feliz. Y lo eres. Todos tienen el beso de Foster en ellos… son suyos. —Frunció ligeramente el entrecejo—. Es un poco como «compartir el agua». ¿Me entendéis?
—Asimilo —asintió Mike.
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—Así que se me envía a Mataplana, ¿eh? ¡Para que no interfiera!
—¡Oh, vamos, vamos! No puedes interferir. Es la única Imposibilidad que permite que todo lo demás sea posible; traté de decírtelo cuando llegaste. Pero no dejes que eso te preocupe; dispones de toda la eternidad para seguir intentándolo. Tus órdenes incluirán un bucle para que puedas comprobar el presente y el pasado sin ninguna pérdida de temporalidad. Y ahora, sal volando a escape; tengo trabajo que hacer.
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—Jill… ¡asimilo a la gente!
—¿Eh? (¿?).
—(Hablo correctamente, hermanito. Asimilo). Ahora asimilo a las personas, Jill… hermanito… encanto… precioso duendecillo de piernas vivaces y adorables hechizos lascivos con libido licenciosa… hermosas prominencias pectorales y retaguardia sensual… con voz dulce y manos suaves. Mi queridísima muchachita.
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—¿Eh? ¿Cómo podría ser eso posible? Mike, si una de ellas es verdadera, las demás tienen que ser falsas. Es pura lógica.
—¿De veras? Apunta hacia la dirección más corta en torno del universo. No importa hacia qué lado apuntes, siempre es la dirección más corta… y en realidad estás apuntando a tu propia espalda.
—Bueno, ¿y qué demuestra eso? Tú me enseñaste la verdadera respuesta, Mike: «tú eres Dios».
—Y tú eres Dios, mi amor. No estaba discutiendo eso. Pero ese detalle fundamental, que no depende en absoluto de la fe, puede significar que todas las religiones son verdaderas.
—Bueno… si todas son verdaderas, entonces en este preciso momento deseo adorar a Siva —cambió de tema Jill, con una enérgica acción directa.
—Pequeña pagana —dijo Mike en voz baja—. Te expulsarán de San Francisco.
—Entonces iremos a Los Ángeles… donde nadie reparará en nosotros. ¡Oh! ¡Tú eres Siva!
—¡Danza, Kali, danza!
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—Está bien. Atiéndame. Cualquiera puede mirar a una chica guapa y ver una chica guapa. Pero un artista es capaz de mirar a una chica preciosa y ver en ella a la anciana en que llegará a convertirse. Y un artista mejor puede mirar a una vieja y ver la chica preciosa que fue en su juventud. Pero un gran artista, un maestro, y eso es lo que fue Auguste Rodin, puede mirar a una vieja, retratarla exactamente tal como es en aquel momento… y obligar al que contemple su obra a ver en ella la jovencita preciosa que fue la anciana. Y más que eso: puede conseguir que cualquier persona con la sensibilidad de un armadillo, o incluso usted, vea que esa chica encantadora aún está viva, en absoluto vieja y fea, sino simplemente aprisionada dentro de ese cuerpo arruinado. El gran artista es capaz de hacerle sentir a uno la tranquila e infinita tragedia de una muchacha que nació para no envejecer en su corazón más allá de los dieciocho años… al margen de lo que las despiadadas horas le hicieron a su cuerpo. Mírela, Ben. Envejecer no nos importa a usted o a mí; nunca nacimos para ser admirados… pero a ella sí. ¡Contémplela!
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—Ya sabe usted lo mucho que voy a la iglesia.
—«Lo poco», querrá decir. Sin embargo, tiene que saber que, como artesanía, las pinturas y esculturas de la Crucifixión son normalmente atroces… y las pinturas, las más realistas utilizadas a menudo en las iglesias, suelen ser las peores: la sangre chorrea como ketchup, y ese ex carpintero es reflejado como si fuese un afeminado… lo cual no era así, si hay que creer lo que dicen los Evangelios. Jesús fue un hombre robusto, probablemente musculoso y con una buena salud. Pero, pese a las casi siempre lamentablemente torpes representaciones de la Crucifixión, para la mayoría de las personas una imagen deficiente es tan efectiva como otra buena. No ven los defectos; todo lo que ven es un símbolo que les inspira las más profundas emociones: les recuerda la Agonía y el Sacrificio de Dios.
—Jubal, creí que no era usted cristiano.
—¿Y qué tiene que ver con esto? ¿Acaso eso me deja ciego y sordo a la más fundamental emoción humana? Estoy diciendo que el crucifijo de yeso más torpemente pintado o la más barata postal del Nacimiento pueden ser un símbolo suficiente poderoso para evocar en el corazón del hombre emociones tan fuertes, que muchos han muerto por ellas y muchos más viven para ellas. Así que la habilidad artesanal y el juicio artístico con el que se juzga ese símbolo es irrelevante.
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»Pero constituye algo más que buen arte denunciando un arte muy malo: es un símbolo para toda mujer que haya intentado alguna vez llevar sobre sus hombros una carga demasiado pesada, más de la mitad de la población femenina de este planeta, viva y muerta, calculo. Y no sólo mujeres: el símbolo es asexual. Se refiere a cada hombre y a cada mujer que haya vivido y se haya pasado la vida haciendo gala de fortaleza de ánimo, sin emitir queja alguna, y cuyo valor no ha sido jamás detectado hasta que se han derrumbado, vencidos por el peso de su carga. Es el valor, Ben, y la victoria.
—¿Victoria?
—Victoria en la derrota; no hay triunfo mayor. Ella no se da por vencida, Ben; sigue intentando alzar esa piedra, después de que la ha aplastado. Ella es un padre de familia yendo a su aburrido trabajo mientras el cáncer devora dolorosamente sus entrañas, a fin de poder llevar a casa un nuevo cheque de la paga para sus chicos. Es una niña de doce años tratando de cuidar a sus hermanitos pequeños porque mamá se ha ido al Cielo. Es la telefonista de una central que se mantiene en su puesto mientras el humo la asfixia y las llamas avanzan y le cortan la retirada. Es todos esos héroes desconocidos que no pueden hacer otra cosa, excepto no abandonar nunca.
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—Oh, sí, me encantaría, si no es demasiado trastorno.
—Podrías ir por ti mismo. Pero me gustará ir contigo… y no tengo ninguna otra cosa que hacer en estos momentos. Espera un segundo, querido, mientras me pongo decente.
» Aquellas prendas la cambiaban por completo, Jubal. La investían de una gran dignidad. Su rostro es muy agradable, y pude darme cuenta de que era considerablemente mayor de lo que había supuesto en un principio, aunque no la diferencia de veinte años que ella asegura. Posee una piel exquisita, y pensé que era una vergüenza haberla estropeado con todos aquellos tatuajes.
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—Tú eres Dios —concedió él—. Jill, estás más hermosa que nunca.
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—Bueno, Patty me dijo algo por el estilo.
—Digamos más bien que no es una religión. Es una Iglesia, en todos los sentidos legales y morales… y supongo que nuestro Nido es un monasterio. Pero no tratamos de acercar a la gente a Dios; eso es una contradicción en sí misma, ni siquiera puedes expresarla en marciano. No intentamos salvar almas, porque las almas no pueden perderse. No pretendemos convencer a la gente de que tengan fe. Lo que ofrecemos no es fe sino verdad… una verdad que todos pueden verificar; no les animamos a que crean en ella. Una verdad para propósitos prácticos, para el aquí-y-ahora, una verdad tan prosaica como una tabla de planchar y tan útil como una hogaza de pan… tan práctica que puede hacer que la guerra y el hambre, la violencia y el odio sean tan innecesarios como… bueno, como las ropas aquí en el Nido.
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—Oh, acaba de plantear usted un tema completamente distinto. La exhibición pública de la lujuria es algo que considero muy desagradable, ya sea como participante o como espectador; pero asimilo que esto refleja mi educación primaria, nada más. Una minoría muy grande de la humanidad, posiblemente una mayoría, no comparte mis gustos sobre esta materia. Decididamente no… porque la orgía posee una historia larga y amplísima, aunque no sea de mi agrado. Pero, ¿ofensiva?… Mi querido señor, sólo puedo considerar ofensivo lo que me ofende éticamente. Las cuestiones éticas están sujetas a la lógica; pero éste es un asunto de gusto y cabe aplicarle el viejo dicho: de gustibus non est disputandum.
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Jubal pareció turbado.
—Acaba de suscitar una cuestión difícil, Ben. Pero le daré una respuesta directa. Sí, creo que lo que hace esa gente… todo el Nido, no sólo nuestros chicos… es moral. Tal como usted me lo describió. No he tenido oportunidad de examinar los detalles, pero sí lo creo. Orgías en grupo, abiertos y desvergonzados cambios de parejas… su forma comunal de vivir y su código anarquista… todo. Y muy especialmente, su desinteresada dedicación a ofrecer su perfecta moralidad a los demás.
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—¿De veras? Ben, es ese último incidente lo que no ha conseguido digerir usted.
—Hum… quizá. No del todo.
—En su mayor parte. Ben, la ética del sexo es un problema espinoso, porque cada uno de nosotros ha de hallar una solución pragmática compatible con un ridículo, completamente impracticable y nocivo código público: la llamada «moralidad». La mayoría de nosotros sabemos, o sospechamos, que ese código público está equivocado, y lo violamos. Pero pagamos nuestro tributo aparentando estar de acuerdo en público y sintiéndonos culpables por quebrantarlo en privado. Queramos o no, ese código nos gobierna, nos pone alrededor del cuello un albatros muerto y pestilente. Usted piensa en sí mismo como un alma libre, lo sé, y también rompe ese código nocivo. Pero enfrentado a un problema de ética sexual nuevo para usted, lo sitúa inconscientemente delante del mismo código judeo-cristiano que usted conscientemente rechaza obedecer. Todo ello de una forma tan automática que empieza a sentir arcadas, y pese a todo llega a la conclusión, y sigue creyéndolo, de que sus reflejos demuestran que usted está «en lo cierto» y los demás «se equivocan». ¡Uf! El utilizar su estómago para probar la culpabilidad no es más que otra variante del juicio de Dios. Todo lo que su estómago puede reflejar son los prejuicios que le inculcaron antes de que tuviese uso de razón.
—¿Y qué me dice de su estómago?
—El mío es tan estúpido como el suyo… pero no le permito que gobierne mi cerebro. Al menos, puedo ver la hermosura del intento de Mike de proyectar una ética humana ideal, y aplaudo su reconocimiento de que un código así debe estar fundado en un comportamiento sexual ideal, aunque exija cambios tan radicales en las costumbres sexuales como para asustar a la mayoría de la gente, incluido usted. Por eso le admiro… Debería proponerlo como miembro de la Sociedad Filosófica. La mayor parte de los filósofos morales suponen, consciente o inconscientemente, que nuestro código sexual cultural es esencialmente correcto: familia, monogamia, continencia, el postulado de intimidad que tanto le trastornó a usted, restricción de las relaciones sexuales al lecho matrimonial, etcétera. Una vez estipulado nuestro código cultural como un conjunto, juguetearon con los detalles… ¡hasta insignificancias tales como discutir si el pecho femenino era o no una visión «obscena»! Pero sus debates principales se refirieron a cómo el animal humano podía ser inducido o forzado a obedecer este código, ignorando imperturbablemente las altas posibilidades de que los corazones rotos y las tragedias que presenciaban a su alrededor tuvieran su origen en el propio código antes que en el fracaso en respetarlo.
»Y ahora llega el Hombre de Marte, examina ese código sacrosanto… y lo rechaza in toto. No capto exactamente cuál es el código sexual de Mike, pero resulta claro, por lo poco que me ha dicho usted, que viola las leyes de todas las naciones importantes de la Tierra y ultrajará la «honesta forma de pensar» de los que observan las normas de todas las principales religiones… y de muchos agnósticos y ateos también. Y, sin embargo, ese pobre muchacho…
—Jubal, se lo repito… no es ningún muchacho, es un hombre.
—¿Es un hombre? Me lo pregunto. Ese pobre sucedáneo marciano está diciendo, según su informe, que el sexo es una forma de ser felices juntos. Hasta aquí estoy de acuerdo con Mike: el sexo debería ser un medio hacia la felicidad. Lo peor acerca del sexo es que lo utilizamos para hacernos daño los unos a los otros. Jamás debería hacer daño; sólo debería traer felicidad o, por lo menos, placer. No hay ninguna buena razón por la cual debería ser menos que eso.
»El código dice: No desearás la mujer de tu prójimo. ¿Y el resultado? Castidad reluctante, adulterio, celos, amargas peleas familiares, golpes y a veces asesinatos, hogares deshechos y niños traumatizados… pequeñas insinuaciones furtivas en los bailes de los clubes de campo y lugares así, que degradan tanto a la mujer como al hombre, se consumen o no. ¿Se obedeció alguna vez esa prohibición? Me refiero al mandamiento de «no desear». Me lo pregunto. Si un hombre me jurara sobre un montón de sus propias Biblias que se había abstenido de desear la mujer de su prójimo porque el código se lo prohibía, me atrevería a suponer que es un tipo que se engaña a sí mismo, o un subnormal sexual. Cualquier hombre lo bastante viril como para procrear ha codiciado muchas, muchas mujeres, tanto si ha hecho algún avance al respecto como si no lo ha hecho.
»Y ahora llega Mike y dice: No es necesario que desees a mi mujer. ¡Ámala! Su amor no conoce límites, todos lo tenemos todo por ganar, y nada que perder excepto el miedo y el pecado, el odio y los celos. Esta proposición es tan ingenua que resulta increíble. Por todo lo que yo recuerdo, sólo la precivilización de los esquimales fue alguna vez tan ingenua… y sus miembros estaban tan aislados del resto de nosotros que casi podrían ser calificados como «hombres de Marte». Sin embargo, pronto les transmitimos nuestras virtudes y ahora, en vez de su alegre compartir, tienen la misma castidad y el mismo adulterio que el resto de nosotros. Me pregunto qué salieron ganando.
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los jirones de los acuerdos rotos yacen pesados sobre mi alma.
Los fantasmas de los perdidos éxtasis aún nos mantienen separados;
los sordos vientos de amargura flotan sobre nosotros.
Las cicatrices y los tendones rotos, las ramas arrancadas de cuajo,
el doliente pozo del hambre y el pulsar del hueso dislocado,
mis ardientes ojos llenos de arena mientras la luz disminuye dentro,
no añaden nada al tormento de yacer aquí solo…
Las rielantes llamas de la fiebre resaltan tu bendito rostro;
mis rotos tímpanos envían el eco de tu voz a mi cabeza.
No temo la oscuridad que avanza a buen paso;
sólo temo perderte cuando ya esté muerto.
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Pero el sencillo veneno relajará tus nervios.
Hay rapidez en un pistoletazo y sopor en el potro,
Pero una buena dosis de veneno te ahorrará lo más duro.
Hallarás descanso en la silla eléctrica, o el gas te traerá la paz;
Pero el farmacéutico de la esquina puede darte esa paz en un sobrecito.
Hay refugio en el cementerio de la iglesia, si estás cansado de enfrentarte a los hechos…
Y el camino más suave es el veneno recetado por un médico amable.
Coro:
Tras un ¡hugh! y un gemido, y un estertor,
La Muerte llega en silencio, o tal vez aullando…
Pero lo más agradable para acabar con tus días
es el brindis de una copa, de mano de un amigo.
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—Sí, Becky. Aunque la llamamos «Allie» porque ya tenemos otra Becky. Pero tendrá que esperar. Y no se tome a broma sus horóscopos, Jubal: tiene la Visión.
—Oh… tonterías, Stinky. La astrología no pasa de ser una estupidez, y usted lo sabe.
—Desde luego que sí. Incluso Allie lo sabe. Y un gran porcentaje de los astrólogos son burdos fraudes. No obstante, Allie la practica de una forma más diligente de lo que solía hacer cuando trabajaba para el público, ya que ahora emplea la aritmética y la astronomía marcianas, mucho más completas que las nuestras.
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—Sólo en la superficie. Puede usted decir, supongo, que Maryam adoptó mi religión y yo adopté la suya; nos consolidamos. Pero Jubal, mi querido hermano, sigo siendo esclavo de Dios, sometido a Su voluntad… y, no obstante, puedo decir: «Tú eres Dios, yo soy Dios, todo lo que asimila es Dios». El profeta no afirmó nunca que fuera el último de los profetas, ni proclamó que había dicho todo lo que se tenía que decir… sólo los fanáticos después de él insistieron en esas dos engañosas falacias.
»El sometimiento a la voluntad de Dios no es convertirse en un robot ciego, incapaz de elegir libremente y así de pecar; el Corán no dice eso. La sumisión puede incluir, incluye, de hecho, profundas responsabilidades respecto a la forma en la cual yo, y cada uno de nosotros, configura el universo. Nos corresponde a nosotros convertirlo en un jardín celestial… o arrancar todo y destruirlo —sonrió—. «Con la ayuda de Dios todas las cosas son posibles», si puedo tomar esa frase prestada por un momento… excepto lo único imposible: Dios no puede escapar de Sí mismo. No puede abdicar de Su propia responsabilidad absoluta; debe mantenerse sometido a Su propia voluntad, eternamente. El islam permanece; Él no puede cargarle la responsabilidad a nadie. Es Suya… mía… de usted… de Mike.
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—Tengo cierta idea, Sam. Casi mil millones de dólares sólo en anticonceptivos orales este último año fiscal… y aproximadamente la mitad más en remedios patentados, curalotodos y panaceas tan útiles como el almidón de maíz.
—Oh, sí, es usted médico.
—Sólo de pasada. Pero soy una mente curiosa.
—De cualquier forma, ¿qué será de esa gran industria… y de las discordantes protestas de los moralistas… cuando una mujer pueda concebir solamente cuando decida hacerlo con un acto de volición, cuando además sea inmune a las enfermedades, le importe únicamente la aprobación de los de su misma clase… y su orientación esté tan cambiada que desee las relaciones sexuales con una vehemencia que Cleopatra jamás pudo soñar, pero que cualquier hombre que pretenda violarla caiga fulminado instantáneamente si ella así lo asimila, sin que llegue a saber nunca qué es lo que le ha golpeado? ¿Cuándo las mujeres se vean libres de culpa y temor, pero invulnerables excepto por decisión propia? Demonios, la industria farmacéutica será una baja sin importancia; ¿qué otras industrias, leyes, instituciones, actitudes, prejuicios y demás estupideces tendrán que abandonarse?
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Mike sonrió con desvergonzada jovialidad.
—Soy Dios. Usted es Dios… y cualquier necio al que extirpo, es Dios también. Jubal, se dice que Dios observa a cada gorrión que cae. Y así es. Pero la forma más aproximada en que puede expresarse esta idea en nuestro idioma, es decir que Dios no puede evitar darse cuenta de la caída del gorrión porque el gorrión es Dios. Y cuando un gato atrapa a un gorrión, ambos son Dios, y realizan los pensamientos de Dios.
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—Os amo.
Un saltamontes incauto aterrizó zumbando sobre la hierba, a pocos centímetros de su rostro; Mike volvió la cabeza y contempló al insecto, que se le había quedado mirando.
—Tú eres Dios —dijo alegremente, y se descorporizó.
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Forastero en tierra extraña, página 747
—No que yo recuerde —respondió Digby—. Por supuesto, uno ha estado en tantos sitios en tantas ocasiones… —se encogió de hombros.
—No importa. Tú eres Dios.
—Tú eres Dios —respondió Digby.
—Ahorraos las formalidades, por favor —dijo Foster—. Os he dejado un montón de trabajo, y no disponéis de toda la eternidad para ocuparos de él. Cierto, «Tú eres Dios», pero… ¿quién no lo es?
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