Mauro Zúñiga Araúz

El encuentro

Al despertar, estaba mi padre. Mantenía la misma sonrisa que dejó en mis ojos. Me abrazó. Me preguntó por Juan, mi hermano menor. Le dije que estaba preso. Dejó escurrir una lágrima solitaria que se esfumó sin tocar la boca. Me preguntó por Carlos, mi hermano mayor. Le dije que estaba preso. Lloró por los dos ojos abiertos. Me preguntó por Victoria, mi única hermana. Le dije que estaba presa. Siguió llorando. Entonces me preguntó por mí. Me acabo de morir, le dije. Una luminosidad transparente le inundó sus ojos tristes. Me abrazó con una fortaleza virgen. Las lágrimas se fueron a empañar otras visiones.

Mauro Zúñiga Araúz



El pájaro muerto

Alvarito trasladó la furia de su alegría en un dolor interno al ver al pájaro muerto. Había confeccionado el biombo cuando distinguía a los ruiseñores posarse en las ramas del árbol de mango cerca, muy cerca del portal colonial de su casa grande. ¡Qué lindo son para estar vivo! Eso no lo pensó porque es la herencia cultural del hombre.

Su corazón se detuvo en la garganta al golpear la piedra contra el frágil animal. ¡Qué alegría! ¡Lo maté! Ese pensamiento estremeció todas las fibras profundas de su alegría. ¡Qué alegría, yo lo maté!, mientras corría para verificar su crimen. La melodía del ruiseñor se congeló en un eterno pasado. El pájaro estaba muerto. Sus patitas posaban para que las contemplara el sol.

Qué cruel es la naturaleza por permitir destruirla y hacernos infelices. La alegría del pájaro me arrancó la mía. “Eres feliz, pajarito —le dijo Alvarito—. Gracias por haberme despertado.”

Mauro Zúñiga Araúz




El trabajo de Catalino

Catalino era el hermano menor de su madre. Nació y vivió en Villa Linda y solo en dos ocasiones vino a la capital. Trabajaba de las oportunidades, cada vez más escasas. Mi padre, un político influyente, le gestionó un empleo en la Gobernación. Catalino se hospedó en mi casa.

El primer día de trabajo llegó tarde. El jefe de personal le llamó la atención. Para evitar esas molestias, decidió bañarse antes de acostarse; así ahorraba tiempo en la mañana. Lamentablemente, volvió a llegar tarde y fue sorprendido otra vez. Decidió bañarse y desayunar antes de dormir, pero llego tarde por tercer día consecutivo. La llamada de atención se convirtió en una amenaza. “¡La próxima vez…!” Él no quería regresar a Villa Linda. Decidió bañarse, desayunarse y vestirse por la noche, de manera que, al sonar el despertador salía rumbo a la puerta. Al cuarto día fue despedido.

Catalino regresó a Villa Linda sin el despertador, allá no lo necesitaba: no había apuros. La naturaleza se despierta despacio. Los primeros rayos de sol besan con ternura los cuerpos dormidos. Los cantos de los gallos despiden las madrugadas frías. Los ruiseñores revolotean de melodías en las casas que no conocen la prisa. Así es la gente de Villa Linda: se despiertan cuando se abren los pétalos y se acuestan cuando se esconden los pájaros. Vida humana y naturaleza es lo mismo. La corta estada de Catalino en la capital fue como un torbellino que le alborotó todas sus células. Catalino en la capital era otro. Ordeñar la ubre de las vacas mansas, manejar un tractor por las grandes mesetas verdes, cargar en un motete un ciento de naranjas, eran actividades, todas, que no conocían el dinero, pero que volvieron a colocarle a Catalino, sus células en orden. Dice mi padre que cuando visitaba Villa Linda, Catalino se escondía. Primero pensaba que era de pena, ahora sabe que era por el miedo a que un “nuevo trabajo” le revolcara, el apacible manantial de su profundidad.

Mauro Zúñiga Araúz




"La silla de ruedas era de vinilo. Calurosa. Efraín le compró una mecedora de segunda, de caoba, con asiento y respaldar de mimbre, fresca. Con el barniz transparente, resaltaban las vetas. Reposaría en la alcoba con ventilación cruzada. Vigoroso el esfuerzo del hombre para cambiarla de la silla de ruedas a la mecedora, de la mecedora a la silla de ruedas. Ella se apoyaba sobre el cuello frágil del que la tomaba con ambas manos por las axilas.
Un sol apenado se dejó ver. Indeciso. ¿Salgo? ¿Me oculto? No sabemos interpretar el idioma del Astro Rey. Salió el 18 de septiembre. La gente se despertó con un presagio que no se traduce en el otro lenguaje, el que necesita letras. Una señal lapidaria, sin sombras, brotaba de las bocas. “Comunicado estúpido”, decían unas. “Confesión de culpa”, murmuraban otras. Del Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa había salido un escueto documento desvinculándose de la captura del galeno en el trasporte colectivo."

Mauro Zúñiga Araúz
El chacal del general


"La vagancia le permite al pensamiento volar sin alas prestadas; la inutilidad lo esconde. Son tardes solitarias, ausentes. El futuro se detiene y la esperanza se desvanece, se desmaya, como una señora que, en ayunas, espera en la fila de los creyentes, animada en recibir la hostia en la misa cantada del mediodía, un domingo caluroso de verano. Las tardes de lluvia invitan al tiempo, hasta lo obligan a presentarse desnudo, a contar lo que sabe a través de las voces, sin aliento, de padres y abuelos. Esos son los momentos del contacto entre el ayer sin fronteras, ya fijo, con el hoy de infinitas posibilidades, pero que la lluvia lo limita a escuchar los ecos perdidos del ayer. La lluvia es seductora, despierta el ayer, que la furia del sol lo vuelve a enviar a la tierra de los sueños. Lo que se escucha durante esas tardes, se aprende, se procesa y se archiva en un poderoso disco duro, que alguien, alguna vez, se le ocurrió llamarle memoria. En otra tarde de lluvia, cuando los padres o abuelos evocan historias, el archivo se vuelve a abrir para volver a hacerlo, si el hijo o el nieto son, a su vez, padres o abuelos, repitiendo el ciclo que la lluvia despierta. Por otra parte, los que opinan que las virtudes de don Matías son adquiridas, entran en algunas consideraciones aún no confirmadas, afirmando que ninguna de las dos ocupa puestos en los genes, dando, para afianzar sus argumentos, el ejemplo de muchas personas que poseen una u otra virtud o ambas, con un árbol genealógico libre de pecadillos. Los que así opinan, y la verdad siempre sea dicha, están en franca minoría. La gente le da más valor al murmullo de la lluvia. Las historias que se dicen no siempre están escritas. A veces se dicen solas, otras veces las escriben para decirlas después, otras están escritas para no ser leídas. Se suceden como los funerales de los pobres. Sin alborotos. Unos dicen que a lo dicho se le agrega el ruido del trueno y se le resta la agonía del silencio. Otros, en cambio, que a lo escrito, la tempestad le borra páginas. De lo sucedido el único capacitado para dar fe es el suceso, porque los actores se empantanan en lo que aquellos que reclaman salvar la historia, llaman interpretaciones. Puntos de vista, los que estudiaron español. Dudas de la duda podría ser el nuevo nombre de los textos y de las cátedras que escarban el pasado."

Mauro Zúñiga Araúz
Itinerario de un tacaño





















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