Patricia Iriarte

Árbol, pájaro, nido

Esta mañana el ajetreo de los pájaros me resulta insultante. Son casi las once y divago,  me distraigo y me debato entre hacerme el desayuno y estrenar los libros relucientes. 

Qué hago aquí, me pregunto, como si tuviera una respuesta. Como si tuviera que tener una respuesta. Son casi las once y los pájaros parecen recién levantados. Vuelan por todas partes, diseminando semillas y anunciando algo de lo que no nos percatamos; discutiendo, silbando, resolviendo cosas del almuerzo, supongo. ¿No era pues, al amanecer cuando encendían sus gargantas para después volverse invisibles entre el rumor de la ciudad, hasta la hora del ocaso? 

¿Qué hago yo aquí, ociosa, inútil y humana entre tantas aves laboriosas que no cesan de poblar esta mañana? Por todas partes se escuchan; por el manglar, por la playa, por la avenida; alargando el día con su sola presencia, con el solo sonido de su palabra: pájaro, que es toda música y libertad, libertad y desorden en las horas.

Pájaro, árbol y nido se confabulan en un himno elemental, en una imagen esencial de la naturaleza que persiste en su quehacer, en su milenaria colaboración para producir más árboles, más pájaros. Para arrullar la semilla que vuela y luego se sumerge en la tierra oscura y tiembla y se deshace en hojas que guardarán al nido y así pueda producirse, entonces, una mañana como esta en la que no me queda más remedio que escribir este poema.

Patricia Iriarte



Denso y ácido 

Es sábado
y la mañana ha logrado cuajar
un sol de mayo 

Un paisaje me espera
más allá del embalse
para limpiar mis ojos 

Un paisaje, pienso,
como hoja fresca de menta
para el aire denso y ácido que
la ciudad ha metido en mis pulmones 

Conduzco sola por la ancha ví­a
De pronto
el fluido metálico y ruidoso
se hace lento    se atasca    se detiene 

La mañana se ahoga en un cordón policial
el sol se estrella en una sábana blanca
que alcanza a duras penas
a cubrir un cuerpo 

Los brazos en cruz
la espalda enfriando el pavimento
el auto manchado 

la cicatriz en mis ojos
la cicatriz en mi memoria
la cicatriz
que nunca cierra

Patricia Iriarte



El mismo rí­o 

Aguas arriba
la vida profanada se descuaja en sangre.
Vegetal y humana sangre
de las tierras arrasadas. 

El plasma se ha mezclado con el rí­o
y los niños se bañan en ese flujo atroz. 

Las mujeres bajan con la ropa sucia
para lavarla en la corriente
sin imaginar
cuánta culpa pondrá ella
sobre la piel de los suyos. 

Las niñas llevan a casa el agua cruda
para cocinar el alimento
y es así­ como el pescado
acaba hirviendo en sangre,
sedimento y vergüenza. 

La lluvia cree limpiarlo todo
pero en realidad, todo lo ignora,
en su infinita inocencia.

Patricia Iriarte




Fotogramas 

Pasan mujeres frente a mi ventana; mujeres que decido mirar un momento más, como una condición para continuar el dí­a. 

Mujeres que pasan por la acera de enfrente enseñándole al mundo su andar de mujeres. 

Algunos hombres entran en el cuadro que forma mi ventana, pero la gracia, hay que decirlo, quizás no sea una virtud masculina.

Ellas saben llevar sus livianos vestidos, sus bolsos de mano, su caminar ausente o atento o distraí­do. Llevan su vida, la muestran, la ofrecen al mundo en su paso sereno, en la curva de su espalda, en el gesto de su frente, en la distancia que pueden alcanzar con su mirada. 

Observo esas mujeres, a veces; alguna que pasa, que roza mis ojos, que me atrapa. La sigo entre las palmas y el follaje de los robles hasta el tejado de una casa que me la arrebata. Luego se pierde en la siguiente cuadra. 

Entonces imagino su voz, le invento una historia… la abandono, me abandona. 

Regreso a mis quehaceres hasta que en la próxima mañana o en la tarde de la espera, otra mujer pasa frente a mi ventana.

Patricia Iriarte




Tiempo de mar 

Miro el reloj:
han pasado treinta años. 

No espero más
Renuncio a sentir
el ardor en medio de mi pecho. 

Cansada,
pongo sobre mí­ el mar
como una manta.

Patricia Iriarte


















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