Traian T. Coşovei

"Escribo solo para recordar. Mis poemas son un diario de recuerdos retraídos."

Traian T. Coşovei



"He renunciado a cualquier intento de rozar la perfección."

Traian T. Coşovei



Hilo invisible 

¿Volverá a ser alguna vez así –
un mundo despojado de palabras como un tambor de hojalata
tocado por una boca entre jirafas, osos, rinocerontes?

¿Será como un mañana con mueca de ayer?
¿Como en un racimo de vida estrujado entre
                                              las horas pequeñas del atardecer:
el momento en que la lágrima ya no llora, cuando la risa
embute biberones de hierro en la boca del dolor?
Cuando sobre el asfalto ajado
la caligrafía ensangrentada del pájaro
dibujaba un más tarde demasiado pronto…
Oh, madre, ¿pasará mi vida aprendiendo idiomas cantando? 

¿Volverá a ser alguna vez así?
Las palabras preguntaban solas a la orquesta con músicas de cartón piedra,
¿Será un perfume como un embrollo de nombres ilustres, –
oh, madre, llevará mi vida banderas, puñales o faldas?
¿Respirará olor a asfalto, a petróleo, a altos hornos –
Sobrevivirá a unas simples aclamaciones?
Blanco-negro, blanco-mudo, blanco-sonoro
¿estaré menos solo que un espejo de ascensor? 

¿Atravesaré puertas de hotel, de garaje, de vestuario,
como una huella de barra de labios en los vasos?
En la fanfarria de mandíbulas, en la orquesta obesa
caníbal de la sílaba,
jirón de cerdo bajo las manos finas de una masajista
con que el tiempo, oh, el tiempo te hila en un hebra transparente,
en un atardecer dulce hacia una noche amarga –
en un recuerdo – olfato para un hocico de perro –
hilo invisible
meciendo una araña de ayer
hacia la mosca de mañana.

Traian T. Coşovei




Horquilla 

De este cabello que fundes al rojo vivo
               hasta transformarlo en ferrocarril,
               en arado, en puente sobre la vía del tren,
del cabello que repartes entre los postes del telégrafo–
que dejas nadar en la ranura de la ventana,
del cabello sobre el que dejas resbalar
el peine de este segundo–
del cabello que siempre estás a punto
de cambiar por espejitos, navajas, collares, cadenas,–
de este cabello por el que pasan todas las llamas
                                                que iluminan tu cara
al que sangras, golpeas, despellejas,
fustigas para que te cante romanzas– 

de su extremo pende la espada misma de este poema.

Traian T. Coşovei





Otoño y ni una sola canción 

Ni una sola canción ahuyenta ya a los gatos del pavor
de las buhardillas de un barrio abandonado.
Calles cegadas por faros, ventanas encadenadas arrastrando el pecado
                                                                                               de haber visto y amado.
También el de haber compartido contigo el mismo cielo resquebrajado en
                                                                                               blancas sendas heladas:
el destino de perro bajo el destino de puente arqueado
sobre escombros de eternidad.

Sólo una mirada sigue quitando vendajes de escoria y humo
destapando una tumba de corazones de manzana para los héroes
                                                                                de un gusano fugaz
(el atardecer entero es una res colgada en ganchos de hierro,
una orgía de átomo en átomo y un derroche
de materia ciega encerrada en una jaula de madera crucificada). 

Y ni siquiera una canción sigue ahuyentando a los gatos del pavor
del lazo de oscuridad de un barrio abandonado.
Es otoño y en otoño iglesias de goma borran todo lo errado
                 con bastones de plata, bajo capuchas de incienso,
                 arrastrando pordioseros, lisiados, vagabundos, roñosos
                 gruñendo desde salterios y registros
                 y escrutando dentro de los escaparates sombras despeinadas,
                                                                                                  dormidos gatos –
                 cascos tercos chasqueando como un látigo
de manera que el techo del atardecer parece una inmensa joya,
                                                               demasiado alejada, demasiado fría. 

Y todo pasa.
Y todo vuelve casi a la vez. Y el segundo de ahora
abre el frágil estado del ser con llaves hechas a medida
del paso trabado de la estrella del cielo con almas
                                                               prohibidas, detenidas
                                                                               y devueltas de su camino. 

Todo se espesa hacia el pasado. Como un humo,
sólo casas macizas enterradas vivas en el silencio de la tarde.
Sólo la hoja de afeitar del otoño sangrando en una mejilla de antaño. 

Ni siquiera una sóla canción regresa para ahuyentar el pavor –
los geranios, aquí, enrojecen por la fama de un crimen.

Traian T. Coşovei




















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