Humberto Vinueza

El mar

El mar subyuga
pone lunas junto al circuito de los romances
y destello de violeta al final del sueño
señala y borra momentos en la playa
jugando entre dos corazones.

Pero aquello que no late en la transfusión de soles
ni en los muelles del espejo unánime
lo fija el poeta con la estela de su ola.

Crea semejanzas para todos los gestos
y apariencias en el aire desitiado del silencio
delimita el vacío y la señal
la sombra que converge hacia la luz
la insurrección desde el asombro.

La palabra existe a condición de su ausencia móvil.

Humberto Vinueza Rodríguez





EN TODO LA luna como una señal
tentativa del aprendizaje de un gesto
de la raíz que se va haciendo esbozo de sumario.
La piel se abrevia adentro de las cosas
el ojo se extiende y con densidad de hilo
une fijeza y mudanza
con membrana de noches estrelladas
caos climático con diapasón de abrazos
exactitud de rincones con palabras que juegan
a ser trascendentes no más de una vez
la mirada devuelve el umbral de lo invisible
el mundo quizás aguarde su doble que sin existir lo releve
y parezca único donde se une el barro con el cielo
entonces el balance no será un método quiromántico
sino la unidad de medida de cualquier síntesis
la puerta cruje al abrirse
y al cerrarse cruje. 

Humberto Vinueza Rodríguez




"El proceso de escribir un poema es como un despertar de la sensibilidad. El poeta tiene el deseo profundamente entrañable de expresarse, eso me motivó, entre otras cosas."

Humberto Vinueza Rodríguez





LADRAN LOS PERROS

La voz del locutor
se deshace bajo la llama de la radio
que no causa ningún incendio.
Cuánto presente ayer. Cuánto ayer ahora.
El viento se hace aire y otra vez viento
y sopla sobre el clima del reloj
y la mano invisible de los principios y los fines
despoja de todo artificio a la desnudez
y afina el ritmo de las apariencias desde lo íntimo sagrado
hasta el saber inventado por su fuego.
Apaga la radio. Los perros se borran
en un claro de avión aterrizando.
La silueta de mujer se encoge sobre aquel ínfimo
mar tiernamente hipérbole y dice:
tal vez otro pensamiento me piense
otra boca como su bocado me avoque
o evoque en pausada gustación.
Brújulas corporales se desnortan
en un recodo del lenguaje.

Humberto Vinueza Rodríguez




Más acá de los signos zodiacales
(fragmento)

Estoy triste, andino,
equinoccialmente triste. No cabe
en mi fardo, en mi paciencia vacante de shamán
tanta harina monótona para el verso ázimo;
tanto ensimismamiento, vasos comunicantes,
tanto Vallejo, dispuesto y prelúdico,
tanto alambique triste. Beso en mi bufanda
las tristécimas de la unidad que somos,
tú yo, pareja más impostergable que póstuma.
Puedo gritar, aullar como Ginsberg
al eco en el silencio del silencio.
(La luna se dilata, bajísima, como propaganda
de preservativos contra el SIDA).
Puedo, ahora lo sé, ahora puedo
como Pound escribir en las paredes:
"Lo que bien amas permanece.
Pero haber hecho
en vez de no haber hecho eso no es vanidad".

Soy un actor sensible a las autocríticas
-laxante rasgo incorporado a mi cultura
de nieves perpetuas, páramos y marismas.
Reasumo la libido y sus lindes elásticas
en cuarta dimensión; la vida desde lo más
simple hasta lo compuesto-descompuesto;
todos los reflejos condicionados o no,
con señuelos siniestros; los complejos
(todos), especialmente el de superioridad
tan venido a menos: incomparable.

Mi lucidez impasible busca símiles
en los laberintos siderales, en el tiempo
de los tiempos recién inventado
por el primer segundo de los amantes;
en el infinito visto a través del milímetro
recuperado de humanidad.
Es la desgarradura nuestro striptease verídico
y nunca se callarán las rocolas lejanas
a no ser que, de pronto, el camino
sea Marx y Cristo el atajo,
pero, mientras tanto, ocurre lo contrario.

Marx en la cruz y
Cristo sobre la geometría magnética
entre el frenesí y la quimera. Así,
los desuniversados bajo la intemperie
teneblosa del cosmos esperan, siempre
esperamos lo peor de la resurrección imposible.
El camino es el atajo;
con Marx y las cruces construiremos la rueda.

Por lo demás, ya lo intuía,
¡quién no tiene su década de los sesenta,
por no decir lustros maleables, años de soler y amanecer,
instantes remordidos entre paralelos y meridianos,
su aura de hombrenuevo, implícita en el instinto
como vacuna; su aventura en serio,
portátil, su Gagarin; su tonada mundial
en un poema para el íntimo baile!

¡Quién no escarba en su mochila llena de bitácoras,
lámparas, añicos, lascas, hojas de coca en la escarcela,
partituras de los más bellos cantos de sirenas,
reencarnaciones a medio re, clones místicos,
fotografías de ovnis con Dulcineas redundantes,
cabellos de ellas de cuando la calvicie
era todavía un arcano síntoma,
brújulas arrojadas al insomnio
por la imposibilidad siempre inconclusa del absurdo,
horóscopos que rozan la espalda intermitente
para fenecer un poco y mucho renacer
burlando los signos del zodíaco!

La duda hace lo suyo
atada al vuelo de dos murciélagos.

Está agotado el script.

Quizás algún motel esté abierto
para lúdicos, terrícolas, vulnerables
amantes;
mas
tú no estás conmigo.

Nadie, a esta hora, camina en la ciudad.

Humberto Vinueza Rodríguez



MIENTRAS LLUEVE BAJO la noche negra
ranas pares croan tentando a ranas nones.
Él escribe versos silenciosos para desemparejar
el tiempo de la puerta y la puerta del deseo
y entre páginas y sábanas se oculte el relámpago carnívoro
y la lluvia humedezca con desvío de sintaxis
el aire de la gruta de donde nadie sale sin la lisura de la fe hacia la tiniebla de la naciente frontera.
La edad confiere confianza al sexo con retardo
y arde como una lámpara en el borde de pantomimas sucesivas
de la transfusión del tiempo de quienes inventaron
el primer canto hace ya tanto infinito modulado
de la flauta con neuronas en vez de agujeros del fogonazo de creer que se vive el sueño en el espejo adentro de las cosas.
Vuela una mariposa desde algún pecho
hacia el croquis de las genealogías y no se sabe dónde comienza el alma ni dónde termina el cuerpo.
Pareja es la única palabra o tibieza de ave
que no sustituye con ventaja a su presencia.

Humberto Vinueza Rodríguez




Una suave tempestad

Una suave tempestad más tres enojos de ola
no son una marea.
Un océano menos dos nubes negras sigue siendo un océano.

Se vive rodeado de volcanes
acechan tsunamis
ciclones y borrascas de pasiones intermedias.

Todo esto es maligno.
Mas el poeta con el mismo hilo
que junta las voces del mundo y el silencio
teje las pequeñas permanencias recordadas.
Su palabra brota en esa parte del ojo
donde el vértigo nos convierte en intangibles
o posibles.

Dos truenos más un mientras relámpago
no son todavía una tormenta.

Humberto Vinueza Rodríguez








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