Luis Machuca

CONJUNTO DE MANDELBROT
 
Era siempre el viraje hacia el riesgo o la nada, hacia el labio fecundo o la herrumbre. Un resquebrajamiento. La urdimbre de los días. Esa materia opaca o translúcida de la que la vida se alimenta. Para otra ceremonia, el hacha clavada en el centro del mundo: un golpe limpio y certero y después mil imágenes escindidas. Un universo fractal que se crea lentamente: una fracturación del mundo, un microorganismo que se expande buscando un lugar propio. Un mundo fragmentado que está en nosotros, que está también fuera de nosotros, que se divide y se subdivide y después se sigue dividiendo en formas geométricas irregulares que están en todas partes, que se crean con la mecánica de la iteración de patrones. Que son imágenes. Sistemas caóticos en los que también existe un orden y que se alejan de una representación euclidiana. Formas complejas, escalables. Submundos que contienen los mundos de los que se escindieron. El todo en la unidad: divisible innumerables veces. Y mil veces de nuevo, millones de veces volviendo a crear estructuras. Era siempre un viaje hacia el centro de la forma o hacia la periferia, hacia lo que convoca o hacia lo que divide, hacia lo que se pronuncia o hacia aquello que se calla. Ambivalencia que separa y reunifica donde caos y orden conviven inexorablemente. Eso que parece una mancha expandida y simétrica: una cardioide que forma clones si se cogen partes más pequeñas, quedará para siempre como una imagen que nos acompañará hasta el fin de los días.

Luis Machuca

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