«Desde lejos la carcasa de este navío parece una paloma caída de costado —pensé—. ¿De quién habrá sido? ¿Qué fue de sus tripulantes? ¿Desde cuándo ha estado aquí? Y sobre todo ¿por qué me parece familiar?».
Por una ventana puedo ver una mesa en la que yace un libro. Entro y la madera comienza a tronar, como bostezando. Tomo el libro y en la última página estaba escrito lo siguiente: Es lo último, ni pan ni agua. Comienzo a delirar, estoy solo… no quiero morir. La fecha era borrosa.
Reconozco que la letra es mi letra; el libro mi diario; la habitación mi habitación; el navío mi casa y el desierto de afuera el mundo.
Steven B. G.
GOD HATES FAGS
Puede que lo hayas negado,
puede que lo hayas maldecido,
mas todo tu cuerpo
es una herida palpitante.
El anillo lo dejas en su mesa de noche,
la corbata, la camisa, el pantalón
y las medias encubren el suelo.
Como panales en furia, tierra partiéndose
y vorágine kilométrica,
Adán y su reflejo
deshojan mil tabúes con los dientes.
Los glandes, brillosos,
como tomates en punto,
como cúpulas bajo los pies de marzo,
destruyen la tela de juicio
y vierten su llanto sobre selvas oscuras.
Tú, indómito de cruces,
tú, hereje de la carne,
has hallado el sabor de las vendimias
en un miembro que irrumpe
—victoriosamente, repetidamente—
en tus entrañas que lo arropan
como a un rescatado del Himalaya.
Socava en ti, tratando de rozar
esa dulce campanilla
donde el canto de las ninfas y los súcubos
se despliega en todas las habitaciones.
Sus besos,
sus mamadas,
sus ofensas al oído,
su mano masturbándote
te han hecho olvidar
los senos y el pubis de tu esposa.
Lo sabes muy bien; tan bien que te duele
—más que la primera embestida—:
para ti su cariño ha sido más precioso
que el de todas las mujeres.
Steven B. G.
LOS AMANTES
Esta mañana mientras hacíamos el amor
una jauría de amarantos conquistó nuestros pechos
proclamando la alegría de vivir.
En secreto la miel de los dioses abría su camino
por nuestros corazones, cubiertos de ángeles.
Enteramente tuyo sobre el lecho
te pedí que me mataras finalmente
y fue el calor de tu queja mi bella sepultura.
Afirmo que nunca —sobre la faz de la tierra—
otros hombres fueron más felices que nosotros
esta mañana mientras hacíamos el amor.
Steven B. G.
Mi amor murió mirando al cielo
Él era jaula de sus mil palomas agitadas;
Yo,
afuera,
no tenía la llave.
Steven B. G.
POEMA
“[…] Yes, here`s a room
so warm & blood-close,
I swear, you will wake —
& mistake these walls
for skin”
Ocean Vuong
Esa tabla parece tener la mancha roja de Júpiter
y aquella larga fila de hormigas en el suelo es la historia de mis parientes.
Un cuadro del cielo —mi ventana— y la cama un bote.
¡Vaya imaginación de niño, niño tonto, niño estúpido!
¿Qué fantasías no pueden haber acurrucándose en un rincón, viendo a la pared,
contando las tablas, rayándolas, registrando los años, los siglos, los eclipses y las lluvias
mientras la silueta se agranda y la humedad perfora la madera
por donde se cuelan unos ojos, los de Dios y los míos
que no sirven de espejo ni señal de auxilio,
por donde saco los dedos y como naranjos los arranca de raíz un huracán?
Pero, ciertamente hay rincones que he no explorado.
¿Habrá anotaciones tras el ropero?
¿Bajo la cama?
¿Al revés de la piel y así en todas mis vísceras?
¿Salir? ¿Qué es salir si Todo es un adentro?
Yo estoy sepultado en mí mismo
y el féretro siguiente es de madera
y el de este el mundo
y el que sigue es los siglos…
así hasta la muerte,
así hasta la angustia que roe, corroe y prevalece hasta la médula, hasta el escarnio.
Bien tenía razón uno de nosotros al decir que aprenderíamos a quererlo
y que llegaríamos a necesitarlo y suplicarlo
como a la morfina,
y este amor es una droga
y este amor es un motivo
—todxs necesitan uno.
Este cuarto es un seno
para el recién nacido,
para el náufrago que escapa de una isla de caníbales
para llegar a otra.
Pero, quieren romper las paredes y extirparme como un tórsalo.
Nadie ha de separarnos. Hemos de arder juntos.
Steven B. G.
PUNTEORGÍA
El Gran Kamadeva usó
en mí 6 flechas a la vez:
2 dieron en mi boca,
2 en mis pezones
y 2 mi recto.
Steven B. G.
SIERPE DE AMOR
A Carlos
¡Madre mía! Qué escándalo
allí debajo se asoma.
Abre pronto ese canasto;
ya quiere alzarse la cobra.
Deja que saque la frente
y poco en poco la cola.
Deja que recte a sus anchas;
¿no ves que de presa llora?
Aun siendo toda una víbora
si la tientan no se enoja.
Más sube la vista al cielo
de lo bastante que goza.
Dices: —¡Ve, cierra ambas puertas
o se meterá tu alcoba!
Le gusta el calor de hogar
a mi amiga que se encorva.
No te preocupes —te digo—.
Además no es venenosa
(verás: la segunda sílaba
a esa palabra le sobra).
Steven B. G.
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