EL REINO
Mi reino cambia
según el espíritu del día.
Es el mundo de los pétalos blancos,
olorosos, humectantes y blandos.
Ese día me armo con lágrimas.
Es el de la niebla,
espesa, irrespirable e incómoda.
Ese día me pongo el burka del domingo.
El de millones de mariposas,
golpeando levemente, deshaciéndose
en polvo irrespirable.
Para ello me he comprado un revolver.
El del agua, transparente, fría,
inundada de seres imposibles.
Me defiendo de ellos con el libro más sabio.
Teresa Vicente
"Hay muchos tipos de amor: hacia tu pareja, tu familia, tus amigos y al mundo. Hoy en día el amor se considera casi una debilidad; no está de moda. Estoy de acuerdo en que es todo eso que tú dices: un viaje compartido; una dependencia que tiene que actuar en los dos sentidos. Alguna vez se manifiesta con tal pasión que se puede convertir en una enfermedad. Y si es una ficción, ¡bendita ficción! que mueve el mundo, o lo destruye; y tampoco importaría que fuera una ficción, porque se siente como real."
Teresa Vicente
"La mística me ha atraído desde siempre. En mis libros aparecen frecuentemente poemas dedicados a místicos, en especial los relacionados con mujeres: su unión con Dios las empoderaba. Tomemos el caso de Hildegard von Bingen y Teresa de Ávila. Ellas llegaron a aconsejar a papas y reyes, porque nadie se podía oponer a “la palabra de Dios” que se suponía que salía de sus bocas. Quise investigar si había alguna escritora procedente de Murcia relacionada con la mística. Encontré dos. Teresa de Cartagena, nacida en 1425, que en su segundo libro Admiraçión Operum Dey, defendió que la mujer podía escribir igual que un hombre. Como antecedente está Cristine de Pizan en La ciudad de las damas, en Francia, un siglo antes. La otra mística fue Juana de la Encarnación (siglo XVIII), que en su libro narra la “Pasión de Cristo”, en pasos. Sus descripciones me recordaban precisamente los pasos de la Semana Santa. Indudablemente hizo suyo el sufrimiento de Jesús, y dijo que ella lo padecía, con lo que adquirió una notoriedad social importante."
Teresa Vicente
LAS DANZAS DE LA VIDA
Bailando, siempre bailando.
El movimiento lento
del proyecto de un ser,
suspendido.
Levitando en el fluido tibio,
al compás
del amortiguado ruido externo.
Siguiendo el bum, bum
de un tambor corazón
que le es ajeno.
El niño, vacilante, erguido.
Tropezando, dudando,
que de la mano
se deja llevar.
Mostrándosele el camino,
por donde, en la vida, el paso va.
El andar de un joven,
que le corre, en las venas,
una copa de más.
Moviéndose ágilmente,
doblando graciosamente las muñecas,
agitando los dedos,
adelantando un pie.
Repitiendo una frenética oscilación
de catarsis juvenil
entre el sí y el no.
La cadencia de la danza del amor,
donde uno se desliza dulcemente
en roces tímidos,
con los brazos unidos,
torsos y muslos,
para luego entregarse
en un frenesí loco.
Terminar el exhausto ritmo
y anhelar al final
otro nuevo compás.
Seguir el lento ritmo
de la danza macabra,
en la amorosa despedida
de amigos y amados.
Sin trompetas siniestras.
Deseando ser acompañantes
y nunca protagonistas.
Teresa Vicente
VENECIA
Es mi regalo:
un viaje al carnaval de un elegante mundo,
mitad presente, mitad pasado.
Tras dejar el avión, entramos en un frio espeso
de humedad, hasta alcanzar la lancha.
Solos, acurrucados en su fondo,
nos deslizamos rápidos, como patinando
sobre una plancha de acero, hacia la ciudad.
Seguimos un camino de troncos mágicos.
Se vendía Venecia en belleza,
en imágenes de arquitecturas soñadas,
en reflejos de agua.
Unos copos de nieve pequeños
eran confetis que anunciaban la gran fiesta.
En la mañana la luz se engrandeció,
reverberando en el agua;
el frío se diluyó.
Fui carne de esas piedras,
el tiempo saltó hacia atrás
y me camuflé entre la corriente de personas
que aceleraban su marcha hacia el puente de Rialto,
hacia la plaza de S. Marcos.
Oía crujir mi traje, todo seda castaña,
mientras intentaba no enganchar el miriñaque.
La máscara borraba toda impertinencia
al mirar y al ser mirada;
el descaro era un placer sensual de juego consentido.
Pasé por iglesias, por plazas, por las aceras de los canales;
buscaba la columna del león que marcaba el punto
donde tendría lugar el encuentro.
El mar empezó a fulgir con tal intensidad
que creía que ardería la negra góndola que te traía.
Casanova, estabas allí: alto, vestido de oro y verde;
grandioso, bajo tu capa y tu tricornio.
Me conquistaste con manjares;
en la boca traías el aroma de naranja mezclado con el vino,
y en la piel la untuosidad del aceite de la oliva.
Nuestros cuerpos se provocaron mediante el baile;
trepidantes movimientos de juegos de nosotros con los otros.
Culminamos en amor, en una estancia exquisita de palacio,
bajo reflejos de espejos.
Quitándome el disfraz, supe que, como Cenicienta,
me había dejado algo en la fiesta:
algo de amor, algo del goce de la belleza,
un poco de alegría.
La luz que ese día encendió mi vida.
Teresa Vicente
"Yo creo que la poesía debe nacer de sentimientos, y en eso es verdad lo que dice Eloy. Pero luego podemos jugar con ellos, y con lo que sabemos de nuestra experiencia, y así, engrandecemos las palabras, las llenamos de magia, de luz, de alegría o de horror. Es como un juego —a veces una catarsis—: nos hace sufrir, aunque al final nos sentimos muy bien si lo que queríamos decir lo hemos logrado con éxito. En esto último podemos acercarnos a Pessoa: escribir —por ejemplo— sobre el amor, sin estar sintiéndolo, solo porque deseáramos tenerlo y/o alguna vez lo hayamos sentido."
Teresa Vicente
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