La muerte inesperada de su hija favorita marcó así un antes
y un después, otra nueva dimensión, en la vida del autor de Los miserables.
Aquel verano de 1853, recibió la visita de la poetisa y médium Delphine de
Girardin, que había sido amante en su juventud del vizconde de Chateaubriand.
Delphine llegó con una novedad de París: una mesa especial
para hablar con los espíritus del otro mundo, que aún no tenía pintado el
alfabeto, como la güija o tablero parlante actual. Funcionaba a base de
golpecitos, de forma que el primero equivalía a la primera letra del alfabeto,
el segundo a la «b», y así sucesivamente, hasta los veintiséis seguidos que
significaban la «z».
Por fin, el domingo 11 de septiembre de 1853, diez años después
del fallecimiento de su hija, consiguió hablar con su espíritu.
En su libro Conversaciones con la eternidad, la obra maestra
olvidada de Victor Hugo, John Chambers reproduce, según la transcripción que
hiciera el propio Victor Hugo, aquella sesión tan reveladora para el poeta:
Auguste Vacquerie, hermano del difunto esposo de Léopoldine,
le preguntó a la mesa:
—Adivina en qué palabra estoy pensando.
La mesa golpeó:
—Sufrimientos.
—Ésa no es la palabra —repuso Vacquerie. Él había pensado en
«amor».
—¿Aún eres el mismo espíritu? —preguntó ahora Delphine.
—No.
—¿Quién eres tú? —inquirió Victor Hugo.
—Niña muerta.
—¿Tu nombre? —insistió el poeta.
La mesa volvió a golpear:
—LÉOPOLDINE.
Victor Hugo enmudeció y creyó que el corazón iba a
estallarle.
Su hijo Charles, más calmado, preguntó entonces a su
hermana:
—¿Dónde estás? ¿Eres feliz? ¿Aún nos amas?
—De Dios.
—Dulce alma, hija mía, ¿eres feliz? —añadió Victor Hugo.
—Sí.
—¿Dónde estás?
—Luz.
—¿Cuál es tu mensaje para nosotros?
—Aprender a sufrir por el otro mundo.
El espíritu de Léopoldine le pidió que dejara de sufrir, que
volviera a abrirse al mundo y que disfrutara de la escritura. Y eso mismo
intentó hacer desde entonces.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 24
Mi amigo el doctor Roberto Pelta, uno de los mayores
expertos en venenos que conozco, ha investigado en su excelente estudio El arte
de envenenar (2013) la extraña enfermedad que hubiese doblegado a Goya para
siempre si el también doctor Eugenio García Arrieta, comisionado al año
siguiente por el Gobierno para combatir la peste en Levante, no lo hubiese
evitado con sus sabios remedios.
Aludimos al plomo, un metal pesado, como el lector ya sabe,
de un color gris azulado causante de numerosas intoxicaciones con resultado de
muerte, a las que se ha dado el nombre científico de «saturnismo». Una
enfermedad letal en muchos casos, también conocida como «plumbosis» o «lengua
negra», derivada del «color de Saturno», dado que a veces la acumulación
excesiva de plomo en la sangre produce un tinte plomizo en la piel.
Para nadie es un secreto que célebres pintores como Goya y
Van Gogh utilizaban cerusa en sus talleres, es decir, albayalde o blanco de
plomo. Jugaban así, sin saberlo, con fuego.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 39
El propio Ulrico de Fonvielle, testigo del trance, publicó
su versión de los hechos en La Marsellesa. He aquí un extracto:
—Tenemos el encargo de nuestro amigo Paschal Grousset de
entregar a usted una carta suya —anunció Fonvielle.
—¿No vienen ustedes de parte de Rochefort y no son ustedes
sus hechuras? —replicó Bonaparte.
—Señor mío —intervino Fonvielle—, nosotros venimos por otro
asunto y le rogamos se entere de lo que dice esta carta.
Al decir esto —recordaba Fonvielle— le entregué la misiva y
Bonaparte se aproximó a una ventana para leerla. Después, arrugó el papel entre
sus manos y vino hacia nosotros.
—Yo he provocado a Rochefort —dijo el príncipe— porque él es
quien lleva la enseña del escándalo. En cuanto a Grousset, no tengo nada que
responder. Ustedes pertenecen sin duda a esa canalla…
—Caballero —advirtió Fonvielle—, venimos a su casa leal y
cortésmente a cumplir el mandato que nos ha confiado nuestro amigo.
—¿Entonces son ustedes solidarios con esos pillos? —inquirió
el príncipe.
—Nosotros somos solidarios con nuestros amigos —aclaró con
firmeza Victor Noir.
Acto seguido —añadía Fonvielle—, avanzando un paso más hacia
nosotros y sin la menor provocación por nuestra parte, el príncipe Bonaparte
abofeteó a Victor Noir con la mano izquierda, mientras con la derecha empuñaba
un revólver que había sacado del bolsillo. En un instante, abrió fuego a
bocajarro sobre Noir, que dio un salto terrible al sentirse herido, comprimió
su pecho con ambas manos, y salió de la casa, desplomándose poco después en la
acera.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes enigmas
de todas las épocas, página 44
Sin ser descabellada la hipótesis del doctor White, máxime
cuando María Josefa falleció en realidad sólo dieciocho meses después de que
Goya la retratase al natural en Aranjuez, nos merece más crédito la versión del
doctor jerezano Francisco Doña, profesor asociado de Historia de la Medicina en
la Universidad de Cádiz. Doña advertía, sagaz, que Goya ya había pintado antes
esos mismos lunares. Por ejemplo, en la sien de la reina María Luisa de Parma,
en los años 1789 y 1790; y junto a la ceja derecha de María del Pilar Teresa
Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba, en 1797. ¿Murió
entonces la llamada «infanta de los huesos frágiles» a causa de un melanoma? A
falta de la preceptiva autopsia, podría decirse que no.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 71
La legión de biógrafos y cronistas áulicos de Alfonso XIII
sostiene que el monarca ignoraba que su futura esposa, la reina Victoria
Eugenia de Battenberg, podía ser portadora del gen de la hemofilia, una especie
de «peste sanguínea» introducida desde entonces en la Casa Real española, que
causaría las muertes trágicas del príncipe de Asturias y de su hermano, el infante
don Gonzalo. Esta gravísima enfermedad entonces se caracterizaba por la
propensión a fuertes hemorragias, producidas a veces de forma espontánea, las
cuales eran francamente difíciles de controlar debido a una tara en la
coagulación de la sangre.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 79
Resultaba imposible explicar así fenómenos sobrenaturales a
la exclusiva luz de la ciencia; igual que sucedía con otros carismas con los
que Jesús adornó al padre Pío: bilocación, introspección de conciencias o
profecía. En el proceso de canonización se amontonan centenares de testimonios
documentados que dan fe hoy de todos y cada uno de ellos.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 87
¿QUIÉN FUE EL
ARQUITECTO DE LAS CHECAS?
El 12 de junio de 1939, todas las miradas confluyeron en un
hombre alto y corpulento, que vestía abrigo negro y pantalón de dril blanco e
iba calzado con unas sencillas alpargatas.
De su rostro sobresalía una descuidada barba rubia y los
ojos permanecían ocultos bajo unas gafas oscuras. Caminaba esposado, dando
muestras de una pasmosa serenidad. Antes de tomar asiento en el banquillo,
saludó al Tribunal con una ligera inclinación de cabeza.
Poco después, comenzó el procedimiento sumarísimo contra
Alfonso Laurencic, de treinta y siete años, casado, nacido en Francia, de
padres austríacos y entonces súbdito yugoslavo. Había estado en España con
anterioridad a 1923, en Barcelona, trabajando en diversos oficios. En
septiembre de 1933 se afilió a la CNT, y en abril de 1936 lo hizo a la UGT. El
7 de febrero de 1939 fue capturado en El Collell por las tropas nacionales,
siendo puesto a disposición de un oficial de la Legión Cóndor por haber alegado
que poseía la nacionalidad austríaca.
Y ahora permanecía sentado en el banquillo, acusado de
diseñar y construir dos de las checas más atroces de Barcelona —las de las
calles Vallmajor y Zaragoza—, donde cientos de infelices habían sido torturados
y asesinados durante la Guerra Civil española. Laurencic era el arquitecto de
las checas. Un engendro de hombre; una especie de perverso Frankenstein.
Músico de profesión, ideó la instalación del «metrómetro»,
un aparato de cuerda semejante a un péndulo que emitía un penetrante y continuo
tictac para desesperar a los encerrados en las asfixiantes mazmorras.
Entendido en colores y efectos de luz, combinaba figuras de
ilusión óptica en las celdas —los llamados «efectos psicotécnicos»— que hundían
el ánimo del recluso.
Dibujante, diseñó los «armarios», verdaderos ataúdes en los
que el preso, por las exiguas dimensiones del habitáculo, se veía obligado a
sostenerse sobre las puntas de los pies.
Mecánico, hizo que se colocase en un orificio hecho en la
pared, visible para el preso y manejable desde el exterior por su guardián, un
reloj que marcase las horas como uno normal. Sólo que con un truco
imperceptible que consistía en acortar el muelle regulador del engranaje para
que el reloj adelantara cuatro horas al día.
Espía, se dedicaba a traicionar a la CNT y a la UGT, y en
los sucesos de mayo a las fuerzas gubernamentales y a los militantes del
Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).
Políglota —hablaba siete idiomas—, consiguió sin problemas
el puesto de intérprete en la Consejería de Orden Público de Barcelona.
Estafador, distraía fondos de la Administración del Servicio
de Investigación Militar (SIM) y facilitaba la salida de España a personas
pudientes, cobrándoles antes elevadas sumas de dinero por sus gestiones.
Aventurero internacional, se hizo pasar por oficial del
ejército yugoslavo e ingresó en 1921 en la Legión con la falsa graduación de
sargento.
Sólo un diablo como él pudo concebir un averno semejante. La
checa de la calle de Vallmajor era un auténtico museo de los horrores. En el
jardín mismo se hallaba el Patio de los Fusilamientos, en cuyo centro los
guardias habían abierto una gran fosa para proceder a los simulacros. Colocaban
a su víctima al borde del agujero, haciéndole creer que iba a ser enterrada
allí mismo, mientras el pelotón le apuntaba con sus fusiles sin llegar a
disparar.
En un extremo del jardín estaba el Pozo. El instrumento
ideal para infligir a los presos el tormento del agua. La entrada era muy
estrecha y de la parte superior colgaba una polea que servía para hacer
descender o subir a la víctima. A veces se suspendía a ésta por los pies,
introduciéndola de cabeza y sumergiéndola en el agua durante unos segundos. En
otras ocasiones, se la colgaba por los brazos o las axilas, y se la mantenía
sumergida durante largo tiempo hasta un nivel de agua próximo a la boca.
Por no hablar de las Mazmorras alucinantes, instaladas en el
interior de un pabellón dividido en celdas, donde se aplicaron los métodos
denominados «psicotécnicos». Cada celda tenía unos 2,5 metros de fondo por 1,80
metros de ancho. En su parte derecha había un poyo de cemento que hacía las
veces de cama y en la izquierda, un pilar, también de cemento, con una
superficie de 40 centímetros y una altura de 90 centímetros. Cama y pilar
tenían una inclinación de unos veinte grados y estaban revestidas de una capa
de brea, características que hacían imposible reclinarse e impedían el
descanso. Y esto era sólo el aperitivo ideado por un auténtico monstruo…
EL SUPLICIO DE LA
«NEVERA»
Laurencic instaló también las «Neveras», celdas
cuadrangulares y estrechas, revestidas en su interior con cemento poroso. Un
depósito de agua situado en la parte superior proporcionaba un líquido que,
filtrado a través del techo y las paredes, convertía el habitáculo en un
auténtico frigorífico. Los sacrificados permanecían allí durante horas casi a
oscuras, dado que junto al techo sólo había una minúscula abertura enrejada, a
modo de respiradero.
La higiene y el régimen alimenticio en Vallmajor eran
también una tortura. Las comidas consistían en un cucharón de caldo aguado con
unas cuantas judías o garbanzos, un pedazo de pan y un vaso de agua. Eso cada
día.
Los presos debían permanecer todo su encierro con la misma
ropa que llevaban puesta al ingresar. Para hacer sus necesidades eran sacados
de la celda tres veces al día. Si alguno tenía una indisposición, tenía que
evacuar en un rincón del propio calabozo.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 89
Stefan Zweig consideraba (a Dostoievski) «el mejor conocedor
del alma humana de todos los tiempos»
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 100
… cuando estampó (Dostoievski) sus reflexiones sobre la
Primera República española, ya había publicado Memorias del subsuelo, «la mejor
obertura para el existencialismo jamás escrita», según el filósofo alemán
Walter Kaufmann.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 101
Un tema que siempre me ha apasionado y producido incluso
algún que otro escalofrío es el envenenamiento de los papas. Empezando por
Teodoro I, que ocupó el solio de Pedro entre los años 642 y 649, y siguiendo
por Formoso, emponzoñado en el 896.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 102
Pero si existe una época donde el veneno se asocia más estrechamente
con los papas es, como advierte certero Pelta, la del Renacimiento.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 103
Lucrecia Borgia, hija del cardenal Rodrigo Borgia y de su
amante Vanozza Cattanei, se casó tres veces por deseo de su padre. Tras una
docena de embarazos sucesivos, murió extenuada con treinta y nueve años en el
último parto de fiebre puerperal. El doctor Pelta se hace eco de las
afirmaciones de que Lucrecia empleaba como veneno las raíces pulverizadas de
mandrágora mezcladas con vino y «cantarella» o «agua de Peruggia», que era un
polvo blanco insípido de efectos letales. Todo ello, «cocinado» con un
ingrediente tan repulsivo como las vísceras de cerdo trituradas, las cuales,
tras descomponerse, generaban sustancias muy tóxicas. Sólo de pensarlo
cualquiera se hubiese puesto enfermo.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 104
A lo largo de la Historia, el veneno ha actuado como un arma
letal o como un poderoso elemento psicótico, llegando a obsesionar a la víctima
con la sola posibilidad de ingerir una sustancia tóxica con la que alguien
pretendiera arruinar su vida.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 118
Durante muchos años, corrió la voz en los salones musicales
de media Europa de que el considerado por muchos como el mejor violinista de
todos los tiempos, el genovés Niccolò Paganini (1782-1840), había vendido su
alma al demonio para obtener un extraordinario virtuosismo.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 158
A lo largo de la Historia, ha habido personas que, sin saber
hasta qué punto jugaban con fuego, acabaron quemándose tras firmar un «contrato
indefinido» con el demonio a cambio de poder, éxito, sexo o dinero.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 158
Durante muchos años, corrió la voz en los salones musicales
de media Europa de que el considerado por muchos como el mejor violinista de
todos los tiempos, el genovés Niccolò Paganini (1782-1840), había vendido su
alma al demonio para obtener un extraordinario virtuosismo. El manejo del
Guarnerius, su violín favorito fabricado por Giuseppe Guarneri (1698-1744) en
Cremona (Italia) y conservado hoy como el más preciado tesoro musical en el
Museo de Génova, era realmente prodigioso. Dicen que cuando Paganini contaba
sólo cinco años, el diablo se le apareció en sueños a su madre, Teresa
Bocciardo, asegurándole que su hijo sería un famoso violinista, lo cual hizo
que su padre, Antonio Paganini, virtuoso con la mandolina y el violín, le
obligase a practicar durante más de diez horas diarias. Desde los dieciséis
años, Paganini llevó una vida disipada: se dedicó al juego y sus continuas
pérdidas le obligaron a vender hasta su propio violín; aunque, por fortuna para
él, al parecer un admirador suyo le regaló el Guarnerius con el que asombraría
al mundo. Las mujeres también le perdieron, pese a su fealdad manifiesta.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 158
El resto de «facultades» tampoco le favorecían (a Pagannini)
y, desde luego, hacían incomprensible su fama de mujeriego: era estrecho de
pecho, con la frente alta, ancha y cuadrada, nariz aguileña, orejas
protuberantes, cabello negro y desgreñado que contrastaba con la palidez
cadavérica de su piel… Un Adonis, en suma, que para colmo vestía siempre de
oscuro, todo lo cual le daba un aspecto siniestro o más bien diabólico. Un «demonio»
del violín con una mano izquierda mágica, gracias a la cual, como aseguraba el
doctor vienés Martecchini, «movía todas las articulaciones lateralmente y podía
doblar hacia atrás el pulgar hasta tocarse el meñique». El médico se rendía,
atónito, a la evidencia: «Movía sus manos con tanta flexibilidad como si no
tuviese músculos ni huesos». ¿Cómo era posible entonces que, además de componer
y ejecutar como nadie sus célebres veinticuatro caprichos, fuese capaz de crear
su Sonata Napoleón, compuesta solamente para la cuarta cuerda del violín?
Previamente, durante un concierto había asombrado al público empleando tan sólo
dos cuerdas de su instrumento: una grave, la de sol, para simular la voz del
hombre, y otra más aguda, la de mi, para imitar la de un joven. Su historial
médico revelaba que Paganini padecía un «síndrome de hipermovilidad articular»,
sin el cual no hubiese podido tocar su célebre Movimiento perpetuo a la
increíble velocidad de… ¡doce notas por segundo! Con razón, el gran compositor
alemán Felix Mendelssohn escribió sobre él: «Su ejecución sin equivocaciones
está más allá de lo imaginable… Porque él es tan original, tan único, que se
requeriría un análisis exhaustivo para poder expresar una impresión sobre su
estilo». Mientras, el austríaco Franz Liszt exclamó: «¡Dios mío, cuánto
sufrimiento, cuánta miseria, cuánta tortura en aquellas cuatro cuerdas!». Pero
quizá se llevase la palma un crítico de la Gazzeta Piamontese, que, al día
siguiente de un concierto, anotó: «Tiene algo de diabólico, una habilidad casi
sobrenatural. Muy a menudo su violín ya no es un violín. Es una flauta, es la
limpísima voz de un canario bien amaestrado; supera las más incomprensibles
dificultades con una facilidad indecible». La hora de la verdad llegó para él
un 27 de mayo de 1840, en Niza, a la edad de cincuenta y ocho años. Enfermo de
muerte, rechazó los auxilios de un sacerdote. El obispo de Niza negó sepultura
religiosa a sus restos mortales, y su cadáver fue embalsamado. Se intentó
inhumarle en Génova, pero las autoridades eclesiásticas se opusieron. Debió
transcurrir un lustro entero para que su cadáver fuese enterrado en Ramairone,
en Polcevera. Finalmente, en 1876, los restos de Paganini recibieron sepultura
en el cementerio de Parma, donde hoy reposan. Su leyenda lo perseguiría incluso
después de muerto.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 159
John Wilkes Booth, abrió la puerta del palco e irrumpió en
él, disparando al presidente en la parte posterior de la cabeza. El mayor
Ratbone se lanzó sobre el asesino, pero éste soltó la pistola y agarrando una
daga que llevaba escondida la hundió con saña en el brazo izquierdo de su
adversario. El magnicida saltó acto seguido como un tigre al escenario,
gritando al público en latín con voz estentórea: «¡Sic Semper tyrannis!» (¡Así
hay que tratar siempre a los tiranos!). Luego volvió a vociferar: «¡El Sur está
vengado!».
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 163
¿Quiénes no conocen hoy las hazañas de Sherlock Holmes, el
héroe detectivesco que hizo correr ríos de tinta a su creador, Arthur Conan
Doyle (1859-1930), sobre sus enrevesados casos?
Nacido en la festividad de Reyes de 1854, como el mejor
regalo empaquetado para los lectores de medio mundo, la fecha de su muerte será
ya siempre una incógnita porque así lo quiso Conan Doyle, tal vez para
inmortalizarle para la posteridad, como sin duda consiguió.
Sabemos por el propio Doyle, según hizo constar en su
Estudio en Escarlata, que la estatura de Holmes «sobrepasaba los seis pies
[alrededor de 1,90 metros], y era tan extraordinariamente enjuto, que producía
la impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante… y su
nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y
de resolución».
Entre sus excentricidades, o más bien cualidades, figuraba
su asombrosa capacidad para disfrazarse sin ser reconocido, o la maestría con
que tocaba su Stradivarius a horas intempestivas. Le volvían loco las galletas,
casi tanto como la cocaína, a veces, y el tabaco de su pipa curvada de tres
cuartos. Como apicultor era un verdadero tesoro y propinaba unos puñetazos
dignos de todo un campeón del cuadrilátero. Por cierto, que la afición al boxeo
la compartía con el propio Doyle, quien además era un auténtico forofo del
rugby y el golf en sus años universitarios. Para más señas, Holmes residía en
el número 221B de la vaporosa Baker Street, en el corazón de Londres.
Pero la nota que le distinguía de los demás detectives,
convirtiéndolo en el más excelso de todos, era su gran conocimiento de la
química y, sobre todo, su sorprendente capacidad de deducción para
desenmascarar al asesino más escurridizo.
Tan minuciosa caracterización llegó a convencerme así de que
Sherlock Holmes debía ser necesariamente el trasunto literario de algún
personaje real en el que debió de inspirarse Conan Doyle para lanzar a la fama
mundial al mejor detective conocido desde finales del siglo XIX hasta hoy
mismo, protagonista ahora de una nueva película estrenada en julio de 2015 con
el título Mr. Holmes, cuyo papel principal ha sido asignado esta vez el actor
británico Ian McKellen.
Pues bien, esa especie de clon de Holmes en la vida real
sabemos ya sin la menor duda que fue el doctor escocés Joseph Bell House
(1837-1911), a quien el propio Conan Doyle conoció en la Universidad de
Edimburgo mientras estudiaba medicina a sus órdenes desde la misma fecha de su
ingreso, en 1876.
Bell, o Holmes, como el lector prefiera, fue un insigne
precursor de la medicina forense que puso su portentosa capacidad de
observación y deducción a disposición de los sabuesos policiales de Scotland
Yard. Nada absolutamente, por insignificante que resultase a simple vista,
pasaba inadvertido al examen minucioso de este individuo implacable y
perspicaz. Desde la forma de caminar hasta la indumentaria o el modo de
expresarse y guiñar un ojo, resultaban cruciales para la resolución de un
crimen.
Por si persistiese aún alguna duda sobre el increíble
parecido entre Bell y Holmes, añadiremos que la célebre muletilla del detective
literario a Watson, «elemental…», solía emplearla el profesor con sus alumnos
durante sus clases en la Universidad de Edimburgo. ¿Más pruebas para concluir
entonces que Sherlock Holmes y Joseph Bell eran uña y carne en el ingenioso
cóctel de realidad y ficción elaborado por el habilidoso barman literario Conan
Doyle? El doctor Bell supo que su antiguo alumno Doyle había construido a su
protagonista tomándole a él como modelo, y no dudó en prologar incluso una de
sus muchas aventuras literarias. Bell era un héroe detectivesco en la vida
real, como Holmes lo era en la ficción. Scotland Yard recurrió a Bell para que
le ayudase a desenmascarar al célebre asesino en serie Jack el Destripador. No
cabe duda de que Bell era un formidable genio de la deducción, a quien la
existencia de Holmes le enorgullecía en el fondo no sólo por verse retratado en
él, sino sobre todo por sentirse inmortalizado.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 169
¿Quién no ha oído hablar de Albert Einstein (1879-1955), uno
de los hombres más inteligentes de la Historia, descubridor de la Teoría de la
Relatividad y Premio Nobel de Física? Sin embargo, desconocemos aún qué pensaba
exactamente este simpar científico alemán, nacionalizado suizo y estadounidense,
sobre la existencia de Dios. Persiste todavía hoy un gran desconcierto sobre
esta trascendental cuestión que todo ser humano, más tarde o temprano, debe
abordar. Si nos atenemos a la carta datada en Alemania en enero de 1954, un año
antes de su muerte, dirigida por Einstein al filósofo Erik Gutkind y subastada
por eBay hace tres años con un precio de salida de tres millones de dólares, no
albergaríamos la menor duda. Bastaría así con leer este breve y contundente
párrafo escrito por Einstein: La palabra de Dios es para mí sólo la expresión y
el producto de la debilidad humana. La Biblia es una colección de leyendas
honorables, pero todavía primitivas, que son, no obstante, bastante infantiles.
Ninguna interpretación puede cambiar esto. ¿Un hombre sin fe…? Pese a su
innegable importancia, no olvidemos tampoco que esa carta era sólo una de las
casi 12.300 que escribió Einstein a lo largo de su vida. La epístola nada tiene
que ver así con esta otra redactada también de puño y letra de Einstein, el 12
de julio de 1925, a su colega italiano Giovanni Giorgi, profesor de la
Universidad de Sapienza, en Roma. Una sola frase en este caso, tanto o más
lapidaria que el párrafo entero anterior, nos confirma el sentido trascendente
de la vida para el científico: «Dios creó el mundo con más elegancia e
inteligencia», aseveró. Basta con eso.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 176
La historia de la misteriosa hija de Einstein, Lieserl, a
quien supuestamente el gigante de la ciencia escribió una carta rindiéndose
ante el infinito poder de Dios, ha intrigado a novelistas españoles y
extranjeros, hasta el punto de convertirla en protagonista de sus relatos.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 178
Un siglo después del traslado de los restos de su
padre(Napoleón) a París, siguieron así el mismo camino los de su hijo, el
Aguilucho. Previamente, Hitler había prometido ante la misma tumba de Napoleón,
en el templo de Los Inválidos, que inhumaría los restos de su hijo en París con
el mismo protocolo que un jefe de Estado. Y así fue: el féretro con los
despojos del duque de Reichstadt llegó el 15 de diciembre de 1940 a la estación
de Austerlitz, procedente de Viena. Acto seguido, se colocó el catafalco sobre
una cureña de cañón para trasladarlo a la luz de las antorchas hasta la capilla
de Los Inválidos, donde fue depositado justo al lado del féretro de su padre.
El almirante Darlan representó al mariscal Pétain durante la ceremonia
celebrada con honores de jefe de Estado ante la llamativa ausencia de su
promotor, Hitler. No se trató de un acto humanitario, sino de una maniobra
urdida para atraer las simpatías de los franceses, sensibles a la memoria del
emperador, aunque aquel gesto pasase casi inadvertido en una Europa en guerra.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 180
Traigo a colación ahora a mi amigo el doctor Roberto Pelta,
gran experto en venenos, como el lector ya sabe. Nadie mejor que él ha
explicado cómo la cicuta se empleó por primera vez en Egipto para ejecutar a
los reos, e incluso en Etiopía, para provocar la muerte de algunos reyes. Tanto
su variedad mayor o gran cicuta, como la de agua, eran y son plantas muy
venenosas; en especial la raíz, la cual libera, si se corta, un zumo lechoso.
La muerte por cicuta es abominable. En una primera fase, provocada la excitación
del sistema nervioso central, surgen temblores, parestesias, neuralgias,
delirio, alucinaciones y hasta convulsiones. A continuación, se desarrolla una
parálisis progresiva que alcanza los músculos respiratorios hasta producir
asfixia en pocas horas, sin que el nivel de conciencia se deteriore lo más
mínimo. Por increíble que parezca, el final es dulce y sereno. Llama la
atención, y es aquí donde surgen las grandes incertidumbres, que en la
descripción legada por Platón a la posteridad no se especifiquen los violentos
síntomas del envenenamiento por la cicuta. Además, al referirse a ella, el
filósofo emplea el término farmakon, que en griego significa lo mismo «veneno»
que «remedio». No en vano, como señala el doctor Pelta, los egipcios y griegos
utilizaron cicuta pulverizada y mezclada con grasas animales para aplicarla en
heridas e intervenciones quirúrgicas. Advirtamos que en griego, siempre que
alguien aludía a la cicuta, escribía koncion. Tal es el caso de Plutarco, al
relatar la muerte de Foción; o de Hipócrates y Galeno. ¿Por qué entonces Platón
usó la palabra farmakon? Surgieron así las primeras sospechas en el siglo
XVIII, cuando la historia y la ciencia adquirieron un agudo sentido crítico, de
que la muerte de Sócrates pudo provocarla un veneno compuesto por una mezcla de
cicuta y opio.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 186
Clemente Torregrosa conoció también a Ramón Gómez de la
Serna en el teatro María Guerrero de Madrid.
Sacaba figuritas de una maleta —evocaba sobre el célebre
periodista y escritor—, las iba rompiendo y luego extraía papelitos con
greguerías que arrojaba al público. Yo cogí una que decía: «Las cintas de las
gorras de los marinos van diciendo adiós a todos los mares».
En mis vacaciones de Navidad de 1932 hablé con Álvaro
Botella y con Félix Roberto, muy amigo de Ramón, sobre la posibilidad de
traerlo a Alicante. Me dijeron que Gómez de la Serna cobraría seiscientas
pesetas. Entonces contacté con Luis Altolaguirre, empresario del teatro
Principal, quien me dijo que alquilarlo costaba dos mil pesetas. También me
advirtió que iba a ser un fracaso traer a Gómez de la Serna el día 4 de enero,
como yo pretendía…
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 214
Por tradición sabemos que los magos procedían de los tres
continentes conocidos en aquella época: África, Asia y Europa. Más tarde se les
ha relacionado con las tres edades de la vida del hombre: juventud, madurez y
vejez. Pero ¿sabemos acaso por qué hoy seguimos denominándolos Melchor, Gaspar
y Baltasar? Que sepamos, sus nombres aparecen registrados por primera vez en el
célebre mosaico de San Apollinaire Nuovo, conservado en la localidad italiana
de Rávena. En esa pieza de incalculable valor histórico, datada en el siglo VI
nada menos, se distingue perfectamente a los tres magos ataviados al modo persa
con sus nombres en la parte superior y representando distintas edades, según
hemos visto: Gaspar es el más viejo, con la barba blanca y portando el oro; Baltasar
es el de mediana edad, con el cabello y la barba oscuros y Melchor, el más
joven, barbilampiño y llevando consigo el incienso.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 217
Pese a que Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673), conocido
literariamente como «Molière», sigue siendo hoy uno de los autores franceses
más celebres de la historia, no se conserva ni un solo papel manuscrito suyo,
ya sea en forma de obra, carta o simple billete personal; únicamente se conocen
dos autógrafos de su puño y letra datados en 1650 y 1656, respectivamente,
junto a varias rúbricas suyas estampadas como padrino de bautismo y en algún
que otro contrato sin valor. Eso es todo. ¿Acaso no constituye este hecho
insólito un misterio en sí mismo, tratándose del hombre que ha pasado a la
historia por ser el poeta y dramaturgo más representado de Francia con obras
tan inmortales como Tartufo o El enfermo imaginario? ¿Tal vez se encargase una
«mano negra» de borrar cualquier vestigio significativo de su paso por la vida,
convirtiendo a este personaje en todo un enigma incluso para el agudo
observador de hoy? Y si en verdad existió esa «mano negra», ¿qué asunto tan
comprometedor se propuso ocultar a los ojos de la posteridad?
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 221
Entre los grandes misterios de Molière, sobresale el
atribuido por su biógrafo, Anatole Loquin, quien señala al insigne dramaturgo
como el «hombre de la máscara de hierro» nada menos. En El vizconde de
Bragelonne , la célebre novela de Alexandre Dumas, padre, éste convierte al
«hombre de la máscara de hierro» en el hermano mayor de Luis XIV y al rey en el
usurpador del trono. Pero conviene saber que Dumas se basó en la existencia
real de este personaje enmascarado y prisionero en la Bastilla, de quien primero
se hizo eco la segunda esposa del duque de Orleáns, hermano de Luis XIV,
conocida como la princesa Palatina, en una carta conservada hoy. ¿Fue acaso
Molière «el hombre de la máscara de hierro», como sostiene su biógrafo, Loquin?
¿El mismísimo preso enmascarado con antifaz de terciopelo negro fallecido en el
más cruel anonimato, el lunes 19 de noviembre de 1703?
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 223
Ritz fue el primero en instalar cuartos de baño en las
habitaciones, decoradas con lujosos cortinajes y alfombras, polveras y
tocadores provistos de jofaina y depósito de agua. Toda una innovación para la
época. Y fue también pionero en formular los cuatro mandamientos del hostelero
moderno: verlo todo sin mirar, oírlo todo sin escuchar, mostrarse atento sin
resultar servil y preverlo todo sin pasar por pretencioso.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 251
Cuando un gladiador caía herido la multitud gritaba
«Habet!». El infortunado levantaba un dedo implorando perdón. Si los más de
cincuenta mil espectadores que cabían en el Coliseo consideraban que lo
merecía, agitaban al aire sus pañuelos blancos, como grandes copos de nieve; en
caso contrario, vociferaban repetidas veces «Occide!» (¡Matadle!). Entonces el
emperador decidía. Casi siempre el gladiador victorioso remataba al caído.
Triste consuelo recibía el triunfador por matar al contrario para sobrevivir:
varios cuencos de plata con monedas de oro; aunque la mejor recompensa era sin
duda el rudis, una espada de madera que eximía al vencedor de futuros combates,
preservando así su vida. La víctima permanecía tendida unos minutos regando con
su sangre la arena hasta que una siniestra figura, vestida de Caronte, el
barquero mitológico que conducía a los muertos a través de la laguna Estigia,
irrumpía allí con un mazo de madera con el cual golpeaba la frente del vencido
para cerciorarse de que estaba muerto. Sólo entonces se ceñía un gancho largo
al cadáver para sacarlo de la arena por la Puerta de la Muerte.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 260
Por histriónico que parezca, Joshua Abraham Norton, primer y
único emperador en la historia de los Estados Unidos de América, fue un personaje
de carne y hueso cuya fecha de nacimiento oscila hoy entre 1814 y 1819. Sólo
sabemos con certeza que falleció el 8 de enero de 1880, víctima de un repentino
ataque de apoplejía mientras caminaba por la Grant Avenue de San Francisco para
asistir a una conferencia en la Academia de Ciencias Naturales. Si no fuera en
parte por otros «emperadores», en su caso de la novela, como Mark Twain o
Robert Louis Stevenson, que recurrieron en sus obras a sendos trasuntos
literarios de nuestro protagonista, dispondríamos incluso de menos datos sobre
un excéntrico personaje que, aun siendo hoy tan desconocido, ha dejado una
huella indeleble en la Historia.
Al principio se contentó con hacerse llamar «Norton I,
emperador de Estados Unidos». Este título, según una proclama que distribuyó él
mismo por toda la ciudad, le había sido debidamente conferido por la Asamblea
del Estado de California. Después, cuando los mexicanos «le suplicaron», según
dijo, que los gobernara porque, tal y como añadió, «anhelaban un gobierno fuerte
y sabio», se adjudicó también el de «protector de México».
El emperador Norton I procedió con gran diligencia a
establecer su parentesco con las casas reinantes de Europa. Como pretendía ser
un Borbón, Napoleón sólo podía inspirarle odio. No se recataba así en atacarle
con la misma vehemencia que negaba sus ancestros hebreos. La reina Victoria de
Inglaterra era su «amada prima»; primos suyos eran también el emperador de
Austria y el rey de Prusia, Guillermo I, a quien envió «muy buenos y amistosos
consejos» durante la guerra franco-prusiana, festejando la victoria de su
ejército con un edicto. Sólo se separaba de sus dos perros pastores, Bummer y
Lazarus, cuando asistía a los mítines políticos en los que tanto disfrutaba
viéndose agasajado por el público entusiasta. Su uniforme de gala se componía
de casaca azul verdosa, que le llegaba casi hasta los talones; pantalón azul
claro, con franja roja; charreteras doradas y alto tricornio de general con
escarapela roja y una larga pluma verde de avestruz. En las grandes ocasiones
arrastraba también un pesado sable, obsequio de un herrero admirador suyo; o
también un grueso bastón o una enorme sombrilla. Se adornaba siempre la solapa,
eso sí, con una rosa roja y le sobresalía del bolsillo del pecho de la casaca
un pañuelo de seda multicolor. Cuando su uniforme estaba sucio o raído, le
bastaba con anunciar en la prensa que necesitaba uno nuevo para que se lo
regalasen sin problemas. Incluso las autoridades municipales le obsequiaron en
cierta ocasión con un reluciente uniforme con cargo a sus propias arcas. En los
dos cuerpos legislativos del Estado, Asamblea y Senado, se le tenía reservado
al emperador un lugar cómodo en el salón de sesiones. Apenas faltó a las citas
durante los veintiún años que duró su imperio. Su inesperada muerte causó gran
estupor entre los ciudadanos. Los periódicos publicaron extensos álbumes de
fotografías y reportajes sobre los principales hitos de su vida. A sus
funerales, financiados por el Pacific Union Club de San Francisco, asistieron
unas diez mil personas, incluidas dos mil mujeres y niños. El cortejo fúnebre
acompañó el cadáver hasta el Cementerio Masónico de la ciudad. Una vez allí, un
coro de doscientos jóvenes que profesaban inmenso cariño al difunto entonó sus
himnos predilectos mientras lo sepultaban. Si no fuera porque ahora sabemos que
Norton I, emperador de Estados Unidos y protector de México existió en
realidad, pensaríamos en una irrepetible estrella capaz de deslumbrar al mejor
productor de Hollywood.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 272-273
Lo mejor siempre se obtiene al precio de grandes y pequeños
sufrimientos.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 281
Pericles, el gran orador y político ateniense, manifestaba:
«No cedemos a nadie en independencia de espíritu y completa confianza en
nosotros mismos; pero consideramos un ser inútil al hombre que se mantiene alejado
de los intereses públicos». Al ciudadano inútil los griegos le llamaban
idiotes, de donde procede el vocablo «idiota». Este parásito social carecía de
la voluntad y del espíritu de sacrificio que aunaban al pueblo griego en torno
a una patria común.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 325
Con motivo de la guerra de los Treinta Años (1618-1648),
Linz quedó sitiada en 1626 y las autoridades eclesiásticas consideraron a
Kepler sospechoso de herejía, obligándole a recluirse en su casa y sellando su
biblioteca. Al cruzarse en la calle con el hombre al que el filósofo Immanuel
Kant (1724-1804) llamó «el más agudo de los pensadores», la gente le escupía
murmurando con desprecio «astrólogo».
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 328
El general Howard aceptó en nombre del presidente de Estados
Unidos todas las condiciones de paz propuestas por Cochise. Algo sin
precedentes en la historia del país. Concedió así a los chiricahuas un
territorio reservado que comprendía todos los antiguos cazaderos apaches, y
reconoció al capitán Jeffords como representante de los indios. También se
comprometió a que no hubiese tropas en el territorio reservado, y a que la
palabra de honor de Cochise fuese aceptada como única garantía de cumplimiento
por parte de los apaches. En presencia del general Howard y de sus guerreros de
confianza, Cochise sentenció: «A partir de ahora, el blanco y el indio beberán
de la misma agua, comerán del mismo pan y vivirán en paz». Previamente, la
elocuencia de las palabras del general Howard y la espiritualidad que de ellas
se desprendía habían logrado impresionar a Cochise, hasta el punto de hacerle
firmar la paz.
José María Zavala
Las páginas secretas de la historia: Hechos insólitos e inquietantes
enigmas de todas las épocas, página 332
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