Henry James El altar de los muertos y otros relatos

 
El abismo de las ilusiones humanas, ése sí que era la auténtica profundidad sin mareas.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 10
 
 
Inocentes e infinitos por igual son los placeres de la observación y los recreos deparados por la afición a analizar la vida. Al pobre Dencombe, ocioso en su reservada exposición al viento, lo divirtió pensar que estaba esperando una revelación de algo que estaba en lo recóndito de un joven espíritu selecto. Con intensidad miró el ejemplar en el otro extremo del banco, pero no lo habría tocado ni por todo el oro del mundo: le venía bien tener una teoría que no hubiera de exponerse a refutación. Ya se sentía mejor de su melancolía; según su acostumbrada forma de expresarlo, ya había asomado la cabeza por la ventana. La efímera presencia de una condesa podía animar la fantasía cuando, como la mayor de las damas que acababan de retirarse, era tan visible como la giganta de una troupe. Verlo todo detalladamente, no cabía duda, era lo terrible; ver cosas de modo fragmentario, en contra de una opinión generalmente expresada, era el refugio, era la medicina.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 10
 
 
Le habría gustado crear frases hermosas, pero la Naturaleza le había rehusado el don.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 12
 
 
—Yo lo sé todo. ¡Hay que saberlo todo para poder escribir decentemente!
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 17
 
 
—Una segunda oportunidad: ésa es la vana ilusión. Jamás ha habido más que una. Trabajamos a ciegas; hacemos lo que podemos; damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra misión. Todo lo demás no es sino la demencia del arte.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 28
 
 
Muchas cosas había hecho en su existencia; las había hecho prácticamente todas, menos una: jamás, jamás había olvidado.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 29
 
 
Deseó poder hundirse, como ella, hasta lo más hondo, y permanecer igual de inmóvil, igual de absorto en su postración.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 37
 
 
En un momento dado la enfermedad de la vida empieza a sucumbir al tratamiento del tiempo; y sin duda eran aquéllas las horas en que él caía más en la cuenta de esta verdad. Allí estaba, inscripto para él el día en que por vez primera se había familiarizado con la muerte, y las fases ulteriores de ese conocimiento estaban señaladas cada una con una llama.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 41
 
 
En la muerte había una peculiar santificación, pero había personas que resultaban más santificadas olvidándolas que conmemorándolas.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 42
 
 
—Las mujeres no son como los hombres. Son capaces de amar incluso cuando han sufrido.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 55
 
 
Mis Muertos son únicamente aquéllos a quienes amé. Son míos en la muerte porque fueron míos en vida.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 56
 
 
Un fracaso, un fracaso comercial, tenía algo que en cierto modo un éxito no lo tenía. Un éxito era tan prosaico como una abundante cena: nada más cabía decir sobre ella aparte que era abundante. En casos así, ¿quién sino la gente vulgar se entrega a justipreciar glotonamente los distintos platos? Y muy a menudo esa gente vulgar es quien otorga el éxito. Mirándolo bien, el éxito sólo daba dinero; vale decir, daba tantísimo dinero que cualquier otra consecuencia parecía diminuta en comparación con aquélla. ¡Ahora bien, un fracaso —ah, con la ayuda de un inmenso talento, cierto es, porque había diversas clases de fracaso— podía dar tantísima reputación!
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 75
 
 
¿Qué tendrá en la cabeza, pobre ilusa, y cómo se le ha ocurrido que el estro de la “calidad” haya podido permearla siquiera tres minutos? ¿Por qué se figura que esta vez ha sido “artística”? No es ahora otra cosa, presumo, que no haya sido siempre. ¿Qué cree haber suprimido? ¿Qué imagina haber agregado? Nada ha suprimido ni agregado. Habré de enviarle una carta de disculpa. Es un libro inexistente, y no se me alcanza qué podría escribir de él. ¿Cómo remediar que sus insaciables lectores lo ingurgiten con la voracidad habitual?
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 78
 
 
El único éxito válido es aquél en armonía con nuestra auténtica idiosincrasia.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 87
 
 
El único éxito válido es aquél en armonía con nuestra auténtica idiosincrasia. Esencialmente, la coherencia confiere distinción, y ¿qué es el talento sino el arte de revelar sin cortapisas la personalidad propia, cualquiera que ésta sea? Nuestra obra manifiesta nuestro espíritu o nada manifiesta.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 87
 
 
—He estado dándome cabezazos contra un muro como un idiota —me dijo en nuestros ratos confidenciales—; y usted, mi querido amigo, si no le importa que se lo diga, ha estado ayudándome a que hiciera el idiota. Nos pasábamos horas hablando de “triunfo”, válgame Dios, como enclaustrados monjes que cantasen a coro, acariciando la bella ilusión de que estriba en las obras mismas, en expresar de una forma admirable un tema admirable, como usted decía, o en hacer más vibrante, como no sé quién ha dicho no sé dónde, la voz propia. En suma, he procedido como si lo único que hubiera que hacer fuera acatar la ley del talento propio, y me figuraba que si ciertas consecuencias no se producían era por la sencilla razón de no haberla acatado suficientemente. Mi desastre me ha estado bien empleado… quiero decir, por haber usado aquella maldita palabra. No es más que una palabreja de viajante de comercio, de buhonero. ¿Qué es el “triunfo” a fin de cuentas? Cuando un libro está bien, está bien; desde luego es una vergüenza que no lo esté. Cuando se vende, se vende; da dinero igual que las patatas y la cerveza. Si en un sentido acecha el descrédito artístico, y en el otro los inconvenientes de la popularidad, ciertamente es cómodo, pero de ninguna manera glorioso, haberse escabullido de ambas cosas. Los varones discretos no alegan su probidad o su mala suerte. ¡Al diablo el triunfo! Quiero que mis libros se vendan; quiero resultar popular. Es asunto de vida o muerte. Tengo que transitar ese camino. He transitado demasiado el camino opuesto… y ya me lo conozco palmo a palmo. Necesito cultivar el mercado; es una ciencia como cualquier otra. Tengo que ser infernalmente astuto. Será divertidísimo, lo presiento: viviré una existencia resonante y cosecharé pingües beneficios. No he sido fácil; debo ser fácil. No he sido accesible; debo ser accesible. Es otro arte… o tal vez no sea arte de ninguna manera. Es algo distinto; servidor tiene que descubrir qué es. ¿Es algo endemoniadamente raro? ¿Se sonroja usted? ¿Algo apenas decente? ¡Pues mayor incentivo para la curiosidad! La curiosidad es un acicate formidable; nos divertiremos enormemente. Cualquiera lo hace: sólo hay que dominar el método. Desde luego tengo muchísimo que olvidar; pero ¿qué es la vida, como dice Jane Highmore, sino una lección? Tengo que tomar de Jane todo lo que pueda, y todo lo que ella pueda darme. Jane no sabe explicarse mucho: es pura intuición; sus procesos mentales son oscuros; la inspiración desciende sobre ella y se apodera de ella. Pero mi propósito es estudiarla reverentemente en sus obras. Sí, una vez me retó usted a que la leyera, pero ahora tengo afilada mi espada: declaro que voy a leer uno de sus libros. Juro que lo haré. ¡Y lo terminaré, aunque perezca!
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 98
 
 
—Lo que aporto son las más deliciosas de las ironías.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 109
 
 
¡Es imposible fabricar alpargatas con hilo de seda! Resultará todo lo lamentable que usted quiera, pero hay personas que no pueden ser vulgares por mucho que se esfuercen en ello. Él no puede serlo; no logrará serlo, se lo garantizo, ni siquiera una vez. No basta luchar por ello: es un don fatal. Es notorio que a Limbert no le es dable bajar de sus alturas. Pertenece a las alturas. Esas alturas inhala, en esas alturas habita, ¡y hasta esas alturas no tengo otra alternativa que ascender —concluí, mientras me despedía de mi cobijadora— para llevarle las feas noticias del mundo en que nosotros vivimos!
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 113
 
 
—¡Siempre es maravilloso ver cómo va creciendo una leyenda!
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 145
 
 
—Entonces, cuando ellos mueran, Marmaduke quedará en libertad, ¿no es así?
Lavinia pareció no entender apenas:
—¿En libertad?
—Para hacer lo que él quiera.
Se extrañó:
—Marmaduke está haciendo ahora lo que él quiere.
—Pues, en tal caso, para hacer lo que  quieres.
—¡Huy, ya ve usted que lo que yo quiero…!
¡Ah, le cerré la boca!
—¡Lo que quieres es colaborar en unas horribles mentiras: sí, ya lo veo!
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 157
 
 
Pues bien, contemos con ello, ya que nada excepto la trapacería, en la triste época en que vivimos, puede, por lo visto, asegurar el éxito, y ya que, si una maldición le ha otorgado el don del refinamiento y la exquisitez, uno fácilmente puede verse teniendo que mendigar el pan toda la vida. Pongámonos en lo peor: supongamos que él tenga la desgracia de volar tan alto que el gusto vulgar del ignaro populacho no pueda seguirlo. Recuerde, así y todo, la ventaja de que disfrutará él, la misma de que disfruta el Maestro. Él conocerá.
Peter semejó pesaroso:
—Ah, pero ¿qué es lo que conocerá?
—¡La felicidad interior! —exclamó la señora Mallow con entonación algo impacientada. Y se fue.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 166
 
 
Peter aspiró su larga pipa, en silencio, durante un instante; después ahondó: —No es el discernimiento, sino la ignorancia, lo que (nos lo dicen excelentemente) nos da la felicidad.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 167
 
 
 
Cualquiera puede resultar hechicero si vive bajo un hechizo.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 171
 
 
¡Brindo porque él se haga con el secreto de la vil popularidad!
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 172
 
 
Me ha sobrevenido algo bastante terrible. No es tan bueno esto de saber la verdad.
—He de decir que efectivamente no tienes alegre el semblante —se vio Peter forzado a convenir bastante pesarosamente—. De todos modos, ¿estás segurísimo de que la sabes?
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 174
 
 
—¿Sabe usted la causa de mi sufrimiento? Un exceso de inteligencia. En el fondo, París era el último lugar adonde habría debido ir. He aprendido a darme cuenta de mis insuficiencias.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 175
 
 
 
—Oh, siempre se posee algo susceptible de tener que ser sacrificado.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 177
 
 
—Oh, para seguirle el juego me es preciso tan sólo retener la lengua —dijo Peter con calma—. Y además tengo mis motivos.
 
Henry James
El altar de los muertos y otros relatos, página 180
 
 
 
 
 
 
 
 

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