Aguja
Antón, treinta y dos años,
su estatus incluye el vivir con los padres.
Ortodoxo, pero no va a la iglesia,
graduado universitario, estudió inglés.
Trabajaba de tatuador, con un estilo propio,
si así se le puede llamar.
Muchos vecinos pasaron bajo
su aguja incisiva y su mano diestra.
Cuando todo comenzó, hablaba mucho de
política, historia, iba a marchas y asambleas,
discutía con amigos.
Los amigos se ofendieron, los clientes se esfumaron.
Tenían miedo, no entendían, dejaron la ciudad.
Experimentas de verdad a una persona tocándola con una aguja.
Una aguja pincha, una aguja cose. Bajo su cálido
metal la textura de la piel femenina se vuelve tan flexible
y el lienzo radiante de la piel masculina tan rígido.
Perforando la membrana exterior de una persona
liberas gotas de sangre aterciopeladas, tallas
alas de ángel sobre la sumisa superficie de la tierra.
Ve a tallarlas, tatuador; estamos llamados
a llenar este mundo de sentido, de color.
Talla esta coraza, tatuador, que esconde almas y enfermedad—
por lo que vivimos, por lo que morimos.
Alguien dijo que lo fusilaron en un puesto de control,
una mañana, arma en mano, de algún modo accidental —
nadie sabe por qué.
Fue enterrado en una fosa común —así todos fueron enterrados.
Sus efectos personales, devueltos a los padres.
Su estatus nunca se actualizó.
Un día, algún bastardo,
escribirá sin duda poemas heroicos sobre todo esto.
Un día, otro bastardo,
dirá que no hay motivos para escribir sobre todo esto.
Serhiy Zhadán
Alcohol
El agua verde del río
avanza lenta en cálidas curvas
peces zeppelin
dispersan el plancton
y cansados cazadores de aves
intentan atrapar
cada palabra.
Sostén
los coloridos trapos y la cinta
que se adhiere a las muñecas cortadas
de nuestro heroico tiempo.
Apagarás un día este radio,
te acostumbrarás a ella,
a su respiración
y, vistiendo tu camiseta,
te traerá agua en medio de la noche.
En la terraza las tazas con restos de té
se llenan de agua de lluvia
y de colillas,
tú y yo compartimos un resfriado
tú y yo compartimos largas conversaciones
tú no notas el frío de la mañana
tú duermes tarde
yo escribo poemas sobre cómo amo
a esta mujer e invento
nuevas palabras
cada vez más nuevas
para evitar
                   para decírselo.
Serhiy Zhadán
“Conozco el movimiento nacionalista de Ucrania desde la década de 1980. Tengo muchos amigos en el movimiento nacionalista, pero las ideas del nacionalismo no se corresponden con mi visión de Ucrania. Ucrania es mucho más complicada y mucho menos clara.”
Serhiy Zhadán
"El teléfono sólo sirve para comunicar todo tipo de desgracias. La voz suena a través del auricular distante y neutral; su neutralidad facilita la comunicación de malas noticias. Sé muy bien de lo que estoy hablando. Llevo toda mi vida peleándome con aparatos telefónicos, aunque sin mucho éxito. Los operadores de todo el mundo siguen espiando conversaciones telefónicas mientras anotan las palabras y frases más comprometidas; al mismo tiempo, sobre las mesillas de noche de las habitaciones de hotel sigue habiendo Biblias y guías telefónicas: objetos, todos ellos, imprescindibles para no perder la fe. Yo dormía sin quitarme la ropa. Vestido con unos vaqueros y una camiseta holgada. Cuando me despertaba, deambulaba por la habitación, tropezaba con botellas de refresco vacías, vasos, latas y ceniceros, platos sucios de salsa, calzado; descalzo y malhumorado, pisaba manzanas, pistachos y dátiles pringosos parecidos a cucarachas. Cuando uno alquila un piso amueblado, intenta cuidar las cosas. Igual que un traficante, almacenaba en casa un montón de porquería, guardando bajo el sofá discos de vinilo y palos de hockey, ropa de mujer que alguien había dejado olvidada y señales de tráfico metálicas de grandes dimensiones que había encontrado en alguna parte. Era incapaz de deshacerme de alguna de aquellas cosas, puesto que no tenía claro cuáles eran de mi propiedad. Sin embargo, desde el primer día, desde el momento en que fui a parar a aquel apartamento, el teléfono estaba en el suelo, en medio de la habitación. Su voz y su silencio me irritaban. Antes de acostarme, lo cubría con una caja grande de cartón. Por la mañana, retiraba la caja y la sacaba al balcón. Mientras, el aparato diabólico seguía en medio de la habitación, su sonido discordante y exasperante siempre dispuesto a avisarme de que alguien necesitaba contactar conmigo.
Ahora alguien me estaba llamando de nuevo. Eran las cinco de la madrugada de un jueves. Salí de debajo de las sábanas, di un puntapié a la caja de cartón, cogí el teléfono y salí al balcón. La calle estaba silenciosa y desierta. Por la puerta lateral de la oficina bancaria de la esquina, salió un guardia de seguridad para fumarse un cigarrillo. Una llamada telefónica a las cinco de la madrugada no presagia nada bueno. Conteniendo mi irritación, descolgué el auricular. Así fue como empezó todo.
–Colega. –Reconocí inmediatamente la voz de fumador de Kocha. Parecía que, en lugar de pulmones, tuviera un par de altavoces viejos y hechos polvo."
Serhiy Zhadán
Voroshilovgrado
“En casa hablábamos surzhyk, un surzhyk basado en Ucrania con algo de ruso mezclado. En Starobilsk no hablamos ucraniano literario, pero en realidad no hablamos ruso. Fui a una escuela ucraniana donde estudié lengua y literatura. Cuando estaba en el grado 11 gané la competencia de idioma ucraniano ‘Olympiada’. Representé a mi escuela y luego al Óblast de Luhansk donde obtuve el segundo lugar.”
Serhiy Zhadán
“En el verano de 2014, tuve la idea de escribir una gran obra en prosa; una novela. Era importante para mí escribir sobre civiles: para aquellas personas en el área de conflicto y en la línea del frente, atrapadas entre la espada y la pared. Ambos están tratando de sobrevivir y definen su propia actitud hacia la guerra.”
Serhiy Zhadán
LOS HONGOS DEL DONBAS
En primavera Donbas desaparece en la niebla y el sol se esconde tras montículos de tierra.
Por eso necesitas saber a dónde vas,
necesitas conocer al hombre que puede hacer los arreglos.
Este hombre era un trabajador en la ex estación de servicio,
desgastado por el alcohol.
Cuando nos conocimos, me dijo, “nosotros, los trabajadores de la estación de servicio,
siempre fuimos considerados la elite del proletariado, sí, la elite.
Cuando todo se fue a la mierda, muchos
vomitaron sus manos. Nosotros no, los trabajadores
de la estación de servicio.
Organizamos un sindicato independiente,
tomamos tres edificios de la vieja planta
y empezamos a cultivar hongos.”
“¿Hongos?”, no podía creerlo.
“Sí, hongos. Queríamos plantar cactus con mezcalina, pero
los cactus no crecen aquí en el Donbas.
“¿Sabes qué es lo más importante cuando plantas hongos?
Es importante drogarse, así es, amigo —es importante drogarse.
Nos drogamos, créeme, aún ahora tenemos que drogarnos. Tal vez porque
somos la elite del proletariado.
“Y entonces tomamos tres edificios y empezamos con nuestros hongos.
Bueno, está la alegría del trabajo, el codo engrasado,
tú sabes —la sensación embriagadora del trabajo bien hecho.
Y, lo que es más importante ¡todos se drogan! ¡todos están drogados incluso sin
hongos!
“Los problemas empezaron unos meses después. Esta es tierra de pandillas,
tú sabes, recientemente prendieron fuego una gasolinera,
estaban tan ansiosos por quemarla que ni siquiera llegaron a
llenarse —así que por supuesto la policía los atrapó.
De modo que una de las pandillas decide vérselas con nosotros, tomar
nuestros hongos, ¿puedes creerlo? Pienso que, en nuestro lugar, cualquier otro
se hubiera puesto en cuatro, así son las cosas —todos se ponen en cuatro aquí,
de acuerdo a la jerarquía social.
“Pero nos unimos y pensamos: a ver, hongos —esto es algo bueno,
no es un problema de hongos, o codos engrasados,
y ni siquiera de estaciones de servicio, aunque este fue uno de los argumentos.
Solo pensamos: allí vienen, ellos crecerán,
nuestros hongos crecerán, se puede decir que madurarán para la cosecha
¿y qué les diremos a nuestros hijos, cómo los miraremos a los ojos?
Hay cosas por las que tienes que responder, cosas
que no puedes dejar ir.
Eres responsable de tu propia penicilina
y yo soy responsable por la mía.
“Así que peleamos por nuestra plantación de hongos. Allí fue dónde
los vencimos. Y cuando cayeron sobre los corazones cálidos de los hongos,
pensamos —
“Todo lo que haces con tus manos trabaja para ti.
Todo lo que llega a tu conciencia tamborilea
en ritmo con tu corazón.
Nos quedamos aquí, para que no fuera tan lejos
para nuestros hijos visitar nuestras tumbas.
Esta es nuestra isla de libertad,
nuestra expandida
ciudad de la conciencia.
Penicilina y Kalashnikovs —dos símbolos de lucha,
el Castro del Donbas dirige a los partisanos
a través de las plantaciones de hongos cubiertas de niebla
hacia el Mar de Azov.
“Tú sabes,” me dijo, “por las noches, cuando todos duermen
y la tierra sombría se chupa la niebla,
siento cómo el planeta se mueve alrededor del sol, aún en sueños
escucho y atiendo cómo crecen —
“los hongos del Donbas, quimeras silenciosas de la noche
surgiendo del vacío, brotando de la hulla, del carbón,
hasta que los corazones se detengan, como ascensores en la noche,
los hongos del Donbas crecen y crecen, sin dejar nunca a los desalentados
y condenados morir de pena,
porque, hombre, mientras estemos juntos,
hay alguien para cavar la tierra
y hallar en sus entrañas tibias
la materia oscura de la muerte,
la materia oscura de la vida”
Serhiy Zhadán
… que hable ahora o calle para
siempre, que explique lo obvio:
cómo descienden las llamas
sobre los hombros de los amantes,
cómo la desesperación, igual que un carnicero,
arranca las entrañas del mundo
sobre el empedrado matinal de una ciudad de septiembre,
que hable ahora, mientras aún se pueda
al menos salvar a alguien, al menos ayudar a alguien,
que nos diga cómo terminará otro descenso
a lo más profundo de la corriente,
cómo la inmersión en el fango marrón oscuro,
en las profundidades de la oscuridad, cuando el agua, como el silencio,
dura más que cualquier lenguaje, tiene más sentido
que las palabras pronunciadas con pasión, es más fuerte que las declaraciones
entre dos personas golpeadas por la danza del amor.
Que advierta a esta pareja despreocupada, arrastrada,
como un pez por el ritmo de las aguas subterráneas,
por el cambio del viento, por el sol de principios de octubre, que les advierta
de que todos acabarán arrojados a tierra, desgarrados por dentro
por el frío del cristal roto,
nadie podrá detener la corriente,
nadie leerá el libro celestial
escrito en la lengua muerta del otoño.
Mejor que hable ahora, mientras ellos, encantados,
cuentan pájaros como las letras de un nombre
garabateado por la mano de un niño,
que hable, que intente romper
esta alegría de los adultos,
de pie uno frente a otro,
como para proteger su soledad.
La ágil danza de los pájaros,
la lógica de los gestos de afecto,
cuerpos, como letras que formaran
frases alegres.
En cualquier caso, todo estuvo claro desde el principio.
¿Y a quién frenó?
¿A quién asustó?
El sonido eterno de un río.
Advertencias eternas y valor eterno.
Son tan fuertes cuando emigran al Sur.
Tan conmovedores cuando regresan a casa.
Serhiy Zhadán
"Todas nuestras regiones, todo nuestro país necesita ser escuchado. Siento que no somos una ‘sociedad parlante’ y necesitamos que nos escuchen. Esta es muy a menudo la razón de las muchas neurosis y acciones que nos desconciertan después. (…) Esto se debe en parte a que el público ucraniano simplemente no se siente escuchado; la gente no puede ver ninguna reacción o atención por parte del gobierno o los políticos.”
Serhiy Zhadán
Toma solo lo más importante
Toma solo lo más importante. Toma las cartas.
Toma solo lo que puedas cargar.
Toma los íconos y los bordados, toma la plata.
Toma el crucifijo de madera y las réplicas doradas.
Toma algo de pan, los vegetales del jardín y luego vete.
No volveremos, nunca otra vez.
No veremos nuestra ciudad, nunca otra vez.
Toma las cartas, todas ellas, hasta el último pedazo de malas noticias.
No volveremos a ver la tienda de la esquina, nunca otra vez.
No volveremos a beber de aquel pozo seco, nunca otra vez.
No volveremos a ver caras familiares, nunca otra vez.
Somos refugiados. Correremos toda la noche.
Correremos a través de campos de girasol.
Correremos de los perros, dormiremos con las vacas.
Juntaremos el agua con nuestras manos desnudas,
esperaremos sentados en campos, fastidiando a los dragones de la guerra.
No volverás, los amigos no volverán.
No habrá cocinas humeantes, ni trabajos normales.
No habrá luces de ensueño en los pueblos dormidos,
ni valles verdes, ni páramos suburbanos.
El sol será una mancha en la ventana de un tren barato,
apurándose entre fosas de cólera cubiertas de cal.
Habrá sangre en los tacos de las mujeres,
guardias cansados en fronteras de nieve,
un cartero de bolsas vacías, acribillado,
un cura de sonrisa triste colgado de las costillas,
el silencio de un cementerio, el ruido de un puesto de comando,
listas de muertos sin editar
desde hace tanto, que no habrá tiempo
de buscar en ellas nuestro propio nombre
Serhiy Zhadán
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