Francisco Agustín Talega

 En medio del Silencio Temeroso
quitando el Miedo y el Horror del suelo,
por las Tinieblas nace el sol del cielo,
Fiel reparo del mundo tenebroso.

   Y sacudiendo el sueño peligroso,
Sombra de aquel eterno desconsuelo,
del Descuido común trueca el Recelo
en un Sosiego dulce y no costoso.

   Tan grande Estudio puso el Dios más alto
en reparar del hombre la Tristeza
que su Temeridad cual hombre llora

   y de Recogimiento y ropa falto
a un tiempo la mortal naturaleza
lo aflige, lo obedece y lo enamora.

   ¡Oh, venturosa hora! 15
Nocturnos hechos cuya suerte y nombre
hacen los hombre dioses y a Dios hombre

Francisco Agustín Talega
Soneto al nacimiento de Cristo Redentor Nuestro





Jornada I - Ganímedes

   Contra la feroz hidra el brazo y clava
que hasta en los reinos de Plutón vencían,
Alcides, por mostrar cuánto podían,
con extraño poder ejecutaba;

   y cuando más rendida la juzgaba,
y a su rigor las fuerzas suspendían,
siete cabezas nuevas le nacían
por una que de un cuello le cortaba.

   Tal es la fiera que en mi pensamiento
pelea con la vida que suspendo
injustamente para tal combate;

   que cuando más la venzo y me defiendo,
tantos martirios saco de un tormento
que es mejor que me ofrezca a que me mate.

Francisco Agustín Talega
De La duquesa constante




Jornada I - Maurelia

   Amor acobardado y sin firmeza,
pesado en tus engaños, alevoso,
de enredos fabricante y marañoso,
denotas y demuestras tu bajeza.

   Tu vil infame trato nunca cesa
de dar al triste pena y mal dañoso;
rapaz, mudable, ciego, mentiroso,
pues causan tus traiciones gran flaqueza.

   ¿Qué procuras? Responde, fementido.
¿Qué ordenas contra mí y qué vas trazando?
¿Despierto a mi dolor y me condenas?

   Cual loco sin sosiego y atrevido
mis gustos y contentos vas borrando,
y mudas lo que quise, en duras penas.

Francisco Agustín Talega
De Las suertes trucadas y torneo venturoso




Jornada III - Don Juan

   Esta ciudad, que el africano doma,
cuando más espantaban sus banderas,
y vio las armas y las huestes fieras
de Júpiter, de Cristo y de Mahoma;

   esta muralla que en el monte asoma,
que ya sirve de nidos en canteras,
¿acabó? Sí; mas conservó de veras,
la consagrada fe que le dio Roma.

   ¡Ah fe, sola entre piedras sostenida,
mal guardada en humanos corazones,
adonde mereciera estar tu punto!

   Guarda esos muros donde estás asida,
que acabarán tu nombre y tus blasones
en acabando yo y faltar Sagunto.

Francisco Agustín Talega
De El prado de Valencia











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