Mariano Miguel de Val

Ayer

Haciendo de mi alma señor a mi albedrío,
sin aguardar la calma del monstruo soberano,
mi instinto aventurero me lanzó al océano,
timonel y remero de mi débil navío.

   Atrás dejé los dones del fácil señorío,
los pálidos blasones de mi orgullo lejano,
la espléndidas dicha del porvenir temprano...
todo por la divina ilusión de ser mío.

   Confiado en mi suerte, bogué sin rumbo y solo,
aunque inexperto, fuerte, por mi fe y esperanza,
pues para mí todo era azul de polo a polo.

   Y en mi triunfal carrera, de luz y de alegría,
o en los duros rigores de la peor andanza,
siempre ósculos y flores brotó mi poesía.

Mariano Miguel de Val




Desde El Pilar

   Desde la altiva torre la vista se dilata
sobre las anchas cúpulas y esbeltos capiteles,
por la vasta llanura de frondosos vergeles
donde el Ebro sus ondas fecundantes desata.

   Rico blasón heráldico, cuya banda de plata
es el río que corta los múltiples cuarteles,
campos de trigo de oro, frutales y laureles
y musgosos ribazos floridos de escarlata.

   La fértil vega, el huerto, la riente pradera,
llenan los infinitos cuarteles de colores,
y su casco de oro de opulenta cimera

   coronada de nubes como plumas de raso
blancas, azules, rojas, de vívidos fulgores,
es el sol, que agiganta su incendio en el ocaso.

Mariano Miguel de Val



Hoy

   La lira está de luto porque mi padre ha muerto
y débole el tributo que se le rinde a un santo.
¿Oirá mi voz? ¡Quién sabe! Murió tranquilo en cuanto
anclada vio mi nave en el seguro puerto.

   ¿Cómo expresar mi pena? El corazón, es cierto,
su dulce nombre llena; mas me quería tanto,
que son poco, muy poco las hieles de mi llanto,
los recuerdos que invoco, las lágrimas que vierto.

   ¡Oh cuál tengo presente su pálido semblante!
¡De qué modo mi mente los recuerdos quebrantan
de su lenta agonía, de su postrer instante!...

   Pero aun hay alegría y amor en torno mío,
porque mis hijos llegan, porque mis hijos cantan,
porque mis hijos juegan en el hogar sombrío.

Mariano Miguel de Val



Mañana

   De la altivez ufana con que empecé la vida,
¿qué quedará mañana sino débil memoria?
En vez de alientos mozos, en vez de ansias de gloria,
los restos y destrozos de la ilusión perdida.

   Sin realizar los sueños, sin aplacar la herida,
pues grandes y pequeños no tienen otra historia,
como todos, trocados con miserable escoria,
llegaré fatigado al fin de la partida.

   Y sabido el alcance de los mayores bríos,
desearé en tal trance, como el primer anhelo,
morir tranquilamente llorado de los míos

   cuando ellos igualmente oír puedan un día
cantos, en torno, suaves, para aliviar su duelo,
como los de las aves que cantan en la umbría.

Mariano Miguel de Val







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