Cayetano Fernández

Coloquio del Beato Diego José de Cádiz, con su crucifijo

   Deja beber tus lágrimas divinas,
y su raudal ablande el pecho duro.
¡Ay! permite también al labio impuro
besar de tu corona las espinas.

   Si abandonado y sólo te imaginas,
héteme aquí que, de tu amor seguro,
el cáliz del dolor sediento apuro
por si la tierra a perdonar te inclinas.

   Al verte en esa Cruz, mi Bien, yo creo,
remóntase hasta el cielo mi esperanza
y el corazón te rindo por trofeo.

   Ven, pecador, y abrevia tu mudanza;
que, aunque de negro crimen fueses reo,
quien le pide perdón, perdón alcanza.

Cayetano Fernández




La ventanera

   Era hermosa mujer la Doña Juana,
y de mucho caudal; pero tenía
el achaque, el desbarro, la manía
de estar siempre asomada a la ventana.

   Cuanto ocurre en la casa más lejana
no s esconde a su atenta policía;
mas, con esto, la pobre no sabía
lo que pasa en la suya, ¡tan cercana!

   Todo en ella es desórdenes y olvidos:
en fuerza de lo cual, a competencia,
le robaban sus bienes más queridos.

   Luego el Alma, que pasa su existencia
asomada al balcón de los sentidos,
recoja esta lección de la experiencia.

Cayetano Fernández




Soneto

   ¿Sabes dar al caballo la pujanza?
¿Y qué, al relincho, encorve el ancho cuello?
¿Qué salte cual langosta? Aterroriza
el resoplar de su fogoso aliento.

   Hiere la tierra con robusto callo,
encabrítase audaz, corre al encuentro
de la enemiga hueste en la llanura.
No conoce el temor, no cede al hierro.

   Oyese encima golpear la aljaba;
siente el vibrar del asta y del acero.
Ni refrena el ardor, ni aguarda, ansioso

   de sorberse la tierra, el clarín bélico.
Resuena al cabo, y ¡sus! de lejos huele
la matanza, el rumor, y el clamoreo.

Cayetano Fernández









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