La primera cana
Derramando perfumes y armonía
tendió sus alas sonrosada aurora,
y un rayo de su luz encantadora
al verter claridad me anunció el día.
Dejé el mullido lecho en que dormía,
y en tan risueña y matutina hora
comencé mi «toilette» restauradora,
ante un espejo que en mi cuarto había.
Mas pronto al descubrir con la mirada
un cabello cual hebra plateada,
por el dolor y por el llanto ciego
dije: ¡Señor! ¡es mi vejez que empieza!...
¿O es que al cubrir la nieve mi cabeza
quiere apagar del corazón el fuego?
Fernando Mayoral Oliver
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