Soneto
¡Y eres tú la que ayer, enamorada,
tiernos suspiros sin cesar fingías,
y al blando acento de mi voz solías
quedarte dulcemente enajenada!
¡Eres tú la que ayer, entusiasmada,
enlazando tus manos con las mías,
me jurabas amor, y ausente herías
el viento con gemidos desolada!
No eres tú, no, la que amorosa y pura
pudo fingir con celestial encanto
tanta dulce emoción, tanta ternura,
tanto delirio y tan acerbo llanto;
eres no más que la sirena impura
que engaña artera al modular su canto.
Francisco Pérez Echevarría
No hay comentarios:
Publicar un comentario