El jesuita
   Brotó de la lujuria en torpe orgía		
al calor de algún beso maldecido,		
cuna teniendo en el lascivo nido		
de sucia y repugnante mancebía.		
   A la sombra vivió de su hidalguía,
a la maldad y al improperio unido;		
brindóle San Ignacio su vestido		
por darle a la conciencia compañía.		
   Bajo el color del miserable paño		
sus vicios disfrazó, no su figura,
caridad repicando con amaño,		
   y vendiendo perdón hasta la usura.		
Murió, se le enterró, y aún hace daño...		
¡dando a la tierra su ceniza impura!
J. Pérez de Zabala
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