Bion de Smirna
(280-120 a. de J. C.)
Las musas y el amor
No temen las Piérides hermosas
las áureas flechas del traidor Cupido;
antes adoran al rapaz de Gnido,
y sus pisadas siguen obsequiosas.
Del poeta se alejan desdeñosas
en cuyo seno Amor no encuentra nido;
mas si alguien canta, de su arpón herido,
al vate todas cercan presurosas.
Víctima yo de su venganza ruda,
si a dioses canto o ínclitos varones,
se pega al paladar mi lengua muda.
Mas si a Lícida infiel, o al niño ciego
emprendo celebrar, en mis canciones,
¡cuánta dulzura entonces! ¡Cuánto fuego!
Ignacio Montes de Oca y Obregón
Ipandro Acaico
Triste, mendigo, ciego cual Homero,
Ipandro a su montaña se retira,
sin más tesoro que su vieja lira,
ni báculo mejor que el de romero.
Los altos juicios del Señor venero,
y al que me despojó vuelvo sin ira
de mi mantel pidiéndole una tira,
y un grano del que ha sido mi granero.
¿A qué mirar con fútiles enojos
a quién no puede hacer ni bien ni daño,
sentado entre sus áridos rastrojos,
y sólo quiere en su octogésimo año,
antes que acaben de cegar sus ojos
morir apacentando su rebaño?
Ignacio Montes de Oca y Obregón
La lanza de Longinos
De sangre de Jesús sólo una gota
tus pupilas benéfica dilata,
y disipa la negra catarata
que tu ojo nubla y tu valor agota!
Sangre con agua del costado brota
de Cristo; y de tu espíritu desata
del Paganismo audaz la venda ingrata,
y de celeste claridad te dota.
¡Y yo que a tantos años mi alma riego,
y el labio pecador, con los raudales
que en el Cáliz apuro aun estoy ciego!
Longinos, que en el cielo tanto vales:
mi empedernido corazón te entrego.
Venga tu lanza a remediar mis males.
Ignacio Montes de Oca y Obregón
Lapides torrentis illi dulces Fuerunt
¡Oh dulces piedras del feliz torrente
que al alma pura del Levita Esteban
de protomártir la corona llevan
en sangre virgen al teñir su frente!
En el que me circunda, áspero ambiente
hoy del Cedrón los pastos se renuevan.
Pedradas mil sobre mi cuerpo lluevan
si idéntico dulzor mi ánima siente.
Si al derribarme el pedregal de hinojos,
el cielo abrir sus puertas de zafiro
a ver lanzan mis sangrientos ojos;
si a la diestra del Padre a Cristo miro,
y con mis labios, por la sangre rojos,
a mis verdugos perdonando expiro.
Ignacio Montes de Oca y Obregón
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