J. Goy de Silva

Embrujo de amor

   Cuando nuestro noviazgo cantaba su alborada,
el jardín solitario, edén de nuestro amor,
nos brindaba la sombra de aquel manzano en flor,
al final de una senda, de rosas perfumada.

   Allí el banco, entre mirtos, oculto en la enramada
era de nuestro idilio el nido encantador,
y entre las florecidas plantas de suave olor
destacaban los nardos su nota inmaculada.

   Tú siempre sonriente, yo siempre embelesado;
mis ojos en tus ojos, tus manos en las mías,
gozaban nuestras almas sin sombra de pecado.

   Sabíamos del mundo las bélicas porfías.
¡Todas las plagas bíblicas sobre la Humanidad!
¡Pero era tan inmensa nuestra felicidad!

J. Goy de Silva



Jordán de amor

   Bailemos toda la noche, con alas en el desvelo.
Bailemos toda la noche al resplandor de la hoguera,
sobre la alfombra que extiende a nuestros pies la pradera
y bajo el toldo prendido por estrellas en el cielo.

   Bailemos toda la noche, como en jubiloso anhelo,
despidiéndonos alegres de la alegre primavera,
que mañana, del verano, vendrá la aurora primera
con su corona de alondras, envuelta en fúlgido velo.

   Bailemos toda la noche y vencedores del sueño,
cuando el sol, toro del campo, beba el iris del rocío,
correremos tú y yo, alegres, a la ribera del río,

   donde se baña la fronda del paisaje más risueño,
y la linfa espejeante nos servirá de Jordán
para nuestro amor, nacido en la fiesta de San Juan.

J. Goy de Silva




Soneto

   Todo el cielo una brasa. Todo el viento un lamento.
Las arpas de los bosques, en un largo clamor,
lloran el sacrificio de Cristo Redentor,
cuya cruz se destaca sobre el cielo sangriento.

   Judas, en tanto, presa de su remordimiento,
interroga al Enigma: «¿Para qué fui traidor?»
Él era sabio y justo, ¡todo fe, todo amor!
¿Quién dio codicia a mi alma y odio a mi pensamiento?

   ¿Quién dio veneno al áspid, mansedumbre al cordero,
bálsamo a las Virtudes, ponzoña a los pecados?
¿Quién trazó fatalmente mi siniestro sendero...?

   ¿No habrá piedad, ¡Maestro!, para mi desventura...?
Y una voz le responde desde la augusta altura:
«¡Mi amor es sol que alumbra hasta los condenados!»

J. Goy de Silva




Toledo

   Tu egregia testa elevas, ¡oh!, Toledo inmortal,
coronada de fuertes murallas almenadas,
donde lucen florones de grandezas pasadas
las torres de tu Alcázar y de tu Catedral.

   Carlos V te impuso la púrpura imperial.
El acero en tu sangre, templo, de sus espadas
el ejército hispano. Sus victorias ganadas
te hicieron soberana del mundo, sin rival.

   Hoy eres como una vieja reina olvidada,
sin corte, sin dominios, guardando tu tesoro
en tu vasto palacio solitario y gigante.

   Y en las noches de luna sales engalanada
a tu jardín desierto donde el Tajo sonoro
canta a tus pies rendido, como un antiguo amante.

J. Goy de Silva















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