Como tú
   Juntó nuestras dos almas de tal suerte		
aquel inmenso amor que nos unía		
que Dios solo entre sí las distinguía:		
¡así fue nuestra unión de íntima y fuerte!		
   Pero la Muerte mísera no advierte
cuál es el alma tuya y cuál la mía,		
¡y juntos padecimos la agonía,		
y de un golpe a los dos mató la Muerte!		
   Verdad que yo, que te adoraba tanto		
amortajé después tu cuerpo yerto
y te enterré, ay de mí, bañado en llanto!		
   Pero para mí el mundo es un desierto		
y a mí nadie me lleva al Camposanto,		
¡aunque también estoy, como tú muerto!
Juan Martínez Nacarino
Fe y orgullo
   Precisamente Porque soy altivo		
creo en Dios y le adoro reverente,		
porque se cree en El o fatalmente		
de la propia impotencia se es cautivo.		
   Y es más noble creer en un Dios vivo,
sabio, justo inmortal, omnipotente,		
que a cada paso tropezar ruinmente		
por rechazar su eterno imperativo.		
   ¿Y a qué no creer en Dios? Para ser luego		
sectario de otros hombres, mis iguales,
aceptando su error como un borrego,		
   para no hallar consuelos en mis males,		
para vivir esclavo y morir ciego		
y no gozar los bienes inmortales!
Juan Martínez Nacarino
La última noche
   Inmóvil y entre luces y en el suelo,		
con plácida expresión de paz bendita,		
eras como una virgen carmelita		
por un ángel audaz robada al cielo!		
   Sólo cuando, al besarte, sentí el hielo
con que la Muerte halló tu faz marchita,		
advertí consternado la infinita		
bárbara pesadumbre de mi duelo!		
   Al contemplar las funerales galas		
al ver la Cruz entre tus manos yertas
y pagada la lumbre de mis ojos,		
   el Ángel del Amor plegó las alas,		
que un tiempo tuvo en nuestro hogar abiertas,		
y se dejó enterrar con tus despojos.
Juan Martínez Nacarino
Miserias
I
   Yo pienso como tú. Tampoco quiero		
a la hora de la muerte ver visiones		
que vengan ofreciéndome perdones		
por el buen parecer, cuando me muero.		
   Sólo el perdón de Dios busco y espero
y el cariño de honrados corazones,		
que conviertan más tarde en oraciones		
lo que era afecto fiel o amor sincero.		
   Que la hora decisiva de la Muerte		
no es hora de visitas de cumplido,
ni de cubrir menguadas apariencias,		
   ni momento de verme, ni de verte,		
quienes en la injusticia y el olvido		
aparentan tranquilas sus conciencias.		
II
   Pero aquella mujer inimitable,		
de inteligencia grande y poderosa,		
justa, noble, pacífica, amorosa,		
de conciencia cristiana insuperable;		
   mi Madre, en fin, la que encontró execrable
la ingratitud y la llamaba odiosa,		
¡te hizo siempre justicia, y orgullosa,		
te quiso con ternura incomparable!		
   Yo, ante esta ejecutoria, inmaculada		
por proceder de tan excelso origen,
y cuya validez se te ha negado,		
   siento aliviarse el alma acongojada		
de todos los pesares que la afligen		
¡y doy gracias a Dios de haberte amado!		
III
   Si pudiera arrancar de mi memoria		
las horas tristes que, por culpa ajena,		
han sido para ti de angustia y pena,		
las habría borrado de tu historia.		
   Y de recuerdos de ilusión y gloria
teniendo sólo la existencia llena,		
no estaría sujeto a la cadena		
que me impone la línea divisoria.		
   No ya amor para ti mendigué necio,		
pues sacié tu ambición de ser amada,
ni a tu afán generoso puse precio;		
   ni aun justicia exigí, siendo obligada,		
pedí un poquito menos de desprecio		
¡y ni eso me otorgaron! Total... nada.
Juan Martínez Nacarino
Súplica
   Yo cifraba, mi Dios, todo mi anhelo		
en aquella mujer que fue el bien mío		
y, muerta ya, mi hogar deshecho y frío		
sólo es morada de amargura y duelo.		
   No protesto ¡ay de mí! no me rebelo,
ni en medio del dolor blasfemo impío;		
Tú, sumo Dios, en cuyo amor confío		
hiciste bien en reintegrarla al cielo.		
   Mas, pues la ves y pues me ves, Dios santo,		
dila que resignado con mi suerte
te bendigo y te adoro en mi quebranto.		
   Que mi dolor inmenso se convierte		
en inmensa pasión; que la amo tanto		
que vivo de su amor, pese a la Muerte!
Juan Martínez Nacarino
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