Rudolfo Figueroa

En mi cumpleaños

   Sacudiendo las flores del rocío,
rezó mi madre con el sol naciente
y me dijo, besándome la frente:
Sé bueno mientras vivas, hijo mío.

   Después muriendo de cansancio y frío
proseguí caminando eternamente,
y entre las dichas del hogar caliente
dejé olvidado mi lugar vacío.

   Hoy que pisan mis plantas otra arena,
que miro por doquier seres extraños,
lejos, muy lejos de mi madre buena;

   enferma el alma por ocultos daños,
¡ah, cuánto alivio le daría mi pena
si otra vez me besara en mi cumpleaños!

Rudolfo Figueroa



En mi retrato

(A los 21 años soneto a mi madre)

   Tez de América y ojos del oriente,
bozo de seda, labios abultados,
y cabellos oscuros, hacinados
como un crespón sobre la tersa frente.

   He aquí la juventud resplandeciente
con sus sueños de gloria acariciados
por los primeros lauros conquistados
a despecho del mundo indiferente.

   Pero allá, tras un vuelo imperceptible,
la sombra de los íntimos dolores
que nacen del amor a lo imposible.

   Reflejos de tormentos interiores,
y esa amargura inmensa, indefinible,
de que halló espinas en lugar de flores.

Rudolfo Figueroa






Febrero

   ¡Cuán alegre está el baile do se escuda
el mortal cuidadoso tras su velo!
¡Cuántos ojos que miran con recelo,
cuánta voz de falsete que saluda!

   Después del vino la franqueza ruda
hierve en la sangre con su tosco anhelo,
y ruedan las caretas por el suelo
y aparece la faz roja y desnuda.

   ¡Cómo imita la fiesta desgreñada,
pobre Febrero a quien calumnian loco,
de la vida la eterna mascarada!

   Así es la realidad que siempre toco,
y me burlo con ancha carcajada
del carnaval grotesco que provoco!

Rudolfo Figueroa



Sin esperanza

   ¡Vana es la gloria que sin tregua imploras!
de aquesta lucha en el abierto estuario
debe haber un vencido necesario
y tú lo fuiste corazón que lloras.

   largas tardes sin luz, lentas auroras
te vieron aterido y solitario
camino de tu áspero calvario
coronado de espinas punzadoras.

   Fue un reguero de sangre tu existencia,
y ya enfermo, cansado y malherido,
despertaste por fin de la pendencia;

   y aun así ¡desgraciado! le han caído
al ataúd que te formó la ausencia
paletadas de tierra del olvido.

Rudolfo Figueroa












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