¡Perdónala, Señor!
   No quiero que comprenda mi amargura		
ni que sepa mi pena y mi tormento:		
cuando sucumba a tanta desventura		
muera presa de atroz remordimiento.		
   Quiero que piense en mí y el sentimiento
le haga ver, aunque tarde, su locura:		
Quiero trocar en pena su ventura		
y llenar de terror su pensamiento.		
   Quiero hacerla sufrir, martirizarla,		
que se agite en hondas convulsiones
y de negros fantasmas rodearla.		
   Ella me hace infeliz con sus traiciones,		
quiero morir tan sólo por matarla		
mas te pido, Señor;... que la perdones!
Alfonso Tovar
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