Reinhold no se sintió apenado porque el trabajo de toda una
vida se le derrumbase de pronto. Había luchado para que el hombre llegase a las
estrellas, y ahora, en el instante del triunfo, las estrellas —las apartadas e
indiferentes estrellas— venían a él. En ese instante la historia suspendía su
aliento, y el presente se abría en dos separándose del pasado como un témpano
que se desprende de los fríos acantilados paternos y se lanza al mar, a navegar
solitario y orgulloso. Todo lo obtenido en las eras del pasado no era nada
ahora. En el cerebro de Reinhold sonaban y resonaban los ecos de un único
pensamiento: La raza humana ya no estaba sola.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 7
¿No estaba harto el mundo de ese desfile de multitudes y de
esos inflamados lemas?
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 9
—Europa era una unidad geográfica y cultural. El mundo, no.
Esa es la diferencia.
—Para los superseñores —replicó Stormgren sarcásticamente— la Tierra es quizá bastante más pequeña que Europa para nuestros padres, y el punto de vista de esas criaturas, hay que reconocerlo, es más evolucionado que el nuestro.
—No me opongo a la idea de una federación como último objetivo, aunque muchos de mis adherentes no estén de acuerdo. Pero esa federación tiene que nacer desde dentro; no puede ser impuesta desde fuera. Hemos de elaborar nuestro propio destino. ¡No queremos interferencias en los asuntos humanos!
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 10
—No me opongo a la idea de una federación como último
objetivo, aunque muchos de mis adherentes no estén de acuerdo. Pero esa
federación tiene que nacer desde dentro; no puede ser impuesta desde fuera.
Hemos
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 11
—Permítame hacerle algunas preguntas —dijo—. ¿Puede negar
que los superseñores han traído seguridad, paz y prosperidad a todo el mundo?
—Es cierto. Pero nos han privado de la libertad. No sólo de pan…
—… vive el hombre. Ya lo sé. Pero por primera vez el hombre está seguro de poder conseguir por lo menos eso. Y de cualquier modo, ¿qué libertad hemos perdido en relación con la que nos han dado los superseñores?
—La libertad de gobernar nuestras propias vidas, guiados por la mano de Dios.
Al fin, pensó Stormgren, hemos llegado a la raíz del asunto. El conflicto era esencialmente religioso, aunque adoptase numerosos disfraces. Wainwright no permitía olvidar que era un clérigo. Aunque ya no usase el cuellito clerical, se tenía la constante impresión de que el aditamento estaba todavía allí.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 11
Fue, por supuesto, una operación sin importancia desde el
punto de vista de los superseñores, pero para la Tierra no hubo, en toda su
historia, un acontecimiento más extraordinario. Las grandes naves descendieron
desde los inmensos y desconocidos abismos del espacio sin ningún aviso previo.
Innumerables veces se había descrito ese día en cuentos y novelas, pero nadie
había creído que llegaría a ocurrir. Y ahora allí estaban: las formas
silenciosas y relucientes, suspendidas sobre todos los países como símbolos de
una ciencia que el hombre no podría dominar hasta después de muchos siglos.
Durante seis días habían flotado inmóviles sobre las ciudades, sin reconocer,
aparentemente, la existencia del hombre. Pero no era necesario. Esas naves no
habían ido a pararse tan precisamente y sólo por casualidad sobre Nueva York,
Londres, París, Moscú, Roma, Ciudad del Cabo, Tokio, Camberra…
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 12
Y en el sexto día, Karellen, supervisor de la Tierra, se
hizo conocer al mundo entero por medio de una transmisión de radio que cubrió
todas las frecuencias.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 13
—Mi querido Rikki —replicó Karellen—, sólo no tomándome en
serio a la raza humana he logrado conservar en parte mi antigua e
inconmensurable inteligencia.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 18
—Usted sabe por qué Wainwright y los hombres como él me
tienen miedo, ¿no es así? —preguntó Karellen. Hablaba ahora con una voz
apagada, como un órgano que deja caer sus notas desde la alta nave de una
catedral—. Hay seres como él en todas las religiones del universo. Saben muy
bien que nosotros representamos la razón y la ciencia, y por más que crean en
sus doctrinas, temen que echemos abajo sus dioses. No necesariamente mediante
un acto de violencia, sino de un modo más sutil. La ciencia puede terminar con
la religión no sólo destruyendo sus altares, sino también ignorándola. Nadie ha
demostrado, me parece, la no existencia de Zeus o de Thor, y sin embargo tienen
pocos seguidores ahora. Los Wainwrights temen, también, que nosotros conozcamos
el verdadero origen de sus religiones. ¿Cuánto tiempo, se preguntan, llevan
observando a la humanidad? ¿Habremos visto a Mahoma en el momento en que
iniciaba su hégira o a Moisés cuando entregaba las tablas de la ley a los
judíos? ¿No conoceremos la falsedad de las historias en que ellos creen?
—¿Y la conocen ustedes? —murmuró Stormgren, casi para sí mismo.
—Ese, Rikki, es el miedo que los domina, aunque nunca lo admitirán abiertamente. Créame, no nos causa ningún placer destruir la fe de los hombres, pero todas las religiones del mundo no pueden ser verdaderas, y ellos lo saben. Tarde o temprano, el hombre tendrá que admitir la verdad; pero ese tiempo no ha llegado aún. En cuanto a nuestro ocultamiento —y usted tiene razón al afirmar que agrava nuestros problemas— es una cuestión que escapa a mi dominio. Lamento la necesidad de este secreto tanto como usted, pero los motivos son suficientes.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 18
Y la civilización de los superseñores, aún envuelta en el
misterio, era el mayor de todos los desafíos.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 25
Si se aterrorizase a los hombres hasta llevarlos a la
desobediencia, podría derrumbarse todo el sistema.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 33
—Hay muchas leyendas que sugieren que la Tierra ha sido
visitada ya por otras razas.
—Lo sé. He leído el informe del departamento de Investigaciones Históricas. Parece como si este mundo fuese el cruce de carreteras del universo.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 53
Había algunas cosas que sólo el tiempo podría curar. Era
posible destruir la maldad, pero nada podía hacerse con los que vivían
engañados.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 56
Un mundo y sus habitantes pueden ser trasformados
profundamente en sólo cincuenta años, hasta tal punto que nadie pueda
reconocerlos. Sólo se requiere un hondo conocimiento de los sistemas sociales,
una clara visión de los fines que uno se propone… y poder.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 66
Comparada con las épocas anteriores, ésta era la edad de la
utopía. La ignorancia, la enfermedad, la pobreza y el temor habían desaparecido
virtualmente. El recuerdo de la guerra se perdía en el pasado como una
pesadilla que se desvanece con el alba. Pronto ningún hombre viviente habría podido
conocerlo.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 69
Como procedentes de una rama evolutiva totalmente extraña,
los superseñores no eran ni mamíferos, ni insectos, ni reptiles. Ni siquiera se
podía afirmar que fuesen vertebrados. Esa armadura externa bien podía ser la
única estructura de sostén.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 81
El conocimiento era poder… y él era el único hombre en la
Tierra que conocía el origen de los superseñores. No sabía cómo iba a usar ese
poder. Lo guardaría a salvo en su mente, aguardando la hora del destino.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 110
La existencia de tanto ocio hubiese creado tremendos
problemas un siglo antes. La educación había eliminado la mayoría de esos
problemas, ya que una mente bien equipada no cae en el aburrimiento. El nivel
general de la cultura hubiese parecido fantástico en otra época. No había
pruebas de que la inteligencia de la raza humana hubiese mejorado, pero por
primera vez todos tenían la oportunidad de emplear el cerebro.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 111
La narcosamina había sido descubierta mientras se estudiaba
la hibernación de los animales; no era cierto —como se decía comúnmente— que
suspendiese la vida. Sólo hacía más lentos los procesos vitales; el metabolismo
continuaba a un reducido nivel. Ocurría algo así como si alguien cubriese de
cenizas el fuego de la vida, reduciéndolo a rescoldos. Pero cuando, después de
semanas o meses, se borraba el efecto de la droga, el fuego se encendía otra
vez y el durmiente volvía a vivir. La narcosamina era totalmente inofensiva. La
naturaleza la había usado durante un millón de años para proteger a sus
criaturas del estéril invierno.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 133
Karellen calló un momento y el silencio se hizo aún más
profundo.
—Hemos recibido algunas quejas de los elementos más jóvenes y más románticos de la población terrestre por haber impedido el acceso al espacio exterior. Tenemos nuestras razones; no levantamos murallas por placer. Pero ¿han pensado ustedes, si me permiten una analogía poco halagadora, qué hubiese sentido un hombre de la Edad de Piedra si se hubiese encontrado de pronto en una ciudad actual?
—Pero hay una diferencia —protestó el representante del Herald Tribune— Estamos acostumbrados a la ciencia. Hay en su mundo, seguramente, muchas cosas que no podríamos entender; pero no nos parecerían obra de magia.
—¿Está realmente seguro? —dijo Karellen tan débilmente que fue difícil escuchar sus palabras—. Sólo un centenar de años separa la edad del vapor de la edad de la electricidad, ¿y qué hubiese hecho un ingeniero victoriano con un aparato de televisión o una calculadora electrónica? ¿Y cuánto hubiese vivido si comenzara a examinar esos aparatos? El abismo que separa a dos tecnologías puede ser tan grande como para convertirse en algo… mortal.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 136
Un día podrán poseer los planetas. Pero las estrellas no son
para el hombre.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 138
Hoy vivimos en un mundo plácido, uniforme, y culturalmente
muerto: nada nuevo en verdad ha sido creado desde la llegada de esos seres. La
razón es obvia. No hay nada por qué luchar y sobran distracciones y
entretenimientos. ¿Ha advertido que todos los días salen al aire unas
quinientas horas de radio y televisión? Si uno no durmiese, y no hiciese
ninguna otra cosa, no podría seguir más de una vigésima parte de los programas.
No es raro que los seres humanos se hayan convertido en esponjas pasivas, absorbentes,
pero no creadoras. ¿Sabe usted que el tiempo medio que pasa un hombre ante una
pantalla es ya de tres horas por día? Pronto la gente no tendrá vida propia.
¡Vivirá siguiendo los episodios de la televisión!
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 141
Es difícil abandonar un sueño por el que se ha luchado
durante siglos.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 145
¿No era posible, se decía a veces a sí mismo, que, a pesar
de su enorme inteligencia, los superseñores no entendieran, realmente, a la
humanidad y estuviesen cometiendo, con la mejor de las intenciones, un terrible
error? ¿Y si en nombre de una altruista pasión por el orden y la justicia
hubiesen decidido reformar el mundo sin comprender que estaban destruyendo el
alma humana?
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 146
El talento lo tenemos asegurado. Esperemos conseguir el
genio. Pero en una sociedad tan concentrada tendrían que producirse,
necesariamente, algunas interesantes reacciones. Pocos artistas progresan en la
soledad, y nada es más estimulante que el encuentro con mentes de intereses
parecidos.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 147
El proyecto era deslumbrante. Muchos lo encontraban asimismo
terrible, y esperaban que la empresa terminara en un fracaso. Pero sabían muy
bien que una vez que la ciencia declara que algo es posible, nada puede impedir
que se lleve a cabo.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 149
Si esas… figuras… son inteligentes, el problema de
comunicarse con ellas tiene que ser muy interesante. Me pregunto si se
imaginarán una tercera dimensión).
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 172
Nunca he creído en lo sobrenatural. No soy un hombre de
ciencia, pero creo que existe una explicación racional para todo.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 174
—Al principio nos sentimos preocupados, aunque no alarmados
de veras. Cuando despertaba, Jeff parecía normal, y sus sueños no lo
molestaban, aparentemente. Y de pronto una noche… —George se detuvo y lanzó una
mirada defensiva hacia el superseñor—. Nunca he creído en lo sobrenatural. No
soy un hombre de ciencia, pero creo que existe una explicación racional para
todo.
—Existe —dijo Rashaverak—. Conozco lo que usted ha visto. Estaba mirando.
—Siempre lo sospeché. Pero Karellen nos prometió que nunca nos volverían a espiar. ¿Por qué han roto ustedes esa promesa?
—No la hemos roto. El supervisor afirmó que la raza humana no volvería a ser vigilada. Hemos mantenido nuestra promesa. Yo sólo observaba a su hijo, no a usted.
Pasaron varios segundos antes de que George entendiera las palabras de Rashaverak.
—¿Quiere decir…? —dijo entrecortadamente y poniéndose pálido. Se le apagó la voz y comenzó de nuevo—. ¿Qué son mis hijos entonces, en nombre de Dios?
—Eso —dijo Rashaverak con solemnidad— es lo que tratamos de descubrir.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 174
El tiempo es mucho más extraño de lo que usted cree.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 176
—Comienzo a entender. Jeff conoce estas cosas… puede ver
otros mundos y puede decir de dónde vienen ustedes. Y Jean, de algún modo,
recibió el pensamiento de Jeff, aún antes que Jeff hubiese nacido.
—Habría mucho que añadir, pero no creo que usted pueda acercarse más a la verdad. En toda la historia ha habido siempre alguien dueño de poderes inexplicables que parecían trascender los límites del tiempo y el espacio. Los hombres nunca entendieron esos poderes. Cuando quisieron explicarlos se confundieron todavía más. Lo sé muy bien, he leído bastante sobre ellos.
»Pero hay una comparación que es… bueno, sugestiva, y de cierta ayuda. Se repite una y otra vez en la literatura terrestre. Imagine usted que la mente de cada hombre es una isla, rodeada de océano. Todas esas islas parecen aisladas, pero en realidad están unidas por un lecho común. Si el océano desapareciese, no habría más islas. Todas serían parte de un mismo continente, habrían perdido su carácter de individuos.
»La telepatía, como ustedes la llaman, es algo semejante. En ciertas circunstancias las mentes pueden fundirse y luego, en los momentos en que vuelven a aislarse, recordar esa experiencia. En su forma más alta este poder no está sujeto a las limitaciones del tiempo y el espacio. Por eso Jean pudo obtener esa información de su hijo, que aún no había nacido.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 176
—¿Qué ha originado todo esto? —preguntó George—. ¿Y a dónde
conduce?
—No se lo puedo decir. Pero hay muchas razas en el universo, y algunas descubrieron esos poderes mucho antes que la especie humana o la nuestra apareciera en escena. Esas razas han estado esperándolos a ustedes, y la hora ha llegado.
—¿Y qué papel tienen ustedes?
—Probablemente, como todos los hombres, usted nos ha mirado siempre como a amos. No lo somos. No hemos sido más que guardianes, encargados de un trabajo que se nos impuso desde… arriba. Este trabajo es difícil de definir; quizá pueda usted entendernos mejor si le digo que somos como unas parteras. Estamos ayudando a que nazca algo maravilloso y nuevo.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 177
No hubo pánico. Lo hubiese habido, sí, un siglo antes. El
mundo estaba ahora como entumecido; las grandes ciudades tranquilas y
silenciosas. Sólo las industrias vitales seguían funcionando. Como si todo el
planeta fuese un sollozo, un lamento por lo que ya nunca sería.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 180
»Tuvimos que ocultaros muchas cosas, como nosotros mismos
nos ocultamos durante la mitad de nuestra estancia en la Tierra. Algunos de
vosotros, lo sé, pensasteis que ese ocultamiento era inútil. Estáis
acostumbrados a nuestra presencia; ya no podéis imaginar cómo hubiesen
reaccionado vuestros antecesores. Pero al menos podéis entender por qué nos
ocultamos.
»Pero nuestro mayor secreto fue el propósito que nos trajo a la Tierra… ese propósito sobre el que habéis especulado interminablemente. Tuvimos que callar hasta ahora, pues no nos concernía a nosotros deciros la verdad.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 181
Nuestras razas tienen mucho en común; por eso nos eligieron
para esta tarea. Pero, en otro sentido, somos los extremos de dos evoluciones
distintas. Nuestras mentes han cumplido su desarrollo. Lo mismo que las
vuestras, en su forma actual. Sin embargo, vosotros podéis dar otro paso, y
esto es lo que nos distingue. Nuestras potencialidades están exhaustas; en
cambio las vuestras no se han revelado todavía. Están unidas, de un modo que no
podemos entender, a los poderes que he mencionado, los poderes que ahora están
despertando en el mundo.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 184
»Somos vuestros guardianes, nada más. Muy a menudo os habéis
preguntado qué lugar ocuparía vuestra raza en la jerarquía del universo. Hay
algo que está por encima de nosotros, y que nos utiliza para sus propios fines.
Nunca hemos descubierto su naturaleza, aunque hemos sido sus instrumentos
durante siglos. No nos atrevemos a desobedecerle. Una y otra vez hemos recibido
sus órdenes, hemos ido a algún mundo que se encontraba en la primera fase de su
cultura, y le hemos enseñado el camino que nosotros nunca podremos seguir, el
camino que vais a emprender ahora.
»Creemos —aunque es sólo una teoría— que la supermente trata
de crecer, de extender sus poderes y su conciencia a todo el universo. Es hoy
la suma de muchas razas, y ya ha dejado atrás la tiranía de la materia.
Advierte enseguida la presencia de seres inteligentes. Cuando supo que estabais
casi preparados, nos envió a ejecutar esta orden, a disponeros para las
transformaciones cercanas.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 184
Sólo los observamos desde el espacio.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 205
—¿Y los han ignorado a ustedes totalmente?
—Sí, aunque es natural. La… entidad… de la que forman parte no ignora nada de nosotros. No le preocupa, aparentemente, que tratemos de estudiarla. Cuando desea que nos alejemos, o quiere encargarnos un nuevo trabajo, se manifiesta claramente. Hasta ese entonces nos quedaremos aquí, para que nuestros especialistas puedan recoger toda la información posible.
Así que éste es, pensó Jan con una resignación que superaba toda tristeza, el fin del hombre. Era un fin no previsto por ningún profeta, un fin que se oponía por igual al optimismo y al pesimismo.
Era, sin embargo, un fin adecuado; tenía la sublime inevitabilidad de una obra de arte. Jan había alcanzado a vislumbrar el universo en toda su inmensidad terrible, y sabía ahora que no había allí lugar para el hombre. Comprendía al fin qué vano, si se lo volvía a analizar, había sido el sueño que lo había llevado a las estrellas.
Pues el camino hacia las estrellas se dividía en otros dos, y ninguno llevaba adonde pudieran cumplirse los deseos o los temores del hombre.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 206
Así que éste es, pensó Jan con una resignación que superaba
toda tristeza, el fin del hombre. Era un fin no previsto por ningún profeta, un
fin que se oponía por igual al optimismo y al pesimismo.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 206
¿Y al fin del otro sendero? La supermente, cualquier cosa
que fuese, relacionada con el hombre del mismo modo que el hombre con la ameba.
Potencialmente infinita, inmortal, ¿durante cuánto tiempo había estado
absorbiendo una raza tras otra, mientras se extendía entre los astros? ¿Tenía
también deseos, tenía metas que presentía oscuramente pero que no alcanzaría
jamás? Ahora contenía todas las obras de la raza humana. No era una tragedia,
sino una culminación. Los billones de conciencias que como chispas fugaces
habían formado la humanidad, no volverían a temblar como luciérnagas contra el
cielo de la noche. Pero no habrían vivido totalmente en vano.
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 207
¡La luz! Bajo mis
pies… del interior de la Tierra… nace brillando, a través de las rocas, el
piso, todo… cada vez más brillante, cegadora…
Arthur C. Clarke
El fin de la infancia, página 219
El fin de la infancia, página 7
El fin de la infancia, página 9
—Para los superseñores —replicó Stormgren sarcásticamente— la Tierra es quizá bastante más pequeña que Europa para nuestros padres, y el punto de vista de esas criaturas, hay que reconocerlo, es más evolucionado que el nuestro.
—No me opongo a la idea de una federación como último objetivo, aunque muchos de mis adherentes no estén de acuerdo. Pero esa federación tiene que nacer desde dentro; no puede ser impuesta desde fuera. Hemos de elaborar nuestro propio destino. ¡No queremos interferencias en los asuntos humanos!
El fin de la infancia, página 10
El fin de la infancia, página 11
—Es cierto. Pero nos han privado de la libertad. No sólo de pan…
—… vive el hombre. Ya lo sé. Pero por primera vez el hombre está seguro de poder conseguir por lo menos eso. Y de cualquier modo, ¿qué libertad hemos perdido en relación con la que nos han dado los superseñores?
—La libertad de gobernar nuestras propias vidas, guiados por la mano de Dios.
Al fin, pensó Stormgren, hemos llegado a la raíz del asunto. El conflicto era esencialmente religioso, aunque adoptase numerosos disfraces. Wainwright no permitía olvidar que era un clérigo. Aunque ya no usase el cuellito clerical, se tenía la constante impresión de que el aditamento estaba todavía allí.
El fin de la infancia, página 11
El fin de la infancia, página 12
El fin de la infancia, página 13
El fin de la infancia, página 18
—¿Y la conocen ustedes? —murmuró Stormgren, casi para sí mismo.
—Ese, Rikki, es el miedo que los domina, aunque nunca lo admitirán abiertamente. Créame, no nos causa ningún placer destruir la fe de los hombres, pero todas las religiones del mundo no pueden ser verdaderas, y ellos lo saben. Tarde o temprano, el hombre tendrá que admitir la verdad; pero ese tiempo no ha llegado aún. En cuanto a nuestro ocultamiento —y usted tiene razón al afirmar que agrava nuestros problemas— es una cuestión que escapa a mi dominio. Lamento la necesidad de este secreto tanto como usted, pero los motivos son suficientes.
El fin de la infancia, página 18
El fin de la infancia, página 25
El fin de la infancia, página 33
—Lo sé. He leído el informe del departamento de Investigaciones Históricas. Parece como si este mundo fuese el cruce de carreteras del universo.
El fin de la infancia, página 53
El fin de la infancia, página 56
El fin de la infancia, página 66
El fin de la infancia, página 69
El fin de la infancia, página 81
El fin de la infancia, página 110
El fin de la infancia, página 111
El fin de la infancia, página 133
—Hemos recibido algunas quejas de los elementos más jóvenes y más románticos de la población terrestre por haber impedido el acceso al espacio exterior. Tenemos nuestras razones; no levantamos murallas por placer. Pero ¿han pensado ustedes, si me permiten una analogía poco halagadora, qué hubiese sentido un hombre de la Edad de Piedra si se hubiese encontrado de pronto en una ciudad actual?
—Pero hay una diferencia —protestó el representante del Herald Tribune— Estamos acostumbrados a la ciencia. Hay en su mundo, seguramente, muchas cosas que no podríamos entender; pero no nos parecerían obra de magia.
—¿Está realmente seguro? —dijo Karellen tan débilmente que fue difícil escuchar sus palabras—. Sólo un centenar de años separa la edad del vapor de la edad de la electricidad, ¿y qué hubiese hecho un ingeniero victoriano con un aparato de televisión o una calculadora electrónica? ¿Y cuánto hubiese vivido si comenzara a examinar esos aparatos? El abismo que separa a dos tecnologías puede ser tan grande como para convertirse en algo… mortal.
El fin de la infancia, página 136
El fin de la infancia, página 138
El fin de la infancia, página 141
El fin de la infancia, página 145
El fin de la infancia, página 146
El fin de la infancia, página 147
El fin de la infancia, página 149
El fin de la infancia, página 172
El fin de la infancia, página 174
—Existe —dijo Rashaverak—. Conozco lo que usted ha visto. Estaba mirando.
—Siempre lo sospeché. Pero Karellen nos prometió que nunca nos volverían a espiar. ¿Por qué han roto ustedes esa promesa?
—No la hemos roto. El supervisor afirmó que la raza humana no volvería a ser vigilada. Hemos mantenido nuestra promesa. Yo sólo observaba a su hijo, no a usted.
Pasaron varios segundos antes de que George entendiera las palabras de Rashaverak.
—¿Quiere decir…? —dijo entrecortadamente y poniéndose pálido. Se le apagó la voz y comenzó de nuevo—. ¿Qué son mis hijos entonces, en nombre de Dios?
—Eso —dijo Rashaverak con solemnidad— es lo que tratamos de descubrir.
El fin de la infancia, página 174
El fin de la infancia, página 176
—Habría mucho que añadir, pero no creo que usted pueda acercarse más a la verdad. En toda la historia ha habido siempre alguien dueño de poderes inexplicables que parecían trascender los límites del tiempo y el espacio. Los hombres nunca entendieron esos poderes. Cuando quisieron explicarlos se confundieron todavía más. Lo sé muy bien, he leído bastante sobre ellos.
»Pero hay una comparación que es… bueno, sugestiva, y de cierta ayuda. Se repite una y otra vez en la literatura terrestre. Imagine usted que la mente de cada hombre es una isla, rodeada de océano. Todas esas islas parecen aisladas, pero en realidad están unidas por un lecho común. Si el océano desapareciese, no habría más islas. Todas serían parte de un mismo continente, habrían perdido su carácter de individuos.
»La telepatía, como ustedes la llaman, es algo semejante. En ciertas circunstancias las mentes pueden fundirse y luego, en los momentos en que vuelven a aislarse, recordar esa experiencia. En su forma más alta este poder no está sujeto a las limitaciones del tiempo y el espacio. Por eso Jean pudo obtener esa información de su hijo, que aún no había nacido.
El fin de la infancia, página 176
—No se lo puedo decir. Pero hay muchas razas en el universo, y algunas descubrieron esos poderes mucho antes que la especie humana o la nuestra apareciera en escena. Esas razas han estado esperándolos a ustedes, y la hora ha llegado.
—¿Y qué papel tienen ustedes?
—Probablemente, como todos los hombres, usted nos ha mirado siempre como a amos. No lo somos. No hemos sido más que guardianes, encargados de un trabajo que se nos impuso desde… arriba. Este trabajo es difícil de definir; quizá pueda usted entendernos mejor si le digo que somos como unas parteras. Estamos ayudando a que nazca algo maravilloso y nuevo.
El fin de la infancia, página 177
El fin de la infancia, página 180
»Pero nuestro mayor secreto fue el propósito que nos trajo a la Tierra… ese propósito sobre el que habéis especulado interminablemente. Tuvimos que callar hasta ahora, pues no nos concernía a nosotros deciros la verdad.
El fin de la infancia, página 181
El fin de la infancia, página 184
El fin de la infancia, página 184
El fin de la infancia, página 205
—Sí, aunque es natural. La… entidad… de la que forman parte no ignora nada de nosotros. No le preocupa, aparentemente, que tratemos de estudiarla. Cuando desea que nos alejemos, o quiere encargarnos un nuevo trabajo, se manifiesta claramente. Hasta ese entonces nos quedaremos aquí, para que nuestros especialistas puedan recoger toda la información posible.
Así que éste es, pensó Jan con una resignación que superaba toda tristeza, el fin del hombre. Era un fin no previsto por ningún profeta, un fin que se oponía por igual al optimismo y al pesimismo.
Era, sin embargo, un fin adecuado; tenía la sublime inevitabilidad de una obra de arte. Jan había alcanzado a vislumbrar el universo en toda su inmensidad terrible, y sabía ahora que no había allí lugar para el hombre. Comprendía al fin qué vano, si se lo volvía a analizar, había sido el sueño que lo había llevado a las estrellas.
Pues el camino hacia las estrellas se dividía en otros dos, y ninguno llevaba adonde pudieran cumplirse los deseos o los temores del hombre.
El fin de la infancia, página 206
El fin de la infancia, página 206
El fin de la infancia, página 207
El fin de la infancia, página 219
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