Domingo Rivera

El muelle viejo

   Cuando el sol de la tarde sus rayos amortigua
y el muelle en sombra dejan sus pálidos reflejos,
por las aceras toscas de la explanada antigua,
siguiendo su costumbre, van llegando los viejos.

   Desde ese muelle -anhelo de tres generaciones-
en otro tiempo vieron, sobre la azul llanura,
cruzar las blancas velas de las embarcaciones
como presagio humilde de la ciudad futura.

   Y hoy, desde el viejo muelle, silencioso y desierto,
miran con turbios ojos salir del nuevo puerto
para Marsella o Londres, Hamburgo o Liverpool,

   en vez de los pequeños veleros de estos días,
vapores poderosos que exportan mercancías
y manchan de humo negro el horizonte azul.

Domingo Rivera




Yo, a mi cuerpo

   ¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?
¿por qué con humildad no he de quererte,
si en ti fui niño, y joven, y en ti arribo,
viejo, a las tristes playas de la muerte?

   Tu pecho ha sollozado compasivo
por mí, en los rudos golpes de mi suerte;
ha jadeado con mi sed, y altivo
con mi ambición latió cuando era fuerte.

   Y hoy te rindes al fin, pobre materia,
extenuada de angustia y de miseria.
¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día

   que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano!
Sólo sé que en tus hombros hice mía
mi cruz, mi parte en el dolor humano.

Domingo Rivera










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