A un avaro
Perdona, vil parásito, que ría
al contemplar tu ayer y tu mañana.
Sufre tu cuerpo la miseria insana
a que le condenó tu saña impía.
No me apiado de ti. ¡No! Tu agonía
llega a ser tan cobarde y tan villana,
que al mismo sol le cierras la ventana
para no derrochar la luz del día.
Vigilas tu caudal vistiendo andrajos.
Contando el oro calmas tu tormento,
mientras engulles míseros yerbajos.
Vives en pie por no gastar asiento,
¡Qué repugnancia inspiran tus trabajos!
¡Por tener que comer... morir hambriento!
Joaquín Puyana
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