Juan del Pueblo

El barbián

   Ladeado el bonete, así... a lo pillo,
y con su eterna sonrisita irónica,
más le gusta que hablar de una Verónica,
echar una verónica a un novillo.

   Escupe sin cesar por el colmillo
y guarda mal la castidad canónica,
porque, según la escandalosa crónica,
Lovelace a su lado fue un chiquillo.

   Lo mismo juega un duro a una judía,
que coge una cristiana, porque es listo,
o una turca, que nunca es de Turquía;

   pues la sangre de Cristo, por lo visto,
tanto le gusta ya, que mataría
de una sangría suelta a Jesucristo.

Juan del Pueblo



El envidioso

   -Confieso, señor cura, que he pecado
por codiciar a la mujer ajena...
-¿Tal vez a Magdalena? -A Magdalena.
-¡Guapa mujer!... Lo había imaginado.

   -Acúsome también de que ha cruzado
por mí una idea atroz que me condena
respecto a Salomé... ¡Pues esa es buena!
-¿Mi ama? -Sí, señor. -¡Desventurado!

   -¿Es grave crimen?... De la raya pasa.
-Hoy el remordimiento me devora.
-Pues no será la penitencia escasa...

   No has de salir del templo en una hora.
(Qué es lo que tardaré yendo a su casa
en donde me ha citado su señora.)

Juan del Pueblo



El infeliz

   Es de la Iglesia el pobre pesetero
que todos miran con desdén o risa,
pues corre el infeliz tras una misa
para sacar el mísero puchero.

   Vive siempre envidiando al alto clero
que mira con satánica sonrisa;
reza mal y poquísimo, y deprisa
sale del paso y pesca su dinero.

   Está con su ignorancia tan ufano;
nunca llegó a entender la teología,
y ni sabe latín... ni castellano.

   Se satisface con salir del día,
y tienen él y el alma, como es llano,
sólo un lecho... por pura economía.

Juan del Pueblo



El periodista

   Llama a El Motín «herético y ateo»
si a un cura malo cual merece trata;
mas si un obispo su poder no acata,
él es el que le arrima un vapuleo.

   En un inmundo papelucho neo
escribe... digo mal, pone la pata,
y en contra de la Prensa se desata
queriéndola manchar con su babeo.

   Contra lo más simpático arremete
como sus torpes gustos mortifique;
su pluma es vil y pérfida: temedla.

   No hay honra ni sagrado que respete.
El día en que una víbora le pique...
¡oh víbora infeliz!... ¡¡Compadecedla!!

Juan del Pueblo




El que lo entiende

   Amados en Jesús... oyentes míos...
(¡qué cara tiene todos de animales!)
Los judíos son seres infernales...
(cómo que son muy ricos los judíos.)

   Es fuerza exterminar a los impíos...
(y ver si les pescamos los reales)
lo mismo que a los perros liberales...
(para que así don Carlos cobre bríos.)

   La fe nos salva y nos alumbra y guía...
(qué guapa es doña Fe! ¡me está mirando!)
Tenedla, y mientras llega el grato día...

   (ya la hora de almorzar está llegando)
con el ángel decid: «Ave María»...
(y abur, que mi María está esperando).

Juan del Pueblo




El tipo general

   «¡No sé que hacer con esta criatura,
dice una pobre madre acongojada;
el estudio le hastía y desagrada
el trabajo le rinde y le tortura!

   Sólo hacer daño o engullir procura;
en la casa no para una criada:
no sirve para nada. ¡para nada!
y todos me aconsejan: Hazlo cura».

   Llévale, al fin, la madre a un Seminario;
donde a todos encanta por lo bruto:
toma sotana, beca y breviario,

   aprende a ser hipócrita y astuto,
y, al mes, aquel zoquete estrafalario
es ya cura... ¡en estado de canuto!

Juan del Pueblo



El trabucaire

   Trata a la libertad con dura saña
y por echarse al campo tiene prisa,
pues jura que le carga decir misa
en no siendo la misa de campaña.

   Al pensar que otra vez afrente a España
guerra vil, no civil, que halla precisa,
a sus labios asoma una sonrisa
como sale de un antro una alimaña.

   Diera... lo que idolatra su dinero,
por convertir el cíngulo en canana
y el cáliz en trabuco naranjero,

   el altar en reducto o en trinchera,
y a su impúdica torpe barragana,
en graciosa y lasciva cantinera.

Juan del Pueblo





El usurero

   Lleva viejo el manteo, y la sotana
a fuerza de zurcidos recompuesta,
mas no por digna condición modesta
ni porque la pobreza le amilana.

   Ruin usurero, el vil metal le afana;
pensando en él levántase y se acuesta;
y, por segunda mano, al pobre presta
a duro por peseta a la semana.

   Es de los desdichados el azote,
y capaz de quitarle, porque es diestro,
las potencias a Dios sin que lo note.

   Y es avaro tan cínico y siniestro,
que sólo culpa a Judas Iscariote
porque vendió barato a su maestro.

Juan del Pueblo



El vividor

   Convertido el bonete en leopoldina
y en guerrero uniforme la sotana
sobre una yegua torda o alazana
difícilmente al cura se adivina.

   Pronto con lo marcial se contamina
y es su conducta franca y campechana;
dice una misa al mes o a la semana,
y casi se le olvida la doctrina.

   Aunque tiene de cura algún resabio,
el porte airoso y bélico le abona
y es un buen vividor, si no es un sabio.

   Con un poco de pelo en la corona
y otro poco de pelo sobre el labio,
cualquiera le tomara por persona.

Juan del Pueblo










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