A Josefina de Ascanio
Desde la crencha de tu oscuro pelo,
que besando acaricia el aura leve,
hasta el sedoso y transparente velo
del encaje que roza tu pie breve;
tus ojos, brilladores como el cielo;
tus manos, lirios de impoluta nieve;
tus líneas, tus contornos, son modelo
que en vano el arte a bosquejar se atreve.
Tu voz, como el acorde de una lira,
fuente parece que en brezal suspira;
a los ensueños del amor provoca...
Es tu sonrisa un mundo de quimeras,
y son las ilusiones prisioneras
en el hilo de perlas de tu boca.
José Tabares Barlett
La lechera
Ojos negros, castaña cabellera;
las mejillas de nieve y escarlata;
las pomas del amor, ¡cuán bien retrata
su turgente y temblante delantera!
Miradla, por la alegre carretera,
cuando el naciente sol su luz dilata,
y a sus rayos el cántaro de lata
salpicado de helechos reverbera.
Dibujando graciosas redondeces,
el percal a sus formas ciñe a veces
el viento caprichoso, jugueteando...
Desnudo el pie, la pantorrilla al aire,
y moviendo su cuerpo con donaire,
oliendo al retamal pasa cantando.
José Tabares Barlett
Puesta de sol
El astro de oro, el luminar del cielo,
en las líquidas ondas se ocultaba,
la brisa, caprichosa, jugueteaba
en las selvas oscuras de tu pelo.
-¡Canta! -dijiste- con vibrante anhelo!
¡Canta esa lumbre excelsa que se acaba!-
Y en la línea indecisa fulguraba
del cárdeno horizonte, sin un velo.
¡Lo recuerdo muy bien! En la agonía
del celeste volcán, bella María,
miraba yo tu faz encantadora...
Y ante aquel espectáculo de muerte.
¡raro contraste!, parecíame al verte
que despuntaba, espléndida, la aurora.
José Tabares Barlett
Remembranza
Marco el postigo a su hermosura era,
¡ha cincuenta años! ¡con dolor lo digo!
Hoy pasé por su calle y el postigo
abierto vi, como diciendo: -¡Espera!-
Ni un compañero de mi edad primera
existe ya, de mi pasión testigo;
de aquellos que rondábanla conmigo
por las losas gastadas de la acera.
¡Ella, núbil, bajó a la sepultura
llevándose un ensueño de ventura!
Cruzo delante de su hogar desierto...
Vuelvo atrás la mirada entristecida,
y se le antoja al alma dolorida
hoy, el postigo aquel, un nicho abierto.
José Tabares Barlett
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