Michel Onfray Ars Moriendi

Cuando alguien muere, los tahitianos dicen que ha ido a contar estrellas y que regresará cuando las tenga todas numeradas
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 2
 
 
IV
EL TRANSI, INSTRUCCIONES DE USO
 
Deambulando por un diccionario donde buscaba información sobre Andrea del Castagno, descubrí la definición de «transi». La palabra se utilizaba en la estatuaria de la Edad Media y el Renacimiento para caracterizar a las esculturas que representaban a un muerto en estado de descomposición, algo en lo que el arte barroco se recrearía más tarde. El transi se opone al orante, arrodillado, y al yacente, cada uno de los cuales goza por lo demás de tan bellos ejemplos.
No me veo a mí mismo rezando: hace mucho que no practico esa postura. Sí que puedo imaginarme yaciendo, y así es de hecho como escenifico mi muerte; pero tendré que ejercitar más a menudo la gestualidad del transi: la lección de las tinieblas resulta más eficaz.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 3
 
 
VIII
LOS ALIMENTOS CELESTES
 
Para alcanzar la unión última con una persona a la que amase excepcionalmente sería capaz de incorporar sus cenizas a mis alimentos y nutrirme de ellas.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 5
 
 
 
XIII
PERFUMES CADAVÉRICOS
 
La descomposición ataca primero los párpados, los labios, el abdomen y el escroto. Luego los flujos, sean líquidos o gaseosos, se abren paso por todos los orificios y vehiculan bacterias en putrefacción. Los profesionales de la muerte hablan de circulación póstuma. A quien desee fungir de químico aficionado, le bastará mezclar metano, gas carbónico, nitrógeno, ácido sulfhídrico y trimetilamina para obtener los miasmas. En cuanto al alma, más le valdría ser inmaterial antes que desprender tales putrefacciones.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 7
 
 
XV
EL OLOR EN LA PINTURA
 
Visitando la exposición sobre las Vanidades en la pintura del siglo XVII, en Caen, me detuve ante el lienzo de un pintor veneciano, Pietro della Vecchia. Su título: San Francisco de Borgia ante el cadáver de Isabel de Portugal. Ciertamente, Isabel fue en otro tiempo una mujer hermosa, y digo en otro tiempo porque, en dicha escena, su rostro se nos presenta arruinado por la descomposición. En el féretro, la emperatriz aparece como el producto de un compostaje obtenido con telas exquisitas, hermosas joyas y carne ya putrefacta. Debe de desprender un olor muy fuerte ya que, a su lado, un personaje se tapa la nariz para no inhalar los miasmas que se liberan del cuerpo exánime. Los exégetas ven en ello un gesto de ironía, una intención satírica al estilo de la comedia del arte. Yo veo más bien la terca voluntad didáctica del pintor y de sus patrocinadores, clérigos todos ellos: el hedor del cadáver es la invitación a sumergirse en las aguas lustrales. Trabaja por tu salvación y, para ello, permanece aquí abajo perinde ac cadáver. La lección es siempre la misma, y en todo tiempo encuentra sus adeptos.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 8
 
 
XVI
SANTOS CADÁVERES
 
Si por casualidad, lector, buscas un método para distinguir a los santos de los pobres pecadores, olfatea sus cadáveres: los santos huelen bien, mientras que el resto emana un fuerte olor a humedad. Si huele a violeta o jazmín, rosa o reseda, y no a orina y heces, se trata sin duda de la carne bienoliente de un justo. San Juan y san Gervasio, por ejemplo, exhalan como un aroma de ramillete de hierbas que hace pensar en la conjunción de varias especias —artemisa y canela, pimienta y jengibre, comino y azafrán, hinojo y chile—. Por lo que respecta a Teresa de Lisieux, su cuerpo no dejó de oler a rosas mientras estuvo en vida, lo que a priori sería una buena señal. Sin embargo, los químicos aseguran que en el olor a rosas se encuentra, bien que, en pequeña concentración, el escatol, una fragancia habitual en los excrementos. Los científicos no respetan nada. Decididamente, la fe y la razón nunca podrán reconciliarse. Pobre Teresa y sus olores sospechosos.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 2
 
 
XXIII
EL CUERPO DE CRISTO
 
La descripción con que Joris-Karl Huysmans aborda el retablo de Grünewald no puede compararse salvo a la pintura en sí —dos obras maestras—. El escritor profiere, ese es su estilo, un aullido mental ante la tierra de ultrajes en la que se levanta la figura crucificada de Cristo. «La carne se hinchaba —escribe—, azulada y como si exudase salitre, moteada de picaduras de pulga, punzada como con agujas por las puntas de las varas que, pese a haberse quebrado bajo la piel, la llenaban aún de astillas por todas partes». La herida del costado es fluvial; la sangre, parecida al jugo oscuro de las moras; las piernas torcidas se ahuecan: serosidades, sueros; los pies putrefactos se verdean en oleadas de sangre; la carne brota; las uñas tienen forma de cuerno azul. En su rostro, la boca se abre y se ríe «con su mandíbula contraída por temblores tetánicos, atroces». Las ropas de la Virgen son de un amarillo que se transforma «en el verde afiebrado de los limones no maduros». Del maestro, Huysmans escribe: «Nunca antes un pintor había elaborado de tal forma el osario divino ni empapado tan brutalmente el pincel en las capas de los humores y en los frascos sangrientos de los agujeros». Suciedad, sanies, escupitajos, mugre, eclampsia, sangre, pus y podredumbre —el cuerpo de Cristo es carroña.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 9
 
 
XXXI
UÑAS Y PELOS
 
Platón ya se excitaba con la cuestión de las uñas y los pelos. ¿Poseen una existencia inteligible? ¿Pertenecen al mundo ideal de las esencias puras? ¿Fragmentos de uña y cabello lindando bajo formas ideales con lo Bello, lo Justo y lo Verdadero? Si ese fuera el caso, más valdría perder la esperanza en la metafísica. Bien que ignorándolo todo sobre Platón, el pueblo humilde se ha preocupado también por el asunto. Como materialistas superficiales que son, los filodoxos (sustantivo derivado del griego philo (amor) y doxa (opinión o creencia), y que podría traducirse como «el que ama opinar» o «el que ama la opinión») afirman que la uña y el pelo poseen sin lugar a dudas una naturaleza autónoma dado que siguen creciendo después de la muerte. ¡Ni hablar! Platónicos y filodoxos se equivocan. Es la piel la que, deshidratándose, se encoge, pierde su elasticidad, deja al descubierto la lúnula y se hunde en dirección al folículo.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 15
 
 
XXXII
SEMILLA DE MANDRÁGORA
 
La imaginación es rica en falsas genealogías seminales, aunque estas sólo enardezcan los juegos pirotécnicos del intelecto. Circula por ahí la idea de que la mandrágora florece al pie de las horcas, donde el esperma vertido por los ahorcados —a quienes se atribuye el privilegio de una última erección ocasionada por la presión del lazo de la soga, una falacia esta indispensable, por otra parte, para el despliegue de la fantasía— fecunda la tierra. ¿Qué clase de amante le regalaría a su amada un ramo de flores semejante?
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 16
 
 
XXXVI
CULTURA DE RELIQUIAS
 
Era yo monaguillo cuando el obispo vino, con sus disfraces más escogidos y sus mejores galas, digamos, a consagrar el nuevo altar. Reparé entonces en que todas esas superficies destinadas a la celebración de la Última Cena tienen, en su espesor, una reliquia incrustada. Cada altar es un sarcófago, un cementerio, un osario. Allí donde es posible, el cristianismo venera la muerte, le da sustento, la ama. Al menos, tanto como odia la vida.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 18
 
 
Anticipar mentalmente la propia muerte es también una forma de conjurarla.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 23
 
 
LV
NATURALEZA MUERTA
 
Traducida al flamenco, la expresión «naturaleza muerta» deviene en «naturaleza tranquila».
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 25
 
 
La cópula entre el Príncipe y el intelectual es siempre teratológica.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 30
 
 
LXXV
EL LIMBO
 
Los teólogos y Padres de la Iglesia católica debieron ser necesariamente unos sujetos de lo más perverso, pues inventaron el limbo —un espacio en extremo particular, situado en el límite, fuera del paraíso, fuera del purgatorio, fuera del infierno— para dejar que sufran y se pudran en él las almas de los niños fallecidos sin haber recibido el bautismo…
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 32
 
 
LXXVIII
FLORES DE CAMPOSANTO
 
El ramo ideal para una tumba: el que está hecho de helenium. Perenne, amarillo y áspero. Es decir: llanto, memoria y luto. En su absoluto mutismo, las flores hablan.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 33
 
 
LXXX
DEL CANIBALISMO POLÍTICO
 
Al vulgo le gustan los espectáculos sangrientos y la venganza directa. Raramente audaz, se hace ver sin embargo en las coyunturas políticas. Y sus gestos son simples, fáciles de entender. Así, en 1792, masacró a la princesa de Lamballe, clavó su cabeza en una pica y la paseó bajo las ventanas de María Antonieta. Luego su cuerpo fue despedazado y parcialmente engullido por la multitud. En Caen, se celebró un banquete semejante con el cadáver del vizconde de Belzunce: eviscerado, despedazado, su corazón fue arrancado y convertido en una pelota. Una oreja fue llevada al boticario, que la sumergió en un frasco de alcohol. El ciudadano Hébert asó un pedazo del vizconde en una parrilla, y madame Sosson, que había tenido el honor de dar a luz a uno de los futuros alcaldes de Caen, supervisó la cocción, no sin añadir a la barbacoa el músculo aún palpitante que había recuperado del suelo.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 33
 
 
LXXXI
LOS ZOMBIS
 
En Haití se induce en ciertos individuos un estado de catalepsia cercano a la muerte por medio de la administración de tetrodotoxina, un veneno obtenido a partir de las pústulas de los grandes sapos. Enterrados primero para ser exhumados a la postre, estos sujetos cuyo metabolismo se adapta a las circunstancias son desprovistos de su identidad mediante una intoxicación derivada de la decocción de la datura. Con la ayuda de un buen farmacéutico, el lector sabe ahora cómo proceder si desea explorar de primera mano las beatitudes del zombi.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 33
 
 
LXXXVI
EL DESTINO DE UN FETO
 
¿Adónde iría a parar el feto de ese niño muerto, abortado, por haber sido engendrado bajo el fervor de inocencias e ingenuidades confusas, y de partes malditas trufadas de inconsciencia?
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 2
 
 
LXXXVII SIGNOS POST MORTEM
 
Experiencias dolorosas: escuchar en el contestador la voz de una persona que acaba de morir; recibir una carta de ella, o para ella.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 35
 
 
XC
CÁLCULOS
 
¿Cuántos se alegrarán de mi muerte? ¿Cuántos se asombrarán o se sorprenderán? ¿Cuántos se mostrarán entristecidos, realmente consternados? ¿Y cuánto durará esa tristeza?
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 36
 
 
XCIII
LA MUERTE EN MÍ
 
Antes incluso de haber nacido, todos tenemos edad suficiente para morir: basta con ser un feto. Ahí comienza una lenta desintegración. Siento y conozco la muerte en mí: mi esqueleto a la espera de aparecer en todo su esplendor; mis arterias que se endurecen poco a poco; la grasa que se acumula y luego asfixia mis células; la piel que se distiende, se fatiga y se arruga; la dentadura que se deteriora y que es preciso arreglar. Una parte de mi corazón que ya ha muerto viaja en mi interior; ahí el cansancio avanza más rápido. La muerte progresa. Buena señal.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 36
 
 
 
C
MI CADÁVER
 
Si le parece bien a quienes corresponda, después de mi muerte podrán jibarizar mi cabeza, separar mi cráneo de la piel que lo cubre, secarlo, horadarlo, voltearlo y llenarlo de arena o de piedras ardientes antes de suturar la abertura. A continuación, será posible depositarlo en la repisa de una chimenea o sobre un televisor. También existirá la posibilidad de embalsamarme, sacarme los sesos por las fosas nasales con un gancho, llenarme por donde pueden imaginarse de aceite corrosivo, destriparme, desengrasarme, deshidratarme con sal y envolverme con vendas. Podrán comerme igualmente hervido, tostado o asado; a su elección. Basta con despiezarme con esmero, echar los trozos a una olla llena de agua y hierbas aromáticas o disponerlos en una parrilla, sobre un fuego de leña. Quizá en ese momento, al oír crepitar mi grasa sobre las brasas ardientes, los comensales piensen en lo que fui. Acaso prueben mi corazón por mi valor, mi cerebro por mi inteligencia o mis testículos por mi fecundidad. Pero es muy probable que todo ello sea en vano. De igual modo, pueden criogenizarme y brindarme un sueño acuático en una solución de nitrógeno líquido, esperando un futuro mejor con médicos menos desilusionados y desprovistos ante la enfermedad. Finalmente, se me podrá hornear un buen rato para lograr una cremación digna de tal nombre: mil grados después del precalentamiento, vendrá la combustión del ataúd y por fin la deshidratación. Seguidamente, se procederá a bajar la temperatura para evitar que mis huesos se conviertan en porcelana, y luego se esparcirá el kilo y medio de mis cenizas al viento, en un lugar cualquiera. Si se prefiere una alternativa más clásica, para concluir, podrán abandonarme en la tierra para que me confunda con el polvo común, no sin pasar previamente por un proceso de descomposición, cianosis, ablandamiento y licuefacción. En función del terreno, tardaré entre tres y seis años en no ser más que un montoncillo de huesos, listo al fin para mineralizarme. Podrán hacer todo eso o cualquier otra cosa. Poco me importa. Confiado por completo a la nada que sucede a la muerte, más valdría, creo yo, preocuparse de lo que ocurre antes de que esta sobrevenga, y no después. Después, nada. Antes, todo; lo esencial.
 
Michel Onfray
Ars Moriendi, página 38












 

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