Conozco a una muchacha
que desdobla,
como una servilleta,
el deseo y los sueños.
Algunos la miran con prudencia.
Otros lo hacen
con ojos de centinela
y gesto elegido
desde el mundo
de las imperfecciones.
Conozco a una muchacha
que trabaja en un café.
Lleva camiseta de tirantes
y un pantalón vaquero
que muestra su botánica.
Y a todos dice no.
Quizá por eso,
cada noche,
al llegar a casa,
se deja seducir
por su propia derrota.
Fernando Sanmartín
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