Es dable inferir lo siguiente: Jung considera que Freud confunde primero con natural. Por lo tanto, si primero es el instinto (sexual, agresivo), el resto será producto de algún desplazamiento. Mientras, para el suizo, una vez más, el todo es lo anterior y natural, pero la manifestación de ese todo es secuencial y, en el proceso de desarrollo de la libido, primero se busca satisfacción puramente instintiva y luego se incluyen metas culturales. Estas metas serán para Freud un sucedáneo, mientras que para Jung son tan genuinas como las primeras.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 13
 
 
La consideración del todo, de lo total, no es privativa de Jung, sino cualidad de todo investigador que intente no encorsetarse. La cuestión pasa por preguntarse hasta dónde estamos dispuestos a ampliar la percepción en la consideración del todo. En el ejemplo anterior, la ampliación llevó a Jung a considerar en el hombre más instintos que los que responden a su plano más material. En una conferencia en 1936 considera cinco grupos principales de instintos: hambre, sexualidad, actividad, reflexión y creatividad. Ya en 1928 aludía a lo que puede tomarse como instinto cultural o religioso, al señalar que la libido, luego de cierto tiempo, fluye hacia el polo espiritual, no como desplazamiento sino, como se dijo antes, por encontrar allí una meta genuina. Al percibir que el proceso instintivo involucra, al mismo tiempo, la relación con imágenes y la ejecución de conductas, Jung incorporó el término arquetipo, que, para empezar a acercarnos, podemos señalar que fue considerado como el “autorretrato” del instinto. Arquetipo e instinto serían partes del mismo proceso, o lo mismo visto desde dos ángulos distintos. Sin embargo, dado el uso, fue quedando el primer término en relación con lo más cultural, mientras que el segundo quedó ligado a lo biológico. De cualquier modo, ambos poseen el mismo carácter de potencias tendientes a realización, en favor de la vida del ser. Entonces, si el todo se estira en ese punto (concepto de libido), más allá de los instintos materiales, tenemos, como consecuencia, un instinto religioso, espiritual, que genera, de entrada, un rechazo desde la mirada positivista, solventada precisamente en oposición a él. Este planteo de Jung no requirió eliminar la lógica racional. Él mismo mantuvo siempre la pretensión de no quedar excluido del marco de la ciencia académica, aunque sí le exigió un mayor diálogo con lo excluido, con aquello exterior al paradigma. Por eso, otra de las cuestiones que a Freud no le cayeron nada en gracia fue la incursión de su discípulo (y “heredero”) en fuentes que se alejaban de lo más tangible. Incursión que luego será inmersión profunda, no para abandonar la lógica racional, sino para ponerla en tensión, proponiendo un todo más amplio.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 13
 
 
COMPLETUD COMO PREMISA JUNGUIANA DE SALUD
 
Retomemos la que denominamos intuición matriz: Toda forma es parte de un todo, con el que está en relación. Cuanto más plena esa relación (más orgánica, más fluida), más obrará la parte como función de un sistema.
Cuanto más la parte desconozca al todo, más obrará como fragmento.
Partiendo de esta base, vemos entonces que, desde la perspectiva del/la terapeuta (que adhiera al marco junguiano), podríamos seguir la siguiente lógica:
¿Qué buscamos en términos generales? Salud.
¿Con qué se asocia la salud, desde Jung? Con completud.
¿Cómo podemos leer esa completud? Como la relación orgánica
parte-todo.
Entonces, ¿qué necesitamos? Matrices que nos permitan una
percepción del cuadro completo, del todo, y de sus partes.
¿Contamos con matrices de ese tipo? Sí, los lenguajes simbólicos.
Estas preguntas fueron largamente recorridas por el psiquiatra suizo.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 15
 
 
Al carácter preeminente de reservorio de lo reprimido, propio de la mirada freudiana del inconsciente, Jung opone el predominio del matiz creativo, que ya se prefiguraba en Carus y Von Hartmann. Así le adjudica, por ejemplo, preñez de futuro y capacidad de tomar las riendas de la psiquis ante el colapso de la consciencia. Es decir, lo inconsciente se aleja tanto de lo reactivo, lo derivado (como en Freud), que hasta no solo es creativo, sino que puede reemplazar saludablemente a la consciencia, en ciertos casos. Dicho matiz creativo surge del añadido vital que Jung hace al esquema del aparato psíquico freudiano: lo inconsciente colectivo, que constituye el reservorio de las imágenes arquetípicas, es decir, aquellas que se corresponden con respuestas adaptativas que han mostrado eficacia a lo largo de tiempos y culturas. Tales imágenes no difieren del proceso instintivo, sino que más bien lo acompañan en el pulsar por su realización.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 17
 
 
La astrología humanística o psicológica, como corriente dentro de la astrología en general, es sincronística –significativamente coincidente– a la sistematización de la psicología como ciencia. Su marca distintiva radica en tomar a la psiquis como factor esencial en juego. Y es reconocible una piedra fundamental en Dane Rudhyar, astrólogo e investigador del pensamiento junguiano, además de poeta, músico y pintor. La psicología que toma esta corriente astrológica es la denominada profunda, es decir, aquella que considera la instancia inconsciente, y cuyos representantes más destacados son Freud, Adler y Jung, siendo este último quien más ha influido en la astrología humanística. Asimismo, uno de los autores que, a mi entender, más contribuyen a la reflexión y transmisión desde esta concepción es Eugenio Carutti, antropólogo y astrólogo, cuyos textos38 posibilitan comprender la lógica subyacente al lenguaje astrológico sin dejar de mantener su aspecto mistérico, su carácter de símbolo. Actitud tanto más valiosa cuanto mayor es la tendencia a perder de vista fácilmente esa relación fundamental entre el todo y las partes, que la astrología intenta exponer. Son tantas las atracciones parciales (es comprensible la recurrencia a estos lenguajes con preguntas acerca de ámbitos concretos, es decir, acerca de partes) que resulta intensa la fuerza que lleva a perder de vista lo nuclear.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 29
 
 
La lógica mandálica permite graficar el movimiento de la energía. La astrología, en tal sentido, ha sido resumida (de una manera que creo le hace justicia) como el lenguaje de la energía (entre otros, por Stephen Arroyo). En este despliegue de la lógica mandálica, podemos ahora percibir que propone un centro y una periferia, simbolizando el primero el estado implícito (original, pleromático) y la segunda el estado manifestado (mundo creado), y entre ambos una correspondencia absoluta. Se trata de lo mismo en dos estados diferentes: potencia y acto.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 31
 
 
En su etimología este concepto (Arquetipo) deviene de arjé: ‘origen’, y typos: ‘modelo’, ‘carácter grabado’. Es decir, marca original, sobre la cual o a partir de la cual se inscribirán formas. Jung lo define como preforma: Preformaciones heredadas […], condiciones formales y apriorísticas, basadas en instintos, de la apercepción. […] Muestran sus vías precisas a toda actividad de la imaginación y de ese modo producen asombrosos paralelismos mitológicos en las imágenes fantásticas de los sueños infantiles y en las alucinaciones de la esquizofrenia, encontrándose también, sin ninguna duda, pero en menor medida, en los sueños de neuróticos. No se trata, pues, de representaciones heredadas, sino de posibilidades heredadas de representaciones. Tampoco son herencias individuales, sino, en lo esencial, generales, como se puede comprobar por ser los arquetipos un fenómeno universal.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 32
 
 
En definitiva, respondiendo a la premisa holística de todo lenguaje simbólico, la astrología permite incluir al universo todo en su sistema. Y la relación fundamental (parte-todo) puede explorarse abordando las distintas posibilidades vinculares entre las partes.
 
Ahora bien, si lo que tenemos que considerar es el vínculo entre las distintas partes, la cuestión primera es: ¿en cuántas partes se divide el todo?, ¿qué criterio se toma para la división primaria? Con esto, aportaremos los elementos que nos permitan pensar el citado número doce, según el cual el mandala zodiacal, en su estructura final, tendrá esta forma:
 
LOS CUATRO ELEMENTOS
 
Toda filosofía cultural, en su pregunta por el origen, especula sobre lo elemental, sobre aquello irreductible. La astrología es sincronística a las tradiciones que exponen la cuestión en términos de cuatro elementos y puede asumirse una relación con la cosmogonía helénica clásica. Representan la primera división del Uno. En Jung, el cuatro es el gran referente de totalidad, como tantas veces lo mencionó, y de ese modo lo tuvo en cuenta en sus teorías (funciones, estructura espacio-temporal, etc.). También los abordó con relación a su disposición en el círculo. Son los primeros irreductibles. Y prefiguran formas. Cada elemento se expresa mediante tres modalidades posibles (que veremos luego), para resultar en los doce signos zodiacales. La percepción de los elementos por la astrología es simbólica, es decir, abre e hiperconecta antes que cerrar y definir. No obstante, como se indicó, es coherente con una lógica que no excluye la función pensamiento, como veremos a continuación, donde revisaremos con qué se asocia cada elemento desde la astrología occidental:
 
Fuego: Alude a la expresión, a poner fuera, por ende, a la espontaneidad, al impulso, a la conexión con el deseo, a la acción. Se asocia a aspectos como el inicio, la dignidad, el desafío. Se trata de un movimiento extravertido, muy ligado a lo que solemos llamar autenticidad.
 
Tierra: Se asocia a la materia y a la capacidad de materializar. A la sensualidad, en cuanto contacto y conexión con lo material a través de los sentidos; al cuerpo en cuanto nuestra materialidad primera. A la objetividad, como producto de consensos sostenidos en largos tiempos. Al tiempo mismo, como organizador de etapas cíclicas. A la estructura, en cuanto ley íntima del despliegue.
 
Aire: Alude principalmente a la vincularidad desde el pensamiento. A la capacidad de relacionar, a la lógica racional, la facultad de conceptualizar, de abstraer, de operar (o jugar) con ideas. Se inscribe aquí también la comunicación, lo lúdico, la percepción en términos de complementariedad, las redes, como formas vinculares de participación con alto grado de libertad y potencia creativa.
 
Agua: Se corresponde fundamentalmente con el mundo afectivo, emocional. Con la vincularidad desde ese plano y, en tal sentido, con la empatía, la comprensión, la sensibilidad para registrar y cuidar lo vulnerable, percibir lo inconsciente, lo doloroso, junto a la capacidad de acompañar. Y una sensibilidad profunda para la captación de la unidad subyacente en todo lo existente. Jung reflexiona sobre los elementos en gran parte de su obra, sobre todo en sus últimas décadas, con foco en la alquimia, reflejada en los volúmenes 12, 13 y 14 de sus Obras completas. Una de las imágenes que toma en la consideración de los elementos en la astrología es la siguiente: Se replica esta figura tanto en el volumen 12 como en el 14, y el psicólogo suizo se refiere al respecto así: Para la ordenación de los opuestos en una cuaternidad el Viridiarium ofrece una interesante ilustración, que también encontramos en Philosophia reformata de Mylius (1622). Las diosas representan las cuatro estaciones anuales del Sol en el Zodíaco (Aries, Cáncer, Libra y Capricornio) […] así como los cuatro elementos, “reunidos” alrededor de la mesa redonda. La “síntesis” tiene lugar mediante el movimiento circular en el tiempo, es decir, el curso del Sol, que conduce a través de las casas del Zodíaco. Como he mostrado en la obra citada (Psicología y alquimia), la circulatio tiene como meta la producción del hombre primigenio redondo.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 37
 
 
LAS TRES MODALIDADES
 
A diferencia de los elementos, más asociables al mundo concreto (correspondiente a la simbólica del cuatro), las modalidades (en correlación con el tres) aluden a un nivel más dinámico. En la filosofía hindú hay una correspondencia en los términos rajas, tamas y sattva ( gunas), como modalidades o cualidades básicas de la energía.
 
Los términos astrológicos correspondientes a las gunas son cardinal ( rajas), fijo ( tamas) y mutable ( sattva).
 
Cardinal: Refiere a la cualidad de inicio. Se produce un cambio de estado de la energía. Un giro dinámico. Manifiesta iniciativa y dirección.
 
Fija: Alude al momento o etapa en que una energía adquirió un punto máximo de acumulación, partiendo del inicio previo. Se asocia a concentración y profundidad.
 
Mutable: Aquí la energía, pasando la etapa anterior, presenta cualidades óptimas para la adaptabilidad, en términos de oscilación o síntesis. Asimilación, cambio.
 
Recapitulando, en astrología, el cuatro, representante de lo estable, lo elemental, lo completo, se expresa mediante su relación con el tres, representante de lo dinámico, de la vincularidad. Es la base de la alquimia dentro de este lenguaje simbólico.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 40
 
 
LOS SIGNOS ZODIACALES
 
La relación entre ambas categorías (elementos y modalidades) se expresa en los signos. Hay distintas vías de ingreso a ellos, cada una enriquecedora de las otras, y todas contribuyentes solidarias a la asimilación del lenguaje.
 
1. Por secuencia
 
Cardinal es la modalidad de inicio, y fuego, el elemento correspondiente al inicio. De modo que el inicio primero (luego habrá otros inicios dentro del mismo ciclo) será representado por el signo que vincula fuego y cardinalidad, que es Aries. El movimiento lógico siguiente requiere, para su comprensión profunda, un tiempo junto al lenguaje astrológico, y se trata de un aspecto fundamental de la astrología: el de la lógica secuencial de los signos. Si el pasaje de Aries a Tauro (y así sucesivamente) es percibido como arbitrario, se pierde la alusión a lo orgánico, una de las facetas axiales de este lenguaje.
 
Estar un tiempo con la astrología implica el potencial de percibir conexiones, vincularidades estructurales naturales que emergen en clave simbólica, bajo una percepción diferente a la convencional, que, por lo mismo, permite vislumbrar relaciones que previamente no se nos aparecían o se dificultaban. La comprensión de tales vínculos requiere, en gran parte, de la comprensión de la secuencia zodiacal, del movimiento de transformación de la energía, que es una, que proviene del Uno, desde su fase inicial hasta la final. La astrología posibilita percibir el pasaje a cada fase como algo lógico, y la asimilación de esta lógica es fundamental. Desde esta, el mandala zodiacal se completa del siguiente modo (a esta forma se la conoce como zodíaco arquetípico o en reposo): Dinámica de las doce transformaciones Para un estudio completo de cada signo habrán de considerarse los distintos niveles en que se expresa, del modo más exhaustivo posible. Debemos abarcar desde las imágenes arquetípicas primigenias hasta objetos, acontecimientos y situaciones concretas, pasando por otras imágenes arquetípicas, subsistemas y sus partes (como el cuerpo, por ejemplo), vínculos y cualidades psíquicas.
 
Aries
 
Todo sistema requiere una función que le permita ponerse en marcha. La función de arranque, de inicio. En la astrología, está representada por Aries. Si tenemos en cuenta que no hay doce energías sino doce momentos, productos de las doce transformaciones de la energía, que es una, la primera fase requerirá de mucha potencia, de modo que el movimiento continúe hasta completar el ciclo. Por eso, otra palabra clave para Aries, además de inicio, es potencia. ¿Y qué requiere un movimiento para no perder potencia? Entre otras cosas, no diluirse. Entonces, Aries será también unidireccional. La máxima potencia transmitida al mínimo de elementos. Podemos imaginar aquí al carnero, en su veloz carrera y arremetida. Zodíaco significa ‘rueda de animales’, de modo que un gran aspecto en el estudio de la astrología es el de considerar las características de los animales65 asociados a cada signo. Del mismo modo, el cuerpo, con sus subsistemas y complejidad, permite asociaciones astrológicas. En tal sentido, una manera de aludir al comienzo es referir a la cabeza. Asociación establecida no al azar, sino por la larga tradición en vincular lo cerebral al comienzo de todo proceso, que en filosofía dio lugar, por ejemplo, al famoso “Pienso, luego existo” (Descartes nació sincronísticamente al Sol transitando Aries). Observemos nuevamente al carnero, entonces, avanzando con todas sus fuerzas en una dirección, embistiendo con su cabeza. Aries tiene a cargo iniciar y “energizar”, por decirlo de algún modo, a todo el sistema. Psicológicamente sería libidinizarlo. De ahí su relación con el deseo. Se trata de un movimiento en pos de algo, aunque, en esta etapa, no se supone aún una otredad. Entonces, suele ser útil pensar en una gran energía potencial que necesita descarga, al modo de un resorte contraído. No desplegar el resorte sería equivalente a no emerger del pleroma. Lo que se genera a partir del despliegue es una cuestión que está más allá de Aries y será parte de otro momento. Ahora es “necesario” desplegar. Y desplegar todo, con fuerza, con potencia. En términos psicológicos, el no despliegue se puede asociar, a nivel del individuo, en perspectiva evolutiva, a la endogamia, a la falta de “corte del cordón umbilical”, y, considerando cualquier etapa, a la represión. Hay deseo, pero se inhibe su expresión. Ya podemos ir viendo, a nivel psicológico, lo perjudicial que puede ser Aries en sombra. Y así sucede con los demás signos. Por eso la astrología humanística enfatiza el hecho de que todas las personas constituimos sistemas compuestos por las doce energías. Y más adelante veremos ejemplos de signos en sombra. A nivel de la especie, en términos psicosimbólicos, dicha carencia de despliegue se vincula al estancamiento en la etapa urobórica, ese momento anterior a la adquisición de consciencia, donde permanece lo indefinido. El ouroboros, en su dinámica de autofagocitación, tiende, con extrema fuerza, a impedir la salida, la emergencia (muchos son los mitos que indican tal problemática al inicio de toda cosmogonía). Aries, por lo tanto, se asocia a una fuerza similar en lo extrema, pero en sentido opuesto, para posibilitar que algo emerja. Por eso se vincula a la creación, desde el big bang hasta cualquier otro nacimiento o inauguración o inicio. Se trata de un movimiento de mucha potencia (y, cuanta más fuerza sobre un punto, mayor potencia) que genera definición. Del ouroboros, pleroma o cualquier estado de indefinición (absoluta o relativa), Aries se presenta definiendo. En lo psicológico, dichas fuerza y definición se vinculan a cualidades como arrojo, coraje, decisión, con capacidad de afrontamiento, confrontación, y gran contacto con la instintividad, con el impulso. En tal sentido, se toma como imagen arquetípica primigenia 68 para este signo la del/la guerrero/a. Marte, el dios de la guerra, se asocia mitológicamente a Aries. También astrológicamente (en su función de planeta regente), representando cualidades como la conexión con el propio deseo y la capacidad de accionar en pos de su satisfacción. Otras imágenes pueden ser las del/la cazador/a y, una más actual, la del/la empresario/a.
 
Tauro
 
Una pregunta que puede colaborar con la lógica secuencial es: ¿qué pasaría si un signo se eternizara? Pregunta que nos ayuda a ir vislumbrando qué características son esperables en el momento siguiente de la energía. Si Aries continuara su movimiento ad infinítum, habría mucha energía disponible en el sistema, pero sin destino de objeto, sin transformación. Si hemos asociado a dicho signo con el inicio, ya está implicada una secuencia, la cual nunca se daría en caso de eternizarse el primer movimiento. Ahora bien, entre las tantas posibilidades de continuar el movimiento ariano, ¿cuál se presenta con mayores opciones de coherencia? En principio, respetando el ritmo bipolar de todo lo vital y siendo Aries un movimiento expansivo, debería sucederle uno de contracción. En este sentido, la lógica de los elementos (que veremos en el siguiente apartado) nos deja dos posibles: la tierra y el agua. Otro factor que puede entrar en el análisis es considerar la bipolaridad básica, inicial, de todo proceso: energía y materia. Componentes ambas de la misma cuestión. Dos caras de lo mismo. De este modo, es comprensible que la tierra tome la posta aquí, en cuanto principio materializante, en relación directa y dialéctica con el principio energizante. Y, dentro del elemento tierra, Tauro es, pues, el signo asociado directamente a la sustancia extensa, a la materia. Así, visto en secuencia, 69 tenemos al potente impulso ariano que se inserta en la materialidad taurina. O la energía ígnea que, en su proceso de enfriamiento, da lugar a la materia estable. Entonces, volviendo a una de nuestras categorías básicas, la de cada signo como función de un sistema, si Aries se asocia al inicio, Tauro tendrá a su cargo la materialización. El fuego da paso a la tierra. Aquí la velocidad del impulso deja lugar a otro movimiento, que, en comparación, se percibirá como lento, pero que podemos connotarlo mejor como orgánico. Una dinámica que, desde lo psicológico, se asocia a la paciencia, como acompasamiento de la “resistencia” de la materia. Y a la necesidad, en cuanto registro de los requerimientos materiales del organismo. Cuando algo se materializa decimos que toma cuerpo. En Tauro es esencial el vínculo con la materia primera, nuestro propio cuerpo, que al mismo tiempo es un sistema completo. Si, desde un prisma ariano, la cuestión era el aporte inicial de energía al sistema, desde Tauro será el aporte de materia necesaria para el buen funcionamiento. En tal sentido, a la hora de vincularnos con nuestra parte taurina, cobra máxima relevancia la función sensación, es decir, la vinculada a los sentidos. Tocar, oler, escuchar, mirar, degustar son, desde este signo, llamados a agudizarse. Son los informantes básicos del mundo material circundante, y si estos instrumentos están afinados, será eficiente el registro del entorno. Y si el registro de la necesidad corporal también es atinado, se dará una eficaz adaptación, que psicológicamente podremos asociar a una satisfacción más allá de la física, es decir, disfrute, gozo. De allí la sensualidad como otra gran cualidad taurina, esa capacidad para percibir lo que le da satisfacción y placer al cuerpo, en el plano de la necesidad, y la consiguiente puesta en marcha de mecanismos de materialización e incorporación para conseguir ese estado. La incorporación es un proceso por excelencia taurino; de ahí la correspondencia en el cuerpo con la parte encargada de tal función, es decir, el cuello y los órganos dentro de él. Y también de ahí su relación con la gastronomía. El vínculo con la naturaleza es esencial desde este signo. En ella encontramos el medio que más estimula nuestros sentidos en conjunto y que permitió por millones de años el ciclo necesidad--incorporación-satisfacción, y aún lo sigue permitiendo. En tal sentido, una de las imágenes arquetípicas primigenias, en Tauro, es la del/la campesino/a. Si hemos olvidado este contacto, en medio de urbanizaciones cada vez con menos tierra, podemos al menos visualizar al toro para intentar conectar con esta fase de la energía. Con su gran masa corporal y parsimonia (que se interrumpe excepcionalmente, ante el enojo), el toro nos muestra materialidad, contacto con la tierra, con sus productos, incorporación, gozo. Los primeros signos son simples, por lógica. Presentan una dinámica que luego se complejizará progresivamente, pero que, en estas instancias, otorga el lugar central a lo básico. A lo necesario para que se configure una buena base. A nivel general, el combustible inicial: energía-materia. A nivel biológico, lo instintivo, en los planos del deseo y de la necesidad, que tan importantes son también a nivel psicológico, con derivados como iniciativa, independencia, exogamia (con relación a Aries); y vitalidad, tenacidad, estabilidad, practicidad (con relación a Tauro), entre otras cualidades. El planeta regente de Tauro es Venus, que en rigor es regente de Libra, signo con el que mejor coinciden las características de la diosa. No obstante, y a falta de un planeta que se corresponda mejor con Tauro, Venus tiene también un matiz terreno, que algunos asocian a la Venus vulgivaga (y a Afrodita Pandemos). Por otro lado, la misma mitología que da nombre a los planetas (la romana) sí cuenta con un dios que se corresponde muy coherentemente con Tauro: Vulcano (Hefesto es su equivalente aproximado en la mitología griega), el herrero de los dioses, también asociado a la escultura, a la artesanía, es decir, aquel que se vincula diestramente con la materia.
 
Géminis
 
Una vez que un sistema está provisto de energía y materia, ¿qué es esperable que continúe? O, en otros términos: una vez dirigida la mirada al proceso de energización de un sistema, y luego a la materialización, ¿qué cabe esperar se enfatice ahora?, ¿para percibir qué proceso estamos preparados? Una arista de la respuesta puede surgir de considerar la citada dinámica bipolar de todo proceso vital, a modo de diástole-sístole. Desde este punto, luego del movimiento contractivo anterior, tendrá lugar otro expansivo. Ahora será de aire, en una alternancia que, para que no quede meramente en el plano de la elegancia teórica, pasaremos a desarrollar. Tenemos, entonces, un sistema con su materia distribuida en partes. Del pleroma hemos pasado al mundo creado. Del todo, a las partes. Si el movimiento taurino se eternizara, solo cabría esperar más cantidad de materia prima, por decirlo de algún modo, y no progresaría el sistema hacia la complejidad que presenta. En el plano biológico hay varios ejemplos que pueden ayudar a graficar esta fase. Uno es el de la embriogénesis. Si el proceso concluyera en Tauro, en este caso, tendríamos óvulo y espermatozoide, sin mayor relación que la de existir en el mismo sistema. Pero lo que acontece es bien distinto: se suceden una serie de operaciones (en general, de progresiva complejidad) que concluyen en el embrión, que seguirá luego su desarrollo. Esas operaciones (que se dan luego de un proceso inicial de división/multiplicación de la materia prima: la división celular), tienen que ver fundamentalmente con la relación, con la vincularidad. Similar proceso se puede observar en torno a la neurogénesis, en la que hacia la séptima semana de gestación se da una producción de neuronas a un ritmo de 250.000 por minuto. Y es recién hacia la semana 25 cuando la mayoría de los axones ha llegado a su destino. Es decir, primero la materia prima, luego la conectividad. Esto no implica el uso efectivo de esas rutas con asiduidad, pero sí la posibilidad de hacerlo, ya que el contacto entre los distintos puntos se ha establecido. De hecho, el bebé nace con la misma cantidad aproximada de neuronas que el adulto, pero con una cantidad de conexiones mínima, que se verá exponencialmente multiplicada luego. La etapa en la que tiene lugar la conectividad inicial entre las partes de un sistema, en astrología se asocia a Géminis. Luego podrá haber vínculos profundos, más en este momento se requiere que cada parte tome un primer contacto con el resto, dejando inaugurada la ruta. Por eso se suele llamar superficial a este tipo de vincularidad. Y es lógica tal superficialidad, ya que, si una parte profundiza su relación con otra, eso le impedirá el enrutamiento hacia el resto. Géminis, entonces, aporta al sistema la función relacional primaria. A nivel psicológico, se vincula a la función pensamiento, a la capacidad de establecer relaciones lógicas, explicar e inteligir, jugar con ideas, y, en tal sentido, jugar en general también tiene relación con este signo y nos remite a una de sus imágenes arquetípicas primigenias: la del/la niño/a. Juego, curiosidad, multiplicidad de intereses en simultáneo, humor (que implica tanto una capacidad de asociación como una actitud que promueve el contacto) serán otras de las cualidades geminianas. A nivel macrohistórico se registra toda una gran primera etapa en la que predominaba la caza, correspondiente a Aries. Luego, la agricultura, asociada a Tauro. El tercer momento es el del comercio, fenómeno altamente geminiano, sobre todo la figura del comerciante, como intermediario entre distintas partes que va vinculando. El comerciante también es una de las imágenes arquetípicas centrales en Géminis. Desde hace un tiempo contamos con otra de peso, la del/a comunicador/a. El regente de este signo es Mercurio, asociado a la comunicación. En la mitología se percibe su gran versatilidad, además de ser el “mensajero de los dioses”. La alquimia, tan explorada por Jung, se vincula principalmente al relacionar como arte, y es Hermes (el dios griego equivalente aproximado de Mercurio) su protector. De allí el nombre de artes herméticas. En cuanto a los gemelos, como seres representantes de este signo, una posible alusión es a aquello que es igual y diferente al mismo tiempo. Cástor y Pólux son, quizá, el ejemplo por antonomasia. El tercer movimiento de la energía, entonces, permite salir de la indiferenciación previa. Veamos esto con más perspectiva. En Aries y en Tauro no hay registro de la otredad. Sucintamente, el primer movimiento pone en marcha la potencia volitiva y el segundo incorpora desde un “afuera” no percibido como tal, sino como extensión de sí. Si bien el registro de la otredad plena (desde una autoconsciencia ya establecida) se dará en Libra, Géminis, en su movimiento relacional, requiere de una diferenciación. Porque hay diferencia puede haber vínculo. No obstante, en esta etapa, esa diferencia se da sobre la base de la similitud, como en los gemelos. En el nivel corporal, Géminis se asocia a los pulmones, órganos ligados al aire y encargados del intercambio básico de nuestro organismo entre el adentro y el afuera.
 
Cáncer
 
Aportadas la energía y la materia, y establecidos los contactos iniciales entre las partes, se inicia la cuarta etapa. Si Géminis no diera paso a otra fase, tendríamos un movimiento incesante de cada parte contactando a cada otra, rápida y superficialmente, para seguir contactando y dividiendo, ad infínitum. Por otro lado, ¿qué podría requerir ahora el sistema, en su evolución compleja? La vincularidad inicial logra contacto, conectividad. Ahora bien, los organismos complejos que por miles de millones pueblan la Tierra (por poner un ejemplo cercano), muestran un desarrollo y composición que implica mucho más que contacto. Para empezar, el contacto ha de ser más prolongado. Mayor tiempo de contacto permite un vínculo más profundo, una mayor posibilidad de intercambios, de proceso. Una de las posibilidades de visualizar esto es desde la dinámica continente-contenido, dado que una manera de que el contacto entre dos o más sustancias se profundice es disponerlas en un espacio cerrado. Tal es el movimiento de Cáncer. Su función básica es promover las condiciones que posibiliten la transición desde un período de contacto inicial hacia una forma constituida. Se transita por una serie de relaciones profundas que culminan en algo estable. A nivel biológico se vincula a la gestación, al proceso de contención y acompañamiento de lo vulnerable en su desarrollo hacia etapas de progresivas fortaleza y autonomía. Por eso es común la asociación de lo canceriano a lo uterino, tanto literal como metafóricamente. Y, de allí, a significantes como hogar, cueva, nido. Y a la función materna. La madre es precisamente la imagen arquetípica primigenia alusiva a este signo. Cáncer es un signo de agua y con él se completa la primera tétrada elemental, que se repetirá luego dos veces más, manteniendo el orden secuencial. El agua remite a la sensibilidad. En el caso de Cáncer, esa sensibilidad se direcciona particularmente hacia los requerimientos de lo vulnerable para desarrollarse. En tal sentido, a nivel psicológico podemos asociar a este signo la capacidad de expresión y contención emocional, de cuidado, de generar espacios de intimidad, espacios con interiores “blandos”, nutricios. Se incluye también en este campo la identificación primera, es decir, por pertenencia, basada en todo aquello que el individuo va afectivizando en su temprana infancia. Regida por la Luna, esta etapa se relaciona con la familia y, en consecuencia, con los mecanismos por los cuales un individuo pertenece a una familia, lo cual se juega, en gran parte, mediante la citada identificación con aspectos del entorno primario. Lo lunar es de relevancia particular para lo psicológico, toda vez que la mencionada afectivización conduce tanto a la adquisición de destrezas como al llamado lugar de confort, es decir, a respuestas inconscientes, automáticas, siempre desde la misma posición, impidiendo la expresión de otras posiciones y la percepción del afecto de modos diferentes a los vinculados a ese filtro inicial. Por consiguiente, los miedos tienen que ver con esta fase también. No como su esencia, sino como un aspecto. Miedos reales, con su gran función de cuidado. Y, luego también, miedos neuróticos, es decir, aquéllos producto de una respuesta excesiva a un peligro psíquico, afectivo, en la que se juega principalmente un factor inconsciente. Desde el campo junguiano, se asocia a la irrupción de un complejo. Los complejos son conjuntos de asociaciones en torno a una imagen arquetípica, que constituye su núcleo. Las asociaciones son vivencias, es decir, tienen carga afectiva, emocional, y por eso se ligan al núcleo. Cuando tales vivencias son, en general, gratificantes, el complejo tiende a funcionar en la consciencia, asociado al yo, promoviendo una adaptación orgánica, fluida. Si entre las vivencias hay algunas muy frustrantes, como traumas, habrá gran posibilidad de que opere una disociación, quedando el complejo (todo o en parte) en el inconsciente, para que la sensación de frustración que acarrea no tense al yo permanentemente. Ahora bien, si alguna situación posterior se vincula con un semblante del trauma, aun estando la persona fuera de peligro, lo más probable es que responda como si lo estuviera, activando respuestas evitativas (huida, bloqueo, agresión, etc.), es decir, poniendo en marcha los mecanismos de defensa (dispositivos inconscientes al servicio del yo). Se dice entonces que ha operado una irrupción del complejo. Ha irrumpido en el campo consciente. Como hemos visto, Cáncer, para ejercer su función de cuidado, una de las operaciones que realiza es la de propiciar un continente, es decir, un espacio cerrado. En el nivel biológico, esta cerrazón deja fuera elementos que impedirían el desarrollo del individuo. A nivel psicológico, algunos elementos quedarán fuera por no ser propicios para la edad (como el autosostén, por ejemplo), pero es probable que queden fuera, durante la primera infancia, elementos que contribuirían a la salud o a mayor salud, dado el juego de identificaciones y sobreidentificaciones. Es de enfatizar, entonces, la relevancia de esta etapa desde lo psicológico. El trabajo junguiano con la sombra, la mayoría de las veces nos trae aquí.
 
Leo
 
El desarrollo de la forma inicial, que se propició, en gran parte, en virtud del espacio cerrado aportado anteriormente, continúa hasta el momento en que lo trasciende. La quinta etapa astrológica, Leo, alude a este momento de diferenciación. Así como Aries, el primer fuego, se corresponde con la diferenciación primaria (el pasaje del pleroma al mundo creado), Leo, segundo fuego, connota un movimiento similar. Este tránsito, evidente en lo biológico de variadas maneras, es también perceptible a nivel social, en las partidas de los individuos de sus familias de origen, etc. La salida, ahora, es respecto del símbolo de la madre, lo cual requiere la fuerza representada a nivel mitológico por la figura del/la héroe/heroína, abundantemente documentada, entre otros por Neumann, y constituye, en esta fase, la imagen arquetípica primigenia, junto a la del/la rey/reina. Jung, en su desarrollo de la teoría del arquetipo, propone a este como anterior a la psiquis (o independiente de ella, en principio), la cual solo accederá a una parte de él, en cualquiera de sus dos polos (instintivo y espiritual). Usa la metáfora cromática para indicar que podemos ver solo hasta un matiz del rojo y del azul, y que el arquetipo se vincula también a todo el resto, graficado como infrarrojo, por un lado, y ultravioleta, por el otro. Así, la porción de arquetipo que ingresa a la psiquis es la susceptible de representación, pero hay todo un conjunto que quedará por fuera. La astrología parte del mismo supuesto. El psiquismo humano es un factor importante, pero no el núcleo esencial; no se trata del motor inmóvil al que todo el resto debe ser asociado en cuanto epifenómeno. Desde la astrología humanística, también denominada psicológica, muchas veces se incurre en psicologismo, que, en gran parte, deriva de un problema epistemológico. Como nuestro instrumento de conocimiento es la psiquis, solemos deslizarnos hacia la idea de que nada puede haber por fuera de ella. Sin perder de vista eso, resulta evidente que, en el humano, el rol del psiquismo es de alcance superlativo. Y esta corriente de la astrología promueve tomarlo en cuenta en tal dimensión. En este análisis secuencial que se viene proponiendo, puede percibirse un gran salto en este momento. Las etapas anteriores podían describirse más fácilmente con relativa independencia de lo psicológico. Incluyéndolo, claro, como cualquier otro ámbito en el que es perceptible la dinámica zodiacal. Pero ahora, desde Leo, la sensación es inversa: si no se incluye lo psicológico, las consideraciones sobre el signo se alejan mucho de él y pierden potencia connotativa. En la base, esto mismo tiene su correlato en la diferencia entre el humano y el resto de las especies, con relación a la autoconsciencia. El resto de los animales, más estructurados por el nivel instintivo, se individúa de un modo muy colectivo, si cabe la paradoja, mientras que en el humano la mayor autoconsciencia favorece el pasaje energético (libidinal) desde el polo instintivo hacia el polo espiritual del arquetipo. Medianamente satisfechas las metas instintivas con facilidad progresiva (tanto a nivel del individuo como de la especie), se produce un sobrante libidinal, que promueve ese pasaje. El polo espiritual (en ciertos pasajes Jung lo señala como cultural) admite muchas posibilidades, lo que hace de la individuación en el humano un proceso muy complejo. A nivel astrológico, podemos asociar el inicio de dicho proceso a Leo. Este signo aporta al sistema la función diferenciante, tanto en el plano del emerger de un espacio cerrado cuanto en el de la consciencia de ese movimiento. Consciencia de una identidad diferente al resto. Y al hablar de consciencia entramos de lleno en el campo psicológico. Jung describe al yo como el centro del campo de la consciencia. Es también un complejo, como tantos otros, pero el más dotado de energía (en condiciones normales), por lo que constituye el sujeto de la adaptación, tanto al mundo externo como al interno. Es el sujeto de la experiencia. El recorrido del yo, desde su emergencia de un mundo simbiótico hasta una potencial vincularidad orgánica con el todo, implica varias etapas, abordadas, desde Jung, en su noción de proceso de individuación, pero también consideradas ampliamente por todo lenguaje simbólico. Una referencia interesante para reflexionar sobre la formación del yo es el aporte de Lacan, mediante su desarrollo del estadio del espejo, sobre el que luego se ampliará. Pasamos, entonces, de una identidad por pertenencia, en Cáncer, a una identidad por diferencia, en Leo. Precisamente, la diferencia tiene un alto valor desde este signo, por lo que, psicológicamente, se asocia al proceso narcisista, en cuanto saludable, a la autoestima, a la dignidad de ser como se va siendo. Regido por el Sol, este signo conecta con el centro, con lo axial, con la luz, es decir, con la consciencia. También con la generosidad, con la nobleza. Rey/reina son, en virtud de estos sentidos, imágenes arquetípicas primigenias asociadas a Leo. En el reino animal el símbolo es el león, y a nivel corporal, el corazón, cuyas connotaciones nos son tan cercanas que huelga exponerlas.
 
Virgo
 
El yo surge de haber roto el cascarón. Pues bien, ¿dónde está ahora? Es la pregunta que, de algún modo, conduce de Leo a Virgo. Sabemos que está diferenciado y consciente de la diferencia. Ahora, ¿es ese el final, el último estado? Por un lado, suele generarse una ilusión de que se está en la etapa cúlmine, aunque resta mucho todavía. Falta, en principio, que entre en juego el opuesto. Ahora aparece una otredad, un no yo que incluye al yo. Es el momento de percibir el contexto. Hubo una matriz previa al yo, de la cual surgió, pero de la que no fue consciente. En esta etapa, luego de adquirida la autoconsciencia, se da la posibilidad de percibir la matriz y, más aún, de empezar a percibir su lugar (el del yo) dentro de esta. Es decir, comienza en Virgo la percepción sistémica. Se privilegia la mirada de conjuntos organizados. El sistema y su correlato, la función. De ahí que una de las asociaciones centrales para lo virginiano sea la de orden. Para quien privilegia la mirada sistémica, se intensifica la vivencia de que es la salud del conjunto lo que conduce a la salud de las partes integrantes. Y, en esta etapa, la salud del conjunto se asocia directamente al hecho de que cada parte haga lo suyo. En tal sentido, el orden es clave desde este signo, así como el realizar las tareas que un sistema requiere, lo que, en cuanto actitud, es lo que denominamos servicio. Ahora bien, para conocer las tareas que se requieren es preciso conocer bien el sistema: qué hace, cómo funciona, cuál es su objeto… Por lo que es importante la mirada analítica, la capacidad de establecer criterios en función de la empiria (no olvidemos que Virgo es signo de tierra), de verificar la clasificación que se da sobre la base de esos criterios, de corregirlos si es necesario, de disponer categorías eficientes, es decir, necesarias y suficientes. Vemos que tiene mucho que ver con el método científico, pues Virgo integra la tierra (observación empírica, pedido de prueba, verificación) con Mercurio, su regente, que se asocia con las operaciones del pensamiento lógico racional (como vimos en Géminis, su regido “natural”). El método, por lo tanto, será otra cuestión muy asociada a este signo; así también aquello que contribuye al orden, como la higiene, la capacidad crítica y la eficiencia. En la mitología, además de características de Mercurio que se corresponden con Virgo, es fundamental considerar el nombre: virgen. Y, en este sentido, cabe referir a uno de los mitologemas que quizá mejor connoten esta etapa, el de la aceptación por parte de la virgen María, ante el mensaje del arcángel Gabriel: aceptación de que el orden que incluye al yo lo precede y excede. Representa un nivel virginiano muy sutil, producto de una gran alquimia previa. Percibir el sistema en el que uno está incluido es tan complejo como que la parte comprenda al todo. Esta operación es imposible a nivel racional. Requiere del nivel simbólico y, en gran medida, de la función intuición. El todo, desde la astrología, podrá vislumbrarse en Piscis, cuando se cierre el círculo, el mandala. Virgo está en el mismo eje que Piscis, por lo que participa de este movimiento holístico, mas, en esta fase, tiende a primar la mirada terrena, el orden a la medida domésticamente humana. Pero hay una posibilidad de intuir ese orden mayor, macrocósmico. Al respecto, otro indicio lo podemos encontrar en Maister Eckhart, que, en uno de sus sermones, titulado “La virginidad del alma”, dice: Virgen indica alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no era. […] Si yo fuera en tal forma intelectual que todas las imágenes comprendidas desde siempre por todos […] estuvieran en mí […] y, si a pesar de ello, yo no sintiera apego por ninguna de ellas […], si antes bien, estuviera en el ahora, presente, libre y vacío […], entonces, verdaderamente ninguna imagen se me interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era cuando todavía no era. Este estado virginal del alma, en el sermón de Eckhart, es tomado como condición para recibir a Jesucristo (con relación a Lucas 10:38). Desde el lenguaje astrológico podemos asociar a Jesús, en cuanto una de las personas de la divinidad, al orden holístico, al todo, para percibir el cual es necesario ese estado virginal del alma, de la psiquis. En torno al desapego respecto de imágenes, en Leo, como vimos, se da cierta ilusión de momento cúlmine, de meta, toda vez que el ser diferenciado tomó consciencia de ese movimiento, y se constituyó el yo, el ego, que puede sentir protagonismo total sobre la experiencia. En este momento, desde lo psicológico, puede generarse un apego al yo, a las imágenes que constituyen el núcleo egoico. Este proceso fue percibido por Jung, y tomado como uno de los grandes riesgos de estancamiento del proceso de individuación, por lo que no cesó de enfatizar en la necesidad de independizarse de las imágenes, desde las más personales a las más colectivas (arquetípicas). En definitiva, se espera entonces un movimiento hacia el desapego, que precisamente es cualidad del opuesto complementario de Leo, Acuario. Pero el movimiento comienza en Virgo, con el vacío que bien señala Eckhart, y que permitirá empezar a comprender el contexto, el orden macro. En tal sentido, este signo (una nueva retracción) se vincula a la introspección, a la latencia, al trabajo en lo que no se visibiliza, a un gran contacto con el mundo interno, que también puede asociarse al inicio del proceso terapéutico que acompaña una crisis. En el cuerpo, se lo asocia al intestino delgado, dada su función de análisis fino al servicio del sistema.
 
Libra
 
En este recorrido mandálico, el grado cero de Libra marca el instante exacto de la mitad, lo cual ya nos da un indicio sobre este signo. Como también el hecho de que ese punto es el primero, en lo que llevamos de la construcción del círculo (que, por ahora, a nivel secuencia, forma un semicírculo), que permite una oposición (al grado cero de Aries). En otros términos, se inaugura la otredad. Otro indicio lo da la imagen que representa al signo y le da nombre: la balanza. Ahora bien, retomando, hemos pasado de la percepción del individuo (diferenciado de una matriz de pertenencia) a la del sistema que lo incluye. Comenzamos a percibir sistema, lo cual no cesará hasta el final del zodíaco. Se irán agregando, signo tras signo de este segundo hemiciclo, percepciones sobre los distintos aspectos del sistema. ¿Qué aportará Libra, entonces? Los indicios señalados más arriba ya nos dan una pauta. Se inaugura aquí la percepción de oposición, que da cuenta de uno de los principios de circulación de energía: la bipolaridad. Libra pone el énfasis en la percepción de una de las características de las relaciones interiores de un sistema, a saber, que, dado un punto, habrá un punto opuesto, con el que está en relación complementaria. La complementariedad es precisamente una cualidad central en este signo. Psicológicamente alude a la otredad y al primer vínculo con ella. La disposición a registrar complementos y a complementar-se es característica libriana. Desde el punto de vista vincular, los individuos (Leo) ahora comienzan a entrar en relación, de modo tal que una de las formas que toma esta fase de la energía es la pareja, la atracción de opuestos. Al respecto podemos ver la regencia de Venus, diosa del amor. Principio vinculante de opuestos, que Jung abordó profundamente, resultando en sus conceptos de ánima y ánimus (sicigia), que se desarrollarán más adelante. Libra, entonces, destaca la percepción de la danza de opuestos. Tal relación se profundizará, y mostrará luego (en Escorpio) otros aspectos de la otredad. Mas ahora se resalta dicha complementariedad, por ende, el acuerdo, la armonía y el equilibrio, que suelen derivar en características como la amabilidad, el registro del otro, el sentido estético, el sentido de justicia. En consecuencia, ámbitos que podemos ver muy atravesados por este signo, además de la pareja, son la diplomacia, el arte, la contemplación. Libra prioriza el equilibrio, procurando movimientos tendientes a no perderlo o a restablecerlo. Por ende, serán movimientos que eviten brusquedades (habrá sutileza, elegancia), contemplando la situación detenidamente, reflexionando (aquí puede notarse la diferencia complementaria con Aries, su opuesto). El aire, desde la modalidad libriana, se expresa en la comprensión mediante conceptos. Complementando la intervención espontánea sobre el mundo que realiza su opuesto (Aries), Libra interviene desde el contemplar y conceptualizar acerca de lo percibido. Podemos experimentar un aspecto libriano en la lectura de este apartado sobre signos. Puede hacerse el ejercicio de leer un signo y, a continuación, su opuesto. Y, en la contemplación de ambos, percibir el vínculo complementario, reflexionar sobre las posibilidades de polarización y de integración progresiva hasta una alquimia, que resulta en lo orgánico, lo fluyente. A nivel corporal, la participación central de los riñones en la homeostasis ha promovido la asociación con este signo.
 
Escorpio
 
Podemos acceder a esta octava etapa de la energía desde varios lugares, como se ha mostrado en transiciones anteriores. Desde la oposición complementaria con Tauro, la relación con el agua anterior (Cáncer), o bien la reflexión sobre la derivación desde el signo anterior. Comenzaremos desde tal consideración, haciendo foco en la transición de Libra a Escorpio. Veíamos cómo Virgo inaugura la percepción sistémica, así como Libra, en una profundización de esa mirada, aporta la primera consideración de los opuestos. En esta línea, podemos ver a Escorpio como la etapa en que la percepción de los opuestos se profundiza. Profundización es, precisamente, una palabra muy asociada a Escorpio, en cuanto movimiento hacia el trasfondo, hacia lo que, en principio, no se percibe, pero que sostiene de algún modo lo que se nos muestra. Un ejemplo biológico de esto es la cadena alimentaria, de la que generalmente percibimos seres vivos, pero no la muerte necesaria a esa vitalidad. Este es, pues, el momento en que el prisma destaca ese proceso, de profunda transformación. ¿Cómo proviene de Libra? Esta pregunta, si queda en solitario, desnuda nuestra tendencia a un modelo causal que excluye al sincronístico. De modo que, en principio, vale reiterar que, desde la astrología, cuando está Libra, también está el resto. Por ende, Escorpio ya estaba allí, en el paisaje armónico, como trasfondo de muertes y liberaciones de energía que vitalizan lo más visible. En el nivel secuencial, podemos considerar que el vínculo con la otredad, iniciado en Libra, conduce (más tarde o más temprano) a una muerte, a una transformación, a una transición de una forma a otra. Los principios de la lógica mandálica, como hemos observado, intentan dar cuenta de la relación de la parte con el todo, con el que se comporta de modo fractal, es decir, replicando esa materia prima y esa particular disposición. La percepción fractal (microcosmos = macrocosmos) implica un recorrido según el cual la parte se vincula orgánicamente al todo. Las etapas de ese recorrido son las que venimos desandando aquí. Vimos cómo en Cáncer era necesario excluir elementos para preservar al ser en pleno desarrollo inicial. Ese microcosmos, vulnerable entonces, requirió de una distancia respecto de una porción de macrocosmos, para continuar su ciclo vital. Ahora bien, para fractalizar mejor al macrocosmos, en algún momento deberá acortarse la distancia con dicha porción, a la que, en principio, conocemos como alteridad, otredad. En Libra comienza un registro y contacto inicial con esa otredad, cuyas diferencias, en virtud de la actitud de concordia, tenderán a soslayarse o a percibirse parcialmente. En lo psicológico, aparecerán interpretadas como partes a armonizar, por lo que la tendencia general es a bajar el potencial conflictivo de las diferencias, la potencia de herir al yo, de acercarnos a la muerte. En Escorpio, la integración de lo otrora excluido (en Cáncer) se percibe como altamente necesaria. Por eso, lejos de evitar conflictos, este es el momento en el que tienen lugar. Este signo posibilita el dejarse atravesar por el conflicto, comprendido como la herida de muerte del yo, al que le deparan dos caminos: acompañar esa muerte, en una operación que lo acerca más al Yo; o evitar el proceso, lo que suele derivar en patología. En ambos casos hay padecimiento (pathos), más en el primero se corresponde con un saludable proceso de duelo, mientras que, en el segundo, con una defensa neurótica del ego. Conflicto remite a choque de dos tendencias. Para Jung, este es uno de los factores principales en la génesis de neurosis. Ahora bien, a nivel psicológico, para que exista franco choque, es necesario que una de las tendencias se haya erigido a modo de bastión. Y es lo que se asocia a la sobreidentificación, tal como vimos al inicio (al desarrollar la pregunta terapéutica junguiana, enunciada en su texto “La función transcendente”). Si el vínculo con una determinada tendencia es de una identificación permeable, flexible, la relación del yo con la tendencia opuesta puede ser dialógica, lo que deriva en ampliación psíquica. El microcosmos se acerca al macrocosmos. La sobreidentificación, en cambio, restringe al yo y produce una sombra proporcional. Desde lo psicológico, Escorpio aporta la capacidad de afrontamiento del conflicto de una manera que derive en transformación profunda, en ampliación psíquica. Para esto, opera mediante la integración de la sombra, que, a su vez, deriva de la aceptación de rigideces yoicas que nos constituyen y del dolor (duelo) por la partida de tales lugares, que proporcionaban ilusión de seguridad, pero a costos cada vez mayores. Debido a estos, a partir de cierto punto, el conflicto es insostenible. Por lo dicho, se evidencia que el movimiento escorpiano es directamente asociable al proceso psicoterapéutico. A la curación, y al/la curador/a como imagen arquetípica primigenia. En la mitología, un representante siempre vinculado a esta energía es Quirón, el herido-sanador, cuya forma (además de su maestría) muestra su contacto con el signo siguiente. Es un proceso doloroso porque nos enfrenta a aquello que excluimos bajo la ilusión de seguridad. Las exclusiones (momento canceriano), como vimos, pueden ser respecto a amenazas reales o neuróticas. Estas últimas generan esa ilusión, destinada orgánicamente a caer, en virtud de la completud. Esta caída tiene lugar precisamente en Escorpio, signo regido por Plutón, planeta al que casi no le llega la luz y que lleva el nombre del dios del inframundo. Asimismo, ciertos cánones sociales contribuyen a la rigidez, que deriva en mayor posibilidad de neurosis. Uno de ellos es el relativo a la ética del “chivo expiatorio”, desde la que se tiende a percibir lo propio como lo bueno y deseable, y lo que a esto se opone tiende a percibirse como proveniente de fuera. Este tema es desarrollado ampliamente por el discípulo de Jung, Erich Neumann. La función que aporta Escorpio al sistema, asociada a la muerte que da vida, deriva en cualidades como capacidad de entrar en crisis, de saberse en crisis, de acompañarse y acompañar en el dolor, en el duelo. También la investigación, la profundización, la confrontación con lo tabú, la exposición de lo negado. De ahí que sexualidad, poder, muerte sean tópicos representativos de este signo. La relación corporal se da con los órganos genitales, participantes directos en el proceso de fusión que deriva en transformación profunda. Dos formas, en intercambio energético, dan lugar a otra, que, derivando de ambas, no es ninguna de ellas. Esa circulación energética, como transferencia de energía de una forma a otra, es una dinámica preeminentemente escorpiana.
 
Sagitario
 
El último fuego del ciclo aporta un nuevo nacimiento. Si en Aries nace el ser, partiendo de una instancia de indiferenciación, y en Leo, la autoconsciencia, desde una simbiosis, ¿qué emergerá, ahora, desde el conflicto/fusión? En el plano biológico surge el/la hijo/a, en cuanto producto de una alquimia, como síntesis de dos tendencias que transfieren, cada una, una porción para que, fusión mediante, tenga lugar un proceso de transformación profunda que da lugar al nuevo organismo, integrador de dos polos. A nivel psicológico surge el símbolo, que constituye el resultado de un proceso en el que dos tendencias contrapuestas terminan alquimizadas, integradas. Sagitario, entonces, representa ese momento de integración, de síntesis, de símbolo, que etimológicamente alude a “reunir para ir hacia delante”. Este signo aporta la percepción de la integración de las tendencias en conflicto, operación por la cual el conflicto cesa y las dos partes que chocaban, ahora colaboran (o se percibe la colaboración) para algo. Es decir, se devela un sentido, producto de la integración de partes, incluso pertenecientes a distintos órdenes, como lo connota el centauro (la criatura que da nombre al signo), que integra lo animal, lo humano y lo divino (representado por la flecha). El carácter omniabarcador del centauro como símbolo, nos vincula con el modo en que Sagitario devela sentido: por inclusión. Por eso se asocia este signo a “viajes largos”, en alusión a la ampliación perceptual derivada de ellos. Percibir el contexto en que un elemento tiene lugar permite comprender más a ese elemento que si se lo percibe por separado. El conjunto, sistema, funciona de acuerdo con cierta dinámica, que, al percibirse, permite ampliar el sentido. Y este aumenta en la medida en que se percibe el contexto del contexto, y así sucesivamente. Por ello, una de las imágenes arquetípicas centrales aquí es la del maestro. La percepción de sentido permite, como se dijo, la salida del conflicto. Las partes ya no se perciben en eterna batalla, sino que se comprende desde dónde derivan, lo que genera una sensación de revitalización. La energía antes involucrada en el conflicto, junto a la sensación de frustración como correlato, ahora pasa a una circulación fluida, que redunda en estados de abundancia, alegría, optimismo, fe y celebración. Cuestiones vinculadas también al dios que da nombre al planeta regente, Júpiter (etimológicamente ‘el padre de la luz’), tomado antiguamente como “el gran benéfico”. En el plano corporal, Sagitario se asocia a los muslos, dada su gran función motora: como el símbolo, motivan, motorizan, mueven hacia delante.
 
Capricornio
 
En la tercera fase (Géminis) el sistema adquirió vincularidad inicial. Luego, en Cáncer, se generó un espacio cerrado, continente de unos pocos elementos, lo que dio lugar a relaciones más profundas. Esa profundidad vincular dio lugar a la forma y, desde Cáncer en adelante, asistimos al proceso de complejización de esta. En Capricornio (opuesto complementario de Cáncer), esa forma inicial deviene en forma final. Se transitó ya el momento de la diferenciación de la matriz canceriana, el de la percepción sistémica, el de la bipolaridad como uno de los fundamentos del sistema, el de la transferencia energética (transformación) como sostén de lo vital, y el de la percepción de contextos macro, que permite develar sentido, tanto a nivel racional como intuitivo. Desde el punto de vista psicológico, resumiendo, tenemos el pasaje de la simbiosis materno-filial bajo dominio inconsciente, a la progresiva diferenciación y adquisición de consciencia, cuyo centro, el yo, se constituye. Luego, a la relativización del yo, que se comienza a percibir en contexto, en el que tenderá después a complementarse. Y los complementos traerán al yo aquellos elementos que se excluyeron cuando se constituyó; ahora, duelo mediante, podrá integrar la sombra. De este modo, si se da un nivel de integración, es a través de una ampliación perceptual y síntesis vital, lo que se corresponde con motivación. Se ha develado un nuevo sentido. Este sentido, que en Sagitario se presenta desplegado (encarnado en el abundante mundo), responde también a algo. El correlato lógico de todo lo desplegado es lo implícito, como estructura informada por leyes, cuyo cumplimiento constituye el despliegue. Capricornio representa, entonces, el momento en que se percibe, se considera, la ley estructural. Lo podemos asociar a un momento en el que, luego de conocer completamente el fenotipo, con estructuras moleculares, funciones, interrelaciones de todo tipo, etc., nos encontramos con el genotipo: el dispositivo que transmite la ley según la cual todo lo fenotípico, todo lo fenomenológico, se desarrolla y vincula. La ley alude a lo invariable. Es producto de tantas repeticiones, de un proceso que transitó etapas de inestabilidad y que, en su “ciclado” y reciclado, generó aspectos constantes. Ciclos, repeticiones. En definitiva: tiempo, Cronos. En la mitología romana esta dimensión se asocia a Saturno, regente de Capricornio. El tiempo genera/muestra la ley. Y este signo aporta esta función. Así, desde Capricornio no solo se percibe el orden legal, cíclico, de tiempo cualitativo, que atraviesa todo fenómeno, sino que se promueve el acercamiento progresivo, desde la forma inicial hacia la final, en la que concluye el despliegue de la ley. Momento en el que se da la perfección (per: ‘por completo’; facere: ‘hacer’). Así, la montaña se presenta como uno de los fenómenos que muestra este signo: en su composición casi inmutable, en el tiempo y proceso hasta constituirse. Para llegar a la cima, también se requiere proceso, tiempo y perseverancia. Cualidades que observamos en la cabra, animal representante de esta etapa de la energía. Desde lo psicológico, este momento se corresponde con la función paterna, y una de las imágenes centrales aquí es, justamente la del padre (así como el opuesto, Cáncer, tiene que ver con la función materna). En cuanto arquetípico, es el rol que contribuye con el mostrar la ley, mostrándose al mismo tiempo atravesado por esta (cuestión tan desarrollada en Lacan, a propósito del significante Nombre-del-Padre). Así, también podemos ver a Capricornio en la figura del/la guía. Y, en el cuerpo, en aquello en que predomina la función de estructura, como el sistema óseo. Desde lo junguiano, se vincula al concepto de arquetipo, en cuanto estructura constante que determina formas. Por lo dicho, podemos asociar, también, este signo a otras características, como la capacidad de planificar, y de llevar a cabo cada etapa de la planificación con perseverancia y responsabilidad, con un quehacer que se acerque a lo óptimo. También hay en Capricornio destreza en el ámbito social, en cuanto entramado regulado por leyes.
 
Acuario
 
El análisis secuencial que estamos desarrollando puede encontrar argumentación en varios aspectos, como se viene percibiendo, y muchas veces habrá cierta tensión según qué criterio se utilice. Además del hecho (resaltado en varias ocasiones para no perderlo de vista) de la simultaneidad permanente que acompaña al modelo secuencial, que, como buen modelo, no puede pasar de mera representación. Esta representación se tensa al máximo en Acuario, dado que venimos utilizando principalmente la categoría tiempo, y este signo se asocia, entre otras cosas, a lo atemporal. Alude más bien a la otra categoría mencionada, la de simultaneidad, que, en el pensamiento junguiano, se asocia a sincronicidad. La sincronicidad se postula como una red de conexiones acausales. No porque no se pueda identificar una cadena causal, sino porque lo percibido centralmente va más allá de ella. Entra aquí el criterio fundamental de todo fenómeno sincronístico (percepción de sincronicidad por parte de un sujeto, mediante una vivencia de coincidencia significativa): el efecto de sentido. Las estrellas, como cualquier elemento, pueden ser percibidas causalmente, desde su gestación hasta su posición actual. Luego, la percepción global de un grupo particular de ellas puede recordarnos una figura particular, en lo repentino, en el golpe de vista. Esa figura tendrá pregnancia para nosotros, un sentido, independientemente de la cadena causal. De este modo, la constelación es un fenómeno acuariano, como toda red en general, donde la vincularidad se da por afinidad y no por pertenencia (como en Cáncer). También se asocia a Acuario lo repentino, lo “sin tiempo”. Desde estas consideraciones preliminares, veamos ahora por qué no termina el proceso en Capricornio, instancia donde concluye la forma. Camino hacia un nuevo Aries, y así sucesivamente, en el reciclado perenne, podemos encontrar dos procesos más, necesarios para que se complete la rueda. La perfección o forma final, para dar paso a lo nuevo, requiere de una disolución (Piscis) y esta, a su vez, de una liberación. Es decir, el nivel de la forma, en cuanto “energía en un continente”, es ahora trascendido. Usando la misma metáfora, la energía en esta etapa es liberada. O, de otra manera, se percibe la libertad total en la dinámica de lo vital. Tal libertad, más allá de las formas, aporta al sistema un aspecto fundamental: la creatividad. La entropía, estudiada por Jung para postular la libido, se vincula a la sucesión de estados en tendencia a una estabilidad. En esta exposición, podemos asociar la entropía a Capricornio, como proceso en que lo perfectible llega a la perfección y, también, lo perfecto se logra con cada vez menos trabajo. Esto, ad infinítum, iría hacia la inercia. Acuario ingresa en este proceso promoviendo caos. La citada liberación energética posibilita la percepción por fuera de las formas, lo que tomará en principio un matiz caótico, que permitirá cualquier tipo de recombinación, hacia lo infinito. Así, este signo se asocia centralmente a la creatividad reticular. Y la infinitud que resuena en esta etapa, puede vincularse a lo infinito del cielo y al dios del cielo, del que provienen todas las cosas y que da nombre al planeta regente de Acuario: Urano. Lo repentino, el caos, aquello tan novedoso que no es referenciable son cuestiones asociadas a Acuario. De ahí que una de las imágenes primigenias desde lo arquetípico sea la del/la loco/a. Otra cualidad psicológica central aquí es el desapego, como correlato de la libertad, que se suma a la creatividad, a la afinidad con lo nuevo. A nivel del cuerpo, se suelen asociar las pantorrillas a este signo, dada su participación en el salto.
 
Piscis
 
En Capricornio la energía alcanzó la forma final y, en Acuario, un primer nivel de trascendencia de la forma, expresada como energía libre, capaz de recombinarse infinitamente. En Acuario se percibe la altísima potencia combinatoria/creativa de las partes, en las múltiples redes en las que participan. Llegará, pues, una instancia en la que, tras ese proceso, las partes “vuelvan” al todo. Esa es la instancia pisciana. Cada parte, como fractal del todo, está compuesta de la misma materia prima que este. Las combinaciones son diferentes y tienden al infinito. Piscis representa la etapa en la que prima la percepción de eso común entre las partes y que, al mismo tiempo, las hace afines al todo. Este signo, entonces, aporta al sistema la sensibilidad a la conexión con el todo. Desde el modelo junguiano del aparato psíquico, es dable asociar a Piscis con el inconsciente colectivo, la instancia holística que contiene, en estado implícito, indiferenciado, a todas las cosas, al mundo creado. Muchas veces Jung comparó al inconsciente colectivo con el mar, con el océano inmenso en el que, cual isla o embarcación, se encuentra emergiendo nuestra consciencia actual. El simbolismo del agua como matriz inicial atraviesa todas las culturas;86 de ahí su relación con lo inconsciente, como estado de indiferenciación. Neptuno, precisamente, el dios de las aguas, da nombre al planeta regente de Piscis, así como el habitante dilecto de ese medio, el pez, es el que da nombre y representación animal al signo. La comunión pisciana, la percepción de lo común, se asocia a la cualidad de la empatía, a la capacidad de comprensión de lo otro, que, desde este signo, en rigor, ya no es tal. Con Piscis se cierra el ciclo, la rueda se completa, generándose una Gestalt (asociada a “buena forma”). Se percibe la totalidad orgánica. Los principios formativos (arquetipos) se corresponden con Capricornio, que aporta la mirada cualitativa de lo temporal, por la cual pueden percibirse ciclos, ritmos. En Piscis, desde la conexión con el arquetipo Uno (pleroma), la percepción se abre a lo musical. De ciclos y ritmos se trasciende al efecto gestáltico, a ese plus que genera la suma de las partes. Así, en esta etapa final de la alquimia, la integración de las partes llega a su máximo acercamiento al todo, con efectos que suelen describirse como fluidez, que muchas veces podemos vivenciar, aunque sea en parte, mediante el contacto con la música. El/la músico/a es una de las imágenes arquetípicas centrales en Piscis. También los roles sociales vinculados a la conexión con imágenes colectivas y su transmisión, lo cual encontramos, en general, en el/la artista. La capacidad de empatía, a nivel superlativo, da lugar a la imagen arquetípica del/la médium. La asociación con los pies suele encontrarse argumentada por la función de contacto con la Tierra; por ende, es la parte que conecta con el todo. También por su representación de todo el sistema, lo que se conoce a través, por ejemplo, de la reflexología. Decíamos, entonces, que Acuario representa un primer nivel de trascendencia de la forma. En Piscis se avanza un nivel más hacia la disolución en estado de indiferenciación, religión o re-ligazón, del que emergerá un nuevo ciclo, mediante un movimiento que requerirá de mucha potencia (Aries), y así sucesivamente.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 72
 
 
La astrología contempla la unicidad de cada ser. Alude al hecho de que, en nuestra constitución, compartimos las materias primas con el resto, con el todo, pero que, al mismo tiempo, somos expresión de una mezcla única, la cual, además de participar de una alquimia particular, está sujeta al despliegue en el tiempo, a las etapas que, del mismo modo, allende su faz estructural, cada uno transita de una manera singular.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 104
 
 
Una de las primeras hipótesis con las que podemos trabajar es la de suponer que el padecimiento es indicador de sombra. En ese sentido, cuanto mayor sea el conjunto de padeceres relativos a un arquetipo, y mayor la recurrencia y el atravesamiento histórico, mayor fuerza de probabilidad tendrá nuestra hipótesis. Necesitamos ahora (en camino a la religazón) una percepción holística. Para ello, visualizamos el padecimiento dentro del sistema, del mandala.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 106
 
 
EJEMPLIFICACIÓN DE UN PADECIMIENTO:
 
ARIES EN SOMBRA
 
Son diversos los aspectos en los que podemos encontrar a este arquetipo en sombra: Autopercepción de ser “todo paz y amor”, pero siempre “me agreden”. Accidentes, choques. Golpearse frecuentemente, sobre todo la cabeza. Quemarse. Sensación de que todo va demasiado rápido, que desde el afuera se propone una velocidad muy lejana a aquella a la que uno va. Evitación o huida permanente de situaciones de conflicto, mientras se ven llegar cada vez más ese tipo de eventualidades a la propia vida. Vivencia frecuente de avasallamiento. Irritabilidad ante el egoísmo ajeno. La persona en esta situación suele decir “Fulano hace lo que quiere” con tono de denuncia grave. Dificultad (con padecimiento) para iniciar, independizarse, conectar con el propio deseo, imponerse. En la promoción de una religazón, la pregunta directriz acerca del padecimiento es sobre el arquetipo al que alude. En el ejemplo vemos que el conjunto de padeceres se corresponde con Aries.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 105
 
 
En el trabajo con la sombra, las expresiones que surgen en principio tienen, por lógica, un grado importante de polarización. A veces, extremo. La astrología permite asociar el contenido de la sombra con un arquetipo (en este caso, llamado signo), y disponerlo en su estructura natural, el mandala, con lo cual podemos ver, en primer término, el opuesto complementario. Desde allí se facilita observar el tema de conflicto detrás de cada sombra. Se trata de un tema central que, en cada bipolaridad, actúa como problema. Y cada polo expresa una solución neurótica para dicho problema. Desde un lado, rechazo, negación y proyección; desde el otro, se actúa como en la etapa anterior a la de la permanencia del objeto, descrita por Piaget. En ambos casos hay una carencia en la apropiación de contenidos que constituyen al sujeto, los que debería expresar desde sí. En un polo (sobreidentificación) tendremos, entonces, las características correspondientes al/la portador/a de la sombra. Y en el otro (sombra) las correspondientes a quienes le harán de pantalla de proyección, mostrando el otro extremo desde una expresión distorsionada. Es decir, se trata (en general) de sujetos que no solo expresan la cualidad en sombra, sino que la expresan en los niveles más densos (sin integración) y, además, de manera permanente (en el fondo están tan inseguros y dependientes de esa cualidad que necesitan reeditarla a cada momento para sentir que está presente y calmar de ese modo a un ego sobreidentificado). Veamos, entonces, cómo funciona esto, mediante una tabla con las seis bipolaridades, para facilitar la relación. La tabla (desarrollada más adelante, en el capítulo 7) puede leerse desde cualquiera de los extremos. Por ejemplo, desde “Polarización en Aries”, para trabajar Libra en sombra. Y, viceversa, si iniciamos desde “Polarización en Libra”, estaremos trabajando Aries en sombra. Las características que solemos expresar se encuentran en el extremo desde el que partimos y las que generan irritabilidad las encontraremos en el extremo opuesto. Veamos una bipolaridad como ejemplo:
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 119
 
 
Aries en sombra
Características que se mencionan como irritables: avasallamiento, agresión, violencia, egoísmo excesivo, autorreferencia. Posición que se suele tomar: condescendencia, hipocresía, indefinición, debilidad, indefensión, falta de iniciativa. Tema central: relación impulso-otredad. Dificultad: registro del deseo propio y acción hacia su satisfacción.
 
Libra en sombra
Características que se mencionan como irritables: condescendencia, hipocresía, indefinición, debilidad, indefensión, falta de iniciativa. Posición que se suele tomar: avasallamiento, agresión, violencia, egoísmo excesivo, autorreferencia. Tema central: relación impulso-otredad. Dificultad: registro profundo del otro, con el respeto correspondiente.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 120
 
 
La sombra, como se dijo, puede encontrarse, desde el mandala zodiacal, en el signo diametralmente opuesto, pero también en otros, que pueden ejercer resistencia (un tipo de oposición no diametral) si la psiquis se ha polarizado hacia ellos. En tal sentido, la tabla anterior, elaborada sobre la base de oposiciones diametrales, no agota la sombra. Así, podemos encontrar, por ejemplo, que Tauro en sombra nos remite a la citada polarización en Escorpio, pero también podemos observar que la posición usual (sobreidentificación) se asocia a un despilfarro y carencia material que, si bien pueden relacionarse con lo infértil, como temática de Tauro-Escorpio, también pueden provenir de otros espacios, como Piscis, que en polarización tiende a diluir. En este caso, Tauro sigue representando lo sombrío, mientras que la sobreidentificación no cae en el signo diametralmente opuesto. Con lo que se reafirma que la resistencia a integrar la sombra, si bien estará principalmente en el opuesto, puede encontrarse representada por cualquier espacio zodiacal. Otro ejemplo común, en la misma línea, se vincula a personas sobreidentificadas con cualidades como la autovictimización y negación del propio poder, las cuales implican Escorpio en sombra, sin responder necesariamente al opuesto (Tauro).
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 122
 
 
Al tratarse precisamente de binomios, los temas implicarán siempre una alquimia, una relación susceptible de evolución desde lo inconexo hacia lo integrado, correspondientes a frustración y fluidez, respectivamente. Los temas centrales representan el trasfondo existencial del humano. Las perennes preguntas filosóficas, que, si no se enuncian y trabajan, seguirán produciendo síntomas. Jung, entre otros, relacionó neurosis con conflicto. Los grandes temas filosóficos son los irreductibles de la dinámica conflictiva humana. Al no haber una verdad a la que arribar, solo nos queda el juego alquímico: intentar las “mil variantes”, flexibilizar la psiquis para asumir distintas posibles respuestas ante lo mismo. En ese trabajo, los distintos cambios de posición implican respuestas diferentes a aquellas que provocaban neurosis. La pregunta siempre permanecerá. Cerrarla con alguna respuesta definitiva requiere de una polarización. Habilitar la reflexión permanente promueve integración, interna y con el contexto.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 123
 
 
Aries-Libra: relación impulso-otredad
 
La paradoja de que los seres humanos somos, a la vez, iguales y diferentes, presenta tensiones que, astrológicamente, responden a esta bipolaridad. Esas tensiones suelen traducirse en padecimientos por perder afectos, algo que suelen mencionar quienes, sobreidentificados con el polo ariano, han ejercido algún tipo de avasallamiento que condujo al otro a tomar distancia. O, a la inversa, suelen generar frustración por represión. La pareja es quizá el ámbito en el que mejor se pone de manifiesto este binomio, pero no el único. Se requiere de una buena expresión de ambos signos para una convivencia saludable. Y, por supuesto, que ambos polos se alquimicen en los integrantes de la pareja para evitar que uno de estos polos esté proyectado en el otro.
 
Tauro-Escorpio: relación vida-muerte
 
En esta dupla se interpela nuestra mirada sobre la vida, la muerte y su vínculo. De modo que cuestiones como el miedo a la muerte, fobias, ataques de pánico serán comunes cuando esta bipolaridad esté en juego, como también la resistencia al cambio, la dificultad para los duelos, la acumulación. ¿Qué somos? ¿Hay sucesión de vidas? ¿Existe la reencarnación? ¿La muerte corporal es el final? ¿O hay una esencia que trasciende? Sobre esta cuestión es tanta la información dogmática que hemos recibido a nivel colectivo que resulta muy difícil conectar con una respuesta más bien propia. Pero es esa la tarea que puede conducir a posicionamientos diferentes a los que están promoviendo padecimientos neuróticos.
 
Géminis-Sagitario: relación aprendizaje-sentido vital
 
“A mí me irrita el ‘maestro ciruela’”, se suele oír en terapia, en el proceso de detección de la sombra. El “sabelotodo” suele molestar a nivel general, pero, cuando irrita de cierto modo, anuncia algo que probablemente esté en sombra. El temor a la docencia (que el sujeto desea ejercer), en cuanto aspecto sagitariano en sombra, puede encontrar al opuesto en la sobreidentificación con el otro extremo (abrir cada vez más, seguir haciendo cursos, y postergar la función docente, sintetizadora, transmisora). En el otro polo tenemos, por ejemplo, a aquel/aquella que, ejerciendo la docencia, se irrita ante ciertas preguntas, no cuestiona lo que transmite, no puede decir “No sé”. ¿Cómo aprendemos? ¿Qué aprendemos? ¿Es el aprendizaje un aspecto esencial?; es decir, ¿vinimos a aprender? En tal caso, ¿qué? ¿Nos conduce el aprendizaje a un sentido de la vida? ¿Cómo? ¿Qué es ese sentido? Otro de los grandes temas filosóficos, que puede derivar tanto en lo epistemológico como en lo religioso; cuanto más completamente abordemos este arco, mayor será la posibilidad de alquimia.
 
Cáncer-Capricornio: relación afecto-autoconocimiento (ley)
 
Las cuatro funciones psíquicas postuladas por Jung se dividen en racionales e irracionales, correspondiendo al primer grupo el sentimiento y el pensamiento. Dentro de cada par, el uso de una función requiere de la inhibición de la otra. Sentimiento y pensamiento operan racionalmente, pero tomando en cuenta distintos aspectos. Una función considerará la situación en términos de agradable-desagradable y bueno-malo (a nivel subjetivo), mientras que la otra lo hará desde operaciones lógico-matemáticas. Aquí tenemos otra de las grandes controversias que nutren el nudo del grueso del género novelesco y dramático. Por ejemplo, en El mercader de Venecia, Shakespeare ilustra profundamente este dilema. Hay aspectos en que se impone con obviedad el uso de funciones vinculadas a lo afectivo, mientras que otros reclaman las asociadas a leyes objetivas. Y muchos demandan una colaboración. Esta alquimia no resultará fácil si se está posicionado en un polo. Desde un extremo oímos, por ejemplo, que el autoritarismo y las personas excesivamente responsables generan irritación. Del otro lado, también las personas hiperresponsables se sienten irritadas ante quienes cambian de estado emocional a cada rato. Ya dijimos que la sombra, como polo, se presentará de esa manera. La alquimia aquí lleva a la cuestión del autoconocimiento profundo, a una ley propia que responde tanto a factores matemáticos como afectivos. Lleva también a reflexionar vivencialmente sobre cuánto autoconocimiento promueve el hecho de cuidar.
 
Leo-Acuario: relación yo-desconocido
 
Mientras Leo aporta identidad, consciencia de ser aproximadamente el mismo sujeto de la experiencia a lo largo de la vida, Acuario interpela esa identidad, en uno mismo y en todo. Bajo la premisa de que todo lo que es puede no serlo, aporta un cuestionamiento y creatividad tales que conducen a esa identidad a una flexibilidad cada vez mayor. En otras bipolaridades el yo se relaciona con una otredad de la que algo se conoce o puede asumirse. Aquí aparece lo totalmente desconocido. Supone un desafío, dado que afrontamos lo desconocido siempre desde alguna base, que, al mismo tiempo que nos permite conocer, puede funcionar como filtro distorsionante de eso nuevo. Uno de los procesos de trasfondo aquí es el de la estimación. ¿Cómo nos estimamos y estimamos la otredad? ¿De qué maneras? Así, suele aparecer una comparación excesiva, al mismo tiempo que una desvalorización o valoración excesiva, como aspectos conflictivos. O bien la sensación de caos permanente. Aspectos que, en alquimia, suelen derivar en dicha flexibilidad yoica, con mucha libertad y sin deterioro del proceso identitario (el cual, si se produce, puede implicar un proceso psicótico).
 
Virgo-Piscis: relación signo-símbolo
 
La mentira, que en general suele causar molestia, en casos con sobreidentificación virginiana, genera una irritabilidad marcada, así como, desde una sobreidentificación con Piscis, suelen causar enfado intenso las personas puntillosas en el orden, metódicas, hiperracionales. El problema que suele darse aquí es el del literalismo versus la metáfora. Quien se irrita ante la mentira suele tener de fondo la creencia de Una Verdad; por lo tanto, no solo se distancia de la mentira, sino que, en el mismo movimiento, se aleja de todo tropo, de la posibilidad de relativizar, de su propia capacidad imaginativa. En el otro polo, el rechazo del orden suele ir acompañado de la creencia en que “todo da igual”. Una especie de nihilismo que muchas veces deriva en abulia, en desmotivación. Nuevamente dos extremos a alquimizar, dos creencias profundas a cuestionar, a disolver, para que sus partes liberadas puedan integrarse. Una expresión saludable de esta alquimia suele ser la mirada simbólica, que permite tomar el aspecto más tangible del mundo como materia prima para la imaginación, en sentido poético, como lo narra Bachelard: Los psicólogos, en su ebriedad de realismo, insisten demasiado en el carácter de evasión que tienen nuestras ensoñaciones. No siempre reconocen que la ensoñación teje en torno al soñador dulces lazos, que es una argamasa, que, en resumen, en toda la fuerza del término, la ensoñación “poetiza” al soñador.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 125
 
 
En el plano de la transmisión de este lenguaje, las imágenes arquetípicas tienen un lugar central. La relación con ellas permite abrir la percepción a la energía a la que le confieren representación. Sentir, percibir Aries al ver un guerrero embravecido, a la vez que saber que Aries es más que eso, es una de las dinámicas que, en colaboración con otras, conducen a la psiquis a la comprensión profunda de la astrología y, en general, de todo lenguaje simbólico.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 128
 
 
El cine (como otros formatos audiovisuales y el arte en general) permite, con gran intensidad, identificarnos, pelearnos, rechazar, amigarnos, asombrarnos, disfrutar, sufrir, en definitiva, relacionarnos con imágenes arquetípicas, es decir, con partes de lo que también somos además de la diaria máscara, o sea, de la persona.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 128
 
 
Quien se adentra en la astrología percibe una cohesión sólida en cada uno de los doce arquetipos del Zodíaco. Ingresar a un signo es ingresar a un campo con una pregnancia específica, con una tonalidad, que es sincronística a diversas formas. Captar y comprender diferencialmente cada arquetipo zodiacal es un paso vital en el entrenamiento astrológico, que permitirá luego una mirada más amplia de las distintas y variadas combinaciones en las que lo zodiacal se presenta en planos más concretos.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 133
 
 
En estos tiempos, la carta natal muchas veces es más un condicionante (y a veces también un justificante) que un factor de autoconocimiento. Como vehículo, la astrología puede colaborar en el proceso de individuación, pero parece vital que, en un punto, se trascienda la carta natal, más representativa del yo, para promover profundamente un encuentro con el sí-mismo, representado más por el lenguaje que por la carta. Una cosa es la capacidad de percibir contextos y responder orgánicamente a ellos, y otra es reaccionar porque alguien me dice que tengo Venus en Aries o que está Mercurio retrógrado. Mientras opere una fetichización del medio, del recurso, del modelo, la conexión holística no pasará de un eufemismo: solo nos quedaremos con propuestas que intenten mejorar el termómetro antes que volver a percibir la fiebre (y ni hablar de percibir sus causas).
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 136
 
 
La astrología, como otros lenguajes simbólicos, presenta un potencial muy rico a la hora de promover cambios de posición, ampliación de consciencia, autoconocimiento. Pero para eso debe “hacer el muerto” (Lacan) con el deseo del ego o, mejor, de los egos, ya que una postura ególatra del consultante es complementaria de otra mesiánica en el consultado. La consabida y seductora postura del “saber”, a la que últimamente se le suma con gran fuerza la tendencia a “coachear”. El potencial astrológico pasa por la capacidad de identificar campos, conjuntos arquetípicos que atraviesan nuestras vidas. Permite explorar nuestra relación con cada uno de ellos y percibir, así, luces y sombras. Es decir, ver proyecciones de elementos correspondientes a cada conjunto, o bien expresiones dentro de las cuales es posible distinguir algunas más precarias (regresivas, ajustadas, mecánicas, reactivas) de otras más saludables (integradas, creativas, orgánicas). Pero ese potencial sólo tiene posibilidad de realizarse si se lleva a cabo en profundidad el trabajo con los egos. De lo contrario, la carta natal es un mensaje especial para alguien también muy especial: el ego del consultante. Mensaje que entrega el ego del consultado, de un modo muy sencillo: poniendo en práctica la matemática astrológica que tan bien aprendió.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 139
 
 
Una astrología realmente simbólica requiere, creo, de un entrenamiento inicial más asociado al símbolo que a la astrología en sí. Al aspecto mistérico del símbolo, claro. En tal sentido, un comienzo directo con los signos, planetas, etc., corre riesgo de ser tomado por el ego controlador, aun cuando la transmisión apele no solo al pensamiento, sino a las demás funciones.
Creo que la clave pasa por el valor de lo intangible, valor que por estas latitudes acostumbramos a considerar solo cuando ese intangible se convierte en tangible y productivo, además. Valorar la capacidad poética per se y no cuando es galardonada o transformada en moneda es, estimo, gran parte del trabajo inicial en el recorrido de un lenguaje simbólico.
De esta manera podría propiciarse una conexión más directa con lo que pulsa (no totalmente directa, ya que siempre opera algún lenguaje como mediador, en este caso el astrológico) y una fluidez consciente con ello.
 
En cambio, de la otra manera se promueve:
 
Literalización: confío en lo que percibía del campo porque veo efectivamente que tal planeta está pasando por tal signo, retrogradando, etc.
 
Desvalorización de la intuición: debido a lo anterior.
 
Desequilibrio perceptual por exceso de pensamiento: veo las efemérides y realizo una operación deductiva. Intento de control: se ingresa en la lógica del método científico positivista, que conduce al experimento, el cual permite un conocimiento tal de las variables intervinientes que concluye en control y predicción. Esto, que es condición sine qua non del método científico, tiende a ubicarse en las antípodas de la astrología humanística.
 
Sobrevaloración del instrumento: similar al primer punto. Es como si sólo pudiera saber si tengo fiebre porque el termómetro lo indica. Pierdo ya la conexión con mi propio cuerpo y, más aún, con el campo en que se incluye mi cuerpo con fiebre. Se entroniza al mediador, se depende de él, y en la misma medida se da la citada desvalorización de la intuición y la percepción no mediada (en realidad, mínimamente mediada).
 
La carta natal representa una gran posibilidad para el autoconocimiento, si se toma desde su contexto, la astrología humanística, y a esta como lenguaje simbólico que nos permite cuestionar lo “dado” (es decir, los filtros en la percepción), al mismo tiempo que apropiarnos de recursos que faciliten la citada conexión, ampliando cada vez más las posibilidades del ser. Pero también encierra una gran tentación para el ego, que la escucha desde las posibilidades de ampliar el campo de variables que puede controlar, para así “evitar de una vez por todas” tener que enfrentarse a sus miedos.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 144
 
 
¿ASTROLOGÍA PSICOLÓGICA O PSICOLOGÍA ASTROLÓGICA?
 
La cuestión de los nombres, siempre importante, adquiere especial relevancia cuando se trata de una disciplina. Es decir, cuando, además de las connotaciones más simbólicas de sentido, se busca cierta denotación, ya que el costado técnico no es menor en estos casos, sino todo lo contrario. En esta tarea de precisión, ¿desde dónde pensar un nombre para esta disciplina que integra astrología y psicología? En principio, es lógico que ambas cuestiones compartan espacio en el nombre. Ahora bien, ¿de qué manera?, ¿en qué orden? Poner una primero implica jerarquizarla sobre la otra.
Así, podríamos pensar en que la psicología astrológica consiste, en términos generales, en una disciplina que tiene una base fundamental en la ciencia psicológica, a la que incorpora, como herramienta principal, la astrología. Aparece, así, la astrología al servicio de la psicología, con implicancias tales como, por ejemplo, el concebir lo astrológico como un recurso diagnóstico y también como un modelo que permite leer y acompañar el tratamiento. Esta jerarquización pondría a lo psíquico como central y a lo astrológico como importante, pero secundario, subordinado, de alguna manera. Cambiando el orden, la astrología psicológica podría tomarse como una disciplina que concibe como central, fundamental, el saber que se deriva de la comprensión simbólica de los astros, al que se le suma (como importante, pero subordinado) el conocimiento sobre el psiquismo. Cabe, entonces, considerar más detenidamente los dos términos de la ecuación. “¿Cuándo debemos hablar de algo psíquico?”, se pregunta Jung, y luego de una serie muy completa de consideraciones, concluye: Si queremos hacer reflexiones fundamentales acerca de la esencia de lo psíquico, necesitamos un punto de Arquímedes que posibilite emitir un juicio. Este sólo puede ser lo no psíquico, ya que como fenómeno vital lo psíquico yace enterrado en una naturaleza aparentemente no psíquica. Un no psíquico que, no obstante, mantiene estrecha relación con lo psíquico. En Jung esto se percibe principalmente en el constructo arquetipo-sincronicidad: Solo la explicación de los fenómenos psíquicos con una mínima claridad obliga a suponer que los arquetipos tienen que poseer un aspecto no psíquico. A esta conclusión dan lugar los fenómenos de sincronicidad […]. Y, unas líneas después, profundiza: Si con respecto al acontecer físico y psíquico no se quiere postular directamente una armonía preestablecida, solo puede tratarse entonces de una interactio. Pero esta hipótesis requiere una psique que, de alguna manera, esté en contacto con la materia, y viceversa, una materia con una psique latente, postulado del que ciertas formulaciones de la física moderna no están demasiado alejadas […]. Tenemos, entonces, lo psíquico como uno de los polos de un binomio fundamental, que tomó forma como “physis- psiquis”, fórmula que implica gran cantidad de otros binomios estructurales: cuerpo-alma, materia-energía, instinto-espíritu, humano-divino, tierra-cielo… Psíquico y físico como términos de una ecuación (igualación). Ambos en permanente interacción, pues estructural es su vínculo, como lo supone Jung en el último párrafo citado. Una psique que de antemano es también material, y una materia que es psique en latencia. Hasta aquí una resumida consideración de lo psíquico, en Jung, en términos relativos, es decir, en relación con lo no psíquico, mediante lo cual, entre otras cosas, el suizo argumentó que, así como la psiquis es mayor que la consciencia, ya que incluye lo inconsciente, también la vida es mayor que lo psíquico solo. Ahora, en términos positivos, la consideración junguiana de lo psíquico se asocia principalmente a la representación. Si algo es susceptible de ser representado, estaría en el ámbito psíquico (aunque pueda permanecer inconsciente mientras no es efectivamente representado). De ahí la fórmula que suele aplicarse en esta corriente, psique = imagen, y la valoración superlativa de la imaginación, como podemos ver en la técnica capital, la imaginación activa. Siguiendo nuestra secuencia en la consideración del nombre de la disciplina, repasamos, recién, una posible esencia de lo psíquico. Ahora, ¿con qué nos podemos encontrar si indagamos en una posible esencia de lo astrológico? Si iniciamos una búsqueda en términos históricos, la complicación de los orígenes tan lejanos se suma al carácter simbólico de la disciplina, aspecto que mantiene el misterio ante cualquier consideración solo material, aun cuando se contara con todos los datos históricos deseables. Si lo simbólico parece ofrecer la clave, una manera de considerar la astrología es como disciplina cuyo objeto es la vincularidad estructural entre elementos. Para lo cual la contemplación del contexto en que los elementos se encuentran será imprescindible. Contexto, conjunto, campo… Por estos senderos podemos visualizar lo astrológico, con premisas del estilo de la tan extendida “Como es arriba es abajo”: como es en el macrocosmos es en el microcosmos. La astrología, en cuanto logos de los astros y concebida como se mencionó, es la disciplina que permite “conocer el universo”, nuestro macrocosmos: los astros que componen el sistema solar. Mientras, por su parte, podríamos considerar al logos, en el término psicología, como más asociado al “Conócete a ti mismo”. El trascendido “Conócete a ti mismo y conocerás el universo” puede ser una de las claves, si tomamos la frase como bidireccional. En tal sentido, la relación entre astrología y psicología es de retroalimentación progresiva, y bien podrían formar parte de un nombre que las ubique en pie de igualdad. Ahora bien, si se toma a la psicología como un producto cultural, en el sentido de acotado a cierto tiempo-espacio, y a la astrología como una de las formas que tomó la filosofía perenne, claro que astrología será el sustantivo, que hoy es adjetivado psicológica, como mañana podrá vestir otro ropaje, que la torne más presentable a su nuevo tiempo. No obstante, dentro de la psicología como ámbito generalizador, es posible percibir en la perspectiva junguiana una notable similitud con la astrología. Podríamos pensar, quizá, en la psicología analítica como una corriente de la psicología en cuanto ciencia y, por ende, más cercana a los cánones culturales, epocales. Forma científica que Jung defendió, con esforzado despliegue intelectual, del mote de cosmovisión. Mientras, por otro lado, o, mejor dicho, en paralelo, va brotando entre líneas eso que no solo apela al intelecto. La obra junguiana, desde ya, puede seguirse paso a paso desde la función pensamiento. Pero aun en sus textos más academicistas, casi en cada punto y aparte, cuando las Gestalten se van cerrando, tiende a invadirnos un plus que es mucho más que el sentido racional de lo leído. Es como si miráramos trabajar a un pintor con la idea de analizar cada trazo. Nos enfocamos en el tipo de pincel que toma, cómo lo toma, qué color elige, cómo mezcla, etc. Y, aun forzando nuestra percepción al máximo para que predomine el intelecto racional, cuando la imagen está terminada jamás podrá ser explicada por cada trazo ni por su suma. La obra de Jung se me ha presentado, como a tantos, de esa manera. Podría decirse que su “personalidad número uno” (como llamaba al conjunto de sus aspectos más racionales) contribuyó al desarrollo de la psicología analítica, mientras que la “personalidad número dos” (su lado más intuitivo), a la cosmovisión junguiana, que precede y excede a Jung. Esta última se puede intuir de entrada y se percibe más claramente luego de un tiempo de vivenciar sus textos. Lo mismo sucede con la astrología. Y la percepción que ambas propician como plus de sentido es la simbólica. Uno de los nombres que recibió la perspectiva junguiana fue, precisamente, psicología simbólica. Me parece que le hace mucha justicia, toda vez que, en el modelo junguiano, la resultante por excelencia de la energía psíquica (dinámica libidinal) es el símbolo. Así, la fórmula psique = imagen en lo humano puede tomarse como psique = símbolo. En tal sentido, puede revalorizarse el nombre astrología humanística (o psicológica) si comprendemos que astrología alude al saber perenne, y humanística, al carácter centralmente simbólico del psiquismo humano. Ahora, si nuestra comprensión adhiere más al proyecto racionalista de la modernidad, al paradigma positivista, todo lo mistérico del símbolo será tomado como un mero eufemismo de pseudociencia. Y desde allí intentaremos, más consciente o inconscientemente, sacar a la astrología de ese “indigno” lugar, apostando a que algún día la suma de algoritmos astrológicos nos permita conocer y exponer racionalmente los sucesos, así como predecirlos con el nivel de certeza que ha logrado la física. En eso veo una de las cuestiones principales que tienden a dividir aguas entre quienes investigan lo astrológico: por un lado, tomar al símbolo como valor supraordenado y, por ende, aceptar el misterio como estructural, perenne; y, por otro, tomar al símbolo como el mencionado eufemismo. En tal sentido y volviendo a las nomenclaturas, hay quienes se inscriben más en una astrología simbólica, y otros, en una astrología semiótica. Los primeros tenderán a poner en el centro a la función intuición, mientras que los últimos, al pensamiento.
 
Maximiliano Peralta
Jung y la Astrología: Claves para una lectura integradora de la psicología analítica y la astrología humanística, página 145
 
 
 

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