Mary Corylé

Bésame

Bésame en la boca,
tentación sangrienta
que en el marfilino
color de mi tez
tu mirada aloca;
bésala, tuya es.
Toma y aprisiona
mis labios, retenlos
mucho, mucho tiempo
dentro de tu boca
y quede en la mía
la huella imprecisa
de tu beso eterno.
Ahoga mi risa
sofoca mi aliento
con tu dicha loca:
bésame en la boca.

Bésame en la frente:
mi frente es muy blanca…
muy blanca…
Tu beso ha de ser
como un roce de alas
para ese diáfano
albor de mi frente.
Con la dulcedumbre
del despetalarse
de una margarita;
con la levedad
de la mariposa.
que besa a una rosa;
con el misticismo
del nardo que muere
al pie del Santísimo:
con esa dulzura,
ese misticismo
y esa levedad;
piano… quedamente…
bésame en la frente.

Bésame en los ojos
con tu mejor beso:
un beso desnudo
de malos antojos.
Juntando tus labios
ponlos en mis ojos
como si posaras
tu alma sobre ellos;
como si besaras
la imagen bendita
de tu madrecita…
Bésame en los ojos
con tu mejor beso:
mis ojos son buenos,
mis ojos son tristes,
mis ojos ignoran
la maldad del beso;
¿qué saben mis ojos
de tus sueños rojos?…
Por eso:
con tu mejor beso,
con piedad y unción,
cual si te llegaras
a la Comunión;
pura, santamente,
sin darme sonrojos:
bésame en los ojos.

Bésame en los senos:
armiño escondido
tras la claridad.
leve del vestido:
inquietante dúo
de rosas gemelas;
dormidas palomas
en un mismo nido;
de esencia de vida
llenecitas pomas.
Mis senos… Mis senos…
blancura encendida
con yemas de rosas.
Mis senos…
ondulantes, plenos:
bésame en los senos.
 
Bésame en las manos:
mis manos piadosas
y caritativas;
mis manos que ungieron
sangrientas heridas:
manos que ahondaron
muchísimas vidas…
Sigilosamente,
mis manos tentaron
esas vidas simples,
diáfanas, de arroyo,
y otras pecadoras
de sucio torrente.
Pon tu boca ardiente
pon, sobre la albura
sabia de mis manos,
y duérmela en ella
para que se torne
más buena tu boca.
Si vieras:
cual curan mis manos
la lepra deforme,
las llagas más vivas
de muchos Hermanos;
y los dejan limpios…
y los vuelven sanos…
Bésame… sí… bésame…
bésame en las manos.

Bésame en los pies
y no pienses que es
un capricho mío:
bésame en los pies…
Ellos no han hollado
huertos florecidos;
no les ha lamido
cariciosa el agua;
sino que se han ido
sangrientos, dolidos
por una espinada
vía de dolores.
¡Ay, cuánto han sufrido
mis pequeños pies!…
Sendas desoladas,
arenas candentes,
crispadas pendientes,
estepas heladas
saben de mis pies;
saben de la sangre
que en ellas lloraron…
y de las crueldades
que les lastimaron…
¡Ay cuánto han sentido
cuánto…ya lo ves!
Por esto, arrodíllate,
bésame los pies.

María Ramona Cordero y León más conocida bajo su seudónimo literario Mary Corylé



Deseo 

¡Mío
Bésame
El beso es el goce supremo de la vida. 

Bésame en la boca
Y que tus dientes muerdan su pulpa roja
¡Para que mi corazón sangre en tus labios
y mi alma comulgue con la tuya.

Bésame
Tortúrame con el tormento divino de tus besos.
Cuando me besas
Eres tú que palpitas en mi boca delirante
¡Y te saboreo lenta…
Dulce…
Intensamente…

Bésame.
Con el beso caricia…mordisco…
Voluptuosidad…
¡Las llamas abrasan menos
Que tu boca en la mía;
¡El beso es el supremo goce de la vida!

Bésame.

Mary Corylé


Romance de mi muerte

Siglos hace que la tierra
ha mullido su regazo
para acunarle a mi cuerpo
en el eterno descanso. 

Por umbroso, por tranquilo,
por humilde y proletario,
escogí yo misma un día
el trozo de Camposanto
en que he de dormir el sueño
del que nunca despertamos. 

No en un hueco reducido
de ruín casillero humano
ni en ridículo y soberbio
monumento funerario; 

sino junto, muy juntito
de los que son mis hermanos:
para saber lo que piensan

con su pensamiento vacuo…
Para escuchar lo que dicen
en su idioma tan callado…
Para sentir cómo late
su corazón de gusanos…
Para dormir con los míos:
todos los infortunados… 

Sobre el regazo materno
tendido mi frágil barro,
la eterna y humana Madre
que me cubra con su manto.
Y que ese manto le borden
con las raíces de un árbol:
fraterno guardián celoso
de mi postrero descanso. 

Pero no un árbol maldito,
sin flores, frutos ni cantos; 

sino el árbol de mi Cuenca,
mi Capulí tan morlaco
millonario de harmonías
que alegren el Camposanto:
los trinos de los pilluelos
y la risa de los pájaros… 

Cuando se vengan los niños
a jugar bajo mi árbol,
les dé miel de sus frutos
para endulzarles los labios,
y, para endulzar su vida,
la rica miel de sus cantos.
vestidura de mi barro,
lave del polvo mis huesos
y los deje inmaculados:
que llueva sobre mi Tierra
copiosa lluvia de mi Árbol
lágrimas de la alborada,
gotas del nocturno llanto
que los ojos de las nubes
sobre sus frondas lloraron. 

Hace siglos que la Madre
ha tendido su regazo:
por recibirle a mi cuerpo
y anonadarle en sus brazos.
Para que apague las sedes
de mis descarnados labios;
para que llene de lágrimas
mis tristes ojos vaciados;
y, calándome esta frágil
vestidura de mi barro,
lave del polvo mis huesos
y los deje inmaculados:
que llueva sobre mi Tierra
copiosa lluvia de mi Árbol
lágrimas de la alborada,
gotas del nocturno llanto
que los ojos de las nubes
sobre sus frondas lloraron. 

Hace siglos que la Madre
ha tendido su regazo:
por recibirle a mi cuerpo
y anonadarle en sus brazos.

Mary Corylé





















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