"La mujer que fue a abrir la puerta tendría unos treinta y cinco años y llevaba un vestido holgado sin mangas. Nos hizo pasar a mi hijo y a mí y nos sentamos como tres conspiradores en su sala de estar, con las cabezas juntas.
¿Cómo es posible que tres personas aprendan a reírse, de repente, de todo lo que se dice? Eso nos pasó, nos sentimos atraídos implacablemente por una alegría inexplicable y después recorrimos agradecidos sus límites. La mujer respondió a mis preguntas. Aún no se había tropezado con el censo; yo era el primer mensajero que veía, así que antes de irme dejé nuestra marca en su piel. Se abrió el vestido: una de esas cosas que podrían confundir o inquietar a una persona normal y corriente, pero para mí, que había sido médico, resultaba de lo más normal. Encontré la costilla y dejé la marca. Hubo algo que dijo, una historia que contó: fue que una vez habían entrado a robar, entre ellos, aseguró, un hombre que conocía. Ella estaba en casa en aquel momento y se escondió detrás de la cortina. Al ir de un cuarto a otro, los ladrones, mientras cogían cosas, hablaban entre sí, de la casa y de ella. No le importó en absoluto, aseguró, lo que se llevaron. Había recibido alguna herencia y no necesitaba gran cosa. O, más bien, todo lo que necesitara podía volver a comprarlo, e incluso podía acabar gustándole la molestia. No se trataba de eso: oírlos hablar, escucharlos mientras veían sus pertenencias y hablaban de ellas, le resultó delicioso. Casi había estado a punto de prorrumpir en carcajadas, según aseguró.
Cuando el hombre que la conocía la describió a los demás y ella se imaginó que sus mentes la asociaban a su casa y sus posesiones, le entraron ganas de reír, de reírse de una situación permanente y decorosa dentro de lo desviado. Aún hoy, no me han abandonado, afirmó. Cuando nos marchamos, le dio un beso a mi hijo en la mejilla y a mí un abrazo feroz. Algo terrible, creo, le había pasado en el brazo derecho en un momento dado, pero no dijo nada y nosotros tampoco. De las fotografías que tenía al lado de la puerta nos contó: «Y aquí estoy en mi boda, y aquí en mi boda también, y aquí de niña, y aquí ya viuda. Pero usted es viudo, seguro que me reconoce en esta foto, aunque lleve ropa oscura»."
Jesse Ball
Censo
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