La Zarza de Moisés (La soledad constante)
(A Víctor Hugo)
Si uno sólo quedara, ése quisiera ser:
porque el discernimiento hace grande lo grande
y sólo en el orgullo es posible lo bello.
Deslizarse en el tiempo como leño en el agua,
subir por la cascada que desovan los puentes
y abrirme en un abismo: oscura flor proterva
a quien nadie reclama, que todo desconoce...
Desconocer mis ojos si ojos tales tuviera
(porque ni de mí mismo la confianza quiero).
Y elegir el fracaso: la pasión por la fuerza
que se siente segura, porque es fuerza de nadie.
Pedro Jesús de la Peña
La Zarza de Moisés (Los druídas)
(A John Houston)
Si están verdes los prados,
si lozanos los trigos
¿Temeré yo al invierno,
me enfriarán las nieves?
Los bosques misteriosos
que ocultan las deidades
¿podrán quitarme el goce
de luminosos días?
El salto de las ranas
del cenagoso estanque
¿será menos alegre
cuando sople otro viento?
En la mística rosa
del libro de los sabios
¿tendrán menos color
sus pétalos marchitos?
Sufre Erín y entera llora
la muerte de Parnell:
el capitán de druídas
rey de las tribus celtas.
Algún rincón lejano
de transparentes aguas
se llenará de sangre
con el beso de un gnomo.
Los viejos sacerdotes
junto a las toscas cruces
rezarán sus plegarias
sin despegar los labios.
Entre todos los bardos,
artistas y guerreros,
no habrá ninguna estatua
tan clara y merecida.
Y, como a todas ellas,
la ensuciarán palomas,
la oxidarán las lluvias,
la escupirán mendigos.
¿Seré yo menos ciego
por adorar el muérdago
en los robles? ¿más cuerdo
por reposar en la arcilla?
Prefiero caminar antes
por los sombríos lagos,
llenándome la boca
con las silvestres moras.
O como Michael Furey
morir de amor prohibido,
lo mismo que Parnell,
como todos los vivos...
<< y los muertos>>.
Pedro J. de la Peña
La zarza de Moisés
Grandes selvas se extienden ante mí:
eran zarzas y ardían,
eran ardiente espino, pero no se quemaban.
Yo conocí estos templos en toda su pujanza,
conocí el santuario con doscientas vestales,
las ogfrendas magníficas y las túnicas blancas
que daban un sonido de timbal y trompetas
a todo el escenario.
Hoy no creo en los templos triunfadores y firmes,
en el pulso arrogante o en la mirada altiva.
Por eso hice mi ley de beleño y mandrágora,
mi ley que quema y arde pero no se consume
que sojuzgan los reyes y canta en los grilletes
que ahoga el poderoso en la bañera férrea…
y escapa con la espuma del jabón adherida.
No creáis nunca más en los altos principios.
Esta es mi única ley: El sueño es libertad.
Arder en él es vida.
Pedro Jesús de la Peña
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