Rubén Orozco

"Todo comenzó dos semanas o tres meses antes de la travesía, luego de una pelea intrascendente: la noche anterior habíamos cenado mientras veíamos en la televisión un documental sobre el equipo de Bletchley que había ayudado a descifrar los mensajes secretos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y luego, cuando nos entró el cansancio, habíamos ido al baño para llevar a cabo nuestros respectivos rituales de aseo personal. Frente al espejo, la disputa había comenzado como una conversación (medio juguetona, medio seria) en la que debatíamos cuál era la manera óptima de colocar un nuevo rollo de papel higiénico en el tubito retráctil del baño (yo abogaba por una posición que permitiera la extracción frontal de los cuadritos de papel, mientras que ella prefería la alternativa de halarlo por la parte de atrás), pero por razones oscuras la charla se fue bifurcando hacia otros dilemas higiénicos y mundanos (¿era mejor usar la seda dental antes o después de cepillarse? ¿Cada cuánto debían ser cambiadas las toallas para evitar el olor a sobaco sudado? ¿Era apropiado o no orinar en la ducha?) y el tono lúdico comenzó a ser reemplazado por el del reproche, hasta que, sin que nos diéramos cuenta de cómo ni cuándo, la conversación estalló en una pelea épica que, tras el pretexto de pequeñas diferencias en las idiosincrasias cotidianas, escondía una crítica fundamental y un cansancio no tan nuevo. En el momento más álgido de la contienda ella me había acusado de ser un macho típico: mugroso, egoísta y desorganizado; yo, en represalia, la tildé de descuidada e impráctica. Aquí nos detuvimos, porque sabíamos que peleábamos por ridiculeces pero, aunque habíamos logrado frenar la trifulca antes de que estallaran las lágrimas y los insultos, los dos habíamos quedado hartos por las razones del otro y nos acostamos dándonos la espalda, sin siquiera decirnos las buenas noches o apelar a un fugaz polvo de reconciliación."

Rubén Orozco
Absolutamente todo
















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