Tirteo

Canto I

¡Oh, qué bello es morir por la querida
patria! Varón, en los combates fuerte,
con los primeros expondrás tu vida.

¿Mendigando infeliz quisieras verte?
¿Del que abandona su natal campaña
no sabes, no, la desdichada suerte?

Desamparado vaga en tierra extraña;
los hijos, la mujer, el padre anciano,
familia desolada, le acompaña.

Le aborrecen do quier, y clama en vano;
de la indigencia al peso ya caído,
nadie le prestará piadosa mano.

Que afrentó su linaje y ha perdido
hasta las nobles formas del semblante,
y su infamia y su mal ha merecido.

¡Oh, destino cruel del hombre errante!
No el desdichado habrá ningún consuelo,
ni respeto, ni gloria en adelante.

Tú a la batalla por el patrio suelo
valiente corre, y por tus hijos muere;
deja de infame vida el torpe anhelo.

Mantén la fila y, denodado, hiere;
mantenla firme; oprobio a aquel cobarde
que a la fuga en la lid principio diere.

Iras pon en tu pecho, en iras arde;
con hombres las habrás en la pelea;
no el amor de la vida te acobarde.

El anciano aguerrido no se vea
por ti con mengua tuya abandonado,
que su rodilla débil ya flaquea.

¿Vergüenza no será que atropellado
yazga a tus ojos al primer momento
de sienes ya rugosas el soldado?

Allí en el polvo, mírale, sangriento
su cabello nevado y barba cana,
yace exhalando el animoso aliento.

Nudo su cuerpo, ni de heridas sana
la parte del pudor con mano amiga
cubre el ultraje de la turba insana.

¡Espectáculo atroz! ¿Y a la enemiga
hueste no vas? Al joven animoso
morir conviene, juventud le obliga.

Saliendo de las lides victorioso
lo acata el hombre, la mujer le quiere;
pero aún es a las bellas más hermoso
si en los primeros batallando muere.




Canto II

Ánimo, raza del invicto Alcides;
mírate, fausto Jove, en su alta cumbre;
¿y tú salir al campo no decides?

No temas la enemiga muchedumbre,
no tiembles: quien embraza fuerte escudo
solo debe temer la servidumbre.

Carga odiosa es la vida; a ti el sañudo
hado de muerte tan amable sea
como la luz del sol amarse pudo.

¡Cuánta gloria, mancebo, te acarrea
hazaña digna del sangriento Marte!
¡Cuán terrible es el dios en la pelea!

Bien lo sabes, a fe, que en una parte,
si tu ejército vence, derrotado
es en otra, y huyendo se reparte.

Del estrecho escuadrón que avanza osado
a la hueste enemiga, pocos mueren
y, muriendo, a los suyos han salvado.

Aquellos que en la lid no resistieren
hostil encuentro, tímidos varones,
una afrentosa esclavitud prefieren.

¡Guerreros!, agotando sus razones,
¿quién bastará a decir el gran tormento
del que sufre la infamia y los baldones?

¡Mísero joven, al fatal momento
que huyere del combate! Ya le alcanza,
le hiere por detrás hierro violento.

Cadáver en el polvo, mientra avanza
orgulloso el contrario, infame queda,
rota la espalda al bote de su lanza.

No, que ignominia tal no te suceda.
Da un paso y ¡firme! clávate en el suelo,
muérdete el labio, y tu furor no ceda.

Aguarda el duro choque sin recelo:
un ancho y grueso escudo te defiende,
que de los dardos para el raudo vuelo.

Pero la diestra mano es la que ofende:
blande tu lanza y el penacho altivo
sacude, y corre, y las falanges hiende.

Con señalados hechos en el vivo
combate se acredita el buen guerrero,
y entre los dardos discurriendo activo.

Llega a las manos y descarga fiero
sobre algún enemigo el ancha espada,
y a tu campo lo lleva prisionero.

O bien la lucha singular trabada,
oponle pies a pies, escudo a escudo,
y tu fuerte celada a su celada.

Y estréchate a su pecho y del membrudo
brazo su lanza desprender procura,
o cógele del pomo el hierro agudo.

Mas antes guarde formación segura
todo escuadrón: de escudos guarecido
el de ligera y fácil armadura.

Y a la nube de piedras escondido,
dardos sin fin al enemigo aseste;
y siempre amparador y protegido,
esté detrás de la pesada hueste.



Canto III

No el de robustos pies, que la victoria
consiga en el luchar, nombrado sea,
ni de él se haga la menor memoria.

Así tenga la talla ciclopea,
y el muscular poder; así delante
del aquilón corriendo se le vea;

así más bello el juvenil semblante
nos muestre que Titón, y su tesoro
al del avaro Midas se adelante.

Si es tan dulce en su acento y tan sonoro
como Adrasto, y cual Pélope si alcanza
tanto regio poder, tanto decoro,

si el más glorioso fuere, mi alabanza
no entre los hombres llevará primero,
como le falte la marcial pujanza.

La lleve el impertérrito guerrero
que se arroja valiente al enemigo,
ni en medio tiembla del estrago fiero.

Esto es valor; en el valor te digo
que el alto premio está de los varones,
y el valor es del joven más amigo.

¡A tu cara ciudad qué lauro pones
a combatir impávido saliendo
en los primeros fuertes escuadrones!

Si en tu puesto clavado, conociendo
no haber infamia que a la fuga iguale,
grata ofrenda del alma estás haciendo.

Si tu ardor entre todos sobresale,
si animas a morir al de tu lado,
tú eres el hombre que en batallas vale.

Parte, corre veloz al erizado
enemigo escuadrón, rómpelo y sigue,
y atraviesa de dardos el nublado.

Caerás, caíste. ¡Oh, gloria! Así consigue
la patria honor; el padre, gran renombre
que el pesar de tu pérdida mitigue.

¿Y quién habrá que sin dolor te nombre?
¿Quién tu pecho verá y el ancho escudo
pasado en partes mil, que no se asombre?

Lágrimas dan en su lamento agudo
joven y anciano; la ciudad entera
al grave duelo resistir no pudo.

Tu envanecida tumba se venera,
tus hijos y tus nietos, tu linaje,
ilustres son hasta la edad postrera.

Que no el tiempo voraz con impío ultraje
acabará tu nombre, aunque inclemente
contra tu cuerpo sin cesar trabaje.

No muere, no, la fama del valiente
que a mano de Mavorte en la pelea
víctima ha sido de su arrojo ardiente.

Mas del hado de muerte libre sea,
……………………………


Canto IV

¿Hasta cuándo en vil ocio? ¿Tan sufridos
será, mancebos, que la Grecia os vea?
¿Cuándo alzaréis los ánimos caídos?

Ya la comarca toda que os rodea
tiene Mavorte, ¿y la quietud infame
pensáis ilusos que guardada os sea?

A las armas volad, la trompa clame;
quien no combata hasta dejar la vida
que sufra la deshonra y vil se llame.

A la lid por la patria y la querida
esposa y por los hijos salga el fuerte,
y alcance así la gloria merecida.

¿Por qué a los hados temerá? ¿La muerte
no va do quiera al decretado instante?
¿Cómo alejar la inevitable suerte?

Al campo, al campo, empuñe la pesante
lanza y junte valor bajo el escudo,
y al trabarse la lid entre delante.

Morir no huya: ¿del morir quién pudo,
si ya de un numen inmortal descienda,
al destino escapar fiero y sañudo?

¿Cuántos huyendo la marcial contienda
y el silbo de los dardos, de su techo
hallaron al umbral la muerte horrenda?

Muere el cobarde sin algún derecho
de popular amor; murió el valiente
y el pueblo gime en lágrimas deshecho.

Si de la lid se salva, reverente
la acata semidiós, y él sobresale
descollando cual torre entre su gente,
y en hazañas y ardor un pueblo vale.

Tirteo




"Oyeron con su oído, y nos trajeron este oráculo y versos infalibles, que predijera la Pitia Febo: «Tengan el mando los sagrados reyes, que son tutores de la amable Esparta, y los graves ancianos, luego el pueblo, y se confirmarán las rectas leyes»."

Tirteo
Tomada del librpo Generación idiota de Agustín Laje, página 12



"Para un valiente es hermoso caer muerto en la primera línea de la lucha."

Tirteo














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