"Ni por un instante pudo su matrimonio calificarse de feliz, si se considera la felicidad de la pareja un estado en que dos personas tan cercanas la una a la otra, al mirar atrás y adelante, al contemplar su pasado y sus expectativas comunes, vuelven a decir sí a todo lo bueno y lo malo que les ha dado la vida, así como lo que aún les promete. Tal vez no todo el mundo sea capaz de semejante paz interior. Ambos pensaban que no estaban hechos para ella, que para eso deberían volver a nacer. Quizá no eran dignos de tal serenidad, pensaban, y de ser así, los menos culpables eran ellos mismos.
[...]
La doctora Bíró se cambió en la sala y se acostó en el sofá. Durmió mal porque el sitio era estrecho, se despertó varias veces durante la noche y a la mañana siguiente tenía la sensación de que sus huesos se habían roto en pedazos. Aún reinaba la oscuridad en el exterior. Por el ventanal que daba a un jardín sólo se filtraba la tenue luz de una farola. Miró el reloj; apenas habían pasado las siete. Volvió a repasar el día anterior, el repentino viaje y la llegada a esa ciudad donde la esperaba un moribundo para, antes de morir, solucionar con ella el único asunto importante que había quedado a medio resolver. Hasta esa fecha, sólo conocía al señor Grönewald por unas cartas y por la llamada telefónica de la noche anterior. Carecía él de cuerpo para ella. Lo asociaba a una letra sumamente pulcra, al flujo tranquilo de las palabras escritas con una hermosa caligrafía, a la belleza impersonal que transmitía su escritura en general."
Gábor Schein
El sueco
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