Enrique Ramos Más allá del más allá



Gracias a mi empeño, hoy puedo afirmar que creo en la vida después de la muerte. Estoy convencido de que la consciencia humana sobrevive. Pero, desafortunadamente, no puedo demostrarlo. La naturaleza del espíritu humano, el origen de los recuerdos o el asiento de la identidad son cuestiones complejas que continúan siendo discutidas en el ámbito científico, filosófico y espiritual.
 
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Dado que la creencia en el otro mundo queda más allá de la evidencia científica, ¿cuáles son las razones para confiar en su existencia? En mi caso, tengo motivos puramente personales. El principal lo constituyen mis propios sueños lúcidos, que ocurrían desde que era muy joven. Como hemos dicho, los sueños lúcidos son una experiencia que permite crear realidades paralelas que son percibidas como si fuesen realidades de vigilia. En ellas, el soñador lúcido se siente plenamente despierto, físico y mentalmente, más lúcido aún que cuando está despierto en este mundo físico. Es exactamente el mismo fenómeno que la experiencia fuera del cuerpo o la proyección astral, aunque estos dos últimos términos son cada vez menos utilizados1.
 
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El hecho de poder subsistir en una segunda realidad y en ella pensar, moverte, tocar objetos, sentirte con toda tu identidad y recuerdos intactos, y reconocerte tan vivo como en estado de vigilia podría parecer imposible. Pero no lo es. Estamos condicionados a creer que solo en este mundo físico es donde nuestra mente puede permanecer plenamente activa. Ahora, gracias a multitud de estudios, sabemos que el sueño lúcido es otro de esos estados en los que el ser humano se siente consciente y con su atención enfocada en el entorno, sin que se note diferencia alguna con el mundo de todos los días. Y lo más importante: este estado ha sido empleado por el ser humano desde siempre como herramienta de exploración de otros planos de la existencia. Su uso está extendido en todas las culturas del planeta.
 
Pues bien, ya que esta experiencia (ya sea denominada sueño lúcido, experiencia fuera del cuerpo o proyección astral) consiste básicamente en permitir que el cuerpo caiga dormido mientras la mente entra lúcida en otra realidad, la correspondencia entre el sueño y la muerte es inmediata para cualquier practicante. De hecho, ciertas corrientes de pensamiento, como el budismo, afirman que la muerte podría ser nuestro último sueño. Existe una clara analogía entre el ciclo despertar-sueño y el ciclo vida-muerte. En efecto, todas las noches nos abandonamos a la pérdida de consciencia, con la absoluta certeza de que al día siguiente esta volverá a su actividad construyendo un nuevo día en nuestra vida. Lo mismo ocurre con la muerte: esta supone un abandono de la consciencia, como si durmiéramos. Si despertamos cada mañana y recuperamos la lucidez, ¿no sería lógico pensar que resurgiremos despiertos en otro mundo? Cualquier soñador lúcido defendería esta analogía. En mis primeros viajes oníricos, cuando sentía que me despegaba de mi cuerpo físico, pensaba que en verdad me estaba muriendo. Esta sensación de que los sueños lúcidos y experiencias fuera del cuerpo son, en cierto sentido, como un entrenamiento para la muerte es compartida por las personas que saben cómo provocar voluntariamente este proceso e, incluso, por las que han pasado por esta experiencia de manera involuntaria. La literatura especializada está repleta de testimonios.
 
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Cualquier viajero inteligente intenta hacerse con un mapa fiable del recorrido antes de iniciar el trayecto.
 
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Por otra parte, y, en segundo lugar, creo en la existencia de la vida post mortem por motivos puramente prácticos. Es una apuesta muy parecida a la del gran filósofo y matemático Pascal. A la cuestión sobre la existencia de Dios, este argumentó que lo más razonable era creer en él, ya que tendríamos mucho más que ganar, absolutamente más que si creyésemos lo contrario. Efectivamente, ¿qué ocurriría si no creyeses en Dios? Según Pascal, si, al final, Dios no existe, no pierdes, pero tampoco ganas nada. En cambio, si resulta que Dios existe, pierdes un lugar en el cielo. Es decir, la no creencia en Dios puede dejarte igual o/y perjudicarte mucho. La opción contraria da, en el peor de los casos, un resultado sin consecuencias; pero en el mejor de los casos, un gran beneficio. Por tanto, lo más sensato es decantarse por la creencia en Dios. Pues bien, mi razonamiento para creer o no en la vida después de la muerte es el mismo, independientemente de la existencia de Dios. Por último, tener esperanza en un más allá me permite llevar una vida más plena, relajada y eficiente. Son varios los estudios estadísticos que afirman que confiar en la otra vida mejora la calidad de esta, por diversas circunstancias. Esto también lo sabemos por las experiencias cercanas a la muerte que han experimentado miles de personas en todo el mundo. Tras regresar, su vida no vuelve a ser la misma. Generalmente, para bien. El problema es que, en Occidente, la muerte ya no es un tema de conversación, ni se enseña en las escuelas, ni en la familia. Negamos su existencia, como si descuidando su susurro la hiciéramos desaparecer. Por eso nuestro comportamiento en este planeta es tan prepotente y, a la vez, tan inseguro. ¿A quién le importa cómo ha de morir, si, de todas formas, va a morir? Por eso, muy pocos están preocupados. Pero otros muchos estamos realmente interesados en saber qué ocurre. Confiamos en que alguna parte de nuestro ser (ya lo llamemos consciencia, mente, alma o espíritu) sobrevivirá a esta vida física y emprenderá una larga travesía hacia otras dimensiones, quizás sin retorno. Por eso todos buscamos una guía que nos oriente, un plano detallado con las etapas del camino. Cualquier viajero inteligente intenta hacerse con un mapa fiable del recorrido antes de iniciar el trayecto. No estamos hablando aquí de viajar a una nación democrática, con todas las comodidades, sino de visitar un inmenso territorio salvaje que pocas veces ha sido explorado con anterioridad. ¿Quién, en su sano juicio, se atrevería a viajar a un país desconocido sin haber, al menos, leído una guía sobre sus territorios y sus costumbres? Sin embargo, en nuestra civilización moderna, la mayoría de las personas que creen en la vida después de la muerte no se ocupa debidamente de organizar su viaje post mortem. En muchos casos creen que lo saben ya todo. Esto es, en gran medida, culpa de los dos modelos ortodoxos sobre el más allá que las religiones imperantes, la literatura y el cine nos han insuflado como si fuesen encantamientos.
 
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Uno de estos modelos afirma que viviremos una única vida física y una sola vida eterna en el más allá. Nuestro comportamiento durante la existencia física determinará la calidad de esa vida en el segundo mundo, ya que nuestros actos serán valorados en un juicio de alguna clase, que tendrá lugar después de la muerte. Si dichos actos encajan con ciertas pautas morales, entonces seremos conducidos a un lugar paradisiaco. En caso contrario, seremos arrojados a un mundo infernal. Este es el modelo de muchas de las religiones tradicionales que profesan millones de personas en todo el mundo. ¿De dónde sacaron estas ideas? Algunas fueron construidas a partir de las narraciones de exploradores antiguos que recorrieron el más allá como consecuencia de una experiencia fuera del cuerpo, una visión o una experiencia cercana a la muerte. Pero, a poco que profundicemos en sus detalles, estos nos revelan que tales relatos fueron escritos, en gran medida, para corroborar y justificar ciertas normas de conducta que se pretendían imponer a la población. Son, en realidad, resultado directo de la cultura y la moral de la época. Y, por tanto, son una herramienta de control social. El otro modelo que aceptamos en Occidente, y que cada vez tiene más aceptación, es el que nos ha impuesto la literatura de la Nueva Era2 y las películas de Hollywood. ¿Quién no ha visto la película Ghost, ese bello cuento de amor protagonizado por Patrick Swayze, Demi Moore y Whoopi Goldberg? Esta moderna descripción de la vida después de la muerte es fruto de la mezcla de tradiciones orientales, como la reencarnación, y lo mejor del modelo cristiano. Sus premisas nos suenan muy bien, porque ya nos hemos acostumbrado a ellas. Por ejemplo, todo el mundo sabe que, cuando alguien fallece, viaja a un lugar maravilloso donde es recibido por familiares y amigos. A veces, es acogido por seres espirituales de gran bondad y sabiduría. Estos están al cargo del funcionamiento del más allá, que está dividido en diferentes áreas repletas de edificios destinados a propósitos muy definidos. Como mínimo, suele haber un área de recepción para los nuevos, donde son recibidos y preparados convenientemente para lo que está por venir. También hay un área de regeneración para que se recuperen del trauma de la muerte física, porque no todas las personas fallecen en circunstancias cómodas o con la suficiente preparación. El más allá cuenta, así mismo, con un área de instrucción donde las personas son sometidas a una revisión de la vida física anterior; el objetivo es aprender de los errores cometidos. Otro centro importante es el recinto de preparación para la siguiente vida física, donde el difunto selecciona unos nuevos padres y un nuevo cuerpo para vivir. Antes de marchar, en este lugar, será sometido a un borrado total de los recuerdos de la existencia pasada con el fin de que no interfieran en su nuevo recorrido. Si estás familiarizado con la nueva espiritualidad, este esquema te sonará conocido. ¿Y si el proceso no tuviese por qué ser exactamente así? Personalmente, considero que la asunción de estos dos modelos, ya sea el tradicional o el ofrecido por la Nueva Era, ha anulado nuestra capacidad crítica y nos impide ver otras alternativas. Y el caso es que estas alternativas existen, pero son muy poco conocidas. Algunas llevan siglos desafiando silenciosamente los oxidados esquemas que asumimos como verdaderos. Casualmente, todas ellas no surgieron para el control social ni son meros ejercicios intelectuales: son el resultado de investigaciones personales llevadas a cabo por buscadores intrépidos que han explorado el más allá desde distintas perspectivas. La mayoría de ellos visitaron el otro mundo en profundos estados de consciencia. Y, en sus viajes, descubrieron cosas asombrosas.
 
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Lo fascinante de estas teorías es que comparten la idea de que el ser humano no tiene por qué conformarse con un único destino después de la muerte. Todas están de acuerdo en que nuestro destino depende de nuestra voluntad, y no de que nuestro comportamiento supere un juicio amañado por la moralidad del momento. Es decir, afirman que morir es, realmente, un asunto puramente personal. Ciertamente, hemos llegado a interiorizar que morir es un proceso idéntico para todos los seres humanos. Y, en parte, es cierto. La muerte nos iguala: ricos y pobres, famosos y anónimos, listos y no tan listos. A cada uno de ellos les llegará su abrazo. Pero ¿no estaremos cometiendo un error capital al aceptar que la inevitabilidad de la muerte implica también una tabla rasa en cuanto a nuestro destino final después de abandonar el cuerpo? ¿No dependerá dicho destino de nuestra habilidad personal para dirigirlo, mucho más de lo que habríamos sospechado?
 
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Por mi experiencia y la opinión de otros muchos investigadores modernos, el sueño lúcido, la experiencia fuera del cuerpo y la proyección astral son el mismo fenómeno, al que se le ha dado nombres distintos en dos épocas diferentes.
 
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El mapa del chamanismo
 
En contra de lo que podría pensarse, en las primeras culturas que practicaban el chamanismo o el animismo, el más allá no tenía una entidad física. Creían en un mundo espiritual. Salvando algunas diferencias, todos estos pueblos coincidían en la existencia de tres mundos paralelos. Habitualmente eran representados en vertical, uno por encima del otro. En muchas ocasiones, se empleaba la figura de un árbol como eje cosmológico. En primer lugar, y ocupando el estrato inferior, situaban el mundo de abajo3. Este es el reino de la Madre Tierra, donde moran los espíritus grupales de los animales, las plantas y los minerales, y todos aquellos seres mágicos que tienen una función en el sostenimiento de la naturaleza. Y, por supuesto, las almas de los ancestros. Poco sabemos sobre este reino. Como es lógico, no existe documentación de aquella época, aunque tenemos los estudios modernos sobre chamanismo. El mundo de abajo era el mundo más visitado por los brujos y chamanes para obtener conocimiento y resolver problemas de toda índole: curaciones, posesiones espirituales o problemas de fertilidad. Más arriba quedaba el mundo de en medio. Es nuestra realidad física. Sobran palabras. Y por encima de los dos anteriores, el mundo de arriba. Allí viven los dioses o los espíritus sabios. Todos estos reinos no son espacios independientes unos de otros, sino que están interconectados ocupando un mismo espacio sutil.
 
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Sabemos que el más allá sumerio, principalmente nombrado kur4, era un lugar lóbrego y silencioso, donde la existencia no resultaba precisamente agradable. Los humanos tenían allí una vida durísima: caminaban desnudos, comían solo polvo y bebían agua estancada. Sentían una sed terrible y es por eso por lo que los familiares vivos se afanaban en hacer ofrendas periódicas de bebidas y comida que colocaban sobre los enterramientos; estos se encontraban, normalmente, en el suelo del mismo hogar. Por eso, a aquellos que no habían tenido descendencia, les esperaba una eternidad mucho peor que al resto: sin hijos no habría comida ni bebida para ellos.
 
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Más allá del más allá,página 24
 
 
En el mundo sumerio y mesopotámico no hay juicio para separar a los justos de los impíos.
 
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Más allá del más allá,página 24
 
 
Posteriormente, en época babilónica, comenzó a hablarse tímidamente de un juicio a los difuntos, conducido por los Annunaki. Pero estos dioses, que se sentaban en tronos de oro, no juzgaban al difunto por sus actos o por su comportamiento moral. Para nada. Solo les importaba si habían realizado suficientes sacrificios en su nombre. Los humanos que afirmaban haberlo hecho correctamente, fundamentalmente los ricos, eran liberados; pero su única recompensa seguía siendo deambular por aquel horrible y aburrido mundo gris. Aquellos que no se habían podido permitir el dispendio en sacrificios eran castigados y torturados.
 
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El mapa egipcio
 
Muy poco después, otras culturas incluyeron el concepto de juicio y mérito en su modelo de más allá. Es posible que la primera fuese la civilización egipcia. Aquí, el otro mundo ya no es un lugar tenebroso. Pero, al menos hasta el Imperio Medio (unos dos mil años antes de nuestra era), estaba reservado exclusivamente para los faraones. Con el tiempo, los nobles comenzaron a reclamar su derecho a disfrutar también de él. Copiaron los textos funerarios y los plasmaron en sus tumbas con la esperanza de heredar la otra vida, al igual que los monarcas. Con el paso de los siglos, todo aquel que pudiera permitirse ser enterrado junto al pergamino con los textos adecuados, tenía una oportunidad de vencer a la muerte. Estos escritos contenían las instrucciones y conjuros necesarios para no perderse en ninguna fase del recorrido entre esta existencia y la siguiente, pues el muerto encontraba muchos lugares peligrosos en el trayecto.
 
En la versión más tardía y definitiva del más allá egipcio el proceso del fallecido quedó establecido de la siguiente manera: primeramente, tenía que impedir la pérdida de la propia identidad. Es decir, el olvido de sí mismo. Por eso, los egipcios creían necesario conservar el cuerpo en la tumba, y su nombre inscrito en paredes, ataúd y pergaminos. Todo esto se hacía con un doble fin. Por un lado, se pretendía conservar el recuerdo de quién fue en el plano material.
Por otro lado, se requería que el difunto aceptase que ya no estaba vivo físicamente. Aquellos que no lograban conservar su identidad eran llamados los inertes. Aparecen representados en las pinturas como personas dormidas, tumbadas en el suelo. Esta circunstancia les impedía avanzar, así que quedaban atascados en zonas intermedias, sin posibilidad de iniciar una segunda vida. Está claro que los antiguos egipcios pensaban que morir lúcidamente, es decir, recordando quiénes habían sido, era clave.
 
En la versión más tardía y definitiva del más allá egipcio el proceso del fallecido quedó establecido de la siguiente manera: primeramente, tenía que impedir la pérdida de la propia identidad. Es decir, el olvido de sí mismo. Por eso, los egipcios creían necesario conservar el cuerpo en la tumba, y su nombre inscrito en paredes, ataúd y pergaminos. Todo esto se hacía con un doble fin. Por un lado, se pretendía conservar el recuerdo de quién fue en el plano material.
Por otro lado, se requería que el difunto aceptase que ya no estaba vivo físicamente. Aquellos que no lograban conservar su identidad eran llamados los inertes. Aparecen representados en las pinturas como personas dormidas, tumbadas en el suelo. Esta circunstancia les impedía avanzar, así que quedaban atascados en zonas intermedias, sin posibilidad de iniciar una segunda vida. Está claro que los antiguos egipcios pensaban que morir lúcidamente, es decir, recordando quiénes habían sido, era clave.
 
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Más allá del más allá,página 26-28
 
El segundo destino estaba reservado para difuntos especiales: subir a la barca del dios Ra, cuya manifestación era el sol. Estos vivirían en compañía de esta y otras divinidades, contemplando la Tierra desde arriba mientras viajaban de un punto a otro, siguiendo permanentemente a nuestro astro. Esto significaba alcanzar la inmortalidad. Pero el recorrido era cíclico, así que el difunto debía pasar por el inframundo cada día, cuando el sol se escondía por el horizonte. Después, al llegar el amanecer, reaparecería inaugurando una nueva jornada. En realidad, no entendemos bien qué significa todo esto. Seguramente, tuvo un sentido muy específico que ahora desconocemos. Algunos opinan que detrás de este viaje en la barca solar se esconde el concepto de reencarnación. Quizás los egipcios pensaran que algunos fallecidos que habían superado el juicio, por razones que no acertamos a conocer, eran obligados a renacer en otro cuerpo, en este mundo físico. Esto es lo que querrían decir, por tanto, con la admisión en la barca del dios solar Ra y su continuo ciclo día-noche, una metáfora universalmente utilizada en el pasado para expresar el ciclo de muerte y resurrección.
 
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Más allá del más allá,página 28
 
 
El otro final reservado para los que superan el juicio era la transformación en akh. Esta palabra designa a un ser luminoso, un dios. Los fallecidos que acceden a este estado viven con las deidades para siempre, en un paraíso cuya ubicación quedaba marcada, según la mitología egipcia, por la estrella Polar. No queda claro quién (y por qué) se quedaba en la barca de Ra y quién podía volar hacia la estrella del norte convertido en un dios. Pero parece entenderse que el primer destino era de calidad inferior al segundo.
 
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El mapa persa
 
Dejemos ahora a los egipcios y avancemos en el tiempo. El profeta iraní Zaratustra fue, posiblemente, el precursor del cielo moderno. No se conoce la fecha de su nacimiento, pero vivió entre los siglos vii y vi a. C. Parece que, de joven, tuvo una experiencia mística que le reveló una nueva descripción del más allá. Hasta su época, el paraíso estaba reservado para las élites, independientemente de su conducta. El resto de los seres humanos tenía que conformarse con un más allá tenebroso, al estilo de lo que defendía la cultura sumeria y mesopotámica. Desde este punto de vista, Zaratustra fue un revolucionario, pues comenzó a predicar que todos los difuntos debían pasar por un tribunal y un juicio que valoraría su conducta personal. En este juicio, las acciones eran pesadas en una balanza, como ocurría en la religión egipcia. Después, los difuntos tenían que atravesar el puente Cinvat. Los que habían superado el juicio eran conducidos por dicho puente hasta la Casa del Canto, una especie de paraíso, acompañados por una virgen. Los que fracasaban avanzaban empujados por una bruja, mientras el puente se estrechaba cada vez más. Cuando este se hacía tan delgado que cortaba como el filo de una espada, dejaba de ser transitable. Entonces, los fallecidos caían a la Casa de las Mentiras, donde eran atormentados con terribles castigos, en función de sus faltas. En algunos textos se insinúa que la estancia en los infiernos descritos por Zaratustra no era eterna.
 
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Más allá del más allá,página 30
 
 
El mapa griego y romano
 
No hay duda de que la mayoría de los griegos creían en la supervivencia del alma, tal y como demuestran sus ricas costumbres funerarias. Conocemos mucho sobre sus tradiciones. Los familiares de los difuntos, por ejemplo, depositaban diferentes objetos en los sepulcros, con el fin de que estos fueran útiles a los muertos en el más allá. Por ejemplo, alimentos, bebidas o ropajes. Después de lavar el cuerpo del fallecido, este era ungido con bálsamos y luego envuelto en una tela. A continuación, se le tumbaba sobre una superficie con los pies siempre hacia la puerta, como invitándole a salir. Y se le dejaba allí un tiempo para confirmar que estaba realmente muerto, no fuese que se levantase de repente y se encontrarse ya en el sarcófago8 con plena consciencia. Mientras tanto, las plañideras lloraban hasta la extenuación como símbolo de dolor y respeto. La familia y amigos celebraban una comida especial, dejando un puesto en la mesa para el espíritu del muerto, que vendría a disfrutar de su último festín. Pasados varios días, el cuerpo era trasladado a su lugar definitivo de descanso. En algunas regiones, este era incinerado y, en otras, enterrado. Si el difunto era un personaje importante o un héroe de guerra, se celebraban, en su honor, juegos deportivos. Pero no lo hacían solo por vanidad, sino que realmente pensaban en el bien del muerto, cuyo fantasma acudiría feliz a participar como público en estos espectáculos. Cuando todos los ritos finalizaban, el difunto se convertía en una especie de divinidad protectora de la familia. Se le seguía honrando, por medio de estatuillas, en el propio hogar.
 
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El modelo griego del más allá evolucionó mucho en pocos siglos. En un principio, era semejante al más allá sumerio. Todos los muertos iban al Hades, un mundo solitario, oscuro y triste que podía ser localizado bajo tierra. Pero no todos corrían la misma suerte. Aunque la situación general no era especialmente favorable para nadie, algunos sufrían un destino peor que otros. Todo dependía del veredicto de un juicio al que cada difunto era sometido. El tribunal era presidido por Hades o Plutón, el dios del otro mundo, y por su esposa Perséfone. Pero ninguno de ellos dictaba sentencia, sino que esta tarea estaba a cargo de tres jueces: Minos, Radamanto y Eaco. Radamanto juzgaba a los difuntos de origen asiático, y Eaco a los europeos. Minos era quien decidía en caso de duda. Algunos humanos eran castigados a duros trabajos, o se les infligían grandes daños físicos y psicológicos. En la mitología tenemos muchos ejemplos: Tántalo, Sísifo, Ticio, las Danaides o Ixión. El resto de los fallecidos, con condenas menores, vagaban por ese desierto en un estado casi onírico, como si fuesen fantasmas sin volición, arrastrados por una fuerza desconocida. En todos los casos, los difuntos, antes de llegar a su destino, debían atravesar varios territorios y cruzar diferentes ríos y lagunas de agua estancada. Uno era el Estigia, también llamado Aqueronte. Este marcaba la frontera entre las dos dimensiones. De su orilla partía un barquero que cobraba un peaje para transportar al muerto al otro lado. Los otros caudales de agua eran el río Lete, cuyas aguas hacían olvidar todos los recuerdos; el río Cocito, el río de los lamentos; y el río Piriflegetonte, un río de fuego. Los griegos gustaban, además, de señalar la ubicación geográfica de este otro mundo: para algunos, el Hades estaba situado en los límites del río Océano, más allá de las columnas de Hércules, el actual estrecho de Gibraltar. Otros situaban sus entradas en determinados emplazamientos de Grecia.
 
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La idea griega del más allá, aunque era un compendio de tradiciones de diferentes regiones, fue homogeneizándose poco a poco, especialmente gracias al trabajo de poetas como Homero. Lo más importante es que, en algún momento, alguien comenzó a intuir que ese destino funesto, tal y como era descrito, podía ser evitado de alguna manera. Y así, de una única zona, el Tártaro o Hades, se pasó a dos. Algunas personas serían, a partir de entonces, capaces de eludir aquel mundo perverso y anodino, ingresando directamente en un paraje idílico en el que no había sufrimiento alguno. Eran los Campos Elíseos:
 
No es tu destino yacer muerto en Argos, sino que los dioses te llevarán a la llanura Elísea y a los confines de la tierra, donde el rubio Radamanto habita y la vida es placentera para los hombres: jamás hay nieve, ni lluvia, ni tormentas, sino que siempre el Océano levanta las brisas del Céfiro, que sopla canoro llevando frescor a la gente (…).
 
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Aunque en sus inicios, el cielo y el infierno cristianos fueron considerados como lugares puramente espirituales, pronto se comenzó a especular con la posibilidad de que estos mundos estuvieran situados en algún punto geográfico. Esta moda cogió fuerzas, sobre todo, a partir del Renacimiento. Dante, en su Divina Comedia (siglo
xiv d. C.), situaba los infiernos bajo la ciudad de Jerusalén, organizado en terrazas concéntricas. Hombres de ciencia y filósofos elaboraron mapas detallados del más allá, algunos de ellos con medidas exactas de sus dimensiones. El mismo Galileo se atrevió a poner números. Otros llegaron a calcular la cantidad exacta de demonios que poblaban el infierno o cuántos condenados cabían en él. Con el paso de los siglos se abandonó esta conceptualización materialista y todo volvió a su cauce. El otro mundo volvió a ser colocado, de nuevo, en una dimensión paralela. Esta sería invisible al ojo humano e incomprensible a la mente racional. Tal idea continuó evolucionando hasta llegar a la versión oficial que en la actualidad defiende el Vaticano: que el cielo y el infierno no son lugares geográficos, ni siquiera son lugares espirituales. No son lugares, en cualquier caso. La doctrina reciente es que son estados del alma. El cielo es la condición de las consciencias que, gracias a su buen comportamiento, disfrutan de la compañía de Dios. El infierno es, por el contrario, el estado anímico y espiritual de las almas que están tan alejadas de Dios que saben que jamás gozarán de su presencia. Esta concepción del más allá como estado de consciencia se acerca, claramente, a las creencias del budismo, y está en total consonancia con lo que atestiguan los soñadores lúcidos modernos y otros exploradores de la consciencia.
 
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Aunque en Occidente pensamos que el asunto de las vírgenes y el paraíso musulmán tiene mucho de contenido sexual, no es cierto. Para el islam, formar una familia es uno de los gozos más importantes de la vida. Por eso, Alá prometía proporcionar esposas, a las que daba vida directamente en el más allá, para facilitar el matrimonio a todos los que, por alguna razón, no hubieran podido consumar uno en vida. No obstante, estas mujeres también eran entregadas a hombres que habían muerto casados con varias esposas. Pero no puramente para satisfacer sus impulsos, sino para completar la familia en el contexto de su poligamia.
 
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La figura del viajero del más allá, como persona individual que emprende una expedición de carácter espiritual hacia el otro mundo, aparece en casi todas las culturas. En ocasiones, los relatos de estos aventureros ayudaron a configurar la estructura del otro mundo según el sistema de creencias correspondiente. En otros casos, la descripción ya estaba establecida desde hacía largo tiempo, así que estos exploradores aparecieron solo para corroborarla.
 
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Los griegos, además de creer en la posibilidad de contacto con los espíritus de los muertos por la mediación de brujos y médiums, no descartaban la posibilidad de que una persona viva entrase en el más allá, de alguna manera, y regresase de allí con importantes conocimientos. Pero no creamos que todo esto es una mera suposición, basada únicamente en leyendas. Tenemos noticias de históricos exploradores del más allá, como Hermótimo de Clazómenas, de quien se decía que se tumbaba en un diván y salía de su propio cuerpo para visitar el mundo de los espíritus. Mientras hacía esto, su cuerpo permanecía en un estado cataléptico, hasta que su consciencia regresaba a la realidad física. En una de esas ocasiones, mientras Hermótimo se desplazaba por las otras dimensiones, su mujer, que no debía de quererlo mucho, mandó quemar su cuerpo para que nunca pudiera volver a este mundo. Otros hombres, como Aristeas y Epiménides, compartían la misma habilidad. No olvidemos tampoco los ritos mistéricos, tan de moda en aquellos tiempos en el mundo grecorromano, y a los que ya me he referido. En ellos, los iniciados eran sometidos a ciertos rituales secretos cuyo fin era visitar el otro mundo. Así, se acostumbraban a las sensaciones y percepciones de la muerte. De esa manera, aumentaban las posibilidades de reconocer el instante del tránsito y, por tanto, de controlar el trayecto hasta el destino deseado.
 
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En el hinduismo, los sabios empleaban una sustancia, llamada soma, que les permitía viajar fuera de sus cuerpos hacia las otras realidades. Se dice que, del conocimiento obtenido en esas exploraciones, fueron creadas las prácticas de yoga en sus diferentes ramas. No sabemos con seguridad qué componentes tenía el soma, pero se piensa que alguna sustancia con efectos psicoactivos. Quizás fuera la amanita muscaria, la seta alucinógena más potente.
 
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Algunas de las narraciones de estos viajes son bellísimos textos desde el punto de vista literario. Pero, desafortunadamente, no aportan demasiada información fiable sobre lo que ocurre en el otro mundo. ¿Por qué? Porque la verdad está oculta tras capas y capas de pintura de camuflaje. ¿En qué consiste este revestimiento? Sabemos que las antiguas descripciones del más allá están plagadas de detalles añadidos
 
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Los personajes anteriores son tan solo un pequeño ejemplo de la ancestral y perenne curiosidad del ser humano por conocer su destino después de la muerte. Algunas de las narraciones de estos viajes son bellísimos textos desde el punto de vista literario. Pero, desafortunadamente, no aportan demasiada información fiable sobre lo que ocurre en el otro mundo. ¿Por qué? Porque la verdad está oculta tras capas y capas de pintura de camuflaje. ¿En qué consiste este revestimiento? Sabemos que las antiguas descripciones del más allá están plagadas de detalles añadidos artificialmente. Su objetivo era reforzar las normas de comportamiento que mantenían el orden social. Es decir, eran una herramienta de propaganda. Las exploraciones en el mundo cristiano describen el más allá según su dogma; las exploraciones taoístas explican el más allá según su filosofía. Y así con todas las religiones y culturas. Por ejemplo, en la religión persa de Zaratustra una mujer solo puede alcanzar el cielo si es totalmente dócil y obedece a su marido. Este criterio de selección no procede, pues, de una exploración directa del más allá, sino de normas morales propias de su tiempo.
 
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Más allá del más allá,página 54
 
 
Existen descripciones sobre el más allá que son mucho más coherentes que las que podemos encontrar en los textos sagrados de muchas religiones antiguas. Me refiero a las historias de exploradores modernos que aseguraron haber viajado al otro mundo gracias a experiencias visionarias, sobre todo sueños lúcidos o experiencias fuera del cuerpo. Otros relatos parecidos proceden de personas que han sufrido una experiencia cercana a la muerte. Estas fuentes de información son más sugestivas, pues no parten del intento de controlar a la sociedad. Al menos, son el resultado de experiencias conocidas que han sido profusamente estudiadas. Por eso merecen ser escuchadas.
 
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Más allá del más allá,página 56
 
 
¿Son los sueños lúcidos y experiencias fuera del cuerpo una herramienta de exploración del más allá?
 
El sueño lúcido o experiencia fuera del cuerpo es un fenómeno muy frecuente que les ocurre, de manera inesperada, a muchas personas a lo largo del mundo. El evento consiste en un despertar dentro del propio sueño ordinario. Es decir, el individuo se encuentra soñando una noche cualquiera y, por ciertas razones, adquiere la lucidez suficiente dentro de su mundo onírico para reconocer que ha llegado hasta allí a través de un sueño. En ese instante, la realidad que la persona atestigua deja de ser un sueño normal para convertirse en una experiencia totalmente física, igual que si estuviera despierto en este mundo de vigilia. La clave de este fenómeno es que comienza siendo un sueño, pero termina siendo una realidad alternativa para el que lo experimenta. Algunos aseguran haber encontrado la manera de controlar y producir esta experiencia a voluntad, gracias a la aplicación de determinadas técnicas. La mayoría de ellos lo logran aprendiendo a dormir conscientemente. Esto significa que dejan que su cuerpo físico se abandone al sueño, mientras que su mente permanece medianamente despierta. Este es un equilibrio muy delicado, pero claramente posible. Cuando alcanza este estado, denominado cuerpo dormido-mente despierta, el sujeto deja de percibir su dormitorio y comienza a integrarse en un entorno diferente, que se siente como totalmente físico. En ocasiones, esa segunda realidad es una réplica de la habitación de donde procedía, pero eso únicamente ocurre en un porcentaje pequeño de los intentos. En la mayoría de las ocasiones, el viaje comienza en una realidad desconocida. ¿Por qué se produce esta experiencia? No lo sabemos con seguridad. Desde luego, lo que sí sabemos es que no puede explicarse con el «modelo del fantasma». Ciertamente, como ya expuse en mi anterior obra sobre los sueños lúcidos, no tenemos pruebas de que el ser humano esté compuesto de diversos cuerpos energéticos conducidos por la consciencia o mente. En efecto, este paradigma afirma que nuestra consciencia permanece habitualmente en el interior de nuestro cuerpo físico para percibir esta realidad. Y que, durante el sueño y otras experiencias como el sueño lúcido o la experiencia fuera del cuerpo, la consciencia se traslada, como si cambiara de traje, a otro segundo cuerpo para desenvolverse en las realidades alternativas. Este vehículo ha recibido el nombre, en algunas corrientes espirituales, de cuerpo astral. Pues bien, como he dicho, no hay ningún indicio en las prácticas de los soñadores lúcidos modernos que nos lleve a pensar que esto funciona así. Más bien hay pruebas en contra, y bastante sólidas. Pero no podemos entrar a debatirlas aquí por cuestiones de espacio. El modelo que mejor parece encajar con estas experiencias es el modelo de la consciencia-radio. Según este, la mente o consciencia humana funcionaría como un aparato radiofónico. Así como este es capaz de sintonizar diferentes cadenas o frecuencias, modificando un potenciómetro, así nuestra consciencia puede apuntar a una realidad u otra de todas las existentes en el universo. Es decir, la consciencia humana tendría la facultad de crear y destruir realidades completas desde el punto de vista perceptivo. Pues bien, tenemos abundantes indicios de que las experiencias fuera del cuerpo y los sueños lúcidos permiten recopilar datos fidedignos de la realidad física. Son muchos los casos de personas que han tenido, por ejemplo, una experiencia fuera del cuerpo cuando estaban siendo sometidos a una operación quirúrgica y que han regresado con información contrastable imposible de conocer por medios ordinarios. En estos relatos, el individuo se ve fuera de su cuerpo y puede observar con todo detalle la escena que se está desarrollando en el quirófano. Tras regresar a la consciencia de vigilia, describe objetos situados fuera del campo de visión de su cuerpo físico tumbado en la camilla. Así mismo, es capaz de explicar con detalle las conversaciones que los médicos estaban manteniendo durante la operación. Todos estos datos pudieron ser corroborados después. ¿Cómo podemos explicar todo esto? Una de las interpretaciones racionales se apoya en la posibilidad de que el cerebro humano pueda procesar sonidos mientras se encuentra inconsciente o en coma. Y eso aclararía, sin necesidad de recurrir a otros argumentos, que el paciente recuerde detalles de las conversaciones. Pero esto no es exacto: no es que la persona recuerde extractos de los diálogos entre los enfermeros y los médicos como si los hubiese escuchado desde la distancia, ¡son testigos de toda la escena como si hubieran estado totalmente conscientes y despiertos en el mundo físico! Es decir, no solo han escuchado: han contemplado visualmente la escena desde otra perspectiva espacial. Además, si solo fuese cuestión de oído, ¿por qué el enfermo es capaz de describir objetos que no están ni siquiera al alcance de la visión de los médicos? Estos eventos continúan siendo recopilados por sanitarios y pacientes alrededor de todo el mundo.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 56
 
 
Entonces, ¿qué hay de la exploración de las realidades más allá de la muerte? ¿Es también viable investigar este plano partiendo desde el mundo onírico, si uno es capaz de mantener la lucidez? Este es un asunto muy complejo. En cierto sentido, es verdad que la subjetividad interpreta un papel importante en la información que se recaba en sueños lúcidos. En dicha experiencia, la consciencia toma datos de algún lugar (no específicamente de la memoria) y crea el entorno. ¡Pero esto no es diferente de lo que hacemos cada día al despertar! Efectivamente, tomemos una noche cualquiera. Mientras permanecemos en fase de sueño profundo, no existe la realidad física de nuestra habitación, pues nuestra mente la ha destruido horas antes, en el momento de conciliar el sueño. Cuando la persona despierta puede hacerlo en dos direcciones diferentes. Una de las alternativas es despertar de nuevo en nuestro mundo físico cotidiano, lo que implica reconstruir el mismo escenario de todos los días. La otra opción es despertar dentro de nuestro propio sueño, reconstruyendo una realidad diferente. Esto es lo que llamamos sueño lúcido. Por lo tanto, el mundo físico que generamos cada mañana como si fuera nuevo, tiene el mismo nivel de veracidad que las realidades que confecciona la experiencia del sueño lúcido o la experiencia fuera del cuerpo, ya que ambos tienen que ser recreados continuamente. En los dos casos, despertar por las mañanas al mundo físico y despertar dentro del propio sueño, la operación es puramente subjetiva o puramente objetiva, según se mire. Por tanto, si hay un mundo esperándonos después de la muerte, este debe necesariamente ser una creación de las consciencias humanas, subjetivo y objetivo a la vez. Y, al menos, sería susceptible de ser visitado mediante la experiencia del sueño lúcido. Esto es lo que todas las culturas del planeta, repito, todas las culturas del planeta, vienen diciendo desde hace milenios. Personalmente, creo que no pueden estar equivocadas. Los chamanes antiguos fueron los primeros en descubrirlo. Y, después de ellos, otros muchos personajes históricos aprovecharon esta experiencia para explorar las realidades más allá de la vida física. Aunque, en épocas remotas, esta habilidad ni siquiera tenía un nombre definido.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 61
 
 
Según Tart, los seres humanos funcionamos habitualmente en dos estados básicos: la vigilia y el sueño, pero existen otros muchos que están infrautilizados, como el sueño lúcido o la experiencia fuera del cuerpo. El patrón de ondas cerebrales de cada uno de estos estados tiene sus propias particularidades, lo que les habilita para acopiar datos procedentes de diferentes tipos de realidad. Tart afirma que cada estado de consciencia es como si fuese una red de pescar de una clase específica. Algunas redes de pesca tienen los espacios vacíos entre los hilos más grandes que otras redes, en función del tamaño de los peces que con su diseño se pretende capturar. El ser humano, por analogía, dispone también de diferentes estados de consciencia para atrapar distintos tipos de información. El estado de consciencia de la vigilia nos permite conocer y analizar el mundo físico, pero no los datos de otro «tamaño» diferente. Digamos que la vigilia es, por tanto, como una red con los huecos muy grandes que solo puede apresar a los mayores pescados. Sin embargo, deja pasar a los peces más pequeños. Así como una red con espacios grandes no es afectada por el movimiento de los peces de menor tamaño, porque la atraviesan sin tocarla, la percepción de la vigilia no es capaz de detectar una gran parte de la información disponible, aunque esta esté literalmente enfrente. Por tanto, a cada tipo de información le corresponde un tipo de estado de consciencia y viceversa. Por eso, debemos abandonar la idea de que los sentidos físicos puedan ser una herramienta para la exploración del otro mundo. Para Charles Tart, el sueño lúcido o experiencia extracorporal es el mejor estado de consciencia para esta tarea: es la red con los agujeros apropiados.
Pero si analizamos estas narraciones y las comparamos con las exploraciones del más allá que realizan algunos soñadores lúcidos, comprobaremos que se parecen mucho. En los sueños lúcidos también se producen encuentros con seres de luz o con familiares difuntos. También es frecuente que un soñador lúcido aparezca en un lugar absolutamente oscuro, sin iluminación. O que sienta una profunda paz espiritual. Sabemos también que, en el sueño lúcido, el pensamiento es capaz de moldear la realidad circundante. Si esta experiencia parte de un estado de tristeza o ansiedad, produce entonces eventos estremecedores. Estos y otros muchos detalles, como las sensaciones, la manera de desplazarse o la forma de percibir hacen que nos planteemos que las experiencias cercanas a la muerte sean, en verdad, un tipo de sueño lúcido o experiencia extracorporal.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Precisamente, algunos continúan argumentando que estos dos fenómenos no tienen relación entre sí, ya que el sueño lúcido o experiencia fuera del cuerpo solo es accesible desde los procesos del sueño y, sin embargo, la experiencia cercana a la muerte es consecuencia de un acontecimiento traumático. ¡Pero esto es cierto! Aunque los sueños lúcidos y las experiencias fuera del cuerpo pueden ser provocados a voluntad si uno tiene el entrenamiento correcto, sabemos que también pueden ser el resultado de una enfermedad, un traumatismo físico, el efecto de la anestesia en el quirófano o de la ingestión de determinadas sustancias psicoactivas.
 
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
las experiencias cercanas a la muerte también se parecen a los sueños lúcidos en que producen un impacto intenso en las personas que las sufren. Muchas veces, la conmoción da paso a un cambio de vida. La persona no vuelve a ser la misma. Los asuntos espirituales cobran mucha importancia, y crece la empatía hacia otros seres vivos. Se pierde el miedo a la muerte y se siente la necesidad de contar su historia a otros. En algunas ocasiones, los sujetos desarrollan capacidades extrasensoriales. Todas estas circunstancias, y muchas otras, ocurren como consecuencia de ambos fenómenos. Si hubiera que destacar alguna diferencia, esa sería la duración del evento. En las experiencias cercanas a la muerte, la exploración se queda a las puertas, ya que la persona se ve obligada a regresar rápidamente a la realidad física. Los soñadores lúcidos, por el contrario, al tener control sobre su propia lucidez, pueden prolongar el viaje hasta obtener información más detallada.
Si aceptamos, por tanto, la hipótesis de que una experiencia cercana a la muerte es un subtipo de sueño lúcido, entenderemos por qué hay tanta diversidad de detalles en los relatos de los diferentes individuos. Sabemos actualmente que el fenómeno de los sueños lúcidos depende, en gran medida, del sistema de creencias de la persona. Lo mismo sucede en las experiencias cercanas a la muerte. Mi opinión es que el sujeto está viviendo acontecimientos y percibiendo lugares que son, perceptivamente, pura energía, si se me permite emplear esta palabra tan desgastada. Es decir, en un primer momento la persona se enfrenta a una realidad desnuda, sin formas definidas. En el instante siguiente, la consciencia reinterpreta todo dándole la apariencia de cosas conocidas de la realidad física. Por eso, tanto los soñadores lúcidos como los protagonistas de las experiencias cercanas a la muerte acaban percibiendo objetos cotidianos como puertas, edificios o montañas. Pero, ciertamente, en el otro mundo no hay puertas, ni edificios, ni montañas. Pero no las hay ni en las realidades alternativas ni en esta realidad física. Todo es fabricado por nuestra consciencia. Lo que sucede es que hay una percepción primera (la realidad cruda hecha de pura energía) y una percepción segunda y definitiva fruto de la interpretación (la realidad hecha de objetos). Por eso, solo hay una aparente subjetividad. Para acceder a la percepción primera de un sueño lúcido o de una experiencia cercana a la muerte, libre de la interpretación, debemos considerar la importancia de lo que yo he llegado a definir como el concepto de sentido o función. Se debe reflexionar sobre el sentido, cometido o función que tienen los objetos que han sido observados en estas experiencias. Por ejemplo, imaginemos que un soñador lúcido decide viajar al más allá y percibe un edificio que le recuerda a una biblioteca antigua. Entra y encuentra miles de libros, de diversas materias. Asumamos ahora que este lugar no es algo que ha sido fabricado por su mente, sino un elemento que existe independientemente de él mismo como observador. Si otro soñador lúcido viajara al mismo sitio debería informar de esa misma biblioteca. Sin embargo, el segundo dice que ha visto una construcción parecida a una escuela. Un tercer individuo podría ver un edificio semejante a un templo griego, lleno de pergaminos ordenados en estanterías. El primer explorador deduciría, entonces, que en el más allá hay bibliotecas. El segundo no estaría de acuerdo y diría que allí lo que hay son escuelas. Y el último estaría convencido de que lo que allí hay son templos. ¿Quién tendría razón? Todos y ninguno. La manera de averiguar lo que está pasando ahí es remitirse al concepto de sentido o función, como he dicho. ¿Para qué sirven una biblioteca, una escuela y un templo repleto de pergaminos? ¿Cuál es su sentido? La función de todos estos lugares es ofrecer conocimiento. Por tanto, la única información que podríamos sacar de los tres testimonios…
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
En definitiva, la disparidad de datos en las experiencias cercanas a la muerte no significa que estas sean alucinaciones, sino que son consecuencia de la dificultad que tiene la mente racional para asimilar los objetos y escenarios que el individuo atestigua. Es un proceso de traducción de las energías y formas incomprensibles a las que el protagonista se enfrenta, proceso que continúa hasta conformar un relato construido por objetoso cotidianos.
El único problema que tienen las experiencias cercanas a la muerte, como fuente de información para entender el más allá, es que los datos que aportan son muy limitados. Tengamos en cuenta que esta experiencia solo abarca la primera fase del tránsito post mortem. El sujeto no tiene tiempo de explorar aquellos ámbitos, pues es obligado a regresar rápidamente. Sería como afirmar que haber estado en el porche de una casa nos hace conocer el edificio entero. La experiencia cercana a la muerte tampoco puede ser considerada como una herramienta de investigación útil para utilizarla bajo demanda, pues se produce solo en circunstancias de extremo peligro para la vida física. Sin embargo, algunos ven viable un peligroso experimento que bajo control médico, podría reproducir el estado límite entre la vida y la muerte. El objetivo sería emplear dicho estado ara realizar un viaje de exploración.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Las cinco fuentes rebeldes
 
En un momento dado de mi búsqueda personal, me embarqué en la investigación de fuentes de información alternativas que no estuvieran influidas por las viejas premisas adquiridas de las fuentes tradicionales y de la literatura de la Nueva Era. Y encontré cinco. Cuatro de ellas procedían de exploradores que habían empleado su propia consciencia como medio de transporte para llegar hasta el mundo después de la muerte, tal y como hicieron los antiguos descubridores cuando viajaban en barco para atravesar los océanos desconocidos. La quinta fuente era un investigador que, partiendo de la historia de las religiones, había encontrado una nueva interpretación de los antiguos textos. Todas ellas fueron responsables de elaborar cinco modelos sobre el más allá totalmente originales, que distan mucho de los monótonos esquemas que aún siguen apaciguando nuestro miedo a la muerte. Por eso, consideré que debían ser rescatados del olvido. La valía de las cinco fuentes rebeldes, como yo las denomino, reside en el hecho de que sus aportaciones superan la doctrina de la puerta principal que proponen casi todas las religiones y filosofías espirituales del pasado. ¿A qué me refiero con esto? A las dos premisas que dominan nuestro concepto de más allá. Primero, la idea de que la muerte es igual para todos los seres humanos. Y, en segundo lugar, el convencimiento, totalmente pesimista, de que nadie, a nivel individual, puede hacer nada por cambiar la premisa número uno. Los cinco informantes rebeldes, cuyo pensamiento analizaremos en las siguientes páginas, apoyaron la existencia de puertas traseras o puertas de emergencia en el proceso de supervivencia de la consciencia después de la muerte. Estas rutas o salidas alternativas permitirían al ser humano tomar el control de su viaje por el otro mundo para escoger el destino que cada uno desee y evitar así el final para el que hemos sido, aparentemente, diseñados según las religiones tradicionales. Usar estas puertas de emergencia es a lo que yo denomino escapar de la muerte, es decir, eludir el destino común de los seres humanos.
Cada una de las fuentes rebeldes difiere de las otras cuatro, fundamentalmente, en la combinación de vidas físicas y vidas post mortem, tanto su número como su duración. El primer informante rebelde defiende que los seres humanos disfrutamos de una sola vida en el plano físico y de una sola vida eterna en el más allá. Se trata del sueco Emanuel Swedenborg. Este hombre sabio del siglo xviii d. C. era, en sus inicios, un fanático defensor del método científico para explorar el concepto de realidad. Pero, un día, con más de cuarenta años cumplidos, sufrió una profunda crisis existencial a raíz de una serie de experiencias espirituales impactantes. Entonces, comenzó un nuevo periodo en su vida en el que los sueños lúcidos y experiencias fuera del cuerpo cambiaron su concepto del más allá para siempre. Tras Swedenborg, hablaré de las conclusiones a las que llegó Robert Monroe, el pionero en la investigación de las experiencias fuera del cuerpo en la primera mitad del siglo xx d. C. En sus fascinantes viajes en este estado de consciencia visitó otras realidades diferentes del mundo físico que lo llevaron a establecer una nueva teoría sobre el funcionamiento de la vida después de la muerte. Monroe también creía que solo tenemos una vida física y una sola vida en el más allá. Pero, a diferencia de Swedenborg, la vida después de la muerte no sería permanente, sino provisional. En tercer lugar, nos sumergiremos en el budismo. Pero no en cualquier rama. Nos centraremos en el budismo tibetano. Su propuesta es que el ser humano pasa por muchas vidas físicas, pero ninguna permanente en el más allá. Aunque estas circunstancias, según esta corriente del budismo, pueden ser superadas si uno conoce las técnicas adecuadas. Pocas religiones, si exceptuamos el Antiguo Egipto, se han preocupado tanto por estudiar seriamente tales cuestiones. En este caso, no podemos hablar de un único explorador de la consciencia, pues el conocimiento sobre el más allá que esta filosofía de vida ha conservado en sus escritos es el resultado de los viajes ultramundanos de muchos monjes budistas anónimos a lo largo del tiempo. El psicólogo Peter Novak será nuestro cuarto protagonista. Este estudioso de las religiones antiguas desarrolló, hace unos años, la denominada teoría de la división de la consciencia. Según los descubrimientos de Novak, la consciencia humana sufriría un proceso de separación en dos partes independientes justo después de la muerte. Esta ruptura tendría consecuencias serias para nuestro bienestar en el otro mundo, porque cada una de las partes seguiría un camino diferente. Conocer este proceso implica poder evitarlo. La teoría de la división de la consciencia considera que disfrutamos de muchas vidas físicas y de muchas vidas en el más allá. Pero estas últimas serían vidas vacías. Es decir, sin contenido original; algo parecido a la existencia de un fantasma encerrado en su castillo, que repite eternamente los mismos comportamientos automáticos. Por último, nos sumergiremos en las seductoras teorías del antropólogo Carlos Castaneda, quien defendía que solo disfrutamos de una vida física, y de una vida breve y temporal en el más allá. Castaneda dijo haber encontrado un sistema diferente de cognición en una tradición milenaria de chamanes del antiguo Méjico, que propone un panorama poco halagüeño para la supervivencia del yo tras la muerte, visto como consciencia individual. Pero que, por el contrario, descubrió innovadoras técnicas para burlar ese fatídico destino.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Cómo influir en nuestro destino después de la muerte según el cristianismo de Emanuel Swedenborg
 
 
Sin embargo, un explorador cristiano lo cambió todo: Emanuel Swedenborg, un hombre culto que, en el siglo xviii d. C. se rebeló contra la visión tradicional que tenía la Iglesia sobre el más allá. Aunque construyó su modelo partiendo de la habitual estructura cielo-infierno, aportó información valiosísima y totalmente revolucionaria.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
En el lenguaje actual, diríamos que Swedenborg fue un soñador lúcido del siglo xviii d. C. que dedicó gran parte de sus experiencias a la exploración del mundo que nos espera después de la muerte. Con las conclusiones de su investigación armó un completo modelo del mundo espiritual que jamás ha podido ser igualado en complejidad y riqueza. Lo más destacado de su legado es que el conocimiento transmitido no surgió de la elucubración intelectual, sino de la pura experimentación personal. Por eso, sus narraciones, cuando uno las lee, suenan a verdad.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Swedenborg debería ser tratado como uno de los más importantes pensadores de la historia de la humanidad.
 
Enrique Ramos
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Swedenborg dijo que el hombre solo puede recibir dos tipos de sueños: sueños de fantasía y sueños de lo alto. Los primeros son generados por el recuerdo de los acontecimientos ordinarios del día a día. Estos sueños no tienen utilidad alguna. Sin embargo, los otros son enviados desde el más allá por los ángeles de Dios para ayudar a los humanos.
 
Enrique Ramos
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Swedenborg creía que el cumplimiento de su misión sería lo que precipitaría la Segunda Venida de Cristo, pero no como era entendida en su tiempo. Según Swedenborg, la humanidad había confundido este acontecimiento con un advenimiento físico de Jesucristo al planeta Tierra. Para Swedenborg, el regreso de Cristo no sería un evento material, sino espiritual. La Segunda Venida de Cristo significaría la vuelta de Logos, es decir, de la Palabra Verdadera. Traducido a un lenguaje más cercano, el regreso de Cristo ocurriría cuando se hubiera revelado definitiva y correctamente el mensaje que Jesús vino a traernos. Este mensaje es que el ser humano realmente trasciende la muerte. Y para eso precisamente estaba aquí Swedenborg: para viajar al otro mundo y publicar sus descubrimientos sobre ello.
 
Hasta su muerte con ochenta y cuatro años, Swedenborg se conservó anormalmente joven y saludable. No tuvo una enfermedad importante en toda su vida y nunca dejó de trabajar ni de escribir. Su obra es extensísima, casi inabarcable. Escribió más de ciento cincuenta libros en latín, todos complejos y ricos en conclusiones. Se dijo, incluso, que sus manuscritos, antes de publicar los libros, no contenían jamás tachones o erratas. Analicemos entonces cómo los escribía.
 
Enrique Ramos
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Por otro lado, en su Diario espiritual, Swedenborg recoge todas sus experiencias en estados profundos de consciencia, tanto las visiones como los sueños ordinarios y los sueños lúcidos. Y las describe con todo detalle, como corresponde a un diario de campo de un auténtico explorador: hora y día, localización geográfica, estado anímico, desarrollo de los acontecimientos… Gracias a este libro podemos entender qué tipo de experiencias lo condujeron a tan grandes descubrimientos sobre el otro mundo. Buceemos en ellas. El primer tipo de experiencias que Swedenborg tenía eran visiones en estado de vigilia. Swedenborg penetraba en el mundo espiritual y hablaba con los ángeles y los espíritus de los fallecidos estando totalmente despierto, con los ojos abiertos. Cuenta que una parte de su consciencia quedaba en el más allá, conversando, y otra parte de su consciencia continuaba aquí en el plano físico.
 
Era capaz de realizar tareas cotidianas en este mundo, como charlar con amigos, y, a la vez, mantener una segunda conversación con seres espirituales. Aunque reconoce que los sentidos externos (los físicos) y los internos (los del segundo cuerpo en el mundo onírico) no funcionaban con la misma eficiencia, ya que los primeros permanecían muy atenuados.
 
Enrique Ramos
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La tercera herramienta de Swedenborg era la interpretación de los sueños especiales. Ya vimos que él los denominaba sueños de lo alto. Eran sueños ordinarios, pero contenían información trascendental que aprendió a distinguir y a interpretar correctamente. Sin embargo, su técnica principal era, como ya hemos adelantado, el sueño lúcido. En sus escritos, Swedenborg confiesa que su rutina nocturna era muy irregular. Solo dormía cuando tenía sueño; es decir, no respetaba un horario rígido. Y mantenía su dormitorio muy frío, sin ningún medio de calefacción. Da a entender que ambas cosas eran básicas para provocar estas experiencias. Y no andaba errado: actualmente sabemos que el sueño irregular (dormir a deshoras) y la incomodidad (por ejemplo, las temperaturas muy bajas o muy altas, o dormir en una cama desconocida) son dos de los factores principales que provocan sueños lúcidos espontáneos. No es de extrañar, entonces, que los tuviera frecuentemente. Para Swedenborg, los sueños lúcidos, experiencia a la que él llamaba estar en el espíritu, constituían la única manera de visitar el más allá de una manera inmersiva, tal y como si uno viajara físicamente a otro país y lo viera con sus propios ojos. Si exceptuamos, por supuesto, la muerte:
 
(…) no hay ninguna manera de que nuestros ojos vean las cosas del mundo espiritual a menos que se nos permita estar en el espíritu, o bien una vez que nos hayamos convertido en espíritus después de la muerte.
 
No hay duda de que Swedenborg viajaba principalmente mediante los sueños lúcidos. Aun no empleando este término, que ha sido acuñado recientemente, en sus escritos da múltiples pruebas de ello. Por ejemplo, sabemos que el sueño lúcido se produce desde un estado entre medio dormido y medio despierto y, casi siempre después de haber dormido un número de horas. Esto coincide con lo que Swedenborg dice en su diario. Sus experiencias comenzaban siempre después de haberse despertado en mitad de la noche o al principio de la mañana, que es cuando el sueño lúcido aparece.
 
Enrique Ramos
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Es fascinante la claridad con la que una persona del siglo xviii d. C. es capaz de describir las sensaciones de un fenómeno al que no hemos dado un nombre hasta trescientos años después.
No podemos descartar que un pequeño porcentaje de sus experiencias oníricas fueran lo que ahora denominamos sueños lúcidos de frontera. También son conocidos como sueños lúcidos hipnagógicos e hipnopómpicos. Se trata de breves sueños lúcidos que se generan durante estas dos fases del sueño. La fase hipnagógica es el periodo que experimentamos entre la vigilia y el sueño, justo cuando nos estamos quedando dormidos. La fase hipnopómpica es por la que pasamos cuando empezamos a despertarnos. Aunque, posiblemente, estos sueños lúcidos de frontera hayan tenido cierta importancia en el recorrido de Swedenborg, no fueron los más habituales; tienen una duración muy pequeña, por lo que es difícil reconstruir con ellos una historia coherente.
 
Enrique Ramos
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¿Cómo interpretar lo que Swedenborg vio en el más allá? Debemos recordar que toda la información procedía de sus sueños lúcidos. Eso significa que, para conocer el auténtico significado de sus experiencias, es necesario tener en cuenta el concepto de sentido o función, del que ya hablé. Por ejemplo, cuando explica el mundo de los espíritus, es decir, el primer plano al que acceden los difuntos, dice que este parece un valle abrupto, rodeado por montañas. Un entorno más bien inhóspito, pero no del todo desagradable. Es evidente que en el mundo de los espíritus no hay montañas; estas son solo una elaboración racional que su cerebro, en calidad de soñador lúcido, realizaba para interpretar algo que no podría ser explicado con palabras. Es decir, en esa dimensión había algo que la mente de Swedenborg conectaba con la idea de montañas y relieve, según la función que aquello cumplía dentro de ese entorno. Debemos pensar qué nos sugiere una geografía escarpada. Claramente, un lugar incómodo; no es un sitio donde residir para siempre. Traduciendo entonces la visión de Swedenborg, tendríamos que decir que el mundo de los espíritus es un lugar de paso, no adecuado para largas estancias. Uno puede adaptarse temporalmente, pero no es el lugar ideal. El mismo Swedenborg también parece ser consciente de que en ese lugar no hay montañas, sino que esto es el resultado de un proceso que realiza el cerebro para reinterpretar las energías desconocidas con objetos conocidos. Lo sabemos por muchas de las reflexiones que registró en sus libros. Por ejemplo, en una ocasión, en la que presenció el viaje de los difuntos desde el plano físico hasta el mundo de los espíritus, vio cómo todos avanzaban por un sendero que terminaba en una gran piedra. Desde ella, partía una bifurcación. Un camino conducía al cielo y otro al infierno. Los que iban hacia el cielo veían perfectamente la roca y la esquivaban para coger el camino correspondiente. Sin embargo, los que se dirigían hacia el infierno, tropezaban siempre con la piedra, lastimándose. Swedenborg dice claramente que, aunque él estaba viendo una roca, sabía perfectamente que en ese lugar no había una piedra, ni siquiera senderos como los conocemos en la vida física. Reconoce que todo ello no es más que una interpretación de su mente racional para dar sentido a un mundo exento de formas:
 
Más tarde se me explicó el significado de todo esto (…). La piedra que estaba en la bifurcación o esquina donde los réprobos tropezaban, y desde la que se precipitaban por el sendero que conduce al infierno, representaba la verdad divina, que es negada por las personas que están centradas en el infierno.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
La idea clave del innovador pensamiento de Swedenborg es que el cielo no es, para nada, un espacio etéreo donde sus habitantes permanecen en un estado de suspensión beatífica. Tampoco es un lugar de residencia y nada más. La razón de ser del cielo, es decir, para lo que fue creado, es, según Swedenborg, la progresión espiritual del ser humano. Ese mundo acoge a los difuntos para que continúen aprendiendo después de la muerte. No es un lugar pasivo, sino que está diseñado para la formación integral del alma. Allí hay escuelas, academias y universidades donde se debaten profundas cuestiones, muchas de ellas de carácter teológico. Swedenborg se sentía en estos lugares espirituales como pez en el agua. Ya vimos que era tremendamente competitivo y que le encantaba tener la razón. Según afirmó, sus mejores discusiones en el cielo las mantuvo con figuras de la historia cuyas almas habían pasado al más allá. Con los ángeles, Swedenborg se manejaba de otra manera. Los sentía tan sabios que le era imposible polemizar con ellos. Simplemente los escuchaba y aprendía.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Swedenborg no especulaba como los autores de relatos sobre el más allá que escribieron antes que él. Swedenborg solo cuenta lo que literalmente vio en experiencias reales en mundo reales, tal y como ocurre en los sueños lúcidos, donde el protagonista mantiene el control de sus capacidades cognitivas.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Primer reino: el mundo de los espíritus
 
Swedenborg llamó mundo de los espíritus al primer espacio al que acceden los difuntos. Descubrió que era un estado intermedio, situado bajo el cielo, pero por encima del infierno. La llegada a este lugar ocurre inmediatamente después de la muerte. Aunque ahora esta idea nos puede parecer normal, era novedosa para la época. Hasta la contribución de Swedenborg, el mundo cristiano creía, en general, que el fallecimiento precedía a un profundo sopor, una especie de letargo que se prolongaba hasta la llegada del Juicio Final. En este evento cósmico, todos los seres humanos serían despertados y volverían a disponer de un cuerpo como el que tenían en su vida anterior. Después, un tribunal divino juzgaría a las almas y estas serían condenadas o recompensadas según los actos realizados en la vida física. En función del resultado del juicio, cada hombre y mujer sería destinado bien al cielo o bien al infierno. Sin embargo, Swedenborg atestiguó que esto no estaba ocurriendo así. Se dio cuenta de que no había tiempos intermedios ni suspensión de la consciencia. Si una persona muere, inmediatamente viaja al otro mundo. Swedenborg tuvo la suerte de contemplar este proceso innumerables veces. Lo definió como un despertar. El proceso siempre es el mismo. Dos ángeles de Dios se encargan de cada moribundo. Acuden para estar cerca de él y facilitarle el tránsito. Para ello, lo recubren con una ola de amor incondicional y lo mantienen en un estado parecido al sueño mientras dura este intermedio. Cuando la muerte ha vencido, lo despiertan, como si descorrieran un velo sobre su cara. Entonces, la persona comienza a percibir el mundo espiritual. Dos nuevos ángeles lo reciben después para convencerle de que ya no tiene cuerpo, pues ahora es todo espíritu.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Continuemos con la descripción de Swedenborg. Una vez trasladado a la otra vida, el recién llegado contempla las maravillas del mundo espiritual. Solo ve paisajes de una belleza impensable en el mundo físico. Pero los ángeles le informan de que aquello es solo un aperitivo. Ese es solo el mundo de los espíritus. Nada de lo que ahí percibe es comparable a lo que encontrará si finalmente ingresa en el cielo. Swedenborg dice que el difunto se maravilla de cómo las cosas son tan parecidas a las que encontraba durante su vida en la Tierra. Todo parece físico. Los objetos pueden ser vistos, palpados y olidos. Hasta se puede hablar. El fallecido se siente tal y como era antes de morir, con sus mismos pensamientos y recuerdos. Esta es otra de las importantes conclusiones de Swedenborg. El más allá no es una entelequia, ni una alucinación fantasmagórica, sino que tiene una naturaleza concreta. En muchos sentidos, es una dimensión paralela al mundo físico. Hay ciudades, paisajes, edificaciones, aunque nada esté hecho de la materia que conocemos en este plano:
 
En el mundo espiritual, el mundo donde viven ángeles y espíritus, las cosas son más o menos iguales a las del mundo natural en que vivimos, tan similares que a primera vista no parece existir diferencia alguna. Allí se ven planicies, montañas, colinas y acantilados con valles entre ellos; se ven masas de agua y muchas otras cosas de las que encontramos en la tierra.
 
Este dato me parece muy relevante. Aunque en tiempos pasados, el más allá sí que era considerado como un lugar real, esta idea fue diluyéndose con el tiempo, hasta llegar a la época moderna. Hemos llegado a pensar que el cielo, por ejemplo, debe de ser un estado difuso, etéreo, poco concreto. Sin embargo, la descripción de Swedenborg confirma las previsiones del mundo antiguo: el otro mundo es tan físico y tan sólido como este, aunque esté construido de una sustancia diferente a la que compone esta dimensión.
Swedenborg también confirmó que los fallecidos son recibidos por familiares y amigos que habitan este mundo espiritual. Y si alguien echa en falta a alguien, el difunto lo busca y lo encuentra fácilmente. Esto lo hace simplemente manteniendo su imagen en la mente.
 
Enrique Ramos
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En definitiva, para el difunto nada cambia en el otro lado de la realidad, salvo que el cuerpo que disfruta ahora ya no es físico sino espiritual. En un principio, el cuerpo espiritual tiene el mismo aspecto que el cuerpo físico, pues el cuerpo espiritual refleja temporalmente el pensamiento exterior de la persona; es decir, su máscara social. Sin embargo, al poco tiempo de estancia en el mundo de los espíritus, la personalidad interior, la esencia del yo, comienza a brotar hacia la superficie. Y entonces el cuerpo espiritual comienza a cambiar, revelando el verdadero ser. Esto es especialmente notable en el rostro: si el difunto ha llevado una vida orientada hacia el mal y la mentira, entonces la cara se tornará fea y desagradable. Y ocurrirá al contrario si se ha dejado guiar por el amor. A partir de este crucial momento, la persona ya no podrá engañar ni pretender ser algo que vaya en contra de su auténtica naturaleza. Porque, en el más allá, todo lo que se piensa queda reflejado inmediatamente en el aspecto que se muestra a los demás:
 
La razón de que nuestro rostro cambie es que en la otra vida no está permitido fingir sentimientos que en realidad no se tienen, por eso no podemos tener un rostro que sea contrario a nuestro amor. Todos somos purificados hasta llegar a un estado en el que decimos lo que pensamos, y manifestamos mediante la expresión y los actos aquello que queremos. Por eso el rostro se convierte en forma e imagen de los sentimientos (…).
 
Es decir, los actos que realicemos en la vida física definirán nuestra naturaleza interior, que permanecerá oculta bajo el barniz de la naturaleza exterior y que es la que deseamos mostrar al mundo. Pero esta naturaleza interior acabará saliendo a la luz después de la muerte, ya que la exterior, que es falsa y artificial, quedará destruida. Por tanto, cada uno de nosotros somos responsables del cuerpo que tendremos en la otra vida.
Esto también sucede con respecto al comportamiento. Una vez ha surgido la naturaleza interna del difunto, lo que es verdaderamente su esencia, sin fachadas ni subterfugios, ya no podrá aparentar obrar de una manera y pensar íntimamente de otra. Por eso, quienes hayan ocultado conductas aberrantes o hayan deseado el mal de los demás, no podrán evitar realizar acciones malvadas. Ya no podrán controlarse, ya no dispondrán de caretas detrás de las que esconderse. Por otro lado, los recién llegados que hayan buscado siempre el bien del prójimo, olvidándose de ellos mismos, continuarán haciendo buenas obras en el más allá.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
En algunas ocasiones, Swedenborg contempló cómo la naturaleza interna de algunas personas no se inclinaba inmediatamente ni hacia el cielo ni hacia el infierno. En ese caso, el difunto debía pasar más tiempo en el mundo de los espíritus hasta que su estado fuese clarificado. También, todos aquellos que no querían o que no podían reconocer su propia muerte permanecían allí durante un tiempo indeterminado.
Este proceso de elección de un destino u otro se realiza a través de una operación especial. Swedenborg vio cómo ciertos ángeles se acercaban a la persona y analizaban su cara, que es lo que refleja la verdadera esencia del yo. Entonces les eran mostrados todos los eventos de su vida pasada en un gran libro. Swedenborg llama a esto la lectura del Libro de la Vida o revisión de la vida, un concepto que sigue circulando, tres siglos después, en la cultura de la Nueva Era. De sus letras no se escapa nada de lo que el difunto hizo o pensó en vida. Ni un ápice. Esta operación no tiene el castigo como fin, sino que tiene lugar para que cada persona disponga de la información necesaria para descubrir su verdadera naturaleza. Según Swedenborg, es necesario que cada difunto entienda en qué estadio de evolución está para conocer cuánto camino le queda por recorrer. Por eso la revisión de la vida es tan importante. Swedenborg cuenta también que, en algunas ocasiones, los ángeles le concedieron autorización para leer en este libro los detalles de las vidas de otras personas, algunos grandes dignatarios de su época.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Pues bien, una vez descubierta esta naturaleza interior, gracias al examen de todos y cada uno de los recuerdos en el Libro de la Vida, la personalidad exterior queda destruida para siempre. Así que el difunto ya no puede mentir a los demás ni a sí mismo. Como consecuencia, empieza a sentirse seducido por el cielo o por el infierno, según corresponda. Esta idea también es revolucionaria. Swedenborg está diciendo con esto que Dios no castiga ni premia en función de los actos humanos. Dios solo desea que todos comprendan que el estado natural del hombre es el amor y la verdad. Por tanto, todos deberían disfrutar del cielo para continuar con su evolución. Pero no puede obligar a vivir ahí a quienes desean el mal y la mentira. Estos renegados eligen por sí mismos construir otro hogar para ellos y todos los que son semejantes a ellos; un lugar en el que el dolor y el sufrimiento suponen el mayor de los disfrutes. Dios no puede hacer nada frente a esto, pues es la elección de la naturaleza esencial de cada uno. Repito: esto ahora nos puede parecer lógico, pero no es precisamente como los contemporáneos de Swedenborg veían la vida después de la muerte.
 
Enrique Ramos
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Los difuntos que anhelan los principios del cielo son conducidos a unas áreas educativas, donde serán instruidos por ángeles. Allí trabajarán en la comprensión de todos los apegos que aún les quedan de la vida material, eliminando todo resto de egoísmo y maldad. Swedenborg observó que, además de piadosos cristianos, otras muchas personas eran admitidas en estas escuelas de adaptación, a pesar de profesar otras religiones. Lo único que importa es que la naturaleza íntima haya sido forjada a semejanza del cielo. Es decir, en esta etapa, los fallecidos limpian su cuerpo espiritual. Ingresar puros en el cielo es la única manera de sobrevivir al peso de su poderosa energía. Es un lenguaje moderno, diríamos que los difuntos deben adaptar su frecuencia vibratoria a la frecuencia del cielo.
 
De nuevo, esta circunstancia también tiene un paralelo claro con lo que cuentan los soñadores lúcidos actuales. En ocasiones, cuando estos intentan pasar de una realidad a otra que se supone más elevada, dicen sentir una presión tal que piensan que están a punto de desintegrase. Y tienen que abortar y regresar a la seguridad de su cama en el mundo físico. Es como si la evolución de la consciencia determinara en qué planos esta puede entrar y en cuáles todavía no es capaz de sobrevivir.
 
Enrique Ramos
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Segundo reino: el cielo
 
Swedenborg fue testigo de cómo los fallecidos, una vez que su esencia ha sido acomodada para soportar la energía del cielo, son revestidos de túnicas blancas y se convierten en ángeles. Entonces ingresan en el cielo y reciben el encargo de dedicarse a una actividad concreta, siempre enfocada a servir al bien común. Todos adquieren una nueva profesión y después son destinados a una comunidad determinada, donde también viven otros ángeles de similar naturaleza a la suya. Y aquí entramos en el asunto de los ángeles. La opinión de Swedenborg sobre ellos es, de nuevo, revolucionaria.
 
Enrique Ramos
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Swedenborg convivió con ellos en numerosas ocasiones, dentro de sus sueños lúcidos. Ellos mismos le dijeron que son solo personas. Personas cuya esencia, gracias a haber llevado un estilo de vida basado en el amor y la verdad, resuena con la energía del cielo. En definitiva, los ángeles son criaturas que previamente fueron seres humanos. Y, por tanto, a diferencia de lo que se pensaba en su época, no son entidades fantasmagóricas. Tienen un cuerpo, aunque no está hecho de materia física, sino de la materia de la que está construido el cielo. Por eso, solo pueden ser percibidos con los ojos del espíritu. Por ejemplo, en un sueño lúcido, tal y como Swedenborg los contemplaba. Los ángeles hablan, se ríen y se mueven como lo hacemos nosotros aquí en el mundo físico.
Las exploraciones de Swedenborg también le permitieron hacer un mapa del cielo. Este se divide en tres grandes regiones, denominadas cielo exterior, cielo medio y cielo interior. El último de ellos es el que más próximo está de Dios, la fuente de todo. Pero recordemos que, en el más allá, la distancia no es geográfica, sino una diferencia de estado. Cada difunto tiene un estado que es consecuencia de su naturaleza interior. Dicho estado solo es capaz de soportar un tipo de ambiente con el que se corresponde, pero no tolera dimensiones cuya «vibración» sea superior. Por eso, los tres cielos no están separados entre ellos por la distancia, sino que se diferencian por el estado de sus habitantes. Por eso, los ángeles del cielo exterior no pueden resistir la fuerza del cielo medio ni la del cielo interior. Lo mismo sucede con los que habitan el cielo medio respecto al cielo interior.
 
Enrique Ramos
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Swedenborg también habló del concepto de tiempo y de espacio, a la luz de sus exploraciones. Descubrió que, en el más allá, el tiempo es solo una variación de estado de consciencia y el espacio es una diferencia de estado de consciencia. Vayamos primero con el tiempo. En este mundo, el tiempo no existe. Es cierto que las cosas y los seres cambian, pero la sucesión de eventos no es una línea temporal. Como he adelantado, Swedenborg afirma que los cambios que nosotros interpretamos como «tiempo» son variaciones de estado. Es decir, traducido a un lenguaje moderno, en el más allá solo existen cambios en el estado de consciencia que, para un observador encarnado como Swedenborg, son interpretados como una concatenación de sucesos ordenados. Por eso, si alguien observara a un ángel en un instante determinado y luego viera cambiar su aspecto, eso significaría que el tiempo habría pasado de un momento hasta el otro, aunque, en realidad, no existiría tal concepto de tiempo, sino simplemente el cambio de estado de una apariencia a la siguiente. Sabiendo esto, la vida eterna de la que disfrutan los ángeles es un hecho fácilmente entendible. Swedenborg dice que por «eternidad» los ángeles perciben un estado infinito, no un tiempo infinito. El concepto de espacio les es igualmente ajeno a los ángeles. Cuando se desplazan de un punto a otro, en realidad no hay movimiento, sino cambio en su estado.
 
Enrique Ramos
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En el sueño lúcido y, por tanto, en el más allá, el sujeto solo puede crear objetos allá donde pone su atención. Donde uno no mira, no hay nada. Por eso, lo de enfrente es su propio estado de consciencia. Es decir, dirección y estado son lo mismo. A esa dirección, que es hacia donde uno mira, unos los llamarán su norte, otros su este, su sur o su oeste.
 
Enrique Ramos
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Las casas son como las de la Tierra, pero más bellas. En realidad, son creaciones de los propios ángeles con el poder de su pensamiento. La intención de los ángeles toma la energía del entorno y fabrica las viviendas, y solo la percepción de un visitante externo acaba interpretándolas como edificios. Swedenborg nos cuenta que los ángeles del cielo interior, los más cercanos a Dios, viven en casas situadas en altas montañas. Los del cielo medio residen en edificios sobre colinas suaves. Y los del cielo exterior viven en casas construidas sobre pequeñas rocas a nivel del suelo. Todo esto, como vimos, hay que interpretarlo empleando el concepto de sentido o función.
 
Enrique Ramos
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Otro asunto interesante que trata Swedenborg es el del matrimonio. Los ángeles, que eran seres humanos en la vida física, también se unen en parejas y se casan en el cielo. En esto, Swedenborg contradice incluso al evangelio: Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo63. Una prueba más de que los relatos de sus exploraciones eran sinceros, ya que muchas veces desmentían los postulados de la Iglesia. Sin embargo, Swedenborg encontró que el matrimonio del cielo es diferente del que celebramos en la Tierra. En el más allá, cuando los esponsales finalizan, los dos ángeles funden sus consciencias en una sola. Aunque siguen siendo dos entidades independientes, tienen una sola mente.
Otra diferencia entre el matrimonio terrenal y el celestial es que en el cielo los ángeles no tienen hijos. Precisamente por eso, Swedenborg consideraba que la procreación en el mundo físico era una tarea sagrada de las parejas humanas, ya que es la única fuente de la que disponemos para «fabricar» ángeles que continúen poblando el cielo.
 
Enrique Ramos
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Tercer reino: el infierno
 
Swedenborg afirma que los humanos que ingresan en el infierno lo hacen simplemente porque la idea de vivir en el cielo les repugna. Y que, por tanto, el infierno les agrada intensamente. La naturaleza íntima del difunto, la que ellos mismos han construido y de la que no pueden escapar, es la que se acomoda al ambiente y no al contrario. Los que han dedicado su vida a practicar el mal y solo valoran las cosas materiales, pasan a la otra vida deseando hacer lo mismo:
 
También observó que, en el mundo infernal, los seres humanos no sufren el castigo de seres diabólicos. Esta idea también iba en contra de todo lo que defendía el pensamiento religioso de su propia época. Swedenborg vio que los habitantes del infierno se castigan entre ellos mismos. Viven en una constante lucha, unos contra otros. Por eso, el dolor no es infligido por criaturas especiales, sino por sus semejantes. Por tanto, los demonios, tal y como los entiende el cristianismo, no existirían. Los diablos son, según Swedenborg, simples seres humanos que han optado voluntariamente por el infierno.
Swedenborg dice que este reino, cuando su mente racional trataba de poner orden a lo que atestiguaba, le recordaba a una ciudad infestada de criminales. Allí las violaciones, la tortura y la delincuencia son la norma. Vio que, a semejanza de las sociedades humanas corruptas, hay ciertos individuos que se hacen con el poder para controlar al resto. Y que forman verdaderas organizaciones mafiosas. A sus integrantes se les encarga la misión de sembrar el miedo entre los habitantes del infierno. Pero nadie está libre. Todos pertenecen a alguno de estos grupos del mal que, a su vez, están dirigidos por otros capos similares. Al final, todos hacen daño a todos, continuamente, por puro placer. Swedenborg dice que, en ciertas ocasiones, algunos ángeles tienen permiso para bajar a los infiernos y frenar los desvaríos de algunos ciudadanos a los que la violencia se les va de las manos. Si no fueran detenidos, el infierno podría llegar a autodestruirse y entonces el equilibrio de todo el universo correría peligro.
 
Enrique Ramos
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En cuanto a la estructura del infierno, esta es equivalente a la del cielo. Así como hay tres cielos, hay también tres infiernos: el exterior, el medio y el interior. Swedenborg describe profusamente estos tres círculos infernales, como también hace con los tres cielos.
 
Enrique Ramos
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Swedenborg ¡negaba el misterio de la Trinidad! Según le confesaron los ángeles, Dios no podía ser dividido en tres personas. Quienes llegaban al cielo y trataban de convencer a otros de este principio, eran apartados a lugares solitarios hasta que comprendieran la verdadera naturaleza de los tres aspectos de la divinidad: Dios, Hijo y Espíritu Santo.
 
Enrique Ramos
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Ya vimos que la persona exterior, para Swedenborg, es un concepto muy específico que él desarrolla a lo largo de sus libros. Se refiere a la parte de nuestro ser que mostramos hacia los demás, esto es, nuestro comportamiento social. Por eso, en esta vida física, muchos actúan de una manera, pero interiormente están pensando otra cosa. Los ángeles le dijeron que solo puede ingresar en el cielo la persona interior, por lo que es necesario desprenderse, de alguna manera, de esa otra mitad. Por eso, en este caso, parece que, cuando habla de regeneración, está hablando de algún proceso de limpieza que elimina ese falso componente de nuestra personalidad que ya no necesitaremos en el cielo. Cuando esto ocurre, solo queda del difunto la persona interior. Por eso, cuando Swedenborg dice que la persona «es concebida de nuevo» y «es luego llevada en el útero», intercala la expresión «por decirlo así». Claramente, está empleando una metáfora para simbolizar el surgimiento de una persona renovada, libre de condicionamientos sociales y apegos. Aunque otros intenten forzarlo, no hay evidencias que demuestren que Swedenborg tenía pruebas de la reencarnación.
 
Enrique Ramos
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Swedenborg creía que uno puede hacer las cosas de otra manera. La clave es que los actos que cometemos durante la existencia física no son utilizados en un juicio después de la muerte, tal y como admite la Iglesia. Los ángeles le dijeron a Swedenborg que nuestras acciones no sirven como pruebas de nuestra salvación o de nuestra condena, sino que sirven para construir, en vida, nuestra esencia espiritual. Cada acto realizado en la Tierra es como un «ladrillo» que se pone para levantar nuestro segundo cuerpo, el vehículo que utilizaremos en la otra vida. Y ¿por qué es esto importante? Porque, como ya hemos dicho, nuestro cuerpo se comportará después, en el más allá, como un imán que será atraído por uno de los dos destinos posibles: el cielo o el infierno.
 
Enrique Ramos
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Swedenborg advierte que la importancia de uno mismo no tiene nada que ver con la posesión o la carencia de bienes materiales. Por eso, los ricos no son necesariamente excluidos del cielo. Dependerá de qué tipo de naturaleza interior hayan construido. Si su atención no está enfocada en el dinero, sino en auxiliar al prójimo, la autoimportancia será mantenida a raya. Y, por el contrario, ser pobre tampoco asegura la entrada. Swedenborg conoció en el más allá a personas que habían padecido una vida en la indigencia, y que dirigían malos pensamientos contra su prójimo, envidiando sus posesiones de una manera enfermiza.
 
 
Enrique Ramos
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Pero ¿y si nos equivocamos y caemos en la autoimportancia? Al fin y al cabo, no somos perfectos. Cuando esto sucede, estamos contribuyendo a la construcción de nuestra naturaleza interior, es decir, de nuestro cuerpo espiritual, con un ladrillo más que puede hacernos sentir atraídos por el infierno cuando hayamos fallecido. Es aquí donde Swedenborg vuelve a aportar una visión muy valiosa, para mí una de las más importantes: no debemos angustiarnos, porque la situación es reversible. A Dios no le preocupa tanto que hagamos el bien y que amemos la verdad. Dios solo quiere que nos mantengamos orientados hacia el bien y la verdad. ¿Qué significa esta expresión? Quiere decir que ¡no es tan grave cometer errores, pecar o realizar malas acciones! Según lo que Swedenborg escuchó de los ángeles, a Dios le importa realmente que después de cada uno de tus fallos, te hagas consciente de lo que has hecho. Esto es, que te des cuenta del error, con todo tu corazón y que desees no volver a hacerlo. Y si vuelves a caer, Dios tampoco se preocupará en lo más mínimo siempre que seas juicioso de nuevo. Esto es lo que Swedenborg denomina estar orientado hacia el bien y la verdad. Tal perspectiva quita mucha presión, ¿verdad? Pero, de nuevo, alguien podría argumentar que esto ya también está presente en la doctrina cristiana. El pecado puede ser borrado si hay arrepentimiento y el feligrés se somete al sacramento de la confesión. Sin embargo, esto no es lo que propone Swedenborg. Para él, Dios no desea participar en el proceso de eliminación de los errores cometidos, uno a uno, tras cumplir una penitencia. Para Dios solo cuenta tu actitud en genérico, es decir, hacia dónde se orienta tu intención. En mi opinión, esta es una visión preciosa. No hay pesado de almas, no hay juicio, no hay separación de ovejas blancas y negras. El ser humano está en esta vida física únicamente para construir el cuerpo que le permitirá existir por siempre en un lugar maravilloso más allá de la materia.
 
Enrique Ramos
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Las obras de Swedenborg inauguraron una nueva etapa en el estudio de la vida después de la muerte. Es, en cierto sentido, el padre del cielo moderno. Ese es su primer legado.
 
Enrique Ramos
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En una ocasión, un buen amigo le preguntó si creía que, en algún momento en el futuro, su pensamiento acabaría siendo valorado. Respondió: sospecho que será aceptado a su debido tiempo, porque de lo contrario el Señor no habría revelado lo que ha permanecido oculto hasta el día de hoy.
 
Enrique Ramos
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Cómo influir en nuestro destino después de la muerte según el modelo de reencarnación de Robert Monroe.
 
Robert Monroe también fue un pionero. En mi opinión, fue el Swedenborg del siglo xx d. C. En un tiempo y en una sociedad en los que no se hablaba de estos asuntos, este hombre arriesgó su prestigio por divulgar un fenómeno que, hasta ese momento, no había sido abordado de una manera responsable. Me refiero a la llamada experiencia fuera del cuerpo. En esta experiencia, la persona está totalmente consciente mientras se percibe a sí misma como situada en un lugar diferente. Esta segunda posición puede ser un punto a pocos centímetros de su cuerpo físico, o un escenario conocido o desconocido, en cualquier lugar del mundo físico o fuera de él. La experiencia fuera del cuerpo no es una alucinación, ni imaginación, ni un sueño. Es una experiencia cuyo protagonista percibe como absolutamente física. Ya he comentado que la mayoría de los investigadores y practicantes con experiencia consideran que la experiencia extracorporal es el mismo fenómeno que otros han llamado proyección astral en el pasado o sueños lúcidos en la actualidad.
 
Enrique Ramos
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Al igual que Swedenborg, gracias a sus viajes fuera del cuerpo, Monroe pudo construir un mapa del más allá. Lo creó por su propia tranquilidad, pues necesitaba un esquema que le permitiera avanzar cómodamente en sus investigaciones. En una primera etapa, Monroe dividió el otro mundo en tres regiones distintas. Las denominó Área I, Área II y Área III. Aunque concibió estos territorios como si fueran anillos concéntricos alrededor del planeta Tierra, Monroe aclara en sus libros que no son lugares geográficos, sino que representan diferentes estados de consciencia.
Sus primeras experiencias fuera del cuerpo tuvieron lugar en una réplica del mundo físico. A este plano, Monroe lo llamó Área I o también el Aquí y el Ahora. En el Área I encontró un mundo conocido, aunque percibido desde una perspectiva no física. Más tarde, con la publicación de su segundo libro, recibió el nombre de Zona de Tráfico Local. Con este término quería hacer referencia a los viajes cortos que uno realiza diariamente dentro de su pueblo o ciudad de residencia. Todo lo que encontró en esta dimensión fueron seres y objetos idénticos a los del mundo cotidiano. El Área I era, pues, una copia de nuestra realidad física de todos los días, una realidad paralela. Para Monroe, la experiencia de estar en el Área I era como la de estar en el mundo de la vigilia, pero con la diferencia de que lo veía todo desde un segundo cuerpo hecho de un tipo especial de materia sutil:
 
Enrique Ramos
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El mapa de Robert Monroe: el Área I
 
El Área I, aun siendo una réplica de nuestro mundo, no era exactamente lo que Monroe había visitado. Por tanto, dedujo que, en una misma realidad, no podían coexistir personas viajando fuera del cuerpo y personas en su estado físico.
 
El mapa de Robert Monroe: el Área II
 
Años después, Monroe logró desplazarse más allá de ese duplicado de nuestro mundo cotidiano. Y encontró que había otro territorio mucho más vasto, que no se correspondía con la realidad física. Lo denominó el Área II. Más tarde, Monroe comenzó a llamarlo Zona de Tráfico Interestatal, incluyendo dentro al Área III, de la que hablaremos más adelante. Aludía, con este nombre, a las autopistas que conectan los estados de los Estados Unidos y que reciben el nombre de carreteras interestatales. Estas conectan territorios con culturas y paisajes muy diferentes, tal y como ocurría en esta vasta extensión no física que Monroe estaba comenzando a explorar, plagada de mundos dispares. Entre estos lugares, Monroe pudo explorar lo que ahora denominamos más allá, es decir, el lugar a donde viajan las consciencias humanas después de la muerte. Comprendió que el Área II era el ambiente natural del segundo cuerpo. Era allí donde este realmente encajaba, y no en el Área I. Por eso los intentos de manipular el mundo físico desde el segundo cuerpo eran siempre un fracaso.
 
Monroe encontró que las leyes que rigen este plano son muy distintas a las que sustentan nuestra realidad cotidiana. Por ejemplo, en el Área II, las emociones tienen un importante papel. Los miedos, las preocupaciones y las dudas influyen instantáneamente en el entorno. Por eso, Monroe tenía que extremar la vigilancia para que sus sentimientos no desestabilizasen el entorno durante las exploraciones. El Área II comprendía varias subzonas. Unas más cercanas al mundo físico y otras más alejadas, como si fuesen las capas de una cebolla rodeando al planeta Tierra. Monroe coincidió con Swedenborg en que el distanciamiento entre estos estratos no era un asunto de kilometraje, sino que la diferencia entre ellos era una diferencia de estado, vibración o frecuencia. La zona más próxima a la realidad cotidiana es lo que Monroe denominó Banda H. Este no es un lugar en sí, sino más bien un sumidero donde acaban los pensamientos de todas las personas vivas del planeta. Se asemeja a una banda radiofónica donde todas las ideas humanas entran y salen caóticamente. Cuando se penetra en ella, el ruido es casi imposible de soportar.
 
Enrique Ramos
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Después, Monroe localizó una segunda subzona dentro del Área II: el mundo de los sueños. Fue descrita por Monroe como la región donde acuden, sin consciencia, las personas durante el sueño ordinario. Pero también es una zona visitable por cualquiera que controle la experiencia fuera del cuerpo o sueño lúcido. Monroe vio que el estado de somnolencia en el que se encuentran los soñadores hacía difícil la comunicación entre ellos y un viajero consciente. Le parecieron personas drogadas. ¿Era esto la interpretación que su cerebro hacía al centrar su atención en seres humanos que, en definitiva, estaban durmiendo plácidamente en sus camas?
Un poco más allá del mundo de los sueños, Robert Monroe descubrió una realidad ocupada por consciencias cuyos cuerpos aún estaban vivos en el mundo físico, pero que tenían las capacidades cognitivas afectadas o dañadas: enfermos en estado de coma, personas alcoholizadas o drogadas, y gente con todo tipo de demencias. Teniendo en cuenta que, según Monroe, las emociones son las responsables de crear los detalles de la realidad de todo el Área II, aquel lugar le pareció muy poco agradable. Así que no quiso entretenerse demasiado allí.
El siguiente estrato que visitó era inmenso, ya muy distante de la realidad física (recordemos: distante en vibración). En este lugar, personas de todo tipo permanecen en un estado de ensimismamiento, enfocadas hacia dentro. Parecen estar atrapadas en aquella zona, sin posibilidad de avanzar hacia ningún otro lugar. ¿Qué les ocurre? Monroe descubrió que todas ellas son personas fallecidas, pero que, por diversas razones, desconocen su estado o no quieren asumirlo. Algunos de estos individuos han tenido muertes repentinas, como un accidente de tráfico, un asesinato o una enfermedad fulminante. Otros han muerto convencidos de que el ser humano es solo materia física, y que esta queda destruida al final de la vida; es decir, no creen en la supervivencia de la consciencia. Todas las personas que habitan estos territorios no han pasado por ninguna fase de transición y aceptación, y por ello se encuentran en este lamentable estado de suspensión. Debido a que el más allá es, al fin y al cabo, como una experiencia fuera del cuerpo o un sueño lúcido, pero sin retorno, el mundo que estas personas perciben es una realidad absolutamente física. Por eso actúan como si continuaran vivos en el mundo de todos los días, aunque sin voluntad alguna. En cierto sentido, el lugar se parece mucho al mundo de los sueños, pues todos actúan de una manera automática, reproduciendo acciones en bucle en escenas recientes de su vida o del instante de su muerte.
 
Enrique Ramos
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Otros viajes posteriores le confirmaron que los fallecidos siempre se mostraban más jóvenes de lo que eran en el mundo físico cuando habían muerto. De ahí la confusión inicial.
Con el paso de los años, Monroe continuó avanzando. Dejó atrás esta subzona del Área II donde los difuntos permanecían encarcelados dentro de sus recuerdos. Encontró miles de otros mundos independientes, donde grupos de personas vivían simulando sociedades parecidas a las que han existido en la Tierra. Todos sus habitantes eran conscientes de que habían muerto y de que, por tanto, ya no estaban en la realidad física. Cada uno de esos mundos estaba formado por personas afines que convivían según un sistema de creencias compartido. Monroe localizó grupos que comparten elementos culturales, otros que profesan las mismas religiones y conceptos de más allá, y otros que tienen ideas o filosofías de vida parecidas. A todas estas regiones, en global, decidió llamarlas Territorios de los Sistemas de Creencias.
Aquellas realidades son auténticos mundos completos. Hay ciudades, casas, calles y paisajes interminables. El aspecto de cada uno de estos lugares queda determinado por las creencias que sus habitantes comparten sobre la vida después de la muerte, sobre la religión, y otros asuntos culturales. Para todos ellos, su mundo es su esperado cielo. Hay, por consiguiente, un cielo cristiano católico, un cielo cristiano protestante, un cielo musulmán, un cielo celta, un cielo vikingo… Según Monroe, nadie puede evitar estar donde tiene que estar, ya que, al morir, los ideales verdaderos de cada uno lo atraen hacia los territorios habitados por personas que son compatibles en su sistema de creencias. Este concepto, recordemos, ya aparece en el modelo de Swedenborg.
Pero las circunstancias de los habitantes de los Territorios de Sistemas de Creencias distan mucho de ser perfectas. Todos ellos han llegado allí directamente desde el mundo físico sin pasar por ningún proceso depurativo. Por eso, la personalidad que han exhibido en vida es transferida al detalle en la vida después de la muerte. Es decir, cargan con todos los defectos, vicios, manías y miedos que ya tienen aquí. Así, Monroe encontró que algunas de estas comunidades estaban formadas por personas que compartían el amor por el mal. Se preguntó si tales regiones se correspondían con los infiernos descritos en las culturas antiguas.
 
Enrique Ramos
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Finalmente, más allá de los Territorios de Sistemas de Creencias, Monroe encontró un lugar maravilloso. Lo describió como un parque muy bello, con diferentes edificios. Todo en este lugar desprendía armonía, paz y amor. Por lo que pudo averiguar, era el destino óptimo y final de las consciencias humanas. Allí se recuperan del trauma de la muerte física con la ayuda de otros seres de apariencia humana que poseen una sabiduría mucho más profunda. A estas entidades las llamó ayudantes. Aunque Monroe podría haber estado condicionado por la visión que se tenía en su época de los ángeles, sus experiencias con estos seres fueron diferentes. En determinadas ocasiones, lo ayudaban en sus viajes. Unas veces, los veía y conversaba con ellos; y otras veces solo los sentía cerca, pero sin percibir su imagen. Lo que sorprendió a Monroe es que no encajaban en el prototipo moderno de guías espirituales o de ángeles, pues no se mostraban infinitamente amorosos, al menos si pensamos en el amor como un sentimiento humano. Eran, más bien, serios y observadores. Pareciera como si estuviesen permanentemente analizando cada acto que Monroe ejecutaba. Y, aunque casi siempre procuraron su bienestar, cuando más los necesitó no respondieron a sus súplicas. Monroe entendió que debían ser entidades muy poderosas que seguían su propia agenda, no la agenda de los viajeros; un propósito final cuyo significado era desconocido para él.
Cuando la mujer de Monroe enfermó de cáncer y su estado empeoró, Monroe decidió dedicarse en exclusiva a explorar ese territorio, al que denominó El Parque. Necesitaba saber si ese era el mundo al que viajaría su esposa, en caso de fallecer. Para confirmarlo, volvió a buscar a su amigo el doctor, para ver qué había ocurrido con él. La última noticia era que estaba en los Territorios de los Sistemas de Creencias. De haber sido trasladado a El Parque, tendría al menos una prueba de que los cielos tradicionales no son el final, sino que existe algo mejor. Provocó una nueva experiencia para localizar a su amigo, y acabó otra vez en la misma clínica. Preguntó por él, pero le dijeron que ya no estaba allí. Había pasado un tiempo en esta dimensión transitoria, que reproducía su centro de trabajo, solo para dar la oportunidad a su consciencia de adaptarse a la nueva situación. Le indicaron que, una vez pasada esa fase preparatoria, su amigo había sido trasladado a El Parque. A partir de ahí, Monroe comenzó a explorar este lugar con mayor asiduidad. Descubrió que es también una creación del pensamiento humano. Así como creamos este mundo físico, entre todos, El Parque también está construido con la intención de los difuntos que ya han logrado superar los límites de su sistema de creencias. Es, pues, una estructura artificial, pero de carácter objetivo. Es decir, según Monroe, aquel lugar existe independiente de que creamos o no en él.
 
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Pero, a pesar de todas estas visitas a El Parque, Monroe comenzó a sospechar que este plano tampoco era el destino último de las consciencias. De hecho, intuía que nuestra estancia allí podría ser únicamente temporal, terminando después en la extinción total de la persona. Se planteó si nuestra energía vital remanente, después de la muerte, podría acabar por agotarse, poniendo punto final a nuestra existencia. La duración de estas reservas dependería de la fuerza de nuestra personalidad o de la intensidad con la que disfrutamos de nuestras vidas físicas:
 
Por los experimentos no se sabe si todos los que mueren «van» automáticamente al Escenario II. Además, no existe material probatorio que indique que la presencia de una personalidad humana en el Escenario II sea permanente. Puede ser que, al igual que un remolino o un vórtice, perdamos energía paulatinamente y acabemos disipándonos en el medio del Escenario II una vez que hemos abandonado el Escenario I (Aquí y Ahora). Es concebible que el resultado de este proceso garantice el reconocimiento de la inmortalidad en el sentido de que sobrevivimos a la tumba, pero no para siempre. Quizás, cuanto más fuerte sea la personalidad, más larga será la «vida» en este estadio diferente del ser. Por lo tanto, podría ser que la supervivencia sea a la vez una realidad y una ilusión.
 
Entonces, si nuestro tiempo de estancia en el otro mundo es limitado, deberíamos organizar rápidamente un plan para asegurar nuestra supervivencia. El Parque sería, por tanto, solo un lugar de reposo provisional que no asegura nuestra evolución, a no ser que nosotros mismos nos preocupemos por conseguirla. Esto cambiaba mucho la concepción que Monroe había tenido del más allá hasta esos instantes.
 
Enrique Ramos
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El mapa de Robert Monroe: el Área III
 
El concepto que Robert Monroe denomina Área III es complejo. Parece no encajar con la serie de ambientes que Monroe solía visitar. Por orden de cercanía al mundo físico, en cuestión de «frecuencia vibratoria», estos eran: Banda H, Mundo de los Sueños, Mundos Autocreados, Territorio de los Sistemas de Creencias y El Parque. Así como estas regiones del más allá son coherentes en sí mismas y entre sí, el Área III existía independientemente de todo lo demás.
Monroe comenzó a viajar a este lugar muy desde el principio, en 1958. Alternaba sus visitas con la exploración del Área I y el Área II. Describe el Área III como una dimensión muy parecida a nuestro mundo físico, pero, a la vez, muy diferente. Por eso, Monroe sabía que el Área III no era una sección más del Área I, ni siquiera una versión del pasado ni del futuro. Tampoco podría ser el Área II, porque era un mundo tan anodino y estable como el nuestro. Pensó que quizás fuese algún lugar de otro planeta que había evolucionado de manera parecida a la Tierra, y que por eso era tan similar. También valoró la posibilidad de que se tratase de una dimensión paralela que estuviera expresando una de las infinitas probabilidades o versiones de nuestro mundo:
 
(…) el Escenario III resultó ser un mundo de materia física casi idéntico al nuestro. El medio natural es el mismo. Hay árboles, casas, ciudades, personas, objetos y todos los demás elementos de una sociedad razonablemente civilizada. Hay casas, familias, empresas y personas que trabajan para ganarse la vida. Hay carreteras por donde transitan los vehículos. Hay trenes y vías. Vayamos con el «casi». Al principio, pensé que el Escenario III no era más que una parte de nuestro mundo que me era desconocida a mí y a las demás personas preocupadas por estos asuntos. Tenía todo el aspecto de ser así. Sin embargo, un estudio más atento demostró que no pudo ser ni el presente ni el pasado de nuestro mundo de materia física. El desarrollo científico es muy peculiar. No hay ninguna clase de aparatos eléctricos. La electricidad, el electromagnetismo y cosas por el estilo son inexistentes. No hay luz eléctrica, teléfono, radio, televisión ni energía eléctrica.
 
Explorar este plano resultó ser para Monroe una experiencia totalmente inmersiva. En uno de sus viajes, vio a un hombre que trabajaba como arquitecto y, por alguna razón desconocida, se encontró de repente dentro de él. Es como si hubiera ocupado su cuerpo y el lugar de su consciencia. Monroe podía pensar como él, sentir como él, reaccionar como él. Es decir, podía experimentar la vida de este hombre como si fuera la suya, con todas las consecuencias. Pero, al mismo tiempo, sabía que continuaba siendo Robert Monroe.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Monroe y la reencarnación: no es cómo sospechábamos
 
El modelo de más allá de Monroe tiene puntos en común con el de Swedenborg. Pero también hay diferencias importantes. Para este último, la vida en la Tierra y la vida en el más allá son dos existencias únicas. Monroe, por el contrario, contemplaba algún tipo de reencarnación, aunque, en sus escritos, no queda muy claro cuál era su modelo exacto.
 
Monroe comprobó que había tres destinos claros para los seres humanos después de la muerte. Un porcentaje queda atrapado en los mundos autocreados. Son los que han tenido un fallecimiento inesperado o traumático, y los que, en vida, no creen en la existencia del más allá. Un segundo grupo de personas, aquellos que sí reconocen su muerte, terminan en mundos colectivos creados por la fuerza del pensamiento humano: los Territorios de los Sistemas de Creencias, donde conviven con otros que defienden sus mismos esquemas mentales y pautas de comportamiento. Sus habitantes creen que han llegado al final, al cielo. Un tercer porcentaje de personas, sin embargo, vuelan directamente hasta El Parque. Son aquellos que han logrado deshacerse de sus creencias limitantes. Esto les permite viajar ligeros de equipaje y, por eso, no se ven atraídos por los reinos consensuados. En este lugar son ayudados a tomar nuevas decisiones.
¿Qué posibilidades se les ofrece a los que llegan a El Parque? En principio, dos. Monroe había interpretado que algunas de las personas que vio en sus viajes eran vidas pasadas suyas, así que adoptó el esquema tradicional de la reencarnación típico de la Nueva Era. Se dejó llevar por este exitoso esquema, encajando en él aquellos encuentros. Pero, en realidad, no tenía pruebas, salvo su intuición de que las vidas anteriores sí que existían. En línea con este modelo, Monroe asumió que una de las opciones que tienen los residentes en El Parque es preparar su nueva existencia física en la que van a reencarnarse. Dedujo que esto implica olvidar temporalmente toda la información recogida en la vida anterior para que esta no influya en el desarrollo de la siguiente. El fin de este proceso de renacimiento sería experimentar diversas encarnaciones hasta darnos cuenta de que son nuestras creencias las que limitan nuestro verdadero progreso. Monroe descubrió que incluso seres de todo el universo acogen con beneplácito encarnarse en un cuerpo humano, sin plantearse otras alternativas, porque el sistema de vida de la Tierra es altamente adictivo debido a sus intensos placeres y a la velocidad con la que nos hace aprender. Es algo a lo que resulta difícil renunciar, parecido a lo que les ocurre a algunas personas cuando juegan, por ejemplo, a una máquina tragaperras. Después de unas cuantas tiradas dicen «¿y si pruebo una vez más? ¡Qué divertido!». Y vuelven a caer. Pero, en cualquier caso, la experiencia en la Tierra es demasiado dura.
La segunda opción que tienen los difuntos que han logrado acceder a El Parque es permanecer allí para actuar como guías de otros recién llegados, ayudándolos a recuperarse del trauma de la muerte o a tomar decisiones importantes sobre su destino. Sin embargo, este concepto de reencarnación que Monroe había adoptado cambió radicalmente poco después, según avanzaba su investigación. Se dio cuenta de que el proceso no funcionaba tal y como hasta ahora había creído. En este giro de pensamiento reside, precisamente, la excepcionalidad del modelo de Monroe. ¿Qué había ocurrido? Ya he comentado que, en algunos de sus viajes fuera del cuerpo, había tenido encuentros especiales con ciertos individuos que él identificaba con sus vidas pasadas. Uno de los casos que más le impactó fue el de un constructor de castillos y catedrales en la Francia y en la Inglaterra de la Edad Media. Muchos de sus trabajadores morían por el esfuerzo o por los accidentes. Así que se quejó a las autoridades que financiaban las obras. El escándalo que generaron sus protestas lo condujo a morir decapitado. Años antes de este descubrimiento, Monroe había viajado a Francia y, al visitar una de sus catedrales, se puso muy enfermo. Después de la experiencia con aquel constructor, Monroe atribuyó ese malestar al desgraciado final que había tenido en esa vida anterior. Pero esta no fue la única confirmación. Un día vio una fotografía de un castillo de Escocia79. El corazón le dio un vuelco: la torre que había diseñado para el frontal del nuevo edificio del Instituto Monroe era exactamente igual a la torre de este castillo escocés que había sido levantado por un constructor medieval, sin que él hubiera tenido el más mínimo conocimiento de que dicha construcción existiera. En otras salidas fuera del cuerpo, tuvo conocimiento de otras supuestas vidas pasadas: un sacerdote de una antigua religión, un aviador o un marino. Todos ellos estaban en problemas, pues habían quedado detenidos en los mundos autocreados o en los Territorios de los Sistemas de Creencias. Monroe los ayudó a salir de allí y los trasladó hasta El Parque.
Pero se preguntaba si este modelo lo explicaba todo. ¿Estaba condenada la raza humana a girar en una rueda infinita de reencarnaciones según el esquema oriental? Esto le parecía demasiado simple y, al mismo tiempo, excesivamente injusto. Todo dio un vuelco cuando descubrió que ciertos seres conscientes de gran sabiduría, a los que él había tomado por guías espirituales, y que lo habían acompañado en muchas de sus exploraciones, en realidad no eran guías al uso 80: estaban estrechamente relacionados con él, casi como si fueran vidas pasadas. Supo que previamente habían estado atascados en las realidades autocreadas o los Territorios de Sistemas de Creencias, y que luego alguien las había liberado y trasladado a El Parque. Allí habían adquirido todos sus impresionantes conocimientos. Sin embargo, esta vez, Monroe tenía la sensación de que él no era el protagonista de esas vidas. En cierto sentido eran él mismo, pero, a la vez, parecían consciencias independientes. Pues bien, gracias a las conversaciones que mantuvo con estas entidades, Monroe descubrió algo revolucionario: no existen las vidas pasadas tal y como las entendemos actualmente. En verdad, lo que sucede es que cada ser humano pertenece a una familia determinada de consciencias que han sido creadas con un mismo «molde». Monroe describió cada una de estas familias como un racimo de consciencias. Así como un racimo de uvas, por ejemplo, está formado por diferentes frutos, pero todos son autónomos, o un collar está construido con varias perlas entrelazadas, pero todas son ligeramente diferentes, así un grupo de consciencias está compuesto de varias personas que viven o han vivido físicamente en diferentes épocas. Cada una de esas consciencias es independiente del resto, pero, a la vez, comparten su destino final con el grupo. Por eso, todas pueden llegar a recordar las vidas de otros compañeros y sentirlas como propias, aunque, en realidad, nunca las hubieran experimentado. Monroe comprendió que esta era la razón de que algunas personas acaben confundiendo los recuerdos de los compañeros del racimo con las memorias de auténticas vidas pasadas. A su racimo de consciencias hermanas, Monroe lo llamó su Yo-Allí.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
A su racimo de consciencias hermanas, Monroe lo llamo su Yo-Allí.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
La primera conclusión que Monroe extrajo de todo esto es que los ángeles o guías espirituales, que aparecen en muchas tradiciones religiosas, existen. Todos tenemos, a nuestro lado, estas entidades que velan por nosotros. Pero no son lo que pensamos. En realidad, ¡son los miembros de nuestra propia familia espiritual! Los ángeles que nos cuidan son seres humanos conectados a nosotros y que han vivido en otras épocas; después de fallecer, han evolucionado hasta perder su sistema de creencias, lo que les permitió viajar hasta El Parque.
 
La segunda información clave que Monroe recibió es que la más alta misión de todo ser humano es lograr contactar con las otras consciencias de su racimo y lograr que todas se reúnan en El Parque. El problema es que algunas de estas otras personalidades, al morir sus respectivos cuerpos físicos, pueden haber quedado retenidas en los mundos autocreados o en los Territorios de los Sistemas de Creencias. Por eso, la tarea prioritaria debe ser rescatar a esas consciencias en problemas y conducirlas hasta El Parque. Cuando todas están juntas, se produce la fusión de todas ellas, dando como resultado una única consciencia superior. Esto supone el final de la evolución humana de cada uno de los individuos y el inicio de un nuevo ser.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Monroe recibió toda esta información de una parte de su propio Yo-Allí que se encargaba de la comunicación con el resto de los miembros de la agrupación. A esta inteligencia rectora la llamó EXCOM, acrónimo de la expresión inglesa que podemos traducir como Comité Ejecutivo del Yo-Allí. Esta entidad estaba formada por las consciencias del Yo-Allí que ya se habían liberado de los mundos intermedios. La misión de todo EXCOM es seguir la trayectoria del resto de miembros de la familia para ayudarles a recordar quién realmente son. La idea es que, gracias a este apoyo, otros componentes del Yo-Allí puedan escapar definitivamente del sistema de creencias que los mantiene encarcelados lejos de El Parque, donde deben reunirse con los demás. ¿Cómo se comunica el EXCOM con el resto de las consciencias? El diálogo se establece a través de sueños, señales, sincronicidades o de experiencias espirituales determinadas que el EXCOM provoca sobre los miembros del grupo. Por ejemplo, a Monroe le ayudaron a desarrollar, sin que él lo supiera, la capacidad de tener experiencias fuera del cuerpo o sueños lúcidos. Esta habilidad se convirtió en una poderosa herramienta que, por un lado, le permitió rescatar a otros compañeros mientras aún vivía; y, por otro lado, le ayudaría a superar sus propias creencias limitantes para no quedar él mismo retenido en los primeros planos después de su muerte física.
¿Qué ocurre después de la reunificación de un Yo-Allí? Monroe le hizo esta pregunta a su EXCOM, en una de sus experiencias fuera del cuerpo, pero no obtuvo una respuesta clara. Solo le dijo que era necesario tener paciencia, pues todo sería conocido a su debido tiempo. Pero añadió que el destino concreto de su Yo-Allí estaba en sus propias manos. Le encargaron encontrar su verdadero hogar, ya que El Parque no es el final. Este no es más una construcción ficticia sustentada por la voluntad de las consciencias humanas que sirve de plataforma para facilitar la reunión de las consciencias del racimo.
Monroe había sido elegido, por tanto, entre todas las consciencias de su Yo-Allí, para realizar un viaje más allá de El Parque, con el fin de encontrar un lugar adecuado para que todos ellos, ya como una única entidad consciente, continuaran con su existencia. Monroe se puso manos a la obra, sin saber muy bien qué debía encontrar. Una noche atravesó los Territorios de Sistemas de Creencias, después transitó por El Parque y continuó aún más lejos. A partir de ese punto, Monroe narra una experiencia casi mística muy difícil de entender. Es como si solo hablara para él mismo, pues se nota que le faltan las palabras. Entre otros sucesos, tuvo un encuentro con otro Yo-Allí que ya había completado la reunificación y que, por tanto, se encontraba existiendo en un estado superior, muy lejos del sistema de vida de la Tierra. También presenció una abertura cósmica por la que percibió una poderosa presencia. En un principio, pensó que se trataba de Dios, aunque pronto descubrió que ese no era el auténtico creador de universos, sino una entidad parcial o inferior. A esta energía la llamó el Emisor, porque sintió que estar junto a ella era como enfrentarse al poder del sol. Más tarde, recibió una información trascendental: el verdadero dios, al que Monroe no llegó a conocer, es una entidad sin nombre a la que todos los Yo-Allí están obligados a entregar un «regalo» tras la correspondiente reunificación. ¿En qué consiste este presente? Pues ni más ni menos que en las experiencias vitales que cada una de las consciencias individuales de los Yo-Allí han generado en sus respectivas existencias físicas en la Tierra.
 
Enrique Ramos
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Cómo influir en nuestro destino después de la muerte según el budismo tibetano
 
El budismo que se practica en el Tíbet tiene orígenes misteriosos y características muy particulares, que lo diferencian del resto de ramas del budismo. Parece ser una fusión de la tradición Bon y del budismo inicial de la India. ¿Qué es la tradición Bon? Es un conjunto de prácticas budistas que tienen un substrato chamánico cuya procedencia parece estar en tierras de Irán y Afganistán. En algún momento, el budismo de la India fue exportado hasta estas regiones. Allí se fusionó con antiguas costumbres procedentes de la religión persa y una tradición chamánica y animista nativa. Poco después, hacia el siglo ii a. C., misioneros procedentes de estas zonas asiáticas penetraron en la región occidental de Tíbet, denominada Tazig, al oeste del reino de Zhang-zhung, y extendieron este budismo especial que traían con ellos.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
En realidad, la tradición original de la India y el budismo del Tíbet tienen muchos puntos en común, pero también muchas diferencias. Por eso, dentro del mundo budista, la tradición Bon, que supone el más antiguo substrato de la corriente tibetana, no tiene buena prensa. Sus orígenes están en el chamanismo asiático, por lo que ha conservado multitud de creencias milenarias, como la existencia de dioses, demonios y otros espíritus que interactúan con las personas y traen las enfermedades. Por eso, los monjes-chamanes siguen ocupando un lugar importante en la sociedad, ya que son capaces de mediar entre el mundo de los hombres y el mundo de los muertos, donde moran diablos y otras criaturas malignas. La magia y los rituales también ocupan un espacio central, lo que ha hecho que muchos occidentales se sientan atraídos por sus misterios. En comparación, el budismo tradicional parece, para algunos, un poco descafeinado.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Como ya he comentado, la tradición tibetana tiene una intensa preocupación por la muerte y los ritos funerarios. Estos asuntos adquieren, en el Tíbet, una relevancia casi étnica. Su conocimiento sobre el más allá es tan detallado que parece que alguien hubiera regresado del otro mundo para contarlo. El origen de este saber hay que buscarlo en el legado persa, que fue transmitido durante la expansión del budismo hacia tierras afganas e iraníes. Sabemos que los antiguos persas eran unos verdaderos expertos en los viajes espirituales hacia las regiones celestiales e infernales. Pocos pueblos han generado tantos relatos de exploradores que, durante experiencias fuera del cuerpo, visitaron el más allá para traer consigo información detallada. Estas prácticas, de corte totalmente chamánico, permanecieron entre la población durante mucho tiempo después, a pesar de la reforma de Zoroastro.
 
Enrique Ramos
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Las enseñanzas generales del budismo tibetano sobre la muerte siguen el siguiente esquema: en cada vida física, las personas van acumulando deudas por los errores cometidos con respecto a ciertas leyes universales. Estas faltas reciben el nombre genérico de karma. En realidad, el karma es el resultado de nuestra identificación con los objetos de este mundo. Según el budismo, el plano físico es pura ilusión. Sin embargo, no somos conscientes de ello y nos dejamos atrapar por su aspecto material, lo que desemboca en una poderosa idea del yo. Esta identificación conduce al sufrimiento.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Todo el conocimiento sobre el más allá tibetano fue registrado en un texto sagrado: el Libro tibetano de los muertos. El verdadero nombre de este texto es Bardo Thodol, que se traduce como La salvación mediante la escucha mientras se permanece en el estado intermedio. Se desconoce su origen exacto. La tradición lo atribuye a Padma Sambhava, uno de los más grandes maestros budistas que vivió en el siglo viii d. C. Dicen que este sabio lo enterró para protegerlo y que fue encontrado más tarde, en el siglo xi d. C. Pero esto no está claro. Tiene el aspecto de ser solo una historia inventada para concederle al texto la reputación que se merece. De hecho, los expertos coinciden que es mucho más antiguo de lo que esta historia pretende; seguramente fue compuesto dentro de la tradición Bon, pues claramente tiene influencias de un chamanismo ancestral.
Cuando uno lee sus versos, se da cuenta de que contiene un valioso conocimiento sobre la vida después de la muerte que no puede ser fruto de la imaginación de nadie. Parece más bien el resultado de auténticos viajes espirituales de uno o más exploradores antiguos, posiblemente monjes-chamanes, que obtuvieron información en sueños lúcidos y en meditaciones especiales. Pero esto no es una mera suposición: tengamos en cuenta que algunas ramas del budismo, como la tibetana, practican el llamado yoga de los Sueños, término equivalente a los sueños lúcidos del mundo occidental. La única diferencia entre el yoga de los Sueños y los sueños lúcidos es que, en el budismo, estos se emplean exclusivamente con motivos espirituales y nunca por motivos recreativos. Un posible vestigio de la existencia de estos soñadores lúcidos antiguos podría ser la figura de los délok. Esta palabra significa el que ha regresado de la muerte. Se trata de personas que, por a causa de una enfermedad u otras razones, han entrado en un estado comparable al de la muerte y han vuelto poco después para contar su viaje por el más allá. En muchos casos, se trata de experiencias cercanas a la muerte, pero en otros estaríamos hablando de viajes fuera del cuerpo o sueños lúcidos.
 
Enrique Ramos
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El Bardo Thodol fue diseñado para ser leído en presencia de una persona que está a punto de fallecer o que ya ha muerto. De hecho, es recomendable leerlo en voz alta durante cuarenta y nueve días después del tránsito, pues ese es el tiempo que el difunto está recorriendo el más allá; según la tradición tibetana, una persona puede seguir escuchando sonidos aun después de muerta. El propósito de la lectura es dar seguridad a la consciencia del difunto, ya que el texto va describiendo con mucho detalle todo lo que está a punto de encontrar en la otra dimensión y ofrece consejos para superar los obstáculos. Pero, aunque el libro está destinado a los moribundos y fallecidos, es también objeto de estudio y meditación para los vivos que desean prepararse para su último viaje.
Es necesario aclarar, antes de continuar, que en el budismo no existe el concepto de alma como lo conocemos en las religiones occidentales: un vehículo imperecedero. El mismo Buda negó la realidad de cualquier elemento permanente en el ser humano. Según sus enseñanzas, todo es efímero. Por eso, no puede existir en nosotros un componente espiritual que haya existido y exista por siempre. Sin embargo, el budismo sí que cree en algo que sobrevive a la muerte y que se reencarna. El término empleado para nombrarlo es anatta. Esta palabra no tiene una explicación sencilla, aunque podría traducirse como no-yo81. La mejor forma de comprender este concepto es pensar en un objeto físico cualquiera. Por ejemplo, un teléfono móvil. Este está construido con multitud de piezas y mecanismos: circuitos integrados, lentes para la cámara, la carcasa y otros muchos. Ninguno de estos elementos por separado es el teléfono. Todos juntos hacen el objeto. Pero no hay tal objeto. Visto así, no podemos decir que exista nada que podamos llamar teléfono móvil: solo hay una serie de elementos independientes que, unificados, dan lugar a la idea de teléfono. De la misma manera, el ser humano es un conglomerado de cinco partes: la materia o forma, los sentimientos, las percepciones, la mente y sus acciones, y el conocimiento consciente de sí mismo. Ninguno de estos elementos es el ser. Es decir, no podríamos decir que el ser es únicamente la mente y sus acciones, porque si faltaran las percepciones, por ejemplo, ya no podríamos hablar de una persona. Por tanto, cuando alguien renace en otro cuerpo, lo que se ha encarnado no es la misma persona. Es cierto que tendrá algo de su esencia, pero no es exactamente ella.
 
Enrique Ramos
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En verdad, todo esto es muy difícil de comprender para un occidental. De hecho, nos movemos por terrenos inestables, ya que las diversas ramas del budismo ni siquiera están de acuerdo sobre qué es lo que se reencarna.
 
Enrique Ramos
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El trayecto por el otro mundo, según este libro sagrado, pasa por varias fases llamadas bardos. El título original del libro, Bardo Thodol, incluye esta palabra, un concepto fundamental para entender el pensamiento budista sobre el más allá. El término hace referencia a un estado entre estados o a un estado intermedio; no hay una mejor traducción. En la existencia de todo ser humano hay seis bardos, tres durante la vida y tres después de la muerte. Los bardos de la vida son el bardo del nacimiento, el bardo del sueño y el bardo de la meditación. Los bardos de la muerte son bardo del morir, el bardo del dharmata y el bardo del devenir. El bardo del nacimiento es el periodo entre el nacimiento físico y la muerte. El bardo del sueño es el que experimentamos entre el momento de dormir y el despertar por la mañana. El bardo de la meditación discurre entre la entrada a un estado profundo de consciencia y la salida de él. Los otros tres bardos, correspondientes a la muerte, son los que ahora nos interesan. Analicemos estos estados uno a uno.
El bardo del morir es el estado que comienza en el instante del fallecimiento y que termina cuando la consciencia del sujeto se topa con una luz intensa y pura, llamada la Luz Clara. Las enseñanzas budistas comparan el momento de morir con el momento de dormirnos. Cuando conciliamos el sueño, caemos inconscientes y nos dejamos llevar por las imágenes oníricas. Dejamos de ser nosotros mismos, para convertirnos en marionetas del sueño. Pero algunos individuos adecuadamente entrenados, cuando se disponen a dormir, son capaces de penetrar en el sueño con lucidez, sabiendo quiénes son y qué deben hacer a partir de ahí: son los soñadores lúcidos. Pues bien, esto es muy parecido a lo que sucede con la muerte. La mayoría de las personas caen en un estado tan profundo que no reconocen la Luz Clara cuando esta se presenta. A semejanza de los soñadores lúcidos, que son capaces de tomar las riendas de su experiencia, los textos sagrados instan al difunto a no perder la consciencia en el tránsito y a penetrar en esa luminosidad.
 
Enrique Ramos
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Por el contrario, una persona que no ha sido entrenada pasará de largo sin percibir la Luz Clara, o bien huirá asustada por su imponente radiación. ¿Por qué? Porque carecen de voluntad y de lucidez. Para ellas, los bardos de la muerte son como un sueño profundo o una pesadilla. Así que fracasan en reconocer la Luz Clara, lo que los conducirá al segundo bardo, el bardo del dharmata. Este comienza en el momento de la desaparición de la Luz Clara y finaliza con la preparación de la siguiente reencarnación. En esta etapa, múltiples visiones abordan al fallecido. Primero, los siete budas, cada uno de un color. El Libro tibetano de los muertos dice que estas imágenes son una segunda oportunidad de liberación, después de haber desaprovechado la aparición de la Luz Clara. El objetivo, en este caso, es tratar de identificarse con una de esas entidades sagradas. Si el difunto se deja acoger por ellas, se convertirá en un bodhisattva, término que designa a un ser superior cercano a la condición de Buda. Y, entonces, también quedará libre de la rueda del renacimiento. Esto, salvo que la persona decida, como acto de compasión, reencarnarse voluntariamente en el mundo físico, por última vez, para iluminar y ayudar a otros. Pero si el karma de la persona es pesado, en lugar de prestar atención a estos seres benéficos, será presa de sus propios miedos y terrores, que tomará por reales. Estos adoptarán la forma de demonios-buda terribles, denominados Herukas. El fallecido debe reconocer estas apariciones como puras alucinaciones, si es que quiere superar la nueva prueba. Si no lo logra, la persona sucumbirá ante ellas, y los siete Budas, con los que debería haberse identificado, desaparecerán.
Tras este otro fracaso, el difunto es trasladado inmediatamente al siguiente bardo, el bardo del renacimiento. En este estado, el difunto será dotado con un cuerpo. Será una réplica del físico, pero sin defectos ni deformidades. Eso sí: los textos dejan claro que este vehículo es solo creación de la mente, como otras muchas cosas que la persona encontrará durante el trayecto. Ahora, la persona siente que debe viajar al mundo material. Visita a sus familiares como un fantasma, e intenta relacionarse con ellos. Es en este momento cuando se hace consciente de su verdadera condición, pues hasta ahora había estado como dormido, sin suficiente lucidez para manejar su capacidad crítica. Por fin, asume que está muerto. Y se llena de una profunda tristeza. Desea intensamente regresar con los suyos, pero no puede tocar nada ni nadie lo escucha. Cuando la desesperación toca techo, aparece el rey de todos los demonios: el Señor de la Muerte. Acude con su séquito para juzgar la vida física anterior del difunto. Pero, en realidad, esos seres demoníacos no existen: solo están en su mente. El muerto, que cree que va a ser torturado por su mal karma, generará su propio castigo de manera inconsciente. Si hubiera sido debidamente instruido en vida, sería capaz de reconocer que estas visiones son solo una ilusión. Y, entonces, habría tenido una tercera y última oportunidad de escapar del ciclo de las reencarnaciones. Pero la mayoría de las personas no ha recibido esa instrucción, así que la situación se hace insoportable. La solución más inmediata para escapar de ahí lo antes posible que se le ocurre al fallecido es tirarse de cabeza hacia una nueva vida física. Y, entonces, este deseo lo atrae hasta las puertas de la reencarnación.
Nuestro mundo físico es solo uno de los seis reinos en los que un difunto puede renacer. Todos ellos son mundos colectivos. Es decir, están habitados por seres con un karma similar. Es el karma acumulado lo que determina que cada individuo acceda a uno u otro plano. Pero en todos estos lugares, la estancia es solo temporal. Aunque sea muy larga, de cientos de miles de años, sus habitantes tendrán que volver a reencarnarse en algún momento.
 
El primer mundo es el reino de los dioses. Sería comparable a lo que nosotros llamamos «cielo». Es un lugar maravilloso, un paraíso. Únicamente se permite la entrada a personas con un karma muy depurado.
 
El siguiente reino es el de los titanes. Allí acaban las personas que han realizado grandes hazañas. Aunque este lugar también parece un cielo, sus moradores tienen un peor karma y, por eso, las rencillas son frecuentes.
 
El tercero es el mundo de los hombres. Aquí vuelve quien tiene un karma equilibrado: un mismo número de acciones buenas y malas. Le serán mostradas muchas parejas practicando sexo. Es el momento de que elija a sus nuevos padres para encarnarse justo en el momento en que ocurra una de esas inminentes fecundaciones. El Libro tibetano de los muertos insta a la persona a escoger muy bien a sus nuevos padres. Debe rehuir a las parejas cuyas condiciones de vida le vayan a proporcionar aún más karma negativo. Pero muchos no atienden a esta recomendación y seleccionan solo en función de sus impulsos.
 
El cuarto mundo es el reino animal. Según algunas ramas del budismo, un mal karma puede hacerte renacer en otra especie. El quinto y el sexto son el reino de los fantasmas hambrientos y el de los demonios, respectivamente. Son algo parecido a lo que llamamos infierno. Solo aquellos con un karma desastroso finalizan aquí su trayecto.
 
Enrique Ramos
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Primer recurso para escapar del destino común: reconocer el camino
 
Reflexionando más en profundidad, lo entendí. Veamos: un soñador lúcido o un difunto, aunque viaje sin ideas predefinidas y con las emociones mantenidas a raya, lleva consigo un proceso de pensamiento inconsciente que sigue siempre ahí, haciendo de las suyas. Así que sus miedos y sus fobias pueden acabar saliendo igualmente, fabricando un escenario concreto que puede llegar a asustarlo. ¿Por qué? Precisamente porque no estaba esperando que aparecieran dichas emociones. Esta es la clave. Por eso, los monjes, gracias a su experiencia con los sueños lúcidos, dedujeron que es preferible encontrarse con algo conocido que no con algo inesperado que, de todas maneras, va a manifestarse. Por eso, lo más inteligente, pensaron, es prediseñar y elegir las formas que los obstáculos de los bardos deberían adoptar. Así que fabricaron variadas representaciones pictóricas, de carácter genérico, que podrían funcionar bien para cualquier persona integrada en la cultura tibetana. Si estas son convenientemente memorizadas, una vez en el bardo, las emociones comenzarán a tomar forma de una manera dirigida. Habiendo delineado previamente estos impedimentos, será fácil reconocerlos como una creación propia y, por tanto, se tornarán inofensivos. Un ejemplo de estas imágenes prediseñadas son los mandalas82, empleados como apoyo a la meditación mientras se lee el Libro tibetano de los muertos. Pero, además de esta inteligente treta, los monjes inventaron otra serie de prácticas que mejoran sus probabilidades de éxito en el más allá. Las llamaron yogas. Todas ellas forman parte de una antigua tradición cuyo origen algunos adjudican al mismo Buda y otros a ciertos maestros espirituales del budismo. Son el Yoga del Calor Psíquico, el Yoga del Cuerpo Ilusorio, el Yoga de los Sueños, el Yoga de la Luz Clara, el Yoga del Estado de Posmuerte y el Yoga de la Transferencia de Consciencia.
 
Segundo recurso para escapar del destino común: meditaciones especiales
 
Practicar la meditación profunda implica conocer los métodos específicos para entrar en estados de consciencia muy alejados de los que producimos en nuestra actividad de vigilia. Los monjes budistas crearon diferentes tipos de meditación como ayuda para superar el viaje post mortem. Veamos qué prácticas diseñaron para tal fin. Según el Libro tibetano de los muertos, el miedo es una de las causas principales por las que los fallecidos no son capaces de reconocer las diferentes oportunidades que el más allá les ofrece para escapar de un nuevo renacimiento. Ya hemos comentado que el otro mundo, desde la perspectiva budista, funciona exactamente como un sueño. En el caso de las personas corrientes, es como un sueño ordinario; en el caso de los monjes, es como un sueño lúcido, es decir, con pleno control. En ambos casos, esto implica que las emociones afectan al entorno, siendo responsables de crear parte o la totalidad de la nueva realidad que se está atestiguando. El miedo empuja a nuestro pensamiento a perder el control, lo que produce continuas alucinaciones; en ocasiones, estas pueden ser espantosas. El pánico que estas visiones generan vuelve a alimentar al pensamiento que, a su vez, fabrica más y más alucinaciones en un bucle sin fin. En la vida física, sabemos que una persona aterrada no puede enfocar su atención en nada en concreto. El budismo tibetano asegura que es exactamente esto lo que les sucede a los difuntos. Y al perder la capacidad de enfocarse en una tarea, por causa de las visiones, pasan de largo ante la Luz Clara y ante los siete Budas, que son las dos principales puertas para escapar del ciclo de las reencarnaciones. Para solucionar todo eso, los monjes echaron mano de un antídoto: la atención plena. Es lo que ahora llamamos mindfulness. Este tipo de meditación no es nada reciente. Ha sido practicada durante siglos. Los budistas lo llaman drenpa, que traducido significa recordar. Porque de eso se trata: de recordarnos que no tenemos la atención centrada en el instante presente, sino que nuestros pensamientos vagan sin control. Si uno es capaz de integrar este tipo de meditación en su vida física, tendrá muchas posibilidades de dominar las emociones durante los bardos, lo que le habilitará para alcanzar destinos alternativos.
Curiosamente, la estrategia opuesta al mindfulness también es efectiva. Es lo que proponen los monjes en otro tipo de meditación. Consiste en generar pensamientos voluntariamente, pero de manera caótica. Cuando la mente ya está repleta de ellos, los monjes comienzan a observarlos sin sentirse atrapados por esa corriente salvaje de ideas. Según la descripción de los bardos que hace el Libro tibetano de los muertos, es precisamente esto a lo que los difuntos tienen que enfrentarse. Debido a la intensidad de esta clase de meditación, es recomendable que su duración no sea superior a unos pocos minutos. Otro ejercicio consiste en meditar sobre la propia muerte y la muerte de personas allegadas. En un estado profundo de relajación, los monjes reflexionan sobre el momento de su fallecimiento. Lo mismo hacen con la muerte de familiares y amigos, imaginando cómo será asumir que algún día ya no estarán en este mundo. En otros tipos de meditación se busca alcanzar la experiencia denominada pura mente. El objetivo es experimentar la Luz Clara antes de fallecer, para lograr reconocerla durante el primer bardo de la muerte. Recordemos que la Luz Clara es la primera puerta para escapar del renacimiento cíclico. También hay meditaciones extremas, en las que se intenta reproducir un estado simulado de muerte bajando la intensidad de la respiración y el ritmo cardiaco hasta un nivel casi imperceptible. El fin es que el monje se acostumbre a estas sensaciones que indican la proximidad de la muerte. De esta manera, será posible reconocer la entrada a los bardos de una manera lúcida y consciente para lograr el control del viaje. Algunas meditaciones están diseñadas para aprender a escapar de la reencarnación durante el bardo del devenir, justamente cuando estamos a punto de elegir unos nuevos padres. Ya vimos que, si el difunto no ha sido instruido según las enseñanzas del Bardo Thodol, querrá liberarse rápidamente de los ataques de los demonios, a los que habrá tomado por entidades reales. Así que elegirá precipitadamente a cualquier pareja, con tal de marcharse de allí. Pues bien, el Libro tibetano de los muertos da instrucciones precisas para meditar de una manera concreta, en esos instantes, con el objetivo de escapar del inminente renacimiento y alcanzar el nirvana. Emplear este recurso es lo que se denomina, en la jerga budista, cerrar la puerta del útero. El problema es que, como he dicho, estas meditaciones no solo deben ser practicadas frecuentemente durante la vida física, sino que deben hacerse, sobre todo, en el instante en el que se está a punto de escoger a los nuevos progenitores de entre todas las parejas que están haciendo el amor en la Tierra. El difunto debe tener, por tanto, el adiestramiento adecuado para recordar que tiene que meditar precisamente en ese momento y de una determinada manera.
 
 
Tercer recurso para escapar del destino común: el último pensamiento importa
 
De algunos discursos atribuidos a Buda puede deducirse que el comportamiento que una persona muestra en vida es el responsable del estado mental en el que esta muere. Dado que los bardos son estados tremendamente influenciables por las emociones, el budismo advierte que necesitamos controlar muy bien nuestros últimos pensamientos en vida, ya que podrían condicionar también nuestro destino final en el más allá. La importancia del último pensamiento no surgió solo como conclusión de las palabras de Buda. Apareció, también, como una consecuencia lógica de reflexionar sobre la equivalencia entre sueño y muerte.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
¿Qué pequeñas cosas podemos hacer para asegurarnos un mejor control de nuestros pensamientos en el momento de la muerte? Según las enseñanzas budistas, tenemos que comenzar por deshacernos de nuestra obsesión por los bienes materiales. Si hay tiempo suficiente, podemos arreglar el reparto de nuestras posesiones, ayudar a nuestros allegados y resolver los conflictos que tengamos con otras personas. Pero si esto no es posible, porque hemos recibido el aviso de una muerte inminente, es suficiente con reflexionar sobre la futilidad de las posesiones. Engancharse a los objetos de este mundo actúa, durante los bardos, como un ancla que tira de nosotros hacia la reencarnación. También, en esos instantes críticos, podemos hacer un esfuerzo por llenar nuestra mente solo con pensamientos de amor, compasión y gozo, dando las gracias a los amigos y familiares por haber estado a nuestro lado. También es conveniente dar vueltas a la idea de que la vida física es una ilusión y que todo lo que ocurra en los bardos, que transitaremos a continuación, será igualmente una alucinación.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Sobre todo, morir debería ser un acto lo menos estresante posible. Por eso, los budistas intentan crear un entorno externo agradable para el moribundo, tanto física como psicológicamente, que promueva las emociones positivas.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Cuarto recurso para escapar del destino común: despertar en la muerte
 
Tanto el sueño como la muerte son bardos, ya que constituyen lugares o estados intermedios. La muerte transcurre desde el fin de la vida física hasta el renacer en un nuevo cuerpo. El sueño, de la misma manera, acontece desde el momento de la pérdida de consciencia hasta el instante del despertar por la mañana. Pues bien, según el budismo, morir y dormir son equivalentes. Ciertamente, al iniciarse el bardo de la muerte, sucede el apagado gradual de los sentidos. Poco a poco, estos van dejando de operar y de proporcionar información al cerebro. Por eso, en un instante dado, la realidad de vigilia colapsa y la consciencia se traslada a otra realidad. Es exactamente lo mismo que ocurre durante el sueño. Los sentidos físicos se apaciguan y, de repente, la lucidez desaparece. Entonces, la persona comienza a soñar. Y sabemos qué le ocurre a una persona que se duerme. De ahí, el budismo infiere lo que nos sucederá después de la muerte. La consciencia se traslada a otra realidad en la que carece de identidad propia, de la voluntad de actuar y de la capacidad de decisión. La persona deja de tener control sobre lo que le sucede. Se deja llevar por los acontecimientos, sin que pueda cambiar nada. Así son los sueños y así es el más allá.
Del despertar de la noche, también puede deducirse lo que nos ocurre cuando atravesamos los tres bardos de la muerte sin éxito y nos vemos obligados a reencarnarnos. Despertar es equivalente a renacer. Ciertamente: al regresar a la vida de vigilia por la mañana, pocos tienen capacidad de recordar los sueños, o solo traen pedazos de información sin sentido. Así ocurre con nuestro tránsito por el más allá: es como si fuera una noche cualquiera, en la que la mayoría de las personas deambulan como si hubiesen sido desconectadas. Después, cuando aparecen ocupando un nuevo cuerpo y una nueva vida, recuperan toda su lucidez y toman el control de su realidad, pero no recuerdan nada de ese periodo previo, tal y como ocurre cuando despertamos en la cama cada mañana. Así como algunas personas son capaces de recordar sus sueños, algunos difuntos, cuando inician una nueva existencia física, parecen recordar pequeños detalles de su vida anterior o incluso del periodo entre vidas.
Otra interesante analogía que sugiere la equivalencia entre muerte y sueño nos remite al bardo del devenir, cuando el difunto tiene que escoger unos nuevos padres de entre la multitud de parejas practicando sexo. Dijimos que la urgencia de los fallecidos por escoger lo antes posible y comenzar una nueva vida física es consecuencia de los ataques de los demonios, que los torturan por su karma negativo. Pero estos demonios no son reales, aunque el fallecido no lo sabe porque no dispone de suficiente lucidez. Es lo mismo que sucede cuando tenemos una horrible pesadilla. ¿Qué es lo que deseamos hacer en esos momentos? Despertar lo más rápidamente posible y regresar a nuestra vida de vigilia. Así, en la muerte, lo que más ansiamos es regresar a la vida, para librarnos de todos los terrores que nos amenazan.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Ya adelanté que hay una diferencia interesante entre el concepto budista y los sueños lúcidos. En nuestra sociedad, estos tienen múltiples aplicaciones. Hay personas que usan los sueños lúcidos para divertirse y eliminar estrés. Para otros, es un medio efectivo de resolver problemas o de obtener información de cualquier tipo. Pero solo unos pocos advierten que es, posiblemente, la mejor herramienta que tiene un ser humano para avanzar en el camino espiritual. Este es, precisamente, el sentido que el budismo tibetano da a los sueños lúcidos, a los que considera como un medio de transformación personal y, sobre todo, un medio para dirigir nuestro destino después de la muerte.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Quinto recurso para evitar el destino común: no olvidar quién eres
 
Como hemos visto, de acuerdo con las creencias del budismo tibetano, las personas que carecen de control durante el viaje por los tres bardos del más allá asumen sin remedio el destino común de la reencarnación. Este final no es el más deseado, precisamente. Aunque a través de este ciclo también se puede alcanzar el nirvana, es un proceso largo y penoso. ¿Quién desea vivir cientos o miles de existencias físicas, con todos sus pesares, sin recordar ni un detalle de sus vidas anteriores? La clave, ya lo vimos, es despertar en la muerte. Pero adquirir lucidez es solo el primer paso. También es imprescindible conservar la personalidad intacta. Es decir, pasar al otro lado, sabiendo quiénes somos, con todos nuestros recuerdos y vivencias. Al igual que cuando dormimos perdemos la noción del yo y nos convertimos en marionetas del sueño, esto mismo le ocurre a la mayoría de las personas que fallecen. Transitan por el otro mundo habiendo perdido el conocimiento de su identidad. La preocupación por la pérdida de los recuerdos en el más allá no es exclusiva del budismo tibetano. Está también muy presente, por ejemplo, en la visión egipcia del más allá. Estoy convencido de que el cuidado por preservar en perfectas condiciones la momia y las inscripciones con el nombre del difunto tuvo su origen en este asunto. Los textos funerarios dicen que el espíritu del fallecido viaja hasta la tumba para reconocer su cuerpo inerte antes de emprender el viaje hacia el más allá. Conservar la momia en buen estado y asegurar la presencia de rótulos con el propio nombre sería la mejor manera de que el difunto se recordase a sí mismo. En cualquier caso, el concepto de olvido después de la muerte parece ser universal. Muchas culturas conservan relatos de personas que viajaron al más allá, pero que olvidaron quiénes eran y de dónde procedían. Casualmente, esto siempre era consecuencia de haber tocado, manejado o utilizado los objetos de esa otra dimensión, o de interactuar con sus moradores. En muchas leyendas se advierte al protagonista que no debe probar, por ejemplo, la comida, porque ello le impediría regresar al mundo de los vivos.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Para que un soñador lúcido pueda convertir su sueño ordinario en una realidad auténticamente física, es necesario que lo estabilice. Para ello, puede aplicar diversas técnicas. Casualmente, todas ellas se basan en el uso de los objetos del entorno. Cuanto más se utilicen las cosas que uno tiene a su alrededor, mayor nivel de realidad se conseguirá para el sueño lúcido. Si hay alimentos, es positivo comerlos. Si hay bebidas, tomarlas. Si hay diferentes superficies y texturas, palparlas. Es decir, se trata de intensificar los impulsos sensoriales utilizando las cosas del entorno. Esto no puede ser una casualidad. Pero también sabemos que, si uno «se pasa de rosca», es posible que la sensación de realidad sea tan intensa que acabe borrando el recuerdo del mundo físico del que se procede. Es lo que llaman, en la jerga de los soñadores lúcidos, profundizar en los diferentes niveles de sueño o, lo que es lo mismo, dormirse dentro del sueño y soñar que te despiertas dentro del sueño. Yo mismo he tenido alguna de estas experiencias, y no fueron precisamente agradables.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Sexto recurso para evitar el destino común: o todo es real o todo es una ilusión
 
Los monjes también practican el yoga de los Sueños para comprender más rápidamente que todas las realidades son ilusorias. En un sueño lúcido, puedes dar una orden y hacer que un objeto aparezca. Puedes emitir otro mandato y ese mismo objeto se desvanecerá. Esto te enfrenta, directamente, a la idea de que no hay nada permanente. Y, teniendo en cuenta la equivalencia entre sueño y muerte, lo que aplica a los mundos construidos en sueños lúcidos también aplica a los bardos. Por ello, la práctica de este yoga convence a la mente de que el más allá tiene la consistencia de un sueño consciente. El monje que ha sido entrenado de esta manera, cuando fallezca, habrá perdido el miedo y su atención quedará libre para atender las llamadas de la Luz Clara o de los siete Budas.
Pero el yoga de los Sueños tiene aún más ventajas: ejercita la capacidad de concentración. Si un soñador lúcido desea mantener la experiencia por el mayor tiempo posible, debe luchar por enfocar su atención en un propósito concreto y evitar las distracciones que causa la segunda realidad. No sabemos muy bien por qué, pero el otro mundo tiene la capacidad de absorber nuestra lucidez atrayendo nuestra mirada sobre los pequeños detalles de los objetos de nuestro entorno. Persistir en el intento de no distraernos supone un esfuerzo considerable. Pero, si se logra, habremos incorporado una poderosa herramienta que nos servirá de mucho en la vida más allá de la muerte, ya que el Libro tibetano de los muertos advierte que nuestro mayor enemigo en el viaje post mortem es precisamente la distracción. La ausencia de este entrenamiento en sueños lúcidos o yoga de los Sueños hace que los difuntos vaguen de un lugar a otro, atraídos por cada cosa que se encuentran (demonios, luces, estructuras), hasta que estas atrapan su atención sin remedio. En un sueño lúcido, esta falta de práctica se traduce en que el practicante despierta rápidamente en la realidad física. En el caso de los difuntos, ocurre exactamente lo mismo, ya que provoca también un despertar, pero esta vez en un nuevo cuerpo físico: es la reencarnación.
El yoga de los Sueños también permite trabajar aspectos de nuestro ser espiritual de una manera más rápida y efectiva. Los efectos de las meditaciones son mucho más potentes en un sueño lúcidos que cuando se hacen partiendo desde el estado de vigilia. Por eso, los monjes practican sus meditaciones habituales dentro de los sueños lúcidos.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Séptimo recurso para evitar el destino común: plantearse la realidad de vigilia
 
Todas las prácticas anteriores ponen al monje en disposición de poder replantearse las prioridades. ¿Cuál es la base de nuestra existencia? ¿Es la realidad de vigilia o son las realidades alternativas, como el más allá? El monje que ha sido instruido en todas aquellas técnicas sabe, no como un ejercicio intelectual, sino como un conocimiento casi celular, que este mundo físico es un sueño. Cuando estamos aquí, presentes en la realidad de vigilia, en realidad estamos dormidos, pero no lo sabemos. Solo podemos saberlo cuando probamos a despertar y comparamos. Y esto solo es posible de tres maneras: practicando el yoga de los Sueños (los sueños lúcidos), en una experiencia cercana a la muerte o justo después de morir. Este nuevo paradigma es imposible de asimilar si no se ha tenido una de estas experiencias.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Octavo recurso para evitar el destino común: la transferencia inmediata de la consciencia
 
Hemos visto que el budismo tibetano ofrece, al menos, cuatro alternativas para romper el ciclo de las reencarnaciones, aunque estas no sean evidentes para la mayoría de las personas. Dichas escapatorias estarán disponibles durante el viaje por los bardos, una vez hayamos fallecido. Son, por orden: alcanzar la Luz Clara, identificarse con uno de los siete Budas, escapar de los demonios del karma o cerrar la puerta del útero. Para asegurarnos de que reconoceremos estas salidas, los monjes inventaron numerosas técnicas que pueden ser practicadas tanto en vigilia como estando dormidos, según ya hemos analizado. Pero aún nos faltan dos, las más interesantes y radicales de todas: la tradición de la Tierra Pura y el yoga de la Transferencia de Consciencia.
La tradición de la Tierra Pura surgió dentro de la rama budista denominada Mahayana, posiblemente alrededor de los siglos iv y v d. C. Sus manuscritos, conservados en China, en el Tíbet y en Japón, recogen sugerentes ideas para escapar de la muerte y del renacimiento. Tras la muerte de Buda, había quedado establecida la idea de que cualquier persona, gracias a un intenso trabajo interior, podía alcanzar un estado de budeidad. Estos humanos especiales reciben el nombre de bodhisattava. Uno de estos hombres fue Dharmakara, que había acumulado en vida infinidad de méritos gracias a la meditación y a la ayuda que prestaba a los demás. Tras su transformación en bodhisattava, renunció al nirvana para dedicar su existencia a recoger en el más allá a todos los difuntos que así lo merecieran, con el fin de acomodarlos en un reino maravilloso fuera del mundo físico. Este lugar, a medio camino entre nuestro mundo cotidiano y el estado de nirvana, fue construido solo con el poder de su intención. En cierto sentido, podríamos decir que este lugar es parecido al de un cielo occidental. Es un mundo maravilloso, repleto de jardines y fuentes, donde no hay enfermedades ni preocupaciones. Desde entonces, Dharmakara pasó a ser conocido como Amitabha y aquel lugar como la Tierra Pura.
Esta dimensión no física, fabricación personal de Dharmakara, era toda una novedad en el budismo pues, hasta entonces, solo existían dos destinos posibles para los seres humanos después de la muerte: la reencarnación o la desaparición del yo en el nirvana. Aunque entre los seis mundos disponibles para el renacimiento, según el budismo, hay uno o dos de carácter paradisiaco, como el reino de los dioses o el de los titanes, no nos confundamos: la estancia en estos mundos sigue siendo temporal, pues sus habitantes están atados al ciclo de la reencarnación. Por eso el mundo de Amitabha es tan importante, porque asegura la única escapatoria posible de la muerte que ofrece las dos cosas más importantes: la ruptura de la rueda de las reencarnaciones y la conservación total de tu propia personalidad y tus propios recuerdos como ser individual. Es la opción perfecta.
Amitabha, al inaugurar este nuevo mundo, declaró lo siguiente:
 
Todos los seres de las diez direcciones con una fe sincera y profunda que busquen nacer en mi tierra e invoquen mi nombre diez veces, excepto aquellos que hayan cometido los cinco crímenes cardinales o lesionen el verdadero dharma, nacerán en mi tierra. Apareceré en el momento de la muerte a todos los seres de las diez direcciones comprometidos con la iluminación y la práctica de las buenas obras, que busquen nacer en mi tierra. Todos los seres de las diez direcciones que escuchen mi nombre, deseen la Tierra Pura y practiquen la virtud para alcanzar la Tierra Pura tendrán éxito.
 
¿Cómo logró Amitabha crear ese mundo ideal? Debemos remitirnos a un concepto interesantísimo: el mérito. Cuando una persona realiza buenas acciones, por ejemplo, actos a favor del bienestar de otros seres vivos, entonces acumula mérito. Este puede emplearse para hacer posibles las cosas imposibles, como los milagros. Salvando las distancias, y con todo el respeto, sería algo así como los puntos de poder en un videojuego: cuantos más puntos se consiguen, más poder tiene el personaje. El mérito puede incluso transferirse a otra persona. Este traspaso hay que realizarlo mientras el mismo mérito está siendo generado mediante alguna buena acción y a la vez que te concentras en la persona a la que quieres beneficiar. Entonces, declaras, mentalmente o en voz alta, lo que estás haciendo.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Para los budistas que siguen la tradición de la Tierra Pura, esto no es una leyenda. Es una información que ha sido obtenida directamente de la estricta experiencia. Es decir, se sabe que este lugar existe porque muchos afirman haber viajado hasta allí mediante meditaciones especiales y, sobre todo, practicando el yoga de los sueños. Otros han tenido una visión de este lugar en la cama, justo antes de fallecer, o incluso en una experiencia cercana a la muerte.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Alcanzar este maravilloso lugar después de la muerte es más fácil que llegar a otros destinos, como el nirvana. Por tanto, la tradición de la Tierra Pura lo considera como una escapatoria de emergencia. De hecho, no se piensa en ello como una mera alternativa al nirvana, sino que se afirma que es la mejor de todas las opciones. Pero el budismo ortodoxo rechaza esta vía, pues la considera bien como una herejía o bien como una opción para «flojos»; es decir, para aquellos que no están dispuestos a seguir el auténtico camino de Buda, que alcanzó el nirvana. Pero si lo pensamos bien, no parece una mala salida: al fin y al cabo, el nirvana supone la aniquilación completa del yo. Al menos, nos deberíamos plantear la posibilidad, aunque sea remota, de que aquellos que concibieron intelectualmente o vislumbraron el nirvana en sus meditaciones, estuvieran equivocados en su juicio. Desde luego, algo vieron. Pero ¿y si sobrevaloraron los beneficios de la destrucción del yo? No en vano, la totalidad de las religiones y sistemas filosóficos que han hablado sobre el más allá, no hablan de aniquilación o disolución en Dios, sino que aseguran que pasamos a vivir en otro mundo real, ya sea o no temporal. Las semejanzas de la Tierra Pura, por ejemplo, con el cielo de Swedenborg son sorprendentes, dejando a un lado las cuestiones teológicas que este introduce en sus descripciones. Y, al contrario, en casi todas las religiones, la aniquilación total del alma se reserva como el peor de los castigos. No es una bendición. Pensemos en ello detenidamente.
Escoger vivir en la Tierra Pura en lugar de alcanzar el nirvana tendría, según los seguidores de esta tradición, muchas ventajas. Como ya adelanté, la existencia allí es eterna, así que no hay necesidad de regresar al mundo físico en otro cuerpo. Es decir, el ciclo de la reencarnación queda roto. Por otro lado, en este mundo no existe el sufrimiento, ya que estamos libres de las ilusiones que nos impone el plano físico. Las enfermedades, el hambre y la tristeza no tienen cabida en él. Sin embargo, no creamos que este lugar fue creado solo para el disfrute. Al contrario, el objetivo principal del mundo de Amitabha es ayudar a la evolución de sus moradores para que alcancen otro estado del ser. En esta tarea colaboran activamente los bodhisattava que viven allí y que están siempre prestos a compartir su elevado conocimiento. Pero la evolución que se promete en este lugar también es una cuestión de esfuerzo personal: es necesario llevar una vida de servicio, ayudando a otros seres humanos que aún siguen retenidos en el ciclo de las reencarnaciones, o incluso a los recién llegados a la Tierra Pura.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Phowa es otra tradición muy relacionada con la de la Tierra Pura. Su objetivo es el mismo: practicar ciertas técnicas que permitirán a cualquier persona viajar instantáneamente, justo en el momento de la muerte, al reino de Amitabha. La palabra phowa significa transferencia de la consciencia. Y es eso lo que pretende conseguir: el traslado automático de la consciencia humana desde el plano físico hasta otro mundo empíreo. Pero su método es diferente al de la tradición de la Tierra Pura. Aquí no hay visualizaciones, sino un trabajo específico con las energías vitales del cuerpo. Se trata de meditaciones especiales en las que la respiración representa un papel clave. El objetivo es hacer circular la energía del cuerpo por un canal central hasta hacerla salir por un punto concreto de la coronilla. Esto activaría un portal, que podrá ser utilizado en el momento de la muerte para liberar la consciencia y dirigirla voluntariamente hacia el mundo de Amitabha. Se dice que esta abertura puede producir señales físicas en el practicante, como la caída de un mechón de pelo en la zona, un abultamiento en el cráneo, un hoyuelo o incluso ¡un agujero! A diferencia de las prácticas de la tradición de la Tierra Pura, cuyo aprendizaje es tarea de toda una vida, las prácticas Phowa, si se practican con seriedad, dan resultados en cuestión de días.
 
Enrique Ramos
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Otra diferencia con la tradición de la Tierra Pura es que, en esta, las malas acciones deben ser evitadas, pero no tienen un peso preponderante. Sin embargo, la tradición Phowa considera que, para que la transferencia de la consciencia funcione, es muy importante haber reducido nuestro karma negativo al mínimo. Los malos actos suponen el mayor obstáculo a la hora de trabajar con la energía vital.
La tradición de la Tierra Pura y el Phowa no son las únicas que, dentro del budismo, hablan de la existencia de otros mundos paralelos accesibles después de la muerte. Otra leyenda, mucho más conocida, es la del reino de Shambala, también conocido como Shangri-La. Shambala es un lugar muy parecido a la Tierra Pura. Está habitado por grandes maestros o bodhisattavas. Es un mundo de paz y conocimiento. Durante los últimos dos siglos, investigadores y exploradores de muchos países occidentales, convencidos de la existencia física de este reino, han tratado de localizarlo en diferentes emplazamientos del planeta, especialmente en territorio tibetano y nepalí. Helena Blavatsky y Nicholas Roerich fueron dos de los más destacados buscadores. Pero ninguno tuvo éxito. Así que otros comenzaron a decir que Shambala no era un mundo material sino sutil, sustentado por energías desconocidas. Quienes defendían esta idea también estaban convencidos de que las entradas a Shambala existían en alguna parte del planeta, a modo de portales dimensionales. Sin embargo, todo esto no tiene fundamento: la información original procede del budismo y esta dice que Shambala es otro mundo más creado por otros bodhisattavas con el poder del mérito, a la manera de la Tierra Pura construida por Amitabha. Cualquier persona que conozca las técnicas adecuadas puede acceder a este reino después de su muerte, o practicando el yoga de los Sueños. Por tanto, Shambala, de existir, estaría situado en una realidad paralela a la realidad física de vigilia y no en nuestra Tierra física. Sería también, técnicamente hablando, un sueño lúcido compartido, sustentado por el poder de la intención de un conjunto de seres conscientes. La épica búsqueda de las puertas de Shambala en la geografía de nuestro planeta habría sido, pues, una pérdida de tiempo.
 
Enrique Ramos
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Cómo influir en nuestro destino después de la muerte según la teoría de la división de la consciencia
 
Comenzó entonces a investigar cada una de las tradiciones del mundo en relación con la supervivencia del ser humano tras la muerte91. Encontró similitudes desconcertantes que habían quedado ocultas por una errónea interpretación o falta de perspectiva. Con sus conclusiones, diseñó la teoría de la división de la consciencia. ¿En qué consiste? En primer lugar, se fundamenta en la idea de que el ser humano no está formado por dos partes, una física y otra espiritual, sino que está constituido de tres elementos: cuerpo, alma y espíritu. El primer componente, el cuerpo, tiene carácter material. Las otras dos son estructuras sutiles. Novak se dio cuenta de que casi todas las tradiciones del planeta coincidían en esta clasificación, aunque cada una de ellas utilizara sus propios términos. Y las identificó con lo que ahora conocemos como cuerpo, inconsciente y consciente, respectivamente.
Del cuerpo poco más hay que decir. El concepto está claro. Sin embargo, ¿qué son, para Novak, el alma o inconsciente, y el espíritu o consciente? Vayamos primero con el alma. Es la parte de nuestro ser que se encarga de recibir y retener todas y cada una de las experiencias de la vida. Pero no como puros eventos, sino como reacciones emocionales a dichos acontecimientos. El alma o inconsciente sería, por tanto, el elemento responsable de nuestro sentido de ser, nuestra identidad, nuestro sistema de creencias, nuestra personalidad. El alma es lo que define lo que somos como seres individuales. Pero su comportamiento es reactivo, es decir, responde a los impulsos que recibe. No puede tomar decisiones por sí misma. Por el contrario, el espíritu es el componente que gobierna nuestra capacidad crítica, nuestra voluntad y nuestra capacidad de actuar, de decidir y de dar respuestas. El espíritu, por tanto, es el conjunto de todas nuestras resoluciones, dictámenes y decisiones. Pero no tiene recuerdos, ni reacciones emocionales. Ambas partes, alma y espíritu, están interconectadas. El alma proporciona datos valiosos al espíritu, basados en los recuerdos y experiencias pasadas en la vida, para tomar las decisiones. Y el espíritu permite que el alma se exprese a través de actos.
 
Enrique Ramos
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La división de la consciencia
 
Después de analizar innumerables tradiciones antiguas, Peter Novak dedujo que la muerte no quedaba definida con la desaparición de la vida física, sino que debía ser explicada, más bien, como el proceso de separación definitiva de alma y espíritu, inconsciente y consciente. Durante la vida, ambas partes funcionan al unísono. Pero cuando el cuerpo deja de funcionar, el alma, hogar de todos nuestros recuerdos y sentimientos, es decir, sede de nuestra identidad, es arrancada de los brazos del espíritu. Entonces, se ve privada de su capacidad de actuar. Sin el espíritu, no puede decidir cuál es el siguiente paso que tiene que dar. Es como si quedase congelada, con un enorme banco de datos, pero sin saber qué hacer con ellos. Al no tener la posibilidad de tomar nuevas decisiones, el alma se vuelve sobre sí misma y comienza a rumiar los recuerdos del pasado, como una vaca masticando eternamente el mismo bocado de hierbas. Y pasa a recrear cada una de las experiencias que ha tenido durante la vida física, emitiendo las mismas emociones asociadas a cada una de ellas. Pero no se da cuenta de que estas son solo una copia de acontecimientos pasados, pues ya no tiene la capacidad de discernimiento del espíritu. El alma se construye, para sí misma, un mundo nuevo en el que vivirá para siempre, repitiendo una y otra vez las mismas experiencias. En su nueva realidad actuará de manera automática, sin capacidad de acometer nuevos actos. Por tanto, su evolución queda estancada. Su existencia se parecerá mucho a un sueño ordinario, pero infinitamente más largo. Si las emociones emitidas durante la vida física han sido positivas y constructivas, entonces esa realidad autocreada será, aunque falsa, relativamente agradable; si, por el contrario, fueron corrosivas y oscuras, la experiencia será lo más parecido a un infierno. Por otro lado, las emociones que han sido reprimidas en el pasado saldrán a la luz y, si no han sido debidamente procesadas, saltarán como animales salvajes para reclamar su espacio. Esto sucederá porque el alma ya no tiene la ayuda del espíritu, que es el que filtra y decide qué emociones son lógicas desde su represiva función de guardián. Entonces, según la teoría de la división, la experiencia del alma será la de un juicio personal, no divino. En esto, Emanuel Swedenborg y Robert Monroe estarían de acuerdo con Novak. Ningún ser superior recompensa ni castiga, pues son los recuerdos y los sentimientos, tanto los reprimidos como los que fueron exteriorizados, los que determinarán la nueva realidad en el más allá. Por su lado, el espíritu o consciente, desprovisto de todos los recuerdos y de una identidad concreta, vagará eternamente en un estado de suspensión, con todo el potencial de generar nuevas acciones, pero sin saber cómo hacerlo. Habrá olvidado quién realmente es.
 
Enrique Ramos
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Así lo explica el propio Novak:
 
Después de la división, la mitad consciente perdería todo lo que solía recibir del inconsciente; aunque todavía poseería libre albedrío, no tendría la menor idea de qué hacer con él, sin recordar nada, sin sentir nada y viendo nada más que caos aleatorio y sin sentido. ¿Por qué vería solo caos? Sola, la mente consciente no tendría referencia para la perspectiva, ningún contexto en el que comprender su entorno. Sin la inconsciencia, la conciencia no tendría memoria y, por lo tanto, no tendría sentido de forma, sistema, conexiones o contexto, dejándola como un bebé recién nacido, incapaz de distinguir patrones en nada a su alrededor.
 
En definitiva, la teoría de la división de la consciencia propone que, en el momento de la muerte, el ser humano pierde su vehículo material, pero conserva una parte imperecedera que continúa existiendo. En esto, coincide con el resto de los modelos. La novedad que aporta esta teoría es que ese componente indestructible no permanece intacto, como ocurre en el concepto tradicional de alma, sino que es inmediatamente fraccionado en dos partes: alma y espíritu, o inconsciente y consciente. Y, lo más importante: cada uno de estos elementos experimenta una vida post mortem totalmente distinta. Separados, ninguno de estos dos componentes es ya la persona original que caminó sobre la Tierra:
 
¿Dónde está el yo después de la división? Uno también podría preguntar «si una persona tiene un automóvil favorito, y lo desmantela y envía sus diversas partes por todo el planeta, ¿dónde está el automóvil ahora?». ¿Existe o no existe?
 
Entonces, el alma comenzará a vivir una vida emocionalmente rica, pero con un contenido construido a base de mezclas de recuerdos de experiencias pasadas. No es, por tanto, una vida genuina, sino una vida que está atrapada en un bucle. Por su parte, el espíritu, al no disponer de recuerdos, empieza a desplazarse por las otras realidades sin saber quién es y, por tanto, sin saber cómo comportarse, sin generar nuevas emociones. Tampoco vivirá una vida auténtica, sino que permanecerá en un estado de congelación existencial a la espera de que llegue su oportunidad de volver a ser un ente completo. Desafortunadamente, esto solo es posible cuando alma y espíritu están unidos. Por eso, el espíritu comienza a sentirse atraído por el mundo físico, única realidad donde podría escoger una nueva alma y volver a formar una personalidad integrada. Y se lanza hacia esa dimensión sin pensarlo. Cae en lo que ahora llamaríamos reencarnación. Y recibe un nuevo cuerpo y una nueva alma, que se irán llenando poco a poco con los sentimientos y experiencias que la recién nacida persona vaya generando.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Novak cree que su teoría sería la clave para reconciliar el conocimiento sobre el más allá de todas las tradiciones religiosas, pues el modelo que él propone ya está escondido en cada una de ellas como un substrato. Entonces, ¿por qué el modelo de más allá en las diferentes tradiciones del planeta ha evolucionado por caminos tan diversos? La razón de ello es que cada tradición estaría contemplando solo una parte de la teoría de la división, lo que implica un esquema parcial de la vida después de la muerte. Por ejemplo, las primeras civilizaciones, como Sumeria o la antigua Grecia, se habrían centrado solo en el hecho de que el alma humana continúa existiendo, después de la muerte, como un autómata sin capacidad de elección. Creían en un más allá oscuro y polvoriento, donde los seres humanos sufrían una vida anodina y triste, deambulando de un lado para otro como un fantasma sin volición. Esto era así porque desconocían que el alma no es el único componente del ser humano. Estarían ignorando, por tanto, lo que le ocurre a esa otra parte a la que Novak llama espíritu. Más tarde, llegarían las tres religiones monoteístas, que adoptarían un modelo similar, pero algo más evolucionado. En cualquier caso, el foco siguió estando puesto en el alma. Por eso, todas estas culturas rechazaron el proceso de la reencarnación, que estaría, de todas maneras, sucediendo sin ellos saberlo.
En el lado contrario, otras religiones del planeta, como el hinduismo y, en cierta medida, el budismo, pusieron todo el peso en el espíritu. Por eso, estos dos sistemas creen que, al morir, nuestra parte inmaterial regresa al plano físico para continuar experimentando desde otro cuerpo. Y, de la misma manera que las religiones monoteístas y otras religiones antiguas no fueron capaces de vislumbrar el ciclo de las reencarnaciones, el hinduismo y el budismo, al no reconocer la supervivencia de lo que hemos llamado alma, dejaron de creer en la existencia de un más allá estable.
 
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Más allá del más allá
 
 
La religión egipcia es un caso aparte. Novak cree que es de las pocas que reconocieron claramente todos los aspectos del ser. Los egipcios dividían al ser humano en tres manifestaciones diferentes: el ka, el ba y el akh. Para Novak, el ka sería el equivalente al alma o inconsciente de su teoría. El ba sería el espíritu o consciente. Y el akh sería la unión de los dos anteriores. El ka es definido como la esencia de la persona, y se dice que el ba actúa como si estuviera desmemoriado. Los textos funerarios egipcios afirman que, a la muerte de una persona, su ka y su ba se separan. El ka permanece temporalmente con el cuerpo o momia, mientras que el ba emprende el vuelo hacia el otro mundo. Todo esto encaja con la teoría de la división de la consciencia de Novak. Parece ser, además, que esta separación del ka y el ba en el momento de la muerte era muy temida, por lo que los egipcios deseaban que no ocurriera. Y creían que la solución era reforzar la unión de ambos durante la vida física, una tarea que casi nadie lograba. Por eso, según Novak, inventaron el ritual de embalsamamiento del cadáver, con la esperanza de que la conservación del cuerpo trajera de vuelta al ba, junto al ka que había quedado escoltando a la momia. La famosa ceremonia de la apertura de la boca, que era ejecutada por sacerdotes especializados sobre los faraones difuntos, tenía como fin provocar el regreso del ba para que se reuniera con su ka. ¿Para qué? Para que el monarca se librara del destino común de los mortales, que consistía en la separación definitiva de los dos componentes fundamentales del ser humano, el ka y el ba, o alma y espíritu en la terminología de Novak. Al fusionar ka y ba, el faraón se convertía en un akh; un ser espiritualmente completo, con su personalidad intacta. En esta situación, con los recuerdos indemnes y la capacidad de actuar totalmente operativa, el rey continuaría siendo una persona íntegra y sería capaz de tomar las decisiones apropiadas para convertirse en un dios en el otro mundo.
 
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Novak ensalza también el taoísmo chino. Esta filosofía divide al ser humano en cuerpo, alma (po) y espíritu (hun). Con esto, el taoísmo elaboró una curiosa clasificación para los seres humanos. Por ejemplo, un ser que cuenta con los tres componentes (cuerpo, alma y espíritu) es un ser humano normal y físicamente vivo. Si no hay cuerpo ni espíritu, sino solo alma, estamos hablando de un fantasma; es decir, lo que queda de las personas que fallecen no habiendo podido evitar la división de la consciencia. Alguien con cuerpo y espíritu, pero sin alma, sería lo que actualmente conocemos como un muerto viviente o un zombi. Si únicamente hay espíritu, pero no hay alma ni cuerpo, tendríamos un poltergeist o fenómeno paranormal. Y cuando hay un alma y un espíritu, pero no un cuerpo, estaríamos frente a un ser humano iluminado que ha trascendido la materia con su identidad intacta. Este último estado es el que perseguían los sabios taoístas. De hecho, conservamos ciertos textos que proponen diferentes técnicas para fortalecer la unión del alma y del espíritu mientras la persona sigue viva, con el fin de impedir que ambos componentes sean separados. Si se logra esto, en el momento de la muerte surgirá un nuevo cuerpo sutil con el que la persona superará a la muerte tradicional. Lo llamaron feto inmortal; es, seguramente, lo que los egipcios llamaban un akh.
 
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Supongamos que está en lo cierto. Sus ideas plantean, entonces, nuevas incógnitas. Como es el espíritu el que activa la reencarnación, dejando abandonada al alma en el más allá, y generando continuamente nuevas almas, cada ser humano sería responsable de repoblar continuamente el otro mundo con diferentes personalidades que han estado conectadas a él. Personalidades que estarían viviendo en la otra realidad paralela como autómatas. Estas almas que han quedado desamparadas, ¿viven eternamente? Novak dice no conocer la respuesta. Pero sospecha que cada alma sobrevive únicamente durante un tiempo, pues su energía se disuelve completamente en el cosmos cuando el impulso inicial se ha agotado.
Pongamos un ejemplo cualquiera: la historia de un hombre llamado Alonso, que vive en España. Su manifestación física y todo lo que conocemos de él constituyen su personalidad, su yo, su identidad. Un día, Alonso fallece. Su alma, que no es más que el conjunto de recuerdos y emociones pasadas, es trasladada al más allá. Pero permanece, como un fantasma, reviviendo una y otra vez las mismas experiencias. Estas experiencias serán buenas o malas en función de las emociones y pensamientos que haya tenido en el mundo físico, puesto que no hará más que repetir escenas de su vida pasada. En cierto sentido, podríamos decir que quien vive en el más allá es Alonso, pero a la vez no será Alonso, sino un autómata construido con los sentimientos del Alonso físico que ya no existe. Por su lado, el espíritu de este hombre comienza a moverse libremente por esa dimensión, pero sin recordar que es Alonso, porque está vacío de todo contenido: no tiene memorias. En un momento dado, el espíritu de Alonso comprende que la única manera de generar nuevas experiencias es entrando en un nuevo cuerpo físico, lo que provoca el nacimiento de una nueva alma, que ya no será la de Alonso, sino la de una nueva personalidad. Digamos, Isabel. Y así, indefinidamente, hasta que el espíritu de Alonso e Isabel, y otras tantas almas, encuentren una salida a este ciclo sin fin. Mientras tanto, el alma de Alonso, con su personalidad intacta y su capacidad para sentir, habrá quedado abandonada en el más allá. Encontrando que solo dispone de sus antiguos recuerdos para subsistir, y que no cuenta con la inteligencia suficiente para desarrollar una capacidad crítica, experimentará una existencia particular, parecida a un juicio personal basado en la mezcla de todas sus memorias. Así, hasta que su energía vital se agote. Más adelante, le ocurrirá lo mismo al alma de Isabel y a otras muchas.
La teoría de la división de la consciencia, de ser acertada, tendría otras consecuencias que merece la pena tratar. Me refiero al contacto entre vivos y muertos. Son muchos los relatos recogidos por diversos investigadores en los que una persona es sorprendida por la aparición del fantasma de un familiar. También los médiums y los soñadores lúcidos dicen poder comunicarse con personas fallecidas. Pero, si Novak tiene razón, este encuentro sería imposible, ya que lo que sobrevive en el más allá no es la persona total, sino solo una de dos mitades. Por tanto, el contacto con los difuntos no es viable, pues los difuntos, por definición, ya no son seres completos. Solo sería posible el encuentro con una parte de ellos, la que está formada por recuerdos y sentimientos, y que se comporta como un robot, sin capacidad de improvisación. Es decir, la comunicación no sería una interacción viva y dinámica entre dos seres con plena voluntad de sus actos, porque el supuesto fallecido es, en realidad, una especie de máquina espiritual, no más interesante que un personaje de una película que no puede cambiar de guion.
La teoría de Novak también explicaría las incoherencias que, según él, aparecen en los relatos de experiencias cercanas a la muerte cuando los confrontamos con los registros de regresiones a vidas pasadas. En efecto, de una gran parte de las historias que nos han contado sobre personas que han entrado en muerte clínica, debemos deducir que después de la muerte nos encontraremos con familiares y amigos que han fallecido previamente. Algunos de ellos han abandonado el mundo físico hace décadas o siglos desde nuestra perspectiva temporal. Es difícil encajar este hecho con las recientes regresiones hipnóticas en personas vivas. Estas últimas consisten en conducir al sujeto hasta un estado profundo de consciencia que le permite al terapeuta extraer información sobre lo que nos acontece en el más allá entre las vidas físicas. Las conclusiones de estos estudios dicen que, tras la muerte, nuestra intención inmediata es buscar un nuevo cuerpo y un nuevo entorno físico para renacer. Pero, si esto fuera cierto, ¿por qué entonces, tal y como parecen confirmar las experiencias cercanas a la muerte, nos reunimos con personas conocidas que han fallecido hace muchos años? ¿Por qué están todavía allí? ¿No deberían estar ocupando un nuevo cuerpo, en otro tiempo y lugar, según el principio de la reencarnación? Algunos especialistas en regresiones, para justificar esta incongruencia, aducen que existe un tiempo de espera en el más allá entre que entramos y elegimos una nueva familia. Y que, por tanto, los amigos y parientes que encontramos están aún pensando dónde y cómo quieren volver al mundo físico. Este argumento no convence a Novak, para quien el tiempo no existe después de la muerte. La teoría de la división de la consciencia explicaría esta incongruencia. Ya vimos que, según Novak, nuestra alma queda retenida en el otro mundo para siempre, o quizás hasta que su energía se disipe, viviendo una existencia artificial alimentada por los recuerdos del pasado. Nunca regresará a la realidad física. Por tanto, sería perfectamente plausible que una persona que tiene una experiencia cercana a la muerte pueda reunirse con otras almas, ya que todas estarían viviendo una existencia simulada, un sueño del que no pueden escapar. Es decir, las almas no pueden reencarnarse. Eso solo lo hace el espíritu. Fascinante, ¿no es así?
Otras contradicciones que los expertos siguen encontrando en las narraciones de las experiencias cercanas a la muerte también son explicables desde la teoría de la división de la consciencia. En un porcentaje de estos relatos, la experiencia tiene lugar en un espacio vacío, muchas veces oscuro. Las personas no sienten emociones. No hay estímulos externos. Es como si permanecieran suspendidos allí, flotando en un eterno presente. Lo interesante es que afirman que, mientras dura la experiencia, están razonando casi como si estuvieran físicamente presentes. Sin embargo, en otros relatos, los protagonistas tienen un encuentro con una potente luz. Experimentan un profundo estado de paz y de conexión con el universo, y otras muchas sensaciones intensas. Pero, al contrario que en los anteriores casos, no toman decisiones, sino que se dejan llevar. Tampoco cuestionan lo que ven, ni lo juzgan, ni lo critican, por absurdo que sea. Por ejemplo, hay casos de personas de religión judía que tienen un encuentro con Jesucristo. Y otros que son escépticos absolutos respecto a los asuntos espirituales y que ven seres luminosos, o incluso ángeles. ¿Cómo puede ser una misma experiencia tan distinta en función de quién sea el fallecido? ¿La experiencia de morir es como atravesar un lugar oscuro donde uno puede pensar, pero no sentir, o es más bien un emocionante viaje espiritual donde todo sucede fuera de nuestro control? Novak cree que solo hay una forma de morir, pero que, dependiendo del caso, la persona que tiene una experiencia cercana a la muerte puede recordar este suceso desde la perspectiva del alma o desde la del espíritu. En función de ese enfoque, el relato de la experiencia será de un tipo u otro. Por ejemplo, cuando el sujeto dice haber atravesado un lugar oscuro, vacío de emotividad, estaría rememorando la experiencia desde el punto de vista del espíritu o consciente, que no tiene recuerdos ni sentimientos. En las otras historias, cuando el individuo ha experimentado un carrusel de emociones, luces y presencias, es que recuerda solo la experiencia desde la perspectiva del alma o inconsciente, que posee todos los datos del pasado, pero no libre albedrío. Cuando se recuerdan los dos tipos de experiencias, una después de la otra, es porque el protagonista ha experimentado la muerte desde la óptica del espíritu y desde la perspectiva del alma, consecutivamente.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Cómo escapar de la muerte según la teoría de la división: evitar la separación de alma y espíritu
 
Lograr que nuestros dos componentes no materiales permanezcan unidos después de la muerte significa trascender la muerte con nuestra identidad completa. Es decir, pasar al otro mundo con todos nuestros recuerdos y con nuestra voluntad a pleno rendimiento. En definitiva, continuar allí siendo quienes somos aquí. De esta manera, podríamos elegir nuestro propio destino. Uno de ellos podría ser, por qué no, renunciar a la reencarnación de nuestro espíritu y pasar a otro estado evolutivo. Esto ahora sería plenamente posible, ya que aquel, al disponer de los recuerdos de su última vida, ya no desearía acercarse al plano físico.
Novak dijo haber encontrado en las experiencias cercanas a la muerte otra de las pruebas de que lograr, en vida, la unión de alma y espíritu es la clave para superar la muerte con integridad. Una consecuencia inmediata de este suceso es que sus protagonistas comienzan a sentirse completos, mucho más de lo que habían estado anteriormente. Algunos de los casos que han sido estudiados por expertos han puesto de manifiesto que estas personas comienzan a tener un inesperado equilibrio cerebral: el hemisferio izquierdo y el derecho parecen funcionar en sincronización, estado que solo se alcanza en determinados tipos de meditación profunda. Es decir, la mente racional y la mente espiritual colaboran como nunca lo habían hecho previamente. Novak deduce de esto que, durante dichas experiencias, ocurre una especie de «efecto rebote». Esto significa que, al tratarse de una muerte real, aunque no definitiva, la división de la consciencia también tiene lugar: el alma y espíritu se separan. Pero, como el fallecimiento es solo transitorio, la fuerza de la desunión se transforma en fuerza de atracción, como cuando estiramos una goma y luego la soltamos de golpe. De esta manera, alma y espíritu, que habían sido apartados, regresan juntos. Pero, esta vez, aún con más fuerza debido a la potencia de dicho desplazamiento de rebote.
En este asunto, Novak deja una cuestión importante sin contestar. Porque de lo anterior se entiende que una experiencia cercana a la muerte debería dar ventajas en el más allá a las personas que han pasado por ella. Tengamos en cuenta que la unión entre alma y espíritu no vuelve a su estado inicial, tal y como se encontraba antes de este traumático evento, sino que ambas partes vuelven a encajar aún más firmemente. Entonces ¿por qué no creer que ese exceso de energía causado por el efecto rebote podría provocar, en algunos casos, la unión permanente entre alma y espíritu? Esto daría a la persona la oportunidad de liberarse del destino común después de su fallecimiento.
 
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¿qué propone Novak para impedir la separación de alma y espíritu?
 
En primer lugar, gracias al análisis de los textos antiguos, Novak encontró que la división de la consciencia no tiene lugar de repente, en el preciso instante de la muerte, sino que comienza en vida de la persona y va progresando lentamente. Tras el óbito, alcanza su culminación. Por tanto, Novak cree que el trabajo para frenar la separación debe comenzar lo antes posible. ¿Qué podemos hacer? Según sus investigaciones, la causa principal de la división de la consciencia es el trauma emocional. Cada vez que una persona sufre un impacto anímico y no sabe gestionarlo adecuadamente, la separación de su alma y espíritu avanza un paso más. Por eso, el mejor consejo es cuidar nuestra salud psicológica. En principio, nosotros mismos podemos aprender técnicas que nos ayuden a encajar mejor los problemas. Pero si esto no es suficiente, es obligado exteriorizar nuestros problemas y pedir ayuda. En esta misma línea, Novak nos recuerda que uno de los mayores traumas que puede sufrir un ser humano, si no el mayor, ocurre justo en el momento del fallecimiento. Por eso, nos insta a no descuidar nuestra relación con la muerte. Esto puede hacerse reflexionando, estudiando y meditando sobre ella. Esto mismo es defendido por el budismo.
 
La segunda cosa que podemos hacer, según Novak, es trabajar con los recuerdos de nuestras vidas pasadas. Ya vimos que, según la teoría de la división de la consciencia, nuestras vidas anteriores son solo conglomerados de memorias y emociones sin capacidad de acción que quedan atrapadas en un más allá onírico; mientras tanto, nuestro espíritu, que es único, sigue reencarnándose y generando nuevas vidas y almas sin advertir lo que está sucediendo. El objetivo es que nuestra alma total, que es el conjunto de todas las almas parciales que han generado cada una de las vidas físicas, permanezca unida al espíritu para siempre. Novak dice que, para lograr este vínculo permanente entre el alma total y el espíritu, es necesario que hagamos lo necesario para que este último reconozca a todas las almas de las vidas pasadas que han quedado estancadas en el otro mundo. ¿Qué significa exactamente trabajar con nuestras vidas pasadas, o que el espíritu las reconozca? Significa traer a la mente consciente las memorias de todas las existencias físicas anteriores. Para ello, en la actualidad, se utilizan diferentes técnicas. Por ejemplo, las regresiones hipnóticas. Aunque estas, aceptando que son efectivas, deberían ser realizadas por verdaderos especialistas formados, por ejemplo, psicólogos. Yo añadiría que hay otras técnicas alternativas aún más fáciles y que pueden ser aplicadas por uno mismo, como la meditación profunda y los sueños lúcidos. En cualquier caso, Novak advierte que no debemos perder ni un instante: cuanto antes empecemos, mejor. Si tardamos muchas vidas en ponernos manos a la obra, después será más difícil trabajar, pues habremos acumulado demasiadas almas en el más allá y el proceso de asimilación puede ser demasiado intenso para el espíritu.
 
Enrique Ramos
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¿Lo cambió todo el sacrificio de Jesús de Nazaret? La deriva cristiana de Novak
 
Llegados a este punto, es justo decir que la contribución de Novak a la investigación sobre el más allá es realmente valiosa. Aporta ideas frescas que hacen que nos replanteemos muchas premisas sobre la muerte que parecían bien establecidas.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Sería muy largo explicar todos los argumentos que Novak aporta para demostrar que la culminación de la teoría de la división de la consciencia está en la aparición de Jesús de Nazaret en la historia de la humanidad. Pero lo intentaré. Novak supo esto cuando comenzó a confrontar la teoría general de la división de la consciencia, que ya he detallado, con los textos del Antiguo y Nuevo Testamento. Novak afirma que el Antiguo Testamento tiene una estructura simbólica y que la historia de los patriarcas hebreos es, en realidad, una metáfora de la división de la consciencia humana. En cuanto a la historia de Jesús de Nazaret, asegura que su llegada a la Tierra significó la invalidación de la ley divina de la división de la consciencia, norma que había estado funcionando desde hacía milenios. Según Novak, el auténtico mensaje que Jesús quiso transmitir a la humanidad es que toda persona que creyera en él y actuara según sus enseñanzas no sufriría la separación de alma y espíritu en la hora de su muerte. Cristo, entonces, sería el enviado por Dios para que, mediante su encarnación en Jesús, recolectara a las almas parciales de las vidas de cada uno de nosotros que permanecen atrapadas en el más allá desde el principio de los tiempos. Cristo se convirtió, por tanto, en una especie de contenedor infinito de almas y, por tanto, de recuerdos humanos. En dicho contenedor, Cristo toma las partes perdidas de cada ser humano y las reunifica en un solo alma global. Una vez hecho esto, la tarea de reunir el alma total con el espíritu de cada persona se torna mucho más fácil. Es decir, Cristo habría venido a este mundo precisamente para decirnos que estaba dispuesto a hacer por nosotros el difícil trabajo personal que nuestro espíritu debe realizar para reconocer todas y cada una de nuestras almas parciales, paso previo para que las dos partes del ser humano vuelvan a unirse en una existencia plena.
 
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Cómo influir en nuestro destino después de la muerte según Carlos Castaneda
 
Carlos Castaneda se refiere a su visión pragmática del conocimiento como el camino del guerrero, una forma de vida cuyo fin es atestiguar todos los mundos posibles accesibles a la percepción del ser humano y alcanzar la libertad. Pensar a Castaneda no es lo mismo que practicar a Castaneda.
 
Enrique Ramos
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Somos el alimento de la fuente
 
Castaneda tiene un importante hueco en nuestro libro, ya que también trabajó con un modelo diferente de más allá. Aunque cueste verlo en una primera lectura, el tema principal que vertebra toda su obra es la lucha por vencer a la muerte. El problema es que este conocimiento queda encubierto bajo cientos de conversaciones entre Castaneda y su maestro don Juan, y en los relatos posteriores que narran sus peripecias con un grupo de compañeros aprendices. Según don Juan le contó en una ocasión, los chamanes de todos los tiempos han tenido un solo objetivo vital: trascender la muerte con toda su identidad, es decir, con sus recuerdos y su personalidad; y escoger conscientemente el lugar donde iniciar su nueva vida, ya sin cuerpo físico. Esta tarea les exige plena dedicación y muchos sacrificios.
El conocimiento de don Juan, que Castaneda nos transmitió en sus libros, ha venido a ser llamado toltequismo o pensamiento tolteca. Este saber antiguo es inmensamente complejo y abarca muchos aspectos diferentes de la espiritualidad humana.
 
Enrique Ramos
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Según el toltequismo, todas las realidades han sido creadas por una entidad a la que llaman el Águila. Podríamos asimilar este concepto a nuestra idea de Dios, pero no sería del todo exacto. El Águila es impersonal y no toma partido por ningún ser vivo. Por eso, no sirve de nada rezarle ni solicitarle favores. De esta entidad surgen infinitas hebras de energía, llamadas emanaciones, responsables de tejer las diferentes realidades. Todo en el universo está formado por ellas, desde los mundos completos hasta las consciencias individuales.
El Águila crea la vida desprendiéndose de pedazos de sí misma que se juntan luego formando seres conscientes. Estas criaturas tienen la tarea de acumular experiencias durante sus respectivas vidas. A su muerte, cada una regresa al Águila, que las devora para asimilar sus recuerdos. Todos los seres vivos están formados por un receptáculo hecho de energía que encierra un conjunto limitado de las emanaciones. En este contenedor se almacenan temporalmente las experiencias que luego serán entregadas al Águila. El receptáculo del ser humano tiene forma de huevo o esfera luminosa. Esto es evidente para cualquier chamán que haya aprendido a ver la contrapartida energética de la realidad. Este huevo o capullo de luz tiene dos partes: el tonal y el nagual. El tonal es lo conocido, todo lo que nos hace humanos. No solo es el responsable del cuerpo físico, sino que contiene todo nuestro sistema de creencias. El nagual, por su parte, es el resto. Es decir, la parte que nos conecta con lo desconocido, con el otro mundo:
 
El ser humano se divide en tonal y nagual. El tonal es la personal social; es un guardián; el organizador del mundo. El tonal es todo lo que somos y conocemos, todo lo que salta a la vista. El nagual es todo aquello que no conocemos ni podemos nombrar.
 
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¿Qué hace el Águila con esas partículas de luz que recibe de cada uno de nosotros? Como dije, el Águila ofrece el don de la vida, que es el don de percibir realidades, y el ser vivo le devuelve el servicio pagando con sus experiencias vitales. Cuando estas llegan al pico del Águila, extrae dichos recuerdos como si pelara una fruta. Primero quita la piel y luego come su interior. Pero no tira las mondas, sino que las guarda. Con esos desechos, el Águila fabrica nuevos seres vivos, a los que lanza de nuevo, como sondas, para que vivan, mueran y le entreguen más alimento. Y, así, eternamente. Según este esquema de pensamiento, ya que el Águila recicla los receptáculos energéticos que contuvieron nuestras memorias y, con ellos, crea nuevos seres, cada uno de nosotros está compuesto de pedacitos de otros capullos luminosos que han contenido vidas ajenas. Por eso, algunas personas sensibles son capaces de percibir los recuerdos de otras consciencias que han quedado almacenados en los elementos de reciclaje con los que su huevo luminoso ha sido fabricado. Según Castaneda, a lo largo de los siglos, este fenómeno ha sido malinterpretado y ha dado lugar a la reencarnación. El toltequismo dice que esta doctrina es, por tanto, errónea. Cada ser consciente solo vive una vida física; y, con suerte, una corta vida dentro una realidad parecida a un sueño. Después, desaparece para siempre. No hay manera de regresar a este mundo una vez que el capullo luminoso ha sido rajado por la tumbadora. Algunos investigadores creen que Castaneda copió algunas de sus ideas de conceptos que ya aparecen en el budismo y en otras tradiciones espirituales del planeta. Es cierto que algunos pensamientos, muy puntuales, son similares, pero eso no quiere decir que los copiara. En cualquier caso, es una acusación injusta. El pensamiento de don Juan tiene muchísimos más elementos que no tienen paralelismo en ninguna otra cultura del planeta. Son aportaciones nuevas y, en la mayoría de los casos, incómodas para los seguidores de las religiones tradicionales. Por ejemplo, la negación de la reencarnación es una de ellas.
 
Enrique Ramos
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Desde mi punto de vista, la mayoría de los conceptos que aparecen en los libros de Castaneda son originales, sean o no verdaderos.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Otra cosa que aleja el pensamiento de Castaneda de la mayoría de los sistemas espirituales es que no cree en un alma inmortal. Según el toltequismo, el huevo luminoso, ligeramente comparable al concepto moderno de espíritu, alma o cuerpo energético, es una entidad perecedera. Es fabricado por el Águila exclusivamente para que sirva de contenedor de recuerdos y experiencias, no para que dure eternamente. Ha tenido un inicio y tendrá también un fin. Cuando ese receptáculo se llene, el Águila lo despedazará para comerse el interior. Por tanto, para Castaneda y la tradición de quien se hace portavoz, la reencarnación está totalmente descartada:
 
Te han dicho que tenemos tiempo, que hay una segunda oportunidad. ¡Mentiras! Los videntes afirman que el ser humano es como una gota de agua que se desprendió del océano de la vida y comenzó a brillar por cuenta propia (…). Pero, una vez disuelto el capullo luminoso, la conciencia individual se desintegra y se hace cósmica, ¿cómo podría regresar? Para los brujos, cada vida es única, ¿y tú esperas que se repita? Tus ideas parten de la elevada opinión que tienes sobre tu unidad. Pero, como todo lo demás, tú no eres un bloque sólido, eres fluido. Tu «yo» es una suma de creencias, un recuerdo, ¡nada concreto!
 
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Más allá del más allá
 
 
Escapando de la aniquilación
 
Pero no todo está perdido. Según don Juan, los chamanes del pasado descubrieron la manera de morir evitando la destrucción de su identidad. Es decir, encontraron vías alternativas para escapar del Águila y continuar viviendo, después de la muerte, como seres independientes, con todos sus sentimientos integrados. Los que logran esta hazaña entran en un estado al que llaman lo que no se puede conocer.
 
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Más allá del más allá
 
 
Las prácticas que facultan a un ser humano para eludir la boca del Águila son únicamente dos. Pero no están descritas de una manera directa en los libros de Castaneda; es necesario bucear en ellos, uniendo párrafos dispersos. Una de las dos estrategias es conocida como recapitulación. Consiste en una técnica específica de visualización y respiración, mediante la cual la persona debe revivir, uno a uno, todos los eventos de su vida. Desde el más pequeño hasta el más importante. Para ello, primero, debe escribir una lista de todos ellos. Hay varias maneras de hacerlo. Por ejemplo, por fecha o por las terceras personas implicadas en dichos acontecimientos. Una vez completada esta tarea, la persona debe encerrarse en una caja de madera, de un tamaño específico que favorece el aislamiento.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
¿Cuál es el objetivo de esta operación? De acuerdo con Castaneda, esta técnica produce, en algún lugar, una copia de cada uno de los recuerdos personales. Después de meses o años de recapitulación, logra crear un duplicado perfecto de todas sus memorias. De esta manera, cuando llegue el momento de la muerte y el capullo luminoso se raje, lo que saldrá flotando hacia el pico del Águila no serán los recuerdos reales, sino un calco de ellos. Al parecer, el Águila acepta estas copias como si fueran los recuerdos originales. Por tanto, el conglomerado de memorias, que constituye la personalidad total del individuo, no tiene que deshacerse en el momento de la muerte, aunque el capullo luminoso quede destrozado. Es decir, el contenedor desaparece, pero no el contenido. El Águila se alimentará de la réplica y no de la auténtica personalidad de la persona, que puede continuar su vida en otro tipo de existencia. Digo que progresará hacia una existencia diferente porque, al no tener ya capullo luminoso, no puede adoptar la forma de un cuerpo físico tal y como lo entendemos. Lo que les espera a las personas que consiguen esto es un estado de ser que ni siquiera podemos concebir. Para explicarlo, Castaneda describe los tres estados perceptivos que los seres conscientes pueden alcanzar. El primero es denominado la primera atención. Es el estado que experimenta un ser vivo, que dispone de capullo luminoso, cuando está percibiendo el mundo al que el Águila le ha enviado para recolectar experiencias. Es el estado en el que nos encontramos todos en estos instantes, disfrutando de nuestro mundo físico. El siguiente estado es la segunda atención. Esta es la condición que experimenta un ser vivo que también tiene un capullo luminoso, pero que está atestiguando otros mundos alternativos que no son para el que ha sido creado. Por ejemplo, la segunda atención sería el estado de un soñador lúcido o de alguien que ha alterado seriamente su estado de consciencia. El último es la tercera atención. Este es el estado que alcanzan los seres vivos que han perdido definitivamente su capullo luminoso después de la muerte, pero que han logrado conservar todos sus recuerdos sólidamente unificados, de manera que mantienen su personalidad intacta:
 
Don Juan expresó su reverencia y admiración por el esfuerzo premeditado de los nuevos videntes para alcanzar la tercera atención cuando aún tienen vida y están conscientes de su individualidad.
 
No sabemos qué significa pasar a la tercera atención, porque Castaneda es tremendamente oscuro cuando habla de ello:
 
Al alcanzar la tercera atención cada célula del cuerpo se torna consciente de sí misma y de la totalidad del cuerpo.
 
Además de la recapitulación, Castaneda habla de una segunda manera de eludir nuestro compromiso con el Águila. En este caso, no se trata de una práctica diurna, como la recapitulación, sino de una nocturna: el ensueño. Este término es el que Castaneda usa para designar el sueño lúcido; es decir, la capacidad de despertar y cobrar consciencia dentro de nuestros sueños ordinarios para convertirlos en auténticas realidades. De acuerdo con las enseñanzas de los toltecas, practicar habitualmente los sueños lúcidos contribuye a mantener unidos todos los componentes de nuestro ser. Cuanto más se practique, más fuerte será el nexo entre ellos. Cuando la muerte nos llegue, si hemos reforzado suficientemente la unidad mutua de recuerdos y emociones que forman nuestra individualidad, estos no serán dispersados por la poderosa fuerza de atracción del Águila. Lo que parece claro es que, desde la perspectiva de Castaneda, existe una escapatoria de la muerte tradicional y esta se llama la tercera atención. Quienes logran la proeza de alcanzar este estado dejan de ser humanos para siempre, pues obtienen la consciencia total de su ser. En la terminología tolteca, diríamos que la persona fusiona su tonal y su nagual. Ya no hay un cuerpo físico y un cuerpo energético: solo hay una unidad funcional, mezcla de ambos, que puede continuar evolucionando como ser individual hacia estadios desconocidos para la razón.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
En los capítulos precedentes, hemos analizado cinco modelos alternativos que describen el mundo más allá de la muerte. Es lo que denominé las cinco fuentes rebeldes. Tres de estos modelos fueron elaborados por personas que tuvieron la suerte de explorar el otro mundo mediante la práctica de lo que ahora conocemos como sueños lúcidos o experiencias fuera del cuerpo. Otro de los esquemas fue diseñado por el psicólogo Peter Novak, que realizó un exhaustivo estudio de las principales tradiciones religiosas. El quinto esquema procede del budismo tibetano que, aunque no está asociado a un individuo concreto, es el fruto, sin lugar a duda, de las exploraciones directas del otro mundo por parte de muchos monjes anónimos. La cuestión que nace ahora es ¿cuál de los cinco modelos es el correcto? No tengo la respuesta. ¡Ojalá la tuviera! Sin embargo, al reflexionar sobre todos ellos, y si además los comparo con mis propias experiencias personales, dejan de parecer tan diferentes. Si prestamos atención, descubriremos que tienen muchos puntos en común. ¿Podría ser que cada uno de ellos sea, tan solo, una visión parcial de un mapa completo que está ahí esperándonos? ¿Tienen razón las cinco fuentes rebeldes, de alguna manera? Pongamos en conjunto toda la información. Veremos que solo hay cuatro finales post mortem posibles para el ser humano.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Primer destino posible: la disolución en el todo, en Dios o en la fuente
 
De este destino, solo hablan Castaneda y el budismo. Aunque difieren claramente a la hora de valorar sus ventajas.
 
Para Castaneda, este final es terrible y, por tanto, indeseable, porque supone la destrucción total del yo. Si dejamos de existir, no podemos evolucionar más. Por eso, para la tradición tolteca que defiende Castaneda, es prioritario escapar de nuestro creador que, aunque es el dador de vida, también es nuestro devorador. Todo esto no es tan descabellado como parece. En la sociedad moderna muchos dan por supuesto que unirnos a Dios es nuestra mejor recompensa. Pero, en verdad, nadie nos ha aclarado si fundirse con el todo es la mayor de las fortunas. ¿Quién desea desaparecer para siempre? ¿Es este el destino óptimo del ser humano?
 
Por el contrario, para el budismo el objetivo más anhelado es alcanzar el estado de nirvana, que supone, en el mejor de los casos, la disolución de la propia identidad en la fuente de todo lo creado. Es decir, el difunto deja de existir para siempre, al menos como ser individual.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Segundo destino posible: la reencarnación
 
Robert Monroe, Peter Novak y el budismo son los que defienden la existencia de algún tipo de reencarnación. Pero cada uno tiene una visión diferente.
 
Monroe cree que las vidas pasadas no son vidas propias. Él descubrió que cada uno de nosotros pertenece a un racimo de consciencias, es decir, a un conjunto de personalidades procedentes de una misma familia espiritual. Como todas ellas han sido generadas por un mismo molde, aun siendo diferentes personas, existe la posibilidad de que los recuerdos de algunas consciencias se cuelen en la memoria de las otras. Esta explicaría por qué ciertas personas, erróneamente, creen recordar vidas pasadas. Es decir, para Monroe, en realidad solo vivimos una vida física, aunque estemos vinculados a un grupo de consciencias hermanas que experimentan vidas diferentes. Este concepto de reencarnación se aleja de la idea que defienden las otras dos fuentes: el budismo y Peter Novak. En los dos casos, quien se reencarna es siempre la misma parte de nuestro ser total, que va pasando de vida en vida. Para el budismo esta fracción del yo se denomina anatta. Novak lo llama espíritu o consciente. El concepto es muy parecido, porque el anatta o el espíritu es único en cada persona, pero puede dar lugar a cientos o miles de vidas. La disparidad con Monroe es evidente, pues para este cada vida es una persona y cada persona es una vida.
Por su lado, Swedenborg no contempla la reencarnación. Su modelo de más allá se basa en la hipótesis de que cada persona solo vive una vida física y que, después de la muerte, pasa a otra existencia, mejor o peor, pero que también es única y eterna.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Castaneda, por su parte, negaba la realidad de la reencarnación. Para justificar el hecho de que algunas personas dicen tener recuerdos de vidas pasadas, Castaneda argumenta que Águila reutiliza pedazos de energía procedentes de otros seres conscientes que ya han desaparecido para crear nuevos capullos luminosos, a los que concede nueva vida. Es decir, en realidad, nuestros vehículos energéticos son de material reciclado. Por eso es posible que personas con capacidades especiales logren detectar memorias que no son suyas, sino de los antiguos propietarios de ese material reutilizado, y que las interpreten como vidas pasadas propias. Para Castaneda, el destino predeterminado del ser humano es la desaparición total, pues somos el alimento del Águila. La reencarnación, por tanto, sería un invento para aminorar el terror que sentimos al pensar en dicha desintegración o para dar esperanza a la humanidad ante un destino tan temible.
 
Si somos puristas, deberíamos excluir a Monroe del grupo de los «reencarnacionanistas», pues su concepto está muy alejado del modelo clásico. Siendo así, entonces solo dos de las cinco fuentes rebeldes apoyarían un esquema basado en un ciclo continuo de renacimientos. Y de esas dos, solo el budismo afirmaría haberlo visto funcionando, ya que Novak realizó un trabajo puramente intelectual. El misterio, como vemos, continúa…
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Tercer destino posible: la vida en un mundo paradisiaco o en un mundo infernal
 
Todas las fuentes están de acuerdo con que existe una realidad más allá de la materia física donde una parte de nuestro ser continúa existiendo después de la muerte. Pero cada uno de los modelos analizados tiene una opinión diferente sobre dos aspectos clave: primero, la calidad de esta realidad post mortem; segundo, el tiempo que los difuntos pasan en ella.
En cuanto al primer factor, Swedenborg y Monroe afirman que el más allá funciona de la misma manera que la realidad de vigilia. Es decir, como un mundo completo, con una organización específica: ciudades, centros de recuperación, instalaciones dedicadas al aprendizaje y muchas otras cosas. Ambos, además, coinciden en que las leyes físicas no aplican en estos ambientes. El más allá, según los dos exploradores, se comporta exactamente igual que un sueño lúcido, donde el sistema de creencias define lo que podemos y no podemos hacer.
 
Por el contrario, el budismo tibetano, Novak y Castaneda coinciden en que el más allá es más bien un sueño profundo, es decir, no lúcido. La parte del ser que ha sido trasladada allí solo vive una existencia fantasmagórica. Carece de control sobre el entorno y sobre sus actos, dejándose llevar por la fuerza de los recuerdos y las emociones pasadas para crear artificialmente un mundo unipersonal, donde sus habitantes solo son proyecciones de su propia mente.
 
En cuanto al segundo factor, el tiempo, Swedenborg se desmarca del resto. Swedenborg cree que la naturaleza íntima de las personas se forja en la vida física y que cuando un sujeto accede al más allá, esa esencia permanece inalterable. Y, dado que esta naturaleza es la que determina la inclinación o querencia de la persona por el cielo o el infierno, la existencia en ese plano de su elección es eterna.
 
El resto de las fuentes están de acuerdo en que la estancia en el más allá es solo temporal, aunque por diversas razones. Para Monroe, por ejemplo, esto es especialmente importante en los llamados infiernos, pues, según Monroe, los mismos difuntos acaban por darse cuenta de sus propios errores, en algún momento. Cuando tal cosa ocurre, adquieren un grado superior de lucidez, haciéndose conscientes de que existen lugares mejores para ellos, más allá de su percepción actual. En otras ocasiones, estos individuos son ayudados por consciencias más evolucionadas, que los transportan hacia otros planos superiores.
Novak, por su parte, asegura que quien reside en el más allá, el alma, es solo la mitad del ser total; y que esta entidad vive allí provisionalmente, hasta que su energía se agota o bien su otra parte, el espíritu, acude a rescatarla.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
El budismo también coincide con el carácter temporal de la estancia en el más allá, pues, en algún momento, el difunto debe volver a encarnarse.
Castaneda propone que la permanencia de la consciencia después de la muerte depende de la energía que haya acumulado la persona y de la fuerza del pensamiento que seguidores, amigos y familiares ejerzan sobre el recuerdo de su vida. Cuando esta se extingue, la estancia en el más allá finaliza y el sujeto desaparece volando hacia el pico del Águila.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
Cuarto destino posible: usar las puertas de emergencia hacia otros estados del ser
 
Todas las fuentes seleccionadas en este libro están incluidas en él precisamente porque comparten una misma idea: el convencimiento de que los seres humanos no tenemos por qué conformarnos con el más allá para el que hemos sido diseñados, sino que podemos luchar por alcanzar otras formas de existencia y trascender así nuestra naturaleza humana. A estas alternativas yo las he denominado puertas de emergencia, porque están ahí pero casi nadie es consciente de ellas.
 
Castaneda afirma que ese es precisamente el objetivo de los hombres de conocimiento: escapar del Águila manteniendo unificados los elementos de nuestra personalidad, justo en el momento en el que el capullo luminoso se raja. Esto puede lograrse mediante la práctica de los sueños lúcidos o fabricando una réplica de nuestros recuerdos.
 
Es muy interesante que Monroe coincida prácticamente con Castaneda en la puerta de emergencia, aunque ambos partan de planteamientos diferentes. En efecto, Monroe también afirma que la escapatoria consiste en entregar a Dios, el concepto equivalente al Águila de Castaneda, los recuerdos y experiencias de nuestra vida. Pero, así como, para Castaneda, entregar las memorias reales conduce a la extinción total del yo, Monroe cree que hacerlo nos habilita para continuar existiendo de otra manera. Además, para Castaneda esta puerta de emergencia es un asunto puramente individual. Sin embargo, para Monroe la tarea es una misión colectiva, pues se necesita de la colaboración de todas las vidas de nuestra familia espiritual. Recordemos que esto es a lo que Monroe llama racimo de consciencias. Pero, hasta en esto, ambos pensadores muestran similitudes: si analizamos los libros de Carlos Castaneda, descubriremos que los chamanes del antiguo Méjico afirmaban que el traslado a las otras dimensiones, más allá del control del Águila, debía ser realizado en grupo. ¿Quiénes deberían ser los miembros de este grupo? Se trataría de individuos complementarios energéticamente, dirigidos por un líder, llamado nagual. Los detalles de la organización de este grupo habrían quedado registrados en un conocimiento ancestral que los chamanes llamaban La Regla. La única diferencia entre la visión de Monroe y la de Castaneda es que, el primero mantiene que los individuos de esta agrupación son personas que han vivido existencias físicas en diversas épocas históricas y que luego se fusionan entre ellas para dar vida a un único ser consciente; por su lado, Castaneda nos dice que los miembros de este grupo son coetáneos en el mundo físico y que han sido reunidos por el maestro nagual siguiendo las señales del Espíritu. Y, además, no se fusionan en una sola consciencia, sino que conservan su individualidad intacta.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
La propuesta de Peter Novak para escapar del destino común de los seres humanos (un mundo ficticio creado por nuestras proyecciones mentales) consiste en mantener la unidad de nuestro yo, como ser individual, evitando que alma y espíritu se separen en el instante de la muerte. Esto es posible si evitamos o trabajamos, durante nuestra vida física, los traumas emocionales.
 
Swedenborg nos insta a mantener una postura personal orientada hacia el bien y la verdad divina. Esta orientación será suficiente para ir construyendo, durante la vida física, un segundo cuerpo espiritual que se verá atraído por las regiones celestiales cuando hayamos descartado nuestro vehículo material. Para sostener este comportamiento, Swedenborg aconseja dos cosas: llevar una vida útil en la Tierra, es decir, dedicada a cuidar de los demás; y luchar contra tu importancia personal, pues nadie es más importante que nadie.
En cuanto al budismo, la corriente clásica considera que el yo es lo mismo que el ego. Es el responsable de que nos arrojemos, sin pensar en otras posibilidades, en la rueda de las reencarnaciones. Siendo el ego el que provoca el sufrimiento, la solución más evidente para escapar del destino común de los seres humanos es su destrucción total. Por eso, el budismo tradicional apoya el nirvana como puerta de emergencia, ya que este estado supone la disolución del yo en el todo. Sin embargo, como ya vimos, el budismo tibetano ha encontrado una puerta de emergencia diferente que no implica la aniquilación de nuestra identidad: son las técnicas para alcanzar la Tierra Pura, un reino no humano donde las personas pueden comenzar una nueva existencia sin desprenderse de su individualidad. Para alcanzar esta Tierra Pura o para crear nuevos mundos por uno mismo, tal y como hizo el sabio Amitabha, la persona tiene que acumular mérito durante la vida. Recordemos que este concepto designa a la energía que uno recibe cuando realiza acciones por el bienestar de otros seres vivos. Estas enseñanzas comparten mucho con las alternativas que nos ofrece Carlos Castaneda en sus obras. Recordemos que Castaneda dice que una de las maneras de conservar el yo y viajar a otras realidades tras la muerte con total control es practicar los sueños lúcidos. Y, en otro lugar, Castaneda afirma que para tener sueños lúcidos es necesario que la persona también acumule algo; en este caso, en lugar de mérito, Castaneda lo llama poder personal. Son conceptos muy parecidos, ya que la forma de obtener el poder personal es mantener a raya la autoimportancia.
 
Esto es lo mismo que dicen los budistas, que creen que el mérito se obtiene al preocuparse por los demás. Cuidar del prójimo exige no pensar en uno mismo, así que, en cierto sentido, parecen ideas paralelas. La similitud va aún más allá, pues el chamán don Juan cuenta a Castaneda que el poder personal puede transferirse de una persona a otra; por ejemplo, porque una tiene exceso y la otra carece de ello. Vimos que en la tradición de la transferencia de la consciencia y de la Tierra Pura del budismo también se afirma que el mérito es algo que puede cederse a un tercero para ayudarlo.
 
En definitiva, según el budismo tibetano, es viable eliminar el ego y, a la vez, mantener intacto el sentido del yo. Por ello, no sería necesario recurrir a una maniobra tan drástica como el nirvana, que supone la destrucción total de la persona. Esto sería, como afirma el dicho, matar moscas a cañonazos.
 
Si las puertas de emergencia existen, es decir, si es posible optar por destinos alternativos traspasando el universo humano y adoptando otro estado del ser, entonces se podrían explicar muchas cosas. Por ejemplo, es habitual que cuando los soñadores lúcidos modernos o los médiums tratan de encontrar a una persona específica en el más allá, dicha persona no aparezca por ningún sitio. Es como si ya no existiera. En ocasiones, las entidades que por allí merodean, especialmente a aquellos que parecen tener cierta autoridad, responden que la persona ya no está allí. A veces, ante la insistencia del explorador, le ruegan que no siga buscando porque no la va a encontrar. O dicen que ese amigo o familiar ha pasado a otro estadio. ¿Qué estadio es este? ¿No está confirmando esto las teorías de Monroe, Novak y Castaneda? Según Monroe, algunas personas se «gradúan» cuando reúnen en una sola entidad a todas las consciencias de su familia espiritual. Para Novak, estas personas «desaparecidas» son aquellos que, durante la vida física, han logrado mantener unidos su alma y espíritu y que, por tanto, ya no pueden ser encontrados en el más allá. Por su parte, Castaneda afirma rotundamente que la energía de los fallecidos dura un determinado tiempo y luego se disuelve para siempre en la boca del Águila. Pero algunas personas son capaces de burlar este destino, si son conocedoras de las técnicas apropiadas. Por tanto, si alguien no puede ser localizado en el más allá es porque se le acabó la energía y ya no existe, o porque ha logrado esquivar al Águila.
 
¿Podemos sacar alguna conclusión de todo ello? Yo creo que sí. Al menos, me gustaría destacar tres ideas principales.
 
La primera es que todas las fuentes de información están de acuerdo en que, cuando la vida física finaliza, la parte imperecedera del ser humano entra en una realidad paralela a la realidad física. Esta, a nivel perceptivo, es tan real o incluso más que nuestro mundo de vigilia en el que ahora nos encontramos. En este nuevo plano, las consciencias continúan existiendo de una manera muy parecida a como lo hacen en la Tierra, y adquieren otro cuerpo, que se siente tan físico como el anterior. La calidad de la nueva realidad queda determinada por la naturaleza interna que cada persona se haya forjado durante su paso por la Tierra. Algunos construyen un mundo personal formado solo por proyecciones mentales propias. Otros colaboran en grupo con los que piensan y sienten como ellos, levantando mundos colectivos.
 
La segunda idea que comparten estas fuentes es que la estancia en el más allá no es eterna. No hay acuerdo entre ellos, sin embargo, en cuanto a la razón de dicha estadía temporal. Unos opinan que sirve para preparar a los difuntos, ya que van a repetir la experiencia de una nueva vida física, renaciendo en otro cuerpo. Otros afirman que la limitación de tiempo se explica fácilmente por cuestiones de energía, puesto que sobrevivimos únicamente mientras tenemos suficiente carga vital en el depósito.
 
La tercera idea es que, para revertir la temporalidad de nuestra estancia en el más allá podemos escoger caminos alternativos diferentes del destino común diseñado para nuestra especie. Si hacemos esto antes de que nuestro tiempo en el más allá se agote, conservaremos intacta la estructura del yo, superando la condición humana. La existencia de estas puertas de emergencia es el pilar esencial del que carecen los esquemas tradicionales del más allá. Es la respuesta de las respuestas. Si estas escapatorias realmente están ahí, disponibles, supondrían un potente mensaje de esperanza y de libertad para el ser humano. Sobre todo, de libertad. Libertad para abandonar este mundo físico conservando por siempre nuestros recuerdos, nuestras emociones y nuestros anhelos. Y, a la misma vez, trascender la parte de nuestro yo que nos hace humanos e ingresar, así, en otros estados, planos, reinos o dimensiones imposibles de concebir con nuestra limitada mente actual. Si aceptamos esto, la muerte dejaría de ser vista como un mero tránsito. La muerte comenzaría a ser considerada como lo que realmente es: una oportunidad para la evolución. Depende de nosotros que escojamos, pues, el camino correcto.
 
Enrique Ramos
Más allá del más allá
 
 
 
 

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