Gracias a mi empeño, hoy puedo afirmar que creo en la vida
después de la muerte. Estoy convencido de que la consciencia humana sobrevive.
Pero, desafortunadamente, no puedo demostrarlo. La naturaleza del espíritu
humano, el origen de los recuerdos o el asiento de la identidad son cuestiones
complejas que continúan siendo discutidas en el ámbito científico, filosófico y
espiritual.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 11
Dado que la creencia en el otro mundo queda más allá de la
evidencia científica, ¿cuáles son las razones para confiar en su existencia? En
mi caso, tengo motivos puramente personales. El principal lo constituyen mis
propios sueños lúcidos, que ocurrían desde que era muy joven. Como hemos dicho,
los sueños lúcidos son una experiencia que permite crear realidades paralelas
que son percibidas como si fuesen realidades de vigilia. En ellas, el soñador
lúcido se siente plenamente despierto, físico y mentalmente, más lúcido aún que
cuando está despierto en este mundo físico. Es exactamente el mismo fenómeno
que la experiencia fuera del cuerpo o la proyección astral, aunque estos dos
últimos términos son cada vez menos utilizados1.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 12
El hecho de poder subsistir en una segunda realidad y en
ella pensar, moverte, tocar objetos, sentirte con toda tu identidad y recuerdos
intactos, y reconocerte tan vivo como en estado de vigilia podría parecer
imposible. Pero no lo es. Estamos condicionados a creer que solo en este mundo
físico es donde nuestra mente puede permanecer plenamente activa. Ahora,
gracias a multitud de estudios, sabemos que el sueño lúcido es otro de esos
estados en los que el ser humano se siente consciente y con su atención
enfocada en el entorno, sin que se note diferencia alguna con el mundo de todos
los días. Y lo más importante: este estado ha sido empleado por el ser humano
desde siempre como herramienta de exploración de otros planos de la existencia.
Su uso está extendido en todas las culturas del planeta.
Pues bien, ya que esta experiencia (ya sea denominada sueño
lúcido, experiencia fuera del cuerpo o proyección astral) consiste básicamente
en permitir que el cuerpo caiga dormido mientras la mente entra lúcida en otra
realidad, la correspondencia entre el sueño y la muerte es inmediata para
cualquier practicante. De hecho, ciertas corrientes de pensamiento, como el
budismo, afirman que la muerte podría ser nuestro último sueño. Existe una
clara analogía entre el ciclo despertar-sueño y el ciclo vida-muerte. En
efecto, todas las noches nos abandonamos a la pérdida de consciencia, con la
absoluta certeza de que al día siguiente esta volverá a su actividad
construyendo un nuevo día en nuestra vida. Lo mismo ocurre con la muerte: esta
supone un abandono de la consciencia, como si durmiéramos. Si despertamos cada
mañana y recuperamos la lucidez, ¿no sería lógico pensar que resurgiremos
despiertos en otro mundo? Cualquier soñador lúcido defendería esta analogía. En
mis primeros viajes oníricos, cuando sentía que me despegaba de mi cuerpo
físico, pensaba que en verdad me estaba muriendo. Esta sensación de que los
sueños lúcidos y experiencias fuera del cuerpo son, en cierto sentido, como un
entrenamiento para la muerte es compartida por las personas que saben cómo
provocar voluntariamente este proceso e, incluso, por las que han pasado por
esta experiencia de manera involuntaria. La literatura especializada está
repleta de testimonios.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 13
Cualquier viajero inteligente intenta hacerse con un mapa
fiable del recorrido antes de iniciar el trayecto.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 15
Por otra parte, y, en segundo lugar, creo en la existencia
de la vida post mortem por motivos puramente prácticos. Es una apuesta muy
parecida a la del gran filósofo y matemático Pascal. A la cuestión sobre la
existencia de Dios, este argumentó que lo más razonable era creer en él, ya que
tendríamos mucho más que ganar, absolutamente más que si creyésemos lo
contrario. Efectivamente, ¿qué ocurriría si no creyeses en Dios? Según Pascal,
si, al final, Dios no existe, no pierdes, pero tampoco ganas nada. En cambio,
si resulta que Dios existe, pierdes un lugar en el cielo. Es decir, la no
creencia en Dios puede dejarte igual o/y perjudicarte mucho. La opción
contraria da, en el peor de los casos, un resultado sin consecuencias; pero en
el mejor de los casos, un gran beneficio. Por tanto, lo más sensato es
decantarse por la creencia en Dios. Pues bien, mi razonamiento para creer o no
en la vida después de la muerte es el mismo, independientemente de la
existencia de Dios. Por último, tener esperanza en un más allá me permite
llevar una vida más plena, relajada y eficiente. Son varios los estudios
estadísticos que afirman que confiar en la otra vida mejora la calidad de esta,
por diversas circunstancias. Esto también lo sabemos por las experiencias
cercanas a la muerte que han experimentado miles de personas en todo el mundo.
Tras regresar, su vida no vuelve a ser la misma. Generalmente, para bien. El
problema es que, en Occidente, la muerte ya no es un tema de conversación, ni
se enseña en las escuelas, ni en la familia. Negamos su existencia, como si
descuidando su susurro la hiciéramos desaparecer. Por eso nuestro
comportamiento en este planeta es tan prepotente y, a la vez, tan inseguro. ¿A
quién le importa cómo ha de morir, si, de todas formas, va a morir? Por eso,
muy pocos están preocupados. Pero otros muchos estamos realmente interesados en
saber qué ocurre. Confiamos en que alguna parte de nuestro ser (ya lo llamemos
consciencia, mente, alma o espíritu) sobrevivirá a esta vida física y
emprenderá una larga travesía hacia otras dimensiones, quizás sin retorno. Por
eso todos buscamos una guía que nos oriente, un plano detallado con las etapas
del camino. Cualquier viajero inteligente intenta hacerse con un mapa fiable
del recorrido antes de iniciar el trayecto. No estamos hablando aquí de viajar
a una nación democrática, con todas las comodidades, sino de visitar un inmenso
territorio salvaje que pocas veces ha sido explorado con anterioridad. ¿Quién,
en su sano juicio, se atrevería a viajar a un país desconocido sin haber, al
menos, leído una guía sobre sus territorios y sus costumbres? Sin embargo, en
nuestra civilización moderna, la mayoría de las personas que creen en la vida
después de la muerte no se ocupa debidamente de organizar su viaje post mortem.
En muchos casos creen que lo saben ya todo. Esto es, en gran medida, culpa de
los dos modelos ortodoxos sobre el más allá que las religiones imperantes, la
literatura y el cine nos han insuflado como si fuesen encantamientos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 14
Uno de estos modelos afirma que viviremos una única vida
física y una sola vida eterna en el más allá. Nuestro comportamiento durante la
existencia física determinará la calidad de esa vida en el segundo mundo, ya
que nuestros actos serán valorados en un juicio de alguna clase, que tendrá
lugar después de la muerte. Si dichos actos encajan con ciertas pautas morales,
entonces seremos conducidos a un lugar paradisiaco. En caso contrario, seremos
arrojados a un mundo infernal. Este es el modelo de muchas de las religiones
tradicionales que profesan millones de personas en todo el mundo. ¿De dónde
sacaron estas ideas? Algunas fueron construidas a partir de las narraciones de
exploradores antiguos que recorrieron el más allá como consecuencia de una
experiencia fuera del cuerpo, una visión o una experiencia cercana a la muerte.
Pero, a poco que profundicemos en sus detalles, estos nos revelan que tales
relatos fueron escritos, en gran medida, para corroborar y justificar ciertas
normas de conducta que se pretendían imponer a la población. Son, en realidad,
resultado directo de la cultura y la moral de la época. Y, por tanto, son una
herramienta de control social. El otro modelo que aceptamos en Occidente, y que
cada vez tiene más aceptación, es el que nos ha impuesto la literatura de la
Nueva Era2 y las películas de Hollywood. ¿Quién no ha visto la película Ghost,
ese bello cuento de amor protagonizado por Patrick Swayze, Demi Moore y Whoopi
Goldberg? Esta moderna descripción de la vida después de la muerte es fruto de
la mezcla de tradiciones orientales, como la reencarnación, y lo mejor del
modelo cristiano. Sus premisas nos suenan muy bien, porque ya nos hemos
acostumbrado a ellas. Por ejemplo, todo el mundo sabe que, cuando alguien
fallece, viaja a un lugar maravilloso donde es recibido por familiares y
amigos. A veces, es acogido por seres espirituales de gran bondad y sabiduría.
Estos están al cargo del funcionamiento del más allá, que está dividido en
diferentes áreas repletas de edificios destinados a propósitos muy definidos.
Como mínimo, suele haber un área de recepción para los nuevos, donde son
recibidos y preparados convenientemente para lo que está por venir. También hay
un área de regeneración para que se recuperen del trauma de la muerte física,
porque no todas las personas fallecen en circunstancias cómodas o con la
suficiente preparación. El más allá cuenta, así mismo, con un área de
instrucción donde las personas son sometidas a una revisión de la vida física
anterior; el objetivo es aprender de los errores cometidos. Otro centro
importante es el recinto de preparación para la siguiente vida física, donde el
difunto selecciona unos nuevos padres y un nuevo cuerpo para vivir. Antes de
marchar, en este lugar, será sometido a un borrado total de los recuerdos de la
existencia pasada con el fin de que no interfieran en su nuevo recorrido. Si
estás familiarizado con la nueva espiritualidad, este esquema te sonará
conocido. ¿Y si el proceso no tuviese por qué ser exactamente así?
Personalmente, considero que la asunción de estos dos modelos, ya sea el
tradicional o el ofrecido por la Nueva Era, ha anulado nuestra capacidad
crítica y nos impide ver otras alternativas. Y el caso es que estas
alternativas existen, pero son muy poco conocidas. Algunas llevan siglos
desafiando silenciosamente los oxidados esquemas que asumimos como verdaderos.
Casualmente, todas ellas no surgieron para el control social ni son meros
ejercicios intelectuales: son el resultado de investigaciones personales
llevadas a cabo por buscadores intrépidos que han explorado el más allá desde
distintas perspectivas. La mayoría de ellos visitaron el otro mundo en
profundos estados de consciencia. Y, en sus viajes, descubrieron cosas
asombrosas.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 15
Lo fascinante de estas teorías es que comparten la idea de
que el ser humano no tiene por qué conformarse con un único destino después de
la muerte. Todas están de acuerdo en que nuestro destino depende de nuestra
voluntad, y no de que nuestro comportamiento supere un juicio amañado por la
moralidad del momento. Es decir, afirman que morir es, realmente, un asunto
puramente personal. Ciertamente, hemos llegado a interiorizar que morir es un
proceso idéntico para todos los seres humanos. Y, en parte, es cierto. La
muerte nos iguala: ricos y pobres, famosos y anónimos, listos y no tan listos.
A cada uno de ellos les llegará su abrazo. Pero ¿no estaremos cometiendo un
error capital al aceptar que la inevitabilidad de la muerte implica también una
tabla rasa en cuanto a nuestro destino final después de abandonar el cuerpo?
¿No dependerá dicho destino de nuestra habilidad personal para dirigirlo, mucho
más de lo que habríamos sospechado?
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 18
Por mi experiencia y la opinión de otros muchos
investigadores modernos, el sueño lúcido, la experiencia fuera del cuerpo y la
proyección astral son el mismo fenómeno, al que se le ha dado nombres distintos
en dos épocas diferentes.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 19
El mapa del
chamanismo
En contra de lo que podría pensarse, en las primeras
culturas que practicaban el chamanismo o el animismo, el más allá no tenía una
entidad física. Creían en un mundo espiritual. Salvando algunas diferencias,
todos estos pueblos coincidían en la existencia de tres mundos paralelos.
Habitualmente eran representados en vertical, uno por encima del otro. En
muchas ocasiones, se empleaba la figura de un árbol como eje cosmológico. En
primer lugar, y ocupando el estrato inferior, situaban el mundo de abajo3. Este
es el reino de la Madre Tierra, donde moran los espíritus grupales de los
animales, las plantas y los minerales, y todos aquellos seres mágicos que
tienen una función en el sostenimiento de la naturaleza. Y, por supuesto, las
almas de los ancestros. Poco sabemos sobre este reino. Como es lógico, no
existe documentación de aquella época, aunque tenemos los estudios modernos
sobre chamanismo. El mundo de abajo era el mundo más visitado por los brujos y
chamanes para obtener conocimiento y resolver problemas de toda índole:
curaciones, posesiones espirituales o problemas de fertilidad. Más arriba
quedaba el mundo de en medio. Es nuestra realidad física. Sobran palabras. Y
por encima de los dos anteriores, el mundo de arriba. Allí viven los dioses o
los espíritus sabios. Todos estos reinos no son espacios independientes unos de
otros, sino que están interconectados ocupando un mismo espacio sutil.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 21
Sabemos que el más allá sumerio, principalmente nombrado
kur4, era un lugar lóbrego y silencioso, donde la existencia no resultaba
precisamente agradable. Los humanos tenían allí una vida durísima: caminaban
desnudos, comían solo polvo y bebían agua estancada. Sentían una sed terrible y
es por eso por lo que los familiares vivos se afanaban en hacer ofrendas
periódicas de bebidas y comida que colocaban sobre los enterramientos; estos se
encontraban, normalmente, en el suelo del mismo hogar. Por eso, a aquellos que
no habían tenido descendencia, les esperaba una eternidad mucho peor que al
resto: sin hijos no habría comida ni bebida para ellos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 24
En el mundo sumerio y mesopotámico no hay juicio para
separar a los justos de los impíos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 24
Posteriormente, en época babilónica, comenzó a hablarse
tímidamente de un juicio a los difuntos, conducido por los Annunaki. Pero estos
dioses, que se sentaban en tronos de oro, no juzgaban al difunto por sus actos
o por su comportamiento moral. Para nada. Solo les importaba si habían
realizado suficientes sacrificios en su nombre. Los humanos que afirmaban
haberlo hecho correctamente, fundamentalmente los ricos, eran liberados; pero
su única recompensa seguía siendo deambular por aquel horrible y aburrido mundo
gris. Aquellos que no se habían podido permitir el dispendio en sacrificios
eran castigados y torturados.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 25
El mapa egipcio
Muy poco después, otras culturas incluyeron el concepto de
juicio y mérito en su modelo de más allá. Es posible que la primera fuese la
civilización egipcia. Aquí, el otro mundo ya no es un lugar tenebroso. Pero, al
menos hasta el Imperio Medio (unos dos mil años antes de nuestra era), estaba reservado
exclusivamente para los faraones. Con el tiempo, los nobles comenzaron a
reclamar su derecho a disfrutar también de él. Copiaron los textos funerarios y
los plasmaron en sus tumbas con la esperanza de heredar la otra vida, al igual
que los monarcas. Con el paso de los siglos, todo aquel que pudiera permitirse
ser enterrado junto al pergamino con los textos adecuados, tenía una
oportunidad de vencer a la muerte. Estos escritos contenían las instrucciones y
conjuros necesarios para no perderse en ninguna fase del recorrido entre esta
existencia y la siguiente, pues el muerto encontraba muchos lugares peligrosos
en el trayecto.
En la versión más tardía y definitiva del más allá egipcio
el proceso del fallecido quedó establecido de la siguiente manera:
primeramente, tenía que impedir la pérdida de la propia identidad. Es decir, el
olvido de sí mismo. Por eso, los egipcios creían necesario conservar el cuerpo
en la tumba, y su nombre inscrito en paredes, ataúd y pergaminos. Todo esto se
hacía con un doble fin. Por un lado, se pretendía conservar el recuerdo de
quién fue en el plano material.
Por otro lado, se requería que el difunto aceptase que ya no
estaba vivo físicamente. Aquellos que no lograban conservar su identidad eran
llamados los inertes. Aparecen representados en las pinturas como personas
dormidas, tumbadas en el suelo. Esta circunstancia les impedía avanzar, así que
quedaban atascados en zonas intermedias, sin posibilidad de iniciar una segunda
vida. Está claro que los antiguos egipcios pensaban que morir lúcidamente, es
decir, recordando quiénes habían sido, era clave.
En la versión más tardía y definitiva del más allá egipcio
el proceso del fallecido quedó establecido de la siguiente manera:
primeramente, tenía que impedir la pérdida de la propia identidad. Es decir, el
olvido de sí mismo. Por eso, los egipcios creían necesario conservar el cuerpo
en la tumba, y su nombre inscrito en paredes, ataúd y pergaminos. Todo esto se
hacía con un doble fin. Por un lado, se pretendía conservar el recuerdo de
quién fue en el plano material.
Por otro lado, se requería que el difunto aceptase que ya no
estaba vivo físicamente. Aquellos que no lograban conservar su identidad eran
llamados los inertes. Aparecen representados en las pinturas como personas
dormidas, tumbadas en el suelo. Esta circunstancia les impedía avanzar, así que
quedaban atascados en zonas intermedias, sin posibilidad de iniciar una segunda
vida. Está claro que los antiguos egipcios pensaban que morir lúcidamente, es
decir, recordando quiénes habían sido, era clave.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 26-28
El segundo destino estaba reservado para difuntos
especiales: subir a la barca del dios Ra, cuya manifestación era el sol. Estos
vivirían en compañía de esta y otras divinidades, contemplando la Tierra desde
arriba mientras viajaban de un punto a otro, siguiendo permanentemente a
nuestro astro. Esto significaba alcanzar la inmortalidad. Pero el recorrido era
cíclico, así que el difunto debía pasar por el inframundo cada día, cuando el
sol se escondía por el horizonte. Después, al llegar el amanecer, reaparecería
inaugurando una nueva jornada. En realidad, no entendemos bien qué significa
todo esto. Seguramente, tuvo un sentido muy específico que ahora desconocemos.
Algunos opinan que detrás de este viaje en la barca solar se esconde el
concepto de reencarnación. Quizás los egipcios pensaran que algunos fallecidos
que habían superado el juicio, por razones que no acertamos a conocer, eran
obligados a renacer en otro cuerpo, en este mundo físico. Esto es lo que
querrían decir, por tanto, con la admisión en la barca del dios solar Ra y su
continuo ciclo día-noche, una metáfora universalmente utilizada en el pasado
para expresar el ciclo de muerte y resurrección.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 28
El otro final reservado para los que superan el juicio era
la transformación en akh. Esta palabra designa a un ser luminoso, un dios. Los
fallecidos que acceden a este estado viven con las deidades para siempre, en un
paraíso cuya ubicación quedaba marcada, según la mitología egipcia, por la
estrella Polar. No queda claro quién (y por qué) se quedaba en la barca de Ra y
quién podía volar hacia la estrella del norte convertido en un dios. Pero
parece entenderse que el primer destino era de calidad inferior al segundo.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 30
El mapa persa
Dejemos ahora a los egipcios y avancemos en el tiempo. El
profeta iraní Zaratustra fue, posiblemente, el precursor del cielo moderno. No
se conoce la fecha de su nacimiento, pero vivió entre los siglos vii y vi
a. C. Parece que, de joven, tuvo una experiencia mística que le reveló una
nueva descripción del más allá. Hasta su época, el paraíso estaba reservado
para las élites, independientemente de su conducta. El resto de los seres
humanos tenía que conformarse con un más allá tenebroso, al estilo de lo que
defendía la cultura sumeria y mesopotámica. Desde este punto de vista,
Zaratustra fue un revolucionario, pues comenzó a predicar que todos los
difuntos debían pasar por un tribunal y un juicio que valoraría su conducta
personal. En este juicio, las acciones eran pesadas en una balanza, como
ocurría en la religión egipcia. Después, los difuntos tenían que atravesar el
puente Cinvat. Los que habían superado el juicio eran conducidos por dicho
puente hasta la Casa del Canto, una especie de paraíso, acompañados por una
virgen. Los que fracasaban avanzaban empujados por una bruja, mientras el
puente se estrechaba cada vez más. Cuando este se hacía tan delgado que cortaba
como el filo de una espada, dejaba de ser transitable. Entonces, los fallecidos
caían a la Casa de las Mentiras, donde eran atormentados con terribles
castigos, en función de sus faltas. En algunos textos se insinúa que la
estancia en los infiernos descritos por Zaratustra no era eterna.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 30
El mapa griego y
romano
No hay duda de que la mayoría de los griegos creían en la
supervivencia del alma, tal y como demuestran sus ricas costumbres funerarias.
Conocemos mucho sobre sus tradiciones. Los familiares de los difuntos, por
ejemplo, depositaban diferentes objetos en los sepulcros, con el fin de que
estos fueran útiles a los muertos en el más allá. Por ejemplo, alimentos,
bebidas o ropajes. Después de lavar el cuerpo del fallecido, este era ungido
con bálsamos y luego envuelto en una tela. A continuación, se le tumbaba sobre
una superficie con los pies siempre hacia la puerta, como invitándole a salir.
Y se le dejaba allí un tiempo para confirmar que estaba realmente muerto, no
fuese que se levantase de repente y se encontrarse ya en el sarcófago8 con
plena consciencia. Mientras tanto, las plañideras lloraban hasta la extenuación
como símbolo de dolor y respeto. La familia y amigos celebraban una comida
especial, dejando un puesto en la mesa para el espíritu del muerto, que vendría
a disfrutar de su último festín. Pasados varios días, el cuerpo era trasladado
a su lugar definitivo de descanso. En algunas regiones, este era incinerado y,
en otras, enterrado. Si el difunto era un personaje importante o un héroe de
guerra, se celebraban, en su honor, juegos deportivos. Pero no lo hacían solo
por vanidad, sino que realmente pensaban en el bien del muerto, cuyo fantasma
acudiría feliz a participar como público en estos espectáculos. Cuando todos
los ritos finalizaban, el difunto se convertía en una especie de divinidad
protectora de la familia. Se le seguía honrando, por medio de estatuillas, en
el propio hogar.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 31
El modelo griego del más allá evolucionó mucho en pocos
siglos. En un principio, era semejante al más allá sumerio. Todos los muertos
iban al Hades, un mundo solitario, oscuro y triste que podía ser localizado
bajo tierra. Pero no todos corrían la misma suerte. Aunque la situación general
no era especialmente favorable para nadie, algunos sufrían un destino peor que
otros. Todo dependía del veredicto de un juicio al que cada difunto era
sometido. El tribunal era presidido por Hades o Plutón, el dios del otro mundo,
y por su esposa Perséfone. Pero ninguno de ellos dictaba sentencia, sino que
esta tarea estaba a cargo de tres jueces: Minos, Radamanto y Eaco. Radamanto
juzgaba a los difuntos de origen asiático, y Eaco a los europeos. Minos era
quien decidía en caso de duda. Algunos humanos eran castigados a duros
trabajos, o se les infligían grandes daños físicos y psicológicos. En la
mitología tenemos muchos ejemplos: Tántalo, Sísifo, Ticio, las Danaides o
Ixión. El resto de los fallecidos, con condenas menores, vagaban por ese
desierto en un estado casi onírico, como si fuesen fantasmas sin volición,
arrastrados por una fuerza desconocida. En todos los casos, los difuntos, antes
de llegar a su destino, debían atravesar varios territorios y cruzar diferentes
ríos y lagunas de agua estancada. Uno era el Estigia, también llamado
Aqueronte. Este marcaba la frontera entre las dos dimensiones. De su orilla
partía un barquero que cobraba un peaje para transportar al muerto al otro
lado. Los otros caudales de agua eran el río Lete, cuyas aguas hacían olvidar
todos los recuerdos; el río Cocito, el río de los lamentos; y el río Piriflegetonte,
un río de fuego. Los griegos gustaban, además, de señalar la ubicación
geográfica de este otro mundo: para algunos, el Hades estaba situado en los
límites del río Océano, más allá de las columnas de Hércules, el actual
estrecho de Gibraltar. Otros situaban sus entradas en determinados
emplazamientos de Grecia.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 32
La idea griega del más allá, aunque era un compendio de
tradiciones de diferentes regiones, fue homogeneizándose poco a poco,
especialmente gracias al trabajo de poetas como Homero. Lo más importante es
que, en algún momento, alguien comenzó a intuir que ese destino funesto, tal y
como era descrito, podía ser evitado de alguna manera. Y así, de una única
zona, el Tártaro o Hades, se pasó a dos. Algunas personas serían, a partir de
entonces, capaces de eludir aquel mundo perverso y anodino, ingresando
directamente en un paraje idílico en el que no había sufrimiento alguno. Eran
los Campos Elíseos:
No es tu destino yacer muerto en Argos, sino que los dioses
te llevarán a la llanura Elísea y a los confines de la tierra, donde el rubio
Radamanto habita y la vida es placentera para los hombres: jamás hay nieve, ni
lluvia, ni tormentas, sino que siempre el Océano levanta las brisas del Céfiro,
que sopla canoro llevando frescor a la gente (…).
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 34
Aunque en sus inicios, el cielo y el infierno cristianos
fueron considerados como lugares puramente espirituales, pronto se comenzó a
especular con la posibilidad de que estos mundos estuvieran situados en algún
punto geográfico. Esta moda cogió fuerzas, sobre todo, a partir del
Renacimiento. Dante, en su Divina Comedia (siglo
xiv d. C.), situaba los infiernos bajo la ciudad de
Jerusalén, organizado en terrazas concéntricas. Hombres de ciencia y filósofos
elaboraron mapas detallados del más allá, algunos de ellos con medidas exactas
de sus dimensiones. El mismo Galileo se atrevió a poner números. Otros llegaron
a calcular la cantidad exacta de demonios que poblaban el infierno o cuántos
condenados cabían en él. Con el paso de los siglos se abandonó esta
conceptualización materialista y todo volvió a su cauce. El otro mundo volvió a
ser colocado, de nuevo, en una dimensión paralela. Esta sería invisible al ojo
humano e incomprensible a la mente racional. Tal idea continuó evolucionando
hasta llegar a la versión oficial que en la actualidad defiende el Vaticano:
que el cielo y el infierno no son lugares geográficos, ni siquiera son lugares
espirituales. No son lugares, en cualquier caso. La doctrina reciente es que
son estados del alma. El cielo es la condición de las consciencias que, gracias
a su buen comportamiento, disfrutan de la compañía de Dios. El infierno es, por
el contrario, el estado anímico y espiritual de las almas que están tan
alejadas de Dios que saben que jamás gozarán de su presencia. Esta concepción
del más allá como estado de consciencia se acerca, claramente, a las creencias
del budismo, y está en total consonancia con lo que atestiguan los soñadores
lúcidos modernos y otros exploradores de la consciencia.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 44
Aunque en Occidente pensamos que el asunto de las vírgenes y
el paraíso musulmán tiene mucho de contenido sexual, no es cierto. Para el
islam, formar una familia es uno de los gozos más importantes de la vida. Por
eso, Alá prometía proporcionar esposas, a las que daba vida directamente en el
más allá, para facilitar el matrimonio a todos los que, por alguna razón, no
hubieran podido consumar uno en vida. No obstante, estas mujeres también eran
entregadas a hombres que habían muerto casados con varias esposas. Pero no
puramente para satisfacer sus impulsos, sino para completar la familia en el
contexto de su poligamia.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 46
La figura del viajero del más allá, como persona individual
que emprende una expedición de carácter espiritual hacia el otro mundo, aparece
en casi todas las culturas. En ocasiones, los relatos de estos aventureros
ayudaron a configurar la estructura del otro mundo según el sistema de
creencias correspondiente. En otros casos, la descripción ya estaba establecida
desde hacía largo tiempo, así que estos exploradores aparecieron solo para
corroborarla.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 47
Los griegos, además de creer en la posibilidad de contacto
con los espíritus de los muertos por la mediación de brujos y médiums, no
descartaban la posibilidad de que una persona viva entrase en el más allá, de
alguna manera, y regresase de allí con importantes conocimientos. Pero no
creamos que todo esto es una mera suposición, basada únicamente en leyendas.
Tenemos noticias de históricos exploradores del más allá, como Hermótimo de
Clazómenas, de quien se decía que se tumbaba en un diván y salía de su propio
cuerpo para visitar el mundo de los espíritus. Mientras hacía esto, su cuerpo
permanecía en un estado cataléptico, hasta que su consciencia regresaba a la
realidad física. En una de esas ocasiones, mientras Hermótimo se desplazaba por
las otras dimensiones, su mujer, que no debía de quererlo mucho, mandó quemar
su cuerpo para que nunca pudiera volver a este mundo. Otros hombres, como
Aristeas y Epiménides, compartían la misma habilidad. No olvidemos tampoco los
ritos mistéricos, tan de moda en aquellos tiempos en el mundo grecorromano, y a
los que ya me he referido. En ellos, los iniciados eran sometidos a ciertos
rituales secretos cuyo fin era visitar el otro mundo. Así, se acostumbraban a
las sensaciones y percepciones de la muerte. De esa manera, aumentaban las
posibilidades de reconocer el instante del tránsito y, por tanto, de controlar
el trayecto hasta el destino deseado.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 49
En el hinduismo, los sabios empleaban una sustancia, llamada
soma, que les permitía viajar fuera de sus cuerpos hacia las otras realidades.
Se dice que, del conocimiento obtenido en esas exploraciones, fueron creadas
las prácticas de yoga en sus diferentes ramas. No sabemos con seguridad qué
componentes tenía el soma, pero se piensa que alguna sustancia con efectos
psicoactivos. Quizás fuera la amanita muscaria, la seta alucinógena más
potente.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 51
Algunas de las narraciones de estos viajes son bellísimos
textos desde el punto de vista literario. Pero, desafortunadamente, no aportan
demasiada información fiable sobre lo que ocurre en el otro mundo. ¿Por qué?
Porque la verdad está oculta tras capas y capas de pintura de camuflaje. ¿En
qué consiste este revestimiento? Sabemos que las antiguas descripciones del más
allá están plagadas de detalles añadidos
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 54
Los personajes anteriores son tan solo un pequeño ejemplo de
la ancestral y perenne curiosidad del ser humano por conocer su destino después
de la muerte. Algunas de las narraciones de estos viajes son bellísimos textos
desde el punto de vista literario. Pero, desafortunadamente, no aportan
demasiada información fiable sobre lo que ocurre en el otro mundo. ¿Por qué?
Porque la verdad está oculta tras capas y capas de pintura de camuflaje. ¿En
qué consiste este revestimiento? Sabemos que las antiguas descripciones del más
allá están plagadas de detalles añadidos artificialmente. Su objetivo era
reforzar las normas de comportamiento que mantenían el orden social. Es decir,
eran una herramienta de propaganda. Las exploraciones en el mundo cristiano
describen el más allá según su dogma; las exploraciones taoístas explican el
más allá según su filosofía. Y así con todas las religiones y culturas. Por
ejemplo, en la religión persa de Zaratustra una mujer solo puede alcanzar el
cielo si es totalmente dócil y obedece a su marido. Este criterio de selección
no procede, pues, de una exploración directa del más allá, sino de normas
morales propias de su tiempo.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 54
Existen descripciones sobre el más allá que son mucho más
coherentes que las que podemos encontrar en los textos sagrados de muchas
religiones antiguas. Me refiero a las historias de exploradores modernos que
aseguraron haber viajado al otro mundo gracias a experiencias visionarias,
sobre todo sueños lúcidos o experiencias fuera del cuerpo. Otros relatos
parecidos proceden de personas que han sufrido una experiencia cercana a la
muerte. Estas fuentes de información son más sugestivas, pues no parten del
intento de controlar a la sociedad. Al menos, son el resultado de experiencias
conocidas que han sido profusamente estudiadas. Por eso merecen ser escuchadas.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 56
¿Son los sueños
lúcidos y experiencias fuera del cuerpo una herramienta de exploración del más
allá?
El sueño lúcido o experiencia fuera del cuerpo es un
fenómeno muy frecuente que les ocurre, de manera inesperada, a muchas personas
a lo largo del mundo. El evento consiste en un despertar dentro del propio
sueño ordinario. Es decir, el individuo se encuentra soñando una noche
cualquiera y, por ciertas razones, adquiere la lucidez suficiente dentro de su
mundo onírico para reconocer que ha llegado hasta allí a través de un sueño. En
ese instante, la realidad que la persona atestigua deja de ser un sueño normal
para convertirse en una experiencia totalmente física, igual que si estuviera
despierto en este mundo de vigilia. La clave de este fenómeno es que comienza
siendo un sueño, pero termina siendo una realidad alternativa para el que lo
experimenta. Algunos aseguran haber encontrado la manera de controlar y
producir esta experiencia a voluntad, gracias a la aplicación de determinadas
técnicas. La mayoría de ellos lo logran aprendiendo a dormir conscientemente.
Esto significa que dejan que su cuerpo físico se abandone al sueño, mientras
que su mente permanece medianamente despierta. Este es un equilibrio muy
delicado, pero claramente posible. Cuando alcanza este estado, denominado
cuerpo dormido-mente despierta, el sujeto deja de percibir su dormitorio y
comienza a integrarse en un entorno diferente, que se siente como totalmente
físico. En ocasiones, esa segunda realidad es una réplica de la habitación de
donde procedía, pero eso únicamente ocurre en un porcentaje pequeño de los
intentos. En la mayoría de las ocasiones, el viaje comienza en una realidad
desconocida. ¿Por qué se produce esta experiencia? No lo sabemos con seguridad.
Desde luego, lo que sí sabemos es que no puede explicarse con el «modelo del
fantasma». Ciertamente, como ya expuse en mi anterior obra sobre los sueños
lúcidos, no tenemos pruebas de que el ser humano esté compuesto de diversos
cuerpos energéticos conducidos por la consciencia o mente. En efecto, este
paradigma afirma que nuestra consciencia permanece habitualmente en el interior
de nuestro cuerpo físico para percibir esta realidad. Y que, durante el sueño y
otras experiencias como el sueño lúcido o la experiencia fuera del cuerpo, la
consciencia se traslada, como si cambiara de traje, a otro segundo cuerpo para
desenvolverse en las realidades alternativas. Este vehículo ha recibido el
nombre, en algunas corrientes espirituales, de cuerpo astral. Pues bien, como
he dicho, no hay ningún indicio en las prácticas de los soñadores lúcidos
modernos que nos lleve a pensar que esto funciona así. Más bien hay pruebas en
contra, y bastante sólidas. Pero no podemos entrar a debatirlas aquí por
cuestiones de espacio. El modelo que mejor parece encajar con estas
experiencias es el modelo de la consciencia-radio. Según este, la mente o
consciencia humana funcionaría como un aparato radiofónico. Así como este es
capaz de sintonizar diferentes cadenas o frecuencias, modificando un
potenciómetro, así nuestra consciencia puede apuntar a una realidad u otra de
todas las existentes en el universo. Es decir, la consciencia humana tendría la
facultad de crear y destruir realidades completas desde el punto de vista
perceptivo. Pues bien, tenemos abundantes indicios de que las experiencias
fuera del cuerpo y los sueños lúcidos permiten recopilar datos fidedignos de la
realidad física. Son muchos los casos de personas que han tenido, por ejemplo,
una experiencia fuera del cuerpo cuando estaban siendo sometidos a una
operación quirúrgica y que han regresado con información contrastable imposible
de conocer por medios ordinarios. En estos relatos, el individuo se ve fuera de
su cuerpo y puede observar con todo detalle la escena que se está desarrollando
en el quirófano. Tras regresar a la consciencia de vigilia, describe objetos
situados fuera del campo de visión de su cuerpo físico tumbado en la camilla.
Así mismo, es capaz de explicar con detalle las conversaciones que los médicos
estaban manteniendo durante la operación. Todos estos datos pudieron ser
corroborados después. ¿Cómo podemos explicar todo esto? Una de las interpretaciones
racionales se apoya en la posibilidad de que el cerebro humano pueda procesar
sonidos mientras se encuentra inconsciente o en coma. Y eso aclararía, sin
necesidad de recurrir a otros argumentos, que el paciente recuerde detalles de
las conversaciones. Pero esto no es exacto: no es que la persona recuerde
extractos de los diálogos entre los enfermeros y los médicos como si los
hubiese escuchado desde la distancia, ¡son testigos de toda la escena como si
hubieran estado totalmente conscientes y despiertos en el mundo físico! Es
decir, no solo han escuchado: han contemplado visualmente la escena desde otra
perspectiva espacial. Además, si solo fuese cuestión de oído, ¿por qué el
enfermo es capaz de describir objetos que no están ni siquiera al alcance de la
visión de los médicos? Estos eventos continúan siendo recopilados por
sanitarios y pacientes alrededor de todo el mundo.
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Entonces, ¿qué hay de la exploración de las realidades más
allá de la muerte? ¿Es también viable investigar este plano partiendo desde el
mundo onírico, si uno es capaz de mantener la lucidez? Este es un asunto muy
complejo. En cierto sentido, es verdad que la subjetividad interpreta un papel
importante en la información que se recaba en sueños lúcidos. En dicha
experiencia, la consciencia toma datos de algún lugar (no específicamente de la
memoria) y crea el entorno. ¡Pero esto no es diferente de lo que hacemos cada
día al despertar! Efectivamente, tomemos una noche cualquiera. Mientras
permanecemos en fase de sueño profundo, no existe la realidad física de nuestra
habitación, pues nuestra mente la ha destruido horas antes, en el momento de
conciliar el sueño. Cuando la persona despierta puede hacerlo en dos
direcciones diferentes. Una de las alternativas es despertar de nuevo en
nuestro mundo físico cotidiano, lo que implica reconstruir el mismo escenario
de todos los días. La otra opción es despertar dentro de nuestro propio sueño,
reconstruyendo una realidad diferente. Esto es lo que llamamos sueño lúcido.
Por lo tanto, el mundo físico que generamos cada mañana como si fuera nuevo,
tiene el mismo nivel de veracidad que las realidades que confecciona la
experiencia del sueño lúcido o la experiencia fuera del cuerpo, ya que ambos
tienen que ser recreados continuamente. En los dos casos, despertar por las
mañanas al mundo físico y despertar dentro del propio sueño, la operación es
puramente subjetiva o puramente objetiva, según se mire. Por tanto, si hay un
mundo esperándonos después de la muerte, este debe necesariamente ser una
creación de las consciencias humanas, subjetivo y objetivo a la vez. Y, al
menos, sería susceptible de ser visitado mediante la experiencia del sueño
lúcido. Esto es lo que todas las culturas del planeta, repito, todas las
culturas del planeta, vienen diciendo desde hace milenios. Personalmente, creo
que no pueden estar equivocadas. Los chamanes antiguos fueron los primeros en
descubrirlo. Y, después de ellos, otros muchos personajes históricos
aprovecharon esta experiencia para explorar las realidades más allá de la vida
física. Aunque, en épocas remotas, esta habilidad ni siquiera tenía un nombre
definido.
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Más allá del más allá,página 61
Según Tart, los seres humanos funcionamos habitualmente en
dos estados básicos: la vigilia y el sueño, pero existen otros muchos que están
infrautilizados, como el sueño lúcido o la experiencia fuera del cuerpo. El
patrón de ondas cerebrales de cada uno de estos estados tiene sus propias
particularidades, lo que les habilita para acopiar datos procedentes de
diferentes tipos de realidad. Tart afirma que cada estado de consciencia es
como si fuese una red de pescar de una clase específica. Algunas redes de pesca
tienen los espacios vacíos entre los hilos más grandes que otras redes, en
función del tamaño de los peces que con su diseño se pretende capturar. El ser
humano, por analogía, dispone también de diferentes estados de consciencia para
atrapar distintos tipos de información. El estado de consciencia de la vigilia
nos permite conocer y analizar el mundo físico, pero no los datos de otro
«tamaño» diferente. Digamos que la vigilia es, por tanto, como una red con los
huecos muy grandes que solo puede apresar a los mayores pescados. Sin embargo,
deja pasar a los peces más pequeños. Así como una red con espacios grandes no
es afectada por el movimiento de los peces de menor tamaño, porque la
atraviesan sin tocarla, la percepción de la vigilia no es capaz de detectar una
gran parte de la información disponible, aunque esta esté literalmente
enfrente. Por tanto, a cada tipo de información le corresponde un tipo de
estado de consciencia y viceversa. Por eso, debemos abandonar la idea de que
los sentidos físicos puedan ser una herramienta para la exploración del otro
mundo. Para Charles Tart, el sueño lúcido o experiencia extracorporal es el
mejor estado de consciencia para esta tarea: es la red con los agujeros
apropiados.
Pero si analizamos estas narraciones y las comparamos con
las exploraciones del más allá que realizan algunos soñadores lúcidos,
comprobaremos que se parecen mucho. En los sueños lúcidos también se producen
encuentros con seres de luz o con familiares difuntos. También es frecuente que
un soñador lúcido aparezca en un lugar absolutamente oscuro, sin iluminación. O
que sienta una profunda paz espiritual. Sabemos también que, en el sueño
lúcido, el pensamiento es capaz de moldear la realidad circundante. Si esta
experiencia parte de un estado de tristeza o ansiedad, produce entonces eventos
estremecedores. Estos y otros muchos detalles, como las sensaciones, la manera
de desplazarse o la forma de percibir hacen que nos planteemos que las
experiencias cercanas a la muerte sean, en verdad, un tipo de sueño lúcido o
experiencia extracorporal.
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Precisamente, algunos continúan argumentando que estos dos
fenómenos no tienen relación entre sí, ya que el sueño lúcido o experiencia
fuera del cuerpo solo es accesible desde los procesos del sueño y, sin embargo,
la experiencia cercana a la muerte es consecuencia de un acontecimiento
traumático. ¡Pero esto es cierto! Aunque los sueños lúcidos y las experiencias
fuera del cuerpo pueden ser provocados a voluntad si uno tiene el entrenamiento
correcto, sabemos que también pueden ser el resultado de una enfermedad, un
traumatismo físico, el efecto de la anestesia en el quirófano o de la ingestión
de determinadas sustancias psicoactivas.
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las experiencias cercanas a la muerte también se parecen a
los sueños lúcidos en que producen un impacto intenso en las personas que las
sufren. Muchas veces, la conmoción da paso a un cambio de vida. La persona no
vuelve a ser la misma. Los asuntos espirituales cobran mucha importancia, y
crece la empatía hacia otros seres vivos. Se pierde el miedo a la muerte y se
siente la necesidad de contar su historia a otros. En algunas ocasiones, los
sujetos desarrollan capacidades extrasensoriales. Todas estas circunstancias, y
muchas otras, ocurren como consecuencia de ambos fenómenos. Si hubiera que
destacar alguna diferencia, esa sería la duración del evento. En las
experiencias cercanas a la muerte, la exploración se queda a las puertas, ya
que la persona se ve obligada a regresar rápidamente a la realidad física. Los
soñadores lúcidos, por el contrario, al tener control sobre su propia lucidez,
pueden prolongar el viaje hasta obtener información más detallada.
Si aceptamos, por tanto, la hipótesis de que una experiencia
cercana a la muerte es un subtipo de sueño lúcido, entenderemos por qué hay
tanta diversidad de detalles en los relatos de los diferentes individuos.
Sabemos actualmente que el fenómeno de los sueños lúcidos depende, en gran
medida, del sistema de creencias de la persona. Lo mismo sucede en las
experiencias cercanas a la muerte. Mi opinión es que el sujeto está viviendo
acontecimientos y percibiendo lugares que son, perceptivamente, pura energía,
si se me permite emplear esta palabra tan desgastada. Es decir, en un primer
momento la persona se enfrenta a una realidad desnuda, sin formas definidas. En
el instante siguiente, la consciencia reinterpreta todo dándole la apariencia
de cosas conocidas de la realidad física. Por eso, tanto los soñadores lúcidos
como los protagonistas de las experiencias cercanas a la muerte acaban
percibiendo objetos cotidianos como puertas, edificios o montañas. Pero,
ciertamente, en el otro mundo no hay puertas, ni edificios, ni montañas. Pero
no las hay ni en las realidades alternativas ni en esta realidad física. Todo
es fabricado por nuestra consciencia. Lo que sucede es que hay una percepción
primera (la realidad cruda hecha de pura energía) y una percepción segunda y
definitiva fruto de la interpretación (la realidad hecha de objetos). Por eso,
solo hay una aparente subjetividad. Para acceder a la percepción primera de un
sueño lúcido o de una experiencia cercana a la muerte, libre de la
interpretación, debemos considerar la importancia de lo que yo he llegado a
definir como el concepto de sentido o función. Se debe reflexionar sobre el
sentido, cometido o función que tienen los objetos que han sido observados en
estas experiencias. Por ejemplo, imaginemos que un soñador lúcido decide viajar
al más allá y percibe un edificio que le recuerda a una biblioteca antigua.
Entra y encuentra miles de libros, de diversas materias. Asumamos ahora que
este lugar no es algo que ha sido fabricado por su mente, sino un elemento que
existe independientemente de él mismo como observador. Si otro soñador lúcido
viajara al mismo sitio debería informar de esa misma biblioteca. Sin embargo,
el segundo dice que ha visto una construcción parecida a una escuela. Un tercer
individuo podría ver un edificio semejante a un templo griego, lleno de
pergaminos ordenados en estanterías. El primer explorador deduciría, entonces,
que en el más allá hay bibliotecas. El segundo no estaría de acuerdo y diría
que allí lo que hay son escuelas. Y el último estaría convencido de que lo que
allí hay son templos. ¿Quién tendría razón? Todos y ninguno. La manera de
averiguar lo que está pasando ahí es remitirse al concepto de sentido o
función, como he dicho. ¿Para qué sirven una biblioteca, una escuela y un
templo repleto de pergaminos? ¿Cuál es su sentido? La función de todos estos
lugares es ofrecer conocimiento. Por tanto, la única información que podríamos
sacar de los tres testimonios…
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En definitiva, la disparidad de datos en las experiencias
cercanas a la muerte no significa que estas sean alucinaciones, sino que son
consecuencia de la dificultad que tiene la mente racional para asimilar los
objetos y escenarios que el individuo atestigua. Es un proceso de traducción de
las energías y formas incomprensibles a las que el protagonista se enfrenta,
proceso que continúa hasta conformar un relato construido por objetoso
cotidianos.
El único problema que tienen las experiencias cercanas a la
muerte, como fuente de información para entender el más allá, es que los datos
que aportan son muy limitados. Tengamos en cuenta que esta experiencia solo
abarca la primera fase del tránsito post mortem. El sujeto no tiene tiempo de
explorar aquellos ámbitos, pues es obligado a regresar rápidamente. Sería como
afirmar que haber estado en el porche de una casa nos hace conocer el edificio
entero. La experiencia cercana a la muerte tampoco puede ser considerada como
una herramienta de investigación útil para utilizarla bajo demanda, pues se
produce solo en circunstancias de extremo peligro para la vida física. Sin
embargo, algunos ven viable un peligroso experimento que bajo control médico,
podría reproducir el estado límite entre la vida y la muerte. El objetivo sería
emplear dicho estado ara realizar un viaje de exploración.
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Las cinco fuentes
rebeldes
En un momento dado de mi búsqueda personal, me embarqué en
la investigación de fuentes de información alternativas que no estuvieran
influidas por las viejas premisas adquiridas de las fuentes tradicionales y de
la literatura de la Nueva Era. Y encontré cinco. Cuatro de ellas procedían de
exploradores que habían empleado su propia consciencia como medio de transporte
para llegar hasta el mundo después de la muerte, tal y como hicieron los
antiguos descubridores cuando viajaban en barco para atravesar los océanos
desconocidos. La quinta fuente era un investigador que, partiendo de la
historia de las religiones, había encontrado una nueva interpretación de los
antiguos textos. Todas ellas fueron responsables de elaborar cinco modelos
sobre el más allá totalmente originales, que distan mucho de los monótonos
esquemas que aún siguen apaciguando nuestro miedo a la muerte. Por eso,
consideré que debían ser rescatados del olvido. La valía de las cinco fuentes
rebeldes, como yo las denomino, reside en el hecho de que sus aportaciones
superan la doctrina de la puerta principal que proponen casi todas las
religiones y filosofías espirituales del pasado. ¿A qué me refiero con esto? A
las dos premisas que dominan nuestro concepto de más allá. Primero, la idea de
que la muerte es igual para todos los seres humanos. Y, en segundo lugar, el
convencimiento, totalmente pesimista, de que nadie, a nivel individual, puede
hacer nada por cambiar la premisa número uno. Los cinco informantes rebeldes, cuyo
pensamiento analizaremos en las siguientes páginas, apoyaron la existencia de
puertas traseras o puertas de emergencia en el proceso de supervivencia de la
consciencia después de la muerte. Estas rutas o salidas alternativas
permitirían al ser humano tomar el control de su viaje por el otro mundo para
escoger el destino que cada uno desee y evitar así el final para el que hemos
sido, aparentemente, diseñados según las religiones tradicionales. Usar estas
puertas de emergencia es a lo que yo denomino escapar de la muerte, es decir,
eludir el destino común de los seres humanos.
Cada una de las fuentes rebeldes difiere de las otras
cuatro, fundamentalmente, en la combinación de vidas físicas y vidas post
mortem, tanto su número como su duración. El primer informante rebelde defiende
que los seres humanos disfrutamos de una sola vida en el plano físico y de una
sola vida eterna en el más allá. Se trata del sueco Emanuel Swedenborg. Este
hombre sabio del siglo xviii d. C. era, en sus inicios, un fanático defensor
del método científico para explorar el concepto de realidad. Pero, un día, con
más de cuarenta años cumplidos, sufrió una profunda crisis existencial a raíz
de una serie de experiencias espirituales impactantes. Entonces, comenzó un
nuevo periodo en su vida en el que los sueños lúcidos y experiencias fuera del
cuerpo cambiaron su concepto del más allá para siempre. Tras Swedenborg,
hablaré de las conclusiones a las que llegó Robert Monroe, el pionero en la
investigación de las experiencias fuera del cuerpo en la primera mitad del
siglo xx d. C. En sus fascinantes viajes en este estado de consciencia
visitó otras realidades diferentes del mundo físico que lo llevaron a
establecer una nueva teoría sobre el funcionamiento de la vida después de la
muerte. Monroe también creía que solo tenemos una vida física y una sola vida
en el más allá. Pero, a diferencia de Swedenborg, la vida después de la muerte
no sería permanente, sino provisional. En tercer lugar, nos sumergiremos en el
budismo. Pero no en cualquier rama. Nos centraremos en el budismo tibetano. Su
propuesta es que el ser humano pasa por muchas vidas físicas, pero ninguna
permanente en el más allá. Aunque estas circunstancias, según esta corriente
del budismo, pueden ser superadas si uno conoce las técnicas adecuadas. Pocas
religiones, si exceptuamos el Antiguo Egipto, se han preocupado tanto por
estudiar seriamente tales cuestiones. En este caso, no podemos hablar de un
único explorador de la consciencia, pues el conocimiento sobre el más allá que
esta filosofía de vida ha conservado en sus escritos es el resultado de los
viajes ultramundanos de muchos monjes budistas anónimos a lo largo del tiempo.
El psicólogo Peter Novak será nuestro cuarto protagonista. Este estudioso de
las religiones antiguas desarrolló, hace unos años, la denominada teoría de la
división de la consciencia. Según los descubrimientos de Novak, la consciencia
humana sufriría un proceso de separación en dos partes independientes justo
después de la muerte. Esta ruptura tendría consecuencias serias para nuestro
bienestar en el otro mundo, porque cada una de las partes seguiría un camino
diferente. Conocer este proceso implica poder evitarlo. La teoría de la
división de la consciencia considera que disfrutamos de muchas vidas físicas y de
muchas vidas en el más allá. Pero estas últimas serían vidas vacías. Es decir,
sin contenido original; algo parecido a la existencia de un fantasma encerrado
en su castillo, que repite eternamente los mismos comportamientos automáticos.
Por último, nos sumergiremos en las seductoras teorías del antropólogo Carlos
Castaneda, quien defendía que solo disfrutamos de una vida física, y de una
vida breve y temporal en el más allá. Castaneda dijo haber encontrado un
sistema diferente de cognición en una tradición milenaria de chamanes del antiguo
Méjico, que propone un panorama poco halagüeño para la supervivencia del yo
tras la muerte, visto como consciencia individual. Pero que, por el contrario, descubrió
innovadoras técnicas para burlar ese fatídico destino.
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Cómo influir en nuestro destino después de la muerte según el
cristianismo de Emanuel Swedenborg
Sin embargo, un explorador cristiano lo cambió todo: Emanuel
Swedenborg, un hombre culto que, en el siglo xviii d. C. se rebeló contra
la visión tradicional que tenía la Iglesia sobre el más allá. Aunque construyó
su modelo partiendo de la habitual estructura cielo-infierno, aportó
información valiosísima y totalmente revolucionaria.
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En el lenguaje actual, diríamos que Swedenborg fue un
soñador lúcido del siglo xviii d. C. que dedicó gran parte de sus
experiencias a la exploración del mundo que nos espera después de la muerte.
Con las conclusiones de su investigación armó un completo modelo del mundo
espiritual que jamás ha podido ser igualado en complejidad y riqueza. Lo más
destacado de su legado es que el conocimiento transmitido no surgió de la
elucubración intelectual, sino de la pura experimentación personal. Por eso,
sus narraciones, cuando uno las lee, suenan a verdad.
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Swedenborg debería ser tratado como uno de los más
importantes pensadores de la historia de la humanidad.
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Swedenborg dijo que el hombre solo puede recibir dos tipos
de sueños: sueños de fantasía y sueños de lo alto. Los primeros son generados
por el recuerdo de los acontecimientos ordinarios del día a día. Estos sueños
no tienen utilidad alguna. Sin embargo, los otros son enviados desde el más
allá por los ángeles de Dios para ayudar a los humanos.
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Swedenborg creía que el cumplimiento de su misión sería lo
que precipitaría la Segunda Venida de Cristo, pero no como era entendida en su
tiempo. Según Swedenborg, la humanidad había confundido este acontecimiento con
un advenimiento físico de Jesucristo al planeta Tierra. Para Swedenborg, el
regreso de Cristo no sería un evento material, sino espiritual. La Segunda
Venida de Cristo significaría la vuelta de Logos, es decir, de la Palabra
Verdadera. Traducido a un lenguaje más cercano, el regreso de Cristo ocurriría
cuando se hubiera revelado definitiva y correctamente el mensaje que Jesús vino
a traernos. Este mensaje es que el ser humano realmente trasciende la muerte. Y
para eso precisamente estaba aquí Swedenborg: para viajar al otro mundo y
publicar sus descubrimientos sobre ello.
Hasta su muerte con ochenta y cuatro años, Swedenborg se
conservó anormalmente joven y saludable. No tuvo una enfermedad importante en
toda su vida y nunca dejó de trabajar ni de escribir. Su obra es extensísima,
casi inabarcable. Escribió más de ciento cincuenta libros en latín, todos
complejos y ricos en conclusiones. Se dijo, incluso, que sus manuscritos, antes
de publicar los libros, no contenían jamás tachones o erratas. Analicemos
entonces cómo los escribía.
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Por otro lado, en su Diario espiritual, Swedenborg recoge
todas sus experiencias en estados profundos de consciencia, tanto las visiones
como los sueños ordinarios y los sueños lúcidos. Y las describe con todo
detalle, como corresponde a un diario de campo de un auténtico explorador: hora
y día, localización geográfica, estado anímico, desarrollo de los acontecimientos…
Gracias a este libro podemos entender qué tipo de experiencias lo condujeron a
tan grandes descubrimientos sobre el otro mundo. Buceemos en ellas. El primer
tipo de experiencias que Swedenborg tenía eran visiones en estado de vigilia.
Swedenborg penetraba en el mundo espiritual y hablaba con los ángeles y los
espíritus de los fallecidos estando totalmente despierto, con los ojos
abiertos. Cuenta que una parte de su consciencia quedaba en el más allá,
conversando, y otra parte de su consciencia continuaba aquí en el plano físico.
Era capaz de realizar tareas cotidianas en este mundo, como
charlar con amigos, y, a la vez, mantener una segunda conversación con seres
espirituales. Aunque reconoce que los sentidos externos (los físicos) y los
internos (los del segundo cuerpo en el mundo onírico) no funcionaban con la
misma eficiencia, ya que los primeros permanecían muy atenuados.
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Más allá del más allá
La tercera herramienta de Swedenborg era la interpretación
de los sueños especiales. Ya vimos que él los denominaba sueños de lo alto.
Eran sueños ordinarios, pero contenían información trascendental que aprendió a
distinguir y a interpretar correctamente. Sin embargo, su técnica principal era,
como ya hemos adelantado, el sueño lúcido. En sus escritos, Swedenborg confiesa
que su rutina nocturna era muy irregular. Solo dormía cuando tenía sueño; es
decir, no respetaba un horario rígido. Y mantenía su dormitorio muy frío, sin
ningún medio de calefacción. Da a entender que ambas cosas eran básicas para
provocar estas experiencias. Y no andaba errado: actualmente sabemos que el
sueño irregular (dormir a deshoras) y la incomodidad (por ejemplo, las
temperaturas muy bajas o muy altas, o dormir en una cama desconocida) son dos
de los factores principales que provocan sueños lúcidos espontáneos. No es de
extrañar, entonces, que los tuviera frecuentemente. Para Swedenborg, los sueños
lúcidos, experiencia a la que él llamaba estar en el espíritu, constituían la
única manera de visitar el más allá de una manera inmersiva, tal y como si uno
viajara físicamente a otro país y lo viera con sus propios ojos. Si
exceptuamos, por supuesto, la muerte:
(…) no hay ninguna manera de que nuestros ojos vean las
cosas del mundo espiritual a menos que se nos permita estar en el espíritu, o
bien una vez que nos hayamos convertido en espíritus después de la muerte.
No hay duda de que Swedenborg viajaba principalmente
mediante los sueños lúcidos. Aun no empleando este término, que ha sido acuñado
recientemente, en sus escritos da múltiples pruebas de ello. Por ejemplo,
sabemos que el sueño lúcido se produce desde un estado entre medio dormido y
medio despierto y, casi siempre después de haber dormido un número de horas. Esto
coincide con lo que Swedenborg dice en su diario. Sus experiencias comenzaban
siempre después de haberse despertado en mitad de la noche o al principio de la
mañana, que es cuando el sueño lúcido aparece.
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Es fascinante la claridad con la que una persona del siglo
xviii d. C. es capaz de describir las sensaciones de un fenómeno al que no
hemos dado un nombre hasta trescientos años después.
No podemos descartar que un pequeño porcentaje de sus
experiencias oníricas fueran lo que ahora denominamos sueños lúcidos de
frontera. También son conocidos como sueños lúcidos hipnagógicos e
hipnopómpicos. Se trata de breves sueños lúcidos que se generan durante estas
dos fases del sueño. La fase hipnagógica es el periodo que experimentamos entre
la vigilia y el sueño, justo cuando nos estamos quedando dormidos. La fase
hipnopómpica es por la que pasamos cuando empezamos a despertarnos. Aunque,
posiblemente, estos sueños lúcidos de frontera hayan tenido cierta importancia
en el recorrido de Swedenborg, no fueron los más habituales; tienen una
duración muy pequeña, por lo que es difícil reconstruir con ellos una historia
coherente.
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¿Cómo interpretar lo que Swedenborg vio en el más allá?
Debemos recordar que toda la información procedía de sus sueños lúcidos. Eso
significa que, para conocer el auténtico significado de sus experiencias, es
necesario tener en cuenta el concepto de sentido o función, del que ya hablé.
Por ejemplo, cuando explica el mundo de los espíritus, es decir, el primer
plano al que acceden los difuntos, dice que este parece un valle abrupto,
rodeado por montañas. Un entorno más bien inhóspito, pero no del todo
desagradable. Es evidente que en el mundo de los espíritus no hay montañas;
estas son solo una elaboración racional que su cerebro, en calidad de soñador
lúcido, realizaba para interpretar algo que no podría ser explicado con
palabras. Es decir, en esa dimensión había algo que la mente de Swedenborg
conectaba con la idea de montañas y relieve, según la función que aquello
cumplía dentro de ese entorno. Debemos pensar qué nos sugiere una geografía
escarpada. Claramente, un lugar incómodo; no es un sitio donde residir para
siempre. Traduciendo entonces la visión de Swedenborg, tendríamos que decir que
el mundo de los espíritus es un lugar de paso, no adecuado para largas
estancias. Uno puede adaptarse temporalmente, pero no es el lugar ideal. El
mismo Swedenborg también parece ser consciente de que en ese lugar no hay
montañas, sino que esto es el resultado de un proceso que realiza el cerebro
para reinterpretar las energías desconocidas con objetos conocidos. Lo sabemos
por muchas de las reflexiones que registró en sus libros. Por ejemplo, en una
ocasión, en la que presenció el viaje de los difuntos desde el plano físico
hasta el mundo de los espíritus, vio cómo todos avanzaban por un sendero que
terminaba en una gran piedra. Desde ella, partía una bifurcación. Un camino
conducía al cielo y otro al infierno. Los que iban hacia el cielo veían
perfectamente la roca y la esquivaban para coger el camino correspondiente. Sin
embargo, los que se dirigían hacia el infierno, tropezaban siempre con la
piedra, lastimándose. Swedenborg dice claramente que, aunque él estaba viendo
una roca, sabía perfectamente que en ese lugar no había una piedra, ni siquiera
senderos como los conocemos en la vida física. Reconoce que todo ello no es más
que una interpretación de su mente racional para dar sentido a un mundo exento
de formas:
Más tarde se me explicó el significado de todo esto (…). La
piedra que estaba en la bifurcación o esquina donde los réprobos tropezaban, y
desde la que se precipitaban por el sendero que conduce al infierno,
representaba la verdad divina, que es negada por las personas que están
centradas en el infierno.
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Más allá del más allá
La idea clave del innovador pensamiento de Swedenborg es que
el cielo no es, para nada, un espacio etéreo donde sus habitantes permanecen en
un estado de suspensión beatífica. Tampoco es un lugar de residencia y nada
más. La razón de ser del cielo, es decir, para lo que fue creado, es, según
Swedenborg, la progresión espiritual del ser humano. Ese mundo acoge a los
difuntos para que continúen aprendiendo después de la muerte. No es un lugar
pasivo, sino que está diseñado para la formación integral del alma. Allí hay
escuelas, academias y universidades donde se debaten profundas cuestiones,
muchas de ellas de carácter teológico. Swedenborg se sentía en estos lugares
espirituales como pez en el agua. Ya vimos que era tremendamente competitivo y
que le encantaba tener la razón. Según afirmó, sus mejores discusiones en el
cielo las mantuvo con figuras de la historia cuyas almas habían pasado al más
allá. Con los ángeles, Swedenborg se manejaba de otra manera. Los sentía tan
sabios que le era imposible polemizar con ellos. Simplemente los escuchaba y
aprendía.
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Más allá del más allá
Swedenborg no especulaba como los autores de relatos sobre
el más allá que escribieron antes que él. Swedenborg solo cuenta lo que
literalmente vio en experiencias reales en mundo reales, tal y como ocurre en
los sueños lúcidos, donde el protagonista mantiene el control de sus
capacidades cognitivas.
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Primer reino: el
mundo de los espíritus
Swedenborg llamó mundo de los espíritus al primer espacio al
que acceden los difuntos. Descubrió que era un estado intermedio, situado bajo
el cielo, pero por encima del infierno. La llegada a este lugar ocurre
inmediatamente después de la muerte. Aunque ahora esta idea nos puede parecer
normal, era novedosa para la época. Hasta la contribución de Swedenborg, el
mundo cristiano creía, en general, que el fallecimiento precedía a un profundo
sopor, una especie de letargo que se prolongaba hasta la llegada del Juicio
Final. En este evento cósmico, todos los seres humanos serían despertados y
volverían a disponer de un cuerpo como el que tenían en su vida anterior.
Después, un tribunal divino juzgaría a las almas y estas serían condenadas o
recompensadas según los actos realizados en la vida física. En función del
resultado del juicio, cada hombre y mujer sería destinado bien al cielo o bien
al infierno. Sin embargo, Swedenborg atestiguó que esto no estaba ocurriendo
así. Se dio cuenta de que no había tiempos intermedios ni suspensión de la
consciencia. Si una persona muere, inmediatamente viaja al otro mundo.
Swedenborg tuvo la suerte de contemplar este proceso innumerables veces. Lo
definió como un despertar. El proceso siempre es el mismo. Dos ángeles de Dios
se encargan de cada moribundo. Acuden para estar cerca de él y facilitarle el
tránsito. Para ello, lo recubren con una ola de amor incondicional y lo
mantienen en un estado parecido al sueño mientras dura este intermedio. Cuando
la muerte ha vencido, lo despiertan, como si descorrieran un velo sobre su
cara. Entonces, la persona comienza a percibir el mundo espiritual. Dos nuevos
ángeles lo reciben después para convencerle de que ya no tiene cuerpo, pues
ahora es todo espíritu.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Continuemos con la descripción de Swedenborg. Una vez
trasladado a la otra vida, el recién llegado contempla las maravillas del mundo
espiritual. Solo ve paisajes de una belleza impensable en el mundo físico. Pero
los ángeles le informan de que aquello es solo un aperitivo. Ese es solo el
mundo de los espíritus. Nada de lo que ahí percibe es comparable a lo que
encontrará si finalmente ingresa en el cielo. Swedenborg dice que el difunto se
maravilla de cómo las cosas son tan parecidas a las que encontraba durante su
vida en la Tierra. Todo parece físico. Los objetos pueden ser vistos, palpados
y olidos. Hasta se puede hablar. El fallecido se siente tal y como era antes de
morir, con sus mismos pensamientos y recuerdos. Esta es otra de las importantes
conclusiones de Swedenborg. El más allá no es una entelequia, ni una
alucinación fantasmagórica, sino que tiene una naturaleza concreta. En muchos
sentidos, es una dimensión paralela al mundo físico. Hay ciudades, paisajes,
edificaciones, aunque nada esté hecho de la materia que conocemos en este
plano:
En el mundo espiritual, el mundo donde viven ángeles y
espíritus, las cosas son más o menos iguales a las del mundo natural en que
vivimos, tan similares que a primera vista no parece existir diferencia alguna.
Allí se ven planicies, montañas, colinas y acantilados con valles entre ellos;
se ven masas de agua y muchas otras cosas de las que encontramos en la tierra.
Este dato me parece muy relevante. Aunque en tiempos
pasados, el más allá sí que era considerado como un lugar real, esta idea fue
diluyéndose con el tiempo, hasta llegar a la época moderna. Hemos llegado a
pensar que el cielo, por ejemplo, debe de ser un estado difuso, etéreo, poco
concreto. Sin embargo, la descripción de Swedenborg confirma las previsiones
del mundo antiguo: el otro mundo es tan físico y tan sólido como este, aunque esté
construido de una sustancia diferente a la que compone esta dimensión.
Swedenborg también confirmó que los fallecidos son recibidos
por familiares y amigos que habitan este mundo espiritual. Y si alguien echa en
falta a alguien, el difunto lo busca y lo encuentra fácilmente. Esto lo hace
simplemente manteniendo su imagen en la mente.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
En definitiva, para el difunto nada cambia en el otro lado
de la realidad, salvo que el cuerpo que disfruta ahora ya no es físico sino
espiritual. En un principio, el cuerpo espiritual tiene el mismo aspecto que el
cuerpo físico, pues el cuerpo espiritual refleja temporalmente el pensamiento
exterior de la persona; es decir, su máscara social. Sin embargo, al poco
tiempo de estancia en el mundo de los espíritus, la personalidad interior, la
esencia del yo, comienza a brotar hacia la superficie. Y entonces el cuerpo
espiritual comienza a cambiar, revelando el verdadero ser. Esto es
especialmente notable en el rostro: si el difunto ha llevado una vida orientada
hacia el mal y la mentira, entonces la cara se tornará fea y desagradable. Y
ocurrirá al contrario si se ha dejado guiar por el amor. A partir de este
crucial momento, la persona ya no podrá engañar ni pretender ser algo que vaya en
contra de su auténtica naturaleza. Porque, en el más allá, todo lo que se
piensa queda reflejado inmediatamente en el aspecto que se muestra a los demás:
La razón de que nuestro rostro cambie es que en la otra vida
no está permitido fingir sentimientos que en realidad no se tienen, por eso no
podemos tener un rostro que sea contrario a nuestro amor. Todos somos
purificados hasta llegar a un estado en el que decimos lo que pensamos, y
manifestamos mediante la expresión y los actos aquello que queremos. Por eso el
rostro se convierte en forma e imagen de los sentimientos (…).
Es decir, los actos que realicemos en la vida física
definirán nuestra naturaleza interior, que permanecerá oculta bajo el barniz de
la naturaleza exterior y que es la que deseamos mostrar al mundo. Pero esta
naturaleza interior acabará saliendo a la luz después de la muerte, ya que la
exterior, que es falsa y artificial, quedará destruida. Por tanto, cada uno de
nosotros somos responsables del cuerpo que tendremos en la otra vida.
Esto también sucede con respecto al comportamiento. Una vez
ha surgido la naturaleza interna del difunto, lo que es verdaderamente su
esencia, sin fachadas ni subterfugios, ya no podrá aparentar obrar de una
manera y pensar íntimamente de otra. Por eso, quienes hayan ocultado conductas
aberrantes o hayan deseado el mal de los demás, no podrán evitar realizar
acciones malvadas. Ya no podrán controlarse, ya no dispondrán de caretas detrás
de las que esconderse. Por otro lado, los recién llegados que hayan buscado
siempre el bien del prójimo, olvidándose de ellos mismos, continuarán haciendo
buenas obras en el más allá.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
En algunas ocasiones, Swedenborg contempló cómo la
naturaleza interna de algunas personas no se inclinaba inmediatamente ni hacia
el cielo ni hacia el infierno. En ese caso, el difunto debía pasar más tiempo
en el mundo de los espíritus hasta que su estado fuese clarificado. También,
todos aquellos que no querían o que no podían reconocer su propia muerte permanecían
allí durante un tiempo indeterminado.
Este proceso de elección de un destino u otro se realiza a
través de una operación especial. Swedenborg vio cómo ciertos ángeles se
acercaban a la persona y analizaban su cara, que es lo que refleja la verdadera
esencia del yo. Entonces les eran mostrados todos los eventos de su vida pasada
en un gran libro. Swedenborg llama a esto la lectura del Libro de la Vida o
revisión de la vida, un concepto que sigue circulando, tres siglos después, en
la cultura de la Nueva Era. De sus letras no se escapa nada de lo que el
difunto hizo o pensó en vida. Ni un ápice. Esta operación no tiene el castigo
como fin, sino que tiene lugar para que cada persona disponga de la información
necesaria para descubrir su verdadera naturaleza. Según Swedenborg, es
necesario que cada difunto entienda en qué estadio de evolución está para
conocer cuánto camino le queda por recorrer. Por eso la revisión de la vida es
tan importante. Swedenborg cuenta también que, en algunas ocasiones, los ángeles
le concedieron autorización para leer en este libro los detalles de las vidas
de otras personas, algunos grandes dignatarios de su época.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Pues bien, una vez descubierta esta naturaleza interior,
gracias al examen de todos y cada uno de los recuerdos en el Libro de la Vida,
la personalidad exterior queda destruida para siempre. Así que el difunto ya no
puede mentir a los demás ni a sí mismo. Como consecuencia, empieza a sentirse
seducido por el cielo o por el infierno, según corresponda. Esta idea también
es revolucionaria. Swedenborg está diciendo con esto que Dios no castiga ni
premia en función de los actos humanos. Dios solo desea que todos comprendan
que el estado natural del hombre es el amor y la verdad. Por tanto, todos
deberían disfrutar del cielo para continuar con su evolución. Pero no puede
obligar a vivir ahí a quienes desean el mal y la mentira. Estos renegados
eligen por sí mismos construir otro hogar para ellos y todos los que son
semejantes a ellos; un lugar en el que el dolor y el sufrimiento suponen el
mayor de los disfrutes. Dios no puede hacer nada frente a esto, pues es la
elección de la naturaleza esencial de cada uno. Repito: esto ahora nos puede
parecer lógico, pero no es precisamente como los contemporáneos de Swedenborg
veían la vida después de la muerte.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Los difuntos que anhelan los principios del cielo son
conducidos a unas áreas educativas, donde serán instruidos por ángeles. Allí
trabajarán en la comprensión de todos los apegos que aún les quedan de la vida
material, eliminando todo resto de egoísmo y maldad. Swedenborg observó que,
además de piadosos cristianos, otras muchas personas eran admitidas en estas
escuelas de adaptación, a pesar de profesar otras religiones. Lo único que
importa es que la naturaleza íntima haya sido forjada a semejanza del cielo. Es
decir, en esta etapa, los fallecidos limpian su cuerpo espiritual. Ingresar
puros en el cielo es la única manera de sobrevivir al peso de su poderosa
energía. Es un lenguaje moderno, diríamos que los difuntos deben adaptar su
frecuencia vibratoria a la frecuencia del cielo.
De nuevo, esta circunstancia también tiene un paralelo claro
con lo que cuentan los soñadores lúcidos actuales. En ocasiones, cuando estos
intentan pasar de una realidad a otra que se supone más elevada, dicen sentir
una presión tal que piensan que están a punto de desintegrase. Y tienen que
abortar y regresar a la seguridad de su cama en el mundo físico. Es como si la
evolución de la consciencia determinara en qué planos esta puede entrar y en
cuáles todavía no es capaz de sobrevivir.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Segundo reino: el
cielo
Swedenborg fue testigo de cómo los fallecidos, una vez que
su esencia ha sido acomodada para soportar la energía del cielo, son revestidos
de túnicas blancas y se convierten en ángeles. Entonces ingresan en el cielo y
reciben el encargo de dedicarse a una actividad concreta, siempre enfocada a
servir al bien común. Todos adquieren una nueva profesión y después son
destinados a una comunidad determinada, donde también viven otros ángeles de
similar naturaleza a la suya. Y aquí entramos en el asunto de los ángeles. La opinión
de Swedenborg sobre ellos es, de nuevo, revolucionaria.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Swedenborg convivió con ellos en numerosas ocasiones, dentro
de sus sueños lúcidos. Ellos mismos le dijeron que son solo personas. Personas
cuya esencia, gracias a haber llevado un estilo de vida basado en el amor y la
verdad, resuena con la energía del cielo. En definitiva, los ángeles son
criaturas que previamente fueron seres humanos. Y, por tanto, a diferencia de
lo que se pensaba en su época, no son entidades fantasmagóricas. Tienen un
cuerpo, aunque no está hecho de materia física, sino de la materia de la que
está construido el cielo. Por eso, solo pueden ser percibidos con los ojos del
espíritu. Por ejemplo, en un sueño lúcido, tal y como Swedenborg los
contemplaba. Los ángeles hablan, se ríen y se mueven como lo hacemos nosotros
aquí en el mundo físico.
Las exploraciones de Swedenborg también le permitieron hacer
un mapa del cielo. Este se divide en tres grandes regiones, denominadas cielo
exterior, cielo medio y cielo interior. El último de ellos es el que más
próximo está de Dios, la fuente de todo. Pero recordemos que, en el más allá,
la distancia no es geográfica, sino una diferencia de estado. Cada difunto
tiene un estado que es consecuencia de su naturaleza interior. Dicho estado
solo es capaz de soportar un tipo de ambiente con el que se corresponde, pero
no tolera dimensiones cuya «vibración» sea superior. Por eso, los tres cielos
no están separados entre ellos por la distancia, sino que se diferencian por el
estado de sus habitantes. Por eso, los ángeles del cielo exterior no pueden
resistir la fuerza del cielo medio ni la del cielo interior. Lo mismo sucede
con los que habitan el cielo medio respecto al cielo interior.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Swedenborg también habló del concepto de tiempo y de
espacio, a la luz de sus exploraciones. Descubrió que, en el más allá, el
tiempo es solo una variación de estado de consciencia y el espacio es una
diferencia de estado de consciencia. Vayamos primero con el tiempo. En este
mundo, el tiempo no existe. Es cierto que las cosas y los seres cambian, pero
la sucesión de eventos no es una línea temporal. Como he adelantado, Swedenborg
afirma que los cambios que nosotros interpretamos como «tiempo» son variaciones
de estado. Es decir, traducido a un lenguaje moderno, en el más allá solo
existen cambios en el estado de consciencia que, para un observador encarnado
como Swedenborg, son interpretados como una concatenación de sucesos ordenados.
Por eso, si alguien observara a un ángel en un instante determinado y luego
viera cambiar su aspecto, eso significaría que el tiempo habría pasado de un
momento hasta el otro, aunque, en realidad, no existiría tal concepto de
tiempo, sino simplemente el cambio de estado de una apariencia a la siguiente.
Sabiendo esto, la vida eterna de la que disfrutan los ángeles es un hecho
fácilmente entendible. Swedenborg dice que por «eternidad» los ángeles perciben
un estado infinito, no un tiempo infinito. El concepto de espacio les es
igualmente ajeno a los ángeles. Cuando se desplazan de un punto a otro, en
realidad no hay movimiento, sino cambio en su estado.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
En el sueño lúcido y, por tanto, en el más allá, el sujeto
solo puede crear objetos allá donde pone su atención. Donde uno no mira, no hay
nada. Por eso, lo de enfrente es su propio estado de consciencia. Es decir,
dirección y estado son lo mismo. A esa dirección, que es hacia donde uno mira,
unos los llamarán su norte, otros su este, su sur o su oeste.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Las casas son como las de la Tierra, pero más bellas. En
realidad, son creaciones de los propios ángeles con el poder de su pensamiento.
La intención de los ángeles toma la energía del entorno y fabrica las
viviendas, y solo la percepción de un visitante externo acaba interpretándolas
como edificios. Swedenborg nos cuenta que los ángeles del cielo interior, los
más cercanos a Dios, viven en casas situadas en altas montañas. Los del cielo medio
residen en edificios sobre colinas suaves. Y los del cielo exterior viven en
casas construidas sobre pequeñas rocas a nivel del suelo. Todo esto, como
vimos, hay que interpretarlo empleando el concepto de sentido o función.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Otro asunto interesante que trata Swedenborg es el del
matrimonio. Los ángeles, que eran seres humanos en la vida física, también se
unen en parejas y se casan en el cielo. En esto, Swedenborg contradice incluso
al evangelio: Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en
casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo63. Una prueba más
de que los relatos de sus exploraciones eran sinceros, ya que muchas veces
desmentían los postulados de la Iglesia. Sin embargo, Swedenborg encontró que
el matrimonio del cielo es diferente del que celebramos en la Tierra. En el más
allá, cuando los esponsales finalizan, los dos ángeles funden sus consciencias
en una sola. Aunque siguen siendo dos entidades independientes, tienen una sola
mente.
Otra diferencia entre el matrimonio terrenal y el celestial
es que en el cielo los ángeles no tienen hijos. Precisamente por eso,
Swedenborg consideraba que la procreación en el mundo físico era una tarea
sagrada de las parejas humanas, ya que es la única fuente de la que disponemos
para «fabricar» ángeles que continúen poblando el cielo.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Tercer reino: el
infierno
Swedenborg afirma que los humanos que ingresan en el
infierno lo hacen simplemente porque la idea de vivir en el cielo les repugna.
Y que, por tanto, el infierno les agrada intensamente. La naturaleza íntima del
difunto, la que ellos mismos han construido y de la que no pueden escapar, es
la que se acomoda al ambiente y no al contrario. Los que han dedicado su vida a
practicar el mal y solo valoran las cosas materiales, pasan a la otra vida
deseando hacer lo mismo:
También observó que, en el mundo infernal, los seres humanos
no sufren el castigo de seres diabólicos. Esta idea también iba en contra de
todo lo que defendía el pensamiento religioso de su propia época. Swedenborg
vio que los habitantes del infierno se castigan entre ellos mismos. Viven en
una constante lucha, unos contra otros. Por eso, el dolor no es infligido por
criaturas especiales, sino por sus semejantes. Por tanto, los demonios, tal y
como los entiende el cristianismo, no existirían. Los diablos son, según
Swedenborg, simples seres humanos que han optado voluntariamente por el
infierno.
Swedenborg dice que este reino, cuando su mente racional
trataba de poner orden a lo que atestiguaba, le recordaba a una ciudad
infestada de criminales. Allí las violaciones, la tortura y la delincuencia son
la norma. Vio que, a semejanza de las sociedades humanas corruptas, hay ciertos
individuos que se hacen con el poder para controlar al resto. Y que forman
verdaderas organizaciones mafiosas. A sus integrantes se les encarga la misión
de sembrar el miedo entre los habitantes del infierno. Pero nadie está libre. Todos
pertenecen a alguno de estos grupos del mal que, a su vez, están dirigidos por
otros capos similares. Al final, todos hacen daño a todos, continuamente, por
puro placer. Swedenborg dice que, en ciertas ocasiones, algunos ángeles tienen
permiso para bajar a los infiernos y frenar los desvaríos de algunos ciudadanos
a los que la violencia se les va de las manos. Si no fueran detenidos, el
infierno podría llegar a autodestruirse y entonces el equilibrio de todo el
universo correría peligro.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
En cuanto a la estructura del infierno, esta es equivalente
a la del cielo. Así como hay tres cielos, hay también tres infiernos: el
exterior, el medio y el interior. Swedenborg describe profusamente estos tres
círculos infernales, como también hace con los tres cielos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Swedenborg ¡negaba el misterio de la Trinidad! Según le
confesaron los ángeles, Dios no podía ser dividido en tres personas. Quienes
llegaban al cielo y trataban de convencer a otros de este principio, eran
apartados a lugares solitarios hasta que comprendieran la verdadera naturaleza
de los tres aspectos de la divinidad: Dios, Hijo y Espíritu Santo.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Ya vimos que la persona exterior, para Swedenborg, es un
concepto muy específico que él desarrolla a lo largo de sus libros. Se refiere
a la parte de nuestro ser que mostramos hacia los demás, esto es, nuestro
comportamiento social. Por eso, en esta vida física, muchos actúan de una
manera, pero interiormente están pensando otra cosa. Los ángeles le dijeron que
solo puede ingresar en el cielo la persona interior, por lo que es necesario
desprenderse, de alguna manera, de esa otra mitad. Por eso, en este caso,
parece que, cuando habla de regeneración, está hablando de algún proceso de
limpieza que elimina ese falso componente de nuestra personalidad que ya no
necesitaremos en el cielo. Cuando esto ocurre, solo queda del difunto la
persona interior. Por eso, cuando Swedenborg dice que la persona «es concebida
de nuevo» y «es luego llevada en el útero», intercala la expresión «por decirlo
así». Claramente, está empleando una metáfora para simbolizar el surgimiento de
una persona renovada, libre de condicionamientos sociales y apegos. Aunque
otros intenten forzarlo, no hay evidencias que demuestren que Swedenborg tenía
pruebas de la reencarnación.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Swedenborg creía que uno puede hacer las cosas de otra
manera. La clave es que los actos que cometemos durante la existencia física no
son utilizados en un juicio después de la muerte, tal y como admite la Iglesia.
Los ángeles le dijeron a Swedenborg que nuestras acciones no sirven como
pruebas de nuestra salvación o de nuestra condena, sino que sirven para
construir, en vida, nuestra esencia espiritual. Cada acto realizado en la
Tierra es como un «ladrillo» que se pone para levantar nuestro segundo cuerpo,
el vehículo que utilizaremos en la otra vida. Y ¿por qué es esto importante?
Porque, como ya hemos dicho, nuestro cuerpo se comportará después, en el más
allá, como un imán que será atraído por uno de los dos destinos posibles: el
cielo o el infierno.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Swedenborg advierte que la importancia de uno mismo no tiene
nada que ver con la posesión o la carencia de bienes materiales. Por eso, los
ricos no son necesariamente excluidos del cielo. Dependerá de qué tipo de
naturaleza interior hayan construido. Si su atención no está enfocada en el
dinero, sino en auxiliar al prójimo, la autoimportancia será mantenida a raya.
Y, por el contrario, ser pobre tampoco asegura la entrada. Swedenborg conoció
en el más allá a personas que habían padecido una vida en la indigencia, y que
dirigían malos pensamientos contra su prójimo, envidiando sus posesiones de una
manera enfermiza.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Pero ¿y si nos equivocamos y caemos en la autoimportancia?
Al fin y al cabo, no somos perfectos. Cuando esto sucede, estamos contribuyendo
a la construcción de nuestra naturaleza interior, es decir, de nuestro cuerpo
espiritual, con un ladrillo más que puede hacernos sentir atraídos por el
infierno cuando hayamos fallecido. Es aquí donde Swedenborg vuelve a aportar una
visión muy valiosa, para mí una de las más importantes: no debemos
angustiarnos, porque la situación es reversible. A Dios no le preocupa tanto
que hagamos el bien y que amemos la verdad. Dios solo quiere que nos
mantengamos orientados hacia el bien y la verdad. ¿Qué significa esta
expresión? Quiere decir que ¡no es tan grave cometer errores, pecar o realizar
malas acciones! Según lo que Swedenborg escuchó de los ángeles, a Dios le
importa realmente que después de cada uno de tus fallos, te hagas consciente de
lo que has hecho. Esto es, que te des cuenta del error, con todo tu corazón y
que desees no volver a hacerlo. Y si vuelves a caer, Dios tampoco se preocupará
en lo más mínimo siempre que seas juicioso de nuevo. Esto es lo que Swedenborg
denomina estar orientado hacia el bien y la verdad. Tal perspectiva quita mucha
presión, ¿verdad? Pero, de nuevo, alguien podría argumentar que esto ya también
está presente en la doctrina cristiana. El pecado puede ser borrado si hay
arrepentimiento y el feligrés se somete al sacramento de la confesión. Sin
embargo, esto no es lo que propone Swedenborg. Para él, Dios no desea
participar en el proceso de eliminación de los errores cometidos, uno a uno,
tras cumplir una penitencia. Para Dios solo cuenta tu actitud en genérico, es
decir, hacia dónde se orienta tu intención. En mi opinión, esta es una visión
preciosa. No hay pesado de almas, no hay juicio, no hay separación de ovejas
blancas y negras. El ser humano está en esta vida física únicamente para
construir el cuerpo que le permitirá existir por siempre en un lugar
maravilloso más allá de la materia.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Las obras de Swedenborg inauguraron una nueva etapa en el
estudio de la vida después de la muerte. Es, en cierto sentido, el padre del
cielo moderno. Ese es su primer legado.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
En una ocasión, un buen amigo le preguntó si creía que, en
algún momento en el futuro, su pensamiento acabaría siendo valorado. Respondió:
sospecho que será aceptado a su debido tiempo, porque de lo contrario el Señor
no habría revelado lo que ha permanecido oculto hasta el día de hoy.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Cómo influir en
nuestro destino después de la muerte según el modelo de reencarnación de Robert
Monroe.
Robert Monroe también fue un pionero. En mi opinión, fue el
Swedenborg del siglo xx d. C. En un tiempo y en una sociedad en los que no
se hablaba de estos asuntos, este hombre arriesgó su prestigio por divulgar un
fenómeno que, hasta ese momento, no había sido abordado de una manera
responsable. Me refiero a la llamada experiencia fuera del cuerpo. En esta
experiencia, la persona está totalmente consciente mientras se percibe a sí
misma como situada en un lugar diferente. Esta segunda posición puede ser un
punto a pocos centímetros de su cuerpo físico, o un escenario conocido o
desconocido, en cualquier lugar del mundo físico o fuera de él. La experiencia
fuera del cuerpo no es una alucinación, ni imaginación, ni un sueño. Es una
experiencia cuyo protagonista percibe como absolutamente física. Ya he
comentado que la mayoría de los investigadores y practicantes con experiencia
consideran que la experiencia extracorporal es el mismo fenómeno que otros han
llamado proyección astral en el pasado o sueños lúcidos en la actualidad.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Al igual que Swedenborg, gracias a sus viajes fuera del
cuerpo, Monroe pudo construir un mapa del más allá. Lo creó por su propia
tranquilidad, pues necesitaba un esquema que le permitiera avanzar cómodamente
en sus investigaciones. En una primera etapa, Monroe dividió el otro mundo en
tres regiones distintas. Las denominó Área I, Área II y Área III. Aunque
concibió estos territorios como si fueran anillos concéntricos alrededor del
planeta Tierra, Monroe aclara en sus libros que no son lugares geográficos,
sino que representan diferentes estados de consciencia.
Sus primeras experiencias fuera del cuerpo tuvieron lugar en
una réplica del mundo físico. A este plano, Monroe lo llamó Área I o también el
Aquí y el Ahora. En el Área I encontró un mundo conocido, aunque percibido
desde una perspectiva no física. Más tarde, con la publicación de su segundo
libro, recibió el nombre de Zona de Tráfico Local. Con este término quería
hacer referencia a los viajes cortos que uno realiza diariamente dentro de su
pueblo o ciudad de residencia. Todo lo que encontró en esta dimensión fueron
seres y objetos idénticos a los del mundo cotidiano. El Área I era, pues, una
copia de nuestra realidad física de todos los días, una realidad paralela. Para
Monroe, la experiencia de estar en el Área I era como la de estar en el mundo
de la vigilia, pero con la diferencia de que lo veía todo desde un segundo
cuerpo hecho de un tipo especial de materia sutil:
Enrique Ramos
Más allá del más allá
El mapa de Robert
Monroe: el Área I
El Área I, aun siendo una réplica de nuestro mundo, no era
exactamente lo que Monroe había visitado. Por tanto, dedujo que, en una misma
realidad, no podían coexistir personas viajando fuera del cuerpo y personas en
su estado físico.
El mapa de Robert
Monroe: el Área II
Años después, Monroe logró desplazarse más allá de ese
duplicado de nuestro mundo cotidiano. Y encontró que había otro territorio
mucho más vasto, que no se correspondía con la realidad física. Lo denominó el
Área II. Más tarde, Monroe comenzó a llamarlo Zona de Tráfico Interestatal,
incluyendo dentro al Área III, de la que hablaremos más adelante. Aludía, con
este nombre, a las autopistas que conectan los estados de los Estados Unidos y
que reciben el nombre de carreteras interestatales. Estas conectan territorios
con culturas y paisajes muy diferentes, tal y como ocurría en esta vasta
extensión no física que Monroe estaba comenzando a explorar, plagada de mundos
dispares. Entre estos lugares, Monroe pudo explorar lo que ahora denominamos
más allá, es decir, el lugar a donde viajan las consciencias humanas después de
la muerte. Comprendió que el Área II era el ambiente natural del segundo
cuerpo. Era allí donde este realmente encajaba, y no en el Área I. Por eso los
intentos de manipular el mundo físico desde el segundo cuerpo eran siempre un
fracaso.
Monroe encontró que las leyes que rigen este plano son muy
distintas a las que sustentan nuestra realidad cotidiana. Por ejemplo, en el
Área II, las emociones tienen un importante papel. Los miedos, las preocupaciones
y las dudas influyen instantáneamente en el entorno. Por eso, Monroe tenía que
extremar la vigilancia para que sus sentimientos no desestabilizasen el entorno
durante las exploraciones. El Área II comprendía varias subzonas. Unas más
cercanas al mundo físico y otras más alejadas, como si fuesen las capas de una
cebolla rodeando al planeta Tierra. Monroe coincidió con Swedenborg en que el
distanciamiento entre estos estratos no era un asunto de kilometraje, sino que
la diferencia entre ellos era una diferencia de estado, vibración o frecuencia.
La zona más próxima a la realidad cotidiana es lo que Monroe denominó Banda H.
Este no es un lugar en sí, sino más bien un sumidero donde acaban los
pensamientos de todas las personas vivas del planeta. Se asemeja a una banda
radiofónica donde todas las ideas humanas entran y salen caóticamente. Cuando
se penetra en ella, el ruido es casi imposible de soportar.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Después, Monroe localizó una segunda subzona dentro del Área
II: el mundo de los sueños. Fue descrita por Monroe como la región donde
acuden, sin consciencia, las personas durante el sueño ordinario. Pero también
es una zona visitable por cualquiera que controle la experiencia fuera del
cuerpo o sueño lúcido. Monroe vio que el estado de somnolencia en el que se
encuentran los soñadores hacía difícil la comunicación entre ellos y un viajero
consciente. Le parecieron personas drogadas. ¿Era esto la interpretación que su
cerebro hacía al centrar su atención en seres humanos que, en definitiva,
estaban durmiendo plácidamente en sus camas?
Un poco más allá del mundo de los sueños, Robert Monroe
descubrió una realidad ocupada por consciencias cuyos cuerpos aún estaban vivos
en el mundo físico, pero que tenían las capacidades cognitivas afectadas o
dañadas: enfermos en estado de coma, personas alcoholizadas o drogadas, y gente
con todo tipo de demencias. Teniendo en cuenta que, según Monroe, las emociones
son las responsables de crear los detalles de la realidad de todo el Área II,
aquel lugar le pareció muy poco agradable. Así que no quiso entretenerse
demasiado allí.
El siguiente estrato que visitó era inmenso, ya muy distante
de la realidad física (recordemos: distante en vibración). En este lugar,
personas de todo tipo permanecen en un estado de ensimismamiento, enfocadas
hacia dentro. Parecen estar atrapadas en aquella zona, sin posibilidad de
avanzar hacia ningún otro lugar. ¿Qué les ocurre? Monroe descubrió que todas
ellas son personas fallecidas, pero que, por diversas razones, desconocen su
estado o no quieren asumirlo. Algunos de estos individuos han tenido muertes
repentinas, como un accidente de tráfico, un asesinato o una enfermedad
fulminante. Otros han muerto convencidos de que el ser humano es solo materia
física, y que esta queda destruida al final de la vida; es decir, no creen en
la supervivencia de la consciencia. Todas las personas que habitan estos
territorios no han pasado por ninguna fase de transición y aceptación, y por
ello se encuentran en este lamentable estado de suspensión. Debido a que el más
allá es, al fin y al cabo, como una experiencia fuera del cuerpo o un sueño
lúcido, pero sin retorno, el mundo que estas personas perciben es una realidad
absolutamente física. Por eso actúan como si continuaran vivos en el mundo de
todos los días, aunque sin voluntad alguna. En cierto sentido, el lugar se
parece mucho al mundo de los sueños, pues todos actúan de una manera
automática, reproduciendo acciones en bucle en escenas recientes de su vida o
del instante de su muerte.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Otros viajes posteriores le confirmaron que los fallecidos
siempre se mostraban más jóvenes de lo que eran en el mundo físico cuando
habían muerto. De ahí la confusión inicial.
Con el paso de los años, Monroe continuó avanzando. Dejó
atrás esta subzona del Área II donde los difuntos permanecían encarcelados
dentro de sus recuerdos. Encontró miles de otros mundos independientes, donde
grupos de personas vivían simulando sociedades parecidas a las que han existido
en la Tierra. Todos sus habitantes eran conscientes de que habían muerto y de
que, por tanto, ya no estaban en la realidad física. Cada uno de esos mundos
estaba formado por personas afines que convivían según un sistema de creencias
compartido. Monroe localizó grupos que comparten elementos culturales, otros
que profesan las mismas religiones y conceptos de más allá, y otros que tienen
ideas o filosofías de vida parecidas. A todas estas regiones, en global,
decidió llamarlas Territorios de los Sistemas de Creencias.
Aquellas realidades son auténticos mundos completos. Hay
ciudades, casas, calles y paisajes interminables. El aspecto de cada uno de
estos lugares queda determinado por las creencias que sus habitantes comparten
sobre la vida después de la muerte, sobre la religión, y otros asuntos
culturales. Para todos ellos, su mundo es su esperado cielo. Hay, por
consiguiente, un cielo cristiano católico, un cielo cristiano protestante, un
cielo musulmán, un cielo celta, un cielo vikingo… Según Monroe, nadie puede
evitar estar donde tiene que estar, ya que, al morir, los ideales verdaderos de
cada uno lo atraen hacia los territorios habitados por personas que son
compatibles en su sistema de creencias. Este concepto, recordemos, ya aparece
en el modelo de Swedenborg.
Pero las circunstancias de los habitantes de los Territorios
de Sistemas de Creencias distan mucho de ser perfectas. Todos ellos han llegado
allí directamente desde el mundo físico sin pasar por ningún proceso
depurativo. Por eso, la personalidad que han exhibido en vida es transferida al
detalle en la vida después de la muerte. Es decir, cargan con todos los
defectos, vicios, manías y miedos que ya tienen aquí. Así, Monroe encontró que
algunas de estas comunidades estaban formadas por personas que compartían el
amor por el mal. Se preguntó si tales regiones se correspondían con los
infiernos descritos en las culturas antiguas.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Finalmente, más allá de los Territorios de Sistemas de Creencias,
Monroe encontró un lugar maravilloso. Lo describió como un parque muy bello,
con diferentes edificios. Todo en este lugar desprendía armonía, paz y amor.
Por lo que pudo averiguar, era el destino óptimo y final de las consciencias
humanas. Allí se recuperan del trauma de la muerte física con la ayuda de otros
seres de apariencia humana que poseen una sabiduría mucho más profunda. A estas
entidades las llamó ayudantes. Aunque Monroe podría haber estado condicionado
por la visión que se tenía en su época de los ángeles, sus experiencias con
estos seres fueron diferentes. En determinadas ocasiones, lo ayudaban en sus
viajes. Unas veces, los veía y conversaba con ellos; y otras veces solo los
sentía cerca, pero sin percibir su imagen. Lo que sorprendió a Monroe es que no
encajaban en el prototipo moderno de guías espirituales o de ángeles, pues no
se mostraban infinitamente amorosos, al menos si pensamos en el amor como un
sentimiento humano. Eran, más bien, serios y observadores. Pareciera como si
estuviesen permanentemente analizando cada acto que Monroe ejecutaba. Y, aunque
casi siempre procuraron su bienestar, cuando más los necesitó no respondieron a
sus súplicas. Monroe entendió que debían ser entidades muy poderosas que
seguían su propia agenda, no la agenda de los viajeros; un propósito final cuyo
significado era desconocido para él.
Cuando la mujer de Monroe enfermó de cáncer y su estado
empeoró, Monroe decidió dedicarse en exclusiva a explorar ese territorio, al
que denominó El Parque. Necesitaba saber si ese era el mundo al que viajaría su
esposa, en caso de fallecer. Para confirmarlo, volvió a buscar a su amigo el
doctor, para ver qué había ocurrido con él. La última noticia era que estaba en
los Territorios de los Sistemas de Creencias. De haber sido trasladado a El
Parque, tendría al menos una prueba de que los cielos tradicionales no son el
final, sino que existe algo mejor. Provocó una nueva experiencia para localizar
a su amigo, y acabó otra vez en la misma clínica. Preguntó por él, pero le dijeron
que ya no estaba allí. Había pasado un tiempo en esta dimensión transitoria,
que reproducía su centro de trabajo, solo para dar la oportunidad a su
consciencia de adaptarse a la nueva situación. Le indicaron que, una vez pasada
esa fase preparatoria, su amigo había sido trasladado a El Parque. A partir de
ahí, Monroe comenzó a explorar este lugar con mayor asiduidad. Descubrió que es
también una creación del pensamiento humano. Así como creamos este mundo
físico, entre todos, El Parque también está construido con la intención de los
difuntos que ya han logrado superar los límites de su sistema de creencias. Es,
pues, una estructura artificial, pero de carácter objetivo. Es decir, según
Monroe, aquel lugar existe independiente de que creamos o no en él.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Pero, a pesar de todas estas visitas a El Parque, Monroe
comenzó a sospechar que este plano tampoco era el destino último de las
consciencias. De hecho, intuía que nuestra estancia allí podría ser únicamente
temporal, terminando después en la extinción total de la persona. Se planteó si
nuestra energía vital remanente, después de la muerte, podría acabar por
agotarse, poniendo punto final a nuestra existencia. La duración de estas
reservas dependería de la fuerza de nuestra personalidad o de la intensidad con
la que disfrutamos de nuestras vidas físicas:
Por los experimentos no se sabe si todos los que mueren
«van» automáticamente al Escenario II. Además, no existe material probatorio
que indique que la presencia de una personalidad humana en el Escenario II sea
permanente. Puede ser que, al igual que un remolino o un vórtice, perdamos
energía paulatinamente y acabemos disipándonos en el medio del Escenario II una
vez que hemos abandonado el Escenario I (Aquí y Ahora). Es concebible que el
resultado de este proceso garantice el reconocimiento de la inmortalidad en el
sentido de que sobrevivimos a la tumba, pero no para siempre. Quizás, cuanto
más fuerte sea la personalidad, más larga será la «vida» en este estadio diferente
del ser. Por lo tanto, podría ser que la supervivencia sea a la vez una
realidad y una ilusión.
Entonces, si nuestro tiempo de estancia en el otro mundo es
limitado, deberíamos organizar rápidamente un plan para asegurar nuestra
supervivencia. El Parque sería, por tanto, solo un lugar de reposo provisional
que no asegura nuestra evolución, a no ser que nosotros mismos nos preocupemos
por conseguirla. Esto cambiaba mucho la concepción que Monroe había tenido del
más allá hasta esos instantes.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
El mapa de Robert
Monroe: el Área III
El concepto que Robert Monroe denomina Área III es complejo.
Parece no encajar con la serie de ambientes que Monroe solía visitar. Por orden
de cercanía al mundo físico, en cuestión de «frecuencia vibratoria», estos
eran: Banda H, Mundo de los Sueños, Mundos Autocreados, Territorio de los
Sistemas de Creencias y El Parque. Así como estas regiones del más allá son
coherentes en sí mismas y entre sí, el Área III existía independientemente de
todo lo demás.
Monroe comenzó a viajar a este lugar muy desde el principio,
en 1958. Alternaba sus visitas con la exploración del Área I y el Área II.
Describe el Área III como una dimensión muy parecida a nuestro mundo físico,
pero, a la vez, muy diferente. Por eso, Monroe sabía que el Área III no era una
sección más del Área I, ni siquiera una versión del pasado ni del futuro.
Tampoco podría ser el Área II, porque era un mundo tan anodino y estable como
el nuestro. Pensó que quizás fuese algún lugar de otro planeta que había
evolucionado de manera parecida a la Tierra, y que por eso era tan similar.
También valoró la posibilidad de que se tratase de una dimensión paralela que
estuviera expresando una de las infinitas probabilidades o versiones de nuestro
mundo:
(…) el Escenario III resultó ser un mundo de materia física
casi idéntico al nuestro. El medio natural es el mismo. Hay árboles, casas,
ciudades, personas, objetos y todos los demás elementos de una sociedad
razonablemente civilizada. Hay casas, familias, empresas y personas que
trabajan para ganarse la vida. Hay carreteras por donde transitan los
vehículos. Hay trenes y vías. Vayamos con el «casi». Al principio, pensé que el
Escenario III no era más que una parte de nuestro mundo que me era desconocida
a mí y a las demás personas preocupadas por estos asuntos. Tenía todo el
aspecto de ser así. Sin embargo, un estudio más atento demostró que no pudo ser
ni el presente ni el pasado de nuestro mundo de materia física. El desarrollo
científico es muy peculiar. No hay ninguna clase de aparatos eléctricos. La
electricidad, el electromagnetismo y cosas por el estilo son inexistentes. No
hay luz eléctrica, teléfono, radio, televisión ni energía eléctrica.
Explorar este plano resultó ser para Monroe una experiencia
totalmente inmersiva. En uno de sus viajes, vio a un hombre que trabajaba como
arquitecto y, por alguna razón desconocida, se encontró de repente dentro de
él. Es como si hubiera ocupado su cuerpo y el lugar de su consciencia. Monroe
podía pensar como él, sentir como él, reaccionar como él. Es decir, podía
experimentar la vida de este hombre como si fuera la suya, con todas las
consecuencias. Pero, al mismo tiempo, sabía que continuaba siendo Robert
Monroe.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Monroe y la
reencarnación: no es cómo sospechábamos
El modelo de más allá de Monroe tiene puntos en común con el
de Swedenborg. Pero también hay diferencias importantes. Para este último, la
vida en la Tierra y la vida en el más allá son dos existencias únicas. Monroe,
por el contrario, contemplaba algún tipo de reencarnación, aunque, en sus
escritos, no queda muy claro cuál era su modelo exacto.
Monroe comprobó que había tres destinos claros para los
seres humanos después de la muerte. Un porcentaje queda atrapado en los mundos
autocreados. Son los que han tenido un fallecimiento inesperado o traumático, y
los que, en vida, no creen en la existencia del más allá. Un segundo grupo de
personas, aquellos que sí reconocen su muerte, terminan en mundos colectivos
creados por la fuerza del pensamiento humano: los Territorios de los Sistemas
de Creencias, donde conviven con otros que defienden sus mismos esquemas
mentales y pautas de comportamiento. Sus habitantes creen que han llegado al
final, al cielo. Un tercer porcentaje de personas, sin embargo, vuelan
directamente hasta El Parque. Son aquellos que han logrado deshacerse de sus
creencias limitantes. Esto les permite viajar ligeros de equipaje y, por eso,
no se ven atraídos por los reinos consensuados. En este lugar son ayudados a
tomar nuevas decisiones.
¿Qué posibilidades se les ofrece a los que llegan a El
Parque? En principio, dos. Monroe había interpretado que algunas de las
personas que vio en sus viajes eran vidas pasadas suyas, así que adoptó el
esquema tradicional de la reencarnación típico de la Nueva Era. Se dejó llevar
por este exitoso esquema, encajando en él aquellos encuentros. Pero, en
realidad, no tenía pruebas, salvo su intuición de que las vidas anteriores sí
que existían. En línea con este modelo, Monroe asumió que una de las opciones que
tienen los residentes en El Parque es preparar su nueva existencia física en la
que van a reencarnarse. Dedujo que esto implica olvidar temporalmente toda la
información recogida en la vida anterior para que esta no influya en el
desarrollo de la siguiente. El fin de este proceso de renacimiento sería
experimentar diversas encarnaciones hasta darnos cuenta de que son nuestras
creencias las que limitan nuestro verdadero progreso. Monroe descubrió que
incluso seres de todo el universo acogen con beneplácito encarnarse en un
cuerpo humano, sin plantearse otras alternativas, porque el sistema de vida de
la Tierra es altamente adictivo debido a sus intensos placeres y a la velocidad
con la que nos hace aprender. Es algo a lo que resulta difícil renunciar, parecido
a lo que les ocurre a algunas personas cuando juegan, por ejemplo, a una
máquina tragaperras. Después de unas cuantas tiradas dicen «¿y si pruebo una
vez más? ¡Qué divertido!». Y vuelven a caer. Pero, en cualquier caso, la
experiencia en la Tierra es demasiado dura.
La segunda opción que tienen los difuntos que han logrado
acceder a El Parque es permanecer allí para actuar como guías de otros recién
llegados, ayudándolos a recuperarse del trauma de la muerte o a tomar
decisiones importantes sobre su destino. Sin embargo, este concepto de
reencarnación que Monroe había adoptado cambió radicalmente poco después, según
avanzaba su investigación. Se dio cuenta de que el proceso no funcionaba tal y
como hasta ahora había creído. En este giro de pensamiento reside,
precisamente, la excepcionalidad del modelo de Monroe. ¿Qué había ocurrido? Ya
he comentado que, en algunos de sus viajes fuera del cuerpo, había tenido
encuentros especiales con ciertos individuos que él identificaba con sus vidas
pasadas. Uno de los casos que más le impactó fue el de un constructor de
castillos y catedrales en la Francia y en la Inglaterra de la Edad Media.
Muchos de sus trabajadores morían por el esfuerzo o por los accidentes. Así que
se quejó a las autoridades que financiaban las obras. El escándalo que
generaron sus protestas lo condujo a morir decapitado. Años antes de este
descubrimiento, Monroe había viajado a Francia y, al visitar una de sus
catedrales, se puso muy enfermo. Después de la experiencia con aquel
constructor, Monroe atribuyó ese malestar al desgraciado final que había tenido
en esa vida anterior. Pero esta no fue la única confirmación. Un día vio una
fotografía de un castillo de Escocia79. El corazón le dio un vuelco: la torre
que había diseñado para el frontal del nuevo edificio del Instituto Monroe era
exactamente igual a la torre de este castillo escocés que había sido levantado
por un constructor medieval, sin que él hubiera tenido el más mínimo
conocimiento de que dicha construcción existiera. En otras salidas fuera del
cuerpo, tuvo conocimiento de otras supuestas vidas pasadas: un sacerdote de una
antigua religión, un aviador o un marino. Todos ellos estaban en problemas,
pues habían quedado detenidos en los mundos autocreados o en los Territorios de
los Sistemas de Creencias. Monroe los ayudó a salir de allí y los trasladó
hasta El Parque.
Pero se preguntaba si este modelo lo explicaba todo. ¿Estaba
condenada la raza humana a girar en una rueda infinita de reencarnaciones según
el esquema oriental? Esto le parecía demasiado simple y, al mismo tiempo,
excesivamente injusto. Todo dio un vuelco cuando descubrió que ciertos seres
conscientes de gran sabiduría, a los que él había tomado por guías
espirituales, y que lo habían acompañado en muchas de sus exploraciones, en
realidad no eran guías al uso 80: estaban estrechamente relacionados con él,
casi como si fueran vidas pasadas. Supo que previamente habían estado atascados
en las realidades autocreadas o los Territorios de Sistemas de Creencias, y que
luego alguien las había liberado y trasladado a El Parque. Allí habían
adquirido todos sus impresionantes conocimientos. Sin embargo, esta vez, Monroe
tenía la sensación de que él no era el protagonista de esas vidas. En cierto
sentido eran él mismo, pero, a la vez, parecían consciencias independientes.
Pues bien, gracias a las conversaciones que mantuvo con estas entidades, Monroe
descubrió algo revolucionario: no existen las vidas pasadas tal y como las
entendemos actualmente. En verdad, lo que sucede es que cada ser humano
pertenece a una familia determinada de consciencias que han sido creadas con un
mismo «molde». Monroe describió cada una de estas familias como un racimo de
consciencias. Así como un racimo de uvas, por ejemplo, está formado por
diferentes frutos, pero todos son autónomos, o un collar está construido con
varias perlas entrelazadas, pero todas son ligeramente diferentes, así un grupo
de consciencias está compuesto de varias personas que viven o han vivido
físicamente en diferentes épocas. Cada una de esas consciencias es
independiente del resto, pero, a la vez, comparten su destino final con el
grupo. Por eso, todas pueden llegar a recordar las vidas de otros compañeros y
sentirlas como propias, aunque, en realidad, nunca las hubieran experimentado.
Monroe comprendió que esta era la razón de que algunas personas acaben
confundiendo los recuerdos de los compañeros del racimo con las memorias de
auténticas vidas pasadas. A su racimo de consciencias hermanas, Monroe lo llamó
su Yo-Allí.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
A su racimo de consciencias hermanas, Monroe lo llamo su
Yo-Allí.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
La primera conclusión que Monroe extrajo de todo esto es que
los ángeles o guías espirituales, que aparecen en muchas tradiciones religiosas,
existen. Todos tenemos, a nuestro lado, estas entidades que velan por nosotros.
Pero no son lo que pensamos. En realidad, ¡son los miembros de nuestra propia
familia espiritual! Los ángeles que nos cuidan son seres humanos conectados a
nosotros y que han vivido en otras épocas; después de fallecer, han
evolucionado hasta perder su sistema de creencias, lo que les permitió viajar
hasta El Parque.
La segunda información clave que Monroe recibió es que la
más alta misión de todo ser humano es lograr contactar con las otras
consciencias de su racimo y lograr que todas se reúnan en El Parque. El
problema es que algunas de estas otras personalidades, al morir sus respectivos
cuerpos físicos, pueden haber quedado retenidas en los mundos autocreados o en
los Territorios de los Sistemas de Creencias. Por eso, la tarea prioritaria
debe ser rescatar a esas consciencias en problemas y conducirlas hasta El
Parque. Cuando todas están juntas, se produce la fusión de todas ellas, dando
como resultado una única consciencia superior. Esto supone el final de la
evolución humana de cada uno de los individuos y el inicio de un nuevo ser.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Monroe recibió toda esta información de una parte de su
propio Yo-Allí que se encargaba de la comunicación con el resto de los miembros
de la agrupación. A esta inteligencia rectora la llamó EXCOM, acrónimo de la
expresión inglesa que podemos traducir como Comité Ejecutivo del Yo-Allí. Esta
entidad estaba formada por las consciencias del Yo-Allí que ya se habían
liberado de los mundos intermedios. La misión de todo EXCOM es seguir la
trayectoria del resto de miembros de la familia para ayudarles a recordar quién
realmente son. La idea es que, gracias a este apoyo, otros componentes del
Yo-Allí puedan escapar definitivamente del sistema de creencias que los
mantiene encarcelados lejos de El Parque, donde deben reunirse con los demás.
¿Cómo se comunica el EXCOM con el resto de las consciencias? El diálogo se
establece a través de sueños, señales, sincronicidades o de experiencias
espirituales determinadas que el EXCOM provoca sobre los miembros del grupo.
Por ejemplo, a Monroe le ayudaron a desarrollar, sin que él lo supiera, la
capacidad de tener experiencias fuera del cuerpo o sueños lúcidos. Esta habilidad
se convirtió en una poderosa herramienta que, por un lado, le permitió rescatar
a otros compañeros mientras aún vivía; y, por otro lado, le ayudaría a superar
sus propias creencias limitantes para no quedar él mismo retenido en los
primeros planos después de su muerte física.
¿Qué ocurre después de la reunificación de un Yo-Allí?
Monroe le hizo esta pregunta a su EXCOM, en una de sus experiencias fuera del
cuerpo, pero no obtuvo una respuesta clara. Solo le dijo que era necesario
tener paciencia, pues todo sería conocido a su debido tiempo. Pero añadió que
el destino concreto de su Yo-Allí estaba en sus propias manos. Le encargaron
encontrar su verdadero hogar, ya que El Parque no es el final. Este no es más
una construcción ficticia sustentada por la voluntad de las consciencias
humanas que sirve de plataforma para facilitar la reunión de las consciencias
del racimo.
Monroe había sido elegido, por tanto, entre todas las
consciencias de su Yo-Allí, para realizar un viaje más allá de El Parque, con
el fin de encontrar un lugar adecuado para que todos ellos, ya como una única
entidad consciente, continuaran con su existencia. Monroe se puso manos a la
obra, sin saber muy bien qué debía encontrar. Una noche atravesó los
Territorios de Sistemas de Creencias, después transitó por El Parque y continuó
aún más lejos. A partir de ese punto, Monroe narra una experiencia casi mística
muy difícil de entender. Es como si solo hablara para él mismo, pues se nota
que le faltan las palabras. Entre otros sucesos, tuvo un encuentro con otro
Yo-Allí que ya había completado la reunificación y que, por tanto, se
encontraba existiendo en un estado superior, muy lejos del sistema de vida de
la Tierra. También presenció una abertura cósmica por la que percibió una
poderosa presencia. En un principio, pensó que se trataba de Dios, aunque
pronto descubrió que ese no era el auténtico creador de universos, sino una
entidad parcial o inferior. A esta energía la llamó el Emisor, porque sintió
que estar junto a ella era como enfrentarse al poder del sol. Más tarde,
recibió una información trascendental: el verdadero dios, al que Monroe no
llegó a conocer, es una entidad sin nombre a la que todos los Yo-Allí están
obligados a entregar un «regalo» tras la correspondiente reunificación. ¿En qué
consiste este presente? Pues ni más ni menos que en las experiencias vitales
que cada una de las consciencias individuales de los Yo-Allí han generado en
sus respectivas existencias físicas en la Tierra.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Cómo influir en
nuestro destino después de la muerte según el budismo tibetano
El budismo que se practica en el Tíbet tiene orígenes
misteriosos y características muy particulares, que lo diferencian del resto de
ramas del budismo. Parece ser una fusión de la tradición Bon y del budismo
inicial de la India. ¿Qué es la tradición Bon? Es un conjunto de prácticas
budistas que tienen un substrato chamánico cuya procedencia parece estar en
tierras de Irán y Afganistán. En algún momento, el budismo de la India fue exportado
hasta estas regiones. Allí se fusionó con antiguas costumbres procedentes de la
religión persa y una tradición chamánica y animista nativa. Poco después, hacia
el siglo ii a. C., misioneros procedentes de estas zonas asiáticas
penetraron en la región occidental de Tíbet, denominada Tazig, al oeste del
reino de Zhang-zhung, y extendieron este budismo especial que traían con ellos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
En realidad, la tradición original de la India y el budismo
del Tíbet tienen muchos puntos en común, pero también muchas diferencias. Por
eso, dentro del mundo budista, la tradición Bon, que supone el más antiguo
substrato de la corriente tibetana, no tiene buena prensa. Sus orígenes están
en el chamanismo asiático, por lo que ha conservado multitud de creencias
milenarias, como la existencia de dioses, demonios y otros espíritus que
interactúan con las personas y traen las enfermedades. Por eso, los
monjes-chamanes siguen ocupando un lugar importante en la sociedad, ya que son
capaces de mediar entre el mundo de los hombres y el mundo de los muertos,
donde moran diablos y otras criaturas malignas. La magia y los rituales también
ocupan un espacio central, lo que ha hecho que muchos occidentales se sientan
atraídos por sus misterios. En comparación, el budismo tradicional parece, para
algunos, un poco descafeinado.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Como ya he comentado, la tradición tibetana tiene una
intensa preocupación por la muerte y los ritos funerarios. Estos asuntos
adquieren, en el Tíbet, una relevancia casi étnica. Su conocimiento sobre el
más allá es tan detallado que parece que alguien hubiera regresado del otro
mundo para contarlo. El origen de este saber hay que buscarlo en el legado
persa, que fue transmitido durante la expansión del budismo hacia tierras
afganas e iraníes. Sabemos que los antiguos persas eran unos verdaderos
expertos en los viajes espirituales hacia las regiones celestiales e
infernales. Pocos pueblos han generado tantos relatos de exploradores que, durante
experiencias fuera del cuerpo, visitaron el más allá para traer consigo
información detallada. Estas prácticas, de corte totalmente chamánico,
permanecieron entre la población durante mucho tiempo después, a pesar de la
reforma de Zoroastro.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Las enseñanzas generales del budismo tibetano sobre la
muerte siguen el siguiente esquema: en cada vida física, las personas van
acumulando deudas por los errores cometidos con respecto a ciertas leyes
universales. Estas faltas reciben el nombre genérico de karma. En realidad, el
karma es el resultado de nuestra identificación con los objetos de este mundo.
Según el budismo, el plano físico es pura ilusión. Sin embargo, no somos
conscientes de ello y nos dejamos atrapar por su aspecto material, lo que
desemboca en una poderosa idea del yo. Esta identificación conduce al
sufrimiento.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Todo el conocimiento sobre el más allá tibetano fue
registrado en un texto sagrado: el Libro tibetano de los muertos. El verdadero
nombre de este texto es Bardo Thodol, que se traduce como La salvación mediante
la escucha mientras se permanece en el estado intermedio. Se desconoce su
origen exacto. La tradición lo atribuye a Padma Sambhava, uno de los más
grandes maestros budistas que vivió en el siglo viii d. C. Dicen que este
sabio lo enterró para protegerlo y que fue encontrado más tarde, en el siglo xi
d. C. Pero esto no está claro. Tiene el aspecto de ser solo una historia
inventada para concederle al texto la reputación que se merece. De hecho, los
expertos coinciden que es mucho más antiguo de lo que esta historia pretende;
seguramente fue compuesto dentro de la tradición Bon, pues claramente tiene
influencias de un chamanismo ancestral.
Cuando uno lee sus versos, se da cuenta de que contiene un
valioso conocimiento sobre la vida después de la muerte que no puede ser fruto
de la imaginación de nadie. Parece más bien el resultado de auténticos viajes
espirituales de uno o más exploradores antiguos, posiblemente monjes-chamanes,
que obtuvieron información en sueños lúcidos y en meditaciones especiales. Pero
esto no es una mera suposición: tengamos en cuenta que algunas ramas del
budismo, como la tibetana, practican el llamado yoga de los Sueños, término
equivalente a los sueños lúcidos del mundo occidental. La única diferencia
entre el yoga de los Sueños y los sueños lúcidos es que, en el budismo, estos se
emplean exclusivamente con motivos espirituales y nunca por motivos
recreativos. Un posible vestigio de la existencia de estos soñadores lúcidos
antiguos podría ser la figura de los délok. Esta palabra significa el que ha
regresado de la muerte. Se trata de personas que, por a causa de una enfermedad
u otras razones, han entrado en un estado comparable al de la muerte y han
vuelto poco después para contar su viaje por el más allá. En muchos casos, se
trata de experiencias cercanas a la muerte, pero en otros estaríamos hablando
de viajes fuera del cuerpo o sueños lúcidos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
El Bardo Thodol fue diseñado para ser leído en presencia de
una persona que está a punto de fallecer o que ya ha muerto. De hecho, es
recomendable leerlo en voz alta durante cuarenta y nueve días después del
tránsito, pues ese es el tiempo que el difunto está recorriendo el más allá;
según la tradición tibetana, una persona puede seguir escuchando sonidos aun
después de muerta. El propósito de la lectura es dar seguridad a la consciencia
del difunto, ya que el texto va describiendo con mucho detalle todo lo que está
a punto de encontrar en la otra dimensión y ofrece consejos para superar los
obstáculos. Pero, aunque el libro está destinado a los moribundos y fallecidos,
es también objeto de estudio y meditación para los vivos que desean prepararse
para su último viaje.
Es necesario aclarar, antes de continuar, que en el budismo
no existe el concepto de alma como lo conocemos en las religiones occidentales:
un vehículo imperecedero. El mismo Buda negó la realidad de cualquier elemento
permanente en el ser humano. Según sus enseñanzas, todo es efímero. Por eso, no
puede existir en nosotros un componente espiritual que haya existido y exista
por siempre. Sin embargo, el budismo sí que cree en algo que sobrevive a la
muerte y que se reencarna. El término empleado para nombrarlo es anatta. Esta
palabra no tiene una explicación sencilla, aunque podría traducirse como
no-yo81. La mejor forma de comprender este concepto es pensar en un objeto
físico cualquiera. Por ejemplo, un teléfono móvil. Este está construido con
multitud de piezas y mecanismos: circuitos integrados, lentes para la cámara,
la carcasa y otros muchos. Ninguno de estos elementos por separado es el
teléfono. Todos juntos hacen el objeto. Pero no hay tal objeto. Visto así, no
podemos decir que exista nada que podamos llamar teléfono móvil: solo hay una
serie de elementos independientes que, unificados, dan lugar a la idea de
teléfono. De la misma manera, el ser humano es un conglomerado de cinco partes:
la materia o forma, los sentimientos, las percepciones, la mente y sus
acciones, y el conocimiento consciente de sí mismo. Ninguno de estos elementos
es el ser. Es decir, no podríamos decir que el ser es únicamente la mente y sus
acciones, porque si faltaran las percepciones, por ejemplo, ya no podríamos
hablar de una persona. Por tanto, cuando alguien renace en otro cuerpo, lo que
se ha encarnado no es la misma persona. Es cierto que tendrá algo de su
esencia, pero no es exactamente ella.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
En verdad, todo esto es muy difícil de comprender para un
occidental. De hecho, nos movemos por terrenos inestables, ya que las diversas
ramas del budismo ni siquiera están de acuerdo sobre qué es lo que se
reencarna.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
El trayecto por el otro mundo, según este libro sagrado,
pasa por varias fases llamadas bardos. El título original del libro, Bardo
Thodol, incluye esta palabra, un concepto fundamental para entender el
pensamiento budista sobre el más allá. El término hace referencia a un estado
entre estados o a un estado intermedio; no hay una mejor traducción. En la
existencia de todo ser humano hay seis bardos, tres durante la vida y tres
después de la muerte. Los bardos de la vida son el bardo del nacimiento, el
bardo del sueño y el bardo de la meditación. Los bardos de la muerte son bardo
del morir, el bardo del dharmata y el bardo del devenir. El bardo del
nacimiento es el periodo entre el nacimiento físico y la muerte. El bardo del
sueño es el que experimentamos entre el momento de dormir y el despertar por la
mañana. El bardo de la meditación discurre entre la entrada a un estado
profundo de consciencia y la salida de él. Los otros tres bardos,
correspondientes a la muerte, son los que ahora nos interesan. Analicemos estos
estados uno a uno.
El bardo del morir es el estado que comienza en el instante
del fallecimiento y que termina cuando la consciencia del sujeto se topa con
una luz intensa y pura, llamada la Luz Clara. Las enseñanzas budistas comparan
el momento de morir con el momento de dormirnos. Cuando conciliamos el sueño,
caemos inconscientes y nos dejamos llevar por las imágenes oníricas. Dejamos de
ser nosotros mismos, para convertirnos en marionetas del sueño. Pero algunos
individuos adecuadamente entrenados, cuando se disponen a dormir, son capaces de
penetrar en el sueño con lucidez, sabiendo quiénes son y qué deben hacer a
partir de ahí: son los soñadores lúcidos. Pues bien, esto es muy parecido a lo
que sucede con la muerte. La mayoría de las personas caen en un estado tan
profundo que no reconocen la Luz Clara cuando esta se presenta. A semejanza de
los soñadores lúcidos, que son capaces de tomar las riendas de su experiencia,
los textos sagrados instan al difunto a no perder la consciencia en el tránsito
y a penetrar en esa luminosidad.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Por el contrario, una persona que no ha sido entrenada
pasará de largo sin percibir la Luz Clara, o bien huirá asustada por su
imponente radiación. ¿Por qué? Porque carecen de voluntad y de lucidez. Para
ellas, los bardos de la muerte son como un sueño profundo o una pesadilla. Así
que fracasan en reconocer la Luz Clara, lo que los conducirá al segundo bardo,
el bardo del dharmata. Este comienza en el momento de la desaparición de la Luz
Clara y finaliza con la preparación de la siguiente reencarnación. En esta
etapa, múltiples visiones abordan al fallecido. Primero, los siete budas, cada
uno de un color. El Libro tibetano de los muertos dice que estas imágenes son
una segunda oportunidad de liberación, después de haber desaprovechado la
aparición de la Luz Clara. El objetivo, en este caso, es tratar de
identificarse con una de esas entidades sagradas. Si el difunto se deja acoger
por ellas, se convertirá en un bodhisattva, término que designa a un ser
superior cercano a la condición de Buda. Y, entonces, también quedará libre de
la rueda del renacimiento. Esto, salvo que la persona decida, como acto de
compasión, reencarnarse voluntariamente en el mundo físico, por última vez,
para iluminar y ayudar a otros. Pero si el karma de la persona es pesado, en
lugar de prestar atención a estos seres benéficos, será presa de sus propios
miedos y terrores, que tomará por reales. Estos adoptarán la forma de
demonios-buda terribles, denominados Herukas. El fallecido debe reconocer estas
apariciones como puras alucinaciones, si es que quiere superar la nueva prueba.
Si no lo logra, la persona sucumbirá ante ellas, y los siete Budas, con los que
debería haberse identificado, desaparecerán.
Tras este otro fracaso, el difunto es trasladado
inmediatamente al siguiente bardo, el bardo del renacimiento. En este estado,
el difunto será dotado con un cuerpo. Será una réplica del físico, pero sin
defectos ni deformidades. Eso sí: los textos dejan claro que este vehículo es
solo creación de la mente, como otras muchas cosas que la persona encontrará
durante el trayecto. Ahora, la persona siente que debe viajar al mundo
material. Visita a sus familiares como un fantasma, e intenta relacionarse con
ellos. Es en este momento cuando se hace consciente de su verdadera condición,
pues hasta ahora había estado como dormido, sin suficiente lucidez para manejar
su capacidad crítica. Por fin, asume que está muerto. Y se llena de una
profunda tristeza. Desea intensamente regresar con los suyos, pero no puede
tocar nada ni nadie lo escucha. Cuando la desesperación toca techo, aparece el
rey de todos los demonios: el Señor de la Muerte. Acude con su séquito para
juzgar la vida física anterior del difunto. Pero, en realidad, esos seres
demoníacos no existen: solo están en su mente. El muerto, que cree que va a ser
torturado por su mal karma, generará su propio castigo de manera inconsciente.
Si hubiera sido debidamente instruido en vida, sería capaz de reconocer que
estas visiones son solo una ilusión. Y, entonces, habría tenido una tercera y
última oportunidad de escapar del ciclo de las reencarnaciones. Pero la mayoría
de las personas no ha recibido esa instrucción, así que la situación se hace
insoportable. La solución más inmediata para escapar de ahí lo antes posible
que se le ocurre al fallecido es tirarse de cabeza hacia una nueva vida física.
Y, entonces, este deseo lo atrae hasta las puertas de la reencarnación.
Nuestro mundo físico es solo uno de los seis reinos en los
que un difunto puede renacer. Todos ellos son mundos colectivos. Es decir, están
habitados por seres con un karma similar. Es el karma acumulado lo que
determina que cada individuo acceda a uno u otro plano. Pero en todos estos
lugares, la estancia es solo temporal. Aunque sea muy larga, de cientos de
miles de años, sus habitantes tendrán que volver a reencarnarse en algún
momento.
El primer mundo es el reino de los dioses. Sería comparable
a lo que nosotros llamamos «cielo». Es un lugar maravilloso, un paraíso.
Únicamente se permite la entrada a personas con un karma muy depurado.
El siguiente reino es el de los titanes. Allí acaban las
personas que han realizado grandes hazañas. Aunque este lugar también parece un
cielo, sus moradores tienen un peor karma y, por eso, las rencillas son
frecuentes.
El tercero es el mundo de los hombres. Aquí vuelve quien
tiene un karma equilibrado: un mismo número de acciones buenas y malas. Le
serán mostradas muchas parejas practicando sexo. Es el momento de que elija a
sus nuevos padres para encarnarse justo en el momento en que ocurra una de esas
inminentes fecundaciones. El Libro tibetano de los muertos insta a la persona a
escoger muy bien a sus nuevos padres. Debe rehuir a las parejas cuyas
condiciones de vida le vayan a proporcionar aún más karma negativo. Pero muchos
no atienden a esta recomendación y seleccionan solo en función de sus impulsos.
El cuarto mundo es el reino animal. Según algunas ramas del
budismo, un mal karma puede hacerte renacer en otra especie. El quinto y el
sexto son el reino de los fantasmas hambrientos y el de los demonios,
respectivamente. Son algo parecido a lo que llamamos infierno. Solo aquellos
con un karma desastroso finalizan aquí su trayecto.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Primer recurso para
escapar del destino común: reconocer el camino
Reflexionando más en profundidad, lo entendí. Veamos: un
soñador lúcido o un difunto, aunque viaje sin ideas predefinidas y con las
emociones mantenidas a raya, lleva consigo un proceso de pensamiento
inconsciente que sigue siempre ahí, haciendo de las suyas. Así que sus miedos y
sus fobias pueden acabar saliendo igualmente, fabricando un escenario concreto
que puede llegar a asustarlo. ¿Por qué? Precisamente porque no estaba esperando
que aparecieran dichas emociones. Esta es la clave. Por eso, los monjes,
gracias a su experiencia con los sueños lúcidos, dedujeron que es preferible
encontrarse con algo conocido que no con algo inesperado que, de todas maneras,
va a manifestarse. Por eso, lo más inteligente, pensaron, es prediseñar y
elegir las formas que los obstáculos de los bardos deberían adoptar. Así que
fabricaron variadas representaciones pictóricas, de carácter genérico, que
podrían funcionar bien para cualquier persona integrada en la cultura tibetana.
Si estas son convenientemente memorizadas, una vez en el bardo, las emociones
comenzarán a tomar forma de una manera dirigida. Habiendo delineado previamente
estos impedimentos, será fácil reconocerlos como una creación propia y, por
tanto, se tornarán inofensivos. Un ejemplo de estas imágenes prediseñadas son
los mandalas82, empleados como apoyo a la meditación mientras se lee el Libro
tibetano de los muertos. Pero, además de esta inteligente treta, los monjes
inventaron otra serie de prácticas que mejoran sus probabilidades de éxito en
el más allá. Las llamaron yogas. Todas ellas forman parte de una antigua
tradición cuyo origen algunos adjudican al mismo Buda y otros a ciertos
maestros espirituales del budismo. Son el Yoga del Calor Psíquico, el Yoga del
Cuerpo Ilusorio, el Yoga de los Sueños, el Yoga de la Luz Clara, el Yoga del
Estado de Posmuerte y el Yoga de la Transferencia de Consciencia.
Segundo recurso para
escapar del destino común: meditaciones especiales
Practicar la meditación profunda implica conocer los métodos
específicos para entrar en estados de consciencia muy alejados de los que
producimos en nuestra actividad de vigilia. Los monjes budistas crearon
diferentes tipos de meditación como ayuda para superar el viaje post mortem.
Veamos qué prácticas diseñaron para tal fin. Según el Libro tibetano de los
muertos, el miedo es una de las causas principales por las que los fallecidos
no son capaces de reconocer las diferentes oportunidades que el más allá les
ofrece para escapar de un nuevo renacimiento. Ya hemos comentado que el otro
mundo, desde la perspectiva budista, funciona exactamente como un sueño. En el
caso de las personas corrientes, es como un sueño ordinario; en el caso de los
monjes, es como un sueño lúcido, es decir, con pleno control. En ambos casos,
esto implica que las emociones afectan al entorno, siendo responsables de crear
parte o la totalidad de la nueva realidad que se está atestiguando. El miedo
empuja a nuestro pensamiento a perder el control, lo que produce continuas
alucinaciones; en ocasiones, estas pueden ser espantosas. El pánico que estas
visiones generan vuelve a alimentar al pensamiento que, a su vez, fabrica más y
más alucinaciones en un bucle sin fin. En la vida física, sabemos que una
persona aterrada no puede enfocar su atención en nada en concreto. El budismo
tibetano asegura que es exactamente esto lo que les sucede a los difuntos. Y al
perder la capacidad de enfocarse en una tarea, por causa de las visiones, pasan
de largo ante la Luz Clara y ante los siete Budas, que son las dos principales
puertas para escapar del ciclo de las reencarnaciones. Para solucionar todo
eso, los monjes echaron mano de un antídoto: la atención plena. Es lo que ahora
llamamos mindfulness. Este tipo de meditación no es nada reciente. Ha sido
practicada durante siglos. Los budistas lo llaman drenpa, que traducido
significa recordar. Porque de eso se trata: de recordarnos que no tenemos la
atención centrada en el instante presente, sino que nuestros pensamientos vagan
sin control. Si uno es capaz de integrar este tipo de meditación en su vida física,
tendrá muchas posibilidades de dominar las emociones durante los bardos, lo que
le habilitará para alcanzar destinos alternativos.
Curiosamente, la estrategia opuesta al mindfulness también
es efectiva. Es lo que proponen los monjes en otro tipo de meditación. Consiste
en generar pensamientos voluntariamente, pero de manera caótica. Cuando la
mente ya está repleta de ellos, los monjes comienzan a observarlos sin sentirse
atrapados por esa corriente salvaje de ideas. Según la descripción de los bardos
que hace el Libro tibetano de los muertos, es precisamente esto a lo que los
difuntos tienen que enfrentarse. Debido a la intensidad de esta clase de
meditación, es recomendable que su duración no sea superior a unos pocos
minutos. Otro ejercicio consiste en meditar sobre la propia muerte y la muerte
de personas allegadas. En un estado profundo de relajación, los monjes
reflexionan sobre el momento de su fallecimiento. Lo mismo hacen con la muerte
de familiares y amigos, imaginando cómo será asumir que algún día ya no estarán
en este mundo. En otros tipos de meditación se busca alcanzar la experiencia
denominada pura mente. El objetivo es experimentar la Luz Clara antes de
fallecer, para lograr reconocerla durante el primer bardo de la muerte.
Recordemos que la Luz Clara es la primera puerta para escapar del renacimiento
cíclico. También hay meditaciones extremas, en las que se intenta reproducir un
estado simulado de muerte bajando la intensidad de la respiración y el ritmo
cardiaco hasta un nivel casi imperceptible. El fin es que el monje se
acostumbre a estas sensaciones que indican la proximidad de la muerte. De esta
manera, será posible reconocer la entrada a los bardos de una manera lúcida y
consciente para lograr el control del viaje. Algunas meditaciones están
diseñadas para aprender a escapar de la reencarnación durante el bardo del
devenir, justamente cuando estamos a punto de elegir unos nuevos padres. Ya
vimos que, si el difunto no ha sido instruido según las enseñanzas del Bardo
Thodol, querrá liberarse rápidamente de los ataques de los demonios, a los que
habrá tomado por entidades reales. Así que elegirá precipitadamente a cualquier
pareja, con tal de marcharse de allí. Pues bien, el Libro tibetano de los
muertos da instrucciones precisas para meditar de una manera concreta, en esos
instantes, con el objetivo de escapar del inminente renacimiento y alcanzar el
nirvana. Emplear este recurso es lo que se denomina, en la jerga budista,
cerrar la puerta del útero. El problema es que, como he dicho, estas
meditaciones no solo deben ser practicadas frecuentemente durante la vida
física, sino que deben hacerse, sobre todo, en el instante en el que se está a
punto de escoger a los nuevos progenitores de entre todas las parejas que están
haciendo el amor en la Tierra. El difunto debe tener, por tanto, el
adiestramiento adecuado para recordar que tiene que meditar precisamente en ese
momento y de una determinada manera.
Tercer recurso para
escapar del destino común: el último pensamiento importa
De algunos discursos atribuidos a Buda puede deducirse que
el comportamiento que una persona muestra en vida es el responsable del estado
mental en el que esta muere. Dado que los bardos son estados tremendamente
influenciables por las emociones, el budismo advierte que necesitamos controlar
muy bien nuestros últimos pensamientos en vida, ya que podrían condicionar
también nuestro destino final en el más allá. La importancia del último
pensamiento no surgió solo como conclusión de las palabras de Buda. Apareció,
también, como una consecuencia lógica de reflexionar sobre la equivalencia
entre sueño y muerte.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
¿Qué pequeñas cosas podemos hacer para asegurarnos un mejor
control de nuestros pensamientos en el momento de la muerte? Según las
enseñanzas budistas, tenemos que comenzar por deshacernos de nuestra obsesión
por los bienes materiales. Si hay tiempo suficiente, podemos arreglar el
reparto de nuestras posesiones, ayudar a nuestros allegados y resolver los
conflictos que tengamos con otras personas. Pero si esto no es posible, porque
hemos recibido el aviso de una muerte inminente, es suficiente con reflexionar
sobre la futilidad de las posesiones. Engancharse a los objetos de este mundo
actúa, durante los bardos, como un ancla que tira de nosotros hacia la
reencarnación. También, en esos instantes críticos, podemos hacer un esfuerzo
por llenar nuestra mente solo con pensamientos de amor, compasión y gozo, dando
las gracias a los amigos y familiares por haber estado a nuestro lado. También
es conveniente dar vueltas a la idea de que la vida física es una ilusión y que
todo lo que ocurra en los bardos, que transitaremos a continuación, será
igualmente una alucinación.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Sobre todo, morir debería ser un acto lo menos estresante
posible. Por eso, los budistas intentan crear un entorno externo agradable para
el moribundo, tanto física como psicológicamente, que promueva las emociones
positivas.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Cuarto recurso para
escapar del destino común: despertar en la muerte
Tanto el sueño como la muerte son bardos, ya que constituyen
lugares o estados intermedios. La muerte transcurre desde el fin de la vida
física hasta el renacer en un nuevo cuerpo. El sueño, de la misma manera,
acontece desde el momento de la pérdida de consciencia hasta el instante del
despertar por la mañana. Pues bien, según el budismo, morir y dormir son
equivalentes. Ciertamente, al iniciarse el bardo de la muerte, sucede el
apagado gradual de los sentidos. Poco a poco, estos van dejando de operar y de
proporcionar información al cerebro. Por eso, en un instante dado, la realidad
de vigilia colapsa y la consciencia se traslada a otra realidad. Es exactamente
lo mismo que ocurre durante el sueño. Los sentidos físicos se apaciguan y, de
repente, la lucidez desaparece. Entonces, la persona comienza a soñar. Y
sabemos qué le ocurre a una persona que se duerme. De ahí, el budismo infiere
lo que nos sucederá después de la muerte. La consciencia se traslada a otra
realidad en la que carece de identidad propia, de la voluntad de actuar y de la
capacidad de decisión. La persona deja de tener control sobre lo que le sucede.
Se deja llevar por los acontecimientos, sin que pueda cambiar nada. Así son los
sueños y así es el más allá.
Del despertar de la noche, también puede deducirse lo que
nos ocurre cuando atravesamos los tres bardos de la muerte sin éxito y nos
vemos obligados a reencarnarnos. Despertar es equivalente a renacer.
Ciertamente: al regresar a la vida de vigilia por la mañana, pocos tienen
capacidad de recordar los sueños, o solo traen pedazos de información sin
sentido. Así ocurre con nuestro tránsito por el más allá: es como si fuera una
noche cualquiera, en la que la mayoría de las personas deambulan como si
hubiesen sido desconectadas. Después, cuando aparecen ocupando un nuevo cuerpo
y una nueva vida, recuperan toda su lucidez y toman el control de su realidad,
pero no recuerdan nada de ese periodo previo, tal y como ocurre cuando
despertamos en la cama cada mañana. Así como algunas personas son capaces de
recordar sus sueños, algunos difuntos, cuando inician una nueva existencia
física, parecen recordar pequeños detalles de su vida anterior o incluso del
periodo entre vidas.
Otra interesante analogía que sugiere la equivalencia entre
muerte y sueño nos remite al bardo del devenir, cuando el difunto tiene que
escoger unos nuevos padres de entre la multitud de parejas practicando sexo.
Dijimos que la urgencia de los fallecidos por escoger lo antes posible y
comenzar una nueva vida física es consecuencia de los ataques de los demonios,
que los torturan por su karma negativo. Pero estos demonios no son reales,
aunque el fallecido no lo sabe porque no dispone de suficiente lucidez. Es lo
mismo que sucede cuando tenemos una horrible pesadilla. ¿Qué es lo que deseamos
hacer en esos momentos? Despertar lo más rápidamente posible y regresar a
nuestra vida de vigilia. Así, en la muerte, lo que más ansiamos es regresar a
la vida, para librarnos de todos los terrores que nos amenazan.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Ya adelanté que hay una diferencia interesante entre el
concepto budista y los sueños lúcidos. En nuestra sociedad, estos tienen
múltiples aplicaciones. Hay personas que usan los sueños lúcidos para
divertirse y eliminar estrés. Para otros, es un medio efectivo de resolver
problemas o de obtener información de cualquier tipo. Pero solo unos pocos
advierten que es, posiblemente, la mejor herramienta que tiene un ser humano
para avanzar en el camino espiritual. Este es, precisamente, el sentido que el
budismo tibetano da a los sueños lúcidos, a los que considera como un medio de
transformación personal y, sobre todo, un medio para dirigir nuestro destino
después de la muerte.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Quinto recurso para
evitar el destino común: no olvidar quién eres
Como hemos visto, de acuerdo con las creencias del budismo
tibetano, las personas que carecen de control durante el viaje por los tres
bardos del más allá asumen sin remedio el destino común de la reencarnación.
Este final no es el más deseado, precisamente. Aunque a través de este ciclo
también se puede alcanzar el nirvana, es un proceso largo y penoso. ¿Quién
desea vivir cientos o miles de existencias físicas, con todos sus pesares, sin
recordar ni un detalle de sus vidas anteriores? La clave, ya lo vimos, es
despertar en la muerte. Pero adquirir lucidez es solo el primer paso. También
es imprescindible conservar la personalidad intacta. Es decir, pasar al otro lado,
sabiendo quiénes somos, con todos nuestros recuerdos y vivencias. Al igual que
cuando dormimos perdemos la noción del yo y nos convertimos en marionetas del
sueño, esto mismo le ocurre a la mayoría de las personas que fallecen.
Transitan por el otro mundo habiendo perdido el conocimiento de su identidad.
La preocupación por la pérdida de los recuerdos en el más allá no es exclusiva
del budismo tibetano. Está también muy presente, por ejemplo, en la visión
egipcia del más allá. Estoy convencido de que el cuidado por preservar en
perfectas condiciones la momia y las inscripciones con el nombre del difunto
tuvo su origen en este asunto. Los textos funerarios dicen que el espíritu del
fallecido viaja hasta la tumba para reconocer su cuerpo inerte antes de emprender
el viaje hacia el más allá. Conservar la momia en buen estado y asegurar la
presencia de rótulos con el propio nombre sería la mejor manera de que el
difunto se recordase a sí mismo. En cualquier caso, el concepto de olvido
después de la muerte parece ser universal. Muchas culturas conservan relatos de
personas que viajaron al más allá, pero que olvidaron quiénes eran y de dónde
procedían. Casualmente, esto siempre era consecuencia de haber tocado, manejado
o utilizado los objetos de esa otra dimensión, o de interactuar con sus
moradores. En muchas leyendas se advierte al protagonista que no debe probar,
por ejemplo, la comida, porque ello le impediría regresar al mundo de los
vivos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Para que un soñador lúcido pueda convertir su sueño
ordinario en una realidad auténticamente física, es necesario que lo
estabilice. Para ello, puede aplicar diversas técnicas. Casualmente, todas
ellas se basan en el uso de los objetos del entorno. Cuanto más se utilicen las
cosas que uno tiene a su alrededor, mayor nivel de realidad se conseguirá para
el sueño lúcido. Si hay alimentos, es positivo comerlos. Si hay bebidas,
tomarlas. Si hay diferentes superficies y texturas, palparlas. Es decir, se
trata de intensificar los impulsos sensoriales utilizando las cosas del
entorno. Esto no puede ser una casualidad. Pero también sabemos que, si uno «se
pasa de rosca», es posible que la sensación de realidad sea tan intensa que
acabe borrando el recuerdo del mundo físico del que se procede. Es lo que
llaman, en la jerga de los soñadores lúcidos, profundizar en los diferentes
niveles de sueño o, lo que es lo mismo, dormirse dentro del sueño y soñar que
te despiertas dentro del sueño. Yo mismo he tenido alguna de estas
experiencias, y no fueron precisamente agradables.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Sexto recurso para
evitar el destino común: o todo es real o todo es una ilusión
Los monjes también practican el yoga de los Sueños para
comprender más rápidamente que todas las realidades son ilusorias. En un sueño
lúcido, puedes dar una orden y hacer que un objeto aparezca. Puedes emitir otro
mandato y ese mismo objeto se desvanecerá. Esto te enfrenta, directamente, a la
idea de que no hay nada permanente. Y, teniendo en cuenta la equivalencia entre
sueño y muerte, lo que aplica a los mundos construidos en sueños lúcidos
también aplica a los bardos. Por ello, la práctica de este yoga convence a la
mente de que el más allá tiene la consistencia de un sueño consciente. El monje
que ha sido entrenado de esta manera, cuando fallezca, habrá perdido el miedo y
su atención quedará libre para atender las llamadas de la Luz Clara o de los
siete Budas.
Pero el yoga de los Sueños tiene aún más ventajas: ejercita
la capacidad de concentración. Si un soñador lúcido desea mantener la
experiencia por el mayor tiempo posible, debe luchar por enfocar su atención en
un propósito concreto y evitar las distracciones que causa la segunda realidad.
No sabemos muy bien por qué, pero el otro mundo tiene la capacidad de absorber
nuestra lucidez atrayendo nuestra mirada sobre los pequeños detalles de los
objetos de nuestro entorno. Persistir en el intento de no distraernos supone un
esfuerzo considerable. Pero, si se logra, habremos incorporado una poderosa
herramienta que nos servirá de mucho en la vida más allá de la muerte, ya que
el Libro tibetano de los muertos advierte que nuestro mayor enemigo en el viaje
post mortem es precisamente la distracción. La ausencia de este entrenamiento
en sueños lúcidos o yoga de los Sueños hace que los difuntos vaguen de un lugar
a otro, atraídos por cada cosa que se encuentran (demonios, luces,
estructuras), hasta que estas atrapan su atención sin remedio. En un sueño
lúcido, esta falta de práctica se traduce en que el practicante despierta
rápidamente en la realidad física. En el caso de los difuntos, ocurre
exactamente lo mismo, ya que provoca también un despertar, pero esta vez en un
nuevo cuerpo físico: es la reencarnación.
El yoga de los Sueños también permite trabajar aspectos de nuestro
ser espiritual de una manera más rápida y efectiva. Los efectos de las
meditaciones son mucho más potentes en un sueño lúcidos que cuando se hacen
partiendo desde el estado de vigilia. Por eso, los monjes practican sus
meditaciones habituales dentro de los sueños lúcidos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Séptimo recurso para
evitar el destino común: plantearse la realidad de vigilia
Todas las prácticas anteriores ponen al monje en disposición
de poder replantearse las prioridades. ¿Cuál es la base de nuestra existencia?
¿Es la realidad de vigilia o son las realidades alternativas, como el más allá?
El monje que ha sido instruido en todas aquellas técnicas sabe, no como un
ejercicio intelectual, sino como un conocimiento casi celular, que este mundo
físico es un sueño. Cuando estamos aquí, presentes en la realidad de vigilia,
en realidad estamos dormidos, pero no lo sabemos. Solo podemos saberlo cuando
probamos a despertar y comparamos. Y esto solo es posible de tres maneras:
practicando el yoga de los Sueños (los sueños lúcidos), en una experiencia
cercana a la muerte o justo después de morir. Este nuevo paradigma es imposible
de asimilar si no se ha tenido una de estas experiencias.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Octavo recurso para
evitar el destino común: la transferencia inmediata de la consciencia
Hemos visto que el budismo tibetano ofrece, al menos, cuatro
alternativas para romper el ciclo de las reencarnaciones, aunque estas no sean
evidentes para la mayoría de las personas. Dichas escapatorias estarán
disponibles durante el viaje por los bardos, una vez hayamos fallecido. Son,
por orden: alcanzar la Luz Clara, identificarse con uno de los siete Budas,
escapar de los demonios del karma o cerrar la puerta del útero. Para asegurarnos
de que reconoceremos estas salidas, los monjes inventaron numerosas técnicas
que pueden ser practicadas tanto en vigilia como estando dormidos, según ya
hemos analizado. Pero aún nos faltan dos, las más interesantes y radicales de
todas: la tradición de la Tierra Pura y el yoga de la Transferencia de
Consciencia.
La tradición de la Tierra Pura surgió dentro de la rama
budista denominada Mahayana, posiblemente alrededor de los siglos iv y v
d. C. Sus manuscritos, conservados en China, en el Tíbet y en Japón,
recogen sugerentes ideas para escapar de la muerte y del renacimiento. Tras la
muerte de Buda, había quedado establecida la idea de que cualquier persona,
gracias a un intenso trabajo interior, podía alcanzar un estado de budeidad.
Estos humanos especiales reciben el nombre de bodhisattava. Uno de estos
hombres fue Dharmakara, que había acumulado en vida infinidad de méritos
gracias a la meditación y a la ayuda que prestaba a los demás. Tras su
transformación en bodhisattava, renunció al nirvana para dedicar su existencia
a recoger en el más allá a todos los difuntos que así lo merecieran, con el fin
de acomodarlos en un reino maravilloso fuera del mundo físico. Este lugar, a
medio camino entre nuestro mundo cotidiano y el estado de nirvana, fue construido
solo con el poder de su intención. En cierto sentido, podríamos decir que este
lugar es parecido al de un cielo occidental. Es un mundo maravilloso, repleto
de jardines y fuentes, donde no hay enfermedades ni preocupaciones. Desde
entonces, Dharmakara pasó a ser conocido como Amitabha y aquel lugar como la
Tierra Pura.
Esta dimensión no física, fabricación personal de
Dharmakara, era toda una novedad en el budismo pues, hasta entonces, solo
existían dos destinos posibles para los seres humanos después de la muerte: la
reencarnación o la desaparición del yo en el nirvana. Aunque entre los seis
mundos disponibles para el renacimiento, según el budismo, hay uno o dos de
carácter paradisiaco, como el reino de los dioses o el de los titanes, no nos
confundamos: la estancia en estos mundos sigue siendo temporal, pues sus
habitantes están atados al ciclo de la reencarnación. Por eso el mundo de
Amitabha es tan importante, porque asegura la única escapatoria posible de la
muerte que ofrece las dos cosas más importantes: la ruptura de la rueda de las
reencarnaciones y la conservación total de tu propia personalidad y tus propios
recuerdos como ser individual. Es la opción perfecta.
Amitabha, al inaugurar este nuevo mundo, declaró lo
siguiente:
Todos los seres de las diez direcciones con una fe sincera y
profunda que busquen nacer en mi tierra e invoquen mi nombre diez veces,
excepto aquellos que hayan cometido los cinco crímenes cardinales o lesionen el
verdadero dharma, nacerán en mi tierra. Apareceré en el momento de la muerte a
todos los seres de las diez direcciones comprometidos con la iluminación y la
práctica de las buenas obras, que busquen nacer en mi tierra. Todos los seres
de las diez direcciones que escuchen mi nombre, deseen la Tierra Pura y
practiquen la virtud para alcanzar la Tierra Pura tendrán éxito.
¿Cómo logró Amitabha crear ese mundo ideal? Debemos
remitirnos a un concepto interesantísimo: el mérito. Cuando una persona realiza
buenas acciones, por ejemplo, actos a favor del bienestar de otros seres vivos,
entonces acumula mérito. Este puede emplearse para hacer posibles las cosas
imposibles, como los milagros. Salvando las distancias, y con todo el respeto,
sería algo así como los puntos de poder en un videojuego: cuantos más puntos se
consiguen, más poder tiene el personaje. El mérito puede incluso transferirse a
otra persona. Este traspaso hay que realizarlo mientras el mismo mérito está
siendo generado mediante alguna buena acción y a la vez que te concentras en la
persona a la que quieres beneficiar. Entonces, declaras, mentalmente o en voz
alta, lo que estás haciendo.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Para los budistas que siguen la tradición de la Tierra Pura,
esto no es una leyenda. Es una información que ha sido obtenida directamente de
la estricta experiencia. Es decir, se sabe que este lugar existe porque muchos
afirman haber viajado hasta allí mediante meditaciones especiales y, sobre
todo, practicando el yoga de los sueños. Otros han tenido una visión de este
lugar en la cama, justo antes de fallecer, o incluso en una experiencia cercana
a la muerte.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Alcanzar este maravilloso lugar después de la muerte es más
fácil que llegar a otros destinos, como el nirvana. Por tanto, la tradición de
la Tierra Pura lo considera como una escapatoria de emergencia. De hecho, no se
piensa en ello como una mera alternativa al nirvana, sino que se afirma que es
la mejor de todas las opciones. Pero el budismo ortodoxo rechaza esta vía, pues
la considera bien como una herejía o bien como una opción para «flojos»; es
decir, para aquellos que no están dispuestos a seguir el auténtico camino de
Buda, que alcanzó el nirvana. Pero si lo pensamos bien, no parece una mala
salida: al fin y al cabo, el nirvana supone la aniquilación completa del yo. Al
menos, nos deberíamos plantear la posibilidad, aunque sea remota, de que
aquellos que concibieron intelectualmente o vislumbraron el nirvana en sus
meditaciones, estuvieran equivocados en su juicio. Desde luego, algo vieron.
Pero ¿y si sobrevaloraron los beneficios de la destrucción del yo? No en vano,
la totalidad de las religiones y sistemas filosóficos que han hablado sobre el
más allá, no hablan de aniquilación o disolución en Dios, sino que aseguran que
pasamos a vivir en otro mundo real, ya sea o no temporal. Las semejanzas de la
Tierra Pura, por ejemplo, con el cielo de Swedenborg son sorprendentes, dejando
a un lado las cuestiones teológicas que este introduce en sus descripciones. Y,
al contrario, en casi todas las religiones, la aniquilación total del alma se
reserva como el peor de los castigos. No es una bendición. Pensemos en ello detenidamente.
Escoger vivir en la Tierra Pura en lugar de alcanzar el
nirvana tendría, según los seguidores de esta tradición, muchas ventajas. Como
ya adelanté, la existencia allí es eterna, así que no hay necesidad de regresar
al mundo físico en otro cuerpo. Es decir, el ciclo de la reencarnación queda
roto. Por otro lado, en este mundo no existe el sufrimiento, ya que estamos
libres de las ilusiones que nos impone el plano físico. Las enfermedades, el
hambre y la tristeza no tienen cabida en él. Sin embargo, no creamos que este
lugar fue creado solo para el disfrute. Al contrario, el objetivo principal del
mundo de Amitabha es ayudar a la evolución de sus moradores para que alcancen
otro estado del ser. En esta tarea colaboran activamente los bodhisattava que
viven allí y que están siempre prestos a compartir su elevado conocimiento.
Pero la evolución que se promete en este lugar también es una cuestión de
esfuerzo personal: es necesario llevar una vida de servicio, ayudando a otros
seres humanos que aún siguen retenidos en el ciclo de las reencarnaciones, o
incluso a los recién llegados a la Tierra Pura.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Phowa es otra tradición muy relacionada con la de la Tierra
Pura. Su objetivo es el mismo: practicar ciertas técnicas que permitirán a
cualquier persona viajar instantáneamente, justo en el momento de la muerte, al
reino de Amitabha. La palabra phowa significa transferencia de la consciencia.
Y es eso lo que pretende conseguir: el traslado automático de la consciencia humana
desde el plano físico hasta otro mundo empíreo. Pero su método es diferente al
de la tradición de la Tierra Pura. Aquí no hay visualizaciones, sino un trabajo
específico con las energías vitales del cuerpo. Se trata de meditaciones
especiales en las que la respiración representa un papel clave. El objetivo es
hacer circular la energía del cuerpo por un canal central hasta hacerla salir
por un punto concreto de la coronilla. Esto activaría un portal, que podrá ser
utilizado en el momento de la muerte para liberar la consciencia y dirigirla
voluntariamente hacia el mundo de Amitabha. Se dice que esta abertura puede
producir señales físicas en el practicante, como la caída de un mechón de pelo
en la zona, un abultamiento en el cráneo, un hoyuelo o incluso ¡un agujero! A
diferencia de las prácticas de la tradición de la Tierra Pura, cuyo aprendizaje
es tarea de toda una vida, las prácticas Phowa, si se practican con seriedad,
dan resultados en cuestión de días.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Otra diferencia con la tradición de la Tierra Pura es que,
en esta, las malas acciones deben ser evitadas, pero no tienen un peso
preponderante. Sin embargo, la tradición Phowa considera que, para que la
transferencia de la consciencia funcione, es muy importante haber reducido
nuestro karma negativo al mínimo. Los malos actos suponen el mayor obstáculo a
la hora de trabajar con la energía vital.
La tradición de la Tierra Pura y el Phowa no son las únicas
que, dentro del budismo, hablan de la existencia de otros mundos paralelos
accesibles después de la muerte. Otra leyenda, mucho más conocida, es la del
reino de Shambala, también conocido como Shangri-La. Shambala es un lugar muy
parecido a la Tierra Pura. Está habitado por grandes maestros o bodhisattavas.
Es un mundo de paz y conocimiento. Durante los últimos dos siglos,
investigadores y exploradores de muchos países occidentales, convencidos de la
existencia física de este reino, han tratado de localizarlo en diferentes
emplazamientos del planeta, especialmente en territorio tibetano y nepalí.
Helena Blavatsky y Nicholas Roerich fueron dos de los más destacados
buscadores. Pero ninguno tuvo éxito. Así que otros comenzaron a decir que
Shambala no era un mundo material sino sutil, sustentado por energías desconocidas.
Quienes defendían esta idea también estaban convencidos de que las entradas a
Shambala existían en alguna parte del planeta, a modo de portales
dimensionales. Sin embargo, todo esto no tiene fundamento: la información
original procede del budismo y esta dice que Shambala es otro mundo más creado
por otros bodhisattavas con el poder del mérito, a la manera de la Tierra Pura
construida por Amitabha. Cualquier persona que conozca las técnicas adecuadas
puede acceder a este reino después de su muerte, o practicando el yoga de los
Sueños. Por tanto, Shambala, de existir, estaría situado en una realidad
paralela a la realidad física de vigilia y no en nuestra Tierra física. Sería
también, técnicamente hablando, un sueño lúcido compartido, sustentado por el poder
de la intención de un conjunto de seres conscientes. La épica búsqueda de las
puertas de Shambala en la geografía de nuestro planeta habría sido, pues, una
pérdida de tiempo.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Cómo influir en
nuestro destino después de la muerte según la teoría de la división de la
consciencia
Comenzó entonces a investigar cada una de las tradiciones
del mundo en relación con la supervivencia del ser humano tras la muerte91.
Encontró similitudes desconcertantes que habían quedado ocultas por una errónea
interpretación o falta de perspectiva. Con sus conclusiones, diseñó la teoría
de la división de la consciencia. ¿En qué consiste? En primer lugar, se
fundamenta en la idea de que el ser humano no está formado por dos partes, una
física y otra espiritual, sino que está constituido de tres elementos: cuerpo,
alma y espíritu. El primer componente, el cuerpo, tiene carácter material. Las
otras dos son estructuras sutiles. Novak se dio cuenta de que casi todas las
tradiciones del planeta coincidían en esta clasificación, aunque cada una de
ellas utilizara sus propios términos. Y las identificó con lo que ahora
conocemos como cuerpo, inconsciente y consciente, respectivamente.
Del cuerpo poco más hay que decir. El concepto está claro.
Sin embargo, ¿qué son, para Novak, el alma o inconsciente, y el espíritu o
consciente? Vayamos primero con el alma. Es la parte de nuestro ser que se
encarga de recibir y retener todas y cada una de las experiencias de la vida.
Pero no como puros eventos, sino como reacciones emocionales a dichos
acontecimientos. El alma o inconsciente sería, por tanto, el elemento
responsable de nuestro sentido de ser, nuestra identidad, nuestro sistema de
creencias, nuestra personalidad. El alma es lo que define lo que somos como
seres individuales. Pero su comportamiento es reactivo, es decir, responde a
los impulsos que recibe. No puede tomar decisiones por sí misma. Por el
contrario, el espíritu es el componente que gobierna nuestra capacidad crítica,
nuestra voluntad y nuestra capacidad de actuar, de decidir y de dar respuestas.
El espíritu, por tanto, es el conjunto de todas nuestras resoluciones,
dictámenes y decisiones. Pero no tiene recuerdos, ni reacciones emocionales.
Ambas partes, alma y espíritu, están interconectadas. El alma proporciona datos
valiosos al espíritu, basados en los recuerdos y experiencias pasadas en la
vida, para tomar las decisiones. Y el espíritu permite que el alma se exprese a
través de actos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
La división de la
consciencia
Después de analizar innumerables tradiciones antiguas, Peter
Novak dedujo que la muerte no quedaba definida con la desaparición de la vida
física, sino que debía ser explicada, más bien, como el proceso de separación
definitiva de alma y espíritu, inconsciente y consciente. Durante la vida,
ambas partes funcionan al unísono. Pero cuando el cuerpo deja de funcionar, el
alma, hogar de todos nuestros recuerdos y sentimientos, es decir, sede de
nuestra identidad, es arrancada de los brazos del espíritu. Entonces, se ve
privada de su capacidad de actuar. Sin el espíritu, no puede decidir cuál es el
siguiente paso que tiene que dar. Es como si quedase congelada, con un enorme
banco de datos, pero sin saber qué hacer con ellos. Al no tener la posibilidad
de tomar nuevas decisiones, el alma se vuelve sobre sí misma y comienza a
rumiar los recuerdos del pasado, como una vaca masticando eternamente el mismo
bocado de hierbas. Y pasa a recrear cada una de las experiencias que ha tenido
durante la vida física, emitiendo las mismas emociones asociadas a cada una de
ellas. Pero no se da cuenta de que estas son solo una copia de acontecimientos
pasados, pues ya no tiene la capacidad de discernimiento del espíritu. El alma
se construye, para sí misma, un mundo nuevo en el que vivirá para siempre,
repitiendo una y otra vez las mismas experiencias. En su nueva realidad actuará
de manera automática, sin capacidad de acometer nuevos actos. Por tanto, su
evolución queda estancada. Su existencia se parecerá mucho a un sueño
ordinario, pero infinitamente más largo. Si las emociones emitidas durante la
vida física han sido positivas y constructivas, entonces esa realidad
autocreada será, aunque falsa, relativamente agradable; si, por el contrario,
fueron corrosivas y oscuras, la experiencia será lo más parecido a un infierno.
Por otro lado, las emociones que han sido reprimidas en el pasado saldrán a la
luz y, si no han sido debidamente procesadas, saltarán como animales salvajes
para reclamar su espacio. Esto sucederá porque el alma ya no tiene la ayuda del
espíritu, que es el que filtra y decide qué emociones son lógicas desde su
represiva función de guardián. Entonces, según la teoría de la división, la
experiencia del alma será la de un juicio personal, no divino. En esto, Emanuel
Swedenborg y Robert Monroe estarían de acuerdo con Novak. Ningún ser superior
recompensa ni castiga, pues son los recuerdos y los sentimientos, tanto los
reprimidos como los que fueron exteriorizados, los que determinarán la nueva
realidad en el más allá. Por su lado, el espíritu o consciente, desprovisto de
todos los recuerdos y de una identidad concreta, vagará eternamente en un
estado de suspensión, con todo el potencial de generar nuevas acciones, pero
sin saber cómo hacerlo. Habrá olvidado quién realmente es.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Así lo explica el propio Novak:
Después de la división, la mitad consciente perdería todo lo
que solía recibir del inconsciente; aunque todavía poseería libre albedrío, no
tendría la menor idea de qué hacer con él, sin recordar nada, sin sentir nada y
viendo nada más que caos aleatorio y sin sentido. ¿Por qué vería solo caos?
Sola, la mente consciente no tendría referencia para la perspectiva, ningún
contexto en el que comprender su entorno. Sin la inconsciencia, la conciencia
no tendría memoria y, por lo tanto, no tendría sentido de forma, sistema,
conexiones o contexto, dejándola como un bebé recién nacido, incapaz de
distinguir patrones en nada a su alrededor.
En definitiva, la teoría de la división de la consciencia
propone que, en el momento de la muerte, el ser humano pierde su vehículo
material, pero conserva una parte imperecedera que continúa existiendo. En
esto, coincide con el resto de los modelos. La novedad que aporta esta teoría
es que ese componente indestructible no permanece intacto, como ocurre en el
concepto tradicional de alma, sino que es inmediatamente fraccionado en dos
partes: alma y espíritu, o inconsciente y consciente. Y, lo más importante:
cada uno de estos elementos experimenta una vida post mortem totalmente
distinta. Separados, ninguno de estos dos componentes es ya la persona original
que caminó sobre la Tierra:
¿Dónde está el yo después de la división? Uno también podría
preguntar «si una persona tiene un automóvil favorito, y lo desmantela y envía
sus diversas partes por todo el planeta, ¿dónde está el automóvil ahora?».
¿Existe o no existe?
Entonces, el alma comenzará a vivir una vida emocionalmente
rica, pero con un contenido construido a base de mezclas de recuerdos de
experiencias pasadas. No es, por tanto, una vida genuina, sino una vida que
está atrapada en un bucle. Por su parte, el espíritu, al no disponer de
recuerdos, empieza a desplazarse por las otras realidades sin saber quién es y,
por tanto, sin saber cómo comportarse, sin generar nuevas emociones. Tampoco
vivirá una vida auténtica, sino que permanecerá en un estado de congelación
existencial a la espera de que llegue su oportunidad de volver a ser un ente
completo. Desafortunadamente, esto solo es posible cuando alma y espíritu están
unidos. Por eso, el espíritu comienza a sentirse atraído por el mundo físico,
única realidad donde podría escoger una nueva alma y volver a formar una
personalidad integrada. Y se lanza hacia esa dimensión sin pensarlo. Cae en lo
que ahora llamaríamos reencarnación. Y recibe un nuevo cuerpo y una nueva alma,
que se irán llenando poco a poco con los sentimientos y experiencias que la
recién nacida persona vaya generando.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Novak cree que su teoría sería la clave para reconciliar el
conocimiento sobre el más allá de todas las tradiciones religiosas, pues el
modelo que él propone ya está escondido en cada una de ellas como un substrato.
Entonces, ¿por qué el modelo de más allá en las diferentes tradiciones del
planeta ha evolucionado por caminos tan diversos? La razón de ello es que cada
tradición estaría contemplando solo una parte de la teoría de la división, lo
que implica un esquema parcial de la vida después de la muerte. Por ejemplo, las
primeras civilizaciones, como Sumeria o la antigua Grecia, se habrían centrado
solo en el hecho de que el alma humana continúa existiendo, después de la
muerte, como un autómata sin capacidad de elección. Creían en un más allá
oscuro y polvoriento, donde los seres humanos sufrían una vida anodina y
triste, deambulando de un lado para otro como un fantasma sin volición. Esto
era así porque desconocían que el alma no es el único componente del ser
humano. Estarían ignorando, por tanto, lo que le ocurre a esa otra parte a la
que Novak llama espíritu. Más tarde, llegarían las tres religiones monoteístas,
que adoptarían un modelo similar, pero algo más evolucionado. En cualquier
caso, el foco siguió estando puesto en el alma. Por eso, todas estas culturas
rechazaron el proceso de la reencarnación, que estaría, de todas maneras,
sucediendo sin ellos saberlo.
En el lado contrario, otras religiones del planeta, como el
hinduismo y, en cierta medida, el budismo, pusieron todo el peso en el
espíritu. Por eso, estos dos sistemas creen que, al morir, nuestra parte
inmaterial regresa al plano físico para continuar experimentando desde otro
cuerpo. Y, de la misma manera que las religiones monoteístas y otras religiones
antiguas no fueron capaces de vislumbrar el ciclo de las reencarnaciones, el
hinduismo y el budismo, al no reconocer la supervivencia de lo que hemos
llamado alma, dejaron de creer en la existencia de un más allá estable.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
La religión egipcia es un caso aparte. Novak cree que es de
las pocas que reconocieron claramente todos los aspectos del ser. Los egipcios
dividían al ser humano en tres manifestaciones diferentes: el ka, el ba y el
akh. Para Novak, el ka sería el equivalente al alma o inconsciente de su
teoría. El ba sería el espíritu o consciente. Y el akh sería la unión de los
dos anteriores. El ka es definido como la esencia de la persona, y se dice que
el ba actúa como si estuviera desmemoriado. Los textos funerarios egipcios
afirman que, a la muerte de una persona, su ka y su ba se separan. El ka
permanece temporalmente con el cuerpo o momia, mientras que el ba emprende el
vuelo hacia el otro mundo. Todo esto encaja con la teoría de la división de la
consciencia de Novak. Parece ser, además, que esta separación del ka y el ba en
el momento de la muerte era muy temida, por lo que los egipcios deseaban que no
ocurriera. Y creían que la solución era reforzar la unión de ambos durante la
vida física, una tarea que casi nadie lograba. Por eso, según Novak, inventaron
el ritual de embalsamamiento del cadáver, con la esperanza de que la
conservación del cuerpo trajera de vuelta al ba, junto al ka que había quedado
escoltando a la momia. La famosa ceremonia de la apertura de la boca, que era
ejecutada por sacerdotes especializados sobre los faraones difuntos, tenía como
fin provocar el regreso del ba para que se reuniera con su ka. ¿Para qué? Para
que el monarca se librara del destino común de los mortales, que consistía en
la separación definitiva de los dos componentes fundamentales del ser humano,
el ka y el ba, o alma y espíritu en la terminología de Novak. Al fusionar ka y
ba, el faraón se convertía en un akh; un ser espiritualmente completo, con su
personalidad intacta. En esta situación, con los recuerdos indemnes y la capacidad
de actuar totalmente operativa, el rey continuaría siendo una persona íntegra y
sería capaz de tomar las decisiones apropiadas para convertirse en un dios en
el otro mundo.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Novak ensalza también el taoísmo chino. Esta filosofía
divide al ser humano en cuerpo, alma (po) y espíritu (hun). Con esto, el
taoísmo elaboró una curiosa clasificación para los seres humanos. Por ejemplo,
un ser que cuenta con los tres componentes (cuerpo, alma y espíritu) es un ser
humano normal y físicamente vivo. Si no hay cuerpo ni espíritu, sino solo alma,
estamos hablando de un fantasma; es decir, lo que queda de las personas que
fallecen no habiendo podido evitar la división de la consciencia. Alguien con
cuerpo y espíritu, pero sin alma, sería lo que actualmente conocemos como un
muerto viviente o un zombi. Si únicamente hay espíritu, pero no hay alma ni
cuerpo, tendríamos un poltergeist o fenómeno paranormal. Y cuando hay un alma y
un espíritu, pero no un cuerpo, estaríamos frente a un ser humano iluminado que
ha trascendido la materia con su identidad intacta. Este último estado es el
que perseguían los sabios taoístas. De hecho, conservamos ciertos textos que
proponen diferentes técnicas para fortalecer la unión del alma y del espíritu
mientras la persona sigue viva, con el fin de impedir que ambos componentes
sean separados. Si se logra esto, en el momento de la muerte surgirá un nuevo
cuerpo sutil con el que la persona superará a la muerte tradicional. Lo
llamaron feto inmortal; es, seguramente, lo que los egipcios llamaban un akh.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Supongamos que está en lo cierto. Sus ideas plantean,
entonces, nuevas incógnitas. Como es el espíritu el que activa la
reencarnación, dejando abandonada al alma en el más allá, y generando
continuamente nuevas almas, cada ser humano sería responsable de repoblar
continuamente el otro mundo con diferentes personalidades que han estado
conectadas a él. Personalidades que estarían viviendo en la otra realidad
paralela como autómatas. Estas almas que han quedado desamparadas, ¿viven
eternamente? Novak dice no conocer la respuesta. Pero sospecha que cada alma
sobrevive únicamente durante un tiempo, pues su energía se disuelve
completamente en el cosmos cuando el impulso inicial se ha agotado.
Pongamos un ejemplo cualquiera: la historia de un hombre
llamado Alonso, que vive en España. Su manifestación física y todo lo que
conocemos de él constituyen su personalidad, su yo, su identidad. Un día,
Alonso fallece. Su alma, que no es más que el conjunto de recuerdos y emociones
pasadas, es trasladada al más allá. Pero permanece, como un fantasma,
reviviendo una y otra vez las mismas experiencias. Estas experiencias serán
buenas o malas en función de las emociones y pensamientos que haya tenido en el
mundo físico, puesto que no hará más que repetir escenas de su vida pasada. En
cierto sentido, podríamos decir que quien vive en el más allá es Alonso, pero a
la vez no será Alonso, sino un autómata construido con los sentimientos del
Alonso físico que ya no existe. Por su lado, el espíritu de este hombre
comienza a moverse libremente por esa dimensión, pero sin recordar que es
Alonso, porque está vacío de todo contenido: no tiene memorias. En un momento
dado, el espíritu de Alonso comprende que la única manera de generar nuevas
experiencias es entrando en un nuevo cuerpo físico, lo que provoca el
nacimiento de una nueva alma, que ya no será la de Alonso, sino la de una nueva
personalidad. Digamos, Isabel. Y así, indefinidamente, hasta que el espíritu de
Alonso e Isabel, y otras tantas almas, encuentren una salida a este ciclo sin
fin. Mientras tanto, el alma de Alonso, con su personalidad intacta y su
capacidad para sentir, habrá quedado abandonada en el más allá. Encontrando que
solo dispone de sus antiguos recuerdos para subsistir, y que no cuenta con la
inteligencia suficiente para desarrollar una capacidad crítica, experimentará
una existencia particular, parecida a un juicio personal basado en la mezcla de
todas sus memorias. Así, hasta que su energía vital se agote. Más adelante, le
ocurrirá lo mismo al alma de Isabel y a otras muchas.
La teoría de la división de la consciencia, de ser acertada,
tendría otras consecuencias que merece la pena tratar. Me refiero al contacto
entre vivos y muertos. Son muchos los relatos recogidos por diversos
investigadores en los que una persona es sorprendida por la aparición del
fantasma de un familiar. También los médiums y los soñadores lúcidos dicen
poder comunicarse con personas fallecidas. Pero, si Novak tiene razón, este
encuentro sería imposible, ya que lo que sobrevive en el más allá no es la
persona total, sino solo una de dos mitades. Por tanto, el contacto con los
difuntos no es viable, pues los difuntos, por definición, ya no son seres completos.
Solo sería posible el encuentro con una parte de ellos, la que está formada por
recuerdos y sentimientos, y que se comporta como un robot, sin capacidad de
improvisación. Es decir, la comunicación no sería una interacción viva y
dinámica entre dos seres con plena voluntad de sus actos, porque el supuesto
fallecido es, en realidad, una especie de máquina espiritual, no más
interesante que un personaje de una película que no puede cambiar de guion.
La teoría de Novak también explicaría las incoherencias que,
según él, aparecen en los relatos de experiencias cercanas a la muerte cuando
los confrontamos con los registros de regresiones a vidas pasadas. En efecto,
de una gran parte de las historias que nos han contado sobre personas que han
entrado en muerte clínica, debemos deducir que después de la muerte nos
encontraremos con familiares y amigos que han fallecido previamente. Algunos de
ellos han abandonado el mundo físico hace décadas o siglos desde nuestra
perspectiva temporal. Es difícil encajar este hecho con las recientes
regresiones hipnóticas en personas vivas. Estas últimas consisten en conducir
al sujeto hasta un estado profundo de consciencia que le permite al terapeuta
extraer información sobre lo que nos acontece en el más allá entre las vidas
físicas. Las conclusiones de estos estudios dicen que, tras la muerte, nuestra
intención inmediata es buscar un nuevo cuerpo y un nuevo entorno físico para
renacer. Pero, si esto fuera cierto, ¿por qué entonces, tal y como parecen
confirmar las experiencias cercanas a la muerte, nos reunimos con personas
conocidas que han fallecido hace muchos años? ¿Por qué están todavía allí? ¿No
deberían estar ocupando un nuevo cuerpo, en otro tiempo y lugar, según el
principio de la reencarnación? Algunos especialistas en regresiones, para
justificar esta incongruencia, aducen que existe un tiempo de espera en el más
allá entre que entramos y elegimos una nueva familia. Y que, por tanto, los
amigos y parientes que encontramos están aún pensando dónde y cómo quieren volver
al mundo físico. Este argumento no convence a Novak, para quien el tiempo no
existe después de la muerte. La teoría de la división de la consciencia
explicaría esta incongruencia. Ya vimos que, según Novak, nuestra alma queda
retenida en el otro mundo para siempre, o quizás hasta que su energía se
disipe, viviendo una existencia artificial alimentada por los recuerdos del
pasado. Nunca regresará a la realidad física. Por tanto, sería perfectamente
plausible que una persona que tiene una experiencia cercana a la muerte pueda
reunirse con otras almas, ya que todas estarían viviendo una existencia
simulada, un sueño del que no pueden escapar. Es decir, las almas no pueden
reencarnarse. Eso solo lo hace el espíritu. Fascinante, ¿no es así?
Otras contradicciones que los expertos siguen encontrando en
las narraciones de las experiencias cercanas a la muerte también son
explicables desde la teoría de la división de la consciencia. En un porcentaje
de estos relatos, la experiencia tiene lugar en un espacio vacío, muchas veces
oscuro. Las personas no sienten emociones. No hay estímulos externos. Es como
si permanecieran suspendidos allí, flotando en un eterno presente. Lo
interesante es que afirman que, mientras dura la experiencia, están razonando
casi como si estuvieran físicamente presentes. Sin embargo, en otros relatos,
los protagonistas tienen un encuentro con una potente luz. Experimentan un
profundo estado de paz y de conexión con el universo, y otras muchas
sensaciones intensas. Pero, al contrario que en los anteriores casos, no toman
decisiones, sino que se dejan llevar. Tampoco cuestionan lo que ven, ni lo
juzgan, ni lo critican, por absurdo que sea. Por ejemplo, hay casos de personas
de religión judía que tienen un encuentro con Jesucristo. Y otros que son
escépticos absolutos respecto a los asuntos espirituales y que ven seres
luminosos, o incluso ángeles. ¿Cómo puede ser una misma experiencia tan
distinta en función de quién sea el fallecido? ¿La experiencia de morir es como
atravesar un lugar oscuro donde uno puede pensar, pero no sentir, o es más bien
un emocionante viaje espiritual donde todo sucede fuera de nuestro control?
Novak cree que solo hay una forma de morir, pero que, dependiendo del caso, la
persona que tiene una experiencia cercana a la muerte puede recordar este
suceso desde la perspectiva del alma o desde la del espíritu. En función de ese
enfoque, el relato de la experiencia será de un tipo u otro. Por ejemplo,
cuando el sujeto dice haber atravesado un lugar oscuro, vacío de emotividad, estaría
rememorando la experiencia desde el punto de vista del espíritu o consciente,
que no tiene recuerdos ni sentimientos. En las otras historias, cuando el
individuo ha experimentado un carrusel de emociones, luces y presencias, es que
recuerda solo la experiencia desde la perspectiva del alma o inconsciente, que
posee todos los datos del pasado, pero no libre albedrío. Cuando se recuerdan
los dos tipos de experiencias, una después de la otra, es porque el
protagonista ha experimentado la muerte desde la óptica del espíritu y desde la
perspectiva del alma, consecutivamente.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Cómo escapar de la
muerte según la teoría de la división: evitar la separación de alma y espíritu
Lograr que nuestros dos componentes no materiales
permanezcan unidos después de la muerte significa trascender la muerte con
nuestra identidad completa. Es decir, pasar al otro mundo con todos nuestros
recuerdos y con nuestra voluntad a pleno rendimiento. En definitiva, continuar
allí siendo quienes somos aquí. De esta manera, podríamos elegir nuestro propio
destino. Uno de ellos podría ser, por qué no, renunciar a la reencarnación de
nuestro espíritu y pasar a otro estado evolutivo. Esto ahora sería plenamente
posible, ya que aquel, al disponer de los recuerdos de su última vida, ya no
desearía acercarse al plano físico.
Novak dijo haber encontrado en las experiencias cercanas a
la muerte otra de las pruebas de que lograr, en vida, la unión de alma y espíritu
es la clave para superar la muerte con integridad. Una consecuencia inmediata
de este suceso es que sus protagonistas comienzan a sentirse completos, mucho
más de lo que habían estado anteriormente. Algunos de los casos que han sido
estudiados por expertos han puesto de manifiesto que estas personas comienzan a
tener un inesperado equilibrio cerebral: el hemisferio izquierdo y el derecho
parecen funcionar en sincronización, estado que solo se alcanza en determinados
tipos de meditación profunda. Es decir, la mente racional y la mente espiritual
colaboran como nunca lo habían hecho previamente. Novak deduce de esto que,
durante dichas experiencias, ocurre una especie de «efecto rebote». Esto
significa que, al tratarse de una muerte real, aunque no definitiva, la
división de la consciencia también tiene lugar: el alma y espíritu se separan.
Pero, como el fallecimiento es solo transitorio, la fuerza de la desunión se
transforma en fuerza de atracción, como cuando estiramos una goma y luego la
soltamos de golpe. De esta manera, alma y espíritu, que habían sido apartados,
regresan juntos. Pero, esta vez, aún con más fuerza debido a la potencia de
dicho desplazamiento de rebote.
En este asunto, Novak deja una cuestión importante sin
contestar. Porque de lo anterior se entiende que una experiencia cercana a la
muerte debería dar ventajas en el más allá a las personas que han pasado por
ella. Tengamos en cuenta que la unión entre alma y espíritu no vuelve a su
estado inicial, tal y como se encontraba antes de este traumático evento, sino
que ambas partes vuelven a encajar aún más firmemente. Entonces ¿por qué no
creer que ese exceso de energía causado por el efecto rebote podría provocar,
en algunos casos, la unión permanente entre alma y espíritu? Esto daría a la persona
la oportunidad de liberarse del destino común después de su fallecimiento.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
¿qué propone Novak para impedir la separación de alma y
espíritu?
En primer lugar, gracias al análisis de los textos antiguos,
Novak encontró que la división de la consciencia no tiene lugar de repente, en
el preciso instante de la muerte, sino que comienza en vida de la persona y va
progresando lentamente. Tras el óbito, alcanza su culminación. Por tanto, Novak
cree que el trabajo para frenar la separación debe comenzar lo antes posible.
¿Qué podemos hacer? Según sus investigaciones, la causa principal de la
división de la consciencia es el trauma emocional. Cada vez que una persona
sufre un impacto anímico y no sabe gestionarlo adecuadamente, la separación de
su alma y espíritu avanza un paso más. Por eso, el mejor consejo es cuidar
nuestra salud psicológica. En principio, nosotros mismos podemos aprender
técnicas que nos ayuden a encajar mejor los problemas. Pero si esto no es
suficiente, es obligado exteriorizar nuestros problemas y pedir ayuda. En esta
misma línea, Novak nos recuerda que uno de los mayores traumas que puede sufrir
un ser humano, si no el mayor, ocurre justo en el momento del fallecimiento.
Por eso, nos insta a no descuidar nuestra relación con la muerte. Esto puede
hacerse reflexionando, estudiando y meditando sobre ella. Esto mismo es
defendido por el budismo.
La segunda cosa que podemos hacer, según Novak, es trabajar
con los recuerdos de nuestras vidas pasadas. Ya vimos que, según la teoría de
la división de la consciencia, nuestras vidas anteriores son solo conglomerados
de memorias y emociones sin capacidad de acción que quedan atrapadas en un más
allá onírico; mientras tanto, nuestro espíritu, que es único, sigue reencarnándose
y generando nuevas vidas y almas sin advertir lo que está sucediendo. El
objetivo es que nuestra alma total, que es el conjunto de todas las almas
parciales que han generado cada una de las vidas físicas, permanezca unida al
espíritu para siempre. Novak dice que, para lograr este vínculo permanente
entre el alma total y el espíritu, es necesario que hagamos lo necesario para
que este último reconozca a todas las almas de las vidas pasadas que han
quedado estancadas en el otro mundo. ¿Qué significa exactamente trabajar con
nuestras vidas pasadas, o que el espíritu las reconozca? Significa traer a la
mente consciente las memorias de todas las existencias físicas anteriores. Para
ello, en la actualidad, se utilizan diferentes técnicas. Por ejemplo, las
regresiones hipnóticas. Aunque estas, aceptando que son efectivas, deberían ser
realizadas por verdaderos especialistas formados, por ejemplo, psicólogos. Yo
añadiría que hay otras técnicas alternativas aún más fáciles y que pueden ser
aplicadas por uno mismo, como la meditación profunda y los sueños lúcidos. En
cualquier caso, Novak advierte que no debemos perder ni un instante: cuanto
antes empecemos, mejor. Si tardamos muchas vidas en ponernos manos a la obra,
después será más difícil trabajar, pues habremos acumulado demasiadas almas en
el más allá y el proceso de asimilación puede ser demasiado intenso para el
espíritu.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
¿Lo cambió todo el
sacrificio de Jesús de Nazaret? La deriva cristiana de Novak
Llegados a este punto, es justo decir que la contribución de
Novak a la investigación sobre el más allá es realmente valiosa. Aporta ideas
frescas que hacen que nos replanteemos muchas premisas sobre la muerte que
parecían bien establecidas.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Sería muy largo explicar todos los argumentos que Novak
aporta para demostrar que la culminación de la teoría de la división de la
consciencia está en la aparición de Jesús de Nazaret en la historia de la
humanidad. Pero lo intentaré. Novak supo esto cuando comenzó a confrontar la
teoría general de la división de la consciencia, que ya he detallado, con los
textos del Antiguo y Nuevo Testamento. Novak afirma que el Antiguo Testamento
tiene una estructura simbólica y que la historia de los patriarcas hebreos es,
en realidad, una metáfora de la división de la consciencia humana. En cuanto a
la historia de Jesús de Nazaret, asegura que su llegada a la Tierra significó
la invalidación de la ley divina de la división de la consciencia, norma que
había estado funcionando desde hacía milenios. Según Novak, el auténtico
mensaje que Jesús quiso transmitir a la humanidad es que toda persona que
creyera en él y actuara según sus enseñanzas no sufriría la separación de alma
y espíritu en la hora de su muerte. Cristo, entonces, sería el enviado por Dios
para que, mediante su encarnación en Jesús, recolectara a las almas parciales
de las vidas de cada uno de nosotros que permanecen atrapadas en el más allá
desde el principio de los tiempos. Cristo se convirtió, por tanto, en una
especie de contenedor infinito de almas y, por tanto, de recuerdos humanos. En
dicho contenedor, Cristo toma las partes perdidas de cada ser humano y las
reunifica en un solo alma global. Una vez hecho esto, la tarea de reunir el
alma total con el espíritu de cada persona se torna mucho más fácil. Es decir,
Cristo habría venido a este mundo precisamente para decirnos que estaba
dispuesto a hacer por nosotros el difícil trabajo personal que nuestro espíritu
debe realizar para reconocer todas y cada una de nuestras almas parciales, paso
previo para que las dos partes del ser humano vuelvan a unirse en una
existencia plena.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Cómo influir en
nuestro destino después de la muerte según Carlos Castaneda
Carlos Castaneda se refiere a su visión pragmática del
conocimiento como el camino del guerrero, una forma de vida cuyo fin es
atestiguar todos los mundos posibles accesibles a la percepción del ser humano
y alcanzar la libertad. Pensar a Castaneda no es lo mismo que practicar a
Castaneda.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Somos el alimento de
la fuente
Castaneda tiene un importante hueco en nuestro libro, ya que
también trabajó con un modelo diferente de más allá. Aunque cueste verlo en una
primera lectura, el tema principal que vertebra toda su obra es la lucha por
vencer a la muerte. El problema es que este conocimiento queda encubierto bajo
cientos de conversaciones entre Castaneda y su maestro don Juan, y en los
relatos posteriores que narran sus peripecias con un grupo de compañeros
aprendices. Según don Juan le contó en una ocasión, los chamanes de todos los
tiempos han tenido un solo objetivo vital: trascender la muerte con toda su
identidad, es decir, con sus recuerdos y su personalidad; y escoger conscientemente
el lugar donde iniciar su nueva vida, ya sin cuerpo físico. Esta tarea les
exige plena dedicación y muchos sacrificios.
El conocimiento de don Juan, que Castaneda nos transmitió en
sus libros, ha venido a ser llamado toltequismo o pensamiento tolteca. Este
saber antiguo es inmensamente complejo y abarca muchos aspectos diferentes de
la espiritualidad humana.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Según el toltequismo, todas las realidades han sido creadas
por una entidad a la que llaman el Águila. Podríamos asimilar este concepto a
nuestra idea de Dios, pero no sería del todo exacto. El Águila es impersonal y
no toma partido por ningún ser vivo. Por eso, no sirve de nada rezarle ni
solicitarle favores. De esta entidad surgen infinitas hebras de energía,
llamadas emanaciones, responsables de tejer las diferentes realidades. Todo en
el universo está formado por ellas, desde los mundos completos hasta las
consciencias individuales.
El Águila crea la vida desprendiéndose de pedazos de sí
misma que se juntan luego formando seres conscientes. Estas criaturas tienen la
tarea de acumular experiencias durante sus respectivas vidas. A su muerte, cada
una regresa al Águila, que las devora para asimilar sus recuerdos. Todos los
seres vivos están formados por un receptáculo hecho de energía que encierra un
conjunto limitado de las emanaciones. En este contenedor se almacenan
temporalmente las experiencias que luego serán entregadas al Águila. El
receptáculo del ser humano tiene forma de huevo o esfera luminosa. Esto es
evidente para cualquier chamán que haya aprendido a ver la contrapartida
energética de la realidad. Este huevo o capullo de luz tiene dos partes: el
tonal y el nagual. El tonal es lo conocido, todo lo que nos hace humanos. No
solo es el responsable del cuerpo físico, sino que contiene todo nuestro
sistema de creencias. El nagual, por su parte, es el resto. Es decir, la parte
que nos conecta con lo desconocido, con el otro mundo:
El ser humano se divide en tonal y nagual. El tonal es la
personal social; es un guardián; el organizador del mundo. El tonal es todo lo
que somos y conocemos, todo lo que salta a la vista. El nagual es todo aquello
que no conocemos ni podemos nombrar.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
¿Qué hace el Águila con esas partículas de luz que recibe de
cada uno de nosotros? Como dije, el Águila ofrece el don de la vida, que es el
don de percibir realidades, y el ser vivo le devuelve el servicio pagando con
sus experiencias vitales. Cuando estas llegan al pico del Águila, extrae dichos
recuerdos como si pelara una fruta. Primero quita la piel y luego come su
interior. Pero no tira las mondas, sino que las guarda. Con esos desechos, el
Águila fabrica nuevos seres vivos, a los que lanza de nuevo, como sondas, para
que vivan, mueran y le entreguen más alimento. Y, así, eternamente. Según este
esquema de pensamiento, ya que el Águila recicla los receptáculos energéticos
que contuvieron nuestras memorias y, con ellos, crea nuevos seres, cada uno de
nosotros está compuesto de pedacitos de otros capullos luminosos que han
contenido vidas ajenas. Por eso, algunas personas sensibles son capaces de
percibir los recuerdos de otras consciencias que han quedado almacenados en los
elementos de reciclaje con los que su huevo luminoso ha sido fabricado. Según
Castaneda, a lo largo de los siglos, este fenómeno ha sido malinterpretado y ha
dado lugar a la reencarnación. El toltequismo dice que esta doctrina es, por
tanto, errónea. Cada ser consciente solo vive una vida física; y, con suerte,
una corta vida dentro una realidad parecida a un sueño. Después, desaparece
para siempre. No hay manera de regresar a este mundo una vez que el capullo
luminoso ha sido rajado por la tumbadora. Algunos investigadores creen que
Castaneda copió algunas de sus ideas de conceptos que ya aparecen en el budismo
y en otras tradiciones espirituales del planeta. Es cierto que algunos
pensamientos, muy puntuales, son similares, pero eso no quiere decir que los
copiara. En cualquier caso, es una acusación injusta. El pensamiento de don
Juan tiene muchísimos más elementos que no tienen paralelismo en ninguna otra
cultura del planeta. Son aportaciones nuevas y, en la mayoría de los casos,
incómodas para los seguidores de las religiones tradicionales. Por ejemplo, la
negación de la reencarnación es una de ellas.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Desde mi punto de vista, la mayoría de los conceptos que
aparecen en los libros de Castaneda son originales, sean o no verdaderos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Otra cosa que aleja el pensamiento de Castaneda de la
mayoría de los sistemas espirituales es que no cree en un alma inmortal. Según
el toltequismo, el huevo luminoso, ligeramente comparable al concepto moderno
de espíritu, alma o cuerpo energético, es una entidad perecedera. Es fabricado
por el Águila exclusivamente para que sirva de contenedor de recuerdos y
experiencias, no para que dure eternamente. Ha tenido un inicio y tendrá
también un fin. Cuando ese receptáculo se llene, el Águila lo despedazará para
comerse el interior. Por tanto, para Castaneda y la tradición de quien se hace
portavoz, la reencarnación está totalmente descartada:
Te han dicho que tenemos tiempo, que hay una segunda
oportunidad. ¡Mentiras! Los videntes afirman que el ser humano es como una gota
de agua que se desprendió del océano de la vida y comenzó a brillar por cuenta
propia (…). Pero, una vez disuelto el capullo luminoso, la conciencia
individual se desintegra y se hace cósmica, ¿cómo podría regresar? Para los
brujos, cada vida es única, ¿y tú esperas que se repita? Tus ideas parten de la
elevada opinión que tienes sobre tu unidad. Pero, como todo lo demás, tú no
eres un bloque sólido, eres fluido. Tu «yo» es una suma de creencias, un
recuerdo, ¡nada concreto!
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Escapando de la
aniquilación
Pero no todo está perdido. Según don Juan, los chamanes del
pasado descubrieron la manera de morir evitando la destrucción de su identidad.
Es decir, encontraron vías alternativas para escapar del Águila y continuar viviendo,
después de la muerte, como seres independientes, con todos sus sentimientos
integrados. Los que logran esta hazaña entran en un estado al que llaman lo que
no se puede conocer.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Las prácticas que facultan a un ser humano para eludir la
boca del Águila son únicamente dos. Pero no están descritas de una manera
directa en los libros de Castaneda; es necesario bucear en ellos, uniendo
párrafos dispersos. Una de las dos estrategias es conocida como recapitulación.
Consiste en una técnica específica de visualización y respiración, mediante la
cual la persona debe revivir, uno a uno, todos los eventos de su vida. Desde el
más pequeño hasta el más importante. Para ello, primero, debe escribir una
lista de todos ellos. Hay varias maneras de hacerlo. Por ejemplo, por fecha o
por las terceras personas implicadas en dichos acontecimientos. Una vez
completada esta tarea, la persona debe encerrarse en una caja de madera, de un
tamaño específico que favorece el aislamiento.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
¿Cuál es el objetivo de esta operación? De acuerdo con
Castaneda, esta técnica produce, en algún lugar, una copia de cada uno de los
recuerdos personales. Después de meses o años de recapitulación, logra crear un
duplicado perfecto de todas sus memorias. De esta manera, cuando llegue el
momento de la muerte y el capullo luminoso se raje, lo que saldrá flotando
hacia el pico del Águila no serán los recuerdos reales, sino un calco de ellos.
Al parecer, el Águila acepta estas copias como si fueran los recuerdos
originales. Por tanto, el conglomerado de memorias, que constituye la
personalidad total del individuo, no tiene que deshacerse en el momento de la
muerte, aunque el capullo luminoso quede destrozado. Es decir, el contenedor
desaparece, pero no el contenido. El Águila se alimentará de la réplica y no de
la auténtica personalidad de la persona, que puede continuar su vida en otro
tipo de existencia. Digo que progresará hacia una existencia diferente porque,
al no tener ya capullo luminoso, no puede adoptar la forma de un cuerpo físico
tal y como lo entendemos. Lo que les espera a las personas que consiguen esto
es un estado de ser que ni siquiera podemos concebir. Para explicarlo,
Castaneda describe los tres estados perceptivos que los seres conscientes
pueden alcanzar. El primero es denominado la primera atención. Es el estado que
experimenta un ser vivo, que dispone de capullo luminoso, cuando está
percibiendo el mundo al que el Águila le ha enviado para recolectar experiencias.
Es el estado en el que nos encontramos todos en estos instantes, disfrutando de
nuestro mundo físico. El siguiente estado es la segunda atención. Esta es la
condición que experimenta un ser vivo que también tiene un capullo luminoso,
pero que está atestiguando otros mundos alternativos que no son para el que ha
sido creado. Por ejemplo, la segunda atención sería el estado de un soñador
lúcido o de alguien que ha alterado seriamente su estado de consciencia. El
último es la tercera atención. Este es el estado que alcanzan los seres vivos
que han perdido definitivamente su capullo luminoso después de la muerte, pero
que han logrado conservar todos sus recuerdos sólidamente unificados, de manera
que mantienen su personalidad intacta:
Don Juan expresó su reverencia y admiración por el esfuerzo
premeditado de los nuevos videntes para alcanzar la tercera atención cuando aún
tienen vida y están conscientes de su individualidad.
No sabemos qué significa pasar a la tercera atención, porque
Castaneda es tremendamente oscuro cuando habla de ello:
Al alcanzar la tercera atención cada célula del cuerpo se
torna consciente de sí misma y de la totalidad del cuerpo.
Además de la recapitulación, Castaneda habla de una segunda
manera de eludir nuestro compromiso con el Águila. En este caso, no se trata de
una práctica diurna, como la recapitulación, sino de una nocturna: el ensueño.
Este término es el que Castaneda usa para designar el sueño lúcido; es decir,
la capacidad de despertar y cobrar consciencia dentro de nuestros sueños
ordinarios para convertirlos en auténticas realidades. De acuerdo con las
enseñanzas de los toltecas, practicar habitualmente los sueños lúcidos
contribuye a mantener unidos todos los componentes de nuestro ser. Cuanto más
se practique, más fuerte será el nexo entre ellos. Cuando la muerte nos llegue,
si hemos reforzado suficientemente la unidad mutua de recuerdos y emociones que
forman nuestra individualidad, estos no serán dispersados por la poderosa
fuerza de atracción del Águila. Lo que parece claro es que, desde la
perspectiva de Castaneda, existe una escapatoria de la muerte tradicional y
esta se llama la tercera atención. Quienes logran la proeza de alcanzar este
estado dejan de ser humanos para siempre, pues obtienen la consciencia total de
su ser. En la terminología tolteca, diríamos que la persona fusiona su tonal y
su nagual. Ya no hay un cuerpo físico y un cuerpo energético: solo hay una
unidad funcional, mezcla de ambos, que puede continuar evolucionando como ser
individual hacia estadios desconocidos para la razón.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
En los capítulos precedentes, hemos analizado cinco modelos
alternativos que describen el mundo más allá de la muerte. Es lo que denominé
las cinco fuentes rebeldes. Tres de estos modelos fueron elaborados por
personas que tuvieron la suerte de explorar el otro mundo mediante la práctica
de lo que ahora conocemos como sueños lúcidos o experiencias fuera del cuerpo.
Otro de los esquemas fue diseñado por el psicólogo Peter Novak, que realizó un
exhaustivo estudio de las principales tradiciones religiosas. El quinto esquema
procede del budismo tibetano que, aunque no está asociado a un individuo
concreto, es el fruto, sin lugar a duda, de las exploraciones directas del otro
mundo por parte de muchos monjes anónimos. La cuestión que nace ahora es ¿cuál
de los cinco modelos es el correcto? No tengo la respuesta. ¡Ojalá la tuviera!
Sin embargo, al reflexionar sobre todos ellos, y si además los comparo con mis
propias experiencias personales, dejan de parecer tan diferentes. Si prestamos
atención, descubriremos que tienen muchos puntos en común. ¿Podría ser que cada
uno de ellos sea, tan solo, una visión parcial de un mapa completo que está ahí
esperándonos? ¿Tienen razón las cinco fuentes rebeldes, de alguna manera?
Pongamos en conjunto toda la información. Veremos que solo hay cuatro finales
post mortem posibles para el ser humano.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Primer destino
posible: la disolución en el todo, en Dios o en la fuente
De este destino, solo hablan Castaneda y el budismo. Aunque
difieren claramente a la hora de valorar sus ventajas.
Para Castaneda, este final es terrible y, por tanto,
indeseable, porque supone la destrucción total del yo. Si dejamos de existir,
no podemos evolucionar más. Por eso, para la tradición tolteca que defiende
Castaneda, es prioritario escapar de nuestro creador que, aunque es el dador de
vida, también es nuestro devorador. Todo esto no es tan descabellado como
parece. En la sociedad moderna muchos dan por supuesto que unirnos a Dios es
nuestra mejor recompensa. Pero, en verdad, nadie nos ha aclarado si fundirse
con el todo es la mayor de las fortunas. ¿Quién desea desaparecer para siempre?
¿Es este el destino óptimo del ser humano?
Por el contrario, para el budismo el objetivo más anhelado
es alcanzar el estado de nirvana, que supone, en el mejor de los casos, la
disolución de la propia identidad en la fuente de todo lo creado. Es decir, el
difunto deja de existir para siempre, al menos como ser individual.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Segundo destino
posible: la reencarnación
Robert Monroe, Peter Novak y el budismo son los que
defienden la existencia de algún tipo de reencarnación. Pero cada uno tiene una
visión diferente.
Monroe cree que las vidas pasadas no son vidas propias. Él
descubrió que cada uno de nosotros pertenece a un racimo de consciencias, es
decir, a un conjunto de personalidades procedentes de una misma familia
espiritual. Como todas ellas han sido generadas por un mismo molde, aun siendo
diferentes personas, existe la posibilidad de que los recuerdos de algunas
consciencias se cuelen en la memoria de las otras. Esta explicaría por qué
ciertas personas, erróneamente, creen recordar vidas pasadas. Es decir, para
Monroe, en realidad solo vivimos una vida física, aunque estemos vinculados a
un grupo de consciencias hermanas que experimentan vidas diferentes. Este
concepto de reencarnación se aleja de la idea que defienden las otras dos
fuentes: el budismo y Peter Novak. En los dos casos, quien se reencarna es siempre
la misma parte de nuestro ser total, que va pasando de vida en vida. Para el
budismo esta fracción del yo se denomina anatta. Novak lo llama espíritu o
consciente. El concepto es muy parecido, porque el anatta o el espíritu es
único en cada persona, pero puede dar lugar a cientos o miles de vidas. La
disparidad con Monroe es evidente, pues para este cada vida es una persona y
cada persona es una vida.
Por su lado, Swedenborg no contempla la reencarnación. Su
modelo de más allá se basa en la hipótesis de que cada persona solo vive una
vida física y que, después de la muerte, pasa a otra existencia, mejor o peor,
pero que también es única y eterna.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Castaneda, por su parte, negaba la realidad de la
reencarnación. Para justificar el hecho de que algunas personas dicen tener
recuerdos de vidas pasadas, Castaneda argumenta que Águila reutiliza pedazos de
energía procedentes de otros seres conscientes que ya han desaparecido para
crear nuevos capullos luminosos, a los que concede nueva vida. Es decir, en realidad,
nuestros vehículos energéticos son de material reciclado. Por eso es posible
que personas con capacidades especiales logren detectar memorias que no son
suyas, sino de los antiguos propietarios de ese material reutilizado, y que las
interpreten como vidas pasadas propias. Para Castaneda, el destino
predeterminado del ser humano es la desaparición total, pues somos el alimento
del Águila. La reencarnación, por tanto, sería un invento para aminorar el
terror que sentimos al pensar en dicha desintegración o para dar esperanza a la
humanidad ante un destino tan temible.
Si somos puristas, deberíamos excluir a Monroe del grupo de
los «reencarnacionanistas», pues su concepto está muy alejado del modelo
clásico. Siendo así, entonces solo dos de las cinco fuentes rebeldes apoyarían
un esquema basado en un ciclo continuo de renacimientos. Y de esas dos, solo el
budismo afirmaría haberlo visto funcionando, ya que Novak realizó un trabajo
puramente intelectual. El misterio, como vemos, continúa…
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Tercer destino posible:
la vida en un mundo paradisiaco o en un mundo infernal
Todas las fuentes están de acuerdo con que existe una
realidad más allá de la materia física donde una parte de nuestro ser continúa
existiendo después de la muerte. Pero cada uno de los modelos analizados tiene
una opinión diferente sobre dos aspectos clave: primero, la calidad de esta
realidad post mortem; segundo, el tiempo que los difuntos pasan en ella.
En cuanto al primer factor, Swedenborg y Monroe afirman que
el más allá funciona de la misma manera que la realidad de vigilia. Es decir,
como un mundo completo, con una organización específica: ciudades, centros de
recuperación, instalaciones dedicadas al aprendizaje y muchas otras cosas.
Ambos, además, coinciden en que las leyes físicas no aplican en estos
ambientes. El más allá, según los dos exploradores, se comporta exactamente
igual que un sueño lúcido, donde el sistema de creencias define lo que podemos
y no podemos hacer.
Por el contrario, el budismo tibetano, Novak y Castaneda
coinciden en que el más allá es más bien un sueño profundo, es decir, no
lúcido. La parte del ser que ha sido trasladada allí solo vive una existencia
fantasmagórica. Carece de control sobre el entorno y sobre sus actos, dejándose
llevar por la fuerza de los recuerdos y las emociones pasadas para crear
artificialmente un mundo unipersonal, donde sus habitantes solo son
proyecciones de su propia mente.
En cuanto al segundo factor, el tiempo, Swedenborg se
desmarca del resto. Swedenborg cree que la naturaleza íntima de las personas se
forja en la vida física y que cuando un sujeto accede al más allá, esa esencia
permanece inalterable. Y, dado que esta naturaleza es la que determina la
inclinación o querencia de la persona por el cielo o el infierno, la existencia
en ese plano de su elección es eterna.
El resto de las fuentes están de acuerdo en que la estancia
en el más allá es solo temporal, aunque por diversas razones. Para Monroe, por
ejemplo, esto es especialmente importante en los llamados infiernos, pues,
según Monroe, los mismos difuntos acaban por darse cuenta de sus propios
errores, en algún momento. Cuando tal cosa ocurre, adquieren un grado superior
de lucidez, haciéndose conscientes de que existen lugares mejores para ellos,
más allá de su percepción actual. En otras ocasiones, estos individuos son
ayudados por consciencias más evolucionadas, que los transportan hacia otros
planos superiores.
Novak, por su parte, asegura que quien reside en el más
allá, el alma, es solo la mitad del ser total; y que esta entidad vive allí
provisionalmente, hasta que su energía se agota o bien su otra parte, el
espíritu, acude a rescatarla.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
El budismo también coincide con el carácter temporal de la
estancia en el más allá, pues, en algún momento, el difunto debe volver a
encarnarse.
Castaneda propone que la permanencia de la consciencia
después de la muerte depende de la energía que haya acumulado la persona y de
la fuerza del pensamiento que seguidores, amigos y familiares ejerzan sobre el
recuerdo de su vida. Cuando esta se extingue, la estancia en el más allá
finaliza y el sujeto desaparece volando hacia el pico del Águila.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
Cuarto destino
posible: usar las puertas de emergencia hacia otros estados del ser
Todas las fuentes seleccionadas en este libro están
incluidas en él precisamente porque comparten una misma idea: el convencimiento
de que los seres humanos no tenemos por qué conformarnos con el más allá para
el que hemos sido diseñados, sino que podemos luchar por alcanzar otras formas
de existencia y trascender así nuestra naturaleza humana. A estas alternativas
yo las he denominado puertas de emergencia, porque están ahí pero casi nadie es
consciente de ellas.
Castaneda afirma que ese es precisamente el objetivo de los
hombres de conocimiento: escapar del Águila manteniendo unificados los
elementos de nuestra personalidad, justo en el momento en el que el capullo
luminoso se raja. Esto puede lograrse mediante la práctica de los sueños
lúcidos o fabricando una réplica de nuestros recuerdos.
Es muy interesante que Monroe coincida prácticamente con
Castaneda en la puerta de emergencia, aunque ambos partan de planteamientos
diferentes. En efecto, Monroe también afirma que la escapatoria consiste en
entregar a Dios, el concepto equivalente al Águila de Castaneda, los recuerdos
y experiencias de nuestra vida. Pero, así como, para Castaneda, entregar las
memorias reales conduce a la extinción total del yo, Monroe cree que hacerlo
nos habilita para continuar existiendo de otra manera. Además, para Castaneda
esta puerta de emergencia es un asunto puramente individual. Sin embargo, para
Monroe la tarea es una misión colectiva, pues se necesita de la colaboración de
todas las vidas de nuestra familia espiritual. Recordemos que esto es a lo que
Monroe llama racimo de consciencias. Pero, hasta en esto, ambos pensadores
muestran similitudes: si analizamos los libros de Carlos Castaneda,
descubriremos que los chamanes del antiguo Méjico afirmaban que el traslado a
las otras dimensiones, más allá del control del Águila, debía ser realizado en
grupo. ¿Quiénes deberían ser los miembros de este grupo? Se trataría de
individuos complementarios energéticamente, dirigidos por un líder, llamado
nagual. Los detalles de la organización de este grupo habrían quedado
registrados en un conocimiento ancestral que los chamanes llamaban La Regla. La
única diferencia entre la visión de Monroe y la de Castaneda es que, el primero
mantiene que los individuos de esta agrupación son personas que han vivido
existencias físicas en diversas épocas históricas y que luego se fusionan entre
ellas para dar vida a un único ser consciente; por su lado, Castaneda nos dice
que los miembros de este grupo son coetáneos en el mundo físico y que han sido
reunidos por el maestro nagual siguiendo las señales del Espíritu. Y, además,
no se fusionan en una sola consciencia, sino que conservan su individualidad
intacta.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
La propuesta de Peter Novak para escapar del destino común
de los seres humanos (un mundo ficticio creado por nuestras proyecciones
mentales) consiste en mantener la unidad de nuestro yo, como ser individual,
evitando que alma y espíritu se separen en el instante de la muerte. Esto es
posible si evitamos o trabajamos, durante nuestra vida física, los traumas
emocionales.
Swedenborg nos insta a mantener una postura personal
orientada hacia el bien y la verdad divina. Esta orientación será suficiente
para ir construyendo, durante la vida física, un segundo cuerpo espiritual que
se verá atraído por las regiones celestiales cuando hayamos descartado nuestro
vehículo material. Para sostener este comportamiento, Swedenborg aconseja dos
cosas: llevar una vida útil en la Tierra, es decir, dedicada a cuidar de los
demás; y luchar contra tu importancia personal, pues nadie es más importante
que nadie.
En cuanto al budismo, la corriente clásica considera que el
yo es lo mismo que el ego. Es el responsable de que nos arrojemos, sin pensar
en otras posibilidades, en la rueda de las reencarnaciones. Siendo el ego el
que provoca el sufrimiento, la solución más evidente para escapar del destino
común de los seres humanos es su destrucción total. Por eso, el budismo
tradicional apoya el nirvana como puerta de emergencia, ya que este estado
supone la disolución del yo en el todo. Sin embargo, como ya vimos, el budismo
tibetano ha encontrado una puerta de emergencia diferente que no implica la
aniquilación de nuestra identidad: son las técnicas para alcanzar la Tierra
Pura, un reino no humano donde las personas pueden comenzar una nueva
existencia sin desprenderse de su individualidad. Para alcanzar esta Tierra Pura
o para crear nuevos mundos por uno mismo, tal y como hizo el sabio Amitabha, la
persona tiene que acumular mérito durante la vida. Recordemos que este concepto
designa a la energía que uno recibe cuando realiza acciones por el bienestar de
otros seres vivos. Estas enseñanzas comparten mucho con las alternativas que
nos ofrece Carlos Castaneda en sus obras. Recordemos que Castaneda dice que una
de las maneras de conservar el yo y viajar a otras realidades tras la muerte
con total control es practicar los sueños lúcidos. Y, en otro lugar, Castaneda
afirma que para tener sueños lúcidos es necesario que la persona también
acumule algo; en este caso, en lugar de mérito, Castaneda lo llama poder
personal. Son conceptos muy parecidos, ya que la forma de obtener el poder
personal es mantener a raya la autoimportancia.
Esto es lo mismo que dicen los budistas, que creen que el
mérito se obtiene al preocuparse por los demás. Cuidar del prójimo exige no
pensar en uno mismo, así que, en cierto sentido, parecen ideas paralelas. La
similitud va aún más allá, pues el chamán don Juan cuenta a Castaneda que el
poder personal puede transferirse de una persona a otra; por ejemplo, porque
una tiene exceso y la otra carece de ello. Vimos que en la tradición de la
transferencia de la consciencia y de la Tierra Pura del budismo también se
afirma que el mérito es algo que puede cederse a un tercero para ayudarlo.
En definitiva, según el budismo tibetano, es viable eliminar
el ego y, a la vez, mantener intacto el sentido del yo. Por ello, no sería
necesario recurrir a una maniobra tan drástica como el nirvana, que supone la
destrucción total de la persona. Esto sería, como afirma el dicho, matar moscas
a cañonazos.
Si las puertas de emergencia existen, es decir, si es
posible optar por destinos alternativos traspasando el universo humano y
adoptando otro estado del ser, entonces se podrían explicar muchas cosas. Por
ejemplo, es habitual que cuando los soñadores lúcidos modernos o los médiums
tratan de encontrar a una persona específica en el más allá, dicha persona no
aparezca por ningún sitio. Es como si ya no existiera. En ocasiones, las
entidades que por allí merodean, especialmente a aquellos que parecen tener cierta
autoridad, responden que la persona ya no está allí. A veces, ante la
insistencia del explorador, le ruegan que no siga buscando porque no la va a
encontrar. O dicen que ese amigo o familiar ha pasado a otro estadio. ¿Qué
estadio es este? ¿No está confirmando esto las teorías de Monroe, Novak y
Castaneda? Según Monroe, algunas personas se «gradúan» cuando reúnen en una
sola entidad a todas las consciencias de su familia espiritual. Para Novak,
estas personas «desaparecidas» son aquellos que, durante la vida física, han
logrado mantener unidos su alma y espíritu y que, por tanto, ya no pueden ser
encontrados en el más allá. Por su parte, Castaneda afirma rotundamente que la
energía de los fallecidos dura un determinado tiempo y luego se disuelve para
siempre en la boca del Águila. Pero algunas personas son capaces de burlar este
destino, si son conocedoras de las técnicas apropiadas. Por tanto, si alguien
no puede ser localizado en el más allá es porque se le acabó la energía y ya no
existe, o porque ha logrado esquivar al Águila.
¿Podemos sacar alguna conclusión de todo ello? Yo creo que
sí. Al menos, me gustaría destacar tres ideas principales.
La primera es que todas las fuentes de información están de
acuerdo en que, cuando la vida física finaliza, la parte imperecedera del ser
humano entra en una realidad paralela a la realidad física. Esta, a nivel
perceptivo, es tan real o incluso más que nuestro mundo de vigilia en el que
ahora nos encontramos. En este nuevo plano, las consciencias continúan existiendo
de una manera muy parecida a como lo hacen en la Tierra, y adquieren otro
cuerpo, que se siente tan físico como el anterior. La calidad de la nueva
realidad queda determinada por la naturaleza interna que cada persona se haya
forjado durante su paso por la Tierra. Algunos construyen un mundo personal
formado solo por proyecciones mentales propias. Otros colaboran en grupo con
los que piensan y sienten como ellos, levantando mundos colectivos.
La segunda idea que comparten estas fuentes es que la estancia
en el más allá no es eterna. No hay acuerdo entre ellos, sin embargo, en cuanto
a la razón de dicha estadía temporal. Unos opinan que sirve para preparar a los
difuntos, ya que van a repetir la experiencia de una nueva vida física,
renaciendo en otro cuerpo. Otros afirman que la limitación de tiempo se explica
fácilmente por cuestiones de energía, puesto que sobrevivimos únicamente
mientras tenemos suficiente carga vital en el depósito.
La tercera idea es que, para revertir la temporalidad de
nuestra estancia en el más allá podemos escoger caminos alternativos diferentes
del destino común diseñado para nuestra especie. Si hacemos esto antes de que
nuestro tiempo en el más allá se agote, conservaremos intacta la estructura del
yo, superando la condición humana. La existencia de estas puertas de emergencia
es el pilar esencial del que carecen los esquemas tradicionales del más allá.
Es la respuesta de las respuestas. Si estas escapatorias realmente están ahí,
disponibles, supondrían un potente mensaje de esperanza y de libertad para el
ser humano. Sobre todo, de libertad. Libertad para abandonar este mundo físico
conservando por siempre nuestros recuerdos, nuestras emociones y nuestros
anhelos. Y, a la misma vez, trascender la parte de nuestro yo que nos hace
humanos e ingresar, así, en otros estados, planos, reinos o dimensiones
imposibles de concebir con nuestra limitada mente actual. Si aceptamos esto, la
muerte dejaría de ser vista como un mero tránsito. La muerte comenzaría a ser
considerada como lo que realmente es: una oportunidad para la evolución.
Depende de nosotros que escojamos, pues, el camino correcto.
Enrique Ramos
Más allá del más allá
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