Citas de libros de Enrique Ramos:
"Con el tiempo, poder constatar por uno mismo este estado de metacognición ha llevado a muchos onironautas a plantearse si el sueño lúcido es un estado de consciencia superior a la vigilia. Mi experiencia me dice que sí. Esto, evidentemente, te cambia la perspectiva sobre la naturaleza de la realidad. En efecto, si organizamos los tres estados en los vértices de un triángulo equilátero, el sueño lúcido debería estar en la cúspide, porque es donde el ser humano disfruta del mayor grado de lucidez y de control sobre el entorno. Los vértices inferiores estarían ocupados por el sueño ordinario y por la vigilia. Creo que el origen de todo está localizado, por tanto, en el estado onírico consciente. De esta manera, cuando un sueño lúcido finaliza, en realidad no estamos despertando, sino que nos estamos durmiendo. Y, por eso, acabamos en el estado de vigilia. Después, cuando llega la noche, decimos que nos disponemos a realizar algo que denominamos dormir. ¡Pero no es cierto, porque ya estábamos durmiendo! Así que, en verdad, lo que hacemos durante la vigilia es dormir aún más profundamente o, si se quiere, soñar dentro de otro sueño. Si las personas pueden aprender a despertar dentro de un sueño corriente para convertirlo en un sueño lúcido, aplicando determinadas técnicas, sería lógico pensar que deben existir técnicas equivalentes que nos permitan despertar dentro de la vigilia. Eso convertiría nuestro mundo cotidiano en un sueño lúcido; al fin y al cabo, hemos dicho que la vigilia es otro sueño. Esto mismo es lo que ciertas religiones y filosofías, como el budismo, llaman la experiencia del despertar. ¿Es el yo del sueño lúcido el que sueña al yo de la vigilia? ¿O es el yo de la vigilia el que sueña al yo del sueño lúcido? ¿Quién sueña a quién? Aquí está la clave."
Enrique Ramos
"El ser humano, como consciencia, es creadora de realidades. En el mundo físico creamos realidades a través de los sentidos, y a partir de ahí la consciencia crea una realidad... la realidad como tal no existe, sino que es una construcción de tu mente o consciencia. Este mundo no existe, es algo que ordenas y creas con los impulsos de la percepción física. Igual sucede con los sueños lúcidos.
Cuando realizas una serie de procesos, eres capaz de que tu consciencia destruya esta realidad y construya otra distinta. Está haciendo lo mismo que hacemos todos los días cuando despertamos del sueño. La consciencia se pone a construir la realidad de nuevo, pero esa realidad no existe sin ti. La creas tú. Lo que sucede, es que todos estamos creando a la vez la misma realidad. Hemos nacido así y somos educados así. Somos mente, y estamos viviendo una experiencia en esta realidad que llamamos mundo."
Enrique Ramos
"En primer lugar, (al controlar los sueños lúcidos) cambia tu concepto de realidad, de vida y de existencia. Te das cuenta de que existen otras realidades en las que puedes estar. Eso te da la certeza de que hay otros mundos, y que probablemente cuando dejemos esta realidad física porque muramos, habrá una puertecita de atrás por la que poder escapar y continuar viviendo. Es algo que te quita, al menos en mi caso, el miedo a la muerte.
Por otra parte, también te apoya de manera absoluta en tu existencia física porque puedes llegar a hacer muchas cosas. Ten en cuenta que los científicos han descubierto que cuando el soñador lúcido está en esa otra realidad, el cerebro tiene un patrón de ondas cerebrales que es casi idéntico al de la vigilia. Esto nos está diciendo que durante el sueño lúcido la persona se encuentra en otra realidad muy real."
Enrique Ramos
"¿Es posible dormirse dentro de un sueño lúcido? Ciertamente. Esto te traslada inmediatamente a otro escenario de otro sueño lúcido. Según el argumento de la película, cada sueño dentro de otro sueño constituiría un nivel superior de realidad y de estabilidad. ¿Es así? En mi experiencia es cierto, funciona de esta manera. Aunque aprender la técnica no es nada fácil. Según el filme, ejecutar esta maniobra comporta ciertos riesgos, ya que el sujeto podría perder la noción de su propia identidad y los recuerdos de su realidad de vigilia. Es decir, profundizar en exceso en niveles de sueño cada vez más profundos puede conducir al olvido de uno mismo. Y, finalmente, quedar atrapados por siempre en el último sueño lúcido, que aceptaríamos como si este fuese nuestro único mundo cotidiano. Personalmente, puedo corroborar las consecuencias negativas de profundizar en los niveles de sueño. Mi experiencia ha sido muy similar a la que tienen los personajes de la película Origen. En tres ocasiones distintas, practicando estas técnicas concretas de profundización, tuve experiencias inenarrables. En las tres sentí cómo una niebla se apoderaba de mí. Entonces, mis datos personales comenzaron a borrarse a una velocidad alarmante. Sin embargo, mientras iba perdiendo la memoria de quien yo realmente era, seguía plenamente consciente de todo el proceso. Sabía perfectamente lo que me estaba ocurriendo, pero toda mi vida pasada se me iba de las manos. Es una sensación imposible de describir con palabras. Mi nombre, mi identidad, mis recuerdos... todo iba desapareciendo como si fuesen hilitos de humo escapando de mi cabeza. Y yo no podía hacer nada. En uno de estos episodios, recuerdo asirme con fuerza al cabecero de una cama desconocida, en la que había aparecido al trasladarme desde la primera realidad onírica. Cuando comencé a darme cuenta de lo que me estaba sucediendo, me aferré a los barrotes luchando por recordar cada fragmento de mi vida de vigilia. Realizando un enorme esfuerzo, logré engancharme a un diminuto aspecto de mi disgregada memoria. Afortunadamente, desperté de nuevo en la realidad que llamamos vigilia, con gran alivio por mi parte y con la memoria intacta."
Enrique Ramos
"Estamos destinados a soñar lúcidamente."
Enrique Ramos
Gracias a mi empeño, hoy puedo afirmar que creo en la vida
después de la muerte. Estoy convencido de que la consciencia humana sobrevive.
Pero, desafortunadamente, no puedo demostrarlo. La naturaleza del espíritu
humano, el origen de los recuerdos o el asiento de la identidad son cuestiones
complejas que continúan siendo discutidas en el ámbito científico, filosófico y
espiritual.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 11
Dado que la creencia en el otro mundo queda más allá de la
evidencia científica, ¿cuáles son las razones para confiar en su existencia? En
mi caso, tengo motivos puramente personales. El principal lo constituyen mis
propios sueños lúcidos, que ocurrían desde que era muy joven. Como hemos dicho,
los sueños lúcidos son una experiencia que permite crear realidades paralelas
que son percibidas como si fuesen realidades de vigilia. En ellas, el soñador
lúcido se siente plenamente despierto, físico y mentalmente, más lúcido aún que
cuando está despierto en este mundo físico. Es exactamente el mismo fenómeno
que la experiencia fuera del cuerpo o la proyección astral, aunque estos dos
últimos términos son cada vez menos utilizados1.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 12
El hecho de poder subsistir en una segunda realidad y en
ella pensar, moverte, tocar objetos, sentirte con toda tu identidad y recuerdos
intactos, y reconocerte tan vivo como en estado de vigilia podría parecer
imposible. Pero no lo es. Estamos condicionados a creer que solo en este mundo
físico es donde nuestra mente puede permanecer plenamente activa. Ahora,
gracias a multitud de estudios, sabemos que el sueño lúcido es otro de esos
estados en los que el ser humano se siente consciente y con su atención
enfocada en el entorno, sin que se note diferencia alguna con el mundo de todos
los días. Y lo más importante: este estado ha sido empleado por el ser humano
desde siempre como herramienta de exploración de otros planos de la existencia.
Su uso está extendido en todas las culturas del planeta.
Pues bien, ya que esta experiencia (ya sea denominada sueño
lúcido, experiencia fuera del cuerpo o proyección astral) consiste básicamente
en permitir que el cuerpo caiga dormido mientras la mente entra lúcida en otra
realidad, la correspondencia entre el sueño y la muerte es inmediata para
cualquier practicante. De hecho, ciertas corrientes de pensamiento, como el
budismo, afirman que la muerte podría ser nuestro último sueño. Existe una
clara analogía entre el ciclo despertar-sueño y el ciclo vida-muerte. En
efecto, todas las noches nos abandonamos a la pérdida de consciencia, con la
absoluta certeza de que al día siguiente esta volverá a su actividad
construyendo un nuevo día en nuestra vida. Lo mismo ocurre con la muerte: esta
supone un abandono de la consciencia, como si durmiéramos. Si despertamos cada
mañana y recuperamos la lucidez, ¿no sería lógico pensar que resurgiremos
despiertos en otro mundo? Cualquier soñador lúcido defendería esta analogía. En
mis primeros viajes oníricos, cuando sentía que me despegaba de mi cuerpo
físico, pensaba que en verdad me estaba muriendo. Esta sensación de que los
sueños lúcidos y experiencias fuera del cuerpo son, en cierto sentido, como un
entrenamiento para la muerte es compartida por las personas que saben cómo
provocar voluntariamente este proceso e, incluso, por las que han pasado por
esta experiencia de manera involuntaria. La literatura especializada está
repleta de testimonios.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 13
Cualquier viajero inteligente intenta hacerse con un mapa
fiable del recorrido antes de iniciar el trayecto.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 15
Por otra parte, y, en segundo lugar, creo en la existencia
de la vida post mortem por motivos puramente prácticos. Es una apuesta muy
parecida a la del gran filósofo y matemático Pascal. A la cuestión sobre la
existencia de Dios, este argumentó que lo más razonable era creer en él, ya que
tendríamos mucho más que ganar, absolutamente más que si creyésemos lo
contrario. Efectivamente, ¿qué ocurriría si no creyeses en Dios? Según Pascal,
si, al final, Dios no existe, no pierdes, pero tampoco ganas nada. En cambio,
si resulta que Dios existe, pierdes un lugar en el cielo. Es decir, la no
creencia en Dios puede dejarte igual o/y perjudicarte mucho. La opción
contraria da, en el peor de los casos, un resultado sin consecuencias; pero en
el mejor de los casos, un gran beneficio. Por tanto, lo más sensato es
decantarse por la creencia en Dios. Pues bien, mi razonamiento para creer o no
en la vida después de la muerte es el mismo, independientemente de la
existencia de Dios. Por último, tener esperanza en un más allá me permite
llevar una vida más plena, relajada y eficiente. Son varios los estudios
estadísticos que afirman que confiar en la otra vida mejora la calidad de esta,
por diversas circunstancias. Esto también lo sabemos por las experiencias
cercanas a la muerte que han experimentado miles de personas en todo el mundo.
Tras regresar, su vida no vuelve a ser la misma. Generalmente, para bien. El
problema es que, en Occidente, la muerte ya no es un tema de conversación, ni
se enseña en las escuelas, ni en la familia. Negamos su existencia, como si
descuidando su susurro la hiciéramos desaparecer. Por eso nuestro
comportamiento en este planeta es tan prepotente y, a la vez, tan inseguro. ¿A
quién le importa cómo ha de morir, si, de todas formas, va a morir? Por eso,
muy pocos están preocupados. Pero otros muchos estamos realmente interesados en
saber qué ocurre. Confiamos en que alguna parte de nuestro ser (ya lo llamemos
consciencia, mente, alma o espíritu) sobrevivirá a esta vida física y
emprenderá una larga travesía hacia otras dimensiones, quizás sin retorno. Por
eso todos buscamos una guía que nos oriente, un plano detallado con las etapas
del camino. Cualquier viajero inteligente intenta hacerse con un mapa fiable
del recorrido antes de iniciar el trayecto. No estamos hablando aquí de viajar
a una nación democrática, con todas las comodidades, sino de visitar un inmenso
territorio salvaje que pocas veces ha sido explorado con anterioridad. ¿Quién,
en su sano juicio, se atrevería a viajar a un país desconocido sin haber, al
menos, leído una guía sobre sus territorios y sus costumbres? Sin embargo, en
nuestra civilización moderna, la mayoría de las personas que creen en la vida después
de la muerte no se ocupa debidamente de organizar su viaje post mortem. En
muchos casos creen que lo saben ya todo. Esto es, en gran medida, culpa de los
dos modelos ortodoxos sobre el más allá que las religiones imperantes, la
literatura y el cine nos han insuflado como si fuesen encantamientos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 14
Uno de estos modelos afirma que viviremos una única vida
física y una sola vida eterna en el más allá. Nuestro comportamiento durante la
existencia física determinará la calidad de esa vida en el segundo mundo, ya
que nuestros actos serán valorados en un juicio de alguna clase, que tendrá
lugar después de la muerte. Si dichos actos encajan con ciertas pautas morales,
entonces seremos conducidos a un lugar paradisiaco. En caso contrario, seremos
arrojados a un mundo infernal. Este es el modelo de muchas de las religiones
tradicionales que profesan millones de personas en todo el mundo. ¿De dónde
sacaron estas ideas? Algunas fueron construidas a partir de las narraciones de
exploradores antiguos que recorrieron el más allá como consecuencia de una
experiencia fuera del cuerpo, una visión o una experiencia cercana a la muerte.
Pero, a poco que profundicemos en sus detalles, estos nos revelan que tales
relatos fueron escritos, en gran medida, para corroborar y justificar ciertas
normas de conducta que se pretendían imponer a la población. Son, en realidad,
resultado directo de la cultura y la moral de la época. Y, por tanto, son una
herramienta de control social. El otro modelo que aceptamos en Occidente, y que
cada vez tiene más aceptación, es el que nos ha impuesto la literatura de la
Nueva Era2 y las películas de Hollywood. ¿Quién no ha visto la película Ghost,
ese bello cuento de amor protagonizado por Patrick Swayze, Demi Moore y Whoopi
Goldberg? Esta moderna descripción de la vida después de la muerte es fruto de
la mezcla de tradiciones orientales, como la reencarnación, y lo mejor del
modelo cristiano. Sus premisas nos suenan muy bien, porque ya nos hemos
acostumbrado a ellas. Por ejemplo, todo el mundo sabe que, cuando alguien
fallece, viaja a un lugar maravilloso donde es recibido por familiares y
amigos. A veces, es acogido por seres espirituales de gran bondad y sabiduría.
Estos están al cargo del funcionamiento del más allá, que está dividido en diferentes
áreas repletas de edificios destinados a propósitos muy definidos. Como mínimo,
suele haber un área de recepción para los nuevos, donde son recibidos y
preparados convenientemente para lo que está por venir. También hay un área de
regeneración para que se recuperen del trauma de la muerte física, porque no
todas las personas fallecen en circunstancias cómodas o con la suficiente
preparación. El más allá cuenta, así mismo, con un área de instrucción donde
las personas son sometidas a una revisión de la vida física anterior; el
objetivo es aprender de los errores cometidos. Otro centro importante es el
recinto de preparación para la siguiente vida física, donde el difunto
selecciona unos nuevos padres y un nuevo cuerpo para vivir. Antes de marchar, en
este lugar, será sometido a un borrado total de los recuerdos de la existencia
pasada con el fin de que no interfieran en su nuevo recorrido. Si estás
familiarizado con la nueva espiritualidad, este esquema te sonará conocido. ¿Y
si el proceso no tuviese por qué ser exactamente así? Personalmente, considero
que la asunción de estos dos modelos, ya sea el tradicional o el ofrecido por
la Nueva Era, ha anulado nuestra capacidad crítica y nos impide ver otras
alternativas. Y el caso es que estas alternativas existen, pero son muy poco
conocidas. Algunas llevan siglos desafiando silenciosamente los oxidados
esquemas que asumimos como verdaderos. Casualmente, todas ellas no surgieron
para el control social ni son meros ejercicios intelectuales: son el resultado de
investigaciones personales llevadas a cabo por buscadores intrépidos que han
explorado el más allá desde distintas perspectivas. La mayoría de ellos
visitaron el otro mundo en profundos estados de consciencia. Y, en sus viajes,
descubrieron cosas asombrosas.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 15
Lo fascinante de estas teorías es que comparten la idea de
que el ser humano no tiene por qué conformarse con un único destino después de
la muerte. Todas están de acuerdo en que nuestro destino depende de nuestra
voluntad, y no de que nuestro comportamiento supere un juicio amañado por la
moralidad del momento. Es decir, afirman que morir es, realmente, un asunto
puramente personal. Ciertamente, hemos llegado a interiorizar que morir es un
proceso idéntico para todos los seres humanos. Y, en parte, es cierto. La
muerte nos iguala: ricos y pobres, famosos y anónimos, listos y no tan listos.
A cada uno de ellos les llegará su abrazo. Pero ¿no estaremos cometiendo un
error capital al aceptar que la inevitabilidad de la muerte implica también una
tabla rasa en cuanto a nuestro destino final después de abandonar el cuerpo?
¿No dependerá dicho destino de nuestra habilidad personal para dirigirlo, mucho
más de lo que habríamos sospechado?
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 18
Por mi experiencia y la opinión de otros muchos investigadores
modernos, el sueño lúcido, la experiencia fuera del cuerpo y la proyección
astral son el mismo fenómeno, al que se le ha dado nombres distintos en dos
épocas diferentes.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 19
El mapa del
chamanismo
En contra de lo que podría pensarse, en las primeras
culturas que practicaban el chamanismo o el animismo, el más allá no tenía una
entidad física. Creían en un mundo espiritual. Salvando algunas diferencias,
todos estos pueblos coincidían en la existencia de tres mundos paralelos.
Habitualmente eran representados en vertical, uno por encima del otro. En
muchas ocasiones, se empleaba la figura de un árbol como eje cosmológico. En
primer lugar, y ocupando el estrato inferior, situaban el mundo de abajo3. Este
es el reino de la Madre Tierra, donde moran los espíritus grupales de los
animales, las plantas y los minerales, y todos aquellos seres mágicos que
tienen una función en el sostenimiento de la naturaleza. Y, por supuesto, las
almas de los ancestros. Poco sabemos sobre este reino. Como es lógico, no
existe documentación de aquella época, aunque tenemos los estudios modernos
sobre chamanismo. El mundo de abajo era el mundo más visitado por los brujos y
chamanes para obtener conocimiento y resolver problemas de toda índole:
curaciones, posesiones espirituales o problemas de fertilidad. Más arriba
quedaba el mundo de en medio. Es nuestra realidad física. Sobran palabras. Y
por encima de los dos anteriores, el mundo de arriba. Allí viven los dioses o
los espíritus sabios. Todos estos reinos no son espacios independientes unos de
otros, sino que están interconectados ocupando un mismo espacio sutil.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 21
Sabemos que el más allá sumerio, principalmente nombrado
kur4, era un lugar lóbrego y silencioso, donde la existencia no resultaba
precisamente agradable. Los humanos tenían allí una vida durísima: caminaban
desnudos, comían solo polvo y bebían agua estancada. Sentían una sed terrible y
es por eso por lo que los familiares vivos se afanaban en hacer ofrendas
periódicas de bebidas y comida que colocaban sobre los enterramientos; estos se
encontraban, normalmente, en el suelo del mismo hogar. Por eso, a aquellos que
no habían tenido descendencia, les esperaba una eternidad mucho peor que al
resto: sin hijos no habría comida ni bebida para ellos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 24
En el mundo sumerio y mesopotámico no hay juicio para
separar a los justos de los impíos.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 24
Posteriormente, en época babilónica, comenzó a hablarse
tímidamente de un juicio a los difuntos, conducido por los Annunaki. Pero estos
dioses, que se sentaban en tronos de oro, no juzgaban al difunto por sus actos
o por su comportamiento moral. Para nada. Solo les importaba si habían
realizado suficientes sacrificios en su nombre. Los humanos que afirmaban
haberlo hecho correctamente, fundamentalmente los ricos, eran liberados; pero
su única recompensa seguía siendo deambular por aquel horrible y aburrido mundo
gris. Aquellos que no se habían podido permitir el dispendio en sacrificios
eran castigados y torturados.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 25
El mapa egipcio
Muy poco después, otras culturas incluyeron el concepto de
juicio y mérito en su modelo de más allá. Es posible que la primera fuese la
civilización egipcia. Aquí, el otro mundo ya no es un lugar tenebroso. Pero, al
menos hasta el Imperio Medio (unos dos mil años antes de nuestra era), estaba
reservado exclusivamente para los faraones. Con el tiempo, los nobles
comenzaron a reclamar su derecho a disfrutar también de él. Copiaron los textos
funerarios y los plasmaron en sus tumbas con la esperanza de heredar la otra
vida, al igual que los monarcas. Con el paso de los siglos, todo aquel que
pudiera permitirse ser enterrado junto al pergamino con los textos adecuados,
tenía una oportunidad de vencer a la muerte. Estos escritos contenían las
instrucciones y conjuros necesarios para no perderse en ninguna fase del
recorrido entre esta existencia y la siguiente, pues el muerto encontraba
muchos lugares peligrosos en el trayecto.
En la versión más tardía y definitiva del más allá egipcio
el proceso del fallecido quedó establecido de la siguiente manera:
primeramente, tenía que impedir la pérdida de la propia identidad. Es decir, el
olvido de sí mismo. Por eso, los egipcios creían necesario conservar el cuerpo
en la tumba, y su nombre inscrito en paredes, ataúd y pergaminos. Todo esto se
hacía con un doble fin. Por un lado, se pretendía conservar el recuerdo de
quién fue en el plano material.
Por otro lado, se requería que el difunto aceptase que ya no estaba vivo físicamente. Aquellos que no lograban conservar su identidad eran llamados los inertes. Aparecen representados en las pinturas como personas dormidas, tumbadas en el suelo. Esta circunstancia les impedía avanzar, así que quedaban atascados en zonas intermedias, sin posibilidad de iniciar una segunda vida. Está claro que los antiguos egipcios pensaban que morir lúcidamente, es decir, recordando quiénes habían sido, era clave.
En la versión más tardía y definitiva del más allá egipcio
el proceso del fallecido quedó establecido de la siguiente manera:
primeramente, tenía que impedir la pérdida de la propia identidad. Es decir, el
olvido de sí mismo. Por eso, los egipcios creían necesario conservar el cuerpo
en la tumba, y su nombre inscrito en paredes, ataúd y pergaminos. Todo esto se
hacía con un doble fin. Por un lado, se pretendía conservar el recuerdo de
quién fue en el plano material.
Por otro lado, se requería que el difunto aceptase que ya no estaba vivo físicamente. Aquellos que no lograban conservar su identidad eran llamados los inertes. Aparecen representados en las pinturas como personas dormidas, tumbadas en el suelo. Esta circunstancia les impedía avanzar, así que quedaban atascados en zonas intermedias, sin posibilidad de iniciar una segunda vida. Está claro que los antiguos egipcios pensaban que morir lúcidamente, es decir, recordando quiénes habían sido, era clave.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 26-28
El segundo destino estaba reservado para difuntos
especiales: subir a la barca del dios Ra, cuya manifestación era el sol. Estos
vivirían en compañía de esta y otras divinidades, contemplando la Tierra desde
arriba mientras viajaban de un punto a otro, siguiendo permanentemente a nuestro
astro. Esto significaba alcanzar la inmortalidad. Pero el recorrido era
cíclico, así que el difunto debía pasar por el inframundo cada día, cuando el
sol se escondía por el horizonte. Después, al llegar el amanecer, reaparecería
inaugurando una nueva jornada. En realidad, no entendemos bien qué significa
todo esto. Seguramente, tuvo un sentido muy específico que ahora desconocemos.
Algunos opinan que detrás de este viaje en la barca solar se esconde el
concepto de reencarnación. Quizás los egipcios pensaran que algunos fallecidos
que habían superado el juicio, por razones que no acertamos a conocer, eran
obligados a renacer en otro cuerpo, en este mundo físico. Esto es lo que
querrían decir, por tanto, con la admisión en la barca del dios solar Ra y su
continuo ciclo día-noche, una metáfora universalmente utilizada en el pasado
para expresar el ciclo de muerte y resurrección.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 28
El otro final reservado para los que superan el juicio era
la transformación en akh. Esta palabra designa a un ser luminoso, un dios. Los
fallecidos que acceden a este estado viven con las deidades para siempre, en un
paraíso cuya ubicación quedaba marcada, según la mitología egipcia, por la
estrella Polar. No queda claro quién (y por qué) se quedaba en la barca de Ra y
quién podía volar hacia la estrella del norte convertido en un dios. Pero
parece entenderse que el primer destino era de calidad inferior al segundo.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 30
El mapa persa
Dejemos ahora a los egipcios y avancemos en el tiempo. El
profeta iraní Zaratustra fue, posiblemente, el precursor del cielo moderno. No
se conoce la fecha de su nacimiento, pero vivió entre los siglos vii y vi
a. C. Parece que, de joven, tuvo una experiencia mística que le reveló una
nueva descripción del más allá. Hasta su época, el paraíso estaba reservado
para las élites, independientemente de su conducta. El resto de los seres
humanos tenía que conformarse con un más allá tenebroso, al estilo de lo que
defendía la cultura sumeria y mesopotámica. Desde este punto de vista,
Zaratustra fue un revolucionario, pues comenzó a predicar que todos los
difuntos debían pasar por un tribunal y un juicio que valoraría su conducta
personal. En este juicio, las acciones eran pesadas en una balanza, como
ocurría en la religión egipcia. Después, los difuntos tenían que atravesar el
puente Cinvat. Los que habían superado el juicio eran conducidos por dicho
puente hasta la Casa del Canto, una especie de paraíso, acompañados por una
virgen. Los que fracasaban avanzaban empujados por una bruja, mientras el
puente se estrechaba cada vez más. Cuando este se hacía tan delgado que cortaba
como el filo de una espada, dejaba de ser transitable. Entonces, los fallecidos
caían a la Casa de las Mentiras, donde eran atormentados con terribles
castigos, en función de sus faltas. En algunos textos se insinúa que la
estancia en los infiernos descritos por Zaratustra no era eterna.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 30
El mapa griego y
romano
No hay duda de que la mayoría de los griegos creían en la
supervivencia del alma, tal y como demuestran sus ricas costumbres funerarias.
Conocemos mucho sobre sus tradiciones. Los familiares de los difuntos, por
ejemplo, depositaban diferentes objetos en los sepulcros, con el fin de que
estos fueran útiles a los muertos en el más allá. Por ejemplo, alimentos,
bebidas o ropajes. Después de lavar el cuerpo del fallecido, este era ungido
con bálsamos y luego envuelto en una tela. A continuación, se le tumbaba sobre
una superficie con los pies siempre hacia la puerta, como invitándole a salir.
Y se le dejaba allí un tiempo para confirmar que estaba realmente muerto, no
fuese que se levantase de repente y se encontrarse ya en el sarcófago8 con
plena consciencia. Mientras tanto, las plañideras lloraban hasta la extenuación
como símbolo de dolor y respeto. La familia y amigos celebraban una comida
especial, dejando un puesto en la mesa para el espíritu del muerto, que vendría
a disfrutar de su último festín. Pasados varios días, el cuerpo era trasladado
a su lugar definitivo de descanso. En algunas regiones, este era incinerado y,
en otras, enterrado. Si el difunto era un personaje importante o un héroe de
guerra, se celebraban, en su honor, juegos deportivos. Pero no lo hacían solo
por vanidad, sino que realmente pensaban en el bien del muerto, cuyo fantasma
acudiría feliz a participar como público en estos espectáculos. Cuando todos
los ritos finalizaban, el difunto se convertía en una especie de divinidad
protectora de la familia. Se le seguía honrando, por medio de estatuillas, en
el propio hogar.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 31
El modelo griego del más allá evolucionó mucho en pocos
siglos. En un principio, era semejante al más allá sumerio. Todos los muertos
iban al Hades, un mundo solitario, oscuro y triste que podía ser localizado
bajo tierra. Pero no todos corrían la misma suerte. Aunque la situación general
no era especialmente favorable para nadie, algunos sufrían un destino peor que
otros. Todo dependía del veredicto de un juicio al que cada difunto era
sometido. El tribunal era presidido por Hades o Plutón, el dios del otro mundo,
y por su esposa Perséfone. Pero ninguno de ellos dictaba sentencia, sino que
esta tarea estaba a cargo de tres jueces: Minos, Radamanto y Eaco. Radamanto
juzgaba a los difuntos de origen asiático, y Eaco a los europeos. Minos era
quien decidía en caso de duda. Algunos humanos eran castigados a duros
trabajos, o se les infligían grandes daños físicos y psicológicos. En la
mitología tenemos muchos ejemplos: Tántalo, Sísifo, Ticio, las Danaides o
Ixión. El resto de los fallecidos, con condenas menores, vagaban por ese
desierto en un estado casi onírico, como si fuesen fantasmas sin volición,
arrastrados por una fuerza desconocida. En todos los casos, los difuntos, antes
de llegar a su destino, debían atravesar varios territorios y cruzar diferentes
ríos y lagunas de agua estancada. Uno era el Estigia, también llamado
Aqueronte. Este marcaba la frontera entre las dos dimensiones. De su orilla
partía un barquero que cobraba un peaje para transportar al muerto al otro
lado. Los otros caudales de agua eran el río Lete, cuyas aguas hacían olvidar
todos los recuerdos; el río Cocito, el río de los lamentos; y el río
Piriflegetonte, un río de fuego. Los griegos gustaban, además, de señalar la
ubicación geográfica de este otro mundo: para algunos, el Hades estaba situado
en los límites del río Océano, más allá de las columnas de Hércules, el actual
estrecho de Gibraltar. Otros situaban sus entradas en determinados
emplazamientos de Grecia.
Enrique Ramos
Más allá del más allá,página 32
La idea griega del más allá, aunque era un compendio de
tradiciones de diferentes regiones, fue homogeneizándose poco a poco,
especialmente gracias al trabajo de poetas como Homero. Lo más importante es
que, en algún momento, alguien comenzó a intuir que ese destino funesto, tal y
como era descrito, podía ser evitado de alguna manera. Y así, de una única
zona, el Tártaro o Hades, se pasó a dos. Algunas personas serían, a partir de
entonces, capaces de eludir aquel mundo perverso y anodino, ingresando
directamente en un paraje idílico en el que no había sufrimiento alguno. Eran
los Campos Elíseos:
No es tu destino yacer muerto en Argos, sino que los dioses
te llevarán a la llanura Elísea y a los confines de la tierra, donde el rubio
Radamanto habita y la vida es placentera para los hombres: jamás hay nieve, ni
lluvia, ni tormentas, sino que siempre el Océano levanta las brisas del Céfiro,
que sopla canoro llevando frescor a la gente (…).
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Por otro lado, se requería que el difunto aceptase que ya no estaba vivo físicamente. Aquellos que no lograban conservar su identidad eran llamados los inertes. Aparecen representados en las pinturas como personas dormidas, tumbadas en el suelo. Esta circunstancia les impedía avanzar, así que quedaban atascados en zonas intermedias, sin posibilidad de iniciar una segunda vida. Está claro que los antiguos egipcios pensaban que morir lúcidamente, es decir, recordando quiénes habían sido, era clave.
Por otro lado, se requería que el difunto aceptase que ya no estaba vivo físicamente. Aquellos que no lograban conservar su identidad eran llamados los inertes. Aparecen representados en las pinturas como personas dormidas, tumbadas en el suelo. Esta circunstancia les impedía avanzar, así que quedaban atascados en zonas intermedias, sin posibilidad de iniciar una segunda vida. Está claro que los antiguos egipcios pensaban que morir lúcidamente, es decir, recordando quiénes habían sido, era clave.
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Más allá del más allá,página 28
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Más allá del más allá,página 30
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Enrique Ramos
xiv d. C.), situaba los infiernos bajo la ciudad de Jerusalén, organizado en terrazas concéntricas. Hombres de ciencia y filósofos elaboraron mapas detallados del más allá, algunos de ellos con medidas exactas de sus dimensiones. El mismo Galileo se atrevió a poner números. Otros llegaron a calcular la cantidad exacta de demonios que poblaban el infierno o cuántos condenados cabían en él. Con el paso de los siglos se abandonó esta conceptualización materialista y todo volvió a su cauce. El otro mundo volvió a ser colocado, de nuevo, en una dimensión paralela. Esta sería invisible al ojo humano e incomprensible a la mente racional. Tal idea continuó evolucionando hasta llegar a la versión oficial que en la actualidad defiende el Vaticano: que el cielo y el infierno no son lugares geográficos, ni siquiera son lugares espirituales. No son lugares, en cualquier caso. La doctrina reciente es que son estados del alma. El cielo es la condición de las consciencias que, gracias a su buen comportamiento, disfrutan de la compañía de Dios. El infierno es, por el contrario, el estado anímico y espiritual de las almas que están tan alejadas de Dios que saben que jamás gozarán de su presencia. Esta concepción del más allá como estado de consciencia se acerca, claramente, a las creencias del budismo, y está en total consonancia con lo que atestiguan los soñadores lúcidos modernos y otros exploradores de la consciencia.
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